REY
DE REYES
"Soy
el equivalente literario de un Big Mac con patatas fritas."
Stephen
King
Cuando
era más joven (y más insegura) solía codearme con gente que se codeaba con
Rimabaud, Artaud y Pizarnik. Gente encantadora, sin duda, a la que podría
haberle confesado, entre poema y poema, que tenía un amante, que no me bañaba
los domingos o que me desayunaba con cucarachas, cual una femenina y glamorosa
versión de Beetlejuice. Pero a la que jamás hubiera revelado que
era una Lectora Constante (y fanática) de Stephen King. Temía
que me consideraran una tilinga devoradora de best-sellers y
que, por ende, no tomaran en serio mi pretensión de hacer poesía.
Los
años pasaron, inevitablemente, y, además de unas cuantas canas y unos kilos que
insisten en localizarse, cual lípida patota, en mis posaderas, me trajeron la
maravillosa facultad de (perdón por el exabrupto) cagarme en lo que los demás
piensen de mí. Así que hoy en día suelo vociferar a los cuatro vientos mi
apasionado romance con Mr. King. Y si suponen que soy una tilinga devoradora de
best-sellers están en lo cierto. Me encanta el sushi, pero un Big Mac de
vez en vez no viene nada mal.
Stephen Edwin
King nació en Portland, Maine (el escenario de la mayoría de sus
historias) el 21 de setiembre de 1947. Desde el vamos su vida tuvo ribetes
novelescos: cuando tenía 2 años, su padre salió de la casa con la prosaica
excusa de comprar un paquete de cigarrillos y jamás regresó, por lo que su
madre, Nellie Ruth, debió hacerse cargo sola de sus dos hijos, Stephen y David,
a quien el matrimonio King había adoptado dos años antes de que Donald King
decidiera hacer mutis por el foro. Esto implicó una serie de mudanzas y
estrecheces económicas, que fueron una constante en la infancia del escritor.
Stephen
empezó a escribir desde que era muy pequeño, influenciado por Edgar Allan Poe,
H. P. Lovecraft, Richard Matheson y los comics y películas de terror tan en
boga en los años ’50. La primera película que recuerda haber visto en cine es “Creature from
the Black Lagoon” (Jack Arnold, 1954).
Como
esto no pretende ser una biografía de King, sólo agregaré que siguió escribiendo
(especialmente relatos cortos que, algunas veces, lograba publicar en revistas
como “Cavalier”y “Adam”). Y que en 1974 vio la luz su primera
novela, “Carrie”, la versión King del “patito feo” (con un
final muy particular: el “patito feo” se carga a los “patitos
lindos”, para regocijo de todos aquellos que fueron poco afortunados en su
adolescencia y se convirtieron en el blanco de las burlas de sus
condiscípulos).
Cuando
King terminó de escribir “Carrie” se sintió desalentado (las
estrecheces económicas continuaban y Stephen tenía una esposa y dos pequeños
niños a los que mantener).Tiró el original a la basura. De la basura fue
rescatado por Tabitha, su mujer, quien lo instó a publicarlo. Y lo publicó.
En 1976, Brian de Palma filmó su estupenda versión de la historia, y, a partir
de ese momento, la carrera de King fue en ascenso y logró convertirse en lo que
es hoy: El Rey de lo Oscuro (a pesar de que su prolífica
producción incluye relatos cortos y novelas que poco tienen que ver con el
género del terror).
La
primera novela de Stephen King que leí fue “The Dead Zone” (1979).
El protagonista de la historia, Johnny Smith es un maestro que resulta
herido en un accidente automovilístico y queda en coma durante casi
cinco años. Cuando despierta, lo hace con una flamante capacidad de
precognición. La historia es estupenda y me impresionó vivamente. Más tarde vi
el film basado en la novela (“The Dead Zone”, 1983, dirigida por David
Cronenberg y protagonizada por Christopher Walken y Martin
Sheen). A esta altura de los acontecimientos, yo ya estaba absolutamente
enamorada de King. Amor que ha perdurado a lo largo de los años y que (estoy
segura) seguirá perdurando por los siglos de los siglos, amén.
