lunes, 30 de enero de 2012

THERE’S A PLACE


THERE’S A PLACE
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 "Las mujeres necesitan una razón para tener sexo. Los hombres sólo necesitan un lugar." 
Billy Crystal

Hay un momento en la vida de toda mujer en el que el aburrimiento más absoluto se convierte en un ingrediente no deseado pero ineludible en su vida amatoria. La que dice que no, miente o todavía está en la escuela primaria. El sexo deja de ser una actividad placentera y pasa a ser un trámite engorroso. Una piensa, entonces, que la solución a tanta diligencia amatoria con visos de hastío es cambiar urgentemente de partenaire. Pero una piensa eso porque, en el fondo, es una degenerada. La solución a este entuerto tedioso no pasa, según los sitios de Internet que gustan atiborrar a las damas de consejos descabellados, por cambiar al masculino que supimos conseguir, sino por cambiar las sábanas. No, no. Por sábanas limpias, no. Por otros ámbitos más propicios para tener intercambios carnales satisfactorios.
Parece que hacer el amor en la cama es una antigüedad. La cama es para los enfermos, los moribundos y los vagos. Para tener buen sexo hay que atreverse a revolear la chancleta en los lugares menos pensados. Pasen y vean. 

HACER EL AMOR EN UN PROBADOR:

El probador, mis queridos, es un lugar ratoneador como pocos. Esto se debe a que es un sitio estrecho, íntimo y caluroso donde esconderse del resto del mundo, pero no tanto. Porque una está adentro del probador y sabe que afuera hay un montón de gente. Y eso es estimulante. Además, el probador es uno de los pocos lugares en donde las personas se pueden desnudar completamente.
Según cuentan en Internet, el probador tiene varias ventajas, a saber: la adrenalina de ese delicioso momento hará menos doloroso el paso por caja, tendremos una experiencia que todas nuestras amigas envidiarán y puede que, si soplan buenos vientos, nuestros masculinos se hagan adictos a las compras. Yo agregaría que es más barato que un hotel. Hasta puede ser gratis. Probarse no implica comprar. Eso lo sabemos todas las mujeres.
Pero el probador tiene, cómo no, sus inconvenientes. Un espejo gigante a ½ centímetro de nuestros cuerpecitos baqueteados y unas luces de lo más botonas que ponen en evidencia arrugas, celulitis y cualquier marca de fábrica que puede camuflarse decentemente a la luz de una vela. Una vendedora idiota preguntando: “¿Y, cómo te quedó?” cada 45 segundos. Una cortinita de mierda que en cualquier momento se va al carajo. Etc.
El probador, obviamente, no es apto para claustrofóbicos. Pero puede ser un buen escenario para levantar la autoestima de los eyaculadores precoces. Porque en este lugarcito estrecho, íntimo y caluroso hay que hacerlo todo a los piques, como se imaginarán. 

HACER EL AMOR EN UN ASCENSOR:

El ascensor, queridos míos, es un clásico de clásicos. El que no hizo el amor en el ascensor no sabe lo que es el sexo. Por lo menos, es lo que dicen estos sitios orientados a enloquecer a las mujeres y provocar en nosotras comportamientos que rayan en lo psicótico. El ascensor también es un lugar estrecho, íntimo y caluroso en el que corremos el delicioso riesgo de ser atrapadas con las manos en la masa. Y también tiene la ventaja de ser económico. Pero igualmente tiene un espejo de mierda y unas luces de mierda, y, aunque la “Cosmo” y “enfemenino.com” nos doren la píldora, nuestra vida no es un fotograma de “Felices para siempre” y el tipejo con el que sudaremos tres pisos en ascensor nunca será Johnny Deep. Ni siquiera Joaquín Sabina.
El ascensor tampoco es apto para claustrofóbicos. Ni para señoras que necesiten un precalentamiento más o menos elaborado. Pero ofrece la posibilidad de tirarnos una canita al aire con un perfecto desconocido y hacernos la ilusión de que somos Maria Schneider. 

