miércoles, 16 de marzo de 2011

DE LIMPIEZAS, DESBLOQUEOS, AMARRES Y PREDICCIONES


 DE LIMPIEZAS, DESBLOQUEOS, AMARRES Y PREDICCIONES

"Los más rezan con los mismos labios que usan para mentir." 
 José Ingenieros

Harto sabido es que, a falta de una  mansión victoriana donde languidecer como Dios manda, vivo en un minúsculo departamento sobre la sacrosanta residencia de mi sacrosanta madre. La posibilidad de la mudanza se contempló muchísimas veces, pero siempre fue descartada. Cortar el cordón umbilical no es lo mío.
Hete aquí que, una tarde no muy lejana, me encontraba vegetando en mi residencia cuando un olor dulzón y nauseabundo y una fastidiosa humareda invadieron mi espacio vital. Inmediatamente fui a pedirle a mi progenitora las explicaciones del caso:
-¿Me querés decir que corno es todo este humo, ma? ¿Y este olor asqueroso? ¿Qué se te está quemando?
-No se me está quemando nada. Estoy “limpiando” la casa. Para sacar la mala onda.
-¿Así es como “limpiás” vos, mamá?
-Sí, quemando esto, esto y esto. Porque Fulana me tiró las cartas y me dijo que había que “limpiar la casa”, ¿entendés?  Ya sé que vos no creés en nada, pero me dijo “todo” cuando me tiró las cartas. “Todo”. Vos tirabas bien las cartas, yo no sé por qué no las quisiste tirar más.
-Mamá, yo “jugaba” con las cartas. Mientras me divirtió. Ya no me divierte. Punto.
-Pero a mí me las podrías tirar de vez en cuando.
-No sé dónde están las cartas y no las pienso buscar.
-Yo no sé por qué sos así. No sé. 
Mamá siguió “limpiando” la casa y yo, para estar a tono con sus actividades paranormales, me puse a hojear una revista “Predicciones” que, sin ninguna duda, la hacedora de mis días le había birlado a Fulana, cartomante  que la había inducido a la quema indiscriminada de yuyos sospechosos.
La revista en cuestión ofrecía una nota de tapa bastante prometedora intitulada “Magia erótica”.   Después de una somera explicación acerca de lo que es la energía sexual y de lo jodido que es tenerla bloqueada,  la “Predicciones” tiraba unas recetas de lo más pintorescas apuntando a la liberación de tan primordial energía, aconsejando a la lectora bloqueada sentarse en posición de loto e imaginar un rescoldo de brasas calentándole la “caverna interna” (cuya puerta de entrada es más que obvia), ponerse en bolas y  abrir las piernas sobre un velón encendido en el piso, dibujando círculos con la pelvis e invocando a Afrodita e intoxicarse con un equívoco brebaje a base de apio, agua ardiente y azúcar negra. Poco espiritual e incrédula como soy, concluí que un ritual mucho más sencillo para “activar el deseo” era buscar en la web el video de Pamela Anderson y Tommy Lee y dejar a Afrodita en paz. Pero seguí leyendo, de curiosa no más.
Las recetas subsiguientes asumían que con el rescoldo en la caverna, el velón encendido y el aguardiente una ya estaba lo suficientemente caliente como para  entregarse al acto. Que hubiera resultado de lo más apoteósico si una no se hubiera topado con la malévola rutina.  Después de una somera explicación acerca de lo ladina y peligrosa que es la rutina y de lo jodido que es caer en ella,  la “Predicciones” tiraba unas recetas de lo más pintorescas apuntando romperla en mil pedacitos, aconsejando a la lectora rutinaria llenar una frutera de mimbre con frutas de estación envueltas en corazones de papel recortados en  servilletas blancas, colgarse del cuello  una nuez moscada pasada tres veces por azúcar y envuelta en tul o papel de seda y darle un masaje de lengua a la lengua del amado, lubricando ambas con licor de chocolate (muy esotérico que digamos no parece, pero bue).
Seguí hojeando la revista y me topé, luego, con una nota de “autoayuda mágica” (eso, para los que creían que ya estaba todo inventado). Hay que sobrevivir al desamor, señores, y gastar fortunas en psiquiatras y psicólogos es una huevada, sabiendo que una puede purgar rencores escribiendo todos los reproches que  tiene hacia su ex  a la luz de una vela blanca, cubriendo luego la lista de amonestaciones con dientes de ajos cortados en rodajas, triturando los ajos sobre el papel después de un par de horas y repitiendo enajenadamente: “Suciedades se limpian, con el ajo mato todo lo malo, venga en su lugar amor, luz y paz.” Para cerrar heridas se necesita una pluma liviana y pequeña, a la que hay que pegarle el nombre del ex y un corazón de papel de calcar donde una debe escribir su propio nombre. Se debe cubrir el borde del corazón con azúcar, rodearlo de velitas blancas, encender las velitas y, después de recitar una engorrosa oración, soplar la pluma por la ventana para que el puto ex desaparezca de una vez por todas. Una patada en el culo es mucho más ejecutiva, según mi belicoso punto de vista, pero la “Predicciones” no contempla tal posibilidad.
Cansada de las recetas descabelladas me embarqué en la lectura de una  nota de lo más atemorizante: “Vampiros en el Siglo XXI”. La nota en cuestión no hablaba ni de los libros de Stephenie Meyer ni de "True Blood", la serie de HBO, sino de los vampiros que andan entre nosotros y se nutren de nuestro “fluido vital”, nuestra energía psíquica.
