SI
LA ENVIDIA FUERA TIÑA…
“La envidia es acaso el peor
de los pecados; el goloso come, el lujurioso verifica el acto venéreo, el avaro
toma su dinero, en cambio el envidioso se reseca en...bueno, su envidia.”
Alejandro Dolina
Los Pecados Capitales son
siete y, si bien todos son pecados y todos son capitales, hay algunos que están
mejor vistos que otros. La lujuria, por ejemplo, es muy taquillera, y aunque la
pereza, la gula y la ira no tienen tan buena prensa, a nadie se le mueve un
pelo por decir:
“Soy una vaga”, “Me como todo” o "Sr. McGee no me
provoque, no soy yo cuando me disgusto."
Pero la envidia… La envidia
es otra cosa. Nadie en sus cabales reconoce que es envidioso. La envidia da
como vergüencita.
Pero yo no estoy en mis
cabales, así que no tengo ningún prurito en reconocer que hay frases dichas por
algunas féminas, casi como al descuido, que disparan mi nivel de envidia en
sangre hasta la estratósfera.
¿Cuáles son esas frases?
Sigan leyendo, sigan leyendo…
“SON NATURALES”
Cuando veo alguna mujer con
una pechuga generosa hago una infame comparación de sus opulencias con mi
languidez pectoral, y
pienso, a modo de consuelo, (bastante pavote, ya sé): “Se las hizo”. Éste “se las hizo” me da cierta paz: implica que yo no
las tengo porque no quiero, porque, si quisiera, también “me las haría”. Pero, cuando la mujer en cuestión
aclara, innecesariamente, que “son naturales”, la cosa cambia. Resulta que yo no las
tengo porque la Madre Naturaleza me las mezquinó y que, mal que me pese, hay
mujeres flacas que tienen tetas (porque,
entre mis latiguillos boludos se encuentra el descabellado: “Las tetas son grasa,
si sos flaca no podés tener tetas”).
Así que, cuando me topo con
un par de exuberancias “naturales”, además de querer colgarme de una viga
del techo con un corpiño “push up”, me muero de envidia.
“MI SUEGRA ES UN AMOR”
Hay mujeres que nacieron con
estrella. Esas son las que se casan con huérfanos. Hay otras que no son tan
consteladas pero que, sin ninguna duda, no pertenecen al montón estrellado que
tiene una madre política de
temer. Son las que te largan, con una sonrisa de oreja a oreja: “Mi suegra es un
amor”.
Yo, que padecí todo tipo de
atropello de parte de las progenitoras de los hombres que se cruzaron en mi
camino (desde servirme la pata del pollo en lugar de la pechuga hasta quemarme
el cuero cabelludo y mis preciosos rulos haciéndome unos “claritos”, pasando por todas las tropelías
que se puedan imaginar) me quedó fría (de envidia) ante semejante afirmación.
"MI MARIDO ME DA TODO EL
SUELDO Y YO LO ADMINISTRO COMO QUIERO”
Mi marido me da X cantidad de
dinero por mes. Y con esos pesos (que no son pocos, para qué mentirles) me
tengo que “arreglar”. El problema es que yo soy gastadora
compulsiva y tratar de “arreglarme” me provoca más de un dolor de
cabeza. Porque mi presupuesto se va al diablo cuando paso por alguna librería o
por la confitería “Irupé”. Tengo
que reconocer que hubo una época en que todo el sueldo de mi hombre estaba a mi
disposición y que hice estragos con el mismo. Por lo tanto, mi maridito optó
por retacearme las vituallas, a ver si me controlaba un poco con los gastos.
Eso sí, desistió de pedirme que hiciera una pequeña lista con mis erogaciones,
para ver donde mierda se iba la guita.
“COMO Y NO ENGORDO”
La que dice esto es, en
general, una flaca con cuerpo de “top model”, cuya pierna mide exactamente lo mismo
que toda mi humanidad. Y es
cierto: come y no engorda. Se morfa unas flautitas con jamón y queso
impresionantes, mientras yo degusto, con cara de orto, un café con sacarina.
“Es una cuestión de
metabolismo”, dice la flaca, mientras se
zampa un “Capitán del Espacio” (la Madre Naturaleza también me cagó
con el metabolismo). Y yo, que estoy en la vereda de enfrente (suelo repetir la
huevada esa de que “a mí me engorda
hasta el agua”), no puedo dejar de envidiarla.
