MAYBE
I'M AMAZED
"Uno
compone en soledad. Graba en soledad. Hace un disco en soledad. Lo escucha en
la radio en soledad. Pero un recital es la recompensa".
Paul
McCartney
“Cuanto más lo miro, más lindo me parece.”
Mi
amiga Adriana
.
“Y…
un tirito le hago.”
Yo
Corría marzo de 1981 y yo
empezaba a cursar mi primer año en la escuela secundaria. Ya era una beatlemaníaca confesa y, como muchos, todavía estaba
shockeada por la trágica e injusta muerte de John Lennon. En esa época, una no
podía elegir qué idioma quería estudiar en la escuela, así que por sorteo me
tocó francés, noticia que recibí con la indiferencia
típica de los 14. Había pocas cosas en el mundo que me importaran menos que el
francés. Lo único que me interesaba saber era el significado de la frase sont les mots qui vont très bien
ensemble. Así que en la
primera clase se lo pregunté a mi profesora, la enorme Madame Tortonese, que inspiraba más
miedo que respeto. Era una frase que Paul McCartney repetía con voz dulcísima
en la balada “Michelle”. La profesora, un ataque de deferencia,
me respondió que la frase en cuestión, traducida al castellano, era son las palabras que van muy bien
juntas.
La chica que se sentaba
adelante mío se dio vuelta y me preguntó:
-¿A vos también te gustan Los Beatles?
-¡¡¡¡Sí!!!!, respondí
vehementemente (para esa época y para esa edad, Los Beatles eran una
antigüedad, y era raro encontrar a alguien que compartiera mis gustos
musicales).
A partir de ese momento,
Adriana y yo fuimos inseparables. Íbamos juntas para todos lados. Éramos Lennon y McCartney y compartimos los mejores años de
nuestra adolescencia. Al finalizar la escuela, naturalmente, la vida de cada
una tomó su rumbo y dejamos de vernos. Nos reencontramos más de diez años más
tarde y reanudamos una amistad que después de un tiempo volvió a interrumpirse
por mi marcada tendencia lennoniana a responderle intempestivamente a los demás
cuando me salta la térmica.
Pero la vida va y viene. Y, hace casi dos años, volvimos a encontrarnos.
Hoy, ni yo soy tan Lennon ni
ella es tan McCartney. Quizás porque, junto con la
adolescencia, dejamos atrás la manía de etiquetarnos y de etiquetar a los
demás. Y, porque, después de muchos años de Beatles y de Lennon, McCartney, Harrison y
Starr como solistas, comprendimos que el asunto del beatle incisivo, el beatle diplomático, el beatle silencioso y el beatle simpático, era una pavada enorme inventada por la
prensa sesentona que basaba sus especulaciones en preguntas tan pavotas como “¿Cuál es tu color
favorito?” y en un análisis
muy superficial de las canciones que escribían cada uno de los Fab Four.
Paul McCartney, el beatle diplomático, el menos
jugado, el romanticón y el de la canción fácil, fue injustamente
subestimado durante muchos años. A medida que la figura de Lennon se
agigantaba, acicateada, por supuesto, por su terrible muerte, la de Paul se
consolidaba como la del beatle más comercial. A tal punto que, en el sentido
artículo que Gabriel García Márquez escribió tras el asesinato de John Lennon,
le adjudicó al beatle
incisivo” la autoría de la
canción "Eleanor
Rigby", dando por
sentado que Paul era incapaz de escribir semejante obra maestra: “En Eleanor Rigby -con un bajo
obstinado de cielos barrocos- queda una muchacha desolada que recoge el arroz,
en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. “¿De dónde
vienen los solitarios?”, se pregunta sin respuesta. Queda también el padre Mac
Kenzie escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las
tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo
deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a
salir. Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que
es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como
suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer”, escribió García Márquez. No sé si
alguien le señaló en ese momento al escritor colombiano que esa criatura maravillosa
y solitaria era hija de
McCartney. A mí me hubiera
gustado hacerlo, aunque cualquiera pueda suponer que corregir a García Márquez
es un atrevimiento imperdonable.
“Buenas noches, Buenos Aires.
