viernes, 9 de septiembre de 2011

MALPARIDAS

MALPARIDAS

"El Diablo es optimista si cree que puede hacer más malo al hombre." 
Karl Kraus
  
Tradicionalmente, este es un espacio que se dedica a la crítica destructiva del género masculino. Si bien en mi vida diaria trato de ser un poco más equilibrada (convivo con dos hombres y mi casa sería un caos –o un ring de boxeo- si estuviera todo el día haciendo hincapié en sus insoslayables defectos), aquí doy rienda suelta a mis instintos más bajos y les doy, les doy, les doy. Pa’ que tengan.
Tanta fijación dañina con el sexo fuerte, sustentada por los varios atropellos con los que señores variopintos jalonaron mi vida,  me lleva, muchas veces, a ignorar que el sexo débil también se las trae y que a las mujeres a malas no nos gana nadie. Porque somos malas. Esa es la verdad desnuda. Los hombres tienen amigos, colegas, vecinos. Los saludan cordialmente y, a los más cercanos, les  palmean la espalda. Y jamás, pero jamás, jamás, vas a escucharlos decir que el del 5º B  “la tiene así de chiquita”. Y eso que en los gimnasios se bañan todos juntos (juntos, no revueltos, ¿eh?). Porque la maldad gratuita no está en su naturaleza. Pero en la nuestra, sí.
El que puso sobre el tapete esta tara deplorablemente femenina (que yo ya conocía pero sobre la cual no quería hacer aspavientos), fue mi hijo adolescente:
-Ma, ¿las mujeres siempre son así?
-¿Así cómo?
-Así. Unas yeguas.
-¿Y a vos quién te dijo que las mujeres somos unas yeguas?
-Bueno, se nota.
-¿En qué se nota, nene?
-En la escuela.
-A ver, ¿cómo es eso?
-Bueno… Fulanita tiene buenas gomas. Pero las chicas dicen que en realidad no tiene buenas gomas. Que usa corpiños push-up.
-Ah…
-Y dicen que Menganita tiene celulitis y que no se depila.
-¿Y cómo corno hacen para saber que una usa corpiños push-up y la otra tiene celulitis y no se depila…? Que no se depile puede ser. Pero celulitis a los quince años no tiene nadie.
-Saben porque van juntas a la pileta de Independiente.
-Entonces son amigas.
-Re-amigas.
-………………………………
-Y a Zutanita le dicen gordafrodita.
-¿Gorda Afrodita? ¿Por qué le dicen AfroditaAfrodita es la diosa del amor…
-Gorda Afrodita no. Gordafrodita. Porque es gorda y hermafrodita.
-Ah, bueno. Ahí se fueron a la mierda. Porque una cosa son los corpiños push-up, la celulitis y los vellos desubicados. Y otra bien distinta es decir que una piba es hermafrodita. ¿En qué se basan para decir semejante disparate?
-En que es plana.
-Plana, ¿cómo plana?
-Plana. No tiene nada de tetas. Nada.
- Nene, hay mujeres que hace rato sobrepasaron los quince años y no tienen nada de tetas. Yo, sin ir más lejos.
-No, esta piba no tiene nada en serio. Ni la picadura de un mosquito.
-¿Qué, también la vieron en el vestuario de Independiente?
-No, se nota.
-¿Y vos querés saber si todas las mujeres acostumbramos a arrancarle  el cuero a lonjazos  a nuestras amigas, aún a las más íntimas? ¿A nuestras amigas del alma? ¿A esas con las que somos carne y uña, culo y calzón, y todo eso? ¡Sí, nene sí! ¡Sí, sí, sí! Las criticamos sin piedad.
-Entonces sí son todas unas yeguas…
-Hablando mal y pronto, ¡somos unas hijas de puta!
Mi hijo se dio por satisfecho con mi desesperada confesión y no me jodió más. Pero yo me quedé pensando.

Ya desde chiquitas las mujeres hacemos gala de una maldad innegable, que es patrimonio de nuestro sexo y es una mezcla de turrada, envidia y maledicencia. Quien ose poner en duda esta verdad irrefutable, que se prepare para limpiar mocos y curar rodillas raspadas y se  apersone en  un Jardín de Infantes.
En el Jardín, donde las nenas no tienen más de 5 años y todavía no han aprendido a ejercer el malicioso arte la hipocresía, no existe el chisme y el “por atrás”. Todo se dice en la cara, con la honestidad más brutal. Pero la maldad existe.  En serio, che. ¡Existe!
“No soy más tu amiga porque sos fea. ¡Fea! ¡Fea! ¡Fea!”, “Nosotras no somos amigas de Fulanita porque es negra”, “Yo no me quiero sentar al lado de Menganita porque es pobre” y otras linduras por el estilo, suelen escucharse seguidito en el parvulario. Dirán ustedes que esas almitas inocentes no son culpables de esas palabras horrendas y que las han aprendido en el santificado seno del hogar. Claro que sí: las aprendieron de las madres, que son unas yeguas. Y las adoptaron como propias porque son yegüitas en potencia. Porque las madres de los varones también dicen burradas, pero los nenes no las repiten. Porque los nenes no tienen la tara biológica que tienen las nenas y no están naturalmente inclinados al daño. Los nenes no se fijan si otros nenes son feos, negros, pobres o están mal vestidos. Son todos amigos. Se dan un tortazo de vez en cuando, pero al rato son amigos de nuevo.