Creo que leí una o dos notas más. Una hablaba acerca de la interpretación de los sueños. La otra, de un Oráculo de 12 Dragones que te cantaban la justa. Cuando creía que ya nada podía sorprenderme y que me había topado con la chantada en su máxima expresión, se me dio por embarcarme la lectura de los avisos que plagan la  mágica revisteja.
La primera posibilidad de solución para una vida de mierda me la acercó un grupete de ocultismo y ayuda espiritual, “Las 7 Rayas del Vudú”.   Estos señores explican que “Vudú es una fuerza superior a cualquier otra” y que es “la magia de todas las magias”. Años y años de citas con Vincent Price me llevaron a creer (erróneamente, por lo que veo) que el “vudú” tenía dos únicas utilidades: hacer cagar a algún indeseable  o “fabricar zombies” (si la película está ambientada en Haití). Pero el vudú sirve también para “tener inmediatamente al ser amado” y “obtener lo imposible”.
En la tradición haitiana, los zombies “se fabrican” para tener mano de obra gratis. Se cree que los bokor tienen la capacidad de resucitar a los muertos y hacerlos trabajar en su provecho. “Las 7 Rayas del Vudú” promete “manejar la mente, el corazón y el espíritu del ser amado” para convertirlo en una suerte de esclavo amatorio.  Y jura que el galán descarriado vuelve en 72 horas. No importa cuán lejos haya llegado huyendo de nos. El aviso, por supuesto, está graciosamente ilustrado por unas cuantas velas encendidas y una muñequita negra con cara de circunstancia.
Xaya tiene consultorios en Congreso y Recoleta. Se dedica a la magia “afro-cubana-brasilera” (“tres fuerzas en una”) y es un poco más rápida que los de “Las 7 Rayas”: el amado díscolo vuelve en 48 horas.  Se vende también como “experta en uniones de pareja” y ofrece “limpiezas todo el año, efectivas y poderosas”.
Para los que descreen de estas magias del Tercer Mundo, hay magias del Primero. Los “Pofesores” (¿“profesores” de qué?) María Cristina y Christian Ariel ofrecen consultas personales y cursos de “Magia Celta”, “Oráculo de Delfos” y “Test Europeo de los Colores”, entre otras disciplinas. Esta gente erudita no habla de retornos de amantes sediciosos. Raro.
David de Ode ofrece su ayuda para “cuando sientas que el destino te ha jugado su peor carta, cuando parezca que el sol se ha ocultado para siempre”.  Este  brujo no se anda con chiquitas: olvidate de las 72 o las 48 horas de espera desesperada, acá los resultados son “inmediatos”. Podés tener al ser amado “por más lejos que esté y difícil que sea”. David no sólo te une al susodicho: te amarra y te endulza, te corta la magia negra y te abre los caminos. En este aviso, debajo de un cartelito colorado que reza simplemente “Vudú”, también aparece una muñequita, con una pinta bastante más siniestra que la que tenía la de “Las 7 Rayas”. Hay velas encendidas y caracolitos buzios.
La Sra. Maruja y Don Cipriano no son un dúo folk.  Son una “hechicera espiritista” y un “sacerdote chamán” que unieron sus talentos para  ofrecerte “rápida y verdadera ayuda con las magias más potentes”.  Los tipos cuentan con “mil amarres amorosos” y  aseguran que prometen: “Vuelta inmediata de la persona amada, detención de divorcios, apuro de matrimonio, reconciliación de noviazgos, potenciación de los sentimientos y el deseo para que vuelva sumiso, obediente y fiel” (acá no se sabe si prometen un amante arrepentido o prometen   un perro). Creerán ustedes que la Maruja y el Cipriano no tienen nada novedoso que ofertar. Craso error. En tiempo de prejuicios erradicados y matrimonios gays, este par de pájaros promociona “amarres especiales para el mismo sexo”. 
Beatriz Fasano también es “profesora”. Ella te une definitivamente a quien quieras, sin importar las distancias espacio temporales. Te destraba, te corta el daño, te detecta y te destruye el maleficio y te libera de las energías negativas. Y todo esto sin dejar de pasear por Egipto y sacarse fotos frente a las pirámides.
Los “Profesores” Ismael y Zamira, autoproclamados “tarotistas del amor”, “unen, conquistan y recuperan”  amantes facciosos en nueve horas.  El “Profesor” Juan Antonio, “el parapsicólogo del amor”, tarda apenas siete en hacerte el mismo trabajito y te jura que si el tipo “te rechaza, no te mira, no te besa, no te toca, se aleja y te abandona”, él te lo trae de vuelta de una oreja y hace arrodillarse a tus pies.  Y, como si semejante despliegue mágico fuese poco, el profe te ofrece “diploma y salida laboral” si le pagás por un cursito.
Dominga Bravo es bruja “desde los siete años” (¿¿¿???). Carmen Fuentes Mendoza es “auténtica gitana, bruja como nadie” y está “pa’ servirle”. El “Licenciado” Jaime del Río estudia la kabalah y es integrante de la Cienciología. Estafadores variopintos que, de ser por una servidora, estarían todos en cana.
Añorando una “Cosmopolitan” que me enseñara a mimarme el punto G, tiré la “Predicciones” a la basura. Para ayudar a mamá a “limpiar” la casa, nomás.
Eran las diez de la noche cuando sonó el teléfono. Era mamá.
-Escuchame, hablé con Fulana y me dijo que vos vas a tener que limpiar tu casa también, porque toda la “mala onda” que yo saqué de acá se fue para arriba.
-¿Sí?
-Sí. ¿Te paso la lista de lo que tenés que comprar para quemar?
-No, ma, no hace falta. Vos sabés que yo en esas cosas no creo.
-Vos no creés, pero Fulana me tiró las cartas y me dijo “todo”. “Todo”. Vos tirabas bien las cartas, yo no sé por qué no las quisiste tirar más.
-¡Ay, Dios!

