QUERIDO TÍO WALT
"Si puedes soñarlo puedes hacerlo, recuerda que todo esto comenzó con
un ratón." – Walt Disney
Aunque
las personas de cultura se resistan a creerlo, hay gentes tan estrafalarias que
suponen que ir al cine a ver “Fantasía” es “hacerle el juego al
Imperio”. Esta alocada suposición no dejaría de ser jocosa si estas mismas
gentes no vociferaran que rechazar la lapidación de las mujeres adúlteras,
suspirar con hartazgo cada vez que el mamarracho de Hugo Chávez abre esa bocota
horrible que Dios le dio o pretender que se haga justicia en casos tan trágicos
como el atentado a la AMIA,
también es “hacerle el juego al Imperio”. Pero no estamos aquí para
hablar de estos supuestos individuos de izquierdas cuyo fanatismo no pensante
los ha hecho derrapar de manera harto vergonzosa y avalar violaciones
flagrantes a esos Derechos Humanos que tanto insisten en defender, por lo menos
de pico. Estamos aquí para hablar del ratón Mickey. O, mejor dicho, del
genio detrás del ratón: Walt Disney. Si este tema resulta demasiado sensible
para las batalladoras gentes siniestras (izquierdosas, bah), cuyo odio visceral
al maldito Imperio las intima a privarse de “Toy Story 3”, el Big Mac con
papas fritas y las canciones de Jim Morrison, ruego que sepan disculparme. Discúlpenme
también las muchedumbres religiosas que berrean que Walt Disney era un maldito
apóstata y sus criaturas, monstruosidades del Averno. Al final, por mucho que
les pese a ambos, los exaltados de izquierda y los enloquecidos chupacirios
terminan por parecerse. Dicen cada huevada.
Walter
Elias Disney nació en Chicago, Illinois, el 5 de diciembre de 1901, pero pasó
los años más felices de su infancia (e incluso de su vida, tal como aseguró
siendo ya un hombre adulto) en una granja cerca de Marcelin, en Missouri. Walt
fue el cuarto de los cinco hijos del hombre de campo Elias Disney y la maestra
de escuela Flora Call. En 1909, Elias cayó enfermo de fiebre tifoidea, y no
pudo seguir trabajando en la granja. La familia se trasladó entonces a Kansas
City y el pequeño Walt perdió su paraíso bucólico, aquel que lo puso en
contacto con la naturaleza y le hizo descubrir festivamente la incontrastable
magia de la vida. Elias Disney comenzó a repartir periódicos para ganarse la
vida, y Walt se vio obligado a ayudar a su padre en esta tarea poco
gratificante, que compaginaba como podía con sus precarios estudios. El chico
Disney no era un alumno muy destacado que digamos: gracias a sus madrugones
como repartidor de diarios solía quedarse dormido en clases. Cuando no estaba
dormido, soñaba despierto. Y dibujaba.
En
1918, el joven Walt Disney trató de alistarse en el ejército. Como no tenía la
edad suficiente para tal menester, falsificó su partida de nacimiento y,
fingiendo haber cumplido los 17 años, fue aceptado como chofer de ambulancias
de la Cruz Roja.
Cuando terminó su entrenamiento, la guerra ya había concluido y su labor se
redujo a trasladar oficiales de aquí para allá en tierra francesa. En 1919,
pidió ser dispensado de sus deberes militares y fue enviado de regreso a
Estados Unidos.
Walt
se estableció en Kansas City y consiguió un trabajo de publicista en el
“Pesemen-Rubin Art Studio”, donde intimó con el lúcido dibujante Ubbe
Iwerks. En 1920, estos dos talentos fundaron la empresa “Iwerks-Disney
Commercial Artists”, que resultó un fiasco. Ambos fueron contratados luego
por la “Kansas City Film Ad”, donde entraron en contacto con las
primitivas técnicas de animación. Disney quedó fascinado con las posibilidades
que dichas técnicas ofrecían… y siguió soñando.
