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“Si las mujeres participamos en el discurso de la pornografía tenemos una excelente oportunidad de explicarles a los hombres nuestra sexualidad de manera explícita y gráfica. ¿Qué mejor ocasión para ayudarles entender algo que todas sabemos que a muchos les cuesta comprender?”
Erika
Lust
Harto sabido es que, tradicionalmente, el cine pornográfico está pergeñado por hombres y dirigido a un público esencialmente masculino. Se supone que las mujeres de bien no consumen pornografía. Y si la consumen lo hacen únicamente para complacer a sus cachondos partenaires. Yo, lo confieso, he visto poco porno en mi vida, a pesar de mi fulgurante paso por un video club de Bernal, donde conviví alegremente con obras maestras interpretadas por Ginger Lynn, Traci Lords y la Cicciolina. Y eso que estas señoras me caen extremadamente simpáticas. La última película porno a la que me atreví, una lamentable parodia de los Picapiedras, me sacó las pocas ganas que tenía de explorar en esta disoluta rama del 7º Arte. Esto sucedió hace muchos, pero muchos años. Cuando las damas todavía tenían vello púbico y no parecían gallinas desplumadas (como verán, queridísimos lectores, el postulado de que el vello púbico no es femenino me parece de lo más descabellado, valga la redundancia; si no fuera femenino a las mujeres jamás nos crecerían pelos en las partes: lógica pura).
Como consecuencia de estar
dirigido esencialmente al público masculino, el cine porno repite hasta el
hartazgo los estereotipos femeninos que, supuestamente, calientan a las
varoniles y sudorosas masas: la
enfermera hot, cuyo diminuto
uniforme deja la mitad de su culo al aire; la
mucama alzada, cuyo diminuto
uniforme deja la mitad de su culo al aire; la
colegiala calenturienta, cuyo
diminuto uniforme deja la mitad de su culo al aire; etc., etc., etc. A las
mujeres, según dicen los
expertos (ya se sabe que en
el siglo XXI hay expertos para todo), nos cuesta
identificarnos con estas hembras voraces, multiorgásmicas y siempre dispuestas
al chichoneo. Por eso, en general, nos embolamos con las porno tradicionales.
Para no perderse al público
femenino, algunas gentes avivadas han inventado el Posporno: películas hechas por y para mujeres,
que ponen patas para arriba las reglas machistas del género y prometen a las
damiselas algo más que primeros planos de tetas gigantes y penes descomunales.
Esta historia del Posporno comenzó hace algunos años, cuando
directoras como Annie Sprinkle o Candida Royalle repararon en el jugoso negocio
que resultaría filmar pornografía desde el punto de vista femenino. Estas
chicas revolucionarias erradicaron de sus films a las siliconas uniformadas, siempre al servicio del masculino, y
echaron mano a heroínas más reales, de edades diversas y anatomías corrientes.
Las realizadoras decidieron, también, jugarse por argumentos que excedieran la
gimnasia sexual interrumpida y tuvieran en cuenta las vivencias de las
protagonistas de sus películas. Al principio y como es de suponer, estos
novedosos filmes fueron resistidos por la industria porno, aferrada con uñas y
dientes a la rubia tetona de
poco seso y lengua diligente. Pero hoy en día están totalmente aceptadas, a
Dios gracias. Aunque dudo que Dios tenga algo que ver con estas chanchadas.
Annie Sprinkle, la primera
estrella del porno convertida en artista y sexóloga, con doctorado incluido, produjo y protagonizó sus propias
películas por más de treinta años, además de realizar trabajos fotográficos y
lecturas universitarias, siempre relacionados con la temática sexual. La
Sprinkle puso en tela de juicio los roles sexuales establecidos, tanto de
hombres como de mujeres. Sus escandalosas performances dieron mucho que hablar: una de
las más polémicas fue aquella en la que, sentada en el escenario con las
piernas abiertas de par en par, invitó a la audiencia a mirar dentro de su
vagina con un espéculo. “El
sexo siempre ha tenido un papel muy importante en mi vida, tanto si lo practico
como si no. Tanto si tengo multitud de amantes o solo uno. He tenido relaciones
sexuales con más de tres mil quinientas personas. Pero en los últimos doce
años, solamente he tenido un amante cada vez. He disfrutado ambas posturas.
Creo que estamos siempre en el lugar adecuado en el momento oportuno cuando se
trata de nuestra evolución sexual. En este momento estoy locamente enamorada y
no puedo ni imaginarme tener relaciones sexuales con otra persona”, declaró Annie sin ponerse colorada.
