viernes, 20 de julio de 2012

¿TE ACORDÁS, HERMANO, QUÉ TIEMPOS AQUELLOS?


 ¿TE ACORDÁS, HERMANO, QUÉ TIEMPOS AQUELLOS?

"Tere que te tere que te uha uha uha". 
El Boxitracio

Cada vez que comento con una de mis amigas cholulas (“cholula”, entrañable palabra que nos legó Mariano de La Torre, creador de “Cholula, loca por los astros”, tira cómica que apareció en la revista “Canal TV”, desde 1958 a 1968 y cuyo personaje principal era una jovencita que  se la pasaba persiguiendo a los famosos para conseguir autógrafos, y era capaz de montar guardia veinticuatro horas, con tal de ver en persona a su ídolo favorito) alguno de los quilombetes de Ricky Fort  termino, invariablemente, metiéndome en un tema que me obsesiona: los chocolatines “Jack” y sus codiciados muñequitos sorpresa. Nunca pude completar una colección de muñequitos “Jack” y creo que el asunto me dejó secuelas psicológicas que perduran hasta el día de hoy. A tal punto que, hace un par de años (a la vejez, viruela), me embarqué en la engorrosa empresa de completar la colección de superhéroes y villanos que acompañaba las “Cajitas sorpresa Jack”.
Juro que la idea inicial era comprar dos o tres cajitas hasta que apareciera la ansiada “Mujer Maravilla”, pero todo se desbandó.
La primera cajita que compré traía como sorpresa al “Pingüino”.
-Ah, ¡mirá qué lindo el “Pingüino”!
Otra cajita.
-Ah, ¡mirá qué lindo “Wolverine”!
Otra cajita.
-Ah, ¡mirá qué linda “Supergirl”!
A esta altura de los acontecimientos, la “Mujer Maravilla” seguía sin aparecer y las “cajitas sorpresa” se habían convertido en un vicio imparable.
-Raquel, ¿por qué no dejás de comprar “cajitas”? Tenés un montón de muñequitos repetidos. (Mi marido no dice ni mu frente a mis desenfrenos económicos, pero el asunto de las “cajitas” ya era preocupante).
-No puedo.
-¿Por?
-Porque me falta uno.
-¡Dejate de joder!
-¡Me falta uno, me falta uno, me falta uno! ¡Me falta uno malo con capa verde! (Conozco bastante bien a los personajes de “DC”, pero alguno de “Marvel” se me escapa).
-“Dr. Doom”. (La cara de mi hijo era una mezcla de conmiseración y fastidio).
-¡Ése! ¡Me falta ése!
Ustedes no pueden imaginarse lo insoportable que puede llegar a ser una marmota de cuarenta años a la que “le falta uno”.
Al final, conseguí “el que me faltaba” en Parque Rivadavia y pude dormir en paz.
Cada vez que miro, orgullosamente, mi colección completa de superhéroes y villanos, no sé por qué, me retrotraigo a mi infancia. A mi viejo comprando pizza y merengues cada vez que ganaba Boca (hoy en día viviríamos a pan y agua) y a mi abuelito trajinando en la quinta. Y a una serie de eventos, objetos y personajes que extraño terriblemente.


“EL CHUPETRÓMETRO”

Hay algunas madres incomprensibles que se jactan de que sus vástagos no usan chupete, como si semejante hazaña significara un alto coeficiente intelectual o les augurara un futuro brillante como físicos nucleares. Yo usé chupete hasta los tres. No, hasta los cuatro. Bah, mientras pude.
Pero llegó un día aciago en el que tuve que dejar el chupete. Situación que hubiera sido altamente traumática de no haber existido el querido “chupetómetro”.
El “chupetómetro” era un cilindro transparente y  enorme, con el cual contaba Carlitos Balá en su exitosísimo programa de televisión, que poco a poco se iba llenando con el aporte de los pequeños televidentes. Aporte de chupetes, obvio. Allí fueron a parar los míos (porque tenía varios), lo que me permitió superar de manera fácil y divertida el abandono de tan preciado adminículo.
Tengo entendido que el “chupetómetro” volvió a la TV argentina de la mano de Julián Weich y su programa “Justo a tiempo”. Pero no es lo mismo, no es lo mismo, ¡no es lo mismo! Qué se yo, será porque hace rato que no uso chupete.


