BEAUTIFUL BOY (DARLING BOY) I
"Mi rol en la sociedad, o la de cualquier artista o poeta, es intentar expresar lo que sentimos todos. No decir a la gente cómo sentirse. No como un predicador, no como un líder, sino como un reflejo de todos nosotros."
"Mi rol en la sociedad, o la de cualquier artista o poeta, es intentar expresar lo que sentimos todos. No decir a la gente cómo sentirse. No como un predicador, no como un líder, sino como un reflejo de todos nosotros."
John
Lennon
Hace más de treinta años, mi
madre abría la puerta del dormitorio que en ese entonces compartía con mi
hermana de una manera mucho más brusca que de costumbre y decía, azorada:
-¡Mataron al beatle que estaba casado con la japonesa!
Corría diciembre de 1980 y hacía pocos días que yo había terminado la escuela primaria. La noticia, dolorosa, impactante, nos cayó como le cayó a todo el mundo: como un balde de agua helada. Ahí estábamos mi hermana y yo, con quince y trece años, los pies enredados en las sábanas y las pestañeas pegoteadas por el sueño, tratando de comprender lo incomprensible: John Lennon estaba muerto. Esta vez, sí. Esta vez, el sueño había terminado para siempre. Bienvenidos a los ’80.
John Winston Lennon había nacido el 9 de octubre de 1940, en Liverpool, fruto de la relación de Julia Stanley, una preciosa pelirroja dicharachera y despreocupada, y de Fred Lennon, tan alegre y despreocupado como ella. Se habían casado en secreto y a los apurones, porque la familia Stanley, de mejor posición social que la de Fred, se oponía a la relación de Julia con un simple camarero de barco, más interesado en la jarana que en sentar cabeza y formar una familia.
El matrimonio entre Julia y Fred duró poco tiempo. A los cinco años, John Lennon tuvo que elegir entre su padre, que pensaba emigrar a Nueva Zelanda, y su madre, que se quedaba el Liverpool. El pequeño John eligió partir con Fred, pero las lágrimas de Julia lo hicieron cambiar de opinión. Se quedó en Liverpool junto a ella y, poco tiempo después, pasó a vivir definitivamente en Mendips, junto a su tía Mimi, hermana de Julia, y su tío George.
Julia rehizo su vida con otro hombre, pero siguió visitando Mendips casi a diario. Fue ella quien alentó a John en su interés por la música y lo hizo escuchar a Elvis Presley por primera vez. En 1957, Julia le compró a John su primera guitarra. Mimi tomaba con escepticismo el interés de John por la música y solía repetir “La guitarra está muy bien, John, pero nunca podrás hacer una vida con ella.”
Fue en una de esas visitas a Mendips cuando Julia Stanley sufrió un accidente que le costó la vida. Había ido a tomar el té y a chismorrear con su hermana, como de costumbre, y cuando volvía de regreso a su hogar fue atropellada por un conductor borracho. John, de diecisiete años, quedó devastado. En ese tiempo, atenazado por el dolor, solía beber más de la cuenta y a su natural ironía sumaba, muchas veces, un comportamiento agresivo.
A mediados de los ’50, John formó su primera banda, The Quarrymen. En 1958, Paul McCartney se sumó al equipo. El pequeño George Harrison no tardó en llegar. The Quarrymen mutó hasta convertirse en The Beatles. Hubo miembros que fueron y vinieron, pero la formación definitiva de The Beatles se completó con la llegada de Ringo Starr, poco después de que el grupo consiguiera su primer contrato de grabación.
De ahí en más, la historia es harto conocida. La beatlemanía sacudió al mundo. John, Paul, George y Ringo se convirtieron en los músicos más famosos y adorados de la historia.
The Beatles se separaron en 1970. John había estado casado con su novia de adolescencia, Cynthia Powell, madre de su primer hijo, Julian. Para cuando la banda se disolvió, ya se había enredado sentimentalmente con Yoko Ono, una exótica artista japonesa, que resultó ser la compañera ideal para el inquieto muchacho de Liverpool.
