lunes, 9 de noviembre de 2015

LAS SEIS ETAPAS DE LA PAREJA


LAS SEIS ETAPAS DE LA PAREJA

“Lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado.”
Groucho Marx

Dicen los que saben  (o, por lo menos, los que escriben poemas, canciones y guiones de películas rosadas como un chicle Bazooka) que el amor es una cosa esplendorosa. Y así debe ser, nomás, porque cuando una está enamorada todo se ve brillante y resplandeciente, aunque más no sea porque la alegría de un romance bien avenido nos da nuevos bríos para fregar los pisos y los azulejos del baño. Pero ese esplendor, mis queridos, no es eterno o, por lo menos, no refulge siempre con la misma cegadora intensidad. A medida que pasa el tiempo, las yuntas amorosas atraviesan distintas etapas más o menos propicias para los relumbres del amor, muy bien detalladas por Victoria Cadarso, licenciada en psicología de la Universidad Complutense de Madrid y psicoterapeuta de Terapia Centrada en el Cliente, Gestalt y Psicodinámica, en su libro “Botiquín para un corazón roto. Consejos para curar las heridas del amor y transformar el sufrimiento en autoconocimiento”. Para que ustedes puedan dilucidar en qué etapa de la relación se encuentran, se las acerco. Tengan en cuenta, eso sí, que los períodos de tiempo que dura cada etapa son, simplemente, estimativos (dependen de muchos factores, especialmente del tiempo de convivencia).

LAS SEIS ETAPAS DE LA PAREJA

1- Enamoramiento o fusión (del 1º mes a los 18 meses de relación, aproximadamente, aunque a algunos suertudos esta etapa puede durarles alrededor de 30 meses)

La etapa de enamoramiento es un tiempo lleno de grandes esperanzas y, por supuesto, de grandes pegoteos. Los enamorados quieren estar todo el tiempo juntos y suelen dejar tras de sí una inmunda estela de baba, como si en lugar de cristianos hechos y derechos fueran abominables caracoles de jardín. Están extasiados el uno con el otro y acostumbran a sentir una caterva de bichos sospechosos dándoles vueltas en las vísceras cuando tienen frente a sí a su adorada media naranja. El deseo y la pasión están totalmente desbocados, con o sin actividad sexual, pero con una intensa fantasía. Las diferencias entre los tórtolos no se tienen en cuenta y se pone especial hincapié en destacar lo que tienen en común. Todo se comparte: las hombres van de shopping  con alegría y los mujeres a ver películas infames como “Rápido y furioso” sin chistar. Casi no se discute, un poco porque no hay motivos y otro poco porque los enamorados temen que una discusión pueda ensombrecer los benditos esplendores del amor.

¿Qué hay para aprender en esta etapa? Según los especialistas, en esta etapa venturosa debemos aprender a mostrarnos tal como somos (para mí este consejo no tiene mucho sentido, si después de pasados los treinta meses de enamoramiento nuestros  amados van a vernos tal como somos, con todas nuestras miserias y todos nuestros defectos, sin necesidad de que nosotras les mostremos nada, pero, en fin, yo especialista no soy). Y, por supuesto, comprender y aceptar que las maripositas que nos revolotean en el estómago cuando vemos a nuestros tórtolos tienen fecha de vencimiento. Cindy Hazan, de la Universidad de Cornell, en Nueva York, sostiene que “los seres humanos se encuentran biológicamente programados para sentirse apasionados entre dieciocho y treinta meses”. Hazan ha entrevistado y estudiado a cinco mil personas de treinta y siete culturas diferentes y ha arribado a una conclusión bastante deprimente: el enamoramiento posee un tiempo de vida lo suficientemente largo para que la pareja se conozca, copule y tenga descendencia pero lo suficientemente corto como para que nunca se cumpla eso de que fueron felices y comieron perdices. El amor es una droga y, como tal, estimula en el cerebro los mismos circuitos que algunas de las más nocivas, como, por ejemplo, la cocaína (los circuitos de la dopamina y norepinefrina, conocidos como circuitos de recompensa). Y tal como ocurre con esas sustancias, el cerebro genera mecanismos de tolerancia  o acostumbramiento y, por ende, cada vez se necesitan mayores cantidades de estimulante para producir el mismo efecto. Parece que si la estimulación se mantuviera siempre constante terminaríamos con el cerebro seriamente dañado (pero felices). De lo antedicho se desprenden un par de conclusiones descorazonadoras: Dios nos odia y/o la naturaleza es cruel.