LA REVISTA  “ANTEOJITO” Y LAS MARAVILLOSAS CRIATURAS DE GARCÍA FERRÉ

La revista “Anteojito” apareció el 8 de octubre de 1964 y, durante años, acompañó a los chicos argentinos al colegio. Fue una de las tantas creaciones de Manuel García Ferré. Traía artículos con temas escolares, pero también historietas encantadoras: “Pelopincho y Cachirula”, del uruguayo Fola, y otras con personajes de García Ferré: “la bruja Cachavacha”, “el hada Patricia”, “Hijitus”, “Larguirucho” (que nunca supe qué corno de bicho era, aunque sí recuerdo que era bastante acomodaticio: a veces estaba de parte de los malos y a veces, de parte de los buenos), “Oaky”, “el Profesor Neurus” (tampoco supe jamás qué corno de bicho era “Pucho”, el fiel acompañante del malvado Profesor). Otro misterio para mis pocas luces fue el “Boxitracio”.
La “Anteojito” traía también muñequitas de papel (que siempre fueron mi delirio) y algunos juguetes de cartón para armar con las cajitas de los quesitos “Adler”, las “Comiditas” de Blanca Cotta, recetas fáciles para que los pibes  hiciéramos  despelote en la cocina.
Lamentablemente, debido a la crisis tremenda que sufrió la Argentina en el año 2001, “Anteojito” dejó de publicarse, después de 1925 números, que, durante 37 años, acompañaron a generaciones de chicos argentinos.
Lloré mucho cuando desapareció la revista. Sentí que desaparecía un pedacito de mi infancia.  


LAS GOLOSINAS

Ya me he referido varias veces a los entrañables chocolatines “Jack”. Venían con una sorpresa, un juguetito diminuto pero muy bien logrado, y, cada tanto, se lanzaba al mercado una nueva colección de muñequitos. Nadie completaba las colecciones, siempre había algún muñequito “difícil” que nos cagaba la vida.
Otras golosinas populares por aquel entonces eran las “gallinitas” y los “heladitos calientes” (¿?). Las “gallinitas” tenían una base de oblea sobre la que aparecía una figura de azúcar un tanto sospechosa que, con bastante buena voluntad, podía ser una gallina. Los “heladitos calientes” tenían un cucurucho y otra figura de azúcar de colores oficiaba de helado.
Los caramelos “Sugus”, que aún hoy se comercializan, eran los más famosos en esa época. La gracia era comprar un puñado de caramelos de distintos colores, quitarles las envolturas y hacer una torre, bastante difícil de morder pero muy pintoresca. Los “Sugus” confitados eran lo máximo. También estaban las “mielcitas” y una golosina que sólo yo recuerdo, el “Angelito Negro”, bastante parecido a la “Kremokoa”, pero más rica.
Otra golosina que venía con “sorpresa” era el chupetín “Topolino”. Eso sí, las sorpresas eran bastante más humildes que las que traían los “Jack”.
En la puerta del Cementerio de Avellaneda (vaya lugar para estas lides) se vendía el codiciado “turrón japonés”, un fardo de distintos colores, que se comercializaba en un carrito, como los maníes y las garrapiñadas. Era una mole bastante grande y, cuando comprabas, te cortaban un pedazo y te lo envolvían en papel encerado.
Otras golosinas que se vendían en carrito eran  el “algodón de azúcar” y las “manzanas acarameladas”. Y los helados. Esperar al carro del heladero era toda una aventura.

 
“TITANES EN EL RING”

