martes, 15 de mayo de 2012

MUJER CONTRA MUJER



MUJER CONTRA MUJER
   
“Un amor por ocultar 
y aunque en cueros no hay donde esconderlo 
lo disfrazan de amistad 
cuando sale a pasear por la ciudad.” 
 “Mujer contra mujer”, Mecano

“En mi espíritu soy gay, podría ser homosexual, pero no lo soy.” 
Kurt Cobain 

En un mundo donde todo funcionara como debe funcionar, los hombres se interesarían por llamar la atención de las mujeres y las mujeres por llamar la de los hombres. Hombre y mujer son la mitad de una misma naranja y lo natural es que tiendan a complementarse y formar una naranja entera. Algo machucada, algo desgarbada, algo raquítica, pero entera. Cierto es que hay parejas homosexuales muy bien avenidas y felices como perdices. Pero ese no es el asunto que nos ocupa hoy. El asunto que nos ocupa es, tal como lo postularía Maitena Burundarena, la insoportable lesbiandad de ser mujer.
Nadie imaginaría jamás a un pavo real desplegando su espectacular cola con el fin infructuoso de refregársela a otro pavo por el pico. Los pavos, como es de público conocimiento, buscan impresionar a las pavas. Del mismo modo que los leones pretenden conmover a las leonas sacudiendo sus suntuosas melenas y las ranas macho intentan subyugar a las hembras con sus rítmicos croares. Así funciona la naturaleza, que es de lo más sabia. Macho y hembra se abocan a conquistarse. Pero parece que los seres humanos vinimos con alguna falla de fábrica. Por lo menos, los de sexo femenino. Porque, lejos de pretender impresionar a los masculinos que se cruzan en nuestro camino, las señoras y señoritas vivimos pendientes de las otras mujeres. Nadie sabe cual es el origen de este fenómeno. Pero que existe, existe. ¿O nunca se descubrieron mirándole el culo a una tipa con el improductivo fin de compararlo con el propio?

LA INSOPORTABLE LESBIANDAD DE SER MUJER

1) VESTIRSE PARA LAS OTRAS: Cuando una mujer se compra una pilcha, cualquiera que sea, lo hace pensando en impresionar a la amiga, la vecina, la prima o a la hermana. Incluso cuando se compra una bombacha, actitud incomprensible a todas luces, porque ninguna de esta señoras va a notar lo bien que le queda. A lo sumo la verán recién adquirida y sin uso, o en la soga de colgar la ropa después de estrenada. Pero no importa. La mujer que adquiere ropa interior vistosa lo hace pensando en otras mujeres. Ya les comenté, queridos lectores, que un hombre no distingue una tanga de encaje de Bruselas de una bombacha de goma. Y siempre está apurado en hacer desaparecer la prenda en cuestión.
Una mujer no tolera asistir a un evento de cualquier característica con ropa que ya le vieron.  Sabe que los hombres no notarán que repite vestido, pero las mujeres sí. Y eso la hace sentir incómoda. Prefiere quedarse en casa a ir al casamiento de Fulana con la misma pilcha que al de Mengana, si el presupuesto sólo le dio para un vestido de fiesta. Y si, por casualidad, asiste al casamiento de Mengana y ve que Zutana está ataviada como ella, morirá de vergüenza y de dolor, además de ser el hazmerreír y el blanco de los chismes y críticas de todas las señoras y señoritas presentes.
¿Y los hombres? Los hombres morfan y chupan y le miran el culo a las damas que pasan sin notar jamás que pasaron dos culos distintos embutidos en vestidos bochornosamente iguales.

2) ADELGAZAR PARA LAS OTRAS: A los hombres en general (salvo a los que la posmodernidad les sorbió el seso hasta convencerlos de que una mujer normal tiene las medidas de un filete de anchoa), les gustan las mujeres que tengan curvas y carne de dónde agarrarse si se les cruza por la vida el huracán Katrina. Para ellos, es mejor que sobre a que falte, y así se lo hacen saber a sus novias y esposas.
Lejos de conservar las sinuosidades carnales que sus masculinos prefieren, las mujeres se matan de hambre buscando adelgazar, sólo para que las otras mujeres noten lo flacas que están. Mastican una lechuga desabrida pensando en lo que van a decir las amigas cuando las vean flaquísimas. Y esa lechuga de mierda les sabe a gloria.
Se supone que una mujer con las hormonas bien puestas, en pleno verano y desparramada en la arena, direccionará sus ojitos ávidos a la zunga de algún chongo bien dotado. Pero no. En la playa las señoras y señoritas se fijan si las otras mujeres están gordas o tienen celulitis, aunque la celulitis sea un invento femenino del cual los hombres ni se enteraron. Y siempre quieren ser las más flacas de todas, renegando de aquellas comedoras compulsivas de lechuga que dan más lástima que ellas. Un hueso al aire es terriblemente sexy para cualquier hembra que se precie.
¿Y los hombres? Los hombres miran los culos más grandes y las tetas más orondas y ni se percatan de los dos o tres kilitos de más que tienen las portadoras de semejantes frondosidades.

3) MIRAR MÁS A LAS MUJERES QUE A LOS HOMBRES: Tal como se desprende de lo antedicho, las mujeres miran a las mujeres mucho más que a los hombres. Las miran para saber si son más o menos apetecibles que ellas, si la ropa que tienen puesta la compraron en Recoleta o en la feria de La Salada, si se les nota algún rollo, si se les corrió el maquillaje o se les agujereó una media. Les miran el culo y lo comparan con el propio. Y tienen conductas tan suicidas como comparar un culo de 40 con un turgente culito de 16.
Aunque ningún hombre pueda creerlo, las mujeres no sólo miran a las otras mujeres en fiestas, bares y discotecas. Las miran en la calle. Lo juro por Dios.
¿Y los hombres? Los hombres no tienen ni puta idea de cómo se visten, caminan y se paran sus amigos de toda la vida. Y, la verdad, les importa un carajo. Los hombres miran a las mujeres, y más de una pavota no se da cuenta de que un tipo la está mirando, ocupada como está en estudiar el escote de alguna señorita para saber si tiene siliconas o nació con esas lolas tremebundas.

4) INTERESARSE EN UN TIPO SÓLO PORQUE LE GUSTA A FULANITA: Es un clásico: basta que una mujer comente que se siente atraída por un compañero de trabajo para que el tipo, que hasta ahí llamaba la misma atención que un potus, se convierta en el nuevo sex symbol de la oficina. Todas las mujeres, aún las amigas más íntimas de la enamorada, intentarán llamar su atención, aunque el señor valga menos que una moneda de goma. Y la bocona que pregonó su interés por el susodicho, se querrá cortar las venas con una Rhodesia al ver como su pretendido es deseado, acosado y babeado por mujeres mucho más lindas que ella. Y que podrían aspirar a algo harto mejor. Pero, ¿algo harto mejor tendría el plus extra de ser suspirado por Fulanita? No, por supuesto que no. Lo que hace atractivo a un hombre, después de todo, es que otras mujeres lo encuentren atractivo.
¿Y los hombres? Los hombres tienen códigos y jamás osarían mirar a una mujer que con la que se ratonean un amigo o un simple compañero de oficina. Y jamás encontrarían más o menos atractiva a una mujer según la cantidad de señores que se desvivan por ella. Son más sanos. Mucho más sanos.

5) INTERESARSE POR UN TIPO SÓLO PORQUE ES EL EX DE FULANITA: Acá la cosa funciona de manera similar que en el ítem anterior: un señor de lo más ordinario suele ver incrementado su atractivo sólo porque es el ex de alguna mujer que conocemos. Engancharlo es una hazaña casi orgásmica. Pasear de la mano de ese simio inútil que eructa en la mesa y es enemigo declarado del agua es maravilloso. Sobre todo si paseamos por delante de los ojitos de la ex del tipo. Que puede ser nuestra vecina, nuestra mejor amiga, nuestra prima, nuestra hermana y hasta nuestra mismísima madre. ¿O acaso no vieron “Tacones Lejanos”?
¿Y los hombres? Los hombres tienen códigos, ya les dije.

6) CELAR A LAS AMIGAS PATOLÓGICAMENTE: No hace falta que su novio, marido o concubino le meta los cuernos a una mujer para que ella experimente el dolor y los sinsabores que le deparan la existencia de “la otra”. Los enemigos de sus enemigos pueden ser sus amigos, pero la amiga de su amiga es una rival a la que aborrece profundamente. Cuando aparece esta dama, cualquier mujer la vivencia como un elemento perturbador que le está quitando algo que le pertenece. La odia instintivamente, sin enterarse de que la pobre chica es la mejor mina del mundo. Le buscará y le encontrará miles de defectos, aún cuando no los tenga. Y hasta será capaz de hacer berrinches apoteósicos, sólo porque su amiga y “la otra” se fueron al cine sin invitarla o planean irse juntas de vacaciones.Tradicionalmente, las mujeres celan más a sus amigas que a sus parejas. Es un comportamiento enfermizo e inexplicable. Pero real.
¿Y los hombres? Los hombres juntan a sus amigos, a los amigos de sus amigos y a los amigos de los amigos de sus amigos y juegan un picadito.

7) CUIDAR MÁS A LAS AMIGAS QUE A LA PAREJA: Casi todas las mujeres le prestan más atención a las necesidades de sus amigas que a las de sus novios, maridos o concubinos. Suelen quedarse hablando por teléfono hasta las 5 de la mañana con una pobre tipa a la que algún pavote le colgó la galleta, mientras el señor de la casa bufa y putea en una cama semivacía. Si una amiga está pasando por un momento desesperante o simplemente desagradable, cualquier mujer postergará unas mini vacaciones con su media naranja para socorrer como corresponde a la femenina damnificada.
¿Y los hombres? Los hombres tienen las partes por el suelo y no quieren ver a la amiga desvalida ni en figuritas. Y no andan todo el día encima de los tipos con el que juegan al fútbol todos los miércoles.

