jueves, 14 de febrero de 2013

CÓMO PASAR SOLA SAN VALENTÍN Y NO MORIR EN EL INTENTO


CÓMO PASAR SOLA SAN VALENTÍN Y NO MORIR EN EL INTENTO

“Ahora ella me manda tristes saludos 
por el Día de los Enamorados,
desde allá, en Filadelfia,
para marcar el aniversario
de algo que supe ser.
Y se siente como si alguien hubiera emitido
una orden para arrestarme.”
Tom Waits 

Cada año, promediando febrero, por obra y gracia de la bastardeada globalización y aún contra nuestras voluntades, nos vemos atrapados en una inmunda telaraña de azúcar cual moscas desahuciadas prontas a ser engullidas por esa alimaña psicópata llamada AMOR. Revistas femeninas, vendedoras de shoppings, programas de televisión atontados por los ardores del verano, fabricantes de Chandon y sospechosas brujas amarradoras de hombres díscolos, nos recuerdan que febrero es el mes de la pasión y el romance y nos urgen a calzarnos diminutas bombachas de encaje colorado (¡como si nos entraran!), comprar cualquier adminículo inútil con forma de corazón, preparar cenas con velitas, beber hasta que las mentadas velitas no ardan y tirarnos las cartas para saber cuánto nos ama el señor que supimos conseguir. Tareas por demás agotadoras que hay que cumplir sí o sí porque el 14 de febrero es San Valentín y el día de San Valentín amadas y amantes le mostramos al mundo que lo mejor que nos pasó en la vida es no quedarnos para vestir santos, si somos señoras de caderas respetables, o tener con quien esquivar tan aciago futuro, si somos aún tiernas palomitas.
Después de este preámbulo muchos de mis lectores supondrán que el Día de los Enamorados es una fecha que me resulta harto fastidiosa. Craso error, mis queridos. Me encanta San Valentín, aunque venga escoltado por calzones rojos, mensajitos babosos, velitas de colores y brujas oportunistas. Aunque más no sea para llevarle la contra  a los aguafiestas de siempre, quienes protestan ante tanta muestra de amor angloparlante argumentando que vivimos en Argentina y en Argentina comemos asado con cuero que casi me muero y festejamos el Día de la Lealtad Peronista.
Contrariamente a lo que creen a pie juntillas los desinformados de siempre, el origen del Día de los Enamorados poco tiene que ver con el Pato Donald, el Big Mac y las películas de John Wayne. El festejo de San Valentín no se inició en el noble país del norte sino en la alocada Roma de tiempos idos, donde, en los primeros años de la Era Cristiana, creyentes y paganos se entregaban con intensidad a las distintas festividades relacionadas con los ciclos solares y lunares. Luego de las Saturnalias y de la Candelaria -ambas celebraciones ligadas a la luz solar-, el pueblo de Roma, siempre ávido de revolcones y jolgorio, organizaba una fiesta en honor del dios Pan, también conocido como Lupercus, quien era la encarnación misma del furor sexual y la fecundación. Durante las Lupercales, los sacerdotes se cubrían con pieles de cabra con las que confeccionaban, además, látigos con los que dos mancebos que simbolizaban a Rómulo y Remo azotaban a los romanos con el fin de impregnarlos de la potencia fecundatoria de las cabras (yo los hubiera azotado con un látigo hecho de piel de conejo, pero bue, gustos son gustos) y, al mismo tiempo, purificar sus cuerpos para que sus hijos nacieran sanos. Otro ritual de la fiesta consistía en introducir en una caja prendas con los nombres de las muchachas casaderas para que, cada uno a su turno, los varones sacaran de la caja -como si de una lotería amorosa se tratara- el nombre de la mujer que sería su compañera hasta la fiesta del próximo año. Que se entendía por compañera no sé, pero sospecho que también fueron los inefables romanos los que inventaron el peliagudo asunto de la amistad con derecho a roce. La Iglesia Católica, siempre atenta a que sus fieles no se bajen los calzones con fines orientados a la fornicación más febril, se opuso a que los jóvenes cristianos se vieran envueltos en el puterío desenfrenado de las Lupercales y, aprovechando que el emperador Claudio II había convertido a un obispo llamado Valentín en mártir, al decapitarlo por casar en secreto a las parejas de enamorados luego de que él hubiera prohibido el matrimonio mediante un edicto, ya que los recién casados se negaban a ir a la guerra, proclamó al malogrado hombre de Dios, ejecutado un 14 de febrero, Santo Patrono de los Enamorados. Y transformó a las lujuriosas Lupercales en una celebración inocua y más bien pavota. Conservó, eso sí, la costumbre de la lotería improvisada, pero los jóvenes ardientes no extraían ya de la misteriosa caja los nombres de señoritas con las cuales desfogarse durante el año, sino los de santos cuyas virtudes debían imitarse en ese período de tiempo. De más está decir que los jóvenes romanos putearon a los curas hasta quedarse sin voz.
La celebración del Día de los Enamorados llegó hasta nuestros días, alimentada, no sólo por el romance, sino también por el más vil comercio, aunque, curiosamente, su mayor auge se dio en países no católicos. La costumbre de enviar tarjetas (valentines) en esta fecha, que tiene su origen en la carta que Carlos, Duque de Orleans, preso en la Torre de Londres, escribió a su esposa allá por el 1415, firmándola como “tu Valentín” (misiva que hoy se conserva en el Museo Británico), se hizo masiva a partir de la aparición de la primera tarjeta creada con fines comerciales, en 1840. Y si bien en el principio de los tiempos tenía un plus de crueldad (estaba permitido mandarle tarjetas ofensivas a las pobres solteronas y a las feas que van procurando que el mundo no las vea), hoy en día es un divertimento de lo más inofensivo.
Nos guste o no, San Valentín ya no es propiedad exclusiva de las gentes del norte. Ha desembarcado en nuestras rústicas pampas y se ha instalado cómodamente entre nosotros. Las mujeres sabemos usufructuarlo, porque el usufructo de cualquier situación en nuestro beneficio está, sin dudas, en nuestros veleidosos genes. Los hombres lo soportan con estoicismo, como soportan cada uno de nuestros caprichos. Esposas, concubinas, novias y amantes, obtenemos, el 14 de febrero, algún regalito o alguna salida más o menos vistosa. Y aprovechamos el día, como dije anteriormente, para mostrarle al mundo que no estamos solas. ¿Pero qué pasa con aquellas pobrecitas con la misma puntería para elegir hombres que la cascoteada Mónica Farro? ¿Con las que llegan a mediados de febrero solitas y solas? ¿Con las que hace años que no ven a un calzoncillo con un señor adentro? Para ellas, mis queridos, está la Cosmopolitan. Que este mes, además de ofrecernos portaligas rojos y de ponernos al tanto de las chanchadas que cierta juventud disoluta lleva a cabo en la misma arena donde una apoya el culo inocentemente cada vez que se acomoda debajo de la sombrilla para comerse un sánguche de milanesa en la otrora impoluta Santa Teresita, nos acerca una serie de cosmomandamientos para que las mujeres solas pasen este San Valentín de la manera más decorosa posible. Como lo mío es pura vocación de servicio y ayudar a las damas y damitas en apuro me hace enormemente dichosa, paso a transcribirlos. De nada.