En
1922, el emprendedor Walt, fundó la compañía “Laugh-O-Gram Films, Inc.”
y realizó bellos cortometrajes basados en cuentos de hadas populares y relatos
para niños, como “Cenicienta” o “El gato con botas”, pero sus
gastos de producción excedían a los ingresos que proporcionaban y la empresa no
prosperó. Disney decidió, entonces, probar suerte en Hollywood. Vendió su
cámara y compró un boleto de tren. Se llevó con él unas pocas pertenencias y la
película “Alice's Wonderland”.
Walt
Disney llegó a la Meca
del Cine con $40 dólares como todo capital. Fracasó en su intento de
abandonar la animación y convertirse en un director de películas de acción
real. Pero consiguió que la distribuidora Margaret Winkler se interesara en “Alice's
Wonderland” y le encargara nuevas películas que combinasen animación y
acción real. Para satisfacer este encargo nació el “Disney Brothers'
Studio”, dirigido por Walt y su hermano Roy, cuya primera sede fue un
humilde garaje en casa de su tío Robert. El flamante estudio produjo nueve “Alice
Comedies” (“Comedias de Alicia”) y, más tarde, la serie "Oswald the
Lucky Rabbit" (“Oswald, el conejo afortunado”), un encargo de la “Universal
Pictures” creado por Ubbe Iwerks, quien se había unido a la nueva aventura
de los hermanos Disney. Oswald fue muy exitoso y ayudó a que los incipientes “Estudios
Disney” se expandieran notablemente, pero un conflicto con la “Universal
Pictures”, que tenía los derechos sobre el bienaventurado conejo y decidió
prescindir de los servicios de Walt y sus acólitos, estuvo a punto de devastar
la empresa. La solución a la debacle fue crear un nuevo personaje: el
entrañable Mickey Mouse. El aclamado ratón iba a llamarse en un
principio "Mortimer", pero la flamante esposa de Walt, Lilian,
decidió que su nombre fuera “Mickey”. Tras dos intentos fallidos, el
amable roedor triunfó con “Steamboat Willie” (1928). A partir de allí, sus
cortometrajes se sucedieron con rapidez, alternándose con una serie de
fantásticas películas musicales titulada "Silly Symphonies"
("Sinfonías tontas").
A
pesar de algunos contratiempos, como el alejamiento de Iwerks de la empresa, el
“Disney Brothers' Studio” siguió creciendo. En 1934, Walt Disney inició
un proyecto visionario: la producción de un largometraje de animación, el
primero en la historia. La industria de la época consideró que la idea de Walt
era un desatino, y el proyecto fue bautizado como "la locura de
Disney". A mediados de 1937, los “Estudios Disney” se habían
quedado sin un centavo y tuvieron que pedir un crédito para poder terminar "Snow
White and the Seven Dwarfs" (“Blancanieves y los siete enanitos”).
Pero la película, una obra maestra por donde se la mire, fue el mayor éxito de
taquilla del año 1938 y el dinero invertido en la cinta se recuperó con creces.
Los
beneficios de “Blancanieves y los siete enanitos” permitieron a Disney
construir un nuevo y cómodo estudio en Burbank, y producir, junto a los cortos
de siempre, maravillosos largometrajes como “Pinocho”, “Fantasía”, “Dumbo”
y “Bambi”. Disney tuvo que encarar algunos problemas que jamás imaginó
que podía llegar a tener, como la huelga de 1941, que paralizó los estudios y
perjudicó la imagen de la empresa. Los empleados de Disney eran los mejor pagos
del medio, pero de todos modos fueron al paro, promovido por la "Screen
Cartoonists Guild" (SCG). Walt Disney jamás comprendió la actitud de
su gente y la consideró una traición. Este fue el origen de su abierta
antipatía al comunismo, a quien consideraba responsable de la ingratitud de sus
empleados. Pero, a pesar de las dificultades, la empresa siguió expandiéndose.
Walt
Disney falleció el 15 de diciembre de 1966, diez días después de cumplir 65
años. Durante largo tiempo se alimentó la leyenda urbana de que Disney, pocos
minutos antes de morir, había sido criogenizado: supuestamente, su cuerpo había
sido introducido aún con vida en una cámara y congelado a bajas temperaturas
para poder ser resucitado cuando la ciencia avanzara y estuviera en condiciones
de curar el cáncer de pulmón que padecía. La historia, por supuesto, es falsa.
