martes, 15 de septiembre de 2009

HE’S LIKE THE WIND


HE’S LIKE THE WIND

“Ella es como el viento pasando a través de mi árbol…” 
 "She's like the wind", Patrick Swayze

Cuando yo era chica, solía pasar largas temporadas en la casa de mi abuela. Mi abuela era más bien amarga, no jugaba, no cantaba, no contaba cuentos… pero a mí me encantaba estar con ella.
-Abuela, ¿vos te vas a morir?
-No, yo me voy a quedar “para semilla”.
-Bueno, pero si te morís a mí dejame la jarra azul (la jarra azul era una jarra chota de vidrio cualunque, obviamente azul, pero a mí, vaya Dios a saber por qué, me tenía fascinada).
Con el paso del tiempo, acepté a regañadientes que la muerte es parte de la vida. Pero todavía sigo pensando que hay gente que tendría que quedarse “para semilla”: los artistas.
Hace dos días que estoy en cama. Me intoxiqué con un medicamento o algo así (en realidad, no me intoxiqué, me cayó para el culo). Todavía tengo náuseas esporádicas y me duele la cabeza. Pero, además, estoy infinitamente triste. Murió Patrick Swayze.

Los sábados a íbamos a bailar a “Electric Circus” y los domingos a la tarde nos juntábamos en la casa de “la Moni” a tomar mate, comentar los sucesos de la noche anterior y mirar en la tele “Domingos para la juventud”. Las preguntas que les hacían en esa época a los chicos que querían viajar a Bariloche eran bastante más difíciles que las que les hacen ahora a los “gatos”  que aparecen en televisión y los interrogados  no contestaban tantas burradas. Pero a nosotras no nos interesaban las preguntas. Esperábamos ansiosas una prenda en particular, “Yo sé”, donde los pibes hacían gala de sus aptitudes deportivas o artísticas. Y la esperábamos ansiosas porque queríamos ver si alguna parejita era capaz de emular más o menos correctamente a Patrick Swayze  y Jennifer Grey bailando “Time of my life”.
Habíamos visto “Dirty Dancing” 500 veces y todas estábamos enamoradas de Patrick Swayze. La chica bailaba bien, pero era una narigona. En cambio él… él era perfecto: una cara atractiva, un cuerpo maravilloso, campera de cuero y un aire de “peligrosidad” que nos dejaba sin aliento. Bailaba, cantaba, enamoraba. Cada vez que lo veíamos en la pantalla, se nos caía la mandíbula y se nos desorbitaban los ojos como al lobo libidinoso de los dibujitos animados.
Yo ya le había echado el ojo en la “North and South”, una miniserie ambientada en la época de la guerra de secesión estadounidense… ¡Qué tipo bello, por Dios!

Mi marido llega de trabajar y yo estoy mirando tele.
-Murió Patrick Swayze.
-¿No sabés cómo salió Del Potro?
-Ganó (no me pregunten como obtuve esta información, porque no tengo la menor idea).
-¡Qué bárbaro! ¡El pibe no lo debe poder creer!
-Murió Patrick Swayze (¿a quién carajo le importa Del Potro?).

En “Road House” era una especie de patovica bueno de un Nigth Club (“El Duro”, para esta parte del planeta). Si algún sábado nuestra economía estaba lo suficientemente resentida como para tener que renunciar al baile, era una fija que alquilábamos esta película. Para babosearnos, nomás.

-¿Qué estás mirando?
-Una película de terror. (Una película de terror de cuarta, con un mutante machucado que se parece al Gollum  y chilla como un cerdo a punto de ser ajusticiado. Hay un negro y una rubia que corren por su vida, pero el negro no corre demasiado: el mutante machucado lo alcanza y le atraviesa la cabeza con un taladro).
-¡Qué asco, Raquel!
-Es sangre de mentira, ¿no ves?
-¿Cómo te puede gustar eso?
-Me gusta.
-No sé cómo podés ver esa porquería. (En realidad no estoy viendo “esa porquería”, estoy en marzo de 1991, en un cine de la calle Lavalle, llorando a moco tendido con “Ghost”).

Qué linda estaba Demi Moore con el pelo cortito. Hay que ser muy bella para que ese corte de pelo te quede bien. Ella estaba muy linda, sí…¡pero él! ¡Él estaba hermoso! Cada vez que ella le decía “I love you”, él respondía “Ditto”. Esa palabra sonaba más amorosa que toda la poesía de Neruda junta. Mi amiga y yo, sentadas en las butacas de un cine que, seguramente, hoy está convertido en una galería trucha o en una lamentable “catedral de la fe”, nos agarrábamos de las manos y llorábamos. En esa época no me avergonzaba moquear en público. La vida era mucho más fácil.

La película de terror llega a su previsible fin. La rubia se carga al mutante (que a esta altura ya está más que machucado) y se salva. La verdad es que mi marido tiene razón: no sé cómo puedo ver estas porquerías. Ahora, él es el dueño del control remoto y, obviamente, el programa es el mentado partido Federer – Del Potro.
Mirar un partido de tenis me parece una boludez. Mirar un partido de tenis cuyo final se conoce de antemano, me parece una boludez al cubo.
Me abrazo a la almohada y trato de dormirme. Imposible dormir con una pelotita rebotando de acá para allá y una manga de retardados exclamando “Ahhhhhhhhhh” “Ohhhhhhhhhhh”, como si estuvieran frente a la mismísima Gioconda. Además, no puedo dejar de pensar.

En “Point Break” era perseguido por un policía que se infiltraba en una banda de surfistas que, además, se dedicaban a asaltar bancos. Él tenía, por el sol, el pelo más rubio que de costumbre. Y en “ City of Joy” un médico que viaja a la India para darle un giro a su vida y encontrar el verdadero significado de su profesión. ¡Cómo me gustó esa película!

A las dos de la mañana mi marido se cansa del peloteo espástico entre Federer y Del Potro y apaga el televisor. Me duermo un ratito, sólo un ratito, y sueño con Patrick Swayze cantando “She's like the wind”. Cuando me despierto son casi las cuatro. No vuelvo a dormirme. Doy vueltas y más vueltas en la cama, preguntándome por qué hay gente que no se queda “para semilla”.

Él es como el viento pasando a través de mi árbol. El árbol de los sueños, de las noches de bailoteo, de las amigas con las que una puede agarrarse de las manos y llorar, llorar, llorar…y reírse, reírse mucho. Reírse porque sí. Porque se te rompió un taco en plena pista de baile o porque el imbécil que conociste en el boliche te dejó plantada.

Qué se yo. Me parece que me estoy poniendo vieja.

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