10 CONSEJOS PARA LAS SOLTERAS EN SAN VALENTÍN

-No quieras conseguir a tu nuevo príncipe azul en 24 horas para tener con quien festejar. Si durante los 363 días restantes del año no pudieron enganchar a un pavote que les comprara, aunque sea, un Dos Corazones derretido para homenajearlas en el Día de los Enamorados, es iluso pensar que el 13 de febrero se van a cruzar con Andrea Casiraghi montado en caballo blanco y con ganas de revolear los calzones en vuestro honor. Los hombres (mucho más los dispuestos a tolerar una reverenda pelotudez como San Valentín) no crecen en los árboles y no es tan sencillo hacerse de uno de ellos para cursar con felicidad esta  cara celebración. Engancharse con cualquier marmota para evitar estar sola el 14 de febrero es poco recomendable.

-Evita ir al cine sola ese día: te vas a encontrar con una congestión de parejas, besándose a tu alrededor. Convengamos, chiquitos míos, que la chica Cosmo promedio no sobresale, precisamente, por su rapidez mental (no me tomen a mí como parámetro, yo leo la revista con fines estrictamente científicos y hace rato que dejé de ser chica). Pero ni a la más lenta de las féminas se le ocurriría ir al cine sola el 14 de febrero. Mucho menos a ver filmes del tipo “Un lugar donde refugiarse”. A lo sumo se puede intentar con una estruendosa “Duro de matar 2587” o con una embolante “Actividad Paranormal -6, precuela de la precuela de la precuela”. Pero tampoco. Ir al cine sola el día de San Valentín es exponerse al pedo a burlas cruentas y miradas de conmiseración.

-Alejate del celular durante todo el 14 de febrero. (Te puede agarrar la nostalgia de Cupido y terminás mandándole mensajitos de texto a tu ex). Sabrán ustedes, caros lectores, que la soledad es mala consejera. Y, si a los malos consejos se les suma un celular con crédito atiborrado de números telefónicos de señores a los cuales es mejor perderlos que encontrarlos, la cosa puede tomar ribetes de catástrofe. Mandarles mensajitos a nuestro ex en San Valentín sólo porque nos sentimos solas es tristísimo. Mucho más si el sátrapa en cuestión ya tiene palenque ande ir a rascarse.

-Tomate una tarde de relax. Un buen masaje en un spa te va a hacer olvidar de que la ciudad está inundada de corazones. Si bien descreo de esta afirmación optimista (lo más probable es que el spa en cuestión también esté inundado de corazones y haya  promociones especiales para babosos y enamorados de todo tipo), un buen masaje nunca está de más. Así que, adianchi.

