miércoles, 2 de enero de 2019

COMER, REZAR, AMAR... PERO PRIMERO COMER

 

COMER, REZAR, AMAR… PERO PRIMERO COMER

 “Prefiero que me digan que soy amplia, no gorda.” 
Elizabeth Taylor 

Lo peor que se le puede decir a una mujer gorda es que está gorda. Es una falta de respeto, de sensibilidad y de bonhomía. Sin embargo, gran parte del vulgo desconoce, a sabiendas o no, esta verdad absoluta. Y hay individuos que, después de no vernos por muchos años, lo primero que nos largan en la jeta es un dañino “¡Qué gorda que estás!”. Si esta gente tiene ganas de hacer observaciones idiotas sobre nuestra persona podría decirnos “¡Qué largo tenés el pelo!” o “¡Qué lindo color de esmalte para uñas!”. Pero, no. Las observaciones giran siempre alrededor de nuestro peso. Salvo que hayamos adelgazado, porque nunca nadie se da por enterado de que una adelgazó, vaya Dios a saber por qué tara mental.
Además de estos especímenes obsesionados con nuestro peso, existen novios, maridos y amantes que, pretendiendo ser cariñosos, tienen la infeliz idea de llamarnos “Gorda”, “Gordi” o “Gordita”. Sepan, señores, que las mujeres en general detestamos estos apelativos, por más afectuosos que sean. Preferimos que nos llamen “Chichi”, “Pichi” o “Cuchuchita”. Y eso, considerando que tales apodos matan cualquier atisbo de pasión que pueda existir en una relación.
Las gordas tenemos siempre un abanico de excusas para justificar nuestras dimensiones: “A mí me engorda hasta el agua”, “Tengo el metabolismo muy lento”, “Me mato haciendo régimen y no bajo ni un gramo” o “Es por los corticoides.” Pero la verdad de la milanesa es que las gorditas nos comemos la milanesa, las papas fritas, las hamburguesas, los fideos del domingo y todo aquello más o menos sustancioso que se cruce en nuestro camino.
Engordamos porque comemos. ¿Y por qué comemos? La respuesta más lógica sería “Porque tenemos hambre”. Pero parece que este es sólo un postulado para salir del paso. Comemos por otras cosas mucho más retorcidas. Ante ciertas situaciones emocionales, el cerebro humano dispara el mensaje “Tengo hambre”, cosa de no ponerse a elucubrar sobre lo que realmente nos pasa. Para qué va a tomarse la molestia de indagar en nuestras necesidades más profundas, si con un pancho nos mantenemos  contentas por un rato.
Veamos, todos y todas, por qué comemos. Y veamos también qué estrategias debemos utilizar para no abalanzarnos sobre nuestra prometedora heladera.

¿POR QUÉ COMEMOS?

1- TENEMOS HAMBRE: Y, sí. A veces tenemos hambre. No todo es desajuste emocional en nuestros estómagos. Acá el peligro lo plantea qué comemos. Naturalmente, nuestro apetito debería mantenerse equilibrado, pero la ingesta indiscriminada de porquerías hace que cada vez tengamos más hambre. Las grasas saturadas y los hidratos de carbono estimulan nuestra voracidad. Y ahí se va todo a la miércoles.
Estrategias: Mantengamos nuestra heladera prácticamente vacía, salvo por una lechuga mustia y una botella de agua Ser. Antes de ir a una fiesta, comamos dos insulsas zanahorias y tomemos una sopa Ser. Evitemos pasar por las puertas de panaderías y kioscos.