John y Yoko se embarcaron en llamativas campañas a favor de la paz. Se casaron el 20 de marzo de 1969, en Gibraltar, y pasaron su luna de miel en la habitación 702 del Hotel Hilton de Ámsterdam. Invitaron a la prensa mundial a pasar a la habitación todos los días desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, durante una semana. John y Yoko permanecían sentados en la cama hablando de la paz y, eventualmente, cantando. El Bed-in (tal fue el nombre con el que se bautizó al evento) se repitió más tarde en Toronto. En Viena, Lennon y Ono ofrecieron una conferencia de prensa dentro de una bolsa. El concepto, bautizado Bagism (algo así como “embolsamiento”) apuntaba a demostrar lo mucho que dificultaban los prejuicios y estereotipos a las relaciones humanas. Dentro de la bolsa, nadie podía ver sus aspectos físicos ni sus condiciones raciales, y la comunicación fluía más libremente.
Sean Lennon, el hijo de John y Yoko, nació el 9 de octubre de 1975. A partir de ese momento, John Lennon se recluyó en su departamento en el edificio Dakota, en Nueva York, para cuidar a su bebé y ocuparse de su casa. En alguna entrevista hizo alusión a la fascinación que le produjo ver su primer pan horneado, y señalo que, como podría atestiguar cualquier ama de casa, cuidar al bebé y hornear pan eran trabajos de tiempo completo.
En 1980, después de cinco años de ausencia, John Lennon estaba de vuelta con un maravilloso disco, “Double Fantasy”. Apenas pudo disfrutar del éxito de su nuevo trabajo. La noche del 8 de diciembre de 1980, cuando regresaba a su casa desde un estudio de grabación, acompañado por Yoko, fue asesinado por un supuesto fan desquiciado. Las últimas palabras de John Lennon fueron para un policía que se acercó a socorrerlo. “Soy John Lennon, de Los Beatles”, dijo. En ese momento, un segundo antes de morir, la película de su vida debe haber pasado frente a sus ojos de manera infinitamente veloz. Quizás fue esa película lo que lo hizo reconciliarse con ese pasado del que había tratado de escapar y del cual había renegado muchas veces. “Soy John Lennon, de Los Beatles”, dijo. Y creo que en ese instante final comprendió que iba a ser “John Lennon, de Los Beatles” para siempre.
Ya pasaron 30 años desde que John se fue. Todavía se lo extraña. Cada tanto, la industria musical intenta vendernos a los nuevos Beatles, grupos que, a la larga, terminan resultando un fiasco. Quizás no sean bandas tan malas, pero les falta el ingrediente esencial que hizo que The Beatles fueran lo que fueron: la magia. En The Beatles, el todo era mucho más que la suma de las partes. Había algo ahí que escapaba a cualquier análisis o nomenclatura. Algo misterioso, con sesgo de milagro. Algo que ha perdurado durante todos estos años y cosecha nuevo fanáticos día a día.
Hay pocas cosas que me conmuevan tanto como un fan de The Beatles haciendo sus primeros pinitos. Chicos de once, doce o trece años. Me conmueven porque me remiten inmediatamente a mi niñez y a mi adolescencia. Me reconozco en ellos. Me emocionan, además, porque son la prueba más acabada de que la magia sigue intacta.
Hace más de treinta años moría John Lennon. Mucho se ha dicho sobre él y mucho se dirá. No hace falta nombrar a su asesino. Su nombre debería ser borrado de todos los homenajes a John, porque él pretendió pasar a la historia parasitando a un grande. Parasitándolo de la peor manera. No le demos el gusto de colocar su nombre al lado del de Lennon. No lo merece. Merece el olvido, que es la peor de las muertes.
A esta altura, los datos biográficos de John Lennon son irrelevantes. De hecho, estoy escribiendo esta nota sin consultar ningún libro, ni siquiera un artículo de Wikipedia. Puede ser que la memoria me traicione y confunda alguna fecha o algún escenario. No importa: lo que realmente importa es la magia.
Fue esa magia la que inspiró a varios de los poetas más importantes de nuestro tiempo. Mi homenaje para John pasa hoy por compartir con ustedes algunos de los poemas que inspiró. Aquí va la primera parte.
Te extrañamos, John.
Give Peace a Chance.
-¡Mataron al beatle que estaba casado con la japonesa!
Corría diciembre de 1980 y hacía pocos días que yo había terminado la escuela primaria. La noticia, dolorosa, impactante, nos cayó como le cayó a todo el mundo: como un balde de agua helada. Ahí estábamos mi hermana y yo, con quince y trece años, los pies enredados en las sábanas y las pestañeas pegoteadas por el sueño, tratando de comprender lo incomprensible: John Lennon estaba muerto. Esta vez, sí. Esta vez, el sueño había terminado para siempre. Bienvenidos a los ’80.
