NOVIAS TRÁGICAS: SOY LEYENDA I
“Lo que más me duele de morir, es no morir de amor.”
Gabriel García Márquez, "El amor en los tiempos del cólera"
El
día de su boda es, para cualquier mujer, un momento sumamente especial. Cierto
es que la gente ya no se casa tanto como antes, pero quienes eligen hacerlo
desean que ese evento sea el inicio de una historia de amor eterna. Por eso los
casamientos están rodeados de costumbres muy arraigadas en la cultura popular orientadas a que la suerte no abandone jamás a los
intrépidos contrayentes.
Todos hemos escuchado alguna vez que la novia debe llevar consigo algo viejo, algo nuevo, algo azul y algo prestado. Que la novia
lleve algo viejo suele estar
relacionado con la amistad y la buena dicha que esa amistad quiere compartirle
a la novia en su nueva vida. Algo nuevo augura un
futuro resplandeciente para la pareja. La novia debe llevar algo prestado de una mujer que está felizmente casada para que el
objeto le transmita esa buena fortuna. Algo
azul simboliza la fidelidad y del amor.
El famoso vestido blanco representaba, en otras épocas, la pureza e
inocencia de las novias. Se cree que
este color se popularizó alrededor de 1840 cuando la reina Victoria de
Inglaterra lució un vestido blanco para su boda. El velo también simbolizaba originalmente
la juventud y pureza, y era el novio era el único que podía levantar el velo de
su prometida. Además, en la antigua Roma, se creía que era una forma de
proteger a la novia de las miradas envidiosas y los celos. La sabiduría popular inglesa asegura, también, que una araña en el vestido de la novia le asegura buena suerte en su
nueva vida. Y que coser una moneda en el
dobladillo del vestido atraía la bonanza económica. Que la novia rompa
el vestido el día de su boda augura que el matrimonio culminará con una muerte
prematura.
El ramo representa las emociones, naturaleza y delicadeza
de la novia. En México se acostumbra portar tres ramos: el primero se entrega a
la Virgen de Guadalupe después de la ceremonia religiosa para pedir su
bendición en el matrimonio y agradecerle su compañía. El segundo se usa para
lanzarlo a las solteras con la creencia de que quien lo ataje será la
próxima en casarse. Y el tercero es el que la novia puede guardar
como recuerdo. La liga de la novia cumple una función similar a la del
ramo: el novio la retira de la pierna de prometida y la lanza a los solteros. El
que la atrape será el próximo en casarse.
En la mayoría de los países se acostumbra que el novio le entregue un
anillo de compromiso a la novia para pactar el enlace. Éste debe portarse en el
dedo anular por el cual pasa la vena
amoris directamente desde el corazón. La tradición se le atribuye al
archiduque Maximiliano de Austria, quien en 1477 le entregó un anillo con un
diamante a su prometida. También en la mayoría de los países está
terminantemente prohibido que la novia se engalane con perlas: desde la época
de los antiguos romanos, la superstición considera a las perlas como las lágrimas de los
ángeles, por lo que se dice que si la novia luce perlas el día de su boda,
habrá muchas lágrimas durante su matrimonio.
La tradición que apunta a que los novios no se vean uno al otro antes de
la boda tiene un origen para nada romántico: se remonta a
los tiempos de los matrimonios concertados. Entonces se creía que si los novios
se veían antes de la ceremonia, podían cambiar de opinión sobre la boda y
cancelarla. Hoy, sin embargo, muchas parejas eligen verse y tomarse fotografías
antes de dar el sí.
Para atraer la buena suerte el novio debe llegar a la iglesia antes que la novia y además entrar al templo con el
pie derecho. Y con la corbata perfectamente derecha. Si está torcida puede ser un augurio de infidelidad.
Los mejores días para casarse, según la tradición, son los
lunes, los viernes y los domingos. El lunes, día de la Luna, asegura la
fertilidad; el viernes, día de la diosa Venus, atrae el amor duradero; y el
domingo, día del Sol, atrae la felicidad a la pareja. Los peores días
son los martes: según la mitología Romana, Marte es el dios de la guerra, por
lo que se cree que este día es propicio para desgracias o catástrofes.
Tampoco es una buena idea casarse en enero: se dice que contraer enlace el primer mes
del año atrae problemas económicos durante todo el matrimonio. En
algunas culturas se cree que si el día de la boda llueve, el matrimonio será
bendecido con el don de la fertilidad. Además de considerar a la lluvia un
agente purificador.
Que la novia llore durante la ceremonia es una buena señal:
la espera un matrimonio feliz. Ya habrá derramado todas sus
lágrimas y no tendrá que llorar durante su vida conyugal. Y más feliz será si suenan campanas: según
la tradición irlandesa, alejarán a los
espíritus malignos y aseguraran una vida familiar armoniosa. Algunas
novias irlandesas, incluso, llevan pequeñas campanas en sus ramos como
recordatorio de sus votos sagrados.