Su cuerpo fue incinerado el 17 de diciembre en el Forest Lawn Cemetery de
Glendale, California, y allí reposan sus cenizas.
Hay
otra leyenda urbana que versa sobre los orígenes de Walt: se dice que su nombre
real sería José Guirao Zamora, y sus padres, Isabel Zamora y del doctor Guirao,
una pareja de amantes oriundos de Mojácar, Almería. Supuestamente, al conocer
la noticia de su embarazo, Isabel habría emigrado a Chicago y, más tarde,
entregado a su bebé en adopción a la familia Disney. Walt Disney soportó
estoicamente que su origen se pusiera en entredicho de la forma más arbitraria.
El éxito trae acarreadas estas cositas.
Wal
Disney fue el creador de una empresa que en la actualidad genera unos ingresos
anuales de 30.000 millones de dólares. Emporio o imperio (la palabra que hiera
menos susceptibilidades), “The Walt Disney Company” es una de las
agrupaciones de medios de comunicación y entretenimiento más grandes del mundo.
Es casi increíble pensar que todo comenzó con un ratón. Pero así fue. Y a ese
ratón le debo muchas horas felices de mi infancia.
Tal
como he señalado en el génesis de este opúsculo, las gentes de izquierda le
tienen una feroz antipatía a Walt Disney. Asumo que poco saben estas personas
extravagantes de los entretelones de la huelga de 1941 y del testimonio que dio
Disney a la "House Un-American Activities Committee" en 1947
(que también investigó al genio, entérense). La animadversión pasa por otro
lado: parece que el ratón Mickey es la encarnación más acabada de los
valores americanos. Es el inmundo símbolo de lo idílico, lo familiar, lo
correcto, lo occidental, etc., etc. ¡¡¡¡Es un repugnante bastión del
Imperio!!!! Este roedor parlante, como las multitudes avispadas imaginarán, se
codea con seres abyectos como los vaqueros Cartwright, el Capitán América y
Ronald McDonald. Un asco.
Que
quede bien clarito que no tengo nada en contra de las gentes de izquierdas, del
mismo modo que no tengo nada a favor de las gentes de derechas. Pero no deja de
sorprenderme la fantástica distorsión de la realidad a la que son
peligrosamente adictas. Sirva como ejemplo la absorción sistemática de
calcetines al monstruoso Fidel Castro llevada a cabo por aquellos que avalaron
ferozmente la promulgación de la
Ley de Matrimonio Homosexual (a la que adhiero absolutamente,
aclaro por si las moscas). ¿Saben estas personas confundidas quién fue Reinaldo
Arenas? Parece que no. Tampoco deben saber que la capitalista y maliciosa “The
Walt Disney Company” ha extendido hace tiempo los beneficios médicos a los
compañeros de trabajadores homosexuales, sin que exista ninguna ley que la
obligue a tal cosa. Detalles.
Pero
no son sólo los enemigos acérrimos del Imperio quienes aborrecen a Disney y a
sus criaturas. Las almas pías han descubierto horrores en los productos de “The
Walt Disney Company” y abogan para que el mundo entero note con sensacional
espanto que el pato Donald está desnudo de la cintura para abajo. Los
cristianos más recalcitrantes aseguran que Walt Disney era un perjuro
obsesionado con la mitología helénica y presentan como prueba irrefutable para
esta florida acusación al simpático perro Pluto, así bautizado en honor
a un improbable dios griego, personificación de la riqueza y protector de la
agricultura. Si el Jefe Walt cometió semejante apostasía, sus degenerados
herederos no se quedaron atrás: Hércules es nada más y nada menos que "Jesucristo
desfigurado" (¿?). El periplo de Hércules es, aparentemente, similar
al de Jesús. Sólo que Jesús hace las cosas como Dios manda y Hércules (heleno y
sacrílego) las hace como se le da gana. Los cristianos empecinados vociferan
que los dioses del Olimpo le dan al fortachón un consejo satánico cuando lo
instan a “buscar dentro de sí” la solución a sus problemas. Y señalan
que el muy libidinoso dio la vida por una mujer, cuando Jesucristo la dio por
la humanidad toda. Sí, ya sé que están pensando: que este asunto del
"Jesucristo desfigurado" es la boludez más grande que leyeron en
su vida, mucho más grande aún que el peliagudo asunto de “hacerle el juego
al Imperio”. Yo pienso lo mismo.
