viernes, 30 de septiembre de 2016

NUEVOS ENCUENTROS, VIEJOS AMORES


NUEVOS ENCUENTROS, VIEJOS AMORES

"Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio deberá cuidar -eso sí- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla."
Balada de la Primera Novia", Alejandro Dolina  

Dicen los que saben que, donde hubo fuego, cenizas quedan.  Y que todo gran (o pequeño) romance trunco deja abierta la puerta para una segunda vuelta. Ustedes ya saben, queridos míos, lo que yo pienso, en general, de mis ex. No volvería, ni siquiera, a tomar un café con ellos aunque me lo pidieran de rodillas. Porque casi todos resultaron unos pavotes importantes (por algo son ex). Pero esta postura un tanto maleducada (un café no se le niega a nadie), no impide que recuerde a alguno de ellos con algo de afecto y una pizca de nostalgia y que cada tanto me pregunte: “¿Qué será de la vida de fulano?”, como nos preguntamos todas.  Sobre todo si fulano fue un novio de la adolescencia. Porque no es lo mismo un informal de diecisiete (ya decía Rimbaud que “nadie es serio a los diecisiete años”) que un imbécil de cuarenta.
Antes del boom de las redes sociales, esta inocente pregunta no acarreaba ningún problema serio. Una se la formulaba y quedaba flotando en el limbo, lo que, desde mi punto de vista, no dejaba de ser una bendición. El interrogante  no encontraba respuesta y la imagen de aquel novio de los quince quedaba intacta en el recuerdo.  Su flequillo, sus ojos azules, sus movimientos algo torpes, su media sonrisa. Pero hoy en día, señoras y señores que no saben dónde detenerse, no tienen mejor idea que buscar a sus amores pasados en Facebook. Y algunos tienen tanta mala suerte que los encuentran.
A partir de este momento crucial pueden suceder dos cosas: el buscador de viejos afectos puede saciar su curiosidad y dejar el asunto en paz, o puede cometer la torpeza de enviarle a su antiguo amor un mensaje privado, que dará pie a un intercambio de mensajitos cada vez más personales que harán que los recuerdos y las fantasías conviertan a las viejas cenizas mustias en una hoguera digna de Juana de Arco.  Tarde o temprano, alguno de los implicados en la búsqueda propondrá un encuentro, con la ilusión, algo infantil, de retomar la relación donde la dejaron hace veinte años.
Si ustedes creyeron que veinte años no es nada, tal como postula el tango “Volver”,  se equivocaron fiero. Veinte años es mucho tiempo. En veinte años corrió demasiada agua debajo del puente. Desaparecieron los flequillos, las miradas luminosas y las cinturitas de avispa. Aparecieron las patas de gallo, la calvicie  y la puta grasa abdominal  a la que le canta el desubicado de Arjona.  Ya sé lo que estarán pensando: qué no tiene nada de malo enamorarse de un señor pelado. Y están en lo cierto, queridos míos. Los calvos también tienen su atractivo. Pero una cosa es enamorarse de un pelón que acabamos de conocer y otra muy distinta es haber dejado al Paul McCartney del ’64 y reencontrarnos con Kojak.  ¡Ojo! A los señores puede sucederles otro tanto: nos dejaron de ver cuando éramos Liz Taylor en “Lassie vuelve a casa” y se reencuentran con la gorda malhumorada de “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”. 
Ustedes dirán, cómo no, que antes del encuentro face to face,  los buscadores de viejas pasiones han podido sopesar en qué estado se encontraba su amor adolescente gracias a las fotos de Facebook. Craso error: las fotografías mienten.  Y las de Facebook, más todavía. No olviden, señores, que existe un artilugio diabólico llamado fotoshop  que logra que una ancianita como Mirtha Legrand parezca una muy bien puesta señora de treinta en las publicidades gráficas de las tinturas  Silkey.
¿Pero qué sucede cuando las apariencias físicas no han cambiado tanto o, por el contrario, han mejorado? La otrora tabla de picar carne tiene ahora lolas nuevas.  El nerd de antaño se ha convertido en un señor más que interesante y con un trabajo muy bien remunerado. ¿Puede funcionar el romance? Algunos dirán que sí, otros dirán que no. Yo, tal como podía esperarse de mi reputado carácter lúgubre, sostengo que no. Que en cuanto una comprueba que el señor con el que está cenando no el adolescente idealizado, se acaba la magia. Que la caterva de mariposas cursis que revoloteaban en nuestro estómago cuando contestábamos los mensajitos de aquel amor juvenil, mueren de un síncope. Que nunca más vamos a volver a los diecisiete, por mucho que le pese a Violeta Parra.
Señoras y señores, si están a punto de buscar a un antiguo amor, piénsenlo dos veces.  O tres. O cuatro. Hay un recuerdo bello que puede ser empañado. Un tiempo mágico que puede resultar herido. Un chico de diecisiete años al que podemos robarle, para siempre,  sus movimientos torpes y sus luminosos ojos azules. Y una chica de quince que espera que la dejemos seguir garrapateando poemas edulcorados en ese cuaderno donde pega figuritas de Sarah Kay. Se los digo yo que, después de mucho pensarlo, concluí que me gustaría volver a ver a Tonio pero no quiero saber nada con ningún Sr. Hernández. Porque los recuerdos de nuestros días dorados deben permanecer intactos.

Y porque buscar un Antonio Hernández en Facebook es como buscar una aguja en un pajar.



Ilustración: Carlos Nine 

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