Una, que es capaz de contar a sus amantes con los dedos de una mano (bue, de
dos), no puede dejar de sorprenderse ante la cantidad exorbitante de parejas
sexuales de la Sprinkle. Que el Cielo le conserve el ímpetu. Aunque, repito, no
sé si el Cielo se inmiscuye en estos asuntos tan mundanos.
Candida Royalle, ex actriz
porno y exitosa mujer de negocios, instituyó en 1984 Femme, su propia empresa de
entretenimiento para adultos. Es miembro de la Asociación Americana de Educadores Sexuales, y fundadora de la Feminist for Free Expression. Además, la emprendedora muchacha lanzó
al mercado el vibrador "Natural
Contours" que tiene
silueta curva para adaptarse a la forma de la vulva. Las películas de la
Royalle son celebradas por el público.
Erika Lust, la sueca de 32
años que se convirtió en los últimos años en la directora de cine Posporno más famosa de España, es un referente
obligado de esta movida erótica femenina y feminista. La muchacha nació en
Estocolmo en 1977 y se licenció en Ciencias Políticas en Suecia,
especializándose en Feminismo en la Universidad de Lund. En el año 2000 se instaló
en Barcelona, donde formó una familia. Erika fundó su propia productora de
cine, Lust Films, y
escribió una serie de libros de títulos impactantes: “Porno para mujeres” (una guía para entender y disfrutar el
cine X), “Por qué las suecas
son un mito erótico”, “La Biblia erótica de Europa” y “Ámame como me odias” (manual harto prometedor que se
interna en el mundo del bondage con entusiasmo y alegría). Lust filmó también
una serie de películas de éxito: “Cinco historias para ellas” (premiada en los festivales de
Berlín y Toronto), “Barcelona
Sex Project”, “Las
esposas” y “Vida, amor, lujuria”. Erika Lust tiene una explicación para
el enorme éxito de su trabajo: “Las
chicas de mi generación somos liberales y queremos ver sexo explícito, ¡estamos
hartas de que todos crean que queremos ver velas, flores y una pareja haciendo
el amor delante de una chimenea! Leemos revistas de moda, hablamos de política,
luchamos por nuestros derechos, tenemos el último móvil, un ordenador portátil
y un vibrador de diseño. Hay miles de productos diseñados para nosotras, pero
todavía no hay casi ningún producto audiovisual para adultos que nos guste.
Queremos algo más atrevido que «Sexo en Nueva York» pero más contemporáneo y
moderno que el porno tradicional. Por primera vez en la historia tenemos
nuestro dinero propio. Y por primera vez el sexo no es tabú. Y si añadimos que
vivimos solas, tenemos toda la tecnología y sabemos manejarla yo veo un público
potencial muy poderoso.”
Las películas de la Lust
están protagonizadas por mujeres comunes, tienen un gran cuidado estético, una
trama medianamente interesante, buena música y lindos escenarios. Una puede
conocer a sus heroínas antes de que las chicas revoleen sus prendas íntimas.
Estos filmes modernos adolecen de situaciones boludas e inverosímiles. No van a
encontrar en ninguno de ellos a una pavota que descubre a su partenaire y a su
mejor amiga retozando entre las sábanas y, en lugar de golpearlos
frenéticamente como haría una mujer normal, se une alegremente a la fiesta. Ni vaginas
parlantes, ni penes elocuentes, ni lamentables parodias de “La isla de Gilligan”. Tampoco se van a topar con atuendos
prostibularios: nada de tacos de 30 centímetros, ni medias de red ni uniformes
diminutos que dejan medio culo al aire. Alabada
sea Erika.
Si ustedes, queridas
lectoras, todavía tienen algún prurito que les impide disfrutar de una película Posporno, sepan que es de lo más natural que las
mujeres nos sintamos atraídas por esta variante cinematográfica. Según Esther
Perel, autora del best-seller “Inteligencia
erótica”, cuando una señora o
señorita mira una película de éstas, se imagina en el lugar de la protagonista.
Igual que cuando mira “Los
puentes de Madison”. Pero sin
corpiño.
Para demostrar que soy una
chica moderna, trataré de borrar de mi mente ese horrible remedo de los Picapiedras que me quemó el seso y me internaré ya
mismo, gozosamente y sin culpa, en el jadeante universo del Posporno. Porque yo también estoy harta de las velas, las flores y la baba
inmunda y azucarada que venden las comedias hollywoodenses rosas, las
telenovelas mexicanas y los libros de Danielle Steel. Y ando buscando alguna cosa un poquito
más caliente.
Juro por mis
calzones que mañana les cuento.
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