EL
BLUES DE LA ESCLAVA
“…desde
Kunta Kinte a nuestros días pocas mejorías…”
"El
blues del esclavo", Mecano
Hace unas
semanas, bah, unos meses, bah, unos años, que
mi marido viene amenazándome con tomarse el buque. Yo no tenía muy claro a qué
respondían estas vergonzosas intimidaciones, hasta que recalé en el blog de
unas amigas, y encontré un folletito que me abrió los ojos: mi benemérito
consorte quiere estampar la huella de su zapato en mi voluminoso trasero
(inflado a fuerza de medialunas y no de metacrilato, aclaro) por una razón
alarmante: no soy una buena esposa.
A
qué viene esta afirmación rotunda que pone en duda mis habilidades domésticas
se preguntarán ustedes. Viene a que, comparándome con la esposa modelo que
promueve este pintoresco opusculito de 1953, soy una cucaracha rastrera que lo
único que merece es que su maridito la pise sin miramientos. Porque peco de inútil,
egoísta, amarga, desordenada y gorda. Qué feo. Para que ustedes, damitas
lectoras, puedan complacer a sus esposos y conseguir que se dejen de
escorchar con tanta amenaza de fuga, hete aquí las enseñanzas de la “Guía
de la buena esposa”, que ofrece 11 sencillas reglas para hacer felices a
vuestros maridos y convertirse en las mujercitas que ellos siempre soñaron, auténticas
esposas de Stepford con tornillos en el culo y aire en la cabeza. Una
joyita, vean.
GUÍA DE LA BUENA ESPOSA
1)
TEN LISTA LA CENA: “Planea
con tiempo una deliciosa cena para su llegada. Esta es una forma de dejarle
saber que has estado pensando en él y que te preocupan sus necesidades. La
mayoría de los hombres están hambrientos cuando llegan a casa. Prepara su plato
favorito.”
Las
desalmadas mujeres de hoy tendemos a usar artilugios pecaminosos tales como el puré
Chef, los calditos Knorr Suiza y las pizzas Sibarita. Somos
tan malvadas que hasta atosigamos a nuestros bebés con sospechosas papillas
Nestlé. Las salchichas, las hamburguesas y los nuggets son nuestros
aliados. Todo esto, permítanme decírselos sin herir susceptibilidades, es una
oda a la vagancia. ¿Cómo ignorar el amor infinito que conlleva pelar
una papa? ¿Cómo pasar por alto la devoción enternecedora que proyecta sobre
nuestra familia un hueso de caracú refocilándose en un caldito casero? ¿Cómo no
comprender que amasar pizza equivale a darle nuestra almita a ese hombre al
cual pertenecemos? ¿A ustedes les preocupan las necesidades de sus
maridos o no, manga de haraganas? ¿Y el bebé? El bebé será carne de
diván tan sólo porque no fuimos capaces de pisar una zanahoria. Muy triste.
2)
LUCE HERMOSA: “Descansa
5 minutos antes de su llegada para que te encuentre fresca y reluciente. Retoca
tu maquillaje, ponte un listón en el cabello y luce lo mejor posible para él.
Recuerda que ha tenido un día duro y que sólo ha tratado con sus compañeros de
trabajo.”
Pelar
un kilo de papas, señoras, no nos da derecho a lucir como Trapito,
el espantapájaros. Nuestros esposos han laborado todo el día y merecen, al
llegar al sacrosanto seno del hogar, encontrarse con una señora bella y
perfumada, con un moño precioso ornamentando su cabecita hueca. No me vengan,
por favor, con que 5 minutos no son suficientes para reponerse de los
sinsabores que deparan tres críos maleducados, un perro sucio, una vecina
belicosa y una suegra rompe pelotas. ¡5 minutos son más que
suficientes! No olviden que sus esposos han trabajado todo el día como
burros para traer el pan al hogar y ustedes se rascaron la barriga frente al
televisor atosigándose con “Buenas tardes, mucho gusto” (¡Zas!
¡Se me cayó la cédula!) ¿Y todo para qué? Para aprender a cocinar manjares que
no prepararán nunca, porque el 24 de diciembre del vitel thoné no
las mueven ni con una grúa. ¡Sean bellas, carajo! ¡Maquíllense! ¡Sean sinuosas,
sabrosas y apetecibles! Eso sí, sin pasarse de rosca. Una cosa es ser
una esposa hermosa y otra muy distinta, un putón de Almodóvar.
3)
SÉ DULCE E INTERESANTE: “Su
aburrido día de trabajo quizás necesite mejorar. Tú debes hacer todo lo posible
por hacerlo. Una de tus obligaciones es distraerlo.”