“MIDO 1,78 DESCALZA”
Nunca pude tener un pantalón “pata de elefante”. Me he comprado alguno, pero, después
del dobladillo de rigor, la pata de elefante desapareció como por arte de
magia. Mis amigas han tratado de conformarme diciéndome, con toda su buena
onda, que “lo
bueno viene en frasco chico” (el
que inventó esa pavada no tiene idea de lo que es viajar de parada en un
colectivo y no llegar al pasamanos). “Las altas son
desabridas”, arriesgó algún
amante de seso recalentado. Mentira: las altas son altas y yo soy una enanita
de jardín.
“TUVE UN PARTO INDOLORO”
Yo, que estuve 36 horas
viendo estrellas, cometas, meteoritos y cuanto cuerpo celeste ande pululando
por el cosmos, no puedo concebir que alguien haya parido sin dolor. Cuando
escucho esta frasecita me pongo verde de envidia.
Parir duele… ¿o sólo me dolió a mí?
“ME ENCANTA HACER
GIMNASIA”
A ésta no le envidio sólo su
buena predisposición para el “y arriba… y abajo”, sino también el culo parado y el
vientre chato.
Jamás soporté hacer gimnasia.
Considero que es una pérdida de tiempo (tiempo que una podría utilizar tirada
panza arriba en la cama, comiendo chocolate y viendo una comedia romántica de
Tom Hanks y Meg Ryan) y, además, tengo un serio problema de coordinación. Si me
concentro (porque, para estas lides, yo necesito concentrarme) en hacer
determinado movimiento con los brazos, no puedo hacer nada con mis piernas.
Más de una vez, acuciada por
unos kilitos rebeldes, se me dio por darme una vueltita por un gimnasio. De más
está decir que huí despavorida ante las exigencias
de las profesoras que tuvieron el privilegio de tratar de iniciarme en el
maravilloso mundo de los abdominales y las elongaciones. Profesoras que, como
diría mi bienamado Pinti (gordo y feliz) suelen ser un híbrido entre Jane Fonda y
Mussolini.
¿Correr? Ni en pedo. A lo
sumo camino. Eso sí, con un paquete de papas fritas “Lays” en la mano.
“ESTE TIPO ME TOCA Y ME MEO”
Esta frase suele ir
acompañada de un suspiro prolongado y un revoleo de ojos cuasi epiléptico. La
autora de semejante afirmación está enamorada como una quinceañera, ve “la vie en rose”, cual una Édith Piaf tercermundista y pasa horas
adornándose como un arbolito de Navidad cuando tiene una cita con el mentado
galán.
Una, que ya se acostumbró a
los grises de la convivencia y anda por la casa con la cara lavada, pantuflas y
el pelo recogido en un rodete mal hecho, no puede dejar de sentir un pantallazo
(gigante) de envidia ante los escarceos amorosos ajenos. El único consuelo (vaya
perversidad la mía) es saber a ciencia cierta que este estado de gracia siempre
es pasajero y que, tarde o temprano, la rutina hará su pérfido trabajo. Así que
miro a la ilusionada con conmiseración y digo socarronamente: “Que te dure, nena.”
“JAMÁS TUVE ACNÉ”
Esta mina me provoca algo así
como una “envidia
retrospectiva”. La pendeja de
12 años que todavía vive en mí quisiera golpearla hasta dejarla sin aire. Yo sí
tuve acné, es más, con cuarenta años muy bien cumplidos, sigo teniendo un cutis
de mierda.
Al escuchar a esta mujer que
nunca necesito kilos de maquillaje para ocultar las imperfecciones de su bella
faz, me asaltan miles de recuerdos que han dejado en mí una huella devastadora.
-Te falta un grano para
recibirte de choclo.
-¿Qué hacés, “Café Dolca
granulado”?
-La Luna tiene menos cráteres
que vos. (Se supone que los poros son invisibles para el ojo humano; ahora
díganme, ¿por qué los míos se ven?)
“LOS HIJOS DE MI MARIDO
ME ADORAN”
Las hijas de mi marido me
odian. Es más, siempre se negaron a conocerme. Para ellas soy una destructora
de hogares que no merece, siquiera, el democrático derecho de una defensa
justa.
¿Cómo puede ser que los hijos
de tu marido te adoren? ¿Acaso
no tienen una madre que te defenestra cada 15 minutos?
Como verán, además de
envidiosa, soy casi tan hueca como la Barbie.
No le envidio a nadie su talento, ni su inteligencia, ni su capacidad para
resolver ecuaciones
trigonométricas. Lo mío es mucho más mundano.
Así que ya saben, si los
envidiosos volaran yo estaría corriendo carreras con un “Boeing 757”.
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