sábado, 30 de enero de 2010

LA ABUSADORA RELOADED



LA ABUSADORA RELOADED

“¡Help!”
Lennon-McCartney

El 2009 fue un año medianamente tranquilo. Esto quiere decir que no me peleé con nadie. Bueno, con mi marido sí, pero fueron peleítas que no pasaron a mayores. Fue, además, un año de reencuentros. Condiscípulos de todas las escuelas por las que pasé en mi vida reaparecieron, y cada reaparición fue celebrada como se merecía. Soy tan emotiva que me pondría a lagrimear con sólo cruzarme con el perro del portero.
Había una sola y única persona que no debía reaparecer, pero, por una de esas cosas de Mandinga, reapareció: la abusadora.
El teléfono sonó como siempre; nada hizo sospechar que, del otro lado de la línea, había una indeseable. Atendí ingenua y distraídamente, como es mi costumbre:
-Hola.
-Hola, ¿Raquel?
-Sí, ¿quién habla?
-¡Marcela! (no me vi en el momento de escuchar el nombre nefasto, pero creo que debo haberme puesto blanca como uno de esos papeles con los que envuelven el queso en el almacén).
-¿De dónde sacaste este número de teléfono?
-Lo encontré en la “guía” (Susana Giménez no aparece en la “guía”, ¿por qué mierda tengo que aparecer yo?).
-Ahhhhhhhhhhh...
-¿Cómo estás?
-Bien.
-¿Seguís viviendo en Domínico?
-¡¡¡¡Nooooooooo!!!! Ahora vivo en Wilde (soy lerda, a veces: no se me ocurrió decirle que vivía más lejos).
-¿Me das la dirección de tu casa?
-………………………………..
-¿No tenés celular?
-No.
-Mirá, te voy a ser sincera. Yo llamé el año pasado, para la Fiestas, a la casa de tu mamá, y ella, bastante enojada, me dijo que te habías mudado. Que no sabía a dónde y que no tenía tu teléfono (mi santa madre mintió cuando me puse de rodillas y le pedí por favor, por favor, por favor, que le dijera que me había ido a la Conchincilla).
-Ahhhhhhhhhhh…
-Te paso mi celular, pero esta vez no lo pierdas.
…………………………………
Me pasó un número que, obviamente no anoté, y me dijo, muy suelta de cuerpo:
-Tenemos ganas de verte (el “tenemos” incluye a su chorreada de hijos, porque ya dije que la abusadora es una coneja).
-Mirá, yo trabajo. Trabajo muuuuuuuucho. Todo el día. No vuelvo a casa hasta la noche.
-No importa, yo te llamo.
-Bueno, chau. Estoy ocupada ahora.
-Te llamo.
…………………………………..
Cuando terminó la comunicación, no supe si ponerme a llorar o a gritar destempladamente. Ahí estaba otra vez esa tipa que creía perdida para siempre.

Cuando tenía 17 años  era estúpidamente adolescente, como es de suponer, y un mal día se me ocurrió que no quería ir más a la escuela. Ni los ruegos ni las amenazas de mi progenitora pudieron con una voluntad que, ya para ese entonces, era inquebrantable.
Retomé mis estudios en una escuela nocturna, entrada la veintena, y ahí sellé mi destino: conocí a quien hoy es mi marido y conocí a la abusadora.
Cabe destacar que lo único que tengo en común con la susodicha es el apellido. Los Fernández somos plaga. Pero también es Fernández la presidenta y, de verdad, no me une a la Excelentísima señora ningún lazo de parentesco.
La abusadora era rechazada por todos sus condiscípulos y a mí me dio lástima. Así que empecé a contestarle cuando me hablaba y a permitir que se fumara el 70% de mis cigarrillos. En ese entonces, ella tenía un solo hijo, al que no le daba bola. Era soltera. Se me pegó como una lapa. Aparecía en mi casa todos los santos días, se instalaba cómodamente y se comía cualquier cosa que hubiera a mano. Mi vieja la miraba con una mezcla de odio y pelotas infladas. Pero la tipa ni se enteraba.
Era de suponer que, cuando terminaran las clases, la abusadora desaparecería de mi vida, como desaparecen casi todos los compañeros de escuela cuando la carrera que uno está cursando llega a su fin. Pero no. No, no, no. La abusadora siguió firme como rulo de estatua. Con sus visitas inoportunas, su descaro y su voracidad.