martes, 8 de marzo de 2011

SI LA ENVIDIA FUERA TIÑA…


  SI LA ENVIDIA FUERA TIÑA…

“La envidia es acaso el peor de los pecados; el goloso come, el lujurioso verifica el acto venéreo, el avaro toma su dinero, en cambio el envidioso se reseca en...bueno, su envidia.” 
 Alejandro Dolina

Los Pecados Capitales son siete y, si bien todos son pecados y todos son capitales, hay algunos que están mejor vistos que otros. La lujuria, por ejemplo, es muy taquillera, y aunque la pereza, la gula y la ira no tienen tan buena prensa, a nadie se le mueve un pelo por decir: “Soy una vaga”, “Me como todo” o "Sr. McGee no me provoque, no soy yo cuando me disgusto."
Pero la envidia… La envidia es otra cosa. Nadie en sus cabales reconoce que es envidioso. La envidia da como vergüencita.
Pero yo no estoy en mis cabales, así que no tengo ningún prurito en reconocer que hay frases dichas por algunas féminas, casi como al descuido, que disparan mi nivel de envidia en sangre hasta la estratósfera.
¿Cuáles son esas frases? Sigan leyendo, sigan leyendo…

“SON  NATURALES”

Cuando veo alguna mujer con una pechuga generosa hago una infame comparación de sus opulencias con mi languidez pectoral,  y pienso, a modo de consuelo, (bastante pavote, ya sé): “Se las hizo”. Éste “se las hizo” me da cierta paz: implica que yo no las tengo porque no quiero, porque, si quisiera, también “me las haría”. Pero, cuando la mujer en cuestión aclara, innecesariamente, que “son naturales”, la cosa cambia. Resulta que yo no las tengo porque la Madre Naturaleza me las mezquinó y que, mal que me pese, hay mujeres flacas que tienen tetas  (porque, entre mis latiguillos boludos se encuentra el descabellado: “Las tetas son grasa, si sos flaca no podés tener tetas”).
Así que, cuando me topo con un par de exuberancias “naturales”, además de querer colgarme de una viga del techo con un corpiño “push up”, me muero de envidia.

