MALPARIDAS
"El Diablo es
optimista si cree que puede hacer más malo al hombre."
Karl Kraus
Tradicionalmente,
este es un espacio que se dedica a la crítica destructiva del
género masculino. Si bien en mi vida diaria trato de ser un poco más
equilibrada (convivo con dos hombres y mi casa sería un caos –o un ring de
boxeo- si estuviera todo el día haciendo hincapié en sus insoslayables
defectos), aquí doy rienda suelta a mis instintos más bajos y les doy, les doy,
les doy. Pa’ que tengan.
Tanta
fijación dañina con el sexo fuerte, sustentada por los varios atropellos con
los que señores variopintos jalonaron mi vida, me lleva, muchas veces, a
ignorar que el sexo débil también se las trae y que a las mujeres a malas no
nos gana nadie. Porque somos malas. Esa es la verdad desnuda.
Los hombres tienen amigos, colegas, vecinos. Los saludan cordialmente y, a los
más cercanos, les palmean la espalda. Y jamás, pero jamás, jamás, vas a
escucharlos decir que el del 5º B “la tiene así de chiquita”. Y
eso que en los gimnasios se bañan todos juntos (juntos, no revueltos, ¿eh?).
Porque la maldad gratuita no está en su naturaleza. Pero en la
nuestra, sí.
El que
puso sobre el tapete esta tara deplorablemente femenina (que yo ya conocía pero
sobre la cual no quería hacer aspavientos), fue mi hijo adolescente:
-Ma, ¿las
mujeres siempre son así?
-¿Así
cómo?
-Así.
Unas yeguas.
-¿Y a vos
quién te dijo que las mujeres somos unas yeguas?
-Bueno,
se nota.
-¿En qué
se nota, nene?
-En la
escuela.
-A ver,
¿cómo es eso?
-Bueno… Fulanita tiene
buenas gomas. Pero las chicas dicen que en realidad no tiene buenas gomas. Que
usa corpiños push-up.
-Ah…
-Y dicen
que Menganita tiene celulitis y que no se depila.
-¿Y cómo
corno hacen para saber que una usa corpiños push-up y la otra
tiene celulitis y no se depila…? Que no se depile puede ser. Pero celulitis a
los quince años no tiene nadie.
-Saben
porque van juntas a la pileta de Independiente.
-Entonces
son amigas.
-Re-amigas.
-………………………………
-Y a Zutanita le
dicen gordafrodita.
-¿Gorda Afrodita?
¿Por qué le dicen Afrodita? Afrodita es la diosa
del amor…
-Gorda
Afrodita no. Gordafrodita. Porque es gorda y hermafrodita.
-Ah,
bueno. Ahí se fueron a la mierda. Porque una cosa son los corpiños push-up,
la celulitis y los vellos desubicados. Y otra bien distinta es decir que una
piba es hermafrodita. ¿En qué se basan para decir semejante
disparate?
-En que
es plana.
-Plana, ¿cómo plana?
-Plana.
No tiene nada de tetas. Nada.
- Nene,
hay mujeres que hace rato sobrepasaron los quince años y no tienen nada de
tetas. Yo, sin ir más lejos.
-No, esta
piba no tiene nada en serio. Ni la picadura de un mosquito.
-¿Qué,
también la vieron en el vestuario de Independiente?
-No, se
nota.
-¿Y vos
querés saber si todas las mujeres acostumbramos a arrancarle el cuero a
lonjazos a nuestras amigas, aún a las más íntimas? ¿A nuestras amigas del
alma? ¿A esas con las que somos carne y uña, culo y calzón, y todo eso? ¡Sí,
nene sí! ¡Sí, sí, sí! Las criticamos sin piedad.
-Entonces
sí son todas unas yeguas…
-Hablando
mal y pronto, ¡somos unas hijas de puta!
Mi hijo
se dio por satisfecho con mi desesperada confesión y no me jodió más. Pero yo
me quedé pensando.
Ya desde
chiquitas las mujeres hacemos gala de una maldad innegable, que es patrimonio
de nuestro sexo y es una mezcla de turrada, envidia y maledicencia.
Quien ose poner en duda esta verdad irrefutable, que se prepare para limpiar
mocos y curar rodillas raspadas y se apersone en un Jardín
de Infantes.
En el Jardín,
donde las nenas no tienen más de 5 años y todavía no han aprendido a ejercer el
malicioso arte la hipocresía, no existe el chisme y el “por atrás”.
Todo se dice en la cara, con la honestidad más brutal. Pero la maldad
existe. En serio, che. ¡Existe!
“No soy más tu amiga porque sos fea. ¡Fea! ¡Fea! ¡Fea!”, “Nosotras
no somos amigas de Fulanita porque es negra”, “Yo no me quiero sentar al lado
de Menganita porque es pobre” y otras linduras por el
estilo, suelen escucharse seguidito en el parvulario. Dirán ustedes que esas
almitas inocentes no son culpables de esas palabras horrendas y que las han
aprendido en el santificado seno del hogar. Claro que sí: las aprendieron de
las madres, que son unas yeguas. Y las adoptaron como propias porque son
yegüitas en potencia. Porque las madres de los varones también dicen burradas,
pero los nenes no las repiten. Porque los nenes no tienen la tara biológica que
tienen las nenas y no están naturalmente inclinados al daño. Los nenes no se
fijan si otros nenes son feos, negros, pobres o están
mal vestidos. Son todos amigos. Se dan un tortazo de vez en cuando,
pero al rato son amigos de nuevo.