-No te pongas la camiseta anti-San Valentín: quedás como una amargada cuando en realidad sos una romántica. La camiseta anti-San Valentín se puede llevar por varios motivos, a saber:
a) Nacionalismo mal entendido: Ya hemos hablado en varias ocasiones de los pavotes que refutan toda fiesta o costumbre extranjera (sobre todo anglosajona) en nombre de un nacionalismo rayano en la xenofobia. “Estamos en Argentina”, nos espetan en la cara a los fervientes seguidores de cualquier relajo que haya derivado de las Lupercales. Si estamos en Argentina que se saquen los Levi’s, se embutan dentro de una bombacha gauchesca y se dejen de romper las bolas.
b) Espíritu de contradicción: Muchos son los señores y señoras que reniegan de cualquier cosa sólo porque esa cosa tiene cierto grado de aceptación popular. Son los que gustan de decir sí cuando todo el mundo dice que no, y viceversa. Un asco.
c) Devoción a Joaquín Sabina: Sí, Joaquín Sabina dijo en una canción que no quería 14 de febrero. Pero también dijo que tampoco quería cumpleaños feliz, ni París con aguacero, ni Venecia sin ti. En síntesis, lo único que quiere este gallego es cagarnos la vida. Y nosotras le seguimos comprando discos.
d) Resentimiento feroz: Dentro del grupo que repudia a San Valentín y su cohorte de corazones almibarados por resentimiento, las mujeres que están solas en esta fecha crucial son mayoría. Son muchas las que dicen detestar el Día de los Enamorados por su estupidez y comercialidad y muy dentro de sí desearían ser atiborradas de globos, golosinas, osos de peluche y otras porquerías varias. Muy bien hace la Cosmo cuando aconseja a las damitas sin pareja no subirse al carro de los detractores de San Valentín. Queda feo y se nota que una sangra por la herida.

-Prohibida la revisión histórica: no te pongas a mirar fotos viejas o cartas de ex amores. Parece que la revisión histórica, sobre todo en fechas trascendentales, es garantía total de depresión. Ponerse a mirar fotos, releer cartas, oler flores marchitas y chupar envoltorios de chocolate viejos es un comportamiento malsano que hay que evitar como sea.

-Mirá el lado positivo: tenés free para cualquier capricho. (Por ejemplo, para comprarte esos zapatos que te vuelven loca). Que me perdone nuestra revista favorita, pero a mí esté cosmomandamiento me parece una reverenda huevada. ¿Qué sentido tiene que seamos nosotras mismas quienes satisfagamos nuestros caprichos? Los caprichos femeninos deben ser cubiertos por señores bien dispuestos: una no trabaja 8 horas diarias para tirar el dinero que gana comprando un par de zapatos que no necesita. Todo lo superfluo, innecesario, extravagante, excesivamente lujoso o excesivamente inútil en la vida de una mujer debe ser financiado por un masculino. Sino no tiene gracia.

-Si te quedás en tu casa, no mirés una comedia romántica (serías demasiado masoquista). Elegí una buena película de acción o un thriller. Las comedias románticas son trampas inmundas que nos enloquecen y nos llevan a creer que la vida puede ser rosada como un salto de cama de Doris Day. Son nocivas para la psiquis femenina en cualquier época del año. Mucho más aún el 14 de febrero. Mucho más aún si una está sola como perro malo.

-¡Cuidado! Hacerte un regalo está más que permitido. Pero autoenviarte flores o bombones al trabajo es un poco (muy) bizarro. A las mujeres nos encanta recibir regalos. Por eso es válido autoregalarnos cosas cuando no tenemos un galán mano suelta que haga nuestras delicias. Eso sí: hacerle creer a los demás que esos regalos llegan de parte de un romántico y misterioso  señor que se bebe los vientos por nosotras no es sólo bizarro, es psicopático.

-Mantenete lejos de tu muro de Facebook. Podés tentarte y escribir frases como: “Prefiero tener a mi gato que a un novio.” Desassstre. Chicas, a mí me encantan los animales. Pero cualquier hembra que se precie sabe que el peor de los novios es preferible al mejor de los gatos. A un gato no podemos llorarle en la oreja todo el día. Ni culparlo por nuestros fracasos. Ni exigirle regalos, festejos y recordaciones. Ni sacarle el último papel de $50 que le queda en la billetera.

Hasta aquí los 10 cosmomandamientos para que las mujeres solas no pasen un San Valentín tan tétrico. Como yapa (y como epígrafe de una bella foto donde una señorita solita y sola contempla como el sol  se mete a las siete en la cuna del mar a roncar) la Cosmopolitan dispara: “Disfrutar de un lindo atardecer sin que nadie te moleste también tiene su atractivo.” Y es cierto, señoras. Así que a no desesperarse: que San Valentín te agarre sin pareja no es la muerte de nadie. Es sólo una pequeña agonía sin consecuencias que dura 24 estúpidas horas. Nada más.

Y nada menos.

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