La costumbre de arrojar arroz a los novios después de
contraer enlace tiene su origen en Oriente: el arroz simboliza la fertilidad y la
descendencia en la nueva pareja. Las almendras y los confites son
también un símbolo de salud, fertilidad y longevidad, por lo que suelen
obsequiárseles a los invitados. En Italia, algunos recién casados rompen un vaso
o una copa de cristal. Se cree que la cantidad de piezas en las que se rompa el
cristal simbolizará el número de años en que estarán felizmente casados.
Los invitados a la celebración tienen que evitar regalar
cuchillos a los recién casados. Se cree que recibir cuchillos como obsequio de
bodas simboliza la disolución del matrimonio, por lo que se recomienda que los
novios le den una moneda a la persona que les regaló cuchillos para que sea una
compra y no un regalo.
La novia debe entrar a su nuevo
hogar cargada por su esposo: en la antigua Roma se pensaba que la novia era vulnerable a
los malos espíritus el día de su boda, por lo que el novio tenía que cargarla
en brazos para evitar que ella tropezara al entrar a su casa, lo que era señal de futura mala suerte. Por último, la encantadora costumbre de atar
cintas y latas en la parte posterior del auto de los novios busca asustar a los
malos espíritus y ahuyentar la envidia que puede generar la nueva pareja.
Para que todo salga bien, además, la novia no debe utilizar su nombre de casada antes
de la boda, ya que se cree que al hacerlo juega con su
destino y puede provocar que la ceremonia se suspenda. Y evitar, por todos los
medios, cruzarse con una monja o un sacerdote camino a su boda, ya que de
hacerlo tendrá una vida infértil y dependerá de la caridad.
De seguro hubo y habrá en el mundo muchas novias
afortunadas que han seguido estas premisas al pie de la letra. Ninguna pasará a
la historia. Pero muchas novias que, por un motivo u otro, vieron destruida la
ilusión de un matrimonio feliz se han convertido en mito. Sus amargas historias
(mucho más interesantes que la clásica fueron felices y comieron perdices) van
de boca en boca a través de los años y forman parte de la cultura popular de
diferentes países. Aquí les traigo, entonces, la primera parte de esta lista de
novias trágicas que se han transformado en leyenda.
LA CUESTA DE JOSEFINA
Guánica es
un municipio ubicado al sudoeste de Puerto Rico. Limita al sur con el mar Caribe, al este con Yauco, al oeste con Lajas y al norte con Yauco y Sabana Grande. La carretera que va de Guánica a Lajas, en el tramo de la PR 116, pasa
justo por la cantera bautizada la "Cuesta de Josefina”. La leyenda cuenta que a
principios del siglo XIX, cuando el único medio de transporte en la zona era el
caballo, una joven iba galopando, vestida con su traje de novia, rumbo al altar
de la iglesia en Ensenada. Un movimiento abrupto del caballo provocó que la
novia cayera de espaldas, muriendo instantáneamente. Aparentemente, la muchacha
se llamaba Josefina, y, a partir de su muerte, el lugar fue rebautizado con su
nombre.
Luego de este trágico accidente, comenzaron a registrarse en la zona
eventos sobrenaturales. A altas horas de la noche se escucha relinchar furiosamente a un caballo, y varias personas juran que han visto deambular en el lugar a una
muchacha vestida de novia. Todos dan por sentado que es el fantasma de
Josefina, buscando, eternamente, al muchacho con el que iba a casarse y la
esperó en vano en el altar.
LA CASA DE LOS LEONES
El millonario Eustoquio Díaz Vélez, hijo
del General Eustoquio Antonio Díaz Vélez, figura relevante en la lucha por
la independencia argentina, era dueño de la mansión de estilo francés
ubicada hasta hoy en la avenida Montes de Oca 110, en el barrio de Barracas (Ciudad
Autónoma de Buenos Aires). La leyenda cuenta que Eustoquio tenía pasión
por los leones, por lo que hizo traer de África tres hermosos ejemplares. Los animales estaban sueltos en el jardín
por la noche (salvo que se celebrara algún evento nocturno), y durante el
día permanecían en sus jaulas.
Una de las hijas de Díaz Vélez, María
Mathilde, conoció a un joven de alta alcurnia, de quien
se enamoró, y al poco tiempo, la pareja decidió comprometerse. Eustoquio,
rebosante de felicidad por semejante acontecimiento, decidió festejar a lo
grande y realizar la celebración del compromiso en su casa con
vecinos, familiares y amigos de toda la vida.
La noche de la fiesta, cuando el novio
hacía entrega a María Mathilde del anillo que sellaría su compromiso, uno de
los leones de Eustoquio se abalanzó ferozmente sobre él. Su jaula había quedado mal cerrada y este descuidó desencadenó la tragedia.
Don Díaz Vélez tomó una escopeta y puso fin a la vida del animal, lo que no
impidió que el joven novio falleciera. Las ilusiones de María
Mathilde quedaron hechas trizas y se suicidó poco tiempo después de sucedida la
tragedia.
Eustoquio Díaz Vélez se deshizo de los
leones y, curiosamente, mandó a construir las estatuas de estos animales que
hoy decoran la mansión. Entre ellas, se destaca una de un león atacando a un
hombre.