2- Relación y vinculación (18 meses a 3 años)

En esta etapa los integrantes de la pareja aún se muestran afectuosos el uno con el otro pero empiezan a necesitar alguna que otra bocanada de aire fresco. Pueden diferenciar el “vos-yo” del “nosotros” y dejan de lado el pegoteo característico de la etapa anterior.  La relación ya no es tan pasional ni simbiótica y el dormitorio (si bien sigue siendo usado con asiduidad para menesteres más salerosos que dormir) va dejando lugar a otros paisajes. La peregrina idea de la convivencia suele aparecer en este momento. También aparecen los primeros conflictos y discusiones más o menos serios: ya no hay tanto temor a empañar los fulgores de un amor glorioso y eso nos permite reclamarle a nuestro pastelito que no deje calzones sucios tirados por ahí y exigirle que nos lleve al cine a ver una película que sea algo más que un largo video clip de explosiones y estupidez.  Empiezan a notarse las diferencias entre los tórtolos y se reincorporan a la vida a los amigos y familiares excluidos durante la etapa de fusión, en la cual la pareja era una fortaleza inexpugnable circundada por un foso de baba, lo que suele generar quilombetes y tensiones.

¿Qué hay para aprender en esta etapa? En esta etapa, es fundamental aprender a mostrar nuestra individualidad y distinguir la de nuestra media naranja. También es necesario conocer y aceptar que existen diferencias de género, que deben ser respetadas para lograr un mejor entendimiento ( No, a las damas no nos gustan películas como “Rápido y furioso” y a los caballeros no les gustan las novelas de Thalía, a ver si nos avivamos de una vez por todas).

3- Convivencia (2º y 3º año)

Durante esta etapa el nivel sexual baja. No estrepitosamente (para eso faltan un par de añitos más), pero baja. Porque Dios nos odia, la naturaleza es cruel y los seres humanos somos incomprensibles: ahora que tenemos una camita mullida y no una palanca de cambios incrustada en los riñones, hacer el amor no nos apetece tanto como antes. El afecto se manifiesta con gestos de compañerismo. Es el periodo en el que se ponen las energías en decorar la casa y hacerla confortable. La rutina, esa turra que todo lo contamina (con rima y todo) empieza a dar sus primeras señales y surgen las discusiones por los roles domésticos. Los parientes aportan su granito de arsénico a la relación.  Etc.

¿Qué hay para aprender en esta etapa? En esta etapa es menester aprender a dialogar y, cómo no, a discutir. Discutir no implica gritar, putear y golpearse ni asestarle a la relación una herida mortal, sino exponer y defender puntos de vista y ser capaces de llegar a acuerdos beneficiosos para ambos integrantes de la pareja.

4- Autoafirmación (del 3º al 4º año)

Este es el momento en el cual los integrantes de la dupla amorosa se sienten lo suficientemente seguros como para hacer cosas por separado. Si alguno de los dos tórtolos es demasiado posesivo y no tiene en cuenta las necesidades individuales de su partenaire, creará, a la larga, resentimiento en la pareja. Los enamorados, quienes hasta este momento priorizaron los intereses de la relación, comienzan a darle importancia a sus intereses personales. Las diferencias evolutivas pueden crear problemas. Las personas con baja autoestima, apoyadas eternamente en sus medias naranjas, se suelen sufrir el proceso de establecer una identidad separada a la de su cónyuge. Los inseguros temen que en los talleres literarios o de arte se revoleen más calzones que lápices y pinceles. Surgen las luchas de poder.