John Winston Lennon había nacido el 9 de octubre de 1940, en Liverpool, fruto de la relación de Julia Stanley, una preciosa pelirroja dicharachera y despreocupada, y de Fred Lennon, tan alegre y despreocupado como ella. Se habían casado en secreto y a los apurones, porque la familia Stanley, de mejor posición social que la de Fred, se oponía a la relación de Julia con un simple camarero de barco, más interesado en la jarana que en sentar cabeza y formar una familia.
El matrimonio entre Julia y Fred duró poco tiempo. A los cinco años, John Lennon tuvo que elegir entre su padre, que pensaba emigrar a Nueva Zelanda, y su madre, que se quedaba el Liverpool. El pequeño John eligió partir con Fred, pero las lágrimas de Julia lo hicieron cambiar de opinión. Se quedó en Liverpool junto a ella y, poco tiempo después, pasó a vivir definitivamente en Mendips, junto a su tía Mimi, hermana de Julia, y su tío George.
Julia rehizo su vida con otro hombre, pero siguió visitando Mendips casi a diario. Fue ella quien alentó a John en su interés por la música y lo hizo escuchar a Elvis Presley por primera vez. En 1957, Julia le compró a John su primera guitarra. Mimi tomaba con escepticismo el interés de John por la música y solía repetir “La guitarra está muy bien, John, pero nunca podrás hacer una vida con ella.”
Fue en una de esas visitas a Mendips cuando Julia Stanley sufrió un accidente que le costó la vida. Había ido a tomar el té y a chismorrear con su hermana, como de costumbre, y cuando volvía de regreso a su hogar fue atropellada por un conductor borracho. John, de diecisiete años, quedó devastado. En ese tiempo, atenazado por el dolor, solía beber más de la cuenta y a su natural ironía sumaba, muchas veces, un comportamiento agresivo.
A mediados de los ’50, John formó su primera banda, The Quarrymen. En 1958, Paul McCartney se sumó al equipo. El pequeño George Harrison no tardó en llegar. The Quarrymen mutó hasta convertirse en The Beatles. Hubo miembros que fueron y vinieron, pero la formación definitiva de The Beatles se completó con la llegada de Ringo Starr, poco después de que el grupo consiguiera su primer contrato de grabación.
De ahí en más, la historia es harto conocida. La beatlemanía sacudió al mundo. John, Paul, George y Ringo se convirtieron en los músicos más famosos y adorados de la historia.
The Beatles se separaron en 1970. John había estado casado con su novia de adolescencia, Cynthia Powell, madre de su primer hijo, Julian. Para cuando la banda se disolvió, ya se había enredado sentimentalmente con Yoko Ono, una exótica artista japonesa, que resultó ser la compañera ideal para el inquieto muchacho de Liverpool.
John y Yoko se embarcaron en llamativas campañas a favor de la paz. Se casaron el 20 de marzo de 1969, en Gibraltar, y pasaron su luna de miel en la habitación 702 del Hotel Hilton de Ámsterdam. Invitaron a la prensa mundial a pasar a la habitación todos los días desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, durante una semana. John y Yoko permanecían sentados en la cama hablando de la paz y, eventualmente, cantando. El Bed-in (tal fue el nombre con el que se bautizó al evento) se repitió más tarde en Toronto. En Viena, Lennon y Ono ofrecieron una conferencia de prensa dentro de una bolsa. El concepto, bautizado Bagism (algo así como “embolsamiento”) apuntaba a demostrar lo mucho que dificultaban los prejuicios y estereotipos a las relaciones humanas. Dentro de la bolsa, nadie podía ver sus aspectos físicos ni sus condiciones raciales, y la comunicación fluía más libremente.
Sean Lennon, el hijo de John y Yoko, nació el 9 de octubre de 1975. A partir de ese momento, John Lennon se recluyó en su departamento en el edificio Dakota, en Nueva York, para cuidar a su bebé y ocuparse de su casa. En alguna entrevista hizo alusión a la fascinación que le produjo ver su primer pan horneado, y señalo que, como podría atestiguar cualquier ama de casa, cuidar al bebé y hornear pan eran trabajos de tiempo completo.