Algunos historiadores aseguran que esta
leyenda carece de fundamentos ya que Eustoquio nunca tuvo una hija, la fiesta
jamás existió y las estatuas de leones responden a la moda
decorativa de la época. Otros testimonios afirman que la tragedia fue un
hecho real. Cierto o no, la historia de Montes de Oca 110 es una
leyenda urbana muy popular en Buenos Aires.
EL CERRO
DE LA NOVIA
Huacho es una ciudad en la costa central
del Perú, capital de la provincia de Huaura y sede regional del departamento de Lima.
Uno de los distritos que lo componen es Santa María. Allí hay un cerro que
sobresale por su tamaño y su consistencia arenosa. En su falda hay un camino
muy transitable.
Cuenta la leyenda, que en las noches de luna llena, en lo alto del
cerro, aparece una mujer vestida de
novia y entona canciones de amor tristes y melancólicas. Los pobladores
de la zona aseguran que es el fantasma de una muchacha cuya dicha se vio truncada
en el mismísimo momento de su boda a causa de un violento terremoto que acabó
con la vida de todos los que se habían
congregado en la iglesia para acompañarla, incluyendo al novio, siendo ella la
única sobreviviente.
Luego
de este terrible suceso, la novia descubrió que estaba embarazada.
Profundamente deprimida porque el padre del niño por nacer había muerto sin
saberlo, tomó la trágica decisión de suicidarse, acto que llevo a cabo en el
lugar donde se levantaba la iglesia destruida por el terremoto.
Los
pobladores de Santa María, especialmente los niños, temen transitar el camino
del “Cerro de la novia” en las noches de luna llena, por temor a ser
secuestrados por el espíritu en pena.
Otra
versión de la leyenda dice
que el espíritu errante es el de una
mujer que murió pocos días antes de celebrar su boda, por lo que se niegue a
abandonar este plano, incapaz de renunciar a la felicidad que esperaba
vivir. Se dice que su pesar se intensificó al ver que su antiguo novio no tardó
en reemplazarla.
"Forgotten Memories" (Eireen)
CURUZÚ LA NOVIA
Formosa es una de las veintitrés
provincias que componen la República Argentina. Allí circula, hace más
de setenta años, la leyenda de “Curuzú la
Novia”. Con este nombre se conoce también una
zona de camping y lugar de pesca ubicado sobre las orillas de la laguna Oca,
distante a unos 8 kilómetros de Formosa capital. Esta laguna desemboca en el río Paraguay, y linda con una isla ubicada en
una de sus riberas, a la que los pobladores de la zona denominan isla
Oca.
Cuenta la historia que la isla y la zona que hoy ocupa el camping, estaban habitadas por una gran cantidad de colonos que se dedicaban a la agricultura y a la cría de animales de granja, comercializando sus productos en la ciudad de Formosa, a la que accedían en canoa a remo.
Cuenta la historia que la isla y la zona que hoy ocupa el camping, estaban habitadas por una gran cantidad de colonos que se dedicaban a la agricultura y a la cría de animales de granja, comercializando sus productos en la ciudad de Formosa, a la que accedían en canoa a remo.
En la isla vivía una pareja de enamorados que, por contar con escasos recursos económicos,
no se decidían a casarse. Los padres de la novia presionaban permanentemente
a la pareja para que apresuraran el casamiento, pues ya no admitían tantos años
de noviazgo improductivo. Al final, cansados de las innumerables indirectas y
presiones a las que eran sometidos, los jóvenes decidieron, no muy convencidos,
contraer enlace. La noticia corrió rápidamente en la isla como una novedad que
sorprendió y agradó a todos, pues la pareja era muy apreciada entre los
vecinos. Se fijó la fecha para la boda y los novios, los testigos y
algunos acompañantes prepararon todo para trasladarse en canoa hasta la
delegación del Registro Civil de Formosa y concretar el
enlace.
Terminadas las ceremonias civil y religiosa, la comitiva emprendió el regreso para festejar el feliz acontecimiento con una gran fiesta preparada con la colaboración de todos los habitantes de la isla, pero fueron sorprendidos por una terrible tormenta que provocó el hundimiento de la canoa en la que se trasladaban. Algunos de los pasajeros pudieron salvarse nadando hasta la costa, pero la flamante pareja de recién casados desapareció bajo la superficie de las aguas. Jamás pudieron ser encontrados, pese a que sus amigos y familiares realizaron una incansable búsqueda que duró varios días con sus noches.
Terminadas las ceremonias civil y religiosa, la comitiva emprendió el regreso para festejar el feliz acontecimiento con una gran fiesta preparada con la colaboración de todos los habitantes de la isla, pero fueron sorprendidos por una terrible tormenta que provocó el hundimiento de la canoa en la que se trasladaban. Algunos de los pasajeros pudieron salvarse nadando hasta la costa, pero la flamante pareja de recién casados desapareció bajo la superficie de las aguas. Jamás pudieron ser encontrados, pese a que sus amigos y familiares realizaron una incansable búsqueda que duró varios días con sus noches.