 -Manu, mamá no va a atender más el teléfono. Ahora vas a atender vos, y antes de pasarme cualquier comunicación, vas a preguntar religiosamente quién llama.
-¿Por qué?
-Porque hay alguien a quien no quiero atender.
-¿Quién?
-Marcela.
-¿La tipa esa de la que te escondiste la última vez que vino? (la última vez que la abusadora osó aparecer por mi morada cerré puertas y ventanas como si el jardín de mi casa estuviera infestado de zombies de George Romero y me tiré panza abajo en el dormitorio, prohibiéndole a mi pobre vástago que hiciera cualquier ruido que delatara nuestra presencia, hasta que la susodicha se cansó de tocar el timbre y se fue).
-¿Por qué te escondiste, ma?
-Porque no la soporto. Y porque viene con media docena de críos que se morfan todo como si fueran termitas, me hacen un quilombo bárbaro y me sacan “Intrusos” para ver “Cartoon Network”. Y porque después le tengo que dar plata para que se vaya.
-¿Por qué no le decís que no querés verla más?
-Porque me da cosa.
-Mamá, sos grande vos. Pero dejá: atiendo yo y le digo que no llame más.
-Pero…
-Pero nada.

Después de haber retozado alegremente por cuanta cama, catre y jergón que la mencionada encontró en su erótico camino (incluyamos también el césped de todas las plazas de Capital Federal y Conurbano Bonaerense), la abusadora sentó cabeza. Bah, se fue a vivir con un tipo (y sí, siempre hay un roto para un descosido). Cuando la chica quedó embarazada, ella y su enloquecido partenaire decidieron casarse.
Otra vez me dio lástima. Una embarazada sin ropa que ponerse me pareció muy triste. Así que le pedí a mi hermana, como préstamo, la ropa que ella había usado durante su último embarazo. Ropa que jamás en la vida volví a ver, por supuesto. Sospecho que la abusadora la vendió en una Feria Americana.
La abusadora se casó por civil con un precioso vestido de seda de mi hermana y por iglesia con un vestido blanco y radiante. La ceremonia fue de lo más pintoresca: el cura, con dos litros de vino de misa encima y sin reparar en el bombo de cinco meses de la novia, se la pasó repitiendo en un idioma cocolichesco (el Padre Nino era más tano que los fideos del domingo) que “lo sexual” era irrelevante en el matrimonio.
Le regalé a la abusadora un precioso reloj de pared, un juego de ropa interior blanca de encaje para usar la noche de la boda y las fotografías del evento (¡qué ganas de tirar la plata, carajo!).
Ya en la fiesta, la tipa me dice:
-¿Y la torta?
-¿Qué torta?
-Yo pensé que la torta la ibas a hacer vos (soy una repostera medianamente decente, pero nunca me animé a una torta de casamiento).
-Vos estás en pedo.
-No hay torta.
-Bueno, nena, mandá a alguien a comprar una. Yo no voy.
A partir de ese momento, toda su familia me odió porque yo, ¡qué mujer desconsiderada!, no había hecho la torta.

-Hola, Ra.
-Hola, Silvia (Silvia es mi hermana). ¿Cómo te fue en el nuevo trabajo?
-Re-bien. Me encantó. ¿Vos como estás?
-Bien… Bah, más o menos. ¿Sabés quién llamó hoy? ¡Adivina!
-Fulano.
-No, peor.
-La mujer de Fulano.
-¡Fulano era divorciado! Peor.
-La novia de Fulano.
-Fulano es lo suficientemente pelotudo como para hacer que la novia atienda el teléfono si llamo yo, pero no creo que sea lo suficientemente pelotudo para hacer que la novia me llame a mí. Además, ¿para qué? Esa historia tiene mil años. Peor.
-¿Quién?
-¡Marcela!
-¡Nooooooooooo! ¡Qué hija de puta! Vos dame el teléfono que yo la llamo y le digo que estás haciendo un tratamiento psiquiátrico y que no podés ver a nadie.