“MI SUEGRA ES UN AMOR”

Hay mujeres que nacieron con estrella. Esas son las que se casan con huérfanos. Hay otras que no son tan consteladas pero que, sin ninguna duda, no pertenecen al montón estrellado que tiene una madre política  de temer. Son las que te largan, con una sonrisa de oreja a oreja: “Mi suegra es un amor”.
Yo, que padecí todo tipo de atropello de parte de las progenitoras de los hombres que se cruzaron en mi camino (desde servirme la pata del pollo en lugar de la pechuga hasta quemarme el cuero cabelludo y mis preciosos rulos haciéndome unos “claritos”, pasando por todas las tropelías que se puedan imaginar) me quedó fría (de envidia) ante semejante afirmación.

"MI MARIDO ME DA TODO EL SUELDO Y YO LO ADMINISTRO COMO QUIERO”

Mi marido me da X cantidad de dinero por mes. Y con esos pesos (que no son pocos, para qué mentirles) me tengo que “arreglar”. El problema es que yo soy gastadora compulsiva y tratar de “arreglarme” me provoca más de un dolor de cabeza. Porque mi presupuesto se va al diablo cuando paso por alguna librería o por la confitería “Irupé”. Tengo que reconocer que hubo una época en que todo el sueldo de mi hombre estaba a mi disposición y que hice estragos con el mismo. Por lo tanto, mi maridito optó por retacearme las vituallas, a ver si me controlaba un poco con los gastos. Eso sí, desistió de pedirme que hiciera una pequeña lista con mis erogaciones, para ver donde mierda se iba la guita.

“COMO Y NO ENGORDO”

La que dice esto es, en general, una flaca con cuerpo de “top model”,  cuya pierna mide exactamente lo mismo que toda mi humanidad.  Y es cierto: come y no engorda. Se morfa unas flautitas con jamón y queso impresionantes, mientras yo degusto, con cara de orto, un café con sacarina.
“Es una cuestión de metabolismo”, dice la flaca, mientras se zampa un “Capitán del Espacio”  (la Madre Naturaleza también me cagó con el metabolismo). Y yo, que estoy en la vereda de enfrente (suelo repetir la huevada esa de que “a mí me engorda hasta el agua”), no puedo dejar de envidiarla.

“MIDO 1,78 DESCALZA”

Nunca pude tener un pantalón “pata de elefante”. Me he comprado alguno, pero, después del dobladillo de rigor, la pata de elefante desapareció como por arte de magia. Mis amigas han tratado de conformarme diciéndome, con toda su buena onda, que “lo bueno viene en frasco chico” (el que inventó esa pavada no tiene idea de lo que es viajar de parada en un colectivo y no llegar al pasamanos). “Las altas son desabridas”, arriesgó algún amante de seso recalentado. Mentira: las altas son altas y yo soy una enanita de jardín.  

“TUVE UN PARTO INDOLORO”

Yo, que estuve 36 horas viendo estrellas, cometas, meteoritos y cuanto cuerpo celeste ande pululando por el cosmos, no puedo concebir que alguien haya parido sin dolor. Cuando escucho esta frasecita me pongo verde de envidia.  
Parir duele… ¿o sólo me dolió a mí?

 “ME ENCANTA HACER GIMNASIA”

A ésta no le envidio sólo su buena predisposición para el “y arriba… y abajo”, sino también el culo parado y el vientre chato.
Jamás soporté hacer gimnasia. Considero que es una pérdida de tiempo (tiempo que una podría utilizar tirada panza arriba en la cama, comiendo chocolate y viendo una comedia romántica de Tom Hanks y Meg Ryan) y, además, tengo un serio problema de coordinación. Si me concentro (porque, para estas lides, yo necesito concentrarme) en hacer determinado movimiento con los brazos, no puedo hacer nada con mis piernas.
Más de una vez, acuciada por unos kilitos rebeldes, se me dio por darme una vueltita por un gimnasio. De más está decir que huí despavorida ante las  exigencias de las profesoras que tuvieron el privilegio de tratar de iniciarme en el maravilloso mundo de los abdominales y las elongaciones. Profesoras que, como diría mi bienamado Pinti (gordo y feliz) suelen ser un híbrido entre Jane Fonda y Mussolini.
¿Correr? Ni en pedo. A lo sumo camino. Eso sí, con un paquete de papas fritas “Lays” en la mano.
  