En 1980, después de cinco años de ausencia, John Lennon estaba de vuelta con un maravilloso disco, “Double Fantasy”. Apenas pudo disfrutar del éxito de su nuevo trabajo. La noche del 8 de diciembre de 1980, cuando regresaba a su casa desde un estudio de grabación, acompañado por Yoko, fue asesinado por un supuesto fan desquiciado. Las últimas palabras de John Lennon fueron para un policía que se acercó a socorrerlo. “Soy John Lennon, de Los Beatles”, dijo. En ese momento, un segundo antes de morir, la película de su vida debe haber pasado frente a sus ojos de manera infinitamente veloz. Quizás fue esa película lo que lo hizo reconciliarse con ese pasado del que había tratado de escapar y del cual había renegado muchas veces. “Soy John Lennon, de Los Beatles”, dijo. Y creo que en ese instante final comprendió que iba a ser “John Lennon, de Los Beatles” para siempre.
Ya pasaron 30 años desde que John se fue. Todavía se lo extraña. Cada tanto, la industria musical intenta vendernos a los nuevos Beatles, grupos que, a la larga, terminan resultando un fiasco. Quizás no sean bandas tan malas, pero les falta el ingrediente esencial que hizo que The Beatles fueran lo que fueron: la magia. En The Beatles, el todo era mucho más que la suma de las partes. Había algo ahí que escapaba a cualquier análisis o nomenclatura. Algo misterioso, con sesgo de milagro. Algo que ha perdurado durante todos estos años y cosecha nuevo fanáticos día a día.
Hay pocas cosas que me conmuevan tanto como un fan de The Beatles haciendo sus primeros pinitos. Chicos de once, doce o trece años. Me conmueven porque me remiten inmediatamente a mi niñez y a mi adolescencia. Me reconozco en ellos. Me emocionan, además, porque son la prueba más acabada de que la magia sigue intacta.
Hace más de treinta años moría John Lennon. Mucho se ha dicho sobre él y mucho se dirá. No hace falta nombrar a su asesino. Su nombre debería ser borrado de todos los homenajes a John, porque él pretendió pasar a la historia parasitando a un grande. Parasitándolo de la peor manera. No le demos el gusto de colocar su nombre al lado del de Lennon. No lo merece. Merece el olvido, que es la peor de las muertes.
A esta altura, los datos biográficos de John Lennon son irrelevantes. De hecho, estoy escribiendo esta nota sin consultar ningún libro, ni siquiera un artículo de Wikipedia. Puede ser que la memoria me traicione y confunda alguna fecha o algún escenario. No importa: lo que realmente importa es la magia.
Fue esa magia la que inspiró a varios de los poetas más importantes de nuestro tiempo. Mi homenaje para John pasa hoy por compartir con ustedes algunos de los poemas que inspiró. Aquí va la primera parte.
Te extrañamos, John.
Give Peace a Chance.
Viene del lado inmóvil del tiempo, suena
desde una cueva oscura esa voz que nadie localiza,
flota en el aire,
se empoza en la nostalgia, como un presagio líquido,
surcando la penumbra gris del atardecer.
He aquí, en un remolino de pájaros, la música;
el vértigo indomable de la voz, y John Lennon
sueña, imagina, eleva
la construcción del grito, la precisión insomne
de la luz insaciada.
John Lennon, a lo lejos,
trepa por el crepúsculo,
y reverdece el cauce del calendario,
como si un maremoto,
recorriendo el declive de la memoria,
el velo del origen descorriera.
He aquí la perfección de la tristeza
que mide la distancia de la noche,
su indescifrable código,
sus ocultos designios, en tanto
dilapida sus pétalos la duda.
No es acaso John Lennon quien cruza la avenida,
sino una sombra dulce que no borró la lluvia,
anclada a un tocadiscos que, pese a todo, suena,
mientras entre los sauces se atrinchera el otoño.
desde una cueva oscura esa voz que nadie localiza,
flota en el aire,
se empoza en la nostalgia, como un presagio líquido,
surcando la penumbra gris del atardecer.
He aquí, en un remolino de pájaros, la música;
el vértigo indomable de la voz, y John Lennon
sueña, imagina, eleva
la construcción del grito, la precisión insomne
de la luz insaciada.
John Lennon, a lo lejos,
trepa por el crepúsculo,
y reverdece el cauce del calendario,
como si un maremoto,
recorriendo el declive de la memoria,
el velo del origen descorriera.