En la escuela primaria, la perversidad va tomando formas aún más perversas, valga la redundancia. Aparece el lastimoso “correveidile”. Ya para 4º o 5º (nueve o diez años) las nenas se han perfeccionado en el rastrero hábito  de la hipocresía. Y lo ejercen indiscriminadamente.
Fulana “es amiga” de Mengana. Se sientan juntas. Se ven los fines de semana. Se cuentan secretos. Pero Fulana no puede resistir la antipática tentación de decirle a Zutana que “su amiga” usa una ropa espantosa (como si la pendeja abominable fuera columnista de la revista Burda). Y Mengana, que también es abominable, no puede sustraerse de contarle a todo quien quiera oírla que “su amiga” está “enamorada” de algún borreguito del grado. Eso sí, lo cuenta en voz baja.

Si en la primaria las niñas hacen gala de la maldad que arrastran  desde el kindergarten  y, además,  se hacen amigas de la hipocresía, en la secundaria entran en tratos con el sarcasmo  más inmundo. Al chisme se le suma la ironía. Ante un corte pelo vomitivo tu amiga no sólo murmurará con tus/sus otras amigas que el corte es una cagada, sino que te dirá con una sonrisa gastadora: “¡Qué bien que te queda!” Cuando engordes dos kilos te apostará: “¡Qué flaca que estás!” Cuando un vestido te convierta en un salchichoncito primavera con huevos, morrones y todo, soltará un artificial: “¡Estás divina!”. Y te convencerá para que lo uses en la primera cita con ese chico que te gusta tanto y cuya atención tu amiga tratará de llamar de cualquier manera, tan sólo para fastidiarte. Eso sí, cuando el tipo en cuestión la avance, ella se escandalizará y correrá a contártelo con lágrimas (de cocodrilo) en los ojos, asegurando que lo rechazó en nombre de la amistad sacrosanta que las une.

Las adolescentes dañinas se convertirán, con el paso de los años, en mujeres dañinas. Las mujeres que somos. No contentas con ocultarle a nuestro consorte que tenemos un amante, enlodaremos a nuestra mejor amiga de forma vil y nauseabunda, dándole a nuestro hombre detalle de los revolcones de la susodicha, para mantenerlo entretenido con los chismes y evitar que indague en nuestras actividades ilegales. Fingiremos escandalizarnos ante los deslices de la ilusa que nos confió sus secretos de alcoba, para que quede bien clarito que nosotras jamás osaríamos decorar la testa de nuestro amado con una indigna cornamenta. Nos prenderemos del teléfono como sangujuelas para propagar los detalles  de la separación de nuestra amiga con otras amigas que se regocijarán al saber que la tipa fue abandonada por un marido mísero en Pampa y la vía. Porque somos malas.
En nombre del amor incondicional y desinteresado y de la amistad sagrada que nos une a una pobre fémina que anda por la vida como bola sin manija, heriremos sus sentimientos una y otra vez. Eso sí, encabezando cada crítica destructiva con un repugnante: “Te lo digo porque te quiero”. “Porque te quiero, te aporreo” es el lema irrefutable que rige la amistad entre mujeres. Te aporreo, te aporreo y te aporreo.
Pero no son las amigas el único receptáculo de nuestra maldad. Seremos detestables con nuestras compañeras de trabajo y ellas lo serán con nosotras. Trataremos de cagarnos mutuamente. Seremos adalides del serrucho. Eso sí: para Fin de Año iremos a cenar todas juntas, nos abrazaremos y nos desearemos buenaventurazas sin dejar de perder nuestras sonrisitas de hienas (pobres las hienas; pobres, pobres, pobres, qué fama de mierda tienen).
¿Y con las vecinas? Con las vecinas llevaremos adelante una cordial guerra cuyos antecedentes serán  bolsas de basura invasoras (en “mi” vereda, en “tu” vereda y esas boludeces), verdillos barridos infamemente para “nuestro” lado e insulsas medianeras. Y soltaremos en la panadería o en almacén algún chismecito acerca de ellas. Chismes ladinos que pondrán de manifiesto  que nuestra colindante sólo lava las sábanas una vez por mes. Nosotras sabemos esas cosas. Vigilamos la soga de tender la ropa de nuestra enemiga como si se tratara de la mismísima entrada a San Quintín.
Habrá, sin duda, mujeres que se indignarán ante este opúsculo y refutarán mis sinceras palabras. A ellas me dirijo para pedirles un examen de consciencia. Privadísimo. No hace falta que reconozcan en público que son unas hijas de puta, pero háganse cargo.

Yo me hago, yo me hago.



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