“Yo
no me casé para ser Krusty”, pensarán
ustedes. Porque entre el maquillaje y el entretenimiento temen convertirse en
los payasitos de su consorte. No es así, señoras. No sean rebeldes. Al marido
hay que entretenerlo: eso es lo que corresponde. Bailen la danza del vientre.
Hagan malabarismo con las naranjas. Saquen un conejo del lavarropas. Eso sí,
sin dejar de ser dulces e interesantes. Prueben debatir sobre la teoría de
Darwin con una pollerita de bananas a lo Josephine Baker. Las bananas le dan el
toque hogareño y entretenedor al espectáculo. También pueden recitar versitos
de los “Dos Corazones” o cantar algún jingle de las
publicidades del chocolate “Tofi”, de esos ochentosos que
postulan que todo puede ser mejor si sabemos dar lo que llevamos dentro y
proponen cambiar el mundo con una dulzura especial (¡Y otra
vez se me cayó la cédula!).
4)
ARREGLA TU CASA, DEBE LUCIR IMPECABLE: “Haz una última ronda por las principales áreas
de la casa, justo antes de que tu marido llegue. Levanta libros de la escuela,
juguetes, etc. Y limpia con un plumero las mesas.”
Ya
sé lo que me van a decir: que no tienen plumero. Porque las
malas esposas somos espíritus libres que no tenemos plumeros ni
barremos las hojas de los árboles cuando llega el otoño. Pero eso no es
excusa: van y compran uno. Y encarcelan de una vez por todas a ese espíritu
romántico y desprolijo que festeja los libros y los juguetes tirados por ahí,
porque tales infracciones hablan de una casa viva. Hay que
fregar y fregar para que nuestro mártir trabajador se halle ha gusto en su
hogar, dulce hogar. El polvo en los muebles es enemigo feroz de los buenos
matrimonios. No lo olviden nunca.
5) HAZLO SENTIR EN EL PARAÍSO: “Durante los meses más fríos del año debes preparan la chimenea
antes de su llegada. Tu marido sentirá que ha llegado a un paraíso de descanso
y orden, eso te levantará el ánimo a ti también. Después de todo, cuidar de su
comodidad te brindará una enorme satisfacción personal.”
Acá también sé lo que me van a decir: que no tienen
chimenea. Qué
turras que son. Van y la hacen construir. O la construyen con sus propias
manos. A ver si se creen que, en tiempos inclementes, al marido se lo puede
arreglar con una bolsa de agua caliente. ¿Qué pasa? ¿No quieren sentirse satisfechas? ¿Por qué no se ponen a laburar entonces? Y no me pataleen a
lo Pimpinela “Me hace
falta una flor, una flor, una flor”, porque no se los voy a permitir. Nada de flores. Vocación de servicio. Que pa’ algo se casaron.
6) PREPARA A LOS NIÑOS: “Cepíllales el pelo, lava sus manos y cámbiales la ropa si es necesario. Son pequeños tesoros y él los querrá ver relucientes. Tomate unos minutos para arreglar a los niños.”
¿Qué
es eso de tener a los niños mugrientos y con los mocos colgando? ¿Qué pasa con
ustedes, señoras? Los niños deben enceguecernos con su fulgor. Son pequeños
tesoros, aunque rompan el vidrio del vecino de un pelotazo, envenenen al
gato y se caguen a palos todo el día. Ustedes retrucarán, lo sé, que ningún
tesoro que se precie está todo el día metiéndose los dedos en la nariz ni se
limpia las manos en las cortinas después de comerse una pata de pollo. Lo
que pasa es que ustedes no saben comprender a estas delicadas joyas. Vayan y
cepíllenlos como Dios manda.
7) MINIMIZA EL RUIDO: “A la hora de su llegada apaga la lavadora, secadora y aspiradora e intenta que los niños estén callados. Piensa en todo el ruido que él ha tenido que soportar durante su pesado día de oficina.”
Mujeres,
no puede ser que el hombre de la casa llegue y se encuentre con los aullidos de Bon
Jovi y las detonaciones enloquecedoras del Call of Duty. Apaguen
el tocadiscos (sí, ya sé, esto parece el túnel del
tiempo, pero es para estar a tono con el folleto), apaguen la PlayStation,
apaguen todo lo que puedan. Apaguen a sus hijos, que son unos gritones
insoportables. Vuestros consortes necesitan un dulce silencio para poder
relajarse. Están muy cansados: a no olvidar que estuvieron 8 horas con el culo
en la silla firmando papelitos mientras ustedes corrían detrás del bebé,
bañaban al perro, despiojaban al pibe del medio y abrían el paquete de Paty.