Los padres de
la novia lloraron durante mucho tiempo la irremediable pérdida de su hija,
sintiéndose culpables de lo ocurrido debido a la presión que le habían impuesto
a la pareja, e hicieron erigir en el lugar del hecho una gran cruz de madera en memoria de los malogrados novios.
A esta cruz,
que permaneció mucho tiempo en pie, se la conoce en Formosa como “Curuzú
la Novia” (curuzú: cruz en guaraní) o "Cruz de la Novia".
La leyenda cuenta que, desde entonces, en algunas noches de luna llena, puede verse recortada sobre las aguas de la laguna la silueta de una canoa que intenta cruzar a la otra orilla, pero que de pronto, al llegar a la mitad de su recorrido, desaparece sin dejar rastros.
La leyenda cuenta que, desde entonces, en algunas noches de luna llena, puede verse recortada sobre las aguas de la laguna la silueta de una canoa que intenta cruzar a la otra orilla, pero que de pronto, al llegar a la mitad de su recorrido, desaparece sin dejar rastros.
Otros relatos incluyen en la escena a una mujer vestida de blanco y de triste semblante
deambulando por la orilla como buscando la manera de llegar hasta la
isla.
Se dice, además, que algunos pescadores solitarios suelen ser víctimas de extraños sucesos, como la desaparición de elementos, carnadas y artículos personales.
Se dice, además, que algunos pescadores solitarios suelen ser víctimas de extraños sucesos, como la desaparición de elementos, carnadas y artículos personales.
De la antigua
cruz ya no quedan rastros pero muy cerca de donde se encontraba se ha
construido un precario monolito con dos pequeñas cruces que, sin flores ni
inscripciones, intentan mantener vivo el recuerdo de aquella desafortunada
pareja de isleños.
La desgraciada
novia se llamaba Ángela Quiroga
y todavía tiene en el lugar familiares vivos.
CASCADA VELO DE NOVIA
En el Estado de México, a 20
minutos de la cabecera municipal,
se encuentran la cascada de Valle de Bravo, mejor conocida como "Velo de Novia". Forma
parte del Parque Ecológico Velo de Novia y tiene una caída de agua de 35 metros
aproximadamente.
Cuenta la leyenda que una hermosa joven mazahua de Temascaltepec
se enamoró de un hombre blanco y decidió casarse con él. El joven tenía una
amiga de la infancia, que lo amaba en
secreto y celaba fuertemente a su novia. La noche anterior a la boda, esta mujer despechada le dio a beber al novio
una pócima que lo adormeció y, aprovechando su inconsciencia, se metió a la cama
con él.
Al día siguiente, el novio no apareció en la
iglesia a la hora convenida. Su prometida, preocupada, salió a buscarlo, y lo encontró en brazos de la otra mujer. Desilusionada, corrió a las
afueras de pueblo hasta la cascada de Tenantongo (Avándaro),
y se arrojó al vacío. Su largo velo de novia se atoró en una roca y sufrió una
muerte terrible. Horas después, el novio llegó al lugar y al ver a su amada muerta cayó en la desesperación. Al retirar el velo atorado de la roca, se desprendieron algunas más y el
cauce del agua se agrandó, tomando la apariencia de un velo tul.
El novio en desgracia lloró y rezó desde lo alto de la cascada, y en
un momento de culpa, se arrancó el corazón y lo lanzó al vacío. Éste se
convirtió en una roca y la sangre que brotaba del cuerpo del joven fallecido formó
un pequeño salto de agua que lo golpea y lo hace sonar, haciéndole
saber a su amada que el pétreo corazón late de amor eterno por ella. La novia responde aumentando
el estruendo de la cascada, su forma de decirle a su prometido que su amor es todavía
más grande.
LA NOVIA DEL CEMENTERIO GENERAL
Hay tres versiones de la muerte de Orlita Romero Gómez, conocida como “la novia del Cementerio General”, cuyos restos descansan en Santiago, Chile. Una dice que el día de su boda rodó por las escaleras del altar, accidente que le costó la vida. Otra, que falleció de un infarto durante la boda, y una tercera, que murió de pena porque su prometido nunca llegó al altar, por lo que su espíritu vaga eternamente tratando de encontrar al novio esquivo.
Hay tres versiones de la muerte de Orlita Romero Gómez, conocida como “la novia del Cementerio General”, cuyos restos descansan en Santiago, Chile. Una dice que el día de su boda rodó por las escaleras del altar, accidente que le costó la vida. Otra, que falleció de un infarto durante la boda, y una tercera, que murió de pena porque su prometido nunca llegó al altar, por lo que su espíritu vaga eternamente tratando de encontrar al novio esquivo.
Sin embargo, la versión oficial de su
fallecimiento es distinta. Orlita falleció un 13 de abril de
1943, el día de su cumpleaños número 17, de un ataque al corazón. La
madre, muy afectada por su pérdida, la hizo embalsamar para conservar su
belleza y la vistió de blanco como símbolo de pureza. Cada domingo, la mujer se
acercaba al cementerio a peinar el cabello de la difunta. En un
principio, Orlita descansaba en una urna de cristal pero, con
el paso del tiempo, su cuerpo se fue deteriorando. En la actualidad se
encuentra en una tumba sellada. Su madre falleció hace años.
