lunes, 17 de junio de 2019

HÉROES DEL SILENCIO


HÉROES DEL SILENCIO

“Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.” 
 William Shakespeare

“Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra.”  
 Georges Benjamin Clemenceau

“No he hablado a mi esposa en años. No la quería interrumpir.”
Rodney Dangerfield.

Durante mucho tiempo (ilusa de mí), creí a pie juntillas que mi marido y yo conversábamos. Mucho. Hasta que en un rapto de lucidez me di cuenta de que no, no conversamos. Yo hago stand-up y él, en lugar de apabullarme con sus aplausos, me agasaja cada tanto con un monosílabo o una onomatopeya sencilla, cosa de dejar bien clarito que no se quedó dormido. Cierto es que mis temas de conversación son, algunas veces, poco interesantes y otras tantas, fastidiosos. A mi media naranja no lo atrae para nada explayarse sobre las lentejuelas matutinas de las vedetongas, los amoríos de Robert Pattinson o la neurosis de Woody Allen. Tampoco gusta de mantener amenos coloquios acerca de la ruindad de los políticos argentinos en general, la poesía de Alejandra Pizarnik o el gato de Schrödinger. Ni enredarse en discusiones bizantinas para dilucidar cuáles fueron las verdaderas causas de la extinción del pájaro dodo. Muchísimo menos hablar del estado, calamitoso o no, de nuestra relación amorosa.
De toda esta perorata se desprende que yo soy una mujer por demás habladora y mi tórtolo, un señor sufrido y callado. Pero no es culpa mía. Según Louann Brizendine, neuróloga norteamericana autora del libro “The Female Brain” (“El cerebro femenino”), las mujeres pronunciamos veinte mil palabras por día y los hombres, sólo siete mil.  La doctora Brizendine sostiene, además, que las mujeres comprendemos instantáneamente cuándo algo no funciona, duele o hace daño, mientras que los varones se enteran de que la pareja se fue al carajo sólo cuando aparecen las lágrimas y los platos estrellados contra el piso. También asegura que las mujeres recordamos detalles y ellos no, y que sabemos orientarnos mejor, sin necesidad de una gallega que cada quince minutos nos diga: “Recalculando”. En síntesis, la tesis de Louann Brizendine  asevera que las diferencias entre los  sexos se originan en el cerebro. El femenino es más liviano: pesa, en promedio, cien gramos  menos que el masculino, merma que no implica que las féminas resultemos menos inteligentes, ya que el número de células cerebrales es el mismo para damas y caballeros, variando sólo la densidad las mismas.
"Por la resonancia magnética se descubre que las mujeres tienen una especie de ruta directa para desentrañar emociones, mientras los hombres tienen como si fuesen rutas de tierra, de ripio, rurales", explica la citada neuróloga. "El porcentaje de neuronas en el área del cerebro asociada a las emociones y a la memoria es un 11% mayor en las mujeres", añade.
Las damas, generalmente,  recordamos mejor los sucesos de nuestro pasado y somos mucho más aptas que los varones para adivinar las emociones de los otros e intuir lo que sucede a nuestro alrededor. Ellos tienen más autocontrol, ya que por diferencias en la corteza cerebral, las mujeres percibimos  pequeños inconvenientes como catástrofes, cosa que no le sucