lunes, 2 de mayo de 2016

MALAS MALÍSIMAS

MALAS MALÍSIMAS 

“Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien.” Victor Hugo

Que las mujeres somos malas no es ninguna novedad. Ya me he referido, en alguna ocasión, a las perversidades inherentes al sexo femenino. Pero es bueno aclarar que, aunque somos jodidas, la mayoría de nosotras no llegamos nunca a ser adalides del daño y nos conformamos con ejercer la maledicencia, el cinismo y la crítica destructiva de manera más o menos mediocre.
Entre tantas malas de medio pelo como habitan el universo femenino, hay algunas de pelo entero. Esas son las malas malísimas. La mayoría de las malas malísimas permanecen en el anonimato. Sin embargo, hay algunas cuyas vilezas han pasado a formar parte de los anales de la historia.
Dicen los que saben que la primera mala malísima de la que se tienen noticias fue Eva. Hincha pelotas, indócil y sediciosa, Eva se dejó tentar por la serpiente (que era hembra, obvio) y convenció a Adán para que ignorara la sacrosanta palabra del Señor y se convirtiera en un renegado más renegado que Lorenzo Lamas. Pero hay gente que sabe más y asegura que Eva no fue la primera mujer perversa. Y que ni siquiera fue la primera mujer. Parece que, antes de sacarle a Adán su famosa costilla, Dios creó una compañera para este tremendo pajarón llamada Lilit. Lilit vivió un tiempo en el Edén, pero terminó por hartarse de Adan y se tomó el buque. Después se enredó con Asmodeo, fue madre de demonios, bruja del medioevo, inspiración de feministas y personaje de animé. Una carrera envidiable.
Podemos adjudicarle a Eva la maternidad de las féminas dañinas. Podemos adjudicársela también a Lilit. Da lo mismo. Lo cierto es que las malparidas existen desde tiempos inmemoriales. Y van a seguir existiendo hasta que choquen los planetas.
Harto sabido es que las matronas romanas no han pasado a la historia por sus virtudes cristianas. Sobre todo porque cristianas no eran. Pero ninguna alcanzó una fama tan escandalosa como Valeria Mesalina, cuyo nombre, originariamente diminutivo de Mesala, se convirtió en sinónimo de “ramera” y “meretriz”. Mesalina nació el año 25 d. C. y fue la tercera esposa del Emperador Claudio, un vejete que la amó con locura y se dejó manipular por la bella. La “Loba del Imperio” retozó con sus incontables amantes en las narices de Claudio. Mandó a asesinar a los hombres a los que no logró subyugar con su hermosura. Desafió a Escila, la prostituta más famosa de Roma, jactándose de que era capaz de atender más hombres en un día que la mentada profesional. Escila tiró la tolla después del cliente número 27, pero Mesalina siguió trabajando y satisfizo a 200 lujuriosos romanos.
La chica se pasó de la raya cuando se convirtió en bígama al casarse con el cónsul Cayo Silio, uno de sus tantos amantes y se involucró en un complot para asesinar al Emperador. Claudio fue puesto al tanto de las maldades de su esposa por Narciso, uno de sus libertos, y la muerte puso fin a la alocada existencia de Valeria Mesalina.
Otra romana con muy mala reputación fue Agripina la Menor, nacida en el año 15 d.C., hermana de Calígula y madre de Nerón. Cuando tenía sólo 13 años, Agripina se casó con el cónsul romano Ahenobarbo, con quien engendró a su conflictivo vástago. Ahenobarbo tenía su costado de vidente, y, al enterarse del embarazo de su dañina esposa, profetizó: "De la unión de Agripina y yo sólo puede salir un monstruo." Dicho y hecho. Agripina enviudó después de doce años de matrimonio, situación que la colmó de dicha.
Al igual que sus hermanas Livia y Drusila, Agripina mantenía relaciones sexuales con su hermano Calígula y gozaba de privilegios inherentes a la familia real. La muerte de Drusila, la favorita de Calígula, acabó con esos privilegios. Agripina y su hermana Livia, junto a sus amantes de turno, idearon un complot para asesinar a Calígula, pero fueron descubiertas y condenadas al exilio. Nuestra mala malísima pasó años en la isla de Pontia y sólo pudo retornar a Roma cuando su hermano fue asesinado.
Agripina se casó entonces con el cónsul Cayo Salustio Pasieno Crispo y enviudó cuando fue necesario. Contrajo nupcias luego con su tío Claudio, Emperador de Roma, doliente viudo de la casquivana Mesalina. Lo convenció de adoptar a Nerón y se deshizo de él también cuando fue conveniente. Esta temible dama abusó de los venenos y las malas artes con el fin de que su hijo se convirtiera en Emperador de Roma. Lo consiguió. También consiguió que su adorado retoño pusiera de moda el matricidio.
Irene, Emperatriz de Bizancio, nacida en el año 752, fue una acérrima defensora de la fe ortodoxa y una mujer tremendamente ambiciosa. Tras la muerte de su esposo, León IV, accedió al poder como regente de su hijo Constantino, de 10 años. Irene se aferró a una corona que no le pertenecía y, al cumplir los 20 años, su hijo tuvo que recurrir a un levantamiento militar para desalojarla del trono. Un año más tarde, Irene consiguió que el cándido Constantino la admitiera nuevamente en la corte. Durante un lustro, esta mala malísima sin sentimientos filiales, se encargó de socavar la autoridad de su vástago. Lo acusó de bigamia, lo destronó, lo encarceló e hizo que un verdugo le arrancara los ojos, incapacitándolo definitivamente para reinar. Una mamita modelo.
Irene fue derrocada en el año 802 y exiliada, primero a isla de Prinkipo y luego a la de Lesbos. Esta señora lamentable y malévola fue canonizada por la Iglesia Ortodoxa y se convirtió en Santa Irene. Ver para creer.
Lucrecia Borgia llegó al mundo en el año 1480, en el seno de una de las familias más corruptas de la historia. Fue hija ilegítima de Rodrigo Borgia, futuro Papa Alejandro VI, y de Vannozza Cattaneai. Si bien se la acusa de incesto y asesinato, no hay pruebas firmes acerca de su participación en los crímenes perpetrados por su padre y su hermano César, cardenal de la Santa Iglesia, y muchos historiadores consideran que fue atrozmente utilizada por estos dos hombres sin escrúpulos. Lucrecia fue casada por su padre a la tierna edad de 13 años con Giovanni Sforza (Señor de Pésaro), y divorciada cuatro años más tarde, cuando la alianza política de los Borgia con la familia Sforza ya no era necesaria. Giovanni fue acusado de impotente y se defendió delatando las supuestas actividades incestuosas de la blonda muchacha. La niña contrajo matrimonio en dos ocasiones más, primero con Alfonso de Aragón (Duque de Bisceglie), y con Alfonso d'Este (Príncipe de Ferrara).
De la Borgia se dijo que poseía un anillo hueco, donde ocultaba el veneno que utilizaba para aderezar las bebidas de sus víctimas y que compartía el lecho con su licencioso padre y su sanguinario hermano. Pero no se sabe a ciencia cierta si fue una mala malísima o una pobre chica que no pudo independizarse del yugo familiar.
María I de Inglaterra, conocida como María Tudor, nacida en 1516, soberana de Inglaterra e Irlanda desde 1553, fue célebre por haber derogado las reformas religiosas introducidas por Enrique VIII y haber sometido nuevamente a Inglaterra a la disciplina papal. Para lograrlo, condenó a casi 300 religiosos disidentes a morir en la hoguera en lo que se conoció como las Persecuciones Marianas. Gracias a esta cruel matanza, la soberana se ganó el florido apodo de Bloody Mary (María, la Sanguinaria). María prestó más tarde este apelativo a un cocktail de fama mundial, a base de jugo de tomate y vodka. Y a la leyenda urbana que habla de un espíritu que aparece cuando se pronuncia su nombre tres veces frente a un espejo, en su versión anglosajona.
María Tudor falleció en 1558 y su sucesora y medio hermana, Isabel I (que tampoco era ninguna joyita) revirtió el restablecimiento del catolicismo romano en Inglaterra.
Catalina de Médicis nació en Florencia, en 1519. En 1533 se casó con Enrique II, segundo hijo del rey de Francia, Francisco I y de Claudia de Francia, duquesa de Bretaña, quien heredó el trono tras la muerte de su hermano mayor, el Delfín Francisco. Muchos franceses responsabilizaron a Catalina y a sus venenos italianos por la extraña e inesperada muerte del Delfín.
Durante el reinado de Enrique II, Catalina de Médicis no ejerció ninguna actividad política ni tuvo influencia en las decisiones del monarca, y vivió a la sombra de Diana de Poitiers, amante de su marido. Cuando la Médicis enviudó, el gobierno de Francia quedó en sus manos. Catalina se destacó por su ambición y su falta de miramientos. Mantuvo un equilibrio interesado entre católicos y hugonotes e utilizó a sus hijos de manera escandalosa. Fue la mentora de la Masacre de San Bartolomé, asesinato en masa de hugonotes que comenzó el 24 de agosto de 1572 en París, se extendió durante los meses siguientes por toda Francia y costó la vida de más de 3.000 personas. Y, según se cree, también fue la verdadera responsable de algunos crímenes achacadaos a sus hijos.
Erzsébet Bathory, aristócrata húngara, perteneciente a una de las familias más poderosas de su país, nació en el año 1560. A los 15 años se casó con el Conde Nadasdy, a quien no vio con demasiada frecuencia, debido a sus actividades bélicas. Sola en su castillo, Erzsébet ocupó su  tiempo interesándose por el esoterismo y rodeándose de adivinos, hechiceros y nigromantes. La condesa enviudó a los 44 años y fue entonces cuando comenzaron sus crímenes. Obsesionada por conservar una belleza que iba apagándose, se dedicó a secuestrar, torturar y asesinar muchachas, para bañarse con su sangre en un oscuro ritual que, supuestamente, conservaría su lozanía. Después de sus abluciones sangrientas, Erzsébet exigía a sus sirvientas que la secaran lamiendo su piel.
En 1610, Erzsébet Bathory fue acusada por la muerte de 37 "mujeres solteras" de entre 11 y 26 años. Sus secuaces fueron condenados a muerte. A ella se la confinó en una habitación de su castillo, con puertas y ventanas selladas y sólo una pequeña ranura por donde se le pasaban alimentos. Murió cuatro años más tarde.
Catalina de los Ríos y Lisperguer, nacida en Chile en 1604 y conocida como La Quintrala, fue una terrateniente colonial célebre por su belleza y por su refinada crueldad. Una de las primeras acusaciones que se hicieron en su contra fue la de haber asesinado a su padre, Gonzalo de los Ríos, haciéndole tragar un pollo envenenado.
La Quintrala se casó en 1626 con Alonso Campofrío Carvajal, tomó el control de sus propiedades y las dirigió con mano de hierro. Abusó ferozmente de sus esclavos y fue acusada de practicar brujería y magia negra. Tuvo numerosos amantes. Que no la pasaron muy bien que digamos, a pesar del indiscutible atractivo de la beldad pelirroja. Se dice que la temperamental muchacha golpeó y apuñaló a un tal Enrique Enríquez, de la Orden de Malta, por juzgar que el susodicho había jugado con sus sentimientos y que le cercenó la oreja izquierda a Martín de Ensenada, otro de sus festejantes. Estas actividades justicieras hacen que, a pesar de haber sido una malparida hecha y derecha, Catalina goce de cierta simpatía entre las mujeres pendencieras como yo. En 1660, la Real Audiencia inició una investigación oficial secreta debido a las acusaciones y denuncias que apuntaban a la figura de La Quintrala, que fue sometida a juicio y absuelta de todos los cargos presentados en su contra.
Catalina de los Ríos y Lisperguer falleció en 1665, a los 61 años. Dejó estipulado en su testamento que parte de su fortuna se consagrara a la celebración de más de 20 mil misas en su memoria. Una cristiana devota.
Olvídense de la “Reina de Corazones”. Ranavalona I, soberana de Madagascar de la dinastía Merina, fue la auténtica reina loca. Esta peculiar monarca nacida en 1872, cosechó los apodos de "Moderna Mesalina", "Bloody Mary de Madagascar", "Reina más loca de la historia", "Reina chiflada Ranavalona", "Reina demente de Madagascar" y "Calígula femenina".
Ranavalona accedió al trono de Madagascar tras la muerte de su esposo, Radama I (muerte que, según parece, fue causada por la futura reina, quien, como cualquier mala malísima que se precie, no dudó en envenenar a su consorte). Enseguida dio muestras de su talante perverso: destruyó los tratados firmados por Radama I con las potencias internacionales, expulsó a todos los extranjeros de la isla, y persiguió, torturó y ejecutó a los cristianos.
La terrible Reina de Madagascar fue responsable de la eliminación de un millón de sus súbditos. Practicó cientos de experimentos macabros con sus víctimas. Ranavalona asesinó a más de 10.000 esclavos en una sola semana de festejos para satisfacer su inhumana sed de diversión. Falleció en 1861, después de provocar la muerte de casi la mitad de la población de Madagascar.
No todas las malas malísimas fueron caprichosas reinas o damas adineradas. El Siglo XX fue testigo del nacimiento de damas definitivamente perversas. Jiang Qing (1914-1991), esposa de Mao Tse-Tung, fue la cabecilla de la llamada Revolución Cultural China, que trajo aparejada la trágica destrucción de obras de arte, libros, templos y edificios antiguos y la muerte de cientos de ciudadanos chinos. Elena Ceauşescu (1919-1989), la terrible co-dictadora de Rumania, no dudó en atormentar y asesinar a sus compatriotas en nombre de sospechosos ideales. Irma Grese (1923-1945), supervisora de prisioneros en los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau, Bergen-Belsen y Ravensbruck durante la Segunda Guerra Mundial, apodada “la Bestia Bella”, fue una de las más crueles criminales de guerra, versada en torturas físicas y psicológicas. Johana Borman (1903-1945) y Elisabeth Volkenrath (1919-1945) compartieron empleo con la malvada Irma. Todas damas de temer.
Las señoras y señoritas citadas en este inquietante opúsculo existieron, fueron mujeres de carne y hueso. No son el fruto de la imaginación enfermiza de algún escritorzuelo pasado de copas. Su perversidad fue real y sus crímenes fueron reales, así como lo fueron también su falta de escrúpulos y su ausencia total de remordimientos.
Que tomen nota de sus apoteósicas maldades los caídos del catre que sostienen que la mujer es una delicada flor y que otro sería el destino del mundo si estuviera gobernado por el sexo femenino. 

Amén. 

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