He aquí la perfección de la tristeza
que mide la distancia de la noche,
su indescifrable código,
sus ocultos designios, en tanto
dilapida sus pétalos la duda.
No es acaso John Lennon quien cruza la avenida,
sino una sombra dulce que no borró la lluvia,
anclada a un tocadiscos que, pese a todo, suena,
mientras entre los sauces se atrinchera el otoño.
JOHN
LENNON –OSCAR HAHN
La vida comienza a los cuarenta
dijo John Lennon encendiendo las velas
en el comedor del edificio Dakota
La otra vida comienza ahora mismo
dijo la muerte apretando el gatillo
en la puerta del edificio Dakota
Porque después de esta muerte no hay otra
dijo la voz apagando las velas
y al que le venga el luto que se lo ponga.
La vida comienza a los cuarenta
dijo John Lennon encendiendo las velas
en el comedor del edificio Dakota
La otra vida comienza ahora mismo
dijo la muerte apretando el gatillo
en la puerta del edificio Dakota
Porque después de esta muerte no hay otra
dijo la voz apagando las velas
y al que le venga el luto que se lo ponga.
EN VANO – JULIO CARABELLI
John Lennon canta un blues en la estación de subte
Un policía observa obstinado en su aprensión
A una muchacha negra de increíble belleza
Que quizá lleve un kilo de anarquista pasión
En su gran bandolera vacía de certezas
Vacía como los rieles de su preocupación
Ella lleva el mensaje de su lápiz cereza
Sin ver al policía ni escuchar la canción.
John Lennon canta un blues en la estación de subte
"Ayúdame
Ayúdame a ayudarnos" reitera en su oración
La guerra
Sucede en otra parte pero nace en nosotros
La vida
Viaja en un tren de carga que nunca ha de llegar.
John Lennon canta un blues en la estación de subte
Sabe que para nada servirá su canción
El Hombre es un desgaste una ruina que piensa
Sin más alternativa que su propia ambición
Muchas veces la muerte parece el objetivo
Y la vida un fatídico capricho de ese dios
Absurdo pasajero de trenes que no llegan
Por mucho que John Lennon suplique en la estación.
John Lennon canta un blues en la estación de subte
Un policía observa obstinado en su aprensión
A una muchacha negra de increíble belleza
Que quizá lleve un kilo de anarquista pasión
En su gran bandolera vacía de certezas
Vacía como los rieles de su preocupación
Ella lleva el mensaje de su lápiz cereza
Sin ver al policía ni escuchar la canción.
John Lennon canta un blues en la estación de subte
"Ayúdame
Ayúdame a ayudarnos" reitera en su oración
La guerra
Sucede en otra parte pero nace en nosotros
La vida
Viaja en un tren de carga que nunca ha de llegar.
John Lennon canta un blues en la estación de subte
Sabe que para nada servirá su canción
El Hombre es un desgaste una ruina que piensa
Sin más alternativa que su propia ambición
Muchas veces la muerte parece el objetivo
Y la vida un fatídico capricho de ese dios
Absurdo pasajero de trenes que no llegan
Por mucho que John Lennon suplique en la estación.
SED AMNÉSICA DE
FAMA - ALLEN GINSBERG
Un “cazador de autógrafos” armado con un plato dorado y una pistola se arrodilló frente a John y mató a Los Beatles.
Un artista con trenzas
cruzó San Pedro en puntas de pie
y desesculpió
el codo pulido de mármol de
Michelangelo
con un martillo,
Cristo indefenso en los brazos de
su Mamá de piedra.
Mirando desde la tela, bajo sus
Sombreros Emplumados,
los Ronderos Nocturnos de
Rembrandt
no vieron al Cortador
que les partió los jubones con
una navaja.
¿Alguien se robó para siempre del
Louvre la sonrisa de la Mona Lisa?
Un “cazador de autógrafos” armado con un plato dorado y una pistola se arrodilló frente a John y mató a Los Beatles.
Un artista con trenzas
cruzó San Pedro en puntas de pie
y desesculpió
el codo pulido de mármol de
Michelangelo
con un martillo,
Cristo indefenso en los brazos de
su Mamá de piedra.
Mirando desde la tela, bajo sus
Sombreros Emplumados,
los Ronderos Nocturnos de
Rembrandt
no vieron al Cortador
que les partió los jubones con
una navaja.
¿Alguien se robó para siempre del
Louvre la sonrisa de la Mona Lisa?
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