domingo, 20 de mayo de 2012

GOT MY MIND SET ON YOU


GOT MY MIND SET ON YOU

“Creo que la gente que realmente puede entregarle su vida a la música le está diciendo al mundo "Puedes tener mi amor. Puedes tener mi sonrisa. Olvida las malas partes, no las necesitas. Sólo toma la música, lo grandioso, porque eso es lo mejor", y esa es la parte que yo doy.” 
 George Harrison

La primera canción de The Beatles que tuve la fortuna de escuchar fue "Here Comes the Sun". Yo tenía diez u once años, y estaba despatarrada en la terraza de mi casa, como tantas veces durante mi niñez y mi adolescencia. En ese entonces no había plata para salir de vacaciones, y los veranos -gloriosamente eternos-, se repartían entre la pileta de la Moni, “el fondo”, donde el tío cultivaba rosales y árboles frutales, y la terraza. Aquel día estaba escuchando la radio y entonces sucedió la maravilla. La voz de George Harrison envolvió la tarde y a mí me explotaron la cabeza y el corazón. Puedo decir, sin temor a exagerar, que ese día cambió mi vida. Para siempre. Para mejor.

George Harrison fue y será uno de los músicos de rock más adorado de todos los tiempos. Su eterna búsqueda de sonidos nuevos tuvo una influencia decisiva en la música de The Beatles. Varias de sus canciones, de una calidad fuera de toda discusión, se encuentran entre las mejores de la mítica banda: "Here Comes the Sun", “Something” (según Frank Sinatra, la mejor canción de amor de la historia), “While My Guitar Gently Weeps”…

“Here comes the sun” es, para mí, una canción mágica. Abrió la puerta de uno de los pocos milagros con los que fui favorecida a lo largo de mi vida. Un milagro intangible: una voz transformando el aire. Un milagro tangible: ellos. A partir de allí, The Beatles formaron a formar parte de mi mundo. Fueron la compañía perfecta en la dificultosa transición de la niñez a la adolescencia. Fueron uno de los dolores más grandes de mi vida, allá por diciembre de 1980. Fueron los magos que me empujaron a soñar con tal o cual pibito. Curiosamente, y aún siendo John mi beatle favorito, todos se parecían a Paul McCartney.

George, el más privado y enigmático de The Beatles, nació en Liverpool el 25 de febrero de 1943. Cuando me preguntan cuántos años tiene mamá, contesto “Nació el mismo año que George Harrison”, como si esa información escueta sirviera para que los que no fueron tocados por el milagro sacaran cuentas. Fue un niñito precoz: a los dos años ya hacía recados para su madre, Louise. Su padre era conductor de autobús, situación que convirtió a Harrison en un chico popular entre sus compañeros de juego: Harold Harrison los llevaba de paseo gratis. 
George compartía con Paul McCartney el autobús que lo llevaba a la escuela, y después de que Paul pasara a formar parte de la banda que lideraba John Lennon, The Quarrymen, fue aceptado, debido a la insistencia de McCartney, como otro de sus integrantes. George tuvo que demostrarle su virtuosismo con la guitarra a un Lennon escéptico que no quería mocosos en su banda. Y pasó la prueba.
En su adolescencia, George Harrison admiraba a John Lennon de una manera casi enfermiza. Seguía a todas partes a John y a su novia de entonces, Cynthia, que tenían que hacer malabares para escapar del pequeño George y conseguir un poco de intimidad. Cuentan que cuando Cyn fue operada de apendicitis, Harrison fue el primero en apersonarse en el hospital, lo que casi provocó un ataque de nervios en la chica, ya que George estuvo ahí antes que su novio, John. Cynthia se quejaba de la persecución de George y argumentaba que lo que más la molestaba del púber guitarrista eran sus dientes de caballo.
The Quarrymen mutó hasta convertirse en The Beatles. Las primeras presentaciones de la banda (que aún no había dado con el nombre definitivo) fuera de Inglaterra, acontecieron en Hamburgo. Allí, un George Harrison aún adolescente, se perfeccionó como guitarrista y perdió su virginidad: “Mi primer polvo fue en Hamburgo, con John, Paul y Pete mirándome”, recordó George risueñamente años después. “Estábamos en unas literas, pero en verdad no pudieron ver nada porque yo estaba debajo de las sábanas. Pero cuando terminé los tres aplaudieron y gritaron. Al menos, se habían quedado en silencio cuando lo hacía.” A partir de Hamburgo, la historia es más que conocida. George Harrison alcanzó, junto a sus compañeros, el éxito más absoluto.

La terraza donde escuché por primera vez a The Beatles también mutó. Sobre ella edifiqué mi casa. Todavía me provoca emoción estar aquí y pensar: "Wow, éste es el lugar donde aconteció el milagro. Estoy viviendo en el lugar donde sucedió la magia."