La abusadora tuvo a su bebé y me enganchó para que fuera la madrina. No pude decirle que no: me dio lástima. Compré cuna, cochecito y ajuar. Y oficié de niñera.
-¿Me podés cuidar al bebé?
-Sí, ¿tenés que ir al médico?
-No, tengo que ir al telo con un tipo.
-…………………………………………
-La última vez que fui lo llevé y se pasó todo el tiempo llorando.
-¿Lo llevaste a un telo? ¿Y dónde lo pusiste?
-En el piso (no puedo imaginarme ningún tipo de actividad sexual con un bebé de tres meses tirado en el piso,  llorando a los gritos).
-Bueno, dale, te lo cuido.
Cuando llegó el momento de cambiarle los pañales al pobre crío, empecé a los gritos:
-¡Mamá! ¡Este bebé tiene todo el culo lastimado! ¿Qué le pongo?
Mi mamá se acercó a examinar a la criatura y soltó indignada:
-¡Qué tipa hija de puta! ¡Cinco hijos tuve yo y ninguno se me escaldó! Esta no le cambia los pañales nunca.
-Pobrecito.
-Sí, pobrecito.
Al poco tiempo, la abusadora tuvo otro bebé con el cornudo marido, que, a esta altura, ya se había dado cuenta de la cagada grosa que había hecho al casarse con ella y tenía muchas ganas de estampillarle el culo y mandarla lo más lejos posible.
Un día la susodicha apareció en mi casa y me dijo:
-Mi marido quiere que me devuelvas los dólares que te presté.
-¿Qué dólares, nena? ¡Vos a mí no me prestaste nada!
-No, ya sé. Lo que pasa es que él los tenía ahorrados, yo los encontré y los gasté y, como se dio cuenta de que faltaban, le dije que te los había prestado a vos.
-¡Pero vos estás en pedo! –grité– Vas y arreglás este quilombo ya. Le decís la verdad a tu marido y no aparecés más por acá.
Pero siguió apareciendo, separada y con dos críos que, ¡sí, adivinaron!, me daban lástima y a los que les guardaba en el freezer cualquier resto de comida que sobraba en mi casa. Eso sí: ella no renunciaba a sus cigarrillos y a la quiniela, aunque los pibes se murieran de hambre.

-Pa, ¿sabés quién llamó hoy?
-¿Quién?
-¡Marcela! ¡Me buscó en la “guía”!
-¡Qué yegua cara rota!
-Seeeeeeeeeeeeeee.

La abusadora consiguió otro gil que la mantuviera. Y tuvo dos hijos más. Y se separó, claro.
-Raquel, ¿no me prestás el vestidito verde?
-¿El vestidito verde? Te va a quedar muy cortito.
-Es que tengo que hacer de la Chilindrina en el Jardín de los nenes, por eso pensé en el vestidito verde.
-Marcela, el vestidito verde me lo regaló Víctor. Ya no lo uso más porque me va corto y chico, pero lo guardo de recuerdo (yo adoraba ese vestido y mi novio me lo había regalado para una Navidad, cuando yo pesaba, más o menos, treinta kilos).
-Es un día, nada más.
-Jurame que si te lo presto me lo vas a devolver.
-¡Claro! ¿Cómo no te lo voy a devolver?
-Bueno, tomá. Cuidalo, por favor.
Como es de suponer, el vestidito verde jamás volvió a mi guardarropa. La culpa la tengo yo, por habérselo prestado.
A esta altura yo ya tenía las bolas por el piso. Y empecé a negarme cada vez que me llamaba por teléfono y a esconderme cada vez que osaba aparecer por mi hogar.
Cualquier persona normal se hubiera percatado de que no era bienvenida. Pero ella no. Siguió llamando por teléfono, siempre en fechas estratégicas, cuando había una comilona cerca, a ver si podía morfar de arriba (no es casualidad que me haya llamado ayer, cuando faltan sólo dos días para mi cumpleaños).

-Pa, ¿tendrá más hijos?
-Seguro.
-Ella es diez años más grande que yo. Tiene 52. ¿A los 52 ya “se te retiró”?
-¡Qué se yo, Raquel!
-……………………….
-Porque si no “se le retiró”, seguro que  sigue teniendo más  hijos…
-¿Y ahora qué hago?
-Mandala a cagar.
-¡Ay, Dios!

Así están las cosas el día de hoy. La abusadora volvió, recargada. Juro que ya no le tengo más lástima. Pero mandarla a cagar me da cosita, ¿viste?

Sí, ya sé. Soy una tarada.

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