“ESTE TIPO ME TOCA Y ME MEO”

Esta frase suele ir acompañada de un suspiro prolongado y un revoleo de ojos cuasi epiléptico. La autora de semejante afirmación está enamorada como una quinceañera, ve “la vie en rose”, cual una Édith Piaf  tercermundista y pasa horas adornándose como un arbolito de Navidad cuando tiene una cita con el mentado galán.
Una, que ya se acostumbró a los grises de la convivencia y anda por la casa con la cara lavada, pantuflas y el pelo recogido en un rodete mal hecho, no puede dejar de sentir un pantallazo (gigante) de envidia ante los escarceos amorosos ajenos. El único consuelo (vaya perversidad la mía) es saber a ciencia cierta que este estado de gracia siempre es pasajero y que, tarde o temprano, la rutina hará su pérfido trabajo. Así que miro a la ilusionada con conmiseración y digo socarronamente: “Que te dure, nena.”

“JAMÁS TUVE ACNÉ”

Esta mina me provoca algo así como una “envidia retrospectiva”. La pendeja de 12 años que todavía vive en mí quisiera golpearla hasta dejarla sin aire. Yo sí tuve acné, es más, con cuarenta años muy bien cumplidos, sigo teniendo un cutis de mierda.
Al escuchar a esta mujer que nunca necesito kilos de maquillaje para ocultar las imperfecciones de su bella faz, me asaltan miles de recuerdos que han dejado en mí una huella devastadora.
-Te falta un grano para recibirte de choclo.
-¿Qué hacés, “Café Dolca granulado”?
-La Luna tiene menos cráteres que vos. (Se supone que los poros son invisibles para el ojo humano; ahora díganme, ¿por qué los míos se ven?)

 “LOS HIJOS DE MI MARIDO ME ADORAN”

Las hijas de mi marido me odian. Es más, siempre se negaron a conocerme. Para ellas soy una destructora de hogares que no merece, siquiera, el democrático derecho de una defensa justa.
¿Cómo puede ser que los hijos de tu marido te adoren? ¿Acaso no tienen una madre que te defenestra cada 15 minutos?

Como verán, además de envidiosa, soy casi tan hueca como la Barbie. No le envidio a nadie su talento, ni su inteligencia, ni su capacidad para resolver ecuaciones trigonométricas. Lo mío es mucho más mundano. 

Así que ya saben, si los envidiosos volaran yo estaría corriendo carreras con un “Boeing 757”.

miércoles, 2 de marzo de 2011

YO ALUMNA


YO ALUMNA

“El estudiante al que nunca se le pide que haga lo que no puede, nunca hace lo que puede.” 
 Stuart Mill

De grande se me antojó ser maestra jardinera. A la vejez, viruela. Confieso que cuando se me antoja algo no hay, ni en el cielo ni en la tierra, alguien que me quite la idea de la cabeza. Así que me inscribí en un Instituto de Formación Docente. Y allí me encaminé, pletórica de ilusiones, apenas despuntado marzo. 
Lo primero que noté, porque lamentablemente saltaba a la vista, fue la escandalosa cantidad de años que les llevaba a mis condiscípulas. Si bien había entre el alumnado algunas chicas de veintipico, la mayoría no pasaba de los dieciocho. Recién salidas del secundario estaban. Recién, recién. Lo segundo que advertí fue que estas chicas eran, en su gran mayoría, tan burras como el entrañable Platero de Juan Ramón Gimenez. Habían pasado por la escuela secundaria como quien pasa por un desfile de Giordano.
La muestra inaugural de su pasmosa ignorancia la tuve en la clase de Geografía. La profesora, vaya uno a saber con qué fin rastrero, desplegó en el pizarrón un bonito planisferio. Y nos convocó, una por una,  para ubicar en el mismo diferentes países.
Esta actividad insulsa desembocó en errores descomunales. Las alumnas más audaces se lanzaban a ubicar a Bélice en África. Las que aún conservaban algún resto de vergüenza simplemente se taraban.
En determinadas ocasiones puedo llegar a ser bastante intolerante. Acepto, cómo no, que una fémina de dieciocho años no sea capaz de señalar en un mapa la ubicación de Kirguistán. Pero no la de Italia. Tenía ya las uñas rotas de tanto arañar el banco cuando, sumamente molesta,  le solté a la mocosa extraviada en Europa:
-Italia es “la bota”, mamita. Eso lo sabe hasta mi hijo, que tiene seis años.