“Titanes en el Ring” era un programa televisivo argentino de lucha libre, creado por Martín Karadagián en 1962. Los luchadores eran una serie de personajes, muchos de ellos sumamente carismáticos, que hacían las delicias de los pibes de las décadas del ’60 y del ’70. Los más destacados eran “El Caballero Rojo”, “Gengis Khan”, “Yolanka”(que promocionaba un yogurt), “Ulises el griego”, “Pepino el payaso” y “El ancho Rubén Peucelle” (eso en mis tiempos, porque mi marido, que es algunos años mayor que yo, se acuerda de “Jean Pierre, el beatle francés”). Y estaba, obviamente, “La Momia”. Se suponía que “La Momia”, tal como rezaba la cancioncita con la cual este atípico gladiador entraba en escena, “castigaba a los malos y defendía a los buenos”. Se ve que yo no debía tener  la conciencia muy tranquila que digamos, porque le tenía un cagazo bárbaro. Más tarde apareció “La Momia Negra” y esa era mala en serio.
Además de los luchadores había en el programa una serie de personajes que le daban una nota de color, como “La Viudita Misteriosa”, que le llevaba flores a Martín Karadagián y “El Hombre de la Barra de Hielo”, que no sé qué carajo hacía (disculpen mi ignorancia).
El árbitro más famoso era William Boo, que era malo, malo, malo. Los chicos lo odiábamos. Y él parecía disfrutar de ese odio infantil.
La última pelea del programa era la de Martín Karadagián que, como era el “dueño” del circo, ganaba siempre.
¡Qué lindo era “Titanes en el Ring”! Cada vez que veo un atisbo de “100 % Lucha” me deprimo.

 

LOS CARNAVALES

Carnaval, hoy en día, es sinónimo de gente en pelotas. No entiendo cómo se puede tardar tanto tiempo como dicen elaborando un traje que tiene dos lentejuelas, cuatro plumas y deja al descubierto la mayor parte de la anatomía humana.
Carnavales eran los de antes. Bien tempranito empezaba en el barrio la “guerra de agua”. Los más recatados te mojaban con un pomo (el “Bombero Loco” era el más promocionado). Los desenfrenados te liquidaban con un baldazo de agua. Y los dañinos te tiraban “bombitas”, pequeños globitos que llenaban con agua y que, cuando te golpeaban, dolían como la puta madre.
La “guerra de agua” tenía un principio y un fin, aunque nunca faltaba algún descolgado que te mojaba a las 8 de la noche, cuando ya estabas cambiadita e ibas, contenta y feliz, a tomarte un helado.
Los pibes del barrio también solíamos disfrazarnos. No con dos lentejuelas y cuatro plumas, que en esa época no se usaba mostrar el culo, sino con disfraces altamente elaborados: las bolsas de arpillera en las que venían las papas se convertían, con bastante maña y algo de pintura o hilos de bordar en trajes indígenas al estilo  Pocahontas. Las polleras, blusas y collares sustraídos a las madres, tías y abuelas, servían para convertir a cualquier pibita en una gitana hecha y derecha. Había remeras rayadas para los presos y pantalones viejos desflecados para los linyeras. Ya he hablado en otra ocasión de mi fabuloso atuendo de “Mujer Maravilla”: una bombacha de streech azul y un retazo de cortina roja, convenientemente aderezados con papel glasé metalizado, y unas botas de lluvia pintadas con témpera. También había caretas de plástico: a los cuatro años tuve una de Cleopatra, y creo que ahí empezaron mis delirios de grandeza.
En Domínico había un corso bastante modesto. A mí nunca me gustó demasiado el corso (cuando era muy chiquita mi papá me llevó al de la Boca y un psicópata me pegó con un martillo de plástico en la cabeza, cosa que me dejó traumada para toda la cosecha), pero cada tanto me daba una vueltita por el del barrio, corriendo el riesgo de que algún otro psicópata carnavalesco me pegara en el lomo con un pañuelo mojado. La gran atracción del corso de Domínico era la comparsa de travestis “Los Mimosos de Villa Corina”. Cabe destacar que en esa época los travestis eran otra cosa: los “mimosos” no tenían siliconas y alguno hasta podía aparecer con un atisbo de bigote.
El Carnaval de entonces tenía una nota trágica: cuando llegaba febrero y nadie te mojaba sabías, aunque no quisieras aceptarlo, que te habías convertido en un adulto.

