CÓMO
PASAR SOLA SAN VALENTÍN Y NO MORIR EN EL INTENTO
“Ahora
ella me manda tristes saludos
por
el Día de los Enamorados,
desde
allá, en Filadelfia,
para
marcar el aniversario
de
algo que supe ser.
Y
se siente como si alguien hubiera emitido
una
orden para arrestarme.”
Tom
Waits
Cada año, promediando
febrero, por obra y gracia de la bastardeada globalización y aún contra nuestras voluntades, nos
vemos atrapados en una inmunda telaraña de azúcar cual moscas desahuciadas
prontas a ser engullidas por esa alimaña psicópata llamada AMOR. Revistas femeninas, vendedoras de
shoppings, programas de televisión atontados por los ardores del verano,
fabricantes de Chandon y sospechosas brujas amarradoras de hombres díscolos, nos recuerdan que
febrero es el mes de la pasión y el romance y nos urgen a calzarnos diminutas
bombachas de encaje colorado (¡como si nos entraran!), comprar cualquier
adminículo inútil con forma de corazón, preparar cenas con velitas, beber hasta
que las mentadas velitas no ardan y tirarnos
las cartas para saber cuánto nos ama el señor que
supimos conseguir. Tareas por demás agotadoras que hay que cumplir sí o sí
porque el 14 de febrero es San
Valentín y el día de San Valentín amadas y amantes le mostramos al mundo
que lo mejor que nos pasó en la vida es no quedarnos para vestir santos, si
somos señoras de caderas respetables, o tener con quien esquivar tan aciago
futuro, si somos aún tiernas palomitas.
Después de este preámbulo
muchos de mis lectores supondrán que el Día
de los Enamorados es una
fecha que me resulta harto fastidiosa. Craso error, mis queridos. Me encanta San Valentín, aunque venga
escoltado por calzones rojos, mensajitos babosos, velitas de colores y brujas
oportunistas. Aunque más no sea para llevarle la contra a los aguafiestas
de siempre, quienes protestan ante tanta muestra de amor angloparlante
argumentando que vivimos en Argentina y en Argentina comemos asado con cuero que casi me muero y festejamos el Día de la Lealtad Peronista.
Contrariamente a lo que creen
a pie juntillas los desinformados de siempre, el origen del Día de los Enamorados poco tiene que ver con el Pato Donald, el Big Mac y las películas de John Wayne. El
festejo de San Valentín no se inició en el noble país del
norte sino en la alocada Roma de tiempos idos, donde, en los primeros años de
la Era Cristiana, creyentes y paganos se entregaban con
intensidad a las distintas festividades relacionadas con los ciclos solares y
lunares. Luego de las Saturnalias y de la Candelaria -ambas celebraciones ligadas a la luz
solar-, el pueblo de Roma, siempre ávido de revolcones y jolgorio, organizaba
una fiesta en honor del dios Pan,
también conocido como Lupercus,
quien era la encarnación misma del furor sexual y la fecundación. Durante las Lupercales, los sacerdotes se
cubrían con pieles de cabra con las que confeccionaban, además, látigos con los
que dos mancebos que simbolizaban a Rómulo y Remo azotaban a los romanos con el fin
de impregnarlos de la potencia fecundatoria de las cabras (yo los hubiera
azotado con un látigo hecho de piel de conejo, pero bue, gustos son gustos) y, al mismo
tiempo, purificar sus cuerpos para que sus hijos nacieran sanos. Otro ritual de
la fiesta consistía en introducir en una caja prendas con los nombres de las
muchachas casaderas para que, cada uno a su turno, los varones sacaran de la
caja -como si de una lotería amorosa se tratara- el nombre de la mujer que
sería su compañera hasta la fiesta del próximo año. Que
se entendía por compañera no sé, pero sospecho que también
fueron los inefables romanos los que inventaron el peliagudo asunto de la amistad con derecho a roce. La Iglesia
Católica, siempre atenta a
que sus fieles no se bajen los calzones con fines orientados a la fornicación
más febril, se opuso a que
los jóvenes cristianos se vieran envueltos en el puterío desenfrenado de las Lupercales y, aprovechando que el emperador Claudio II había convertido a un obispo
llamado Valentín en mártir, al decapitarlo por
casar en secreto a las parejas de enamorados luego de que él hubiera prohibido
el matrimonio mediante un edicto, ya que los recién casados se negaban a ir a
la guerra, proclamó al malogrado hombre de Dios, ejecutado un 14 de febrero, Santo Patrono de los Enamorados. Y transformó a las lujuriosas Lupercales en una celebración inocua y más
bien pavota. Conservó, eso sí, la costumbre de la lotería improvisada, pero los
jóvenes ardientes no extraían ya de la misteriosa caja los nombres de señoritas
con las cuales desfogarse durante el año, sino los de santos cuyas virtudes
debían imitarse en ese período de tiempo. De más está decir que los jóvenes
romanos putearon a los curas hasta quedarse sin voz.