Las chicas no sólo ignoraban la ubicación de Australia: no tenían ni la más pálida idea de cuáles eran los antecedentes de la Revolución de Mayo y desconocían redondamente la existencia de las glándulas suprarrenales. Bah, no sabían ni dónde estaban paradas.
Dado que mis conocimientos sobrepasaban ampliamente a los del resto del alumnado y que yo suelo resultar sumamente odiosa cuando pierdo la paciencia, podría haberme convertido, fácilmente, en un elemento repudiado. Pero no. Las chicas me adoptaron como a una especie de  madre sustituta y acudían a mí para evacuar todo tipo de dudas, desde cuál era la moraleja de “Caperucita Roja” hasta qué clase de anticonceptivos les convenía usar.
 -Che, Raquel, ¿es cierto que hubo un pintor que se cortó una oreja?
-Sí, es cierto. Se llamaba Vincent Van Gogh. Era maravilloso. ¿Nunca viste una reproducción de “Los girasoles”? En una época convivió con Gauguin, otro pintor. Se llevaban muy mal. Dicen que discutieron y que por eso Van Gogh se cortó parte de la oreja. Pero no se sabe a ciencia cierta por qué lo hizo.  También dicen que después de cortarse el pedazo de oreja, el tipo lo envolvió en un paño y se lo regaló a una puta que se llamaba Raquel. Aclaro que no era yo.
-Ah, entonces la propaganda de “Tokke” tenía razón..
-Hay un libro hermoso que se llama “Cartas a Théo”…
-Dejá, dejá, lo único que quería saber era lo de la oreja.
Un tiempito después la misma perfecta ignorante se me acercó con otra inquietud:
-¿No es cierto que San Patricio era irlandés?
Debo confesar que, al igual que mi PC, almaceno una cantidad asombrosa de información inútil, así que tenía bien clarito que San Patricio había nacido en lo que hoy es Escocia. (Mi marido sostiene que deberían darme un  “Doctorado en Pavadas”). Pero ese día me había saltado la térmica, vaya uno a saber por qué, así que le largué a la preguntona:
-Sí, nació en Irlanda. Y además era alcohólico. Mal. Por eso el 17 de marzo todo el mundo se pone en pedo.

A medida que pasaba el tiempo fui intimando cada vez más con mis compañeras de estudio. Y fui recabando información perturbadora. Yo idealizaba la docencia y estaba convencida de que la vocación y el amor por los niñitos eran fundamentales para convertirse en Profesora de Nivel Inicial (título mucho más rimbombante que el escueto maestra jardinera). Así que, dejando de lado ciertos escrúpulos y haciendo gala de una alcahuetería que me avergüenza, decidí encarar a la Profesora de Psicología.
-Profesora, ¿a usted no le parece que para ser admitida en el profesorado una tendría que pasar por algún test psicológico?
-Para inscribirte te piden un certificado de salud.
-Sí, pero la mayoría de esos certificados son truchos. Ser maestra es una responsabilidad muy grande. Vamos a trabajar con personas. Con personas en formación. No todo el mundo está en condiciones de hacerlo.
-¿A quién te referís, específicamente?
-Específicamente me refiero a Fulana, que baila medio desnuda en un boliche, adentro de una jaula. Que quede bien clarito que yo no tengo nada contra las mujeres que bailan en jaulas. Pero me parece que no da el perfil. Y me refiero a Mengana, que odia a los chicos pero está acá porque el novio se ratonea con el guardapolvo. Y me refiero a Zutana, que tiene veintidós años y fue a llorarle a la madre porque la amiga la dejó de lado. La madre vino a hacer un escándalo a la puerta del Instituto y casi agarra a la amiga de los pelos.
-Quedate tranquila, Raquel, que las más locas se quedan en el camino.
-¿Seguro?
-Seguro.
Al final, no era tan seguro. Porque en una residencia una maestra en ciernes, desbordada por el comportamiento deplorable de un alumnito que trastornaba “la hora del cuento”, trabó la cabeza del pequeñín entre sus rodillas hasta que los personajes de la historia que estaba contando “fueron felices y comieron perdices”.
Y yo me recibí.