Buenas noches, porteños”. A las 21 hs., con típica puntualidad inglesa, Paul McCartney abrió el primero de los
dos conciertos que ofrecerá en el estadio River Plate, en el marco del "Up and coming tour". Adriana y yo estábamos ahí para gritar “¡Buenas noches!”, lanzar globos celestes y blancos en
señal de bienvenida y compartir con más de 45 mil personas un concierto
maravilloso y un momento único en nuestras vidas. Y, aunque Paul no cantó “Michelle”, volvimos a tener 14 hermosos años. McCartney se tomó un rato para
recorrer el escenario y mirar a su público -¡mirarnos!-como
si quisiera encontrar entre tantos fanáticos embelesados las caras de viejos
amigos. De saco, camisa y pantalón con tiradores, con los 68 años mejor puestos que vi en mi vida, Paul arrancó el
concierto con “Venus and Mars” y recorrió, durante casi tres horas
ininterrumpidas, su prolífica carrera. El primer tema beatle con el que se lució fue “All my loving”. Gente de todas las edades, abuelos,
padres, hijos, Adriana y yo, coreamos la canción, gritamos, saltamos, lloramos
y tocamos con las manos el cielo perfecto de una noche perfecta. Después del
quinto tema, el calor y la pasión se sentían en el cuerpo. Habíamos especulado
con morirnos de frío, pero ahí estaba McCartney, con su mix encantador de
inglés y castellano, diciendo que tenía calor y sacándose el saco.
-¡Ah, bueno!, dijimos mi amiga y yo al unísono. Porque Paul sigue siendo Paul, a
pesar de los años. Un artista
excepcional y uno de los hombres más bellos que vi en mi vida.
- ¡Cuanto más lo miro, más
lindo me parece!, suspiró Adriana.
Yo, siempre más atenta a los
asuntos carnales, respondí enardecida:
-Y… un tirito le hago.
-¡Estamos muy contentos de
estar de nuevo aquí!, gritó McCartney. Y contó,
además, que a los 11 años, en Liverpool, había estudiado castellano, para
recitar luego un versito infantil que hablaba de tres conejos que tocaban el
tambor en un árbol. Adorable.
Conociéndonos como nos
conocemos, Adriana y yo habíamos hecho un buen acopio de pañuelos descartables.
El momento de las primeras lágrimas (que enseguida se convirtieron en un llanto
convulsivo difícil de contener) fue para mí el de “My Love”. Paul contó que había escrito esa
canción (una de mis indiscutibles favoritas) para su esposa Linda, pero
que esa noche la dedicaba a todos los enamorados presentes. Seguí llorando con “Here Today”, y su emocionado recuerdo para su
compañero John Lennon. Y redoblé la apuesta con “Something” y la evocación de George Harrison. Mi
amiga de la adolescencia me abrazó cuando Paul cantó “Here Today”, la canción que McCartney escribió para
el hermano que se fue, aquel que hubiera dicho al escucharlo que pertenecían a
mundos diferentes, pero que él amaba profundamente. Ella
supo por qué y yo también.
“Rock Show”, “Jet”, “Got To Get You Into My Life”, “Highway” “Let Me
Roll It”, “Long and Winding Road”, “Hey Jude”, “Ob la di, Ob la da”, “Day
Tripper”, “Get Back”, “Yesterday”, “Band on the Run”, “Blackbird” , “Helter
Skelter”, "Give Peace A Chance" y “Sgt. Pepper’s”, fueron algunas de las canciones que Paul McCartney nos regaló.
Cada una de ellas significó un momento único e irrepetible.
Tres horas pasan volando.
Sobre todo si una está frente a un artista que, además de ser una leyenda
viviente, es excepcional. Sobre
todo si una está frente a un hombre enamorado de lo que hace. McCartney disfrutó del concierto
tanto como su público, con el que logró una conexión impresionante.
“The End” marcó, obviamente, el final del concierto. Salíamos de River, enamoradas, emocionadas, conmovidas, y
los 43 años me alcanzaron sin que me dieran cuenta. Entonces, muy dentro de mí,
le di gracias a Paul McCartney por la mejor noche de este año tan difícil y por
haber conseguido que recibiera con una sonrisa este nuevo cumpleaños que, de no
haber sido por mi adorado beatle, hubiera recibido con lágrimas. De las amargas. Y le di gracias a la vida por haber
compartido ese tiempo mágico con mi amiga de la adolescencia, la que hace casi
30 años también quiso saber qué significaba sont les mots qui vont très bien
ensemble.
¿Qué más decir? Todavía estoy
bajo el influjo de Sir Paul. Más convencida que nunca de que billetera mata
galán y guitarra mata billetera.
Se agradece un combo como Mc
Cartney, que viene con las tres cosas.
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