F.R.I.E.N.D.S
"¡Qué raro y maravilloso es ese fugaz instante en
el que nos damos cuenta de que hemos descubierto un amigo."
William Rotsler
A
lo largo de cuarenta años de vida improductiva, me he amigado y desamigado con
todo tipo de féminas. Cuando me encuentro por la calle con algunas de ellas, me
emociono y las abrazo. Cuando me encuentro con las otras, pongo los pies en
Polvorosa y huyo precipitadamente, no vaya a ser que quieran reanudar el
amigazgo.
Sin
dar sus nombres (porque tampoco quiero que me caiga una carta documento) iré
desgranando poco a poco este racimo de mujeres con las que tuve el placer de
cruzarme y tomarme unos mates, si ustedes me lo permiten.
LA
DEPRIMIDA: NI EL TIRO DEL FINAL TE VA A SALIR
Como
yo no soy lo que se dice una castañuela, suelo prestar mi hombro para que otras
damas desesperadas lo llenen de lágrimas y mocos. Pero todo tiene un límite. La
deprimida no veía el vaso medio lleno ni medio vacío: directamente no
veía el vaso. Todo era una tragedia griega. Se instalaba en mi casa con su
bolsito y unas pocas pilchas para “quedarse a dormir”, pero no
pegaba un ojo en toda la noche: lloraba hasta las seis de la mañana. En ese
entonces mi hijo era un bebé y en cuanto el pibe se callaba, quería entregarme a los brazos de Morfeo cual si fuera un efebo
dorado por el sol de la Polinesia. Pero la deprimida no me
dejaba.
-No
puedo superar que mi novio me haya dejado -decía entre hipos y gemidos.
-¡Pero
tu novio te dejó hace quince años! -contestaba yo, con los ojos entrecerrados y
las bolas por el suelo.
-Sí,
pero yo lo quiero.
Bueno,
yo también quiero a Johnny Depp y no ando rompiéndole las pelotas a nadie
porque no lo tengo.
-¿Por
qué no vas a bailar? Por ahí enganchás algo –proponía yo, a ver si me la sacaba
de encima.
Y la
deprimida iba a bailar, con su cara de bragueta trabada y sus
proverbiales ojeras, sólo para volver a instalarse en mi casa con otro puñado
de desdichas, porque enganchar, enganchaba (la mina no era fea), pero después
de la primera cita los tipos huían despavoridos.
A
ésta le di salida por teléfono:
-Mirá,
no me llamés más, porque yo tengo muchos problemas (mentira, el único problema
que tenía era ella).
Que
Dios y la Patria me lo demanden.
LA
ABUSADORA: ¡DEVOLVEME LOS DÓLARES QUE TE PRESTÉ!
La
abusadora tenía cara de
ameba en coma, pero a no engañarse, fornicaba como un conejo (una coneja, bah).
Tenía un ramillete de hijos de diferentes padres a los que no les daba
demasiada bola, pero que siempre venían detrás de ella cual vagones de un
trencito destartalado. Los pibes comían poco, aunque la mina jugaba a la
quiniela y fumaba como una chimenea, así que yo, que tengo mi corazoncito,
rejuntaba todas las sobras que podía encontrar en mi casa y en la de mi
vieja, las ponía en un tapercito y las guardaba en el
freezer para cuando la susodicha apareciera.
Y
la mina aparecía a cada rato. A la hora del almuerzo, justamente. Los pibes
comían y miraban “Cartoon Network” y la tipa fumaba y hablaba
boludeces.
Los
designios de Dios son inescrutables, como bien dice el dicho. Un día, la
abusadora consiguió a un trasnochado y ¡se casó! Con un bombo de cinco
meses, pero se casó (con un vestido futura mamá precioso que
era de mi hermana y nunca me devolvió, porque la abusadora no devolvía nunca
nada de lo que te pedía prestado).
El
marido, la verdad, no era ninguna joyita.
Un
día, la abusadors apareció por mi casa y me dijo, muy suelta de cuerpo:
-Mi
marido quiere que me devuelvas los dólares que te presté.
-¡Pero
vos no me prestaste ningunos dólares!
-No,
ya sé. Lo que pasa es que él los tenía ahorrados, yo los encontré y los gasté
y, como se dio cuenta de que faltaban, le dije que te los había prestado a vos.
-¡Pero
vos estás en pedo! –grité, blanca como un papel y temiendo que el tipo viniera
a cagarme a palos a mí por un crimen que no había cometido –Vas y arreglás este
quilombo ya. Le decís la verdad a tu marido y por acá no aparecés más.
Pero
siguió apareciendo. Y, como yo soy una boluda, siguió sacándome todo lo que
pudo.
Un
día me cansé y, cuando llamó por teléfono para ver si estaba en casa, obligué a
mi vieja, bajo coerción y amenaza, a decirle que nos habíamos peleado y yo me
había mudado sin dejar noticias de mi paradero.