Su lugar de descanso es visitado por
quienes sufren penas de amor y por estudiantes que piden suerte para sus
exámenes. También la frecuentan las mujeres a punto de casarse para que todo
salga bien y las novias eternas cuyas parejas no se deciden a
dar el gran paso. En la capilla donde se encuentra su cuerpo, los visitantes
dejan corbatas, cuadernos, pañuelos y cartas solicitando su intercesión en
asuntos románticos.
LA PASCUALITA
El 25 de marzo de 1930, un
nuevo maniquí lució el mejor traje de novia de "La Popular", un local
de vestidos de novia muy renombrado en Chihuahua. Los detalles realistas y la enigmática belleza del maniquí, cautivaron a todo
aquel que se detuvo frente la vidriera a admirarlo. “Chonita”, como la bautizó la dueña del
comercio, Pascualita Esparza Perales de Pérez, llenó de misterio a toda la
ciudad, que supuso que, en realidad, era
una mujer embalsamada.
La gente de la ciudad comenzó a
llamar al maniquí “la Pascualita”, en honor a la dueña del comercio, y le
otorgó el título de “la novia más bonita de Chihuahua”. Aunque resultaba
inspiradora para muchos, otros se
sintieron ofendidos por la posibilidad de que se tratara de un cadáver, y no repararon en
quejarse con la dueña, por la “inmoralidad” y los “actos de transgresión hacia Dios” que suponían
tener a una mujer embalsamada en la vidriera.
A partir de la década del '60, el maniquí fue objeto de múltiples rumores. Algunos decían que estaba vivo y era
capaz de moverse durante la noche, cuando la tienda estaba cerrada. Otros afirmaban
haber visto cómo “la Pascualita” les sonreía cuando pasaban por la calle y juraban
que los seguía con la mirada, o que, por unos segundos,
se le podían ver pequeñas venas rojas en los ojos. Se habló también de
empleadas que renunciaron a su trabajo en la tienda porque la vieron llorar y
moverse.
Para explicar los misteriosos
hechos alrededor de “la Pascualita” existen dos teorías. Algunos señalan que
después de su muerte, en 1967, el espíritu de la dueña de la tienda se apoderó
del cuerpo del maniquí. La otra, quizá la más popular, se refiere al fallecimiento de
una presunta hija esta mujer.
La leyenda cuenta que la dueña
de “La Popular” sufrió la pérdida de su hija cuando ésta esperaba a su
prometido en el altar de la iglesia. Una versión sostiene que un
animal ponzoñoso (araña venenosa o escorpión), escondido en su tocado novia, la picó provocando su muerte
instantánea. Otra, que la muchacha pudo haber sido asesinada en el altar por un
amante celoso, quien llevado a la depresión por la boda de su amor con otro
hombre, le arrebató la vida. En ambas versiones Pascualita Esparza Perales
de Pérez, llena de dolor, decidió embalsamar a su hija, recubrirla de parafina
y cera, y vestirla con los trajes de novia más deslumbrantes, homenajeándola y
recordándola en su momento más bello y cargado de felicidad.
La leyenda se contrapone con la
realidad, puesto que los registros oficiales señalan que el único descendiente
de Pascualita Esparza Perales de Pérez fue un varón de nombre Enrique. A pesar
de eso, el local de "La Popular" es uno de los sitios más visitados en la ciudad
de Chihuahua, tanto por turistas como por curiosos que, intrigados por la
leyenda, se acercan para admirar la belleza del maniquí. Las novias de
Chihuahua buscan comprar el vestido de colección portado por “la Pascualita”, ya que
se cree que es un amuleto de felicidad en el matrimonio.
LA NOVIA DEL MAR
La leyenda cuenta que, en el siglo XVII, cuando los piratas merodeaban por el golfo de México, vivía en el estado de Campeche una mestiza que se enamoró locamente de uno de esos temibles corsarios. La joven era correspondida en sus sentimientos, pero cierto día su prometido se internó con su barco en el mar y nunca más se lo volvió a ver. La chica iba a diario a la costa y allí esperaba a su enamorado, sin saber que el joven había sido asesinado. Fueron pasando los años y la muchacha, que pasaba horas sentada frente al mar con la esperanza de que el pirata regresara, acabó convirtiéndose en piedra.
LA NOVIA DEL MAR
La leyenda cuenta que, en el siglo XVII, cuando los piratas merodeaban por el golfo de México, vivía en el estado de Campeche una mestiza que se enamoró locamente de uno de esos temibles corsarios. La joven era correspondida en sus sentimientos, pero cierto día su prometido se internó con su barco en el mar y nunca más se lo volvió a ver. La chica iba a diario a la costa y allí esperaba a su enamorado, sin saber que el joven había sido asesinado. Fueron pasando los años y la muchacha, que pasaba horas sentada frente al mar con la esperanza de que el pirata regresara, acabó convirtiéndose en piedra.