¿Qué hay para aprender en esta etapa? En esta etapa es necesario desarrollar la capacidad de compromiso. Si alguno de los tórtolos tiene baja autoestima  y vive temeroso de ser engañado o abandonado urge que haga algo para revertir esta situación: el miedo suele actuar como profecía autocumplida. Parece que, al contrario de lo que pensábamos todos, obnubilados por la pollera plisada de Marilyn y por sus preciosas piernas, las comezones matrimoniales poco tienen que ver con el séptimo año y mucho con el cuarto: un número significativo de matrimonios llega a su fin al cuarto año, situación que se da en distintas culturas, según varios estudios.

5- Colaboración (del 5º al 15º año)

Se supone que en esta etapa de la pareja ya hay hijos y algunos de ellos transitan la adolescencia, lo que es garantía de quilombo seguro. Si, además, cada integrante del dúo amoroso busca tener un proyecto propio, la cosa se resiente. En algunos casos, la pareja se une en esta etapa para realizar proyectos en común que trascienden a los hijos, situación que favorece el resurgimiento de la relación y evita el aburrimiento. La seriedad y la sensación de fiabilidad reemplazan la inseguridad y el miedo a la pérdida de las etapas anteriores. Ya desarrollaron las destrezas de la convivencia, saben lo que piensa el otro y pueden resolver las diferencias. El gran cuco de este período  de la relación es la mala comunicación: dar las cosas por sentadas suele terminar para el traste. Otro problema común es la falta de sincronicidad en los crecimientos personales o el excesivo interés en una actividad o proyecto determinados, en detrimento de lo afectivo. Una cosa es que los integrantes de una pareja sean independientes y otra muy distinta, que cada uno se corte solo.  La etapa de colaboración es, posiblemente, la etapa más dura. Tal es así que, actualmente, la duración promedio de un matrimonio es de once años.

¿Qué hay para aprender en esta etapa? En esta etapa tenemos que seguir profundizando los aprendizajes de las anteriores: capacidad de compromiso y falta de posesividad. Juntos pero no revueltos. Pero juntos.

6- Adaptación (del 15º al 25º año)

En esta etapa la pareja debe adaptarse a los cambios externos: los hijos crecen, los padres envejecen y aparecen presbicias, menopausias, crisis de la mediana edad y otras guachadas de la vida. Las fantasías e ilusiones acerca de cómo podría ser la relación se desmoronan estrepitosamente y para siempre. Es un momento crítico en el que la pareja se puede romper (o uno puede romperle la cabeza a la pareja) o puede adaptarse a una nueve rutina sin hijos (sin pelo para los varones y sin cintura para las mujeres, además). Cada uno de los tórtolos se cuestiona los valores propios y ajenos y se pregunta si sus elecciones de vida fueron las correctas. ¿Sigo?

¿Qué hay para aprender en esta etapa? Qué se yo. ¿Veinticinco años aguantando al mismo tipo y todavía me queda algo por aprender?

Hasta aquí, mis queridos, las seis etapas de la pareja enumeradas por Victoria Cadarso. Debo confesarles que a medida que escribía este artículo iba desinflándome como un globo pinchado. Pero a no desesperar: si bien las mariposas que nos avisaban que estábamos frente al hombre de nuestros sueños (¡qué pobre soñamos, carajo!) fenecieron hace rato, todavía hay cosas positivas en nuestra relación de pareja: ya superamos hace rato toda esa idiotez de la posesividad y los celos, nuestro hijo se hace la comida solo y tenemos dos televisores, así que esta noche, cuando una quiera ver una película y el otro a Boca no nos vamos a sacar los ojos.
Me despido de ustedes con un pequeño y maravilloso texto de la poeta española Amalia Bautista: “Repíteme otra vez que la pareja del cuento fue feliz hasta la muerte, que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera se le ocurrió engañarla. Y no te olvides de que, a pesar del tiempo y los problemas, se seguían besando cada noche. Cuéntamelo mil veces, por favor: es la historia más bella que conozco.”

Buenas tardes.

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