¿Quieren
creer que todavía sigue llamando a mi mamá para las Fiestas? Qué se yo, será
para ver si la invitan y se liga una copa de sidra.
LA
LIGERITA DE CASCOS: MÁS VALE QUE LA USEN LOS CRISTIANOS
La
ligerita de cascos me
doblaba en edad. Era la mujer de uno de mis empleadores. Para esa época, yo
rondaba los 18 y ella, los 40. El marido era un bombonazo, pero al que nace
barrigón es al ñudo que lo fajen. Tenía amantes a montones y siempre estaba
tratando de enganchar alguno nuevo, no vaya a ser que se quedara sin stock.
La
mina estaba caliente con un camionero que (era vox populi) salía con una vecina
mía, también casada. Hacía las mil y una para que el tipo le diera bola, pero
nada.
Un
día vino contenta como cleptómana en “Harrods” y me dijo:
-Me parece que Susana se peleó con el
camionero. Pero no estoy segura. ¿Por qué no me lo averiguás vos? Vas a la casa
de Fulana (que era la esposa del patrón del macho en cuestión) y le preguntás
si todavía siguen siendo amantes.
Y ahí
fui yo, que era Heidi después de una lobotomía, a hacer averiguaciones sobre
alcobas ajenas.
De
más está decir que la mentada Susana, que también era ligera de cascos pero se
arreglaba sus entuertos sola, se enteró de todo y vino a la puerta de mi casa a
hacerme un quilombo de aquellos (100 % justificado, lo reconozco).
Si
hoy en día alguna pendeja quiere meter la nariz en mi cama, otra que quilombo,
la cago a patadas en el culo.
LA
HURGADORA: ¿LA TIENE GRANDE O LA TIENE CHICA?
La
hurgadora quería saberlo
todo. Pero TODO. Tenía una obsesión con el sexo. Yo, puteadota y todo, soy
bastante pudorosa y reacia a dar detalles de mi vida íntima. Pero esta
mina era imparable.
Buena
chica, no lo niego, pero carecía de ese atributo natural que llaman vergüenza.
En cuanto aparecía un hombre nuevo en el horizonte, comenzaba el exhaustivo
interrogatorio sexual: “¿La tiene grande o la tiene chica?” “¿Lo hacés
parada o acostada?” “¿Te dejás por atrás o no te dejás?”, y otras
preguntitas por el estilo.
-Dejate
de joder, nena –le decía yo, roja como un tomate.
Pero
ella seguía y seguía.
Psicoanalizando
a la hurgadora (sin que ella se enterara, claro) llegué a la
conclusión que detrás de tantas inquisiciones eróticas, había un almita ávida
de aprendizaje. Para muestra basta un botón:
Cierta
noche la hurgadora se quedó a dormir en casa (sí, mi casa en
una época fue un enorme pijama party). Antes de cenar fuimos al
videoclub del barrio, del cual yo era asidua visitante, y elegimos algunas
películas para ver cómodamente instaladas en mi hogar, dulce hogar.
-A
ver –le dijo al pibe del video- yo quiero una de ésas de allá arriba.
A
mí casi me da un soponcio. “Las de allá arriba” eran las
porno. “Este pibe va a creer que soy trola”, pensé angustiada.
La
cosa terminó así: yo cebando mate a las tres de la mañana, casi dormida sobre
la pava, y la hurgadora felizmente prendida a la bombilla, deleitándose con una
porno ridícula que era la parodia de “Los Picapiedras” y no
calentaba ni a un esquimal.
LA
POETA ULTRACATÓLICA: EL CURA ME DIJO QUE NO
Ésta
también me doblaba en edad, tanto es así que, cuando se la presenté a mi vieja,
se reconocieron enseguida, porque habían cursado juntas la escuela primaria.
Nos conocimos por casualidad y congeniamos muy pronto, dado nuestro compartido
amor por la poesía.
Un
día, después de mostrarme unos poemas que había escrito, me dijo en tono de
confesión:
-Hay
un pendejo de 25 años que me tiene loca (ella ya rondaba los 50).
-¿Y…?
–pregunté yo, que me prendo en todas las historias de amores y desamores como
una garrapata.
-Y,
nada. El pibe me da bola –era una rubia preciosa- pero yo estoy casada.
-¡Pero
con tu marido te llevás para el culo!
-Sí,
ya sé, pero yo soy católica. Vos sabés que yo soy católica.
-Animate
a una cana al aire y dejate de joder –insistía yo cada vez que el tema salía a
colación.
Pero
no se animó. Se conformó con seguir escribiendo poemas que rondaban siempre
sobre sus frustraciones, amorosas y de las otras.
LA
SUCIA SIMPÁTICA: USÁ EL CENICERO GRANDE
Esta
chica era genial. Simpática, divertida y, lo digo sin temer que ustedes piensen
lo mismo que el pibe del videoclub del barrio, muy bonita. Pero tenía una
pequeña alergia al jabón y a sus derivados. Y era más desordenada que yo, lo
que ya es mucho decir.
