miércoles, 20 de julio de 2011

FRIENDS TO BE FRIENDS


FRIENDS TO BE FRIENDS

“Tratarse mal sin enfadarse es una de las mayores delicadezas de la verdadera amistad. Que puede ser superada por otra delicadeza: la de tratarse siempre bien”. 
Noel Clarasó

Tengo una amiga. En realidad, tengo varias amigas, pero ésta es especial. Es una amiga de aquellas que una intitula pomposamente “mejor amiga”. Para ser absolutamente sincera, debo confesar que no sé a ciencia cierta si es mi “mejor amiga”. Pero es la que tengo más cerca. Y es la que estuvo conmigo en todos los momentos cruciales de mi vida. Los buenos y los malos.

Mi amiga fue mi vecina durante muchísimos años. Vivía “a la vuelta”. Pero nunca hubo entre nosotras más que un “chau” anémico. Hasta que empezamos a trabajar juntas. En un supermercado.
La chica es cuestión era la encargada de la fiambrería. Y yo me encargaba de la caja. Estaba feliz con ese arreglo: después de haber roto un par de cartones de huevos y pulverizado el tubo de luz de una heladera golpeándolo con un salame “214” (de los grandes), no quería saber más nada con la fiambrería. La caja era otra cosa. Me podía pintar las uñas y todo.
Obviamente, dada la cercanía de nuestros hogares, el itinerario para arribar a nuestro lugar de trabajo era el mismo para las dos. Pero mi amiga (en ese entonces “mi futura amiga”) no quería saber nada conmigo y caminaba veinte cuadras de más para no encontrarme en el camino. La muchacha me detestaba. Y yo era tan tontita que no me daba cuenta.
Afortunadamente, la convivencia diaria hizo que mi amiga se diese cuenta de la maravillosa persona que soy. Y se acostumbró, también, a pasarme a buscar para ir juntas al supermercado.
Por una tara genética yo TENGO que llegar tarde. A donde sea. Al trabajo también. Así que cuando mi amiga llegaba a mi casa con los minutos contados para llegar al super a la hora estipulada, yo me ponía a hojear una revista o a limarme las uñas de los pies (en ese entonces yo estaba obsesionada con mis uñas). Mi amiga es tan buena que siempre esperó pacientemente a que terminara tan urgentes menesteres. Así que al trabajo llegábamos tarde las dos. Aunque algunas veces llegaba ella sola.
-Mirá, no voy a ir a trabajar porque me manché el vestido con vino.(Cómo me manché el vestido con vino a las 5 de la tarde es un misterio tan inexpugnable como el Triángulo de las Bermudas).
-Cambiátelo. Ponete otro.
-¿Sabés qué pasa? Yo me mentalicé para usar hoy ESTE vestido. Otro no me voy a poner. Andá vos sola.
-Bueno, Raquel. Y digo que vos estabas descompuesta.

Hoy en día, todavía le echo en cara a mi amiga que ella no quería ser mi amiga.
-Bueno, nena, no te conocía…-se defiende ella- Y vos te juntabas con “la perrita”. (“La perrita” es la Barbie del barrio: el nickname original con el cual mi amiga honró a la susodicha es “la perrita en celo”, aludiendo a la marcada inclinación de la tipa al contoneo de caderas y las caídas de ojos, pero es demasiado largo; el que le conferí yo es más musical: la llamo “la rubia tarada”.)
-¿Y que querés? ¿Qué me juntara con vos? ¡Si eras un aparato! ¡Cada vez que terminaba “Cristal” salías a la vereda peinada como Jeannette Rodriguez y con más pintura en la cara que “Piñón Fijo”!
-¡Qué estúpida que sos!
-Seeeeeeeeeee.

Mi amiga y yo somos amigas desde hace veinte años. Jamás hubo entre nosotras ni un sí ni un no. Hubo, sí, algunas puteadas.
Ya he hablado alguna vez del conflicto que generan los atuendos con los que vamos a asistir a una hipotética fiesta de disfraces. Las dos pretendemos ataviarnos como la “Mujer Maravilla”.
-Está bien, la fiesta la hacemos, pero de “Mujer Maravilla” voy yo.
-¡Ah, no! ¡No seas guacha! ¡Yo voy de “Mujer Maravilla”!
-Nena, yo te saco dos cabezas. ¡Vos vas de “Drusila”! (recordarán ustedes, si son tan adictos a la TV como yo, que en la serie de los ’70, Debra Winger interpretaba a “Drusila”, la hermanita de Diana Prince.)
-No, Ro, yo no quiero ser “Drusila”.
-El tamaño no te da para más.
-¡Morite, nena!

Hubo otras ocasiones en las cuales mi amiga y yo hicimos gala de nuestra belicosidad, pero, gracias a Dios, jamás llegamos a las manos.
Cierta vez, hojeábamos juntas una revista de moda y yo quedé prendada de un vestido. Largo. Larguísimo. Hasta los pies.
-¡Ay, ese vestido lo quiero yo!
-Para que te quede bien un vestido largo, y encima entubado, tenés que ser alta.
-¿Qué, me estás llamando petisa?
-………………………
-Mirá, yo no sé por qué vos usás minifaldas. Para que una minifalda te quede bien tenés que tener lindas piernas y no dos macetas de geranios como las tuyas.
-Andate al carajo, nena.
-Vos primero.

