LAS
SEIS ETAPAS DE LA PAREJA
“Lo
malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y, cuando se han
curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado.”
Groucho
Marx
Dicen los que saben (o,
por lo menos, los que escriben poemas, canciones y guiones de películas rosadas
como un chicle Bazooka)
que el amor es una cosa
esplendorosa. Y así debe ser,
nomás, porque cuando una está enamorada todo se ve brillante y resplandeciente, aunque más no
sea porque la alegría de un romance bien avenido nos da nuevos bríos para
fregar los pisos y los azulejos del baño. Pero ese esplendor, mis queridos, no es eterno o, por lo
menos, no refulge siempre con la misma cegadora
intensidad. A medida que pasa el tiempo, las yuntas amorosas atraviesan
distintas etapas más o menos propicias para los relumbres del amor, muy bien detalladas por
Victoria Cadarso, licenciada en psicología de la Universidad Complutense de Madrid y psicoterapeuta de Terapia Centrada en el Cliente,
Gestalt y Psicodinámica, en
su libro “Botiquín para un
corazón roto. Consejos para curar las heridas del amor y transformar el
sufrimiento en autoconocimiento”. Para
que ustedes puedan dilucidar en qué etapa de la relación se encuentran, se las
acerco. Tengan en cuenta, eso sí, que los períodos de tiempo que dura cada
etapa son, simplemente, estimativos (dependen de muchos factores, especialmente
del tiempo de convivencia).
LAS SEIS ETAPAS DE LA PAREJA
1- Enamoramiento o fusión (del 1º mes a los 18 meses de
relación, aproximadamente, aunque a algunos suertudos esta etapa puede durarles
alrededor de 30 meses)
La etapa de enamoramiento es un tiempo lleno de grandes esperanzas y, por supuesto, de grandes pegoteos. Los enamorados quieren estar todo
el tiempo juntos y suelen dejar tras de sí una inmunda estela de baba, como si
en lugar de cristianos hechos y derechos fueran abominables caracoles de
jardín. Están extasiados el uno con el otro y acostumbran a sentir una caterva
de bichos sospechosos dándoles vueltas en las vísceras cuando tienen frente a
sí a su adorada media naranja. El deseo y la pasión están totalmente
desbocados, con o sin actividad sexual, pero con una intensa fantasía. Las
diferencias entre los tórtolos no se tienen en cuenta y se pone especial
hincapié en destacar lo que tienen en común. Todo se comparte: las hombres van de shopping con alegría y
los mujeres a ver películas infames como “Rápido
y furioso” sin chistar. Casi
no se discute, un poco porque no hay motivos y otro poco porque los enamorados
temen que una discusión pueda ensombrecer los benditos esplendores del amor.
¿Qué hay para aprender en
esta etapa? Según los especialistas, en
esta etapa venturosa debemos aprender a mostrarnos tal como somos (para mí este consejo no tiene
mucho sentido, si después de pasados los treinta meses de enamoramiento
nuestros amados van a vernos tal como somos, con todas nuestras miserias
y todos nuestros defectos, sin necesidad de que nosotras les mostremos nada,
pero, en fin, yo especialista no soy). Y, por supuesto,
comprender y aceptar que las maripositas que nos revolotean en el estómago
cuando vemos a nuestros tórtolos tienen fecha de vencimiento. Cindy Hazan, de la Universidad de Cornell, en Nueva York, sostiene que “los seres humanos se encuentran
biológicamente programados para sentirse apasionados entre dieciocho y treinta
meses”. Hazan ha entrevistado
y estudiado a cinco mil personas de treinta y siete culturas diferentes y ha
arribado a una conclusión bastante deprimente: el enamoramiento posee un tiempo de vida lo suficientemente largo para que la
pareja se conozca, copule y tenga descendencia pero lo suficientemente corto
como para que nunca se cumpla eso de que fueron
felices y comieron perdices. El amor es una droga y, como tal, estimula en
el cerebro los mismos circuitos que algunas de las más nocivas, como, por
ejemplo, la cocaína (los circuitos de la dopamina y norepinefrina,
conocidos como circuitos de
recompensa). Y tal como ocurre con esas sustancias, el cerebro genera
mecanismos de tolerancia
o acostumbramiento y, por ende, cada vez se necesitan mayores cantidades de
estimulante para producir el mismo efecto. Parece que si la estimulación se
mantuviera siempre constante terminaríamos con el cerebro seriamente dañado
(pero felices). De lo antedicho se desprenden un par de conclusiones
descorazonadoras: Dios nos
odia y/o la naturaleza es cruel.
