TODO
SOBRE MI MADRE
“Mi
madre fue muy imaginativa y con una cierta visión del mundo. No era una gente
culta pero era incurablemente romántica y me inició en las novelas de viajes.
(...) Mi madre leía mala literatura, no era culta pero su imaginación me abría
otras puertas. Teníamos un juego: "Mirar el cielo y buscar la forma de las
nubes e inventar grandes historias. " Esto ocurría en Banfield. Mis amigos
no tenían esa suerte. No tenían madres que mirasen las nubes”.
Julio
Cortázar
Mamá
canta. Canta desde que yo tengo uso de razón. A grito pelado. Su repertorio
está compuesto de tangos gataflóricos, canciones de Cacho Castaña y alguna que
otra pieza folklórica. Desde que era muy chiquita se encargó de traumarme con
su prontuario musical: a los cuatro años sufría escuchando “Sus ojos se
cerraron” (aunque me sabía el mentado tango de memoria). Me asustaba la
parte que decía “yo sé que ahora vendrán caras extrañas” (imaginaba
rostros enormes y deformes, listos para atormentar a cualquiera, incluyéndome a
mí). Ni hablar de la “cieguita”, la “pobre solterona” o el “pobre
potrillo” al que Hernán Figueroa Reyes se negaba a amasijar: mis niveles de
angustia en sangre alcanzaban alturas insospechadas.
-Mamá,
¿no podés cantar otra cosa?
-¿Por
qué?
-Porque
ese tango me pone los pelos de punta. Digo, si el tipo la amaba tanto, ¿me
querés decir para que la dejó? Y si la sigue queriendo, en lugar de fumar,
charlar y lamentarse, ¡que la vaya a buscar y que se deje de joder!
-Seguro
que ella ya está con otro.
-¿Te
parece?
-Y,
sí.
-Bueno,
no importa. Cantá otra cosa, haceme el favor.
Mamá
vive despotricando contra todo y contra todos. Especialmente contra nosotros,
sus hijos, que tenemos la desvergüenza de tener una vida propia y la dejamos “sola”.
-¡Cinco
hijos tuve y ninguno me salió normal!
-Lo
que se hereda no se roba.
-Al
final, me pasé la vida criándolos a ustedes. Desperdicié mi juventud criándolos
a ustedes. ¿Y para qué? ¡Para que ninguno me de bola! ¡Una atorranta tendría
que haber sido! ¡Eso!
-Todavía
estás a tiempo.
-Hacete
las lolas y andate a Buzios. (Intervención de mi hermanito Matías, que en cada
entuerto familiar aporta su visión jocosa de la vida).
-¡¡¡¡Sí!!!!!
¡Me hago las lolas! ¿Y qué hago con el mondongo que me sobra?
-Hacete
una lipo.
-La
verdad, ¡qué ganas de joder que tienen ustedes dos!
Mamá
tiene su propia y particular forma de hablar. Así es como en su universo
lingüístico a Susana Giménez le borran los “rollos” cuando sale en la
tapa de las revistas haciendo uso del “fotoshow”, los “moqueteros”
se encargan del delivery y yo pierdo tiempo en el “Feisbor”.
Esta deformación de las palabras no tiene que ver ni con una dificultad para
recordarlas, ni con un problema de pronunciación ni con nada por el estilo: es
una manía. Nada más sencillo que recordar o pronunciar el apellido “Fort”,
pero para mamá Ricardo Fort es Ricardo Forte. Y sanseacabó.
Mamá
me reta como si tuviera 12 años.
Una:
-Raquel,
no tomes más cerveza.
-Mamá,
tengo 42 años. ¿Alguna vez me viste en pedo?
-No.
Sí. Cuando tenías 15.
-Bueno,
por eso. Ahora no tengo 15, tengo 42. Estoy en una fiesta, hace calor y sólo
tomé dos vasos.
-No
tomes más.
Otra:
-¡Café
y cigarrillos! ¡Café y cigarrillos! ¡Vos vas a terminar como tu papá! ¡Igual
que tu papá!
-Mami,
el café es descafeinado y no estoy fumando tanto.
-¡Igual
que tu papá! ¡Igual!
Y
otra:
-¿Ves?
¡Cuánto más linda estabas en esa foto, cuando estabas más gordita!
-Mamá,
vos estás delirando: en esa foto pesaba diez kilos menos que ahora. ¡Estaba más
linda porque tenía 15 años!
-¡Vos
no comés!
-Si
como, mamá. Y como de más.
-No
comés. Con esa manía de estar flaca no comés. Te vas a enfermar.