8) ADORAR QUE LOS HOMBRES TENGAN RASGOS FEMENINOS: Hace algún tiempo, lo que las mujeres buscaban en los hombres eran rasgos típicamente masculinos. El hombre debía ser viril. Machote, como los de las telenovelas mexicanas (de antes). Y no tener rasgos femeninos, porque para sensibleras e histéricas ya estaban ellas. Pero con el arribo de los metrosexuales, esos hombres que gustan de sí mismos de manera escandalosa y gastan en cosméticos más que cualquier vedetonga, el prototipo de hombre apetecible dio un giro de 180º. Muchas mujeres prefieren a los señores de cuerpos lampiños o directamente afeitados. Y no vomitan de horror cuando sus medias naranjas cancelan una cita con ellas para ir a hacerse la manicure. Atrás quedó el feliz señor que se zampaba sin culpa un sánguche de chorizo: las chicas prefieren a aquellos infelices que mastican lechuga en pos de una figura intachable. Tal como hacen ellas.
Parece que, estimulado por las señoras que gustan de los muchachos blanditos como el algodón, el varón del siglo XXI cocina, arregla el jardín, hace labores domésticas, atiende a sus hijos, llora en público, reconoce sus miedos, expresa emociones y tiene conciencia ecológica. Qué se yo, para mí es mucho. A ver si después termina pretendiendo que una lo mantenga.
¿Y los hombres? Los hombres de pelo en pecho no entienden nada. Y le siguen dando al sánguche de chorizo sin culpa. Alguna milonguerita linda, papusa y breva, con ojos picarescos de pippermint, de parla afranchutada, pinta maleva y boca pecadora color carmín debe quedar.

9) ADORAR A LOS GAYS (Y, EN EL PEOR DE LOS CASOS, ENAMORARSE DE ALGUNO): Las mujeres en general adoran a los gays. Son tan talentosos, tan creativos, tan fascinadores, tan brillantes. Y, además, son todo un desafío. Más de una ilusa se encajetó con un señor de orientación sexual dudosa y se abocó a la quijotesca tarea de que un gay declarado cambie de bando. Con los sufrimientos, las angustias y los desencantos que esta conducta inmoladora implica. ¿A qué se debe este comportamiento irracional? No se sabe. Pero existe.
Es común también que las mujeres se meen por tipos que, aunque sean muy buenos mozos, son irrebatiblemente gays (o ambidiestros, como diría mi ex suegra): Ricky Martin, Miguel Bosé, Robbie Williams, Daniel Craig, Alejandro Sanz… Ni yo me salvé de esta misteriosa tendencia: es harto sabido que de pequeñuela me bebía los vientos por Federico Moura.
¿Y los hombres? Los hombres le miran el culo a Lindsey Lohan, pero todavía no se enteraron de que es lesbiana porque están en otra cosa. Aunque ese detalle no les importaría demasiado.

10) ACOSTARSE CON EL NOVIO/MARIDO DE AMIGAS, VECINAS, PRIMAS Y HERMANAS: La infidelidad femenina es como la manzana: nunca cae lejos del árbol. Las mujeres buscan a sus amantes en su entorno más íntimo y algunas suelen terminar enredándose con su cuñado, el novio de su mejor amiga o el marido de la vecina de al lado. Es que estos caballeros son atractivos a los ojos femeninos precisamente porque son los masculinos de señoras y señoritas que las muchachas conocen y tratan. Lo orgásmico del asunto no pasa por tener un amante: pasa por tener en el catre al hombre de la otra. Y refocilarse pensando: “¡Ja! Está conmigo y no con la turra de mi hermana”. En estos casos de amantazgo cuasi endogámico, el hombre es apenas un detalle. La que realmente tiene un papel preponderante en el asunto es la mujer de ese hombre. Es extraño, ya sé. Pero más raro fue aquel verano que no paró de nevar.
¿Y los hombres? Los hombres no le hacen asco a nada y si los avanzan le dan pa’lante. Pero jamás eligen a sus amantes en función de sus novios o maridos. No son tan retorcidos.

Hasta aquí los comportamientos, gestos y actitudes que ponen en escandalosa evidencia la ya mentada lesbiandad de ser mujer. Negarla sería como negar la teoría de la relatividad. Para una es chino básico, pero tampoco la va a andar refutando porque no la entiende.
Espero, sinceramente, que ninguna de mis lectoras se haya sentido tocada en sus fibras más íntimas por este opúsculo incómodo pero irrebatible. Las mujeres tenemos rasgos que, analizados correctamente, resultan harto sospechosos. Testear concienzudamente el culo de una señorita, sean cuales sean los fines de este riguroso examen, es, por lo menos, raro.

Sobre todo habiendo tantos culos masculinos mendigando, aunque sea, una miradita de lástima.

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