lunes, 15 de octubre de 2012

REY DE REYES


REY DE REYES

"Soy el equivalente literario de un Big Mac con patatas fritas." 
Stephen King

Cuando era más joven (y más insegura) solía codearme con gente que se codeaba con Rimabaud, Artaud y Pizarnik. Gente encantadora, sin duda, a la que podría haberle confesado, entre poema y poema, que tenía un amante, que no me bañaba los domingos o que me desayunaba con cucarachas, cual una femenina y glamorosa versión de Beetlejuice. Pero a la que jamás hubiera revelado que era una Lectora Constante (y fanática) de Stephen King. Temía que me consideraran una tilinga devoradora de best-sellers y que, por ende, no tomaran en serio mi pretensión de hacer poesía.
Los años pasaron, inevitablemente, y, además de unas cuantas canas y unos kilos que insisten en localizarse, cual lípida patota, en mis posaderas, me trajeron la maravillosa facultad de (perdón por el exabrupto) cagarme en lo que los demás piensen de mí. Así que hoy en día suelo vociferar a los cuatro vientos mi apasionado romance con Mr. King. Y si suponen que soy una tilinga devoradora de best-sellers están en lo cierto. Me encanta el sushi, pero un Big Mac de vez en vez no viene nada mal.
Stephen Edwin King nació en Portland, Maine (el escenario de la mayoría de sus historias) el 21 de setiembre de 1947. Desde el vamos su vida tuvo ribetes novelescos: cuando tenía 2 años, su padre salió de la casa con la prosaica excusa de comprar un paquete de cigarrillos y jamás regresó, por lo que su madre, Nellie Ruth, debió hacerse cargo sola de sus dos hijos, Stephen y David, a quien el matrimonio King había adoptado dos años antes de que Donald King decidiera hacer mutis por el foro. Esto implicó una serie de mudanzas y estrecheces económicas, que fueron una constante en la infancia del escritor.
Stephen empezó a escribir desde que era muy pequeño, influenciado por Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Richard Matheson y los comics y películas de terror tan en boga en los años ’50. La primera película que recuerda haber visto en cine es “Creature from the Black Lagoon” (Jack Arnold, 1954).
Como esto no pretende ser una biografía de King, sólo agregaré que siguió escribiendo (especialmente relatos cortos que, algunas veces, lograba publicar en revistas como “Cavalier”y “Adam”). Y que en 1974 vio la luz su primera novela, “Carrie”, la versión King del “patito feo” (con un final muy particular: el “patito feo” se carga a  los “patitos lindos”, para regocijo de todos aquellos que fueron poco afortunados en su adolescencia y se convirtieron en el blanco de las burlas de sus condiscípulos).
Cuando King terminó de escribir “Carrie” se sintió desalentado (las estrecheces económicas continuaban y Stephen tenía una esposa y dos pequeños niños a los que mantener).Tiró el original a la basura. De la basura fue rescatado por Tabitha, su mujer, quien lo instó a  publicarlo. Y lo publicó. En 1976, Brian de Palma filmó su estupenda versión de la historia, y, a partir de ese momento, la carrera de King fue en ascenso y logró convertirse en lo que es hoy: El Rey de lo Oscuro (a pesar de que su prolífica producción incluye relatos cortos y novelas que poco tienen que ver con el género del terror).
La primera novela de Stephen King que leí fue “The Dead Zone” (1979). El protagonista de la historia, Johnny Smith es un maestro que resulta herido en un accidente automovilístico y queda en coma durante casi cinco años. Cuando despierta, lo hace con una flamante capacidad de precognición. La historia es estupenda y me impresionó vivamente. Más tarde vi el film basado en la novela (“The Dead Zone”, 1983, dirigida por David Cronenberg y protagonizada por Christopher Walken y Martin Sheen). A esta altura de los acontecimientos, yo ya estaba absolutamente enamorada de King. Amor que ha perdurado a lo largo de los años y que (estoy segura) seguirá perdurando por los siglos de los siglos, amén.