Los profesorados en general, al igual que las universidades, están muy politizados. Las jardineras nos caracterizamos por vivir en una nube de gases rosados, pero compartíamos edificio con futuros profesores de Geografía e Historia. El “Centro de Estudiantes” era un ente extraño que iba desde las puteadas sindicales hasta el capricho de remover de su cargo a la mejor profesora que tuve en mi vida.
-¡Ustedes están en pedo!  –salté yo ante la maligna propuesta- En pedo mal. La profesora es excelente.
-Con ella ningún alumno aprueba. ¡Hay que sacarla!
-Mirá, querida: no aprueban porque no estudian. Yo aprobé los dos trimestres con 10.
-¡Hay que sacarla!
-¡A ustedes hay que sacarlos, que no hacen más que romper las pelotas!
Mención especial merece lo sucedido frente al atentado a las Torres Gemelas. El “Centro de Estudiantes” empapeló el edificio con beligerantes carteles aprobando lo sucedido. Yo cavilaba:
-Me asusta que estos tipos vayan a trabajar con pibes. A los pibes hay que enseñarles respeto por la vida.
Hay que reconocer que, en estas lides, el “Centro de Estudiantes” era cebado por algunas autoridades de talante belicoso. Un día después del atentado, la Secretaria de la institución fue, aula por aula, a dar un pequeño discurso.
En el Instituto sonaba música a un volumen considerable, porque se estaba organizando el acto del “Día del Maestro”.
-Bueno, chicas, -dijo la tipa- ustedes saben que pasó ayer: el atentado. Nosotros vamos a seguir con la música, porque eso no nos afecta en lo más mínimo. Es más, ustedes saben que, dada la política exterior de Estados Unidos, imperialista y malvada, se merecían que les sucediera algo así.
Mis condiscípulas ignoraban cuál era la política exterior de Estados Unidos pero asentían en silencio.
-Disculpe la impertinencia, –dije yo, que a educadita no me gana nadie- pero disiento con usted. No por el asunto de la música, porque pasar o no pasar música me parece intrascendente. Tampoco en lo que atañe a la política exterior de Estados Unidos, que es un asco. Pero decir que se lo merecían me parece una barrabasada.  Usted está confundiendo pueblo con gobierno.  A lo largo de nuestra historia nosotros también tuvimos gobiernos deplorables. ¿Merecíamos por eso que nos asesinaran?
La Secretaria me miró con curiosidad, como si yo fuera un oso panda nacido en cautiverio, se dio media vuelta y se fue. Pero siempre me tuvo entre ceja y ceja. Cuando me vio abanderada se quería morir.

Porque, sí, fui abanderada. Me recibí con un promedio de 9,70. Y eso por culpa del imbécil que oficiaba como profesor de dibujo.
El mentado profesor nos encargó un trabajo práctico que consistía en ir a un museo o a una galería de arte y hacer una especie de monografía acerca de la visita. En equipo.
El equipo era yo. Con esto quiero decir que yo trabajaba y mis compañeras estampaban sus firmas al pie de la tarea.
En ese entonces había en La Rural una exposición maravillosa dedicada a The Beatles. No sólo se exhibían objetos personales de los Fab Four y todo tipo de memorabilia, sino que se exponían, como novedad, obras de artistas argentinos (Pérez Celis, Vito Campanella, Marta Minujin, entre otros) inspiradas en el grupo.
Decidí que mi trabajo iba a versar acerca de esa muestra. E hice una tarea impecable a la que adosé fotografías de las obras y ameritó un 10 y una calurosa felicitación (por escrito) de parte del profesor.
Cuando el susodicho entregó las notas finales comprobé, azorada, que, mientras las otras trabajadoras de mi equipo tenían 9 o 10, a mí me había quedado un miserable 8.
-A mí me parece que usted está confundido. No me puede poner 8.
-¿Por qué?
-Porque tengo un 10 en el trabajo práctico y mi carpeta, linda y completita, no merece un 6.
El tipo, ante mi irrefutable argumento, no tuvo mejor idea que poner en duda la autoría del trabajo.
-La carpeta no se condice con el trabajo.
-¿¿¿¿¿Qué????? ¡Usted sigue confundido! El trabajo era sobre The Beatles, ¿no? ¡¡¡¡¡Mire mi carpeta!!!!! Acá tiene un John Lennon cubista. Y acá tiene un Lennon y un Harrison parados en una nube. ¡¡¡¡¡Y acá tiene un submarino amarillo!!!!! Salta a la vista que el trabajo lo hice YO. A mí me parece que usted no chequeó las carpetas y puso las notas arbitrariamente.
-¿Vos me estás peleando por un 8? –me increpó el tipo que, equivocado y todo, ya tenía las bolas por el suelo.
-¡Sí! ¡Porque me arruinó el promedio! ¡9,70 me queda! ¡9,70!

