martes, 8 de marzo de 2011

SI LA ENVIDIA FUERA TIÑA…


  SI LA ENVIDIA FUERA TIÑA…

“La envidia es acaso el peor de los pecados; el goloso come, el lujurioso verifica el acto venéreo, el avaro toma su dinero, en cambio el envidioso se reseca en...bueno, su envidia.” 
 Alejandro Dolina

Los Pecados Capitales son siete y, si bien todos son pecados y todos son capitales, hay algunos que están mejor vistos que otros. La lujuria, por ejemplo, es muy taquillera, y aunque la pereza, la gula y la ira no tienen tan buena prensa, a nadie se le mueve un pelo por decir: “Soy una vaga”, “Me como todo” o "Sr. McGee no me provoque, no soy yo cuando me disgusto."
Pero la envidia… La envidia es otra cosa. Nadie en sus cabales reconoce que es envidioso. La envidia da como vergüencita.
Pero yo no estoy en mis cabales, así que no tengo ningún prurito en reconocer que hay frases dichas por algunas féminas, casi como al descuido, que disparan mi nivel de envidia en sangre hasta la estratósfera.
¿Cuáles son esas frases? Sigan leyendo, sigan leyendo…

“SON  NATURALES”

Cuando veo alguna mujer con una pechuga generosa hago una infame comparación de sus opulencias con mi languidez pectoral,  y pienso, a modo de consuelo, (bastante pavote, ya sé): “Se las hizo”. Éste “se las hizo” me da cierta paz: implica que yo no las tengo porque no quiero, porque, si quisiera, también “me las haría”. Pero, cuando la mujer en cuestión aclara, innecesariamente, que “son naturales”, la cosa cambia. Resulta que yo no las tengo porque la Madre Naturaleza me las mezquinó y que, mal que me pese, hay mujeres flacas que tienen tetas  (porque, entre mis latiguillos boludos se encuentra el descabellado: “Las tetas son grasa, si sos flaca no podés tener tetas”).
Así que, cuando me topo con un par de exuberancias “naturales”, además de querer colgarme de una viga del techo con un corpiño “push up”, me muero de envidia.

“MI SUEGRA ES UN AMOR”

Hay mujeres que nacieron con estrella. Esas son las que se casan con huérfanos. Hay otras que no son tan consteladas pero que, sin ninguna duda, no pertenecen al montón estrellado que tiene una madre política  de temer. Son las que te largan, con una sonrisa de oreja a oreja: “Mi suegra es un amor”.
Yo, que padecí todo tipo de atropello de parte de las progenitoras de los hombres que se cruzaron en mi camino (desde servirme la pata del pollo en lugar de la pechuga hasta quemarme el cuero cabelludo y mis preciosos rulos haciéndome unos “claritos”, pasando por todas las tropelías que se puedan imaginar) me quedó fría (de envidia) ante semejante afirmación.

"MI MARIDO ME DA TODO EL SUELDO Y YO LO ADMINISTRO COMO QUIERO”

Mi marido me da X cantidad de dinero por mes. Y con esos pesos (que no son pocos, para qué mentirles) me tengo que “arreglar”. El problema es que yo soy gastadora compulsiva y tratar de “arreglarme” me provoca más de un dolor de cabeza. Porque mi presupuesto se va al diablo cuando paso por alguna librería o por la confitería “Irupé”. Tengo que reconocer que hubo una época en que todo el sueldo de mi hombre estaba a mi disposición y que hice estragos con el mismo. Por lo tanto, mi maridito optó por retacearme las vituallas, a ver si me controlaba un poco con los gastos. Eso sí, desistió de pedirme que hiciera una pequeña lista con mis erogaciones, para ver donde mierda se iba la guita.

“COMO Y NO ENGORDO”

La que dice esto es, en general, una flaca con cuerpo de “top model”,  cuya pierna mide exactamente lo mismo que toda mi humanidad.  Y es cierto: come y no engorda. Se morfa unas flautitas con jamón y queso impresionantes, mientras yo degusto, con cara de orto, un café con sacarina.
“Es una cuestión de metabolismo”, dice la flaca, mientras se zampa un “Capitán del Espacio”  (la Madre Naturaleza también me cagó con el metabolismo). Y yo, que estoy en la vereda de enfrente (suelo repetir la huevada esa de que “a mí me engorda hasta el agua”), no puedo dejar de envidiarla.