En la
escuela primaria, la perversidad va tomando formas aún más perversas, valga la
redundancia. Aparece el lastimoso “correveidile”. Ya para 4º o
5º (nueve o diez años) las nenas se han perfeccionado en el rastrero hábito
de la hipocresía. Y lo ejercen indiscriminadamente.
Fulana “es amiga” de Mengana.
Se sientan juntas. Se ven los fines de semana. Se cuentan secretos. Pero Fulana no
puede resistir la antipática tentación de decirle a Zutana que “su
amiga” usa una ropa espantosa (como si la pendeja abominable fuera
columnista de la revista Burda). Y Mengana, que
también es abominable, no puede sustraerse de contarle a todo quien quiera
oírla que “su amiga” está “enamorada” de
algún borreguito del grado. Eso sí, lo cuenta en voz baja.
Si en la
primaria las niñas hacen gala de la maldad que arrastran desde el kindergarten y,
además, se hacen amigas de la hipocresía, en la secundaria entran en
tratos con el sarcasmo más inmundo. Al chisme se le suma la ironía. Ante
un corte pelo vomitivo tu amiga no sólo murmurará con tus/sus otras amigas que
el corte es una cagada, sino que te dirá con una sonrisa gastadora: “¡Qué
bien que te queda!” Cuando engordes dos kilos te apostará: “¡Qué
flaca que estás!” Cuando un vestido te convierta en un salchichoncito
primavera con huevos, morrones y todo, soltará un artificial: “¡Estás
divina!”. Y te convencerá para que lo uses en la primera cita con ese chico
que te gusta tanto y cuya atención tu amiga tratará de llamar de cualquier
manera, tan sólo para fastidiarte. Eso sí, cuando el tipo en cuestión la
avance, ella se escandalizará y correrá a contártelo con lágrimas (de
cocodrilo) en los ojos, asegurando que lo rechazó en nombre de la amistad
sacrosanta que las une.
Las
adolescentes dañinas se convertirán, con el paso de los años, en mujeres
dañinas. Las mujeres que somos. No contentas con ocultarle a nuestro consorte
que tenemos un amante, enlodaremos a nuestra mejor amiga de forma vil y
nauseabunda, dándole a nuestro hombre detalle de los revolcones de la
susodicha, para mantenerlo entretenido con los chismes y evitar que indague en
nuestras actividades ilegales. Fingiremos escandalizarnos ante los deslices de
la ilusa que nos confió sus secretos de alcoba, para que quede bien clarito que
nosotras jamás osaríamos decorar la testa de nuestro amado con una indigna cornamenta.
Nos prenderemos del teléfono como sangujuelas para propagar los detalles
de la separación de nuestra amiga con otras amigas que se regocijarán al saber
que la tipa fue abandonada por un marido mísero en Pampa y la vía. Porque somos
malas.
En nombre
del amor incondicional y desinteresado y de la amistad sagrada que nos une a
una pobre fémina que anda por la vida como bola sin manija, heriremos sus
sentimientos una y otra vez. Eso sí, encabezando cada crítica destructiva con
un repugnante: “Te lo digo porque te quiero”. “Porque te quiero, te
aporreo” es el lema irrefutable que rige la amistad entre mujeres. Te
aporreo, te aporreo y te aporreo.
Pero no
son las amigas el único receptáculo de nuestra maldad. Seremos detestables con
nuestras compañeras de trabajo y ellas lo serán con nosotras. Trataremos de
cagarnos mutuamente. Seremos adalides del serrucho. Eso sí: para Fin de
Año iremos a cenar todas juntas, nos abrazaremos y nos desearemos
buenaventurazas sin dejar de perder nuestras sonrisitas de hienas (pobres las
hienas; pobres, pobres, pobres, qué fama de mierda tienen).
¿Y con
las vecinas? Con las vecinas llevaremos adelante una cordial guerra cuyos
antecedentes serán bolsas de basura invasoras (en “mi” vereda,
en “tu” vereda y esas boludeces), verdillos barridos
infamemente para “nuestro” lado e insulsas medianeras. Y
soltaremos en la panadería o en almacén algún chismecito acerca de ellas.
Chismes ladinos que pondrán de manifiesto que nuestra colindante sólo
lava las sábanas una vez por mes. Nosotras sabemos esas cosas. Vigilamos la
soga de tender la ropa de nuestra enemiga como si se tratara de la mismísima
entrada a San Quintín.
Habrá,
sin duda, mujeres que se indignarán ante este opúsculo y refutarán mis sinceras
palabras. A ellas me dirijo para pedirles un examen de consciencia.
Privadísimo. No hace falta que reconozcan en público que son unas hijas de
puta, pero háganse cargo.
Yo me hago, yo me hago.
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