VERÓNICA, EL ROSTRO DEL AMOR II
"La ociosidad es la madre de todos los vicios; las
telenovelas, el vicio de todas las madres."
Tal como lo he prometido, hoy les traigo la segunda y última parte por las telenovelas de Verónica Castro que marcaron mi adolescencia y pusieron su granito de arena para convertirme en lo que soy: una llorona irremediable.
CARA A CARA
“Cara a cara” fue la segunda
telenovela que Verónica Castro filmó en Argentina, en 1983. El galán que le
tocó en suerte esa vez fue Pablo Alarcón. En esta historia la chaparrita es Laura, una
muchacha que llega a Buenos Aires desde los Estados Unidos para enterarse de
que su familia está en la ruina y piensa salvarse casándola con Tonio (Pablo
Alarcón), el hijo de un tano forrado en guita y acreedor, además, del padre de
la muchacha. Después de mucho pataleo, Laura se
casa con Tonio y
en un arranque de incontinencia verbal, le cuenta que se ha casado con él por
conveniencia y le informa que jamás podrá ser su mujer. En
la mismísima
noche de bodas (que pintaba para embole mal) el padre del novio es asesinado y
el pobre muchacho es timado por el padre de Laura y un
malvado secuaz, Frank,
que lo dejan en Pampa y la vía. El
matrimonio de Laura y Tonio se
anula, y el galán venido a menos se emplea como barman en una moderna discoteca
muy frecuentada por Laura, que
termina noviando con un millonario pero perdidamente enamorada de su ex,
haciendo gala de un gataflorismo escandaloso.
A esta altura de los
acontecimientos, llega a la Argentina una acaudalada alemana buscando a
su hijo perdido. Que puede ser Tonio o
puede ser Frank, no
se sabe. Frank se
enamora de ella, pero la alemana lo rechaza, no sea cosa de andar repitiendo la
historia de Edipo.
Tonio se va a Italia y Laura se
ennovia con Frank.
Finalmente, se descubre que el padre de la chica es un desgraciado, que asesinó
al padre de Tonio y
a su propia esposa, crímenes por los cuales termina en gayola. Laura pierde
toda su fortuna, su hermano enloquece, su tía se muere, etc. (este etc. incluye
todo tipo de calamidades). La alemana descubre que su hijo perdido es Tonio y
parte hacia Italia para buscarlo. Frank la va
a despedir y se besan apasionadamente. Laura los
pesca con las manos en la masa y, al verse sola y engañada, va a su
departamento y se suicida. Una novela que termina para el culo, al mejor estilo “Piel naranja”.
YOLANDA LUJÁN
1984 fue el año de “Yolanda Luján”. En
esta nueva telenovela filmada en Argentina, Verónica Castro fue Yolanda, una
joven y humilde muchacha viviendo con su padre enfermo, situación que la lleva
a conocer al Dr. Juan
Carlos Hidalgo Del Castillo (Víctor Laplace). Cuando el padre de Yolanda muere,
la chica entra a trabajar como mucama en la casa de Juan Carlos.
Ambos se enamoran, situación que provoca el repudio de toda la familia Hidalgo del
Castillo. Sólo el padre de Juan Carlos aprecia
a Yolanda;
los demás, especialmente la abuela del galeno, no la pueden ver ni en
figuritas.
Juan Carlos tiene un hermanastro
malo malísimo que también se enamora de Yolanda y le
complica la vida a los tórtolos de todas las formas imaginables (y no). Pero
nada puede contra el amor, y el romance sigue hasta que Yolanda queda
embarazada.
Embarazada y todo, la pobre Yolanda es
acusada de un asesinato que no cometió. La pobre chica termina encarcelada, padeciendo
dolores e injusticias, hasta que conoce a otro joven médico que también se
enamora de ella. A pesar de que su amada está en prisión, Juan Carlos decide
casarse con ella. Poco después Yolanda da a
luz a su hijo, se descubre el nombre de la verdadera asesina, la chica sale de
la cárcel con la frente en alto y todos son felices y comen perdices. Una
pavada.
AMOR PROHIBIDO
A esta altura del partido
(1986), Verónica Castro tenía algo podridos los argentinos, pero eso no evitó
que filmara una última novela en nuestro país y que las gansas como yo la
viéramos, más por inercia que por otra cosa. En “Amor Prohibido”,
Verónica es Nora,
una mujer joven y atractiva obligada por su madre a casarse con Francisco, un
hombre mayor, viudo, rico, dueño de una tienda de ropa y con dos hijos en edad
de merecer.
Nora y Francisco van
rumbo a su luna de miel y sufren un terrible accidente, que deja al viejo más
maltrecho de lo que estaba y, además, impotente. Como Nora era la
que manejaba el auto accidentado, siente una enorme culpa ante la virilidad
perdida de su esposo, y permanece a su lado, soportando sus celos enfermizos.