Los tres años de profesorado se pasaron volando. Fueron hermosos. Fueron inolvidables.
Cuando faltaban muy pocos días para la graduación, la Secretaria volvió al ataque:
-La entrega de diplomas se va a hacer en el Salón de Actos del Instituto. Es amplio, es lindo. Pero hace mucho que no se usa, así que está un poco sucio. Les pido su colaboración. Para limpiarlo y acomodarlo.
-¡¡¡¡¡No!!!!! –salté como leche hervida- Yo no limpió en mi casa, no voy a venir a limpiar acá. Además, nosotras somos las agasajadas. Si tienen que limpiar las alumnas que limpien las de 1º año.
Al final, nunca se supo quién limpió el salón.

Yo no fui.

martes, 1 de marzo de 2011

LA RUBIA TARADA


LA RUBIA TARADA

“La rubia tarada,
bronceada, aburrida,
me dice: ‘¿Por qué te pelaste?’…"
"La rubia tarada", Sumo

Yo era la morochita de pelo envidiable y bonitos rasgos árabes, pero quería ser la rubia tarada.
El despertador incrustaba en mi cerebro, cada día a las seis de la mañana, su aguijón de insecto bullanguero e inoportuno, y ahí va yo, con los pies todavía enredados en las sábanas, a desempeñar el devaluado rol de Cenicienta obrera.
La rubia tarada no trabajaba -a ella no le hacía falta-, tenía papá y mamá y un dormitorio color rosa chicle que hubiera hecho que Barbie se revolcara de envidia. No usaba ninguna pilcha que no fuera “de marca” y estaba bronceada todo el año. Alta y flaca, había obtenido el
codiciado papel de “dama antigua” en todos los actos del 25 de Mayo. Yo siempre me había tenido que conformar con ser “la negrita” que vendía empanadas y pastelitos, víctima de esa distorsión histórica que padecemos en general las maestras argentinas: Sarmiento no faltó nunca al cole, San Martín cruzó los Andes en un caballo blanco como el del Llanero Solitario y las “damas antiguas” eran todas polacas.
La rubia tarada tenía una fila interminable de “pretendientes”, rubios y tarados como ella. Tenía las uñas siempre perfectas, porque no había nacido para lavar platos, ni limpiar vidrios, ni hacer ninguna de esas tareas fastidiosas que me agobiaban hace veinte años y, aún hoy, me siguen agobiando. Nunca había leído otra cosa que no fuera la etiqueta del jean de moda, pero iba tres veces por semana al gimnasio y cuidaba su cuerpo como si se tratara de una escultura de Rodin. Lechuguita, yogur, agua mineral, pero nada de chocolates, ni papas fritas, ni Tía María con crema.
La rubia tarada tenía un perro, obviamente un perro de raza (mis pichichos siempre dieron lástima), y vacacionaba todos los veranos. Y me miraba con un desprecio insultante, a pesar de que, en apariencia, teníamos una relación bastante cordial, y ella me confesaba, siempre
con la naricita perfecta apuntando al cielo, que no pernoctaba en los hoteles alojamiento porque sus padres “no se lo permitían” y que jamás, jamás, jamás, se le ocurriría “juntarse” con las chicas de la verdulería.
Cuando hablo de “mis” pecados capitales, suelo citar la lujuria, la gula y la pereza, y me olvido de la envidia. Pero yo envidiaba a la rubia tarada. Ella era todo lo que yo no era y no llegaría a ser nunca. 
Mientras yo trabajaba, estudiaba, cortaba cartulinas de colores y hacía rotafolios, educaba niñitos que se peleaban por ser el primero de la fila para entrar al aula dándome la mano, me enamoraba y me desenamoraba, cambiaba pañales y calentaba mamaderas, escribía poemas
y me los creía, la rubia tarada seguía comiendo lechuga, tomando agua mineral, yendo al gimnasio tres veces por semana y bronceándose como si le hiciera un favor al sol. Y así fueron pasando los años.
La rubia tarada no tuvo hijos, para no arruinar su preciosa figura de top-model. Yo volví a la escuela con unos kilitos de más y un hijo irónicamente rubio, que jamás vendió velas ni encendió faroles los 25 de mayo, pero cada 20 de junio es, invariablemente, Manuel Belgrano.
Hay cosas que no cambian nunca. Las maestras argentinas nos incluimos dentro de esas cosas.
Hace unos días me la encontré en la calle. Sigue alta, rubia y bronceada, y tiene el aire satisfecho de las féminas que nunca tuvieron un “tête à tête” con la balanza. Pero al verla, me acordé de la Bardot, y de su fabulosa sentencia de mujer hermosa y lúcida: “Las beldades bronceadas de hoy son las pasas arrugadas del mañana”.

Gracias, Brigitte.