8)
PROCURA VERTE FELIZ: “Regálale
una gran sonrisa y muestra sinceridad en tu deseo de complacerlo. Tu felicidad
es su recompensa por su esfuerzo diario.”
¿Depresión?
¿Qué carajo es eso? ¿Quién lo inventó? Algún psiquiatra con ganas de currar a
la gente, seguro. Ustedes, carísimas lectoras, tienen que ser felices y
estar siempre tan eufóricas como payaso nuevo (eso sí, sin
hacer demasiado aspavientos ruidosos, no olviden por favor el apartado número
7). Sonrían todo el tiempo, aún cuando les duela hasta el último átomo de sus
humanidades. Cuélguense del cuello de sus esposos cuando vuelvan del trabajo
con una genuina alegría. Agradézcanles que les permitan servirlo. Tiren cohetes
y otros fuegos de artificio para celebrar su gloriosa esclavitud (y nada de
andar pidiendo descanso dominical, un salario normal, dos pagas, mes de
vacaciones y una pensión tras la jubilación).
9)
ESCÚCHALO:
“Puede que tengas una docena de cosas importantes que decirle, pero a su
llegada no es el mejor momento para hablarlas. Déjalo hablar antes, recuerda
que sus temas son más importantes que los tuyos.”
Chicas,
tengan en cuenta que un balance o un giro en
descubierto en el banco son mucho más importantes que un inodoro
tapado, un caño roto en la cocina y un niño
atragantado con un rulemán. ¿Por qué insisten en atosigar a sus
esposos con nimiedades hogareñas? Déjenlos explayarse sobre sus asuntos, por lo
menos hasta que la cara del chico pase de violeta a negra. No
sean desubicadas.
10) PONTE EN SUS ZAPATOS: “No te quejes si llega tarde, si va a divertirse sin ti o si no
llega en toda la noche. Trata de entender su mundo de presión y compromisos, y
su verdadera necesidad de estar relajado en casa.”
Ustedes son unas hincha pelotas que no quieren
entender. Cuando el hombre llega a casa a cualquier hora con una tanga en la
cabeza, una corneta en la mano y un aliento a alcohol que apesta, no tienen ningún
derecho a presentar quejas. El tipo necesita estar relajado, no escuchar a una
loca en camisón vomitando todo tipo de improperios. Sepan que sus maridos tiene compromisos con la
secretaria y
es duro para él tener que soportar la presión de sus siliconas cuando ella se le desparrama arriba.
11)
NO TE QUEJES: “No
lo satures con problemas insignificantes. Cualquier problema tuyo es un pequeño
detalle comparado con lo que él tuvo que pasar.”
Las
mujeres acostumbramos a abrumar a nuestros hombres con problemas
insignificantes. Nuestras dificultades no son nada comparadas con sus
conflictos. ¿No se dan cuenta de que él sale como un león a enfrentarse con un
mundo hostil mientras ustedes se quedan en casa cómodas y tranquilas? ¿Qué? ¿Qué
tenés cáncer? ¡Ay, por favor, no vas a comparar esa pelotudez con una
inspección de la DGI! Yo no sé por qué se empeñan en no entender que el hombre
es grande y la mujer es pequeña. Por lo
tanto, sus problemas son importantísimos y los nuestros, banales. Aunque
el problema del hombre sea que perdió Boca y el nuestro que nos
tapó el Riachuelo.
CONSEJO
EXTRA: HAZLO SENTIR A SUS ANCHAS: “Deja
que se acomode en su sillón favorito o se recueste en la habitación. Ten una
bebida caliente lista para él. Arréglale la almohada y ofrece quitarle sus
zapatos. Habla con voz suave y placentera.”
Sus
matrimonios están al borde del precipicio, queridas mías, porque nunca les
quitan los zapatos a sus maridos cuando se repantigan en sus sillones favoritos
a lo Homero Simpson. Tampoco se los lustran. Tampoco les lamen
las suelas. ¿Qué les pasa, por Dios, qué les pasa? ¿Cómo pueden ser tan
ladinas e ingratas?
Hasta
aquí, señoras, la “Guía de la buena esposa”. Pergeñada en
1953, es cierto, pero aún fresquísima en las cabezas de unos
cuantos mamarrachos. A mí me pareció un capítulo de “Hechizada” sin Endora,
qué quieren que les diga, pero de todos modos intenté hacerlas entrar en razón.
Por favor, traten de seguir la guía al pie de la letra si desean conservar sus
matrimonios. Porque siendo inútil, egoísta, amarga, desordenada y gorda como
yo, tarde o temprano serán cambiadas por una mujer que sepa ocupar su lugar y
honre su ventajosa condición de esposa. Perdón, ESPOSA.
O
esposada, qué se yo.
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