2- Relación y vinculación (18 meses a 3 años)
En esta etapa los integrantes
de la pareja aún se muestran afectuosos el uno con el otro pero empiezan a
necesitar alguna que otra bocanada de aire fresco. Pueden diferenciar el “vos-yo”
del “nosotros” y dejan de lado el pegoteo característico de la etapa anterior.
La relación ya no es tan pasional ni simbiótica y el dormitorio (si bien sigue
siendo usado con asiduidad para menesteres más salerosos que dormir) va dejando
lugar a otros paisajes. La peregrina idea de la convivencia suele aparecer en este momento.
También aparecen los primeros conflictos y discusiones más o menos serios: ya
no hay tanto temor a empañar los fulgores de un amor glorioso y eso nos permite
reclamarle a nuestro pastelito que no deje calzones sucios tirados por ahí y
exigirle que nos lleve al cine a ver una película que sea algo más que un largo
video clip de explosiones y estupidez. Empiezan a notarse las diferencias
entre los tórtolos y se reincorporan a la vida a los amigos y familiares
excluidos durante la etapa de fusión, en la cual la pareja era una fortaleza
inexpugnable circundada por un foso de baba, lo que suele generar quilombetes y
tensiones.
¿Qué hay para aprender en
esta etapa? En esta etapa, es fundamental
aprender a mostrar nuestra individualidad y distinguir la de nuestra media
naranja. También es necesario conocer y aceptar que existen diferencias de
género, que deben ser respetadas para lograr un mejor entendimiento ( No, a las
damas no nos gustan películas como “Rápido y furioso” y a los caballeros
no les gustan las novelas de Thalía, a ver si nos avivamos de una vez por
todas).
3- Convivencia (2º y 3º año)
Durante esta etapa el nivel
sexual baja. No estrepitosamente (para eso faltan un par de añitos más), pero
baja. Porque Dios nos odia, la
naturaleza es cruel y los seres humanos somos
incomprensibles: ahora que tenemos una camita mullida y no una palanca de
cambios incrustada en los riñones, hacer el amor no nos apetece tanto como
antes. El afecto se manifiesta con gestos de compañerismo. Es el periodo en el
que se ponen las energías en decorar la casa y hacerla confortable. La rutina,
esa turra que todo lo contamina (con rima y todo) empieza a dar sus primeras
señales y surgen las discusiones por los roles domésticos. Los parientes
aportan su granito de arsénico a la relación. Etc.
¿Qué hay para aprender en
esta etapa? En esta etapa es menester
aprender a dialogar y, cómo no, a discutir. Discutir no implica gritar, putear y
golpearse ni asestarle a la relación una herida mortal, sino exponer y defender
puntos de vista y ser capaces de llegar a acuerdos beneficiosos para ambos
integrantes de la pareja.
4- Autoafirmación (del 3º al
4º año)
Este es el momento en el cual
los integrantes de la dupla amorosa se sienten lo suficientemente seguros como
para hacer cosas por separado. Si alguno de los dos tórtolos es demasiado
posesivo y no tiene en cuenta las necesidades individuales de su partenaire, creará,
a la larga, resentimiento en la pareja. Los enamorados, quienes hasta este
momento priorizaron los intereses de la relación, comienzan a darle importancia
a sus intereses personales. Las diferencias evolutivas pueden crear problemas.
Las personas con baja autoestima, apoyadas eternamente en sus medias naranjas,
se suelen sufrir el proceso de establecer una identidad separada a la de su
cónyuge. Los inseguros temen que en los talleres literarios o de arte se
revoleen más calzones que lápices y pinceles. Surgen las luchas de poder.
¿Qué hay para aprender en
esta etapa?
