HE’S
LIKE THE WIND
“Ella
es como el viento pasando a través de mi árbol…”
"She's like
the wind", Patrick Swayze
Cuando
yo era chica, solía pasar largas temporadas en la casa de mi abuela. Mi abuela
era más bien amarga, no jugaba, no cantaba, no contaba cuentos… pero a mí me
encantaba estar con ella.
-Abuela,
¿vos te vas a morir?
-No,
yo me voy a quedar “para semilla”.
-Bueno,
pero si te morís a mí dejame la jarra azul (la jarra azul era una jarra chota
de vidrio cualunque, obviamente azul, pero a mí, vaya Dios a saber por qué, me
tenía fascinada).
Con
el paso del tiempo, acepté a regañadientes que la muerte es parte de la vida.
Pero todavía sigo pensando que hay gente que tendría que quedarse “para
semilla”: los artistas.
Hace
dos días que estoy en cama. Me intoxiqué con un medicamento o algo así (en
realidad, no me intoxiqué, me cayó para el culo). Todavía tengo náuseas
esporádicas y me duele la cabeza. Pero, además, estoy infinitamente triste.
Murió Patrick Swayze.
Los
sábados a íbamos a bailar a “Electric Circus” y los domingos a la tarde nos
juntábamos en la casa de “la Moni” a tomar mate, comentar los sucesos de la
noche anterior y mirar en la tele “Domingos para la juventud”. Las preguntas
que les hacían en esa época a los chicos que querían viajar a Bariloche eran
bastante más difíciles que las que les hacen ahora a los “gatos” que
aparecen en televisión y los interrogados no contestaban tantas burradas.
Pero a nosotras no nos interesaban las preguntas. Esperábamos ansiosas una
prenda en particular, “Yo sé”, donde los pibes hacían gala de sus aptitudes
deportivas o artísticas. Y la esperábamos ansiosas porque queríamos ver si
alguna parejita era capaz de emular más o menos correctamente a Patrick
Swayze y Jennifer Grey bailando “Time of my life”.
Habíamos
visto “Dirty Dancing” 500 veces y todas estábamos enamoradas de Patrick
Swayze. La chica bailaba bien, pero era una narigona. En cambio él… él era
perfecto: una cara atractiva, un cuerpo maravilloso, campera de cuero y un aire
de “peligrosidad” que nos dejaba sin aliento. Bailaba, cantaba, enamoraba. Cada
vez que lo veíamos en la pantalla, se nos caía la mandíbula y se nos
desorbitaban los ojos como al lobo libidinoso de los dibujitos animados.
Yo
ya le había echado el ojo en la “North and South”, una miniserie ambientada en
la época de la guerra de secesión estadounidense… ¡Qué tipo bello, por Dios!
Mi
marido llega de trabajar y yo estoy mirando tele.
-Murió
Patrick Swayze.
-¿No
sabés cómo salió Del Potro?
-Ganó
(no me pregunten como obtuve esta información, porque no tengo la menor idea).
-¡Qué
bárbaro! ¡El pibe no lo debe poder creer!
-Murió
Patrick Swayze (¿a quién carajo le importa Del Potro?).
En
“Road House” era una especie de patovica bueno de un Nigth Club (“El Duro”,
para esta parte del planeta). Si algún sábado nuestra economía estaba lo
suficientemente resentida como para tener que renunciar al baile, era una fija
que alquilábamos esta película. Para babosearnos, nomás.
-¿Qué
estás mirando?
-Una
película de terror. (Una película de terror de cuarta, con un mutante machucado
que se parece al Gollum y chilla como un cerdo a punto de ser
ajusticiado. Hay un negro y una rubia que corren por su vida, pero el negro no
corre demasiado: el mutante machucado lo alcanza y le atraviesa la cabeza con
un taladro).
-¡Qué
asco, Raquel!
-Es
sangre de mentira, ¿no ves?
-¿Cómo
te puede gustar eso?
-Me
gusta.
-No
sé cómo podés ver esa porquería. (En realidad no estoy viendo “esa porquería”,
estoy en marzo de 1991, en un cine de la calle Lavalle, llorando a moco tendido
con “Ghost”).
Qué
linda estaba Demi Moore con el pelo cortito. Hay que ser muy bella para que ese
corte de pelo te quede bien. Ella estaba muy linda, sí…¡pero él! ¡Él estaba
hermoso! Cada vez que ella le decía “I love you”, él respondía “Ditto”. Esa
palabra sonaba más amorosa que toda la poesía de Neruda junta. Mi amiga y yo,
sentadas en las butacas de un cine que, seguramente, hoy está convertido en una
galería trucha o en una lamentable “catedral de la fe”, nos agarrábamos de las
manos y llorábamos. En esa época no me avergonzaba moquear en público. La vida
era mucho más fácil.
La
película de terror llega a su previsible fin. La rubia se carga al mutante (que
a esta altura ya está más que machucado) y se salva. La verdad es que mi marido
tiene razón: no sé cómo puedo ver estas porquerías. Ahora, él es el dueño del
control remoto y, obviamente, el programa es el mentado partido Federer – Del
Potro.
Mirar
un partido de tenis me parece una boludez. Mirar un partido de tenis cuyo final
se conoce de antemano, me parece una boludez al cubo.
Me
abrazo a la almohada y trato de dormirme. Imposible dormir con una pelotita
rebotando de acá para allá y una manga de retardados exclamando “Ahhhhhhhhhh”
“Ohhhhhhhhhhh”, como si estuvieran frente a la mismísima Gioconda. Además,
no puedo dejar de pensar.
En
“Point Break” era perseguido por un policía que se infiltraba en una banda de
surfistas que, además, se dedicaban a asaltar bancos. Él tenía, por el sol, el
pelo más rubio que de costumbre. Y en “ City of Joy” un médico que viaja a
la India para darle un giro a su vida y encontrar el verdadero significado de
su profesión. ¡Cómo me gustó esa película!
A
las dos de la mañana mi marido se cansa del peloteo espástico entre Federer y
Del Potro y apaga el televisor. Me duermo un ratito, sólo un ratito, y sueño
con Patrick Swayze cantando “She's like the wind”. Cuando me despierto
son casi las cuatro. No vuelvo a dormirme. Doy vueltas y más vueltas en la
cama, preguntándome por qué hay gente que no se queda “para semilla”.
Él
es como el viento pasando a través de mi árbol. El árbol de los sueños, de las
noches de bailoteo, de las amigas con las que una puede agarrarse de las manos
y llorar, llorar, llorar…y reírse, reírse mucho. Reírse porque sí. Porque se te
rompió un taco en plena pista de baile o porque el imbécil que conociste en el
boliche te dejó plantada.
Qué
se yo. Me parece que me estoy poniendo vieja.
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