“MIDO 1,78 DESCALZA”

Nunca pude tener un pantalón “pata de elefante”. Me he comprado alguno, pero, después del dobladillo de rigor, la pata de elefante desapareció como por arte de magia. Mis amigas han tratado de conformarme diciéndome, con toda su buena onda, que “lo bueno viene en frasco chico” (el que inventó esa pavada no tiene idea de lo que es viajar de parada en un colectivo y no llegar al pasamanos). “Las altas son desabridas”, arriesgó algún amante de seso recalentado. Mentira: las altas son altas y yo soy una enanita de jardín.  

“TUVE UN PARTO INDOLORO”

Yo, que estuve 36 horas viendo estrellas, cometas, meteoritos y cuanto cuerpo celeste ande pululando por el cosmos, no puedo concebir que alguien haya parido sin dolor. Cuando escucho esta frasecita me pongo verde de envidia.  
Parir duele… ¿o sólo me dolió a mí?

 “ME ENCANTA HACER GIMNASIA”

A ésta no le envidio sólo su buena predisposición para el “y arriba… y abajo”, sino también el culo parado y el vientre chato.
Jamás soporté hacer gimnasia. Considero que es una pérdida de tiempo (tiempo que una podría utilizar tirada panza arriba en la cama, comiendo chocolate y viendo una comedia romántica de Tom Hanks y Meg Ryan) y, además, tengo un serio problema de coordinación. Si me concentro (porque, para estas lides, yo necesito concentrarme) en hacer determinado movimiento con los brazos, no puedo hacer nada con mis piernas.
Más de una vez, acuciada por unos kilitos rebeldes, se me dio por darme una vueltita por un gimnasio. De más está decir que huí despavorida ante las  exigencias de las profesoras que tuvieron el privilegio de tratar de iniciarme en el maravilloso mundo de los abdominales y las elongaciones. Profesoras que, como diría mi bienamado Pinti (gordo y feliz) suelen ser un híbrido entre Jane Fonda y Mussolini.
¿Correr? Ni en pedo. A lo sumo camino. Eso sí, con un paquete de papas fritas “Lays” en la mano.
  
“ESTE TIPO ME TOCA Y ME MEO”

Esta frase suele ir acompañada de un suspiro prolongado y un revoleo de ojos cuasi epiléptico. La autora de semejante afirmación está enamorada como una quinceañera, ve “la vie en rose”, cual una Édith Piaf  tercermundista y pasa horas adornándose como un arbolito de Navidad cuando tiene una cita con el mentado galán.
Una, que ya se acostumbró a los grises de la convivencia y anda por la casa con la cara lavada, pantuflas y el pelo recogido en un rodete mal hecho, no puede dejar de sentir un pantallazo (gigante) de envidia ante los escarceos amorosos ajenos. El único consuelo (vaya perversidad la mía) es saber a ciencia cierta que este estado de gracia siempre es pasajero y que, tarde o temprano, la rutina hará su pérfido trabajo. Así que miro a la ilusionada con conmiseración y digo socarronamente: “Que te dure, nena.”

“JAMÁS TUVE ACNÉ”

Esta mina me provoca algo así como una “envidia retrospectiva”. La pendeja de 12 años que todavía vive en mí quisiera golpearla hasta dejarla sin aire. Yo sí tuve acné, es más, con cuarenta años muy bien cumplidos, sigo teniendo un cutis de mierda.
Al escuchar a esta mujer que nunca necesito kilos de maquillaje para ocultar las imperfecciones de su bella faz, me asaltan miles de recuerdos que han dejado en mí una huella devastadora.
-Te falta un grano para recibirte de choclo.
-¿Qué hacés, “Café Dolca granulado”?
-La Luna tiene menos cráteres que vos. (Se supone que los poros son invisibles para el ojo humano; ahora díganme, ¿por qué los míos se ven?)

 “LOS HIJOS DE MI MARIDO ME ADORAN”

Las hijas de mi marido me odian. Es más, siempre se negaron a conocerme. Para ellas soy una destructora de hogares que no merece, siquiera, el democrático derecho de una defensa justa.
¿Cómo puede ser que los hijos de tu marido te adoren? ¿Acaso no tienen una madre que te defenestra cada 15 minutos?

Como verán, además de envidiosa, soy casi tan hueca como la Barbie. No le envidio a nadie su talento, ni su inteligencia, ni su capacidad para resolver ecuaciones trigonométricas. Lo mío es mucho más mundano. 

Así que ya saben, si los envidiosos volaran yo estaría corriendo carreras con un “Boeing 757”.

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