HACER EL AMOR EN UN AVIÓN:

Acá la cosa se encarece un poco. Pero la premisa es la misma: un lugar estrecho, íntimo y caluroso donde estemos incómodas y nerviosas, porque eso, señores, es el súmmun del placer erótico.
La primera opción para hacer el amor en un avión es el baño. Se imaginarán ustedes qué piensa vuestra servidora de los baños públicos como escenario de encuentros sexuales. Además, considerando que en el baño de un avión es difícil hasta hacer pis, hacer el amor debe ser complicadísimo. Vale tener en cuenta que un Boeing 777 tiene 9 baños para 300 pasajeros, dato que, en lo personal, me quita las ganas de cualquier peripecia erótica en tales reductos.
Otra opción es hacerlo debajo de la manta. Para esto es menester abordar un vuelo nocturno, cosa de que las azafatas no rompan las pelotas cada cinco minutos. Y ser medianamente discretos. Hacer el amor debajo de la manta no es apto para gritones o aulladores.
La tercera opción y, por qué no, la más interesante, es hacerlo con un miembro de la tripulación. Porque los uniformes… ¡ah, los uniformes nos vuelven locas! Esta experiencia provocará que nuestras amigas se mueran de envidia, pero, para no poner en riesgo al resto del pasaje se aconseja optar por el copiloto o por algún azafato más o menos en precio y dejar que el piloto siga con lo suyo.
La última opción y la más onerosa, es hacerlo en un vuelo privado. Esta variante suma comodidad pero quita adrenalina.

HACER EL AMOR EN UN TREN:

Si el cuero no nos da para costearnos un pasaje de avión, siempre nos queda la opción más barata: hacerlo en un tren. Opción bastante lastimosa, la verdad, porque si el baño de un Boeing 777 es poco glamoroso, faltan adjetivos elocuentes para calificar el de cualquier tren que surque nuestras pampas. También se puede hacer el amor en un coche-cama, teniendo en cuenta, eso sí, que el tren se mueve mucho y que las literas son más bien angostas. Esta variante, claro está, sólo es válida para viajes largos.
En los viajes cortos, lo más recomendable es agarrar fuerte la cartera y rezar un Padrenuestro.

HACER EL AMOR EN UN CINE:

A mí, hacer el amor en un cine me parece la pelotudez más grande del mundo. Pero gustos son gustos, dijo una vieja. Lo ideal, según dice la gente sapiente, es ir a una función que esté poco concurrida y elegir una película de mierda, cosa de que nadie se distraiga. El problema pasa por dilucidar cuál es una película de mierda. Porque, para mí, por ejemplo, una película de mierda es “Duro de matar” y para mi partenaire, “Los puentes de Madison”. Discrepancias de este tipo acaban con los ardores amatorios por el piso.

HACER EL AMOR EN UN AUTO:

Según los expertos, dentro del vehículo uno se siente como en una burbuja, un escondite alejado del mundo exterior, que nos protege de la mirada de los curiosos que puedan pulular por los alrededores. No sé, no sé. Vamos a sincerarnos. ¿Por qué querría una hacer el amor en un auto? ¿Chi lo sa? ¿Para rememorar viejos tiempos, cuando el vago con el que se entretenía no podía costearse un lugar decente? ¿Para sentirse otra vez como una adolescente fervorosa? ¿Para ver si aparece Jason Voorhees y pedirle un autógrafo…?

La lista, señoras, no termina acá. Sigue. Una puede hacer el amor en el sauna, en el subte, en la playa y en la cola de la panadería. La cuestión es buscar nuevos escenarios para nuestras peripecias eróticas. Descubrir lugares excitantes. Ahogarse en adrenalina y furor. Probar. Probar. Probar.
Déjenme confesarles, queridos leedores, que, después de escribir este esclarecedor artículo, empiezo a sospechar que estoy hecha una vieja chota. Porque a mí me tira la cama. Tengo mis atenuantes, eso sí: soy claustrofóbica, le tengo aversión a los trenes y repugnancia a los baños públicos. Y “Los puentes de Madison” me gusta mucho. 

Me gusta más que "Nueve semanas y media", carajo.

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