AVENTURAS
Y DESVENTURAS DE DIVÁN
"No, nuestra ciencia no
es una ilusión. Pero sí sería una ilusión suponer que lo que la ciencia no
puede darnos lo podemos encontrar en otro lugar."
Sigmund Freud
Hay un momento fundamental,
un momento que significa una bisagra en la vida de cualquier persona: cuando
decide, por fin, hacer terapia. A partir de ahí, uno va a ser un neurótico, un
fóbico, un depresivo, un esquizofrénico, pero nunca más un loco de mierda.
A mí me llegó el momento
crucial cuando era muy jovencita. Lo mío ya era insostenible: mi proverbial
ciclotimia estaba haciendo mella en mis relaciones interpersonales.
Como en ese momento –y para
variar- yo no tenía una moneda, tuve que buscar una institución subvencionada
por el Estado, lo que reducía notablemente el costo de las sesiones. Me
encaminé decidida –bah, más o menos decidida- a la “Entrevista de
Admisión” (esa que determina si uno está lo suficientemente desequilibrado
como para que el Estado invierta un peso en su salud) y ahí empezaron mis
aventuras y desventuras de diván.
ENTREVISTA DE ADMISIÓN:
¿USTED ESTÁ LO SUFICIENTEMENTE LOCO?
La “Entrevista de
Admisión” fue amena, aunque
un poco extensa. Después de las preguntas de rigor, la profesional a cargo me
acercó papel y lápiz y me dijo: “Ahora dibuje una
casa, una figura femenina y una figura masculina”. “A mi juego me llamaron”,
pensé yo, que siempre me di bastante maña para el dibujo.
Dibujé con esmero lo que se
me pedía, sin reparar en que la casita era “así y así, con una
ventanita que es así, así y así, y por la chimenea sale el humo así y así”, como si yo estuviera todavía en Sala de 4. Y que tanto la casita como el
arbolito infaltable que la acompañaba, flotaban cual globos rellenos con gas
helio.
Con las figuras no me fue
mejor: la femenina era la Sirenita el día de su boda (aunque me olvidé
algunos detalles del vestido) y la masculina el príncipe Eric,
obviamente.
Después de los dibujos vino
el famoso Test de Rorschach Y no, yo no vi ni mariposas ni
polillas; ni siquiera el logo de Batman. Para mí eran todos enanitos, hadas,
orcos y elfos.
Diagnóstico: Personalidad rayana en lo psicótico
(dicho en castizo, vivo en los cerros de Úbeda).
De más está decir que me
admitieron como paciente, y me derivaron a la primera terapeuta que tuvo el
gusto de entrar en contacto con esta almita atormentada.
LA CATÓLICA RECALCITRANTE: ¿Y
SI MEJOR ME VOY A CONFESAR?
La terapeuta –ni siquiera me
acuerdo como se llamaba- era una flaca entecada,
como diría mi mamá, con lentes y cara de poco orgasmo. Y sí, era católica,
apostólica y romana, todo junto. Después de las preguntas de rigor –las mismas
que me hizo la otra- me hizo recostar en el diván y me pidió que cerrara los
ojos y me relajara. Yo no me relajo, nunca me relajo, pero ese día, además, me
sentía como una nutria en una peletería.
“Imagine ahora que baja una
escalera y dígame que encuentra cuando llega a destino”. Yo, que, como dije, de relajada nada, empecé a describir la cueva
de “Alí Baba y los 40
ladrones”. ¡Qué de tesoros
que encierra mi inconsciente! Y cómo no, si estos tipos se pasaron la vida
afanando.
Después de unas cuantas
sesiones, me atreví a desembuchar lo que me estaba abrumando:
-Estoy angustiada porque yo…
esteeee… estoy saliendo con un hombre casado.
-¡Un hombre casado! ¡Ah, no,
m’hijita! Va y deja inmediatamente a ese señor y le dice que vuelva a retozar
alegremente con su legítima esposa. Y me reza 10 Padrenuestros y 20 Ave Marías.
-¡Pero yo estoy enamorada!
(este latiguillo me sirvió para justificar el 90% de las estupideces que hice
en mi vida).
-Va y hace lo que le digo.
Después de semejante consejo
–u orden, según cómo se mire- me di de alta sola.
Ma sí, mejor me voy a la
Iglesia y me confieso con el Padre Osvaldo, que también me caga a pedos pero,
por lo menos, no me cobra.
EL FLACO DE ACÁ A LA VUELTA:
¿Y SI NOS TOMAMOS UN CAFÉ?
El segundo terapeuta que me
tocó en suerte (bah, a éste lo elegí yo) fue un flaco que vive a la vuelta de
mi casa. A esta altura, yo ya estaba viviendo en pareja y se me había dado por
comer como si hubiera pasado unas vacaciones forzosas en Somalía.
-El problema es que no tengo
sexo.
-¿Y por qué no tenés sexo?
-¡Porque estoy gorda y
aletargada!
-¿Y por qué estás gorda y
aletargada?
-¡Porque no tengo sexo!
En síntesis, me pasé meses
tomando café con el psicólogo y tratando de dilucidar que era primero, si el
huevo o la gallina. ¿No tengo sexo porque estoy gorda y aletargada o estoy
gorda y aletargada porque no tengo sexo?
Cuando me cansé de dar
vueltas en el mismo lugar, como un perro bobo que se persigue la cola, me di de
alta sola. Esta vez fui considerada con el psicólogo y le avisé –por teléfono,
que lo mío no es andar dando la cara- que no iba más.
