NUEVOS ENCUENTROS, VIEJOS
AMORES
"Las aventuras
verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En
ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio
deberá cuidar -eso sí- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla."
Balada de la Primera
Novia", Alejandro Dolina
Dicen los
que saben que, donde hubo fuego, cenizas quedan. Y que todo gran (o
pequeño) romance trunco deja abierta la puerta para una segunda vuelta. Ustedes
ya saben, queridos míos, lo que yo pienso, en general, de mis ex. No
volvería, ni siquiera, a tomar un café con ellos aunque me lo pidieran de
rodillas. Porque casi todos resultaron unos pavotes importantes (por algo son ex).
Pero esta postura un tanto maleducada (un café no se le niega a nadie), no
impide que recuerde a alguno de ellos con algo de afecto y una pizca de
nostalgia y que cada tanto me pregunte: “¿Qué será de la vida de
fulano?”, como nos preguntamos todas. Sobre todo si fulano fue
un novio de la adolescencia. Porque no es lo mismo un informal de diecisiete
(ya decía Rimbaud que “nadie es serio a los diecisiete años”) que
un imbécil de cuarenta.
Antes del
boom de las redes sociales, esta inocente pregunta no acarreaba ningún problema
serio. Una se la formulaba y quedaba flotando en el limbo, lo que, desde mi
punto de vista, no dejaba de ser una bendición. El interrogante no
encontraba respuesta y la imagen de aquel novio de los quince quedaba intacta
en el recuerdo. Su flequillo, sus ojos azules, sus movimientos algo
torpes, su media sonrisa. Pero hoy en día, señoras y señores que no saben dónde
detenerse, no tienen mejor idea que buscar a sus amores pasados en Facebook.
Y algunos tienen tanta mala suerte que los encuentran.
A partir
de este momento crucial pueden suceder dos cosas: el buscador de viejos afectos
puede saciar su curiosidad y dejar el asunto en paz, o puede cometer la torpeza
de enviarle a su antiguo amor un mensaje privado, que dará pie
a un intercambio de mensajitos cada vez más personales que
harán que los recuerdos y las fantasías conviertan a las viejas cenizas mustias
en una hoguera digna de Juana de Arco. Tarde o temprano,
alguno de los implicados en la búsqueda propondrá un encuentro, con
la ilusión, algo infantil, de retomar la relación donde la dejaron
hace veinte años.
Si
ustedes creyeron que veinte años no es nada, tal como postula el
tango “Volver”, se equivocaron fiero. Veinte años es mucho
tiempo. En veinte años corrió demasiada agua debajo del puente.
Desaparecieron los flequillos, las miradas luminosas y las cinturitas de avispa.
Aparecieron las patas de gallo, la calvicie y
la puta grasa abdominal a la que le canta el desubicado de
Arjona. Ya sé lo que estarán pensando: qué no tiene nada de malo
enamorarse de un señor pelado. Y están en lo cierto, queridos míos. Los calvos
también tienen su atractivo. Pero una cosa es enamorarse de un pelón que
acabamos de conocer y otra muy distinta es haber dejado al Paul McCartney del
’64 y reencontrarnos con Kojak. ¡Ojo! A los señores puede sucederles otro
tanto: nos dejaron de ver cuando éramos Liz Taylor en “Lassie vuelve a
casa” y se reencuentran con la gorda malhumorada de “¿Quién le
teme a Virginia Woolf?”.
Ustedes
dirán, cómo no, que antes del encuentro face to face, los
buscadores de viejas pasiones han podido sopesar en qué estado se encontraba su
amor adolescente gracias a las fotos de Facebook. Craso error: las
fotografías mienten. Y las de Facebook, más todavía. No
olviden, señores, que existe un artilugio diabólico llamado fotoshop
que logra que una ancianita como Mirtha Legrand parezca una muy bien puesta
señora de treinta en las publicidades gráficas de las tinturas Silkey.
¿Pero qué
sucede cuando las apariencias físicas no han cambiado tanto o, por el contrario,
han mejorado? La otrora tabla de picar carne tiene ahora lolas nuevas.
El nerd de antaño se ha convertido en un señor más que
interesante y con un trabajo muy bien remunerado. ¿Puede funcionar el romance?
Algunos dirán que sí, otros dirán que no. Yo, tal como podía esperarse de mi
reputado carácter lúgubre, sostengo que no. Que en cuanto una comprueba que el
señor con el que está cenando no el adolescente idealizado, se acaba la magia.
Que la caterva de mariposas cursis que revoloteaban en nuestro estómago cuando
contestábamos los mensajitos de aquel amor juvenil, mueren de
un síncope. Que nunca más vamos a volver a los diecisiete, por
mucho que le pese a Violeta Parra.
Señoras y
señores, si están a punto de buscar a un antiguo amor, piénsenlo dos veces.
O tres. O cuatro. Hay un recuerdo bello que puede ser empañado. Un tiempo
mágico que puede resultar herido. Un chico de diecisiete años al que podemos
robarle, para siempre, sus movimientos torpes y sus luminosos ojos
azules. Y una chica de quince que espera que la dejemos seguir garrapateando
poemas edulcorados en ese cuaderno donde pega figuritas de Sarah Kay. Se los
digo yo que, después de mucho pensarlo, concluí que me gustaría volver a ver a
Tonio pero no quiero saber nada con ningún Sr. Hernández. Porque los recuerdos
de nuestros días dorados deben permanecer intactos.
Y porque buscar un Antonio Hernández en Facebook es como buscar
una aguja en un pajar.
Ilustración: Carlos Nine
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