Pero
aquí no se acaban las acusaciones que las gentes religiosas tienen para hacerle
a Disney: sostienen que muchos de los personajes de sus películas pertenecen al
maléfico mundo de los espíritus. Está claro que “Fantasía” es una puerca oda a
la hechicería, que los siete enanitos son horrendos duendes y que Pocahontas
es una maldita hereje. ¿A qué muchacha de bien se le ocurriría conversar con un
sauce pretendiendo que el arbolito en cuestión es su difunta abuela? La
reencarnación es otro tema espinoso que Disney vende en sus aparentemente
cándidas películas: "Los animales de los cuentos no son realmente
animales. Son seres humanos con forma de pájaro o de bestias”, declaró
cierta vez el querido tío Walt, ante el espanto absoluto de los chupacirios.
Parece que estos animales humanizados le comen el coco a los niñitos inocentes:
"Cuando los padres permiten que escenas malignas sean vistas en el
hogar, se crea una atmósfera en la que los niños pierden el ánimo de
relacionarse con Dios, prefiriendo las cosas del mundo en su lugar”,
sostiene Robert Morey, un señor a quien, afortunada de mí, no tengo el gusto de
conocer.
Todas
estas ideas y teorías descabelladas se recogen en un patético libro intitulado "Disney
and the Bible", escrito por un tal Perucci Ferraiuolo. Este
estrafalario señor sostiene que Tinker Bell tiene un incontrastable aire
a cabaretera y que las cinturas diminutas de la princesa Jasmine y la
sirenita Ariel apuntan a la descarada sexualización de los niños. Tinker
Bell, además, y según estas gentes eruditas que se saben el mundo feérico
de pe a pa, pertenece a una raza obsesionada con el sexo y poco adepta a la
lectura concienzuda de la
Biblia. Según Ferraiuolo, tano versero si los hay, no es
extraño que Simba, el pequeño protagonista de “El Rey León” hable
de forma afeminada: Disney promueve la homosexualidad y tiene la impudicia de
festejar en sus parques temáticos el "Día del Gay y la Lesbiana".
Para
los pavotes de izquierda, Walt Disney es la cara amable del capitalismo.
Odiarlo da chapa de inteligente, superado y sensible. Ya se sabe que yo
inteligente no soy. Superada, muchísimo menos. Sensible, sí. Cada vez que veo “La Sirenita” lloro como
una condenada. Para los impolutos lamedores de velas y velones, Walt Disney es
un demonio promotor de la homosexualidad, el ocultismo, la magia negra, la
mitología griega, el espiritismo y la filosofía New Age. Odiarlo da
chapa de santo, bienaventurado y bendito. No, no soy ninguna de esas tres
cosas. Soy una turra, ya saben.
Les
habrá quedado clarísimo, supongo, cuánto quiero al viejo tío Walt. Le perdoné
hasta la muerte de la madre de Bambi. No me juzguen, por favor. Poca culpa
tengo yo de que mis encefalogramas resulten lastimosamente planos.
Imagino
que, después de leer este folletín, algunos sujetos murmuraran arteramente a
mis espaldas. Dirán que soy imperialista y degenerada. Burguesa y profana.
Opresora y vil. Puede ser, puede ser. Pero tengo para decir a mi favor que
nunca intento convencer a nadie de la pertinencia de mis estrambóticos
razonamientos. Y jamás de los jamases permito que ningún partido, iglesia,
organización o grupete piense por mí.
Las pavadas que pienso las pienso yo solita.