La
primera vez que fui a la casa, me llevó a su dormitorio, que era un quilombo de
ropa sucia y porquerías varias, y yo, fumadora compulsiva como soy, le pedí un
cenicero.
-Usá
el cenicero grande –me dijo ella alegremente.
-No
sé, no lo veo, ¿dónde está el cenicero grande?
-El
piso, boluda. Tirá las cenizas en el piso.
Bajé
la vista y sí, el piso, además de ser un vertedero, era un cenicero enorme.
Había colillas por todos lados.
Cierta
noche fuimos a bailar juntas y después del boliche rumbeamos para su hogar.
-Mirá,
vamos a dormir un rato –me dijo- Pero fijate por donde pisás, porque la gata
tuvo cría debajo de la cama. Y mi abuela, que vino de San Nicolás, puso la
jaula con el loro en mi pieza, para que el bicho no tenga frío.
-No,
dejá, no tengo sueño. Hago tiempo hasta que sea de día y me voy para mi casa.
En
realidad, me moría de sueño. Pero renuncié a la almohada amedrentada por la
ropa sucia, los puchos pisoteados, el loro, la gata y los gatitos.
La
sucia simpática se
casó (que siempre hay un roto para un descosido) y nos dejamos de ver. Pero a
ésta, si me la encuentro por la calle, la abrazo con mugre y todo.
LA
CONCHETA: ¿¿¿¿¿¿VOS USÁS PANTALONES “BY DEEP”??????
La
concheta era alta, rubia y
tenía un lomo bárbaro. Yo, que no soy un hobbit únicamente porque calzo 36, la
miraba con una mezcla de admiración y envidia. Éramos amigas hasta
ahí, con algún cafecito de por medio (ésta, gracias a Dios, nunca vino a
dormir a mi casa).
Para
esa época yo trabajaba en el supermercado y mi sueldo era poco más que
lastimoso. Así que me vestía como podía, sin echar mano a las grandes marcas,
porque no me daba el cuero. Me había comprado unos pantalones “By Deep” (los
de calce perfecto y la publicidad de la mina que mostraba el culo en el
ascensor) y andaba muy contenta con ellos, porque, en esa época, yo también
tenía lo mío (y lo tenía del tamaño justo, no como ahora que acusa docenas de
facturas y toneladas de sándwiches de miga).
Cuando
la concheta me vio con el pantaloncito nuevo, no pudo disimular las arcadas.
-¿¿¿¿¿¿¿Vos
usás pantalones “By Deep”???????? –me espetó a medio minuto del
vómito.
-Y…
sí… -dije yo, avergonzada, porque en esa época era más boluda que ahora (con
decirles que, cuando llegué a mi casa le arranqué todas las etiquetas al
pantalón, para no poner en evidencia su falta de alcurnia).
A
partir de ese momento, la relación se enfrió. Yo no daba el target.
LA
PIRADA: HAY UN MUERTO EN EL ROPERO Y OTROS DOS EN LA PISCINA
Mi
amiga era una mina buenísima. Pero cada tanto tenía un brote serio de locura.
Prendía velas todo el tiempo y aseguraba, sin ningún pudor, que un muerto la
perseguía.
-A
mí me persiguen varios muertos, -decía yo, haciéndome la cancherita- la mitad
de los tipos son unos muertos.
-Vos
no me entendés, éste está muerto de verdad. Y me persigue. No sé por qué me
persigue. Y por eso todo me sale mal. Por el muerto.
Un
día apareció más pálida y nerviosa que de costumbre y me dijo con horror:
-Tengo
el muerto en el ropero.
Ah,
bueno, esta mina está drogada o fue en la casa de ella donde “Los
Abuelos de la Nada” escribieron la letra de “Cosas Mías”.
-¿Cómo
sabés que el muerto está en el ropero?
-¡Porque
lo vi! Me miró y largó una carcajada. ¿Vos te creés que yo estoy loca? ¡El
muerto está ahí!
-
Bueno, calmate, vamos a ver qué podemos hacer.
No
pudimos hacer nada, porque yo chaleco de fuerza no tenía.
Y
la mina siguió viendo muertos hasta que se perdió, vaya a saber uno en qué
cementerio.
LA
INCONDICIONAL: LLUEVA O TRUENE, CAIGAN RAYOS O CENTELLAS
Ella
está. Siempre está. Tiene más quilombos que el barrio de Constitución, pero
igual se hace tiempo para que nos tomemos unos mates y nos riamos de casi todas
las amigas y ex – amigas que integran esta lista y de todos los pelotudos que
se nos cruzaron en el camino a lo largo de 20 bellos años de amistad sincera.
La quiero con locura. Y la abrazo cada vez que puedo.
Termino
de escribir esto riéndome y llorando. Y citando, cómo no, a Jorge Santayana: "Los
amigos son esa parte de la raza humana con la que uno puede ser
humano."
Buenas tardes.
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