MUJER CONTRA MUJER
“Un amor por ocultar
y aunque en cueros no hay donde
esconderlo
lo disfrazan de amistad
cuando sale a pasear por la
ciudad.”
“Mujer contra mujer”, Mecano
“En mi espíritu soy gay, podría ser
homosexual, pero no lo soy.”
Kurt Cobain
En un mundo donde
todo funcionara como debe funcionar, los hombres se interesarían por llamar la
atención de las mujeres y las mujeres por llamar la de los hombres. Hombre y
mujer son la mitad de una misma naranja y lo natural es que tiendan a
complementarse y formar una naranja entera. Algo machucada, algo desgarbada,
algo raquítica, pero entera. Cierto es que hay parejas homosexuales muy bien
avenidas y felices como perdices. Pero ese no es el asunto que nos ocupa hoy.
El asunto que nos ocupa es, tal como lo postularía Maitena Burundarena, la
insoportable lesbiandad de ser mujer.
Nadie imaginaría
jamás a un pavo real desplegando su espectacular cola con el fin infructuoso de
refregársela a otro pavo por el pico. Los pavos, como es de público
conocimiento, buscan impresionar a las pavas. Del mismo modo que los leones
pretenden conmover a las leonas sacudiendo sus suntuosas melenas y las ranas
macho intentan subyugar a las hembras con sus rítmicos croares. Así funciona la
naturaleza, que es de lo más sabia. Macho y hembra se abocan a conquistarse.
Pero parece que los seres humanos vinimos con alguna falla de fábrica. Por
lo menos, los de sexo femenino. Porque, lejos de pretender impresionar a los
masculinos que se cruzan en nuestro camino, las señoras y señoritas vivimos
pendientes de las otras mujeres. Nadie sabe cual es el origen de este fenómeno.
Pero que existe, existe. ¿O nunca se descubrieron mirándole el culo a
una tipa con el improductivo fin de compararlo con el propio?
LA
INSOPORTABLE LESBIANDAD DE SER MUJER
1)
VESTIRSE PARA LAS OTRAS: Cuando una mujer se compra una
pilcha, cualquiera que sea, lo hace pensando en impresionar a la amiga, la
vecina, la prima o a la hermana. Incluso cuando se compra una bombacha, actitud
incomprensible a todas luces, porque ninguna de esta señoras va a notar lo bien
que le queda. A lo sumo la verán recién adquirida y sin uso, o en la soga de
colgar la ropa después de estrenada. Pero no importa. La mujer
que adquiere ropa interior vistosa lo hace pensando en otras mujeres. Ya les
comenté, queridos lectores, que un hombre no distingue una tanga de
encaje de Bruselas de una bombacha de goma. Y siempre está apurado en
hacer desaparecer la prenda en cuestión.
Una mujer no tolera
asistir a un evento de cualquier característica con ropa que ya le
vieron. Sabe que los hombres no notarán que repite vestido, pero las
mujeres sí. Y eso la hace sentir incómoda. Prefiere quedarse en casa a ir al
casamiento de Fulana con la misma pilcha que al de Mengana, si
el presupuesto sólo le dio para un vestido de fiesta. Y si, por casualidad,
asiste al casamiento de Mengana y ve que Zutana está
ataviada como ella, morirá de vergüenza y de dolor, además de ser el hazmerreír
y el blanco de los chismes y críticas de todas las señoras y señoritas
presentes.
¿Y
los hombres? Los hombres morfan y chupan y le
miran el culo a las damas que pasan sin notar jamás que pasaron dos culos
distintos embutidos en vestidos bochornosamente iguales.
2)
ADELGAZAR PARA LAS OTRAS: A los hombres en general (salvo a
los que la posmodernidad les sorbió el seso hasta convencerlos de que una mujer
normal tiene las medidas de un filete de anchoa), les gustan las mujeres que
tengan curvas y carne de dónde agarrarse si se les cruza por la vida el huracán
Katrina. Para ellos, es mejor que sobre a que falte, y así se lo hacen
saber a sus novias y esposas.
Lejos de conservar
las sinuosidades carnales que sus masculinos prefieren, las mujeres se matan de
hambre buscando adelgazar, sólo para que las otras mujeres noten lo flacas que
están. Mastican una lechuga desabrida pensando en lo que van a decir las amigas
cuando las vean flaquísimas. Y esa lechuga de mierda les sabe a gloria.
Se supone que una
mujer con las hormonas bien puestas, en pleno verano y desparramada en la
arena, direccionará sus ojitos ávidos a la zunga de algún chongo bien dotado.
Pero no. En la playa las señoras y señoritas se fijan si las otras mujeres
están gordas o tienen celulitis, aunque la celulitis sea un invento
femenino del cual los hombres ni se enteraron. Y siempre quieren ser
las más flacas de todas, renegando de aquellas comedoras compulsivas de lechuga
que dan más lástima que ellas. Un hueso al aire es terriblemente sexy para
cualquier hembra que se precie.
¿Y
los hombres? Los hombres miran los culos más
grandes y las tetas más orondas y ni se percatan de los dos o tres
kilitos de más que tienen las portadoras de semejantes frondosidades.
3)
MIRAR MÁS A LAS MUJERES QUE A LOS HOMBRES: Tal como se
desprende de lo antedicho, las mujeres miran a las mujeres mucho más que a los
hombres. Las miran para saber si son más o menos apetecibles que ellas, si la
ropa que tienen puesta la compraron en Recoleta o en la feria
de La Salada, si se les nota algún rollo, si se les corrió el
maquillaje o se les agujereó una media. Les miran el culo y lo comparan con el
propio. Y tienen conductas tan suicidas como comparar un culo de 40 con
un turgente culito de 16.
Aunque ningún hombre
pueda creerlo, las mujeres no sólo miran a las otras mujeres en fiestas, bares
y discotecas. Las miran en la calle. Lo juro por Dios.
¿Y
los hombres? Los hombres no tienen ni puta
idea de cómo se visten, caminan y se paran sus amigos de toda la vida. Y, la
verdad, les importa un carajo. Los hombres miran a las mujeres, y más de una
pavota no se da cuenta de que un tipo la está mirando, ocupada como está en
estudiar el escote de alguna señorita para saber si tiene siliconas o nació con
esas lolas tremebundas.
4)
INTERESARSE EN UN TIPO SÓLO PORQUE LE GUSTA A FULANITA: Es
un clásico: basta que una mujer comente que se siente atraída por un compañero
de trabajo para que el tipo, que hasta ahí llamaba la misma atención que un
potus, se convierta en el nuevo sex symbol de la oficina.
Todas las mujeres, aún las amigas más íntimas de la enamorada, intentarán
llamar su atención, aunque el señor valga menos que una moneda de goma. Y la
bocona que pregonó su interés por el susodicho, se querrá cortar las venas con
una Rhodesia al ver como su pretendido es deseado, acosado y
babeado por mujeres mucho más lindas que ella. Y que podrían aspirar a algo
harto mejor. Pero, ¿algo harto mejor tendría el plus extra de ser
suspirado por Fulanita? No, por supuesto que no. Lo que hace
atractivo a un hombre, después de todo, es que otras mujeres lo encuentren
atractivo.
¿Y
los hombres? Los hombres tienen códigos y
jamás osarían mirar a una mujer que con la que se ratonean un amigo o un simple
compañero de oficina. Y jamás encontrarían más o menos atractiva a una mujer
según la cantidad de señores que se desvivan por ella. Son más sanos. Mucho más
sanos.
5)
INTERESARSE POR UN TIPO SÓLO PORQUE ES EL EX DE FULANITA: Acá
la cosa funciona de manera similar que en el ítem anterior: un señor de lo más
ordinario suele ver incrementado su atractivo sólo porque es el ex de alguna
mujer que conocemos. Engancharlo es una hazaña casi orgásmica. Pasear
de la mano de ese simio inútil que eructa en la mesa y es enemigo declarado del
agua es maravilloso. Sobre todo si paseamos por delante de los ojitos de la ex
del tipo. Que puede ser nuestra vecina, nuestra mejor amiga, nuestra prima,
nuestra hermana y hasta nuestra mismísima madre. ¿O acaso no vieron “Tacones
Lejanos”?
¿Y
los hombres? Los hombres tienen códigos, ya
les dije.
6)
CELAR A LAS AMIGAS PATOLÓGICAMENTE: No hace falta que su novio,
marido o concubino le meta los cuernos a una mujer para que ella experimente el
dolor y los sinsabores que le deparan la existencia de “la otra”. Los
enemigos de sus enemigos pueden ser sus amigos, pero la amiga de su
amiga es una rival a la que aborrece profundamente. Cuando aparece esta
dama, cualquier mujer la vivencia como un elemento perturbador que le está
quitando algo que le pertenece. La odia instintivamente, sin enterarse de que
la pobre chica es la mejor mina del mundo. Le buscará y le encontrará miles de
defectos, aún cuando no los tenga. Y hasta será capaz de hacer berrinches
apoteósicos, sólo porque su amiga y “la otra” se fueron al
cine sin invitarla o planean irse juntas de vacaciones.Tradicionalmente, las
mujeres celan más a sus amigas que a sus parejas. Es un comportamiento
enfermizo e inexplicable. Pero real.
¿Y
los hombres? Los hombres juntan a sus amigos,
a los amigos de sus amigos y a los amigos de los amigos de sus amigos y juegan
un picadito.
7)
CUIDAR MÁS A LAS AMIGAS QUE A LA PAREJA: Casi todas las mujeres le prestan
más atención a las necesidades de sus amigas que a las de sus novios, maridos o
concubinos. Suelen quedarse hablando por teléfono hasta las 5 de la mañana con
una pobre tipa a la que algún pavote le colgó la galleta, mientras el señor de
la casa bufa y putea en una cama semivacía. Si una amiga está pasando por un
momento desesperante o simplemente desagradable, cualquier mujer postergará
unas mini vacaciones con su media naranja para socorrer como corresponde a la
femenina damnificada.
¿Y
los hombres? Los hombres tienen las partes por
el suelo y no quieren ver a la amiga desvalida ni en figuritas. Y no andan todo
el día encima de los tipos con el que juegan al fútbol todos los miércoles.
8)
ADORAR QUE LOS HOMBRES TENGAN RASGOS FEMENINOS: Hace
algún tiempo, lo que las mujeres buscaban en los hombres eran rasgos
típicamente masculinos. El hombre debía ser viril. Machote,
como los de las telenovelas mexicanas (de antes). Y no tener rasgos femeninos,
porque para sensibleras e histéricas ya estaban ellas. Pero
con el arribo de los metrosexuales, esos hombres que gustan de
sí mismos de manera escandalosa y gastan en cosméticos más que cualquier
vedetonga, el prototipo de hombre apetecible dio un giro de 180º. Muchas
mujeres prefieren a los señores de cuerpos lampiños o directamente afeitados. Y
no vomitan de horror cuando sus medias naranjas cancelan una cita con ellas
para ir a hacerse la manicure. Atrás quedó el feliz señor que se
zampaba sin culpa un sánguche de chorizo: las chicas prefieren a aquellos
infelices que mastican lechuga en pos de una figura intachable. Tal como hacen
ellas.
Parece que,
estimulado por las señoras que gustan de los muchachos blanditos como el
algodón, el varón del siglo XXI cocina, arregla el jardín, hace labores
domésticas, atiende a sus hijos, llora en público, reconoce sus miedos, expresa
emociones y tiene conciencia ecológica. Qué se yo, para mí es mucho. A
ver si después termina pretendiendo que una lo mantenga.
¿Y
los hombres? Los hombres de pelo en pecho no
entienden nada. Y le siguen dando al sánguche de chorizo sin culpa. Alguna milonguerita
linda, papusa y breva, con ojos picarescos de pippermint, de parla
afranchutada, pinta maleva y boca pecadora color carmín debe quedar.
9)
ADORAR A LOS GAYS (Y, EN EL PEOR DE LOS CASOS, ENAMORARSE DE ALGUNO): Las
mujeres en general adoran a los gays. Son tan talentosos, tan
creativos, tan fascinadores, tan brillantes. Y, además, son todo un
desafío. Más de una ilusa se encajetó con un señor de orientación
sexual dudosa y se abocó a la quijotesca tarea de que un gay declarado cambie
de bando. Con los sufrimientos, las angustias y los desencantos que
esta conducta inmoladora implica. ¿A qué se debe este comportamiento
irracional? No se sabe. Pero existe.
Es común también que
las mujeres se meen por tipos que, aunque sean muy buenos mozos, son irrebatiblemente
gays (o ambidiestros, como diría mi ex suegra): Ricky
Martin, Miguel Bosé, Robbie Williams, Daniel Craig, Alejandro Sanz… Ni yo me
salvé de esta misteriosa tendencia: es harto sabido que de pequeñuela me bebía
los vientos por Federico Moura.
¿Y
los hombres? Los hombres le miran el culo a
Lindsey Lohan, pero todavía no se enteraron de que es lesbiana porque están en
otra cosa. Aunque ese detalle no les importaría demasiado.
10)
ACOSTARSE CON EL NOVIO/MARIDO DE AMIGAS, VECINAS, PRIMAS Y HERMANAS: La
infidelidad femenina es como la manzana: nunca cae lejos del árbol.
Las mujeres buscan a sus amantes en su entorno más íntimo y algunas suelen
terminar enredándose con su cuñado, el novio de su mejor amiga o el marido de
la vecina de al lado. Es que estos caballeros son atractivos a los ojos
femeninos precisamente porque son los masculinos de señoras y señoritas que las
muchachas conocen y tratan. Lo orgásmico del asunto no pasa por tener un
amante: pasa por tener en el catre al hombre de la otra. Y
refocilarse pensando: “¡Ja! Está conmigo y no con la turra de mi
hermana”. En estos casos de amantazgo cuasi endogámico, el
hombre es apenas un detalle. La que realmente tiene un papel
preponderante en el asunto es la mujer de ese hombre. Es extraño, ya sé. Pero más
raro fue aquel verano que no paró de nevar.
¿Y
los hombres? Los hombres no le hacen asco a
nada y si los avanzan le dan pa’lante. Pero jamás eligen a sus amantes en
función de sus novios o maridos. No son tan retorcidos.
Hasta aquí los
comportamientos, gestos y actitudes que ponen en escandalosa evidencia la ya
mentada lesbiandad de ser mujer. Negarla sería como negar la
teoría de la relatividad. Para una es chino básico, pero tampoco la va a andar
refutando porque no la entiende.
Espero, sinceramente,
que ninguna de mis lectoras se haya sentido tocada en sus fibras más íntimas
por este opúsculo incómodo pero irrebatible. Las mujeres tenemos rasgos que,
analizados correctamente, resultan harto sospechosos. Testear
concienzudamente el culo de una señorita, sean cuales sean los fines de este
riguroso examen, es, por lo menos, raro.
Sobre todo habiendo tantos culos masculinos mendigando, aunque
sea, una miradita de lástima.
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