ANNE BAKER Y SU VESTIDO DE NOVIA EMBRUJADO
Corría el año 1849 y Anne Baker, una
hermosa y rica joven de la alta sociedad de Altoona (Pennsylvania, EE. UU), inició un
romance secreto con un joven que
trabajaba en los hornos de fundición de hierro de la ciudad. La pareja tenía
planes de boda: pretendían casarse también en secreto, y la muchacha había mandado a hacer
para la ocasión un primoroso vestido de novia.
Sin embargo, el romance no tenía ningún
futuro. El novio de Anne Baker era muy pobre
y el padre de la muchacha, Elias Baker, era un millonario magnate de la
industria del hierro, quien, al enterarse del idilio y valiéndose de sus
poderosas influencias, logró que despidieran al joven de su trabajo y lo
desterraran de la ciudad. Anne quedó devastada con la noticia y condenada a
vivir una vida de soltería, pues después que alejaron por la fuerza a su novio
prometió que jamás contraería matrimonio.
Después de la muerte de Anne, su
vestido de novia fue a parar a manos de Elizabeth Dysart, otra mujer rica, que lo
lució en su ceremonia de casamiento. Posteriormente, el traje pasó por manos de
varios aristócratas antes de volver a la mansión de los Baker y acabar
finalmente convertido en una pieza de museo.
La razón por la cual el vestido fue conservado por tantas personas
radicó en que se aseguraba que, durante algunas noches, la prenda se movía por
sí sola, como si alguien invisible se la probara para saber si le calzaba bien. En la actualidad, el vestido de Anne Baker permanece en una caja
de vidrio en el museo histórico del condado de Blair, en Pennsylvania, y no son
pocos los visitantes que aseguran que el vestido se sigue moviendo por su
cuenta, especialmente en las noches de luna llena. Se dice que es Anne Baker,
la misma que renunció a la felicidad marital por culpa de su padre, la que se
sigue probando el vestido desde el Más Allá.
Sergio Larrañaga
EL PALACIO DE LOS BICHOS
La leyenda cuenta que Rafael Giordano, oriundo de Salerno, Italia, y su
esposa Vittoria D’Olvilli, viajaron con su pequeña hija Lucía desde Europa a
fines del siglo XIX con destino a la Argentina. De buen pasar económico,
se instalaron en una zona de quintas, más precisamente, en lo que hoy es el
barrio de Villa del Parque. Lucía se convirtió con el tiempo en una
bella joven, aficionada a tocar el piano. En el Conservatorio conoció a quien
sería su marido, el violinista Ángel Lemos.
Cuando supo del compromiso de su hija, Rafael hizo construir para los
novios una mansión cercana a su casa. Se trata de la propiedad que se
encuentra a metros de las vías del ferrocarril San Martín y que popularmente se conoce
como el “Palacio de los Bichos”, por sus extraños adornos. Allí,
los novios contrajeron nupcias el 1 de Abril de 1911.
La noche del casamiento fue perfecta. Los familiares, amigos, conocidos y hasta
vecinos estaban contentos con el gran evento que había tenido lugar en la
apacible zona de Villa del Parque. Pero la tragedia estaba a
punto de mostrar su rostro. Eran cerca de las 5 de la mañana y a los flamantes
esposos los esperaba un automóvil del otro lado de las vías. Al cruzarlas, no
advirtieron el tren de carga que terminaría con sus vidas. Los
invitados, que saludaban a la pareja desde los balcones del palacio,
observaron, desesperados, el terrible accidente.
Rafael y su esposa, sumidos en un profundo dolor, regresaron a Italia. Con el tiempo se
corrieron rumores acerca de presencias fantasmagóricas rondando el “Palacio
de los Bichos” y las vías cercanas, además de luces, gritos y bailes
espectrales en el interior de la mansión.
En el libro "Historia de los barrios de Buenos
Aires", de Vicente Cutolo, se
recogen las palabras del periodista José César Rodríguez Nanni con respecto a
esta leyenda: “No hubo magnate italiano, ni novios, ni nada, porque el
Castillo fue hecho para casa non sancta, lo que no anduvo por la oposición
de los vecinos.”
BONUS TRACK: LA NOVIA DE CULIACÁN
Alrededor de la década del ‘50 (algunos dan la fecha de 1948), Guadalupe Leyva Flores, conocida como Lupita, de veinte años, muy hermosa y con toda una vida por delante, se enamoró perdidamente de Jesús, quien correspondió su pasión. Tenían un amigo en común llamado Ernesto, a quien conocían desde la infancia.
Jesús le pidió matrimonio a Lupita y ella, encantada, aceptó. También le pidió a Ernesto que fuera el padrino de la boda, ignorando que el hombre amaba secretamente a Lupita. Ernesto se enfureció y la chica trató de explicarle que lo quería como a un hermano pero que su corazón pertenecía a Jesús. Otra versión de la historia afirma que fue Lupita, emocionada, la que le contó sobre su futura boda a su amigo de la infancia, Ernesto.
