jueves, 11 de noviembre de 2010

MAYBE I'M AMAZED


MAYBE I'M AMAZED
  
"Uno compone en soledad. Graba en soledad. Hace un disco en soledad. Lo escucha en la radio en soledad. Pero un recital es la recompensa". 
Paul McCartney

“Cuanto más lo miro, más lindo me parece.” 
Mi amiga Adriana
.
“Y… un tirito le hago.” 
Yo 

Corría marzo de 1981 y yo empezaba a cursar mi primer año en la escuela secundaria. Ya era una beatlemaníaca confesa y, como muchos, todavía estaba shockeada por la trágica e injusta muerte de John Lennon. En esa época, una no podía elegir qué idioma quería estudiar en la escuela, así que por sorteo me tocó francés, noticia que recibí con la indiferencia típica de los 14. Había pocas cosas en el mundo que me importaran menos que el francés. Lo único que me interesaba saber era el significado de la frase sont les mots qui vont très bien ensemble. Así que en la primera clase se lo pregunté a mi profesora, la enorme  Madame Tortonese, que inspiraba más miedo que respeto. Era una frase que Paul McCartney repetía con voz dulcísima en la balada “Michelle”. La profesora, un ataque de deferencia, me respondió que la frase en cuestión, traducida al castellano, era son las palabras que van muy bien juntas.
La chica que se sentaba adelante mío se dio vuelta y me preguntó:
-¿A vos también te gustan Los Beatles?
-¡¡¡¡Sí!!!!, respondí vehementemente (para esa época y para esa edad, Los Beatles eran una antigüedad, y era raro encontrar a alguien que compartiera mis gustos musicales).
A partir de ese momento, Adriana y yo fuimos inseparables. Íbamos juntas para todos lados. Éramos Lennon y McCartney y compartimos los mejores años de nuestra adolescencia. Al finalizar la escuela, naturalmente, la vida de cada una tomó su rumbo y dejamos de vernos. Nos reencontramos más de diez años más tarde y reanudamos una amistad que después de un tiempo volvió a interrumpirse por mi marcada tendencia lennoniana a responderle intempestivamente a los demás cuando me salta la térmica.
Pero la vida va y viene. Y, hace casi dos años, volvimos a encontrarnos.
Hoy, ni yo soy tan Lennon ni ella es tan McCartney. Quizás porque, junto con la adolescencia, dejamos atrás la manía de etiquetarnos y de etiquetar a los demás. Y, porque, después de muchos años de Beatles y de Lennon, McCartney, Harrison y Starr como solistas, comprendimos que el asunto del beatle incisivo, el beatle diplomático, el beatle silencioso y el beatle simpático, era una pavada enorme inventada por la prensa sesentona que basaba sus especulaciones en preguntas tan pavotas como “¿Cuál es tu color favorito?” y en un análisis muy superficial de las canciones que escribían cada uno de los Fab Four.
Paul McCartney, el beatle diplomático, el menos jugado, el romanticón y el de la canción fácil,  fue injustamente subestimado durante muchos años. A medida que la figura de Lennon se agigantaba, acicateada, por supuesto, por su terrible muerte, la de Paul se consolidaba como la del beatle más comercial. A tal punto que, en el sentido artículo que Gabriel García Márquez escribió tras el asesinato de John Lennon, le adjudicó al beatle incisivo” la autoría de la canción "Eleanor Rigby", dando por sentado que Paul era incapaz de escribir semejante obra maestra: “En Eleanor Rigby -con un bajo obstinado de cielos barrocos- queda una muchacha desolada que recoge el arroz, en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. “¿De dónde vienen los solitarios?”, se pregunta sin respuesta. Queda también el padre Mac Kenzie escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir. Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer”, escribió García Márquez. No sé si alguien le señaló en ese momento al escritor colombiano que esa criatura maravillosa y solitaria era hija de McCartney. A mí me hubiera gustado hacerlo, aunque cualquiera pueda suponer que corregir a García Márquez es un atrevimiento imperdonable.