El 24 de enero de 1966, George se casó con la modelo inglesa Pattie Boyd, a quien conoció durante la filmación de la primera película de The Beatles"A Hard Day's Night". “No sé si puede llamárselo amor a primera vista”, declaró George. “Pero antes de que pasara una semana yo ya había conocido a su mamá, y tres semanas más tarde ya estábamos buscando casa.” El matrimonio llegó a su fin en la década del ’70, y no de la mejor manera. Poco tiempo después, Pattie se casó con Eric Clapton, amigo íntimo de Harrison. El 2 de septiembre de 1978, George Harrison contrajo matrimonio por segunda vez, esta vez con Olivia Trinidad Arias, una belleza morena poseedora de un fuerte costado espiritual. Ella fue la madre de su único hijo, Dhani, cuyo nombre en sánscrito significa "rico". En cuanto el bebé llegó al mundo, George corrió a comprar un Rolls Royce, obviamente celeste, para que su mujer y su hijo no padecieran el traqueteo del camino de la clínica a su casa. 
A fines de los ’90, George fue diagnosticado con cáncer de garganta. Estaba trabajando en el jardín de su casa, cuando se descubrió un bulto en el cuello. Para colmo de males, el 31 de diciembre de 1999, fue atacado en su propia casa de Friar Park por un demente que lo apuñaló reiteradamente. George sobrevivió al ataque, pero la experiencia fue sumamente traumática. 
George Harrison luchó valientemente contra su enfermedad, hasta que en los primeros días de noviembre de 2001, su salud empeoró de forma alarmante. Murió en paz, rodeado de su familia y algunos amigos íntimos, el 29 de noviembre del 2001. Había abrazado la religión hinduista en la década del ’60, y jamás se apartó de ella. Una de sus últimas frases fue: “Todo lo demás puede esperar, pero la búsqueda de Dios no puede demorarse ni un segundo.” 
Siguiendo los usos y costumbre del hinduismo, su cuerpo fue incinerado pocas horas después de su muerte, en E.E.U.U. Olivia y Dhani regresaron a Londres con las cenizas de George, y allí se celebró una ceremonia religiosa privada. Más tarde, madre e hijo viajaron a la India, y en un ritual llevado a cabo al amanecer, esparcieron sus cenizas en el río Ganges. Según la religión hindú, este último acto permitió que el alma de George Harrison se separara del mundo material, para evitar así el ciclo de la reencarnación e ir directo al Paraíso.
Mientras sus cenizas se disolvían en las aguas sagradas del río hindú, el mundo supo que George Harrison había vuelto a casa y finalmente descansaba en paz.

“Here comes the sun” fue la primera canción que le canté a mi hijo recién nacido. A mi vida había llegado el sol. Tal como George lo había anunciado. Hoy mi hijo tiene una guitarra colgada al hombro. Está fascinado con Kurt Cobain y todavía se resiste a reconocer a The Beatles como la mejor banda de la historia. Yo sé que es sólo una cuestión de tiempo. Y suelo recordarle las palabras de Kurt rememorando su niñez: “Estaba tan enamorado de Los Beatles, vestía como John Lennon y fingía tocar la guitarra y tener mini-conciertos de los Beatles para mi familia.”

Hubo muchas palabras emotivas para recordar a George Harrison. Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones fue, quizás, el que eligió las más conmovedoras: “Cumplíamos un rol similar en nuestras respectivas bandas –declaró a la revista Rolling Stone-. Era un tipo muy tranquilo y enigmático pero con un pícaro sentido del humor. Existía un lazo no hablado entre nosotros. Una persona adorable. Creo que George hubiera derrotado el cáncer de no haber sido por ese tipo que lo apuñaló. Gente tan agradable que ha hecho una música tan hermosa y que nunca ha dañado a nadie no debería pasar por esa clase de violencia. Sabemos que no murió por las heridas, pero creo que el ataque minó sus fuerzas como para enfrentar su enfermedad. Esto no debería sucederle a una persona como George. Si me hubieran apuñalado a mí, nadie se hubiera sorprendido, y de hecho me apuñalaron varias veces y mis heridas de bala cicatrizan bien. Pero no a George. Él era un caballero, un título que yo le otorgo a muy pocas personas, y que jamás se lo daría a alguien como yo. Si hay algo como el cielo, espero que esté zapando con John.”

Cuando falleció George Harrison, yo estaba estudiando en un profesorado bastante politizado, aunque las futuras maestras jardineras éramos las que menos nos ocupábamos de esos asuntos. Ya se sabe que las jardineras vivimos en un estado de pureza casi catatónico. Las paredes del profesorado estaban llenas de carteles puteando a los yankees y celebrando el atentado a la Torres Gemelas. Yo fabriqué un cartel que desentonaba con el clima violento y oscuro que vomitaban las paredes: tenía una foto de The Beatles, la letra de “Within You Without You”. Y decía, además, “Gracias, George”.
Mi hermano, inspector de colectivos, subió a hacer su trabajo y me encontró instalada en el bondi, camino al Profesorado:
-¿Dónde vas con ese cartel, loca?
-Voy a colgarlo en la pared del Instituto, como homenaje a George. Espero que dure.
Por supuesto, no duró. Tuve que aceptar una realidad triste en la que festejar la muerte era más importante que honrar al artista. Bienvenida al siglo XXI. 

George Harrison era un jardinero aficionado. A mediados de los ’90 declaró: “Paso el tiempo plantando árboles. Tengo grandes amigos y buenas relaciones con mucha gente. Lo paso bien. Las pequeñas cosas hacen que mi vida sea interesante”. También creía que el mundo era el gran jardín de Dios. Desde hace algunos años, ese jardín tiene una flor menos. Una de las más raras. Una de las más bellas. Una de esas flores que no nacen todos los días.

Qué lástima.

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