THERE’S A PLACE
.
"Las mujeres necesitan una razón para tener sexo. Los hombres
sólo necesitan un lugar."
Billy Crystal
Hay un
momento en la vida de toda mujer en el que el aburrimiento más absoluto se
convierte en un ingrediente no deseado pero ineludible en su
vida amatoria. La que dice que no, miente o todavía está en la escuela
primaria. El sexo deja de ser una actividad placentera y pasa a ser un trámite
engorroso. Una piensa, entonces, que la solución a tanta diligencia amatoria
con visos de hastío es cambiar urgentemente de partenaire. Pero una piensa eso
porque, en el fondo, es una degenerada. La solución a este entuerto tedioso no
pasa, según los sitios de Internet que gustan atiborrar a las damas de consejos
descabellados, por cambiar al masculino que supimos conseguir, sino por cambiar
las sábanas. No, no. Por sábanas limpias, no. Por otros ámbitos más propicios para
tener intercambios carnales satisfactorios.
Parece
que hacer el amor en la cama es una antigüedad. La cama es para los enfermos,
los moribundos y los vagos. Para tener buen sexo hay que atreverse a revolear
la chancleta en los lugares menos pensados. Pasen y vean.
HACER EL AMOR EN UN PROBADOR:
El
probador, mis queridos, es un lugar ratoneador como pocos. Esto se debe a que
es un sitio estrecho, íntimo y caluroso donde esconderse del
resto del mundo, pero no tanto. Porque una está adentro del
probador y sabe que afuera hay un montón de gente. Y eso es
estimulante. Además, el probador es uno de los pocos lugares en donde las
personas se pueden desnudar completamente.
Según
cuentan en Internet, el probador tiene varias ventajas, a saber: la adrenalina
de ese delicioso momento hará menos doloroso el paso por caja, tendremos una
experiencia que todas nuestras amigas envidiarán y puede que, si soplan buenos
vientos, nuestros masculinos se hagan adictos a las compras. Yo agregaría que
es más barato que un hotel. Hasta puede ser gratis. Probarse no implica
comprar. Eso lo sabemos todas las mujeres.
Pero el
probador tiene, cómo no, sus inconvenientes. Un espejo gigante a ½ centímetro
de nuestros cuerpecitos baqueteados y unas luces de lo más botonas que ponen en
evidencia arrugas, celulitis y cualquier marca de fábrica que puede camuflarse
decentemente a la luz de una vela. Una vendedora idiota preguntando: “¿Y,
cómo te quedó?” cada 45 segundos. Una cortinita de mierda que en
cualquier momento se va al carajo. Etc.
El
probador, obviamente, no es apto para claustrofóbicos. Pero puede ser un buen
escenario para levantar la autoestima de los eyaculadores precoces. Porque en
este lugarcito estrecho, íntimo y caluroso hay que hacerlo
todo a los piques, como se imaginarán.
HACER EL AMOR EN UN ASCENSOR:
El
ascensor, queridos míos, es un clásico de clásicos. El que no
hizo el amor en el ascensor no sabe lo que es el sexo. Por lo menos, es lo que
dicen estos sitios orientados a enloquecer a las mujeres y provocar en nosotras
comportamientos que rayan en lo psicótico. El ascensor también es un lugar estrecho,
íntimo y caluroso en el que corremos el delicioso riesgo de ser
atrapadas con las manos en la masa. Y también tiene la ventaja de ser
económico. Pero igualmente tiene un espejo de mierda y unas luces de mierda, y,
aunque la “Cosmo” y “enfemenino.com” nos
doren la píldora, nuestra vida no es un fotograma de “Felices para
siempre” y el tipejo con el que sudaremos tres pisos en ascensor nunca
será Johnny Deep. Ni siquiera Joaquín Sabina.
El
ascensor tampoco es apto para claustrofóbicos. Ni para señoras que necesiten un
precalentamiento más o menos elaborado. Pero ofrece la
posibilidad de tirarnos una canita al aire con un perfecto desconocido y
hacernos la ilusión de que somos Maria Schneider.
HACER EL AMOR EN UN AVIÓN:
Acá la
cosa se encarece un poco. Pero la premisa es la misma: un lugar estrecho,
íntimo y caluroso donde estemos incómodas y nerviosas, porque
eso, señores, es el súmmun del placer erótico.
La
primera opción para hacer el amor en un avión es el baño. Se imaginarán ustedes
qué piensa vuestra servidora de los baños públicos como escenario de encuentros
sexuales. Además, considerando que en el baño de un avión es difícil hasta
hacer pis, hacer el amor debe ser complicadísimo. Vale tener en cuenta que un Boeing
777 tiene 9 baños para 300 pasajeros, dato que, en lo personal, me
quita las ganas de cualquier peripecia erótica en tales reductos.
Otra
opción es hacerlo debajo de la manta. Para esto es menester abordar un vuelo
nocturno, cosa de que las azafatas no rompan las pelotas cada cinco minutos. Y
ser medianamente discretos. Hacer el amor debajo de la manta no es apto para
gritones o aulladores.
La
tercera opción y, por qué no, la más interesante, es hacerlo con un miembro de
la tripulación. Porque los uniformes… ¡ah, los uniformes nos vuelven
locas! Esta experiencia provocará que nuestras amigas se mueran de
envidia, pero, para no poner en riesgo al resto del pasaje se aconseja optar
por el copiloto o por algún azafato más o menos en precio y dejar que el piloto
siga con lo suyo.
La última
opción y la más onerosa, es hacerlo en un vuelo privado. Esta variante suma
comodidad pero quita adrenalina.
HACER EL AMOR EN UN TREN:
Si el
cuero no nos da para costearnos un pasaje de avión, siempre nos queda la opción
más barata: hacerlo en un tren. Opción bastante lastimosa, la verdad, porque si
el baño de un Boeing 777 es poco glamoroso, faltan adjetivos
elocuentes para calificar el de cualquier tren que surque nuestras pampas.
También se puede hacer el amor en un coche-cama, teniendo en cuenta, eso sí,
que el tren se mueve mucho y que las literas son más bien angostas. Esta
variante, claro está, sólo es válida para viajes largos.
En los
viajes cortos, lo más recomendable es agarrar fuerte la cartera y rezar un
Padrenuestro.
HACER EL AMOR EN UN CINE:
A mí,
hacer el amor en un cine me parece la pelotudez más grande del mundo. Pero gustos
son gustos, dijo una vieja. Lo ideal, según dice la gente sapiente, es
ir a una función que esté poco concurrida y elegir una película de mierda, cosa
de que nadie se distraiga. El problema pasa por dilucidar cuál es
una película de mierda. Porque, para mí, por ejemplo, una película de mierda es “Duro
de matar” y para mi partenaire, “Los puentes de Madison”. Discrepancias
de este tipo acaban con los ardores amatorios por el piso.
HACER EL AMOR EN UN AUTO:
Según los
expertos, dentro del vehículo uno se siente como en una burbuja, un
escondite alejado del mundo exterior, que nos protege de la mirada de los
curiosos que puedan pulular por los alrededores. No sé, no sé. Vamos
a sincerarnos. ¿Por qué querría una hacer el amor en un auto? ¿Chi
lo sa? ¿Para rememorar viejos tiempos, cuando el vago con el que se
entretenía no podía costearse un lugar decente? ¿Para sentirse otra vez como
una adolescente fervorosa? ¿Para ver si aparece Jason Voorhees y pedirle un
autógrafo…?
La lista,
señoras, no termina acá. Sigue. Una puede hacer el amor en el sauna, en
el subte, en la playa y en la cola de la panadería. La cuestión es
buscar nuevos escenarios para nuestras peripecias eróticas. Descubrir lugares
excitantes. Ahogarse en adrenalina y furor. Probar. Probar. Probar.
Déjenme
confesarles, queridos leedores, que, después de escribir este esclarecedor
artículo, empiezo a sospechar que estoy hecha una vieja chota. Porque a mí me
tira la cama. Tengo mis atenuantes, eso sí: soy claustrofóbica, le
tengo aversión a los trenes y repugnancia a los baños públicos. Y “Los puentes
de Madison” me gusta mucho.
Me gusta más que "Nueve semanas y media", carajo.
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