2º ENTREVISTA DE ADMISIÓN: SI
QUERÉS LLORAR, LLORÁ
Como es de imaginar, mi salud
no mejoró, sino que fue empeorando día a día. Así que llamé a mi Obra Social
para concertar una cita con un nuevo terapeuta. Eso sí, antes de que me
derivaran a uno, tuve que pasar por una segunda “Entrevista de
admisión”. Esta vez no hubo
dibujos ni Test de Rorschach,
pero sí lágrimas de todo tipo y calibre. Me la pasé llorando a moco tendido.
-Me quiero morir. Estoy
obsesionada con alguien que me escribe mails kilométricos y no conozco
personalmente.
-¿Qué entendés por
obsesionada?
-Me levanto a las 7 de la
mañana, prendo la computadora, apoyo el culo en la silla y no lo muevo hasta
que llega la hora de dormir (y me voy a dormir obligada, porque en realidad,
nunca duermo, sólo me acuesto y doy vueltas y más vueltas, como una calesita
histérica).
-Bueno, vos necesitás un
psiquiatra, además de un psicólogo. Te voy a derivar a dos profesionales que
trabajan en equipo. Pero tené en cuenta que la Obra Social sólo cubre 20
sesiones por año.
¿20 sesiones por año? ¡A
curarse que se acaba el mundo, entonces!
EL CARA DE PERRO: UN
LADRIDO Y VUELVA DENTRO DE 15 DÍAS
La entrevista con el
psiquiatra fue lastimosa. El tipo estaba de muy mal humor y después de mirarme
con cara de pocos amigos, me hizo una serie de preguntas. Le conté –a grandes
rasgos- lo que me andaba pasando, siempre con el pañuelo en la mano, e hice
referencia a las pocas de ganas que tenía de hacer cualquier cosa que no fuera
estar frente a la PC.
-¿Usted se baña?, me preguntó
el tipo.
-¡Claro que me baño! (mi
locura nunca fue tan aguda como para deambular todo el día por la casa en
pantuflas, con el pelo sucio y la mirada perdida).
-Bueno, se toma esto
-extendiéndome una recete ininteligible- y vuelve dentro de 15 días.
EL FACHERO: NENA, BUSCATE UN
AMANTE
Después de la entrevista con
el psiquiatra, rumbeé para el consultorio del psicólogo. El tipo era un
bombonazo… y lo sabía. Preguntas de rigor, llanto de rigor, y, después de unas
cuantas sesiones que versaron acerca de lo mismo, la solución mágica a todos
mis problemas: buscarme un amante (puede que, abnegadamente, se
estuviera postulando él para tal rol, pero, entre tanto moco y llanto, yo no me
di cuenta).
Unas cuantas sesiones
intercaladas entre psiquiatra y psicólogo, me convencieron de que,
nuevamente, estaba perdiendo el tiempo (además de estar gastando cantidades
industriales de pañuelos descartables). Tiré las pastillitas a la mierda y otra
vez me di de alta, solita y sola.
LA NEW AGE: BIENVENIDOS A LA
ERA DE ACUARIO
Viendo que las terapias
tradicionales no podían ayudarme, se me dio por intentar con las
no-tradicionales. ¿Qué tal una “Terapia de Regresión
a Vidas Pasadas”?
La psicóloga era encantadora
y después de un par de entrevistas previas a la mentada regresión, me indicó
tomar unas “Flores de Bach” (¿No pueden ser de Mozart? Qué se yo,
me gusta más).
Al final, llegó el momento
tan esperado. Ésta vez también había que tenderse en el diván y relajarse, pero
no había escalera, sino una luz dorada que supuestamente tenía que envolverme (no
vi la luz, no vi la luz, ¡nunca vi la luz!) y
una cuenta regresiva.
En cada sesión, con luz
inexistente y cuenta regresiva de por medio, me interné en una vida
distinta.
Fui un músico genial y
cascarrabias en la Alemania del 1700 y me morí pobre y clamando que el vino del Rin, que, supuestamente iba
a atenuar mis males, había llegado "demasiado
tarde, demasiado tarde...".
Fui un pintor –también
genial, obviamente-, mísero y sin oreja allá por el 1800, y me disparé un tiro
en el pecho cuando ya no pude soportar la mediocridad del mundo.
Fui un poeta romántico y me
morí tuberculoso, y fui una cortesana bellísima que iba a todas partes
acompañada de un ramo de camelias.
Estuve en las catacumbas
romanas con Robert Taylor y Débora Kerr, y juro que viajé en la carreta de Charles Ingalls.
Lo único que me faltó fue ser
una rubia despampanante y acostarme con los Kennedy.
Otra vez me di de alta sin
consultarlo con la terapeuta. Eso sí, le mandé un mail avisándole que
abandonaba la terapia, que las nuevas tecnologías están para usarlas.
EL DOC: UN TIRO PARA EL LADO
DE LA JUSTICIA
A esta altura del partido, yo
ya estaba totalmente desquiciada. Me había cruzado con personas que resultaron
ser muy nocivas para mi vida y había repartido insultos y mordiscones a troche
y moche. Estaba paradita en una cornisa a punto de saltar.
Llegué al consultorio del Doc
en un estado deplorable.
Con medicación y mucha
charla, pude ordenar el caos que tenía dentro de mi cabeza y acallar las
voces que, últimamente, escuchaba todo el tiempo. Me llevó años dar con el
terapeuta perfecto, con el psiquiatra perfecto, pero, como dice el refrán “persevera y
triunfarás”.
Sigo siendo cuasi psicótica
y bipolar, y sigo viendo enanitos en las manchas del Test de Rorschach.
Pero, por lo menos, estoy
contenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario