PLACERES CULPOSOS
“...and they lived happy forever...
...and ate partridges...”
“...and they lived happy forever...
...and ate partridges...”
Placeres culposos tenemos todos. Son esas cositas que hacemos y disfrutamos mucho,
pero que, a la vez, nos dan como
vergüencita. Ya saben: leer a Paulo Cohelo, ver telenovelas, comer helado a escondidas cuando le
juramos a todo el mundo que estamos haciendo régimen, fumar en el baño, etc.
Debo confesar que, como placer más que culposo, tengo una enfermiza fijación con las llamadas Bodas Reales. Desde que tenía trece años y vi a Lady Di atosigada de volados en una carroza de ensueño (aunque el Príncipe no lo fuera tanto), no pude dejar de entrar en estado semicatatónico frente al televisor cada vez que algún personaje de la monarquía contrajo felices o infelices nupcias.
Si me agarran en frío, les diré que es una vergüenza que el Siglo XXI aún exista la realeza y que el concepto de monarquía es obsoleto y antidemocrático. Pero ya lo dijo Blas Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce.” Así que no me perdí ni un solo e ínfimo detalle de la boda de Guillermo de Inglaterra y Kate Middleton. Algo tengo para decir a mi favor: la cosa era o la Boda Real o Moyano y sus secuaces festejando el Día del Trabajador un día laborable sin trabajar. Y la vagancia de la realeza siempre fue mucho más top.
Asistir a este tipo de evento sin tener una partenaire con la cual cambiar impresiones es, por lo menos, trágico. Pero para eso el buen Dios inventó el teléfono (¿O fue Antonio Meucci? ¿O Alexander Graham Bell?).
Como no podía ser de otro modo, fue mi amiga Rosana, compañera de vicios y adicciones, quien dio el puntapié inicial del chismorreo nupcial:
-¿Viste la Boda? ¡Yo pensé que era a las 9 de acá y sólo vi los dos besos fríos y el Camino Real! Igual me gustó todo.
Debo confesar que, como placer más que culposo, tengo una enfermiza fijación con las llamadas Bodas Reales. Desde que tenía trece años y vi a Lady Di atosigada de volados en una carroza de ensueño (aunque el Príncipe no lo fuera tanto), no pude dejar de entrar en estado semicatatónico frente al televisor cada vez que algún personaje de la monarquía contrajo felices o infelices nupcias.
Si me agarran en frío, les diré que es una vergüenza que el Siglo XXI aún exista la realeza y que el concepto de monarquía es obsoleto y antidemocrático. Pero ya lo dijo Blas Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce.” Así que no me perdí ni un solo e ínfimo detalle de la boda de Guillermo de Inglaterra y Kate Middleton. Algo tengo para decir a mi favor: la cosa era o la Boda Real o Moyano y sus secuaces festejando el Día del Trabajador un día laborable sin trabajar. Y la vagancia de la realeza siempre fue mucho más top.
Asistir a este tipo de evento sin tener una partenaire con la cual cambiar impresiones es, por lo menos, trágico. Pero para eso el buen Dios inventó el teléfono (¿O fue Antonio Meucci? ¿O Alexander Graham Bell?).
Como no podía ser de otro modo, fue mi amiga Rosana, compañera de vicios y adicciones, quien dio el puntapié inicial del chismorreo nupcial:
-¿Viste la Boda? ¡Yo pensé que era a las 9 de acá y sólo vi los dos besos fríos y el Camino Real! Igual me gustó todo.
-¡La Reina parecía un canario gigante, pero Kate estaba divina! Quedate tranquila,
seguro que lo repiten.
-Sí, me encantó. Estoy viendo
algo en el trabajo. ¡Quiero ese vestido y el anillo de Lady Di! Lastima que a mí me
tocó trabajar y no pudimos ir. Pero no te preocupes, Ra. Vamos a la del Príncipe Alberto.
-¡Yo iría a ver si puedo
engancharme al Príncipe Harry!
-¡Ra! ¡Es muy chiquito!
Bueno, no sé cuántos años tiene. Según mi hermana, si tiene más de 21 y pesa más de 50
kilos, está bien.
-¡Obvio! ¡Meta palo y a la
bolsa! La cosa es casarse con un Príncipe, ¿no?. Yo quiero ya un fascinator. Para ir al supermercado.
-¿Qué es eso?
-Esos sombreritos chiquitos
que Kate puso de moda. El de Victoria Beckham era un sueño. Parecía una caja de
bombones.
-Ah, sí, yo también quiero
uno. Y uno de los grandes.
-Tipo pamela. Como el que tenía Camila.
-Sí. Estaba bien Camila. Bastante discreta. La mamá de Kate estaba muy linda. Se ve que es una
mina joven.
-¡Y Máxima! ¡Máxima estaba divina! Siempre tan rotunda,
tan segura de su cuerpo. Elegante, discreta…
-Me encanta Máxima.
-Además, está bueno que entre
tanta puta que cosechamos en este bendito país nos haya salido una princesa. Letizia es bonita, pero insignificante. Da
lástima.
-¡Parece un pajarito!
-¡Es verdad! ¡Te da ganas de
tirarle un puñado de alpiste, pobrecita! Demasiado lánguida. La que estuvo desubicada
fue la mujer del Primer
Ministro. Llegó con un
chalcito en la mano y ¡¡¡¡sin
sombrero!!!!
-¡¡¡¡No podés!!!! ¿Y las de Mónaco?
¡A las de Mónaco no las vi! Ellas siempre fueron las
más lindas.
-¡También! ¡Con la cara sagrada que tenía la madre! Me parece que no
estaban. Al que vi fue a Alberto con la novia. Bastante lavadita,
también. Aunque tenía un vestido espectacular.
-El vestido de Kate tenía una onda Grace Kelly, ¿no?
-Sí. Muy Grace Kelly. Gracias a Dios no tenía perlas. El vestido de Lady Di estaba bordado con 10.000. Y ya sabés
lo que dicen de las perlas…
-Sí, que traen lágrimas. Pobrecita.
-Vos fijate, 10.000 perlas y
25 metros de cola. Hay que llevar 25 metros de cola, es muy pesado. Ese vestido
fue una metáfora de su matrimonio.
-La cola de Kate no llegó a medir 3 metros. Nada que
ver.
-Esta chica va a tener más
suerte.
-Ojalá.
Después de finalizado el obligatorio chismorreo real (breve, sí, a no olvidarse que mi amiga estaba trabajando), me quedé pensando un rato en todo el asunto y descubrí, ¡por fin!, por qué no soy una “Chica Cosmo”: porque soy una “Señora ¡Hola!”.
Después de finalizado el obligatorio chismorreo real (breve, sí, a no olvidarse que mi amiga estaba trabajando), me quedé pensando un rato en todo el asunto y descubrí, ¡por fin!, por qué no soy una “Chica Cosmo”: porque soy una “Señora ¡Hola!”.
Qué horror.