Leí absolutamente todo lo que Stephen escribió. Vi todas las películas basadas en sus historias. Y, de verdad, considero que es un gran escritor, vapuleado injustamente por esa raza de soberbios inútiles llamados “críticos”, quienes, obnubilados por su snobismo, pretenden hacernos creer que aquello que es popular necesariamente tiene que ser malo y que ganar dinero con lo que uno hace es obsceno.
Además de los críticos ( esa “raza maldita de caimanes hambrientos”, con perdón de los caimanes), están los “intelectuales” o “pseudointelectuales”. Aquellos que jamás en su vida leyeron una línea de lo que King escribió, pero lo defenestran porque eso de chapa de culto e inteligente. Stephen King puede gustarte o no, pero considero que para opinar sobre el trabajo de cualquier artista hay que conocerlo. No se puede criticar lo que no se conoce. Es absurdo.
Suelo comparar a King con Charles Dickens. Esta comparación no se basa, en absoluto, en la similitud de estilos; se basa en el trato que sus contemporáneos dieron a este maravilloso novelista inglés. Dickens tuvo la suerte que no tuvieron escritores talentosísimos como Poe o Lovecraft: sus novelas y relatos fueron aclamados por el público mientras el escritor vivía. Fue exitoso en su tiempo. Dickens escribió novelas por entregas por la simple razón de que no todo el mundo tenía los recursos económicos necesarios para comprar un libro, y cada nueva entrega de sus historias era esperada con gran entusiasmo por sus lectores, nacionales e internacionales. Esa popularidad obtenida en vida le costó cierto rechazo por parte de los críticos de la época. El éxito no se perdona fácilmente: los seres humanos tenemos esas miserias.
Con Stephen King sucede, además, algo realmente extraño. Personas que se arrancarían los ojos antes de leer cualquiera de sus novelas comentan sin ningún pudor lo buenas que son películas como “The Shawshank Redemption”  (1994, Frank Darabont), “Stand by me” (1986, Rob Reiner), “Apt pupil”  (1998, Bryan Singer) o “Dolores Clairbone” (1995, Taylor Hackford)Me provoca un orgasmo mental poder señalarle a estos caídos del catre que el film que suscita sus alabanzas está basado en una historia de King. Ya sé: soy dañina.
Stephen King me deleita, me entretiene y me conmueve. En estos días tuve el placer de leer una de sus últimos cuentos publicados: “Las cosas que dejaron atrás”, donde toca el tema del 11-S con una ternura y una sensibilidad sorprendentes. Y sin hacer a un lado el toque sobrenatural que caracteriza a sus historias. Leer “Las cosas que dejaron atrás” fue muy significativo para mí. Con citas como “los políticos hablan de conmemoraciones y coraje, guerras para acabar con el terrorismo, pero una cabeza ardiendo es apolítica”  o “¿Cuántos de esos críos habían perdido aquel día a una madre protectora o a un padre lanzador de frisbees? Ese es un problema de matemáticas que no quiero resolver.”  Una joya.
Cualquiera de ustedes pensará, con justa razón, que soy una fanática. Lo soy. A Stephen King le leo hasta la lista del mercado. He contribuido felizmente a aumentar su fortuna. Y aplaudo que la tenga. Se la ganó en buenísima ley.

Sólo me resta decir que anoche vi por enésima vez “Pet Sematary” (1989, Mary Lambert). Me la banqué doblada al castellano y todo (total, me sé los diálogos de memoria). En la escena del funeral de Missy,  cuando el Rey aparece en uno de sus acostumbrados cameos  como el sacerdote encargado de dar el responso, no pude con mi genio:
-¡Te amamos, te amamos, te amamos!, le grité a King, como si el tipo pudiera escucharme.
-Nosotros no lo amamos, acotó mi hijo, que para llevarme la contra es una fiera.
-Bueno, pero nosotros sí. (Tengo la esquizofrénica costumbre de hablar en plural cuando hago referencia a mi persona, una onda “nuestro nombre es Legión, porque somos muchos.”)
Cuando terminó la película me fui a la cama, contenta como perro con dos colas.
Y ahora, contenta como perro con dos colas, me voy a McDonald’s a devorarme un Big Mac. 

Deséenme buen provecho.




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