Leí
absolutamente todo lo que Stephen escribió. Vi todas las películas basadas en
sus historias. Y, de verdad, considero que es un gran escritor, vapuleado
injustamente por esa raza de soberbios inútiles llamados “críticos”, quienes,
obnubilados por su snobismo, pretenden hacernos creer que aquello que es
popular necesariamente tiene que ser malo y que ganar dinero con lo que uno
hace es obsceno.
Además
de los críticos ( esa “raza maldita de caimanes hambrientos”,
con perdón de los caimanes), están los “intelectuales” o
“pseudointelectuales”. Aquellos que jamás en su vida leyeron una línea de lo
que King escribió, pero lo defenestran porque eso de chapa de culto e
inteligente. Stephen King puede gustarte o no, pero considero que para opinar
sobre el trabajo de cualquier artista hay que conocerlo. No se puede criticar
lo que no se conoce. Es absurdo.
Suelo
comparar a King con Charles Dickens. Esta comparación no se basa, en absoluto,
en la similitud de estilos; se basa en el trato que sus contemporáneos dieron a
este maravilloso novelista inglés. Dickens tuvo la suerte que no tuvieron
escritores talentosísimos como Poe o Lovecraft: sus novelas y relatos
fueron aclamados por el público mientras el escritor vivía. Fue exitoso en su
tiempo. Dickens escribió novelas por entregas por la simple razón de que no
todo el mundo tenía los recursos económicos necesarios para comprar un libro, y
cada nueva entrega de sus historias era esperada con gran entusiasmo por sus
lectores, nacionales e internacionales. Esa popularidad obtenida en vida le
costó cierto rechazo por parte de los críticos de la época. El éxito no se
perdona fácilmente: los seres humanos tenemos esas miserias.
Con
Stephen King sucede, además, algo realmente extraño. Personas que se
arrancarían los ojos antes de leer cualquiera de sus novelas comentan sin
ningún pudor lo buenas que son películas como “The Shawshank
Redemption” (1994, Frank Darabont), “Stand by me” (1986,
Rob Reiner), “Apt pupil” (1998, Bryan Singer) o
“Dolores Clairbone” (1995, Taylor Hackford). Me provoca un
orgasmo mental poder señalarle a estos caídos del catre que el film que suscita
sus alabanzas está basado en una historia de King. Ya sé: soy dañina.
Stephen
King me deleita, me entretiene y me conmueve. En estos días tuve el placer de
leer una de sus últimos cuentos publicados: “Las cosas que dejaron
atrás”, donde toca el tema del 11-S con una ternura y una sensibilidad
sorprendentes. Y sin hacer a un lado el toque sobrenatural que caracteriza a
sus historias. Leer “Las cosas que dejaron atrás” fue muy
significativo para mí. Con citas como “los políticos hablan de
conmemoraciones y coraje, guerras para acabar con el terrorismo, pero una
cabeza ardiendo es apolítica” o “¿Cuántos de esos críos
habían perdido aquel día a una madre protectora o a un padre lanzador de
frisbees? Ese es un problema de matemáticas que no quiero resolver.” Una
joya.
Cualquiera
de ustedes pensará, con justa razón, que soy una fanática. Lo soy. A Stephen
King le leo hasta la lista del mercado. He contribuido felizmente a aumentar su
fortuna. Y aplaudo que la tenga. Se la ganó en buenísima ley.
Sólo
me resta decir que anoche vi por enésima vez “Pet Sematary” (1989, Mary
Lambert). Me la banqué doblada al castellano y todo (total, me sé los diálogos
de memoria). En la escena del funeral de Missy, cuando
el Rey aparece en uno de sus acostumbrados cameos como
el sacerdote encargado de dar el responso, no pude con mi genio:
-¡Te
amamos, te amamos, te amamos!, le grité a King, como si el tipo pudiera
escucharme.
-Nosotros no lo
amamos, acotó mi hijo, que para llevarme la contra es una fiera.
-Bueno,
pero nosotros sí. (Tengo la esquizofrénica costumbre de hablar
en plural cuando hago referencia a mi persona, una onda “nuestro nombre
es Legión, porque somos muchos.”)
Cuando
terminó la película me fui a la cama, contenta como perro con dos colas.
Y
ahora, contenta como perro con dos colas, me voy a McDonald’s a
devorarme un Big Mac.
Deséenme buen provecho.
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