“Buenas noches, Buenos Aires. Buenas noches, porteños”. A las 21 hs., con típica puntualidad inglesa, Paul McCartney abrió el primero de los dos conciertos que ofrecerá en el estadio River Plate, en el marco del "Up and coming tour". Adriana y yo estábamos ahí para gritar “¡Buenas noches!”, lanzar globos celestes y blancos en señal de bienvenida y  compartir con más de 45 mil personas un concierto maravilloso y un momento único en nuestras vidas. Y, aunque Paul no cantó “Michelle”, volvimos a tener 14 hermosos años. McCartney se tomó un rato para recorrer el escenario y mirar a su público -¡mirarnos!-como si quisiera encontrar entre tantos fanáticos embelesados las caras de viejos amigos. De saco, camisa y pantalón con tiradores, con los 68 años mejor puestos que vi en mi vida, Paul arrancó el concierto con “Venus and Mars” y recorrió, durante casi tres horas ininterrumpidas, su prolífica carrera. El primer tema beatle con el que se lució fue “All my loving”. Gente de todas las edades, abuelos, padres, hijos, Adriana y yo, coreamos la canción, gritamos, saltamos, lloramos y tocamos con las manos el cielo perfecto de una noche perfecta. Después del quinto tema, el calor y la pasión se sentían en el cuerpo. Habíamos especulado con morirnos de frío, pero ahí estaba McCartney, con su mix encantador de inglés y castellano, diciendo que tenía calor y sacándose el saco.
-¡Ah, bueno!, dijimos mi amiga y yo al unísono. Porque Paul sigue siendo Paul, a pesar de los años. Un artista excepcional y uno de los hombres más bellos que vi en mi vida.
- ¡Cuanto más lo miro, más lindo me parece!, suspiró Adriana.
Yo, siempre más atenta a los asuntos carnales, respondí enardecida:
-Y… un tirito le hago.
-¡Estamos muy contentos de estar de nuevo aquí!, gritó McCartney. Y contó, además, que a los 11 años, en Liverpool, había estudiado castellano, para recitar luego un versito infantil que hablaba de tres conejos que tocaban el tambor en un árbol. Adorable.
Conociéndonos como nos conocemos, Adriana y yo habíamos hecho un buen acopio de pañuelos descartables. El momento de las primeras lágrimas (que enseguida se convirtieron en un llanto convulsivo difícil de contener) fue para mí el de “My Love”. Paul contó que había escrito esa canción (una de mis indiscutibles favoritas)  para su esposa Linda, pero que esa noche la dedicaba a todos los enamorados presentes. Seguí llorando con “Here Today”, y su emocionado recuerdo para su compañero John Lennon. Y redoblé la apuesta con “Something” y la evocación de George Harrison. Mi amiga de la adolescencia me abrazó cuando Paul cantó “Here Today”, la canción que McCartney escribió para el hermano que se fue, aquel que hubiera dicho al escucharlo que pertenecían a mundos diferentes, pero que él amaba profundamente. Ella supo por qué y yo también.
“Rock Show”, “Jet”, “Got To Get You Into My Life”, “Highway” “Let Me Roll It”, “Long and Winding Road”, “Hey Jude”, “Ob la di, Ob la da”, “Day Tripper”, “Get Back”, “Yesterday”, “Band on the Run”, “Blackbird” , “Helter Skelter”, "Give Peace A Chance" y “Sgt. Pepper’s”, fueron algunas de las canciones que Paul McCartney nos regaló. Cada una de ellas significó un momento único e irrepetible.
Tres horas pasan volando. Sobre todo si una está frente a un artista que, además de ser una leyenda viviente, es excepcional. Sobre todo si una está frente a un hombre enamorado de lo que hace. McCartney disfrutó del concierto tanto como su público, con el que logró una conexión impresionante.
“The End” marcó, obviamente, el final del concierto. Salíamos de River, enamoradas, emocionadas, conmovidas, y los 43 años me alcanzaron sin que me dieran cuenta. Entonces, muy dentro de mí, le di gracias a Paul McCartney por la mejor noche de este año tan difícil y por haber conseguido que recibiera con una sonrisa este nuevo cumpleaños que, de no haber sido por mi adorado beatle, hubiera recibido con lágrimas. De las amargas. Y le di gracias a la vida por haber compartido ese tiempo mágico con mi amiga de la adolescencia, la que hace casi 30 años también quiso saber qué significaba sont les mots qui vont très bien ensemble.
¿Qué más decir? Todavía estoy bajo el influjo de Sir Paul. Más convencida que nunca de que billetera mata galán y guitarra mata billetera.

Se agradece un combo como Mc Cartney, que viene con las tres cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario