GOT
MY MIND SET ON YOU
“Creo que la gente que
realmente puede entregarle su vida a la música le está diciendo al mundo "Puedes
tener mi amor. Puedes tener mi sonrisa. Olvida las malas partes, no las
necesitas. Sólo toma la música, lo grandioso, porque eso es lo mejor",
y esa es la parte que yo doy.”
George Harrison
La primera canción de The Beatles que tuve la fortuna de escuchar
fue "Here Comes the Sun". Yo tenía diez u once años, y estaba
despatarrada en la terraza de mi casa, como tantas veces durante mi niñez y mi
adolescencia. En ese entonces no había plata para salir de vacaciones, y los
veranos -gloriosamente eternos-, se repartían entre la pileta de la Moni, “el
fondo”, donde el tío cultivaba rosales y árboles frutales, y la terraza. Aquel
día estaba escuchando la radio y entonces sucedió la maravilla. La voz de
George Harrison envolvió la tarde y a mí me explotaron la cabeza y el corazón.
Puedo decir, sin temor a exagerar, que ese día cambió mi vida. Para siempre.
Para mejor.
George
Harrison fue y será uno de los músicos de rock más adorado de todos los tiempos.
Su eterna búsqueda de sonidos nuevos tuvo una influencia decisiva en la música
de The Beatles. Varias de sus canciones, de una calidad fuera
de toda discusión, se encuentran entre las mejores de la mítica banda: "Here
Comes the Sun", “Something” (según Frank Sinatra, la mejor
canción de amor de la historia), “While My Guitar Gently Weeps”…
“Here comes the sun” es, para mí, una canción mágica. Abrió la
puerta de uno de los pocos milagros con los que fui favorecida a lo largo de mi
vida. Un milagro intangible: una voz transformando el aire. Un milagro
tangible: ellos. A partir de allí, The Beatles formaron a formar parte de mi
mundo. Fueron la compañía perfecta en la dificultosa transición de la niñez a
la adolescencia. Fueron uno de los dolores más grandes de mi vida, allá por
diciembre de 1980. Fueron los magos que me empujaron a soñar con tal o cual
pibito. Curiosamente, y aún siendo John mi beatle favorito, todos se parecían a
Paul McCartney.
George, el más privado y enigmático de The Beatles, nació en Liverpool el 25 de febrero de 1943. Cuando me preguntan cuántos años tiene mamá, contesto “Nació el mismo año que George Harrison”, como si esa información escueta sirviera para que los que no fueron tocados por el milagro sacaran cuentas. Fue un niñito precoz: a los dos años ya hacía recados para su madre, Louise. Su padre era conductor de autobús, situación que convirtió a Harrison en un chico popular entre sus compañeros de juego: Harold Harrison los llevaba de paseo gratis.
George
compartía con Paul McCartney el autobús que lo llevaba a la escuela, y después
de que Paul pasara a formar parte de la banda que lideraba John Lennon, The
Quarrymen, fue aceptado, debido a la insistencia de McCartney, como
otro de sus integrantes. George tuvo que demostrarle su virtuosismo con la
guitarra a un Lennon escéptico que no quería mocosos en su banda. Y
pasó la prueba.
En su
adolescencia, George Harrison admiraba a John Lennon de una manera casi
enfermiza. Seguía a todas partes a John y a su novia de entonces, Cynthia, que
tenían que hacer malabares para escapar del pequeño George y conseguir un poco
de intimidad. Cuentan que cuando Cyn fue operada de apendicitis, Harrison fue
el primero en apersonarse en el hospital, lo que casi provocó un ataque de
nervios en la chica, ya que George estuvo ahí antes que su novio, John. Cynthia
se quejaba de la persecución de George y argumentaba que lo que más la
molestaba del púber guitarrista eran sus dientes de caballo.
The Quarrymen mutó hasta convertirse en The Beatles. Las
primeras presentaciones de la banda (que aún no había dado con el nombre
definitivo) fuera de Inglaterra, acontecieron en Hamburgo. Allí, un George
Harrison aún adolescente, se perfeccionó como guitarrista y perdió su
virginidad: “Mi primer polvo fue en Hamburgo, con John, Paul y Pete
mirándome”, recordó George risueñamente años después. “Estábamos en
unas literas, pero en verdad no pudieron ver nada porque yo estaba debajo de
las sábanas. Pero cuando terminé los tres aplaudieron y gritaron. Al menos, se
habían quedado en silencio cuando lo hacía.” A partir de Hamburgo, la
historia es más que conocida. George Harrison alcanzó, junto a sus compañeros,
el éxito más absoluto.
La terraza donde escuché por primera vez a The Beatles también
mutó. Sobre ella edifiqué mi casa. Todavía me provoca emoción estar aquí y
pensar: "Wow, éste es el lugar donde aconteció el milagro. Estoy viviendo
en el lugar donde sucedió la magia."
El 24 de
enero de 1966, George se casó con la modelo inglesa Pattie Boyd, a quien
conoció durante la filmación de la primera película de The Beatles, "A
Hard Day's Night". “No sé si puede llamárselo amor a primera vista”,
declaró George. “Pero antes de que pasara una semana yo ya había
conocido a su mamá, y tres semanas más tarde ya estábamos buscando casa.” El
matrimonio llegó a su fin en la década del ’70, y no de la mejor manera. Poco
tiempo después, Pattie se casó con Eric Clapton, amigo íntimo de Harrison. El 2
de septiembre de 1978, George Harrison contrajo matrimonio por segunda vez,
esta vez con Olivia Trinidad Arias, una belleza morena poseedora de un fuerte
costado espiritual. Ella fue la madre de su único hijo, Dhani, cuyo nombre en
sánscrito significa "rico". En cuanto el bebé llegó
al mundo, George corrió a comprar un Rolls Royce, obviamente
celeste, para que su mujer y su hijo no padecieran el traqueteo del camino de
la clínica a su casa.
A fines
de los ’90, George fue diagnosticado con cáncer de garganta. Estaba trabajando
en el jardín de su casa, cuando se descubrió un bulto en el cuello. Para colmo
de males, el 31 de diciembre de 1999, fue atacado en su propia casa de Friar
Park por un demente que lo apuñaló reiteradamente. George sobrevivió al ataque,
pero la experiencia fue sumamente traumática.
George
Harrison luchó valientemente contra su enfermedad, hasta que en los primeros
días de noviembre de 2001, su salud empeoró de forma alarmante. Murió en paz,
rodeado de su familia y algunos amigos íntimos, el 29 de noviembre del 2001.
Había abrazado la religión hinduista en la década del ’60, y jamás se apartó de
ella. Una de sus últimas frases fue: “Todo lo demás puede esperar, pero
la búsqueda de Dios no puede demorarse ni un segundo.”
Siguiendo
los usos y costumbre del hinduismo, su cuerpo fue incinerado pocas horas
después de su muerte, en E.E.U.U. Olivia y Dhani regresaron a Londres con las
cenizas de George, y allí se celebró una ceremonia religiosa privada. Más
tarde, madre e hijo viajaron a la India, y en un ritual llevado a cabo al
amanecer, esparcieron sus cenizas en el río Ganges. Según la religión hindú,
este último acto permitió que el alma de George Harrison se separara del mundo
material, para evitar así el ciclo de la reencarnación e ir directo al Paraíso.
Mientras
sus cenizas se disolvían en las aguas sagradas del río hindú, el mundo supo que
George Harrison había vuelto a casa y finalmente descansaba en paz.
“Here comes the sun” fue la primera canción que le canté a mi hijo recién nacido. A mi vida había llegado el sol. Tal como George lo había anunciado. Hoy mi hijo tiene una guitarra colgada al hombro. Está fascinado con Kurt Cobain y todavía se resiste a reconocer a The Beatles como la mejor banda de la historia. Yo sé que es sólo una cuestión de tiempo. Y suelo recordarle las palabras de Kurt rememorando su niñez: “Estaba tan enamorado de Los Beatles, vestía como John Lennon y fingía tocar la guitarra y tener mini-conciertos de los Beatles para mi familia.”
Hubo
muchas palabras emotivas para recordar a George Harrison. Keith Richards,
guitarrista de los Rolling Stones fue, quizás, el que eligió las más
conmovedoras: “Cumplíamos un rol similar en nuestras respectivas bandas –declaró
a la revista Rolling Stone-. Era un tipo muy tranquilo y enigmático
pero con un pícaro sentido del humor. Existía un lazo no hablado entre
nosotros. Una persona adorable. Creo que George hubiera derrotado el cáncer de
no haber sido por ese tipo que lo apuñaló. Gente tan agradable que ha hecho una
música tan hermosa y que nunca ha dañado a nadie no debería pasar por esa clase
de violencia. Sabemos que no murió por las heridas, pero creo que el ataque
minó sus fuerzas como para enfrentar su enfermedad. Esto no debería sucederle a
una persona como George. Si me hubieran apuñalado a mí, nadie se hubiera
sorprendido, y de hecho me apuñalaron varias veces y mis heridas de bala
cicatrizan bien. Pero no a George. Él era un caballero, un título que yo le
otorgo a muy pocas personas, y que jamás se lo daría a alguien como yo. Si hay
algo como el cielo, espero que esté zapando con John.”
Cuando falleció George Harrison, yo estaba estudiando en un
profesorado bastante politizado, aunque las futuras maestras jardineras éramos
las que menos nos ocupábamos de esos asuntos. Ya se sabe que las jardineras
vivimos en un estado de pureza casi catatónico. Las paredes del profesorado
estaban llenas de carteles puteando a los yankees y celebrando el atentado a la
Torres Gemelas. Yo fabriqué un cartel que desentonaba con el clima violento y
oscuro que vomitaban las paredes: tenía una foto de The Beatles, la letra de
“Within You Without You”. Y decía, además, “Gracias, George”.
Mi hermano, inspector de colectivos, subió a hacer su trabajo y me
encontró instalada en el bondi, camino al Profesorado:
-¿Dónde vas con ese cartel, loca?
-Voy a colgarlo en la pared del Instituto, como homenaje a George.
Espero que dure.
Por supuesto, no duró. Tuve que aceptar una realidad triste en la
que festejar la muerte era más importante que honrar al artista. Bienvenida al
siglo XXI.
George Harrison era un jardinero aficionado. A mediados de los ’90 declaró: “Paso el tiempo plantando árboles. Tengo grandes amigos y buenas relaciones con mucha gente. Lo paso bien. Las pequeñas cosas hacen que mi vida sea interesante”. También creía que el mundo era el gran jardín de Dios. Desde hace algunos años, ese jardín tiene una flor menos. Una de las más raras. Una de las más bellas. Una de esas flores que no nacen todos los días.
Qué lástima.
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