Y
otra:
-¿Por
qué no dejás ese “Feisbor” de mierda y te dedicás a hacer otra cosa? ¿No ves
que está lleno de locos? ¡Vos no podés hacerte malasangre!
-Mamá,
yo no me hago malasangre.
-¡Claro,
vos te creés que yo nací ayer! ¡Mirá cómo tenés los ojos! ¡Estuviste llorando!
¡Vos no podés hacerte malasangre!
-Esa
máquina es chismosa. (Intervención del tío, en abierta oposición a cualquier
tipo de tecnología).
Mamá
es una mujer muy inteligente. Pero, la mayoría de las veces, está en las nubes
de Úbeda. Esta ubicación geográfica hace que entienda todo absolutamente al
revés.
-¿Viste
para qué quiere la plata la yegua esa? ¡Para festejar el Bicentenario!
-No,
mamá, entendiste mal. La plata la quiere para otra cosa. El fondo se llama del
Bicentenario. Pero la plata la quiere para pagar algo de la deuda.
-¿No
era que la deuda era ilegal?
-Bueno,
eso era lo que decían algunos. Pero ahora resulta que la deuda es de todos los
argentinos. En este bendito país, a los cinco segundos de nacer, en lugar
de una mamadera te encajan un pagaré.
-Ah…
Bueno, ¡pero igual es una yegua!
-Sí,
mami. Es una yegua. Eso está fuera de toda discusión.
Mamá
es hermosa. Siempre lo fue. Cuando enviudó, a los 33 años, tuvo decenas de
pretendientes. Jamás miró a ninguno. Y cuando miró a uno lo convirtió en su
segundo marido.
Otra
vez viuda, sigue rompiendo corazones.
-Hay
un viejo que me arrastra el ala.
-¿Y?
¿Está para hacerle algún tirito, ma?
-No,
es un viejo inmundo.
-¿Por?
-Cuando
va a comer se saca los dientes.
-¿Y
qué hace? ¿Los deja arriba de la mesa?
-Los
envuelve en una servilleta.
-¡Ay,
mami! ¡Qué asco!
-Sí,
es muy desagradable.
Cabe
acotar que el viejo inmundo se cansó de que mamá lo ignorara y enfiló para
otros rumbos.
-¿Sabés
que hoy vino el viejo de los dientes a anotarse para una excursión? (mamá es la
encargada del “turismo” en el Centro de Jubilados).
-¿Sí?
-Sí,
pidió dos lugares. Para él y para una “chica” que se consiguió.
-No
me quiero ni imaginar lo “chica” que será la “chica”.
-¿Sabés
que me dijo? “Me conseguí una chica y, además, es flaquita”.
-…
-¡Qué
viejo de mierda! ¡Me trató de gorda!
Mamá
es la mujer más creativa que conozco inventando insultos. La que mejor cocina.
La que hace los mates más ricos. Es divertida aún sin proponérselo. Dado que
arrastro mi condición de “loquita” desde la más tierna infancia, más de
una vez me bañó con un sifón o me metió a la fuerza debajo de la ducha fría. Me
ha revoleado en alguna ocasión una flautita o una botella de plástico vacía.
Pero jamás me dio una paliza apoteótica, y eso que muchas veces me la tuve
merecida.
Mamá
es fanática de Boca. Antiperonista hasta la médula (aún recuerda con horror la
tortura china a la que la sometían cuando iba a la escuela y le hacían
memorizar versitos lamentables: “Aunque me ven pequeñito/ tres amores
tengo ya/ por ellos yo sólo lucho/ y procuro mejorar…/ Todo les debo: la vida/
y cuanto habré de alcanzar./ ¡Tres amores en mis días: Perón, mamita y papá!”).
Mamá
nos enseñó a ser buena gente. A no quedarnos jamás con algo que no es nuestro.
A reconocer las prioridades: cuando éramos chicos sabíamos que escuela y comida
estaban primero y después venía todo lo demás (la mayoría de las veces no
venía: no tuvimos ni juguetes caros, ni ropa de marca, ni vacaciones).
Mamá
es una de las personas más importantes en mi vida. Soy absolutamente consciente
de que todavía no corté el cordón umbilical y que lo más probable es que no lo
corte nunca. Ahora mismo me duele el estómago y estoy esperando que llegue mamá
y me haga un tecito.
Me
quejo de mamá todo el tiempo. Peleo con ella dos o tres veces por día. Y
siempre amago con mudarme.
…Pero,
la verdad, de la casa de mamá no me voy ni loca.
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