2- ESTAMOS ESTRESADAS: Las mujeres nos esforzamos, nos esforzamos y nos esforzamos. En el trabajo y en el hogar. A veces estamos bajo mucha presión y, lógicamente, sentimos que, ante tanta lucha, merecemos un premio. He aquí cuando echamos mano a los “alimentos gratificantes”: un chocolate Milka, unas galletitas Tentaciones o unos bizcochitos de grasa Don Satur (alabados sean). Con estas exquisiteces nos recompensamos por tanto esfuerzo y tanta presión. Pero, en realidad, no es comer lo que necesitamos en ese momento. Necesitamos un día en un spa. Así que la cosa se pone complicada para aquellas damas cuyos peculios escasean y, contando monedas, apenas llegan a un alfajor Jorgito. Pero a no desesperar. Tenemos estrategias más económicas para calmar el estrés. Porque acá tenemos de todo, como en botica.
Estrategias: Mascar un chicle Beldent, que no suma calorías y calma los nervios. Pegarle a alguien. Eso tampoco suma calorías y también calma los nervios. Gritar hasta quedarnos afónicas.

3- ESTAMOS CANSADAS: Parece que, después de una noche de insomnio o de un gran esfuerzo físico, nuestros cuerpecillos exigen hidratos de carbono. Piden facturas, mermeladas y galletitas. Porque necesitan una inyección de energía. ¿Y qué mejor inyección de energía que un vigilante con dulce de membrillo y crema pastelera? Paradójicamente, después de mandarnos una docena de churros rellenos, nos sentiremos más cansadas que antes. Los azúcares generan un aumento veloz de energía y un descenso igual de vertiginoso. Y, además, nos acercan tenebrosamente al talle 48. Así que las inyecciones de energía hay que buscarlas por otro lado.
Estrategias: Hacer ejercicio. Caminar (para mí estas cosas cansan más, pero qué se yo). Una porción de budín de pan, según los expertos, puede ser mágicamente reemplazada por un trote alrededor de la vuelta manzana.

4- ACABAMOS DE HACER GYM: Hacer ejercicio consume las proteínas de nuestras humanidades. Después de pasar por el gimnasio, queremos una milanesa a la napolitana, unas costillitas de cerdo o, a lo sumo, una latita de atún (en aceite; el otro no tiene gusto a nada). Abalanzarnos sobre estos manjares es una boludez hecha y derecha. Sufrir en el gimnasio para tirar todo el esfuerzo por la borda en pos de un sánguche de chorizo es un acto aberrante que sólo puede perpetrar una mina de poco seso.
Estrategias: Tomarnos un vaso de leche descremada. Comernos una barrita de Cereal Fort diet. Quedarnos a vivir en el gimnasio, lejos de cualquier otra tentación que no sea acogotar a nuestra profesora.

5- ESTAMOS RODEADAS DE GENTE QUE COME: Si estamos en un bar, un restaurante o un McDonald’s y la gente que nos rodea está comiendo, como era de esperarse, tenderemos a imitar a estos felices masticadores. Ver gente comiendo abre nuestro apetito. Comemos por imitación (del mismo modo que fumamos por imitación y chupamos por imitación).
Estrategias: Engañar al estómago con un trago (con un trago de agua Ser, por supuesto; los mojitos, la caipirinha y el Tía María con crema están estrictamente prohibidos). Charlar (ya sabemos que es de mala educación hablar con la boca llena, así que si charlamos todo el tiempo como radios enloquecidas evitaremos llevarnos cualquier alimento a la boca). Histeriquear. No ir a esos lugares; ir a un restaurante para no comer es algo decididamente masoquista.

6- ESTAMOS TRISTES: La tristeza, señores, ha sido mal compensada desde nuestra más tierna infancia. Llanto: teta. Llanto: mamadera. Llanto: chupetín. Llanto: Huevo Kinder.Este recurso, quiérase o no, está incorporado en nos y hace sus estragos. Ante cualquier sensación de vacío o inquietud, nos sentimos impulsados a buscar algo que nos colme. Teta. Mamadera. Chupetín. Huevo Kinder. Tortilla a la española. Hay que sacudirse esa costumbre malsana de comer para llenar vacíos, porque con esa conducta suicida lo único que llenamos es nuestro estómago.
Estrategias: Llamar a una amiga. Salir a caminar. Llorar a moco tendido.

7- NO QUEREMOS ENFRENTAR UNA OBLIGACIÓN: Es común utilizar la comida como excusa para postergar una actividad que no tenemos ganas de realizar (esto sería algo así como “No puedo hacer esta monografía porque antes tengo que comerme un sánguche”, “No puedo lavar la ropa porque antes tengo que comerme una porción de lemon pie”, etc.). También se utiliza la comida como pretexto para postergar la toma de una decisión (“No me separo antes de terminar este plato de fideos con tuco”, “No le pego a mi ex antes de terminar esta porción de Selva Negra”, etc.). Postergar comiendo nos hace sentir que no postergamos. Que estamos haciendo algo importante, no perdiendo el tiempo en Facebook. Para vivir una tiene que comer. Todo lo demás puede esperar.
Estrategias: Evitar decir lo que acabo de decir, o sea, “Para vivir una tiene que comer”. No engañarse con excusas autocomplacientes: el plato de fideos con tuco puede esperar, que para algo están los microondas. Dejarse de joder y ponerse a hacer lo que hay que hacer.

8- TENEMOS SED: Nuestro cerebro, ante una situación de sed, dispara señales muy parecidas a las que emite ante una situación de hambre. Entonces una, que es bastante pavota, creé que quiere un Mantecol cuando en realidad lo que necesita es hidratarse.
Estrategias: Tomar un vaso de agua antes de cada comida. Tomar un vaso de agua cuando se nos antoje un kilo de helado. Tomar un vaso de agua. Y otro. Y otro.

9- ESTAMOS ABURRIDAS: Las emociones más ligadas a la comida son la ira, el aburrimiento y la ansiedad. Una noche de sábado en la que una se quedó en la casa como una pavota y no encuentra una película decente en el cable, es el caldo de cultivo ideal para la ingesta de alimentos por aburrimiento. Una tarde interminable en casa, en la oficina o en donde sea, también se presta a la masticación compulsiva. Escuchar al novio, al marido o al amante decir las mismas burradas de siempre, es otra situación límite que nos empuja a la panadería. 
Estrategias: Decir “Estoy aburrida” en voz alta para convencernos de que lo nuestro es aburrimiento y no apetencia. Buscar alguna actividad entretenida para hacer con nuestras manos: coser, bordar y abrir la puerta para ir a jugar. Separarnos.

10- ESTAMOS MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL Y ESTAR GORDAS NOS IMPORTA TRES CARAJOS: Comemos por placer. Poseemos agallas. Sabemos que somos algo más que una bolsa (grande) de tornillos sueltos. Nuestra espiritualidad es muy elevada: estamos en la Tierra con una misión mucho más trascendente que caber en un jean talle 34. Fuimos flacas en algún momento de nuestras vidas y sabemos que una cinturita de avispa no nos hizo ni más felices ni más amadas. Tenemos la panza llena y el corazón contento. Nos importa bien poco lo que diga la vecina que nos cuenta los rollitos o la compañera de secundario que hace alusión a nuestras amplitudes (nosotras, que somos buena gente, callamos ante su tez rugosa y estropeada por horas de cama solar). Somos así: nos toman o nos dejan. Y si nos dejan, se lo pierden ustedes. 

Espero que esta parrafada haya servido para echar luz acerca de las causas que nos empujan a abrazarnos de manera demencial a un pollo al horno con papas. Cada mujer sabrá por qué come y de qué manera eso afecta su psiquis y su autoestima. Yo, que no soy ninguna sílfide, asumo que muchas veces como por ira, ansiedad, depresión o aburrimiento. Pero aviso, por las dudas, que unos kilitos de más no me quitan el sueño. Y que muchas veces como pura y exclusivamente por placer. Sin sentir, siquiera, un atisbo de culpa. Sin morirme de vergüenza. Sin castigarme por la picadita del domingo. La vida es una sola, señores. Como diría mi suegro, “De este mundo llevarás panza llena y nada más”. 

¿O hay algún iluso que pretenda llevarse otra cosa?




Ilustraciones: Duane Bryers

No hay comentarios:

Publicar un comentario