En esta etapa es necesario desarrollar la capacidad de compromiso. Si alguno de
los tórtolos tiene baja autoestima y vive temeroso de ser engañado o
abandonado urge que haga algo para revertir esta situación: el miedo suele
actuar como profecía
autocumplida. Parece que, al
contrario de lo que pensábamos todos, obnubilados por la pollera plisada de
Marilyn y por sus preciosas piernas, las comezones
matrimoniales poco tienen que
ver con el séptimo año y mucho con el cuarto: un número significativo de
matrimonios llega a su fin al cuarto año, situación que se da en distintas
culturas, según varios estudios.
5- Colaboración (del 5º al
15º año)
Se supone que en esta etapa
de la pareja ya hay hijos y algunos de ellos transitan la adolescencia, lo que
es garantía de quilombo seguro. Si, además, cada integrante del dúo amoroso
busca tener un proyecto propio, la cosa se resiente. En algunos casos, la
pareja se une en esta etapa para realizar proyectos en común que trascienden a
los hijos, situación que favorece el resurgimiento de la relación y evita el
aburrimiento. La seriedad y la sensación de fiabilidad reemplazan la
inseguridad y el miedo a la pérdida de las etapas anteriores. Ya desarrollaron
las destrezas de la convivencia, saben lo que piensa el otro y pueden resolver
las diferencias. El gran cuco de este período de la relación
es la mala comunicación: dar las cosas por sentadas suele terminar para el
traste. Otro problema común es la falta de sincronicidad en los crecimientos
personales o el excesivo interés en una actividad o proyecto determinados, en
detrimento de lo afectivo. Una cosa es que los integrantes de una pareja sean independientes y otra muy distinta, que cada uno se corte solo. La etapa de colaboración es, posiblemente, la etapa más dura.
Tal es así que, actualmente, la duración promedio de un matrimonio es de once
años.
¿Qué hay para aprender en
esta etapa?
En esta etapa tenemos que seguir profundizando los aprendizajes de las
anteriores: capacidad de compromiso y falta de posesividad. Juntos pero no
revueltos. Pero juntos.
6- Adaptación (del 15º al 25º
año)
En esta etapa la pareja debe
adaptarse a los cambios externos: los hijos crecen, los padres envejecen y
aparecen presbicias, menopausias, crisis de la mediana edad y otras guachadas
de la vida. Las fantasías e ilusiones acerca de cómo podría ser la relación se
desmoronan estrepitosamente y para siempre. Es un momento crítico en el que la
pareja se puede romper (o uno puede romperle la cabeza a la pareja) o puede
adaptarse a una nueve rutina sin hijos (sin pelo para los varones y sin cintura
para las mujeres, además). Cada uno de los tórtolos se cuestiona los valores
propios y ajenos y se pregunta si sus elecciones de vida fueron las correctas.
¿Sigo?
¿Qué hay para aprender en
esta etapa?
Qué se yo. ¿Veinticinco años aguantando al mismo tipo y todavía me queda algo
por aprender?
Hasta aquí, mis queridos, las
seis etapas de la pareja enumeradas por Victoria Cadarso. Debo confesarles que
a medida que escribía este artículo iba desinflándome como un globo pinchado.
Pero a no desesperar: si bien las mariposas que nos avisaban que estábamos
frente al hombre de nuestros sueños (¡qué pobre soñamos, carajo!) fenecieron
hace rato, todavía hay cosas positivas en nuestra relación de pareja: ya
superamos hace rato toda esa idiotez de la posesividad y los celos, nuestro
hijo se hace la comida solo y tenemos dos televisores, así que esta noche,
cuando una quiera ver una película y el otro a Boca no nos vamos a sacar los ojos.
Me despido de ustedes con un
pequeño y maravilloso texto de la poeta española Amalia Bautista: “Repíteme otra vez que la pareja
del cuento fue feliz hasta la muerte, que ella no le fue infiel, que a él ni
siquiera se le ocurrió engañarla. Y no te olvides de que, a pesar del tiempo y
los problemas, se seguían besando cada noche. Cuéntamelo mil veces, por favor:
es la historia más bella que conozco.”
Buenas tardes.
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