La celebración del Día de los Enamorados llegó hasta nuestros días, alimentada,
no sólo por el romance, sino también por el más vil comercio, aunque,
curiosamente, su mayor auge se dio en países no católicos. La costumbre de
enviar tarjetas (valentines) en esta fecha, que tiene su origen en la
carta que Carlos, Duque de
Orleans, preso en la Torre de Londres, escribió a su esposa allá por el
1415, firmándola como “tu
Valentín” (misiva que hoy se
conserva en el Museo Británico),
se hizo masiva a partir de la aparición de la primera tarjeta creada con fines
comerciales, en 1840. Y si bien en el principio de los tiempos tenía un plus de
crueldad (estaba permitido mandarle tarjetas ofensivas a las pobres solteronas y a las feas que van procurando que el
mundo no las vea), hoy en día es un divertimento de lo más inofensivo.
Nos guste o no, San Valentín ya no es propiedad exclusiva de las
gentes del norte. Ha desembarcado en nuestras rústicas pampas y se ha instalado
cómodamente entre nosotros. Las mujeres sabemos usufructuarlo, porque el
usufructo de cualquier situación en nuestro beneficio está, sin dudas, en
nuestros veleidosos genes. Los hombres lo soportan con estoicismo, como
soportan cada uno de nuestros caprichos. Esposas, concubinas, novias y amantes,
obtenemos, el 14 de febrero, algún regalito o alguna salida más o menos
vistosa. Y aprovechamos el día, como dije anteriormente, para mostrarle al
mundo que no estamos solas. ¿Pero qué pasa con aquellas pobrecitas con la misma
puntería para elegir hombres que la cascoteada Mónica Farro? ¿Con las que
llegan a mediados de febrero solitas
y solas? ¿Con las que hace años que no ven a un calzoncillo con un señor
adentro? Para ellas, mis queridos, está la Cosmopolitan. Que este mes, además de ofrecernos
portaligas rojos y de ponernos al tanto de las chanchadas que cierta juventud
disoluta lleva a cabo en la misma arena donde una apoya el culo inocentemente
cada vez que se acomoda debajo de la sombrilla para comerse un sánguche de
milanesa en la otrora impoluta Santa Teresita, nos acerca una serie de cosmomandamientos para que las mujeres solas pasen este San Valentín de la manera más decorosa posible.
Como lo mío es pura vocación de servicio y ayudar a las damas y damitas en
apuro me hace enormemente dichosa, paso a transcribirlos. De nada.
10 CONSEJOS PARA LAS SOLTERAS
EN SAN VALENTÍN
-No quieras conseguir a tu
nuevo príncipe azul en 24 horas para tener con quien festejar. Si durante los 363 días restantes del año no
pudieron enganchar a un pavote que les comprara, aunque sea, un Dos Corazones derretido para homenajearlas en el Día de los Enamorados,
es iluso pensar que el 13 de febrero se van a cruzar con Andrea Casiraghi montado
en caballo blanco y con ganas de revolear los calzones en vuestro honor. Los
hombres (mucho más los dispuestos a tolerar una reverenda pelotudez como San Valentín) no crecen en los
árboles y no es tan sencillo hacerse de uno de ellos para cursar con felicidad
esta cara celebración. Engancharse con cualquier marmota para evitar
estar sola el 14 de febrero es poco recomendable.
-Evita ir al cine sola ese
día: te vas a encontrar con una congestión de parejas, besándose a tu
alrededor. Convengamos, chiquitos míos,
que la chica Cosmo promedio no sobresale, precisamente,
por su rapidez mental (no me tomen a mí como parámetro, yo leo la revista con fines estrictamente científicos y hace rato que dejé de ser chica). Pero ni a la más lenta
de las féminas se le ocurriría ir al cine sola el 14 de febrero. Mucho menos a
ver filmes del tipo “Un lugar
donde refugiarse”. A lo sumo se puede intentar con una estruendosa “Duro
de matar 2587” o con una embolante “Actividad Paranormal -6, precuela de la precuela de la precuela”. Pero tampoco. Ir al cine sola el día
de San Valentín es exponerse al pedo a burlas cruentas
y miradas de conmiseración.
-Alejate del celular durante
todo el 14 de febrero. (Te puede agarrar la nostalgia de Cupido y terminás
mandándole mensajitos de texto a tu ex). Sabrán ustedes, caros
lectores, que la soledad es mala consejera. Y, si a los malos consejos se les
suma un celular con crédito atiborrado de números telefónicos de señores a los
cuales es mejor perderlos que encontrarlos, la cosa puede tomar ribetes de
catástrofe. Mandarles mensajitos a nuestro ex en San Valentín sólo porque nos sentimos solas es
tristísimo. Mucho más si el sátrapa en cuestión ya tiene palenque ande ir a rascarse.
-Tomate una tarde de relax.
Un buen masaje en un spa te va a hacer olvidar de que la ciudad está inundada
de corazones. Si bien descreo de esta afirmación optimista (lo más probable es
que el spa en cuestión también esté inundado de corazones y haya promociones
especiales para babosos y enamorados de todo tipo), un buen masaje nunca está
de más. Así que, adianchi.