Cierto día, la hija de Francisco conoce
a Miguel
Ángel (Jean Carlo Simancas), un joven dueño de un supermercado, y
por intermedio de ella, Miguel Ángel conoce
a Nora (y
esto me suena a “Piel naranja”). Miguel Ángel y Nora se
enamoran perdidamente, con las complicaciones que semejante pasión aportan a la
historia.
Cuando Francisco se
entera de la relación sentimental que une a Nora y Miguel Ángel, intenta
asesinar al muchacho y lo hiere gravemente. Luego intenta hacer lo mismo con Nora, pero
ella lo enfrenta y él no consigue lastimarla. Miguel Ángel se
repone y decide irse con Nora, para
vivir su amor libremente. Francisco los
persigue con la ladina intención de asesinarlos a ambos, pero, justicia divina
de por medio, sufre un infarto y revienta como un sapo. Nora y Miguel Ángel se
quedan juntitos y felices. Ya se sabe: muerto el perro se acabó la rabia. (Y
era “Piel
naranja”, nomás, con el final cambiado, eso sí, porque en la original
los tórtolos mueren, ¡y el pobre Alberto Migré se comió cada puteada!).
ROSA SALVAJE
Nuevamente instalada en su
México natal, Verónica Castro filmó “Rosa Salvaje”, con
Guillermo Capetillo como galán. La novela narra la historia de Rosa García, una
chica humilde, bruta y machona. Cierto día, Rosa se da
una vuelta por un barrio de ricos y tiene la feliz idea de robar ciruelas del
jardín de una mansión. Es sorprendida por Dulcina Linares,
una mujer ambiciosa y vanidosa, y su sirvienta Leopoldina,
quienes la amenazan con llamar a la policía. Para fortuna de Rosa, en medio de
tan desagradable altercado, llega el hermano de la dueña de casa, Ricardo, quien
intercede por ella y, además, le regala unas ciruelas. La chica se enamora de
su benefactor, quien es presionado constantemente por sus hermanas, Dulcina y Cándida,
para que se case con una mujer rica. Decidido a fastidiarlas, opta por casarse
con Rosa. En
el medio se mete Leonela Villarreal,
una ricachona malvada que le había echado el ojo a Ricardo. Si
bien el muchacho termina enamorándose de Rosa, no puede
evitar que ella se entere de que su boda sólo se había celebrado para joderle
la vida a sus cuñadas y no puede perdonarlo.
Mientras Rosa y Ricardo van
y vienen, Federico
Robles, el ambicioso abogado de los Linares, embaraza
a Cándida provocando
la furia de Dulcina,
con quien mantenía una relación oculta. Cierta noche, la despechada hace rodar
por las escaleras a su desprevenida hermana, quien pierde su embarazo. Leonela, para
evitar que Rosa y Ricardo se
reconcilien, trama un plan para acostarse con Ricardo y
conseguir que Rosa los
vea en pleno idilio. Cosa que sucede. Ricardo se
compromete con esta malvada mujer y Rosa queda
como bola sin manija.
Posteriormente, Rosa, que está
embarazada, se reencuentra con su madre, Paulette Mendizábal,
quien la había entregado al nacer, ya que era soltera. Por supuesto, Paulette es
una mujer con mucho dinero (ninguna madre reencontrada en
una telenovela es pobre). Paulette consigue
que Rosa se
convierta en una muchacha fina y distinguida (clásico) y la chica se dispone a
parir sola (clásico), sin poder perdonar a Ricardo por
su desliz, a pesar de que éste jura amarla. Ricardo abandona
a Leonela para
irse de viaje, y la muy dañina decide matar a Rosa,
atropellándola con su automóvil. Pero le sale el tiro por la culata, porque al
huir de la escena del crimen es arrollada por un tren.
A esta altura de los
acontecimientos, hay un quilombo familiar que no involucra a Rosa, que
termina con la mitad del clan Linares muerto
y la otra mitad, en cana. Rosa casi
se muere al parir. Pero no se muere. Y vuelve con Ricardo, el
único Linares que
zafó de los cuetazos, el ácido muriático y los barrotes.
Después de “Rosa
Salvaje”, la Castro siguió filmando telenovelas, pero yo me
puse de novia y comencé a vivir mis propias peripecias románticas, que
poco tuvieron que envidiarle a las de Verónica. Así que es aquí donde termina
el cuento.
Me despido de ustedes, mis
queridos, con más nostalgia que la que cargaba cuando empecé a escribir este
artículo telenovelesco. Habiéndome instalado por un rato en los '80, me cuesta
horrores volver a dejarlos. Caigo, cómo no, en la tentación de creer que todo
tiempo pasado fue mejor. Pero, por suerte, lo tengo a Quevedo para
reubicarme en el Siglo XXI: “Cuando decimos que todo tiempo pasado fue
mejor, condenamos el futuro sin conocerlo.” Será así, nomás.
Buenas tardes.
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