El día de la boda, la catedral de la ciudad de Culiacán, Sinaloa, lucía esplendida, y estaba repleta de familiares y amigos de la pareja. Jesús, llegó primero y esperó con ansias a su hermosa novia. Cuando la vio llegar, la abrazó y le dio un beso en la frente. Fue entonces cuando Ernesto sacó una pistola y le dio un balazo en la cabeza a Jesús. Lupita, desesperada, lloró sobre el cuerpo de su amor. Ernesto se pegó un tiro, muriendo instantáneamente.
Otra versión de la historia indica que Lupita llegó resplandeciente a la catedral pero antes que el novio, situación que a muchos les pareció de mal agüero La novia esperó y cuando Jesús por fin arribó a la iglesia también lo hizo Ernesto, quien lo asesinó de un tiro en la cabeza y huyó del lugar enloquecido, sin que jamás se volviera a saber nada de él.
Lo cierto es que ese día, Lupita se quedó sin habla y con la mirada perdida, hasta el siguiente domingo, una semana después, cuando, exactamente a las cinco de la tarde, se puso su vestido de novia, se arregló y emprendió de nuevo su camino hacia la catedral de Culiacán. Lo hizo cada domingo durante unos 30 años, hasta que murió el 12 de mayo de 1982, movida, quizás, por la esperanza de que Dios le devolviera el amor perdido el día de su boda.
Hasta aquí, mis queridos, esta conmovedora primera parte de mi lista de novias trágicas. Me despido de ustedes con el estupendo cuento de Silvina Ocampo, "La boda", en el cual una novia sufre, curiosamente, la misma y extraña muerte que la supuesta hija de Pascualita Esparza Perales de Pérez, dueña de la tienda de novias "La popular":
LA BODA
Que una muchacha de la edad de Roberta se fijara en mí, saliera a pasear conmigo, me hiciera confidencias, era una dicha que ninguna de mis amigas tenía. Me dominaba y yo la quería no porque me comprara bombones o bolitas de vidrio o lápices de colores, sino porque me hablaba a veces como si yo fuera grande y a veces como si ella y yo fuéramos dos chicas de siete años. Es misterioso el dominio que Roberta ejercía sobre mí: ella decía que yo adivinaba sus pensamientos, sus deseos. Tenía sed: yo le alcanzaba un vaso de agua, sin que me lo pidiera. Estaba acalorada: la abanicaba o le traía un pañuelo humedecido en agua de Colonia. Tenía dolor de cabeza: le ofrecía una aspirina o una taza de café. Quería una flor: yo se la daba. Si me hubiera ordenado “Gabriela, tírate por la ventana” o “pon tu mano en las brasas” o “corre a las vías del tren para que el tren te aplaste”, lo hubiera hecho en el acto.
Vivíamos todos en los arrabales de la ciudad de Córdoba. Arminda López era vecina mía y Roberta Carma vivía en la casa de enfrente. Arminda López y Roberta Carma se querían como primas que eran, pero a veces se hablaban con acritud: todo surgía por las conversaciones de vestidos o de ropa interior o de peinados o de novios que tenían. Nunca pensaban en su trabajo. A la media cuadra de nuestras casas se encontraba la peluquería LAS OLAS BONITAS. Ahí, Roberta me llevaba una vez por mes. Mientras que le teñían el pelo de rubio con agua oxigenada y amoníaco, yo jugaba con los guantes del peluquero, con el vaporizador, con las peinetas, con las horquillas, con el secador que parecía el yelmo de un guerrero y con una peluca vieja, que el peluquero me cedía con mucha amabilidad. Me agradaba aquella peluca, más que nada en el mundo, más que los paseos a Ongamira o al Pan de Azúcar, más que los alfajores de arrope o que aquel caballo azulejo que montaba en el terreno baldío para la vuelta a la manzana, sin riendas y sin montura y que me distraía de mis estudios.
El compromiso de Arminda López me distrajo más que la peluquería y que los paseos. Tuve malas notas, las peores de mi vida, en aquellos días. Roberta me llevaba a pasear en tranvía hasta la confitería Oriental. Ahí tomábamos chocolate con vainillas y algún muchacho se acercaba para conversar con ella. De vuelta en el tranvía me decía que Arminda tenía más suerte que ella, porque a los veinte años las mujeres tenían que enamorarse o tirarse al río.
-¿Qué río? -preguntaba yo, perturbada por las confidencias.
-No entiendes. Qué le vas a hacer. Eres muy pequeña.
-Cuando me case, me mandaré hacer un hermoso rodete -había dicho Arminda-, mi peinado llamará la atención.
Roberta reía y protestaba:
-Qué anticuada. Ya no se usan los rodetes.
-Estás equivocada. Se usan de nuevo -respondía Arminda-. Verás, si no llamo la atención.
Los preparativos para la boda fueron largos y minuciosos. El traje de novia era suntuoso. Una puntilla de la abuela materna adornaba la bata, un encaje de la abuela paterna (para que no se resintiera) adornaba el tocado. La modista probó el vestido a Arminda cinco veces. Arrodillada y con la boca llena de alfileres la modista redondeaba el ruedo de la falda o agregaba pinzas al nacimiento de la bata. Cinco veces del brazo de su padre, Arminda cruzó el patio de la casa, entró en su dormitorio y se detuvo frente a un espejo para ver el efecto que hacían los pliegues de la falda con el movimiento de su paso. El peinado era tal vez lo que más preocupaba a Arminda. Había soñado con él toda su vida. Se mandó hacer un rodete muy grande, aprovechando una trenza de pelo que le habían cortado a los quince años. Una redecilla dorada y muy fina, con perlitas, sostenía el rodete, que el peluquero exhibía ya en la peluquería. El peinado, según su padre, parecía una peluca.