-No te pongas la camiseta
anti-San Valentín: quedás como una amargada cuando en realidad sos una
romántica. La camiseta anti-San Valentín se puede llevar por varios
motivos, a saber:
a) Nacionalismo mal
entendido: Ya hemos hablado en varias
ocasiones de los pavotes que refutan toda fiesta o costumbre extranjera (sobre
todo anglosajona) en nombre de un nacionalismo rayano en la xenofobia. “Estamos en Argentina”, nos espetan en la cara a los
fervientes seguidores de cualquier relajo que haya derivado de las Lupercales. Si estamos en Argentina que se
saquen los Levi’s, se
embutan dentro de una bombacha gauchesca y se dejen de romper las bolas.
b) Espíritu de contradicción: Muchos son los señores y señoras que
reniegan de cualquier cosa sólo porque esa cosa tiene cierto grado de
aceptación popular. Son los que gustan de decir sí cuando todo el mundo dice
que no, y viceversa. Un asco.
c) Devoción a Joaquín Sabina: Sí, Joaquín Sabina dijo en una canción que no quería 14 de febrero. Pero también dijo que tampoco quería cumpleaños
feliz, ni París con
aguacero, ni Venecia sin ti. En
síntesis, lo único que quiere este gallego es cagarnos la vida. Y nosotras le
seguimos comprando discos.
d) Resentimiento feroz: Dentro del grupo que repudia a San Valentín y su cohorte de corazones almibarados por
resentimiento, las mujeres que están solas en esta fecha crucial son mayoría.
Son muchas las que dicen detestar el Día de los Enamorados por su estupidez y comercialidad y muy
dentro de sí desearían ser atiborradas de globos, golosinas, osos de peluche y
otras porquerías varias. Muy bien hace la Cosmo cuando aconseja a las damitas sin
pareja no subirse al carro de los detractores de San Valentín. Queda feo y se nota que una sangra por
la herida.
-Prohibida la revisión
histórica: no te pongas a mirar fotos viejas o cartas de ex amores. Parece que la revisión histórica, sobre todo en
fechas trascendentales, es garantía total de depresión. Ponerse a mirar fotos,
releer cartas, oler flores marchitas y chupar envoltorios de chocolate viejos
es un comportamiento malsano que hay que evitar como sea.
-Mirá el lado positivo: tenés
free para cualquier capricho. (Por ejemplo, para comprarte esos zapatos que te
vuelven loca). Que me perdone nuestra revista favorita, pero a mí esté cosmomandamiento me parece una reverenda huevada. ¿Qué
sentido tiene que seamos nosotras mismas quienes satisfagamos nuestros
caprichos? Los caprichos femeninos deben ser cubiertos por señores bien
dispuestos: una no trabaja 8 horas diarias para tirar el dinero que gana
comprando un par de zapatos que no necesita. Todo lo superfluo, innecesario,
extravagante, excesivamente lujoso o excesivamente inútil en la vida de una
mujer debe ser financiado por un masculino. Sino no tiene gracia.
-Si te quedás en tu casa, no
mirés una comedia romántica (serías demasiado masoquista). Elegí una buena
película de acción o un thriller. Las comedias románticas son
trampas inmundas que nos enloquecen y nos llevan a creer que la vida puede ser
rosada como un salto de cama de Doris Day. Son nocivas para la
psiquis femenina en cualquier época del año. Mucho más aún el 14 de febrero.
Mucho más aún si una está sola como perro malo.
-¡Cuidado! Hacerte un regalo
está más que permitido. Pero autoenviarte flores o bombones al trabajo es un
poco (muy) bizarro. A las mujeres nos encanta
recibir regalos. Por eso es válido autoregalarnos cosas cuando no tenemos un galán
mano suelta que haga nuestras delicias. Eso sí: hacerle creer a los demás que
esos regalos llegan de parte de un romántico y misterioso señor que se
bebe los vientos por nosotras no es sólo bizarro,
es psicopático.
-Mantenete lejos de tu muro
de Facebook. Podés tentarte y escribir frases como: “Prefiero tener a mi gato
que a un novio.” Desassstre. Chicas, a mí me encantan los
animales. Pero cualquier hembra que se precie sabe que el peor de los novios es preferible al mejor de los gatos. A un gato
no podemos llorarle en la oreja todo el día. Ni culparlo por nuestros fracasos.
Ni exigirle regalos, festejos y recordaciones. Ni sacarle el último papel de $50 que le queda en la billetera.
Hasta aquí los 10 cosmomandamientos para que las mujeres solas no pasen un San Valentín tan tétrico. Como yapa (y como
epígrafe de una bella foto donde una señorita solita
y sola contempla como el sol se mete a las siete en
la cuna del mar a roncar) la Cosmopolitan dispara: “Disfrutar de un lindo
atardecer sin que nadie te moleste también tiene su atractivo.” Y es cierto, señoras. Así que
a no desesperarse: que San
Valentín te agarre sin pareja
no es la muerte de nadie. Es sólo una pequeña agonía sin consecuencias que dura
24 estúpidas horas. Nada más.
Y nada menos.
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