THIS IS HALLOWEEN
“Chicos y chicas de todas las edades, ¿no
les gustaría ver algo extraño?”
"This is Halloween", Dany
Elfman
"Cuando se es niño, los ruidos que asustan surgen de abajo de la cama, y cuando se es adulto, de abajo de la tapa del motor del coche."
James Dent
Se acerca el 31 de octubre, día en
que en varios lugares del mundo se celebra Halloween, y, tal como Febo en la Marcha de San Lorenzo, asoman
señores y señoras que, lejos de iluminar
históricos conventos, se mesan los cabellos ante esta fiesta inocentona,
blandiendo distintos motivos para defenestrarla. Nacionalistas a ultranza,
antiimperialistas acérrimos, fundamentalistas religiosos de todo tipo y calaña
o simples pavotes de los que gustan buscarle el pelo al huevo, se dedican a patalear
contra una festividad a todas luces ajena a la excelsa esencia latinoamericana. Eso sí, la mayoría de ellos lo
hace sin soltar el vasito de Fernet con Coca, ni sacarse el comodísimo jean para
calzarse una vernácula bombacha gauchesca, no sea cosa que se paspen. Y sin
perderse, por supuesto, ningún partido de Boca, pasando convenientemente por
alto que el fútbol es tan
inglés como el té con scons,
las ampulosas orejas del Príncipe
de Gales y los flequillos de Los Beatles.
Por distintos motivos, este pintoresco
festejo de origen celta
y no yankee, como pregona el
vulgo, le pone los pelos de punta a una buena cantidad de gente que, la verdad,
podría preocuparse por alguna otra cosa un poco más edificante. Están quienes
esgrimen que esta celebración poco y nada tiene que ver con nuestras raíces y se rasgan las vestiduras invocando a
la Pachamama. Son los mismos que, cuando se puso de
moda que todo el mundo aprendiera a bailar salsa, no patalearon porque la
juventud argentina se contoneara al son de este ritmo caribeño y no al de un
carnavalito o una chacarera. La salsa es aceptable, aunque no tenga nada que
ver con nuestra idiosincrasia, porque es latinoamericana.Halloween es un festejo gringo, y por tal motivo, merece ser condenado
y arrojado al mismo pozo fétido que Ronald
McDonald y el hijo de puta de
Bush.
Si de raíces hablamos, las mías y las de muchos
argentinos, están más cercanas a las de los pueblos progenitores de esta
tradición, que a las de cualquier pueblo latinoamericano nativo. Digamos que
vuestra servidora está, irrefutablemente, más
cerca de la gaita que del charango. Soy
lo que soy, descendiente directa de europeos, y no me avergüenzo de mis
orígenes. Así y todo, me considero muy respetuosa de las costumbres ajenas y
admiro profundamente todo lo que tenga que ver con el folklore autóctono:
creencias, usanzas, mitología. Hasta he llegado a tomar caña con ruda el 1º de agosto, cosa de que la Parca pase de largo por mi puerta. Conocerán
ustedes, amables leedores, la máxima que postula ferozmente que “Julio los prepara y Agosto se los
lleva”.
Siempre me resultó llamativo que, quienes
basan su discurso político-filosófico en la igualdad de los hombres, hablen de los gringos, como si los aludidos no pertenecieran
a esa misma humanidad igualitaria. Para mí, los
gringos no son una detestable
masa homogénea, sino un conjunto multitudinario de personas únicas e
irrepetibles, como lo son todos los seres humanos, más allá de su nacionalidad.
Muchos detractores de Halloween sostienen que, quienes adherimos a
este festejo, buscamos parecernos a estos temibles gringos. Nunca pretendí parecerme a nadie, pero
si puedo elegir entre parecerme a Ray Bradbury o al Che Guevara, elijo, sin
dudas, parecerme a Bradbury. Si puedo elegir entre parecerme a Martin Luther
King o a Hugo Chávez, tendría que estar muy loca o ser muy belicosa para
preferir parecerme al verborrágico Chávez. Y, poniéndome algo frívola (me doy
ese lujo de vez en cuando), si tengo que optar por parecerme a Catherine Z. Jones
o a Luciana Zalazar, la Z. Jones gana por afano. Sabrán ustedes perdonar tanta
traición a la Patria Grande.
Pero esta celebración tiene, además, otro
tipo de detractores. Son aquellos para los que Harry Potter es diabólico, Marilyn Manson un esbirro de Lucifer, la bruja Cachavacha un engendro maligno que arrastra a los
niñitos incautos a los fuegos eternos y Halloween una celebración nefasta con
ribetes satánicos. Esta gente es cristiana, en la mayoría de los casos. Lejos
de rebosar de amor y misericordia, están prontos a saltar fieramente sobre todo
aquello ajeno a su sistema de creencias o a su modo de vida. Su mentalidad es
tan estrecha que, si pudieran, seguirían quemando mujeres en la hoguera como en
el Medioevo. Estos individuos siguen creyendo que el Diablo es un señor rojo con cuernos
aparatosos y cola con punta de flecha, que espera, gustoso, poder pincharle el
culo con su tridente a todos los celebradores de Halloween y a todos los asistentes a los
conciertos de W.A.S.P. Creería que estas gentes tienen una
sobredosis letal de Divina
Comedia, si considerara
posible que alguna vez leyeran algo más que los panfletos con los que las
distintas iglesias les lavan los cerebritos a diario. Valdría preguntarle a
estos soldados de Cristo, parafraseando a Aldous Huxley: "¿Cómo sabes si la Tierra no
es más que el infierno de otro planeta?" De dañinos, nomás.
Déjenme decirles, señores, que yo soy una
voluntariosa defensora de la celebración de Halloween. En realidad, soy una voluntariosa
defensora de todo tipo de celebración que no ofenda ni dañe a nadie y poco me
importa que haya nacido en el
hemisferio norte, en el hemisferio sur o en el lado oscuro de la Luna. Me enamoré de Halloween hace muchos años, cuando me enamoré de
Ray Bradbury. Me encontré con este adorable gringo por primera vez en los remotos
desiertos marcianos. Y aún hoy suelo encontrarme, de vez en cuando, con este
viejo amor, en un país donde siempre
es octubre y siempre es otoño. Nos sentamos debajo del árbol de las brujas y discutimos acerca del sabor que
tiene el vino del estío. Nos quejamos de lo herrumbradas que
están las maquinarias de la
alegría. Contemplamos con
ojos húmedos a los fantasmas
de lo nuevo. Siempre con ojos
húmedos. Porque los remedios
para melancólicos comienzan a
fallar con el paso de los años.
Espero que, cuando muera, me entierren en
un cementerio para lunáticos...
junto a este gringo maravilloso, a Poe, a Lovecraft, a Tim
Burton, a Stephen King, a Mary Shelley, a Ed Wood, a Bram Stoker, a Bela Lugosi...
y a todos aquellos que se acercan
al horror a través del amor.
Y espero que me dejen celebrar Halloween en paz, que yo el partido
de Boca no se lo jodo a nadie.
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