La víspera del casamiento, el 2 de enero, el termómetro marcaba cuarenta grados. Hacía tanto calor que no necesitábamos mojarnos el pelo para peinarlo ni lavarnos la cara con agua para quitarnos la suciedad. El cielo, de un color gris de plomo, nos asustó. La tormenta se resolvió sólo en relámpagos y avalanchas de insectos. Una enorme araña se detuvo en la enredadera del patio: me pareció que nos miraba. Tomé el palo de una escoba para matarla pero me detuve no sé por qué.
La víspera del casamiento, el 2 de enero, el termómetro marcaba cuarenta grados. Hacía tanto calor que no necesitábamos mojarnos el pelo para peinarlo ni lavarnos la cara con agua para quitarnos la suciedad. El cielo, de un color gris de plomo, nos asustó. La tormenta se resolvió sólo en relámpagos y avalanchas de insectos. Una enorme araña se detuvo en la enredadera del patio: me pareció que nos miraba. Tomé el palo de una escoba para matarla pero me detuve no sé por qué.
Roberta exclamó:
-Es la esperanza. Una señora francesa me contó una vez que la araña por la noche es esperanza. -Entonces, si es esperanza, vamos a guardarla en una cajita -le dije.
Como una sonámbula, porque estaba cansada y es muy buena, Roberta fue a su cuarto para buscar una cajita.
-Ten cuidado. Son ponzoñosas -me dijo.
-¿Y si me pica?
-Las arañas son como las personas: pican para defenderse. Si no les haces daño, no te harán a ti. Puse la cajita abierta frente a la araña, que de un salto se metió adentro. Después cerré la tapa, que perfore con un alfiler.
-¿Qué vas a hacer con ella? -interrogó Roberta.
-Guardarla.
-No la pierdas -me respondió Roberta.
Desde ese minuto, anduve con la cajita en el bolsillo. A la mañana siguiente fuimos a la peluquería. Era domingo. Vendían matras y flores en la calle. Esos colores alegres parecían festejar la proximidad de la boda. Tuvimos que esperar al peluquero, que fue a misa, mientras Roberta tenía la cabeza bajo el secador.
-Parecés un guerrero -le grité.
Ella no me oyó y siguió leyendo su libro de misa.
Entonces se me ocurrió jugar con el rodete de Arminda, que estaba a mi alcance. Retiré las horquillas que sostenían el rodete compacto dentro de la preciosa redecilla. Se me antojo que Roberta me miraba, pero era tan distraída que veía sólo el vacío, mirando fijamente a alguien.
-¿Pongo la araña adentro? -interrogué, mostrándole el rodete.
El ruido del secador eléctrico seguramente no dejaba oír mi voz. No me respondió, pero inclinó la cabeza como si asintiera. Abrí la caja, la volqué en el interior del rodete, donde cayó la araña. Rápidamente volví a enroscar el pelo y a colocar la fina redecilla que lo envolvía y las horquillas para que no me sorprendieran. Sin duda lo hice con habilidad, pues el peluquero no advirtió ninguna anomalía en aquella obra de arte, como él mismo denominaba el rodete de la novia.
-Todo esto será un secreto entre nosotras -dijo Roberta, al salir de la peluquería, torciendo mi brazo hasta que grité. Yo no recordaba qué secretos me había dicho aquel día y le respondí, como había oído hacerlo a las personas mayores.
-Seré una tumba.
Roberta se puso un vestido amarillo con volantes y yo un vestido blanco de plumetís, almidonado, con un entredós de broderie.
En la iglesia no miré al novio porque Roberta me dijo que no había que mirarlo. La novia estaba muy bonita con un velo blanco lleno de flores de azahar. De pálida que estaba parecía un ángel. Luego cayó al suelo inanimada. De lejos parecía una cortina que se hubiera soltado. Muchas personas la socorrieron, la abanicaron, buscaron agua en el prebisterio, le palmotearon la cara. Durante un rato creyeron que había muerto; durante otro rato creyeron que estaba viva. La llevaron a la casa, helada como el mármol. No quisieron desvestirla ni quitarle el rodete para ponerla muerta en el ataúd.
Tímidamente, turbada, avergonzada, durante el velorio que duró dos días, me acusé de haber sido la causante de su muerte.
-¿Con qué la mataste, mocosa? -me preguntaba un pariente lejano de Arminda, que bebía café sin cesar.
-Con una araña -yo respondía.
Mis padres sostuvieron un conciliábulo para decidir si tenían que llamar a un médico. Nadie jamás me creyó. Roberta me tomó antipatía, creo que le inspiré repulsión y jamás volvió a salir conmigo.
Buenas noches.
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