 
LOS PARTIDOS “SOLTEROS CONTRA CASADOS”

Los partidos “Solteros contra Casados” se disputaban en medio de la calle. Se cortaba la mentada callecita de esquina a esquina y allá iban los atletas del barrio a correr detrás de la pelota. Las mujeres y los chicos oficiábamos de tribuna. Por razones obvias, siempre alentábamos a los casados que, además de su condición de futbolistas, eran padres y maridos.
Estos eventos deportivos se celebraban en fechas especiales, generalmente los 1º de enero o los 25 de diciembre. Y eran todo un espectáculo.
A pesar del aliento con el que contaban los casados, siempre ganaban los solteros. Los casados podían ser muy habilidosos, pero llevaban consigo una buena dosis de ravioles domingueros y vino con soda, así que su estado físico era, en la mayor parte de los casos, bastante deplorable. Los solteros no tenían panza y, aunque, a Dios gracias, en esa época los patovicas brillaban por su ausencia, estaban en mejor forma.
Los partidos “Solteros contra Casados” fueron desapareciendo poco a poco. Como todo lo que tiene que ver con esa etapa maravillosa que es la infancia. 


LOS  “SEA MONKEYS

Las estafas son deplorables, pero la estafa a la niñez es la más deplorable de todas. En la década del ’70 todos los chicos argentinos fuimos estafados por un vivillo que tuvo la genial ocurrencia de promocionar a las artemias salinas como pequeños monitos de agua que vivían en un castillitos encantadores y formaban familias tradicionales, con papás, mamás y simpáticos hijitos.
En un sobre de papel o cartón o qué se yo, se vendían los huevecitos de las artemias en estado latente. Había que ponerlos en una pecera y esperar a que crecieran. En realidad, nunca crecían demasiado (para verlos se necesitaba una lupa) y tampoco utilizaban ni la montaña rusa que venía en el “Parque de diversiones” ni corrían carreras en la pista “Derby”. Eran unos bichitos de mierda parecidos a los camarones o a “Plancton”, el malo de “Bob Esponja”. Pero yo era tan boluda cuando era chica que pensaba que iban a crecer, con la coronita con las que se los veía en las publicidades y todo (mi hijo dice que no eran coronitas, que eran tres prolongaciones que tenían en la cabeza, pero para mí eran coronitas y sanseacabó).
Todos los chicos queríamos tener “Sea Monkeys”. Todos llorábamos y pataleábamos cuando nuestros padres se resistían a comprarnos los huevecitos de los mentados monos. Y todos esperamos sentados a que los bichos crecieran.
Todavía seguimos esperando.


LAS FIGURITAS

Hoy en día siguen existiendo las figuritas: figuritas de “Puka”, de “Tinker Bell” (se llamaba “Campanita” en ese tiempo en el que nadie osaba dudar de la sexualidad del “Ratón Mickey”, del mismo modo que “Goofy” se llamaba “Tribilín”) y de cuanta huevada aparece en televisión. Pero figuritas eran las de antes.
Por ignorar olímpicamente el tema, no voy a hablar de las figuritas “de los varones”. Recuerdo, sí, que había “cuadradas” y “redondas” y que, en su mayoría, estaban relacionadas con el deporte.
Las figuritas “de las nenas” eran bellísimas. Había unas grandes como tarjetas postales, que representaban a distintas damas con trajes típicos de diferentes lugares. Los vestidos eran aterciopelados. Un sueño. Y estaban, por supuesto, las figuritas “con brillantina” (como maestra jardinera doy fe de que no hay nada que seduzca tanto a una pibita como la brillantina). Comprábamos álbumes e intentábamos completarlos, pero las figuritas eran como los muñequitos del “Jack”. Siempre había alguna “difícil”. Y los álbumes quedaban siempre con algún hueco que delataba que nos habíamos dado por vencidas o que las figuritas se habían dejado de fabricar.

Podría seguir horas y horas enumerando todo aquello que formó parte de mi infancia: el “Segelín”, que servía para cortar figuras de telgopor (el juguete que nunca pude tener y me quedó como una de las tantas asignaturas pendientes de mi vida), los “Calquitos” (que servían para que, aquellos niñitos brutos para el dibujo, adornaran decentemente sus cuadernos), el “Yo-Yo”, el “Tiki Taka”, las galletitas que venían en latas de 5 kg y se vendían sueltas (no tenían ni comparación con los paquetitos de morondanga que venden ahora), el “Ital Park”, el “Rasti”… 
Pero paro acá. Porque soy una maricona y ya me puse a llorar.

Y porque tengo que ir a lavar la ropa.

    

No hay comentarios:

Publicar un comentario