Otro intercambio de piropos que pasó a la historia (bah, esta vez piropeé yo sola) se dio en una ocasión muy particular: una amiga en común, a la que veíamos casi a diario, nos confesó que hacía tres meses que estaba casada.
Cuando la mentada amiguita se fue, mi amiga dijo, revoleando los ojitos:
-¡Qué romántico! ¡Un casamiento en secreto!
-¿No ves que sos una boluda? Boluda por donde se te mire. Boluda por los cuatro costados. ¡Qué romántico ni romántico! Esta mina es una turra. Se supone que es nuestra amiga y nos oculta durante tres meses que está casada. ¿Qué clase de amiga es?
-Bueno, pero no sabía nadie.
-La fea fue testigo, así que la fea sabía. ¿Qué, la fea es más amiga que nosotras?
-Ay, Ra, tenés razón.
-Siempre tengo razón.

Mi amiga es esotérica. Bueno, no sé si la palabra exacta para describirla es esotérica: ella cree ciegamente en las brujas y en las brujerías, tiene contactos con algún que otro espíritu del más allá y está convencida de que tiene ciertos poderes.
En una ocasión, cuando rumbeábamos para el supermercado, una dulce ancianita abrió la puerta de su casa y, sin mediar palabra, nos estampó una regia escupida.
-¿Sabés por qué nos escupió esa mujer? –preguntó mi amiga.
-¡Porque es una vieja de mierda y además tiene arterioesclerosis!
-No, no. Nos escupió porque es una bruja. Bruja de las malas. Y se dio cuenta de que yo tengo poderes. Poderes para el bien.
-¿Entonces la escupida no fue para mí?
-No.
-¡Ah, bue! Me quedo más tranquila.

Como dije anteriormente, mi amiga cree ciegamente en las brujas y en las brujerías. Y está convencida de que la bruja mayor es su suegra.
-Mi suegra, la muy guacha, me hizo un trabajo. Para que me muera.
-¡Dejate de joder! Todos sabemos que tu suegra no es ninguna joyita, pero, ¿para tanto?
-Sí. Mirá lo que me pasó: era de noche y salí al patio. Y vi como un rayo que venía directo hacia mí. No sé de dónde salió, pero venía. Entonces “algo” lo desvió. Y el rayó le pegó al perro.
-¿Y qué pasó con el perro?
-Se murió.
-¿Y cómo sabés que fue tu suegra la que te mandó el rayo?
-Resulta que, cuando era chica, mi suegra tenía una hermana enferma, inválida, y la tenían aislada y escondida porque les daba vergüenza que la gente la viera.
-¿Vos estás segura de lo que me estás diciendo? Porque a mí eso me suena a “Cementerio de animales”. ¿Viste “Cementerio de animales”?
-Sí. No. Bueno, esta piba se murió. Para mí que la mató mi suegra…
-Eso no está en la película.
-…Y la chica se me apareció, ¿entendés? Porque busca venganza. Y fue ella la que desvió el rayo.
-Ah…

Hace algunos meses mi amiga cumplió los cuarenta. Dadas los sospechosos movimientos de su marido, para nada discreto, la chica conjeturó que su consorte le estaba preparando una sorpresa.
Cabe acotar que, con el correr de los años, mi amiga perdió el romanticismo empalagoso que la caracterizaba (¡hasta tenía un álbum todo llenito con fotos de ella y el novio besándose!) y se convirtió en una mujer de lo más prosaica:
-Este pelotudo no me traerá mariachis, ¿no? ¡Que no se le ocurra!
-¿Por qué? ¡Son lindos los mariachis! ¡A mí me gustan!
-Los mariachis son una boludez, Raquel. Es gastar plata al pedo. Además, si te cantan en la puerta de tu casa se enteran todos los vecinos. Un papelón. Si me trae mariachis me voy al carajo.
-A mí me gustan los mariachis…
La sorpresa, al final, no se trató de mariachis, si no de una festichola con salón y todo.
En cuanto llegué a la joda, una de las parientas más cercanas de mi amiga me espetó:
-Las amigas de mi hermana (“las otras”, obvio) eligieron para cuando ella entre al salón el tema de Arjona, “Señora de las cuatro décadas”. ¿A vos qué te parece?
-Un asco, me parece. ¡Qué mal gusto! ¿Cómo le van a poner esa canción? Es un bajón.
-¿Y ahora qué hacemos?
-Le vamos a decir al pibe que pasa la música que ponga otra. Una de Depeche o de Queen, que a ella le gustan. Pero la de Arjona, no. La de Arjona es patética. Si me la ponen a mí me doy media vuelta y me voy.
Fuimos, entonces, a encarar al disc jockey:
-Mirá, pibe: si a mí me ponés una canción que habla de “la grasa abdominal que los aerobics no pueden borrar” te rompo el equipo. Ni se te ocurra poner esa canción, es un asco. No me importa quién la eligió, no la ponés. Ponés “Una especie de magia”, de Queen. Y sanseacabó.
El fulano, sopesando el riesgo que corrían los aparatejos con los cuales se ganaba el pan, me hizo caso. Y mi amiga entró al salón con “Una especie de magia”. ¡Qué placer cuando empezó a sonar Queen y “las otras” se miraron desconcertadas!
La fiesta estuvo linda. Lástima que yo no bailo.
Ahora que lo pienso, mi amiga  es mi mejor amiga. Decididamente.

Con nadie me divertí tanto.
  

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