COMER, REZAR, AMAR… PERO PRIMERO COMER
“Prefiero que me
digan que soy amplia, no gorda.”
Elizabeth Taylor
Lo peor
que se le puede decir a una mujer gorda es que está gorda. Es una
falta de respeto, de sensibilidad y de bonhomía. Sin embargo, gran parte del
vulgo desconoce, a sabiendas o no, esta verdad absoluta. Y hay individuos que,
después de no vernos por muchos años, lo primero que nos largan en la jeta es
un dañino “¡Qué gorda que estás!”. Si esta gente tiene ganas
de hacer observaciones idiotas sobre nuestra persona podría decirnos “¡Qué
largo tenés el pelo!” o “¡Qué lindo color de esmalte para
uñas!”. Pero, no. Las observaciones giran siempre alrededor de nuestro
peso. Salvo que hayamos adelgazado, porque nunca nadie se da por enterado de
que una adelgazó, vaya Dios a saber por qué tara mental.
Además de
estos especímenes obsesionados con nuestro peso, existen novios, maridos y
amantes que, pretendiendo ser cariñosos, tienen la infeliz idea de
llamarnos “Gorda”, “Gordi” o “Gordita”. Sepan,
señores, que las mujeres en general detestamos estos apelativos, por más
afectuosos que sean. Preferimos que nos llamen “Chichi”, “Pichi” o “Cuchuchita”. Y
eso, considerando que tales apodos matan cualquier atisbo de pasión que pueda
existir en una relación.
Las
gordas tenemos siempre un abanico de excusas para justificar nuestras
dimensiones: “A mí me engorda hasta el agua”, “Tengo el metabolismo muy
lento”, “Me mato haciendo régimen y no bajo ni un gramo” o “Es
por los corticoides.” Pero la verdad de la milanesa es que las
gorditas nos comemos la milanesa, las papas fritas, las hamburguesas, los
fideos del domingo y todo aquello más o menos sustancioso que se cruce en
nuestro camino.
Engordamos
porque comemos. ¿Y por qué comemos? La respuesta más lógica sería “Porque
tenemos hambre”. Pero parece que este es sólo un postulado para salir
del paso. Comemos por otras cosas mucho más retorcidas. Ante ciertas
situaciones emocionales, el cerebro humano dispara el mensaje “Tengo
hambre”, cosa de no ponerse a elucubrar sobre lo que realmente nos
pasa. Para qué va a tomarse la molestia de indagar en nuestras necesidades más
profundas, si con un pancho nos mantenemos contentas por un rato.
Veamos, todos
y todas, por qué comemos. Y veamos también qué estrategias debemos
utilizar para no abalanzarnos sobre nuestra prometedora heladera.
¿POR QUÉ COMEMOS?
1- TENEMOS HAMBRE: Y, sí. A
veces tenemos hambre. No todo es desajuste emocional en nuestros
estómagos. Acá el peligro lo plantea qué comemos.
Naturalmente, nuestro apetito debería mantenerse equilibrado, pero la ingesta
indiscriminada de porquerías hace que cada vez tengamos más hambre. Las grasas
saturadas y los hidratos de carbono estimulan nuestra voracidad. Y ahí se va
todo a la miércoles.
Estrategias: Mantengamos nuestra
heladera prácticamente vacía, salvo por una lechuga mustia y una botella de
agua Ser. Antes de ir a una fiesta, comamos dos insulsas
zanahorias y tomemos una sopa Ser. Evitemos pasar por las puertas
de panaderías y kioscos.
2- ESTAMOS ESTRESADAS: Las mujeres nos
esforzamos, nos esforzamos y nos esforzamos. En el trabajo y en el hogar. A
veces estamos bajo mucha presión y, lógicamente, sentimos que, ante tanta
lucha, merecemos un premio. He aquí cuando echamos mano a los “alimentos
gratificantes”: un chocolate Milka, unas galletitas Tentaciones o
unos bizcochitos de grasa Don Satur (alabados sean). Con estas
exquisiteces nos recompensamos por tanto esfuerzo y tanta presión. Pero, en
realidad, no es comer lo que necesitamos en ese momento. Necesitamos un
día en un spa. Así que la cosa se pone complicada para aquellas damas
cuyos peculios escasean y, contando monedas, apenas llegan a un alfajor Jorgito. Pero
a no desesperar. Tenemos estrategias más económicas para calmar el estrés.
Porque acá tenemos de todo, como en botica.
Estrategias: Mascar un
chicle Beldent, que no suma calorías y calma los nervios.
Pegarle a alguien. Eso tampoco suma calorías y también calma los nervios.
Gritar hasta quedarnos afónicas.
3- ESTAMOS CANSADAS: Parece que, después
de una noche de insomnio o de un gran esfuerzo físico, nuestros cuerpecillos
exigen hidratos de carbono. Piden facturas, mermeladas y galletitas. Porque
necesitan una inyección de energía. ¿Y qué mejor inyección de energía que un
vigilante con dulce de membrillo y crema pastelera? Paradójicamente, después de
mandarnos una docena de churros rellenos, nos sentiremos más cansadas que
antes. Los azúcares generan un aumento veloz de energía y un descenso igual de
vertiginoso. Y, además, nos acercan tenebrosamente al talle 48. Así que las
inyecciones de energía hay que buscarlas por otro lado.
Estrategias: Hacer ejercicio.
Caminar (para mí estas cosas cansan más, pero qué se yo). Una porción de budín
de pan, según los expertos, puede ser mágicamente reemplazada por un trote
alrededor de la vuelta manzana.
4- ACABAMOS DE HACER GYM: Hacer ejercicio
consume las proteínas de nuestras humanidades. Después de pasar por el
gimnasio, queremos una milanesa a la napolitana, unas costillitas de cerdo o, a
lo sumo, una latita de atún (en aceite; el otro no tiene gusto a nada).
Abalanzarnos sobre estos manjares es una boludez hecha y derecha. Sufrir en el
gimnasio para tirar todo el esfuerzo por la borda en pos de un sánguche de
chorizo es un acto aberrante que sólo puede perpetrar una mina de poco seso.
Estrategias: Tomarnos un vaso de
leche descremada. Comernos una barrita de Cereal Fort diet.
Quedarnos a vivir en el gimnasio, lejos de cualquier otra tentación que no sea
acogotar a nuestra profesora.
5- ESTAMOS RODEADAS DE GENTE QUE COME: Si estamos en un bar, un restaurante o un McDonald’s y
la gente que nos rodea está comiendo, como era de esperarse, tenderemos a
imitar a estos felices masticadores. Ver gente comiendo abre nuestro apetito.
Comemos por imitación (del mismo modo que fumamos por imitación y chupamos por
imitación).
Estrategias: Engañar al estómago
con un trago (con un trago de agua Ser, por supuesto; los
mojitos, la caipirinha y el Tía María con crema están
estrictamente prohibidos). Charlar (ya sabemos que es de mala educación hablar
con la boca llena, así que si charlamos todo el tiempo como radios enloquecidas
evitaremos llevarnos cualquier alimento a la boca). Histeriquear. No ir a esos
lugares; ir a un restaurante para no comer es algo decididamente masoquista.
6- ESTAMOS TRISTES: La tristeza, señores,
ha sido mal compensada desde nuestra más tierna infancia. Llanto: teta. Llanto:
mamadera. Llanto: chupetín. Llanto: Huevo Kinder.Este
recurso, quiérase o no, está incorporado en nos y hace sus estragos. Ante
cualquier sensación de vacío o inquietud, nos sentimos impulsados a buscar algo
que nos colme. Teta. Mamadera. Chupetín. Huevo Kinder. Tortilla
a la española. Hay que sacudirse esa costumbre malsana de comer para llenar
vacíos, porque con esa conducta suicida lo único que llenamos es nuestro
estómago.
Estrategias: Llamar a una amiga. Salir
a caminar. Llorar a moco tendido.
7- NO QUEREMOS ENFRENTAR UNA OBLIGACIÓN: Es común utilizar la comida como excusa para postergar una
actividad que no tenemos ganas de realizar (esto sería algo así como “No
puedo hacer esta monografía porque antes tengo que comerme un sánguche”, “No
puedo lavar la ropa porque antes tengo que comerme una porción de lemon pie”, etc.).
También se utiliza la comida como pretexto para postergar la toma de una
decisión (“No me separo antes de terminar este plato de fideos con tuco”,
“No le pego a mi ex antes de terminar esta porción de Selva Negra”, etc.).
Postergar comiendo nos hace sentir que no postergamos. Que estamos haciendo
algo importante, no perdiendo el tiempo en Facebook. Para
vivir una tiene que comer. Todo lo demás puede esperar.
Estrategias: Evitar decir lo que
acabo de decir, o sea, “Para vivir una tiene que comer”. No
engañarse con excusas autocomplacientes: el plato de fideos con tuco puede
esperar, que para algo están los microondas. Dejarse de joder y ponerse a hacer
lo que hay que hacer.
8- TENEMOS SED: Nuestro cerebro, ante
una situación de sed, dispara señales muy parecidas a las que emite ante una
situación de hambre. Entonces una, que es bastante pavota, creé que quiere
un Mantecol cuando en realidad lo que necesita es hidratarse.
Estrategias: Tomar un vaso de agua
antes de cada comida. Tomar un vaso de agua cuando se nos antoje un kilo de
helado. Tomar un vaso de agua. Y otro. Y otro.
9- ESTAMOS ABURRIDAS: Las emociones más
ligadas a la comida son la ira, el aburrimiento y
la ansiedad. Una noche de sábado en la que una se quedó en la
casa como una pavota y no encuentra una película decente en el cable, es el
caldo de cultivo ideal para la ingesta de alimentos por aburrimiento. Una tarde
interminable en casa, en la oficina o en donde sea, también se presta a la
masticación compulsiva. Escuchar al novio, al marido o al amante decir las
mismas burradas de siempre, es otra situación límite que nos empuja a la
panadería.
Estrategias: Decir “Estoy
aburrida” en voz alta para convencernos de que lo nuestro es
aburrimiento y no apetencia. Buscar alguna actividad entretenida para hacer con
nuestras manos: coser, bordar y abrir la puerta para ir a jugar. Separarnos.
10- ESTAMOS MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL Y ESTAR GORDAS NOS IMPORTA
TRES CARAJOS: Comemos por placer.
Poseemos agallas. Sabemos que somos algo más que una bolsa (grande) de
tornillos sueltos. Nuestra espiritualidad es muy elevada: estamos en la Tierra
con una misión mucho más trascendente que caber en un jean talle 34. Fuimos
flacas en algún momento de nuestras vidas y sabemos que una cinturita de avispa
no nos hizo ni más felices ni más amadas. Tenemos la panza llena y el corazón
contento. Nos importa bien poco lo que diga la vecina que nos cuenta los
rollitos o la compañera de secundario que hace alusión a nuestras amplitudes
(nosotras, que somos buena gente, callamos ante su tez rugosa y estropeada por
horas de cama solar). Somos así: nos toman o nos dejan. Y si nos
dejan, se lo pierden ustedes.
Espero
que esta parrafada haya servido para echar luz acerca de las causas que nos
empujan a abrazarnos de manera demencial a un pollo al horno con papas. Cada
mujer sabrá por qué come y de qué manera eso afecta su psiquis y su autoestima.
Yo, que no soy ninguna sílfide, asumo que muchas veces como por ira, ansiedad, depresión o aburrimiento. Pero
aviso, por las dudas, que unos kilitos de más no me quitan el sueño. Y que
muchas veces como pura y exclusivamente por placer. Sin
sentir, siquiera, un atisbo de culpa. Sin morirme de vergüenza. Sin castigarme
por la picadita del domingo. La vida es una sola, señores.
Como diría mi suegro, “De este mundo llevarás panza llena y nada
más”.
¿O hay algún iluso que pretenda llevarse otra cosa?
Ilustraciones: Duane Bryers
No hay comentarios:
Publicar un comentario