jueves, 10 de diciembre de 2009

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE DIVÁN

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE DIVÁN

"No, nuestra ciencia no es una ilusión. Pero sí sería una ilusión suponer que lo que la ciencia no puede darnos lo podemos encontrar en otro lugar."
 Sigmund Freud

Hay un momento fundamental, un momento que significa una bisagra en la vida de cualquier persona: cuando decide, por fin, hacer terapia. A partir de ahí, uno va a ser un neurótico, un fóbico, un depresivo, un esquizofrénico, pero nunca más un loco de mierda.
A mí me llegó el momento crucial cuando era muy jovencita. Lo mío ya era insostenible: mi proverbial ciclotimia estaba haciendo mella en mis relaciones interpersonales.
Como en ese momento –y para variar- yo no tenía una moneda, tuve que buscar una institución subvencionada por el Estado, lo que reducía notablemente el costo de las sesiones. Me encaminé decidida –bah, más o menos decidida- a la “Entrevista de Admisión” (esa que determina si uno está lo suficientemente desequilibrado como para que el Estado invierta un peso en su salud) y ahí empezaron mis aventuras y desventuras de diván.

ENTREVISTA DE ADMISIÓN: ¿USTED ESTÁ LO SUFICIENTEMENTE LOCO?

La “Entrevista de Admisión” fue amena, aunque un poco extensa. Después de las preguntas de rigor, la profesional a cargo me acercó papel y lápiz y me dijo: “Ahora dibuje una casa, una figura femenina y una figura masculina”. “A mi juego me llamaron”, pensé yo, que siempre me di bastante maña para el dibujo.
Dibujé con esmero lo que se me pedía, sin reparar en que la casita era “así y así, con una ventanita que es así, así y así, y por la chimenea sale el humo así y así”, como si yo estuviera todavía en Sala de 4. Y que tanto la casita como el arbolito infaltable que la acompañaba, flotaban cual globos rellenos con gas helio.
Con las figuras no me fue mejor: la femenina era la Sirenita el día de su boda (aunque me olvidé algunos detalles del vestido) y la masculina el príncipe Eric, obviamente.
Después de los dibujos vino el famoso Test de Rorschach Y no, yo no vi ni mariposas ni polillas; ni siquiera el logo de Batman. Para mí eran todos enanitos, hadas, orcos y elfos.
Diagnóstico: Personalidad rayana en lo psicótico (dicho en castizo, vivo en los cerros de Úbeda).
De más está decir que me admitieron como paciente, y me derivaron a la primera terapeuta que tuvo el gusto de entrar en contacto con esta almita atormentada.

LA CATÓLICA RECALCITRANTE: ¿Y SI MEJOR ME VOY A CONFESAR?

La terapeuta –ni siquiera me acuerdo como se llamaba- era una flaca entecada, como diría mi mamá, con lentes y cara de poco orgasmo. Y sí, era católica, apostólica y romana, todo junto. Después de las preguntas de rigor –las mismas que me hizo la otra- me hizo recostar en el diván y me pidió que cerrara los ojos y me relajara. Yo no me relajo, nunca me relajo, pero ese día, además, me sentía como una nutria en una peletería.
“Imagine ahora que baja una escalera y dígame que encuentra cuando llega a destino”. Yo, que, como dije, de relajada nada, empecé a describir la cueva de “Alí Baba y los 40 ladrones”. ¡Qué de tesoros que encierra mi inconsciente! Y cómo no, si estos tipos se pasaron la vida afanando.
Después de unas cuantas sesiones, me atreví a desembuchar lo que me estaba abrumando:
-Estoy angustiada porque yo… esteeee… estoy saliendo con un hombre casado.
-¡Un hombre casado! ¡Ah, no, m’hijita! Va y deja inmediatamente a ese señor y le dice que vuelva a retozar alegremente con su legítima esposa. Y me reza 10 Padrenuestros y 20 Ave Marías.
-¡Pero yo estoy enamorada! (este latiguillo me sirvió para justificar el 90% de las estupideces que hice en mi vida).
-Va y hace lo que le digo.
Después de semejante consejo –u orden, según cómo se mire- me di de alta sola.
Ma sí, mejor me voy a la Iglesia y me confieso con el Padre Osvaldo, que también me caga a pedos pero, por lo menos, no me cobra.

EL FLACO DE ACÁ A LA VUELTA: ¿Y SI NOS TOMAMOS UN CAFÉ?

El segundo terapeuta que me tocó en suerte (bah, a éste lo elegí yo) fue un flaco que vive a la vuelta de mi casa. A esta altura, yo ya estaba viviendo en pareja y se me había dado por comer como si hubiera pasado unas vacaciones forzosas en Somalía.
-El problema es que no tengo sexo.
-¿Y por qué no tenés sexo?
-¡Porque estoy gorda y aletargada!
-¿Y por qué estás gorda y aletargada?
-¡Porque no tengo sexo!
En síntesis, me pasé meses tomando café con el psicólogo y tratando de dilucidar que era primero, si el huevo o la gallina. ¿No tengo sexo porque estoy gorda y aletargada o estoy gorda y aletargada porque no tengo sexo?
Cuando me cansé de dar vueltas en el mismo lugar, como un perro bobo que se persigue la cola, me di de alta sola. Esta vez fui considerada con el psicólogo y le avisé –por teléfono, que lo mío no es andar dando la cara- que no iba más.

2º ENTREVISTA DE ADMISIÓN: SI QUERÉS LLORAR, LLORÁ

Como es de imaginar, mi salud no mejoró, sino que fue empeorando día a día. Así que llamé a mi Obra Social para concertar una cita con un nuevo terapeuta. Eso sí, antes de que me derivaran a uno, tuve que pasar por una segunda “Entrevista de admisión”. Esta vez no hubo dibujos ni Test de Rorschach, pero sí lágrimas de todo tipo y calibre. Me la pasé llorando a moco tendido.
-Me quiero morir. Estoy obsesionada con alguien que me escribe mails kilométricos y  no conozco personalmente.
-¿Qué entendés por obsesionada?
-Me levanto a las 7 de la mañana, prendo la computadora, apoyo el culo en la silla y no lo muevo hasta que llega la hora de dormir (y me voy a dormir obligada, porque en realidad, nunca duermo, sólo me acuesto y doy vueltas y más vueltas, como una calesita histérica).
-Bueno, vos necesitás un psiquiatra, además de un psicólogo. Te voy a derivar a dos profesionales que trabajan en equipo. Pero tené en cuenta que la Obra Social sólo cubre 20 sesiones por año.
¿20 sesiones por año? ¡A curarse que se acaba el mundo, entonces!

EL  CARA DE PERRO: UN LADRIDO Y VUELVA DENTRO DE 15 DÍAS

La entrevista con el psiquiatra fue lastimosa. El tipo estaba de muy mal humor y después de mirarme con cara de pocos amigos, me hizo una serie de preguntas. Le conté –a grandes rasgos- lo que me andaba pasando, siempre con el pañuelo en la mano, e hice referencia a las pocas de ganas que tenía de hacer cualquier cosa que no fuera estar frente a la PC.
-¿Usted se baña?, me preguntó el tipo.
-¡Claro que me baño! (mi locura nunca fue tan aguda como para deambular todo el día por la casa en pantuflas, con el pelo sucio y la mirada perdida).
-Bueno, se toma esto -extendiéndome una recete ininteligible- y vuelve dentro de 15 días.
                  
EL FACHERO: NENA, BUSCATE UN AMANTE

Después de la entrevista con el psiquiatra, rumbeé para el consultorio del psicólogo. El tipo era un bombonazo… y lo sabía. Preguntas de rigor, llanto de rigor, y, después de unas cuantas sesiones que versaron acerca de lo mismo, la solución mágica a todos mis problemas: buscarme un amante (puede que, abnegadamente, se estuviera postulando él para tal rol, pero, entre tanto moco y llanto, yo no me di cuenta).
Unas cuantas sesiones intercaladas entre psiquiatra y  psicólogo, me convencieron de que, nuevamente, estaba perdiendo el tiempo (además de estar gastando cantidades industriales de pañuelos descartables). Tiré las pastillitas a la mierda y otra vez me di de alta, solita y sola.

LA NEW AGE: BIENVENIDOS A LA ERA DE ACUARIO

Viendo que las terapias tradicionales no podían ayudarme, se me dio por intentar con las no-tradicionales. ¿Qué tal una “Terapia de Regresión a Vidas Pasadas”?
La psicóloga era encantadora y después de un par de entrevistas previas a la mentada regresión, me indicó tomar unas “Flores de Bach” (¿No pueden ser de Mozart? Qué se yo, me gusta más).
Al final, llegó el momento tan esperado. Ésta vez también había que tenderse en el diván y relajarse, pero no había escalera, sino una luz dorada que supuestamente tenía que envolverme (no vi la luz, no vi la luz, ¡nunca vi la luz!) y una cuenta regresiva.
En cada sesión, con luz inexistente  y cuenta regresiva de por medio, me interné en una vida distinta.
Fui un músico genial y cascarrabias en la Alemania del 1700 y me morí pobre y clamando que el vino del Rin, que, supuestamente iba a atenuar mis males, había llegado "demasiado tarde, demasiado tarde...".
Fui un pintor –también genial, obviamente-, mísero y sin oreja allá por el 1800, y me disparé un tiro en el pecho cuando ya no pude soportar la mediocridad del mundo.
Fui un poeta romántico y me morí tuberculoso, y fui una cortesana bellísima que iba a todas partes acompañada de un ramo de camelias.
Estuve en las catacumbas romanas con Robert Taylor y Débora Kerr, y juro que viajé en la carreta de Charles Ingalls.
Lo único que me faltó fue ser una rubia despampanante y acostarme con los Kennedy.
Otra vez me di de alta sin consultarlo con la terapeuta. Eso sí, le mandé un mail avisándole que abandonaba la terapia, que las nuevas tecnologías están para usarlas.

EL DOC: UN TIRO PARA EL LADO DE LA JUSTICIA

A esta altura del partido, yo ya estaba totalmente desquiciada. Me había cruzado con personas que resultaron ser muy nocivas para mi vida y había repartido insultos y mordiscones a troche y moche. Estaba paradita en una cornisa a punto de saltar.
Llegué al consultorio del Doc en un estado deplorable.
Con medicación y mucha charla, pude ordenar el caos que tenía dentro de mi cabeza y acallar  las voces que, últimamente, escuchaba todo el tiempo. Me llevó años dar con el terapeuta perfecto, con el psiquiatra perfecto, pero, como dice el refrán “persevera y triunfarás”.
Sigo siendo cuasi psicótica y  bipolar,  y  sigo viendo enanitos en las manchas del Test  de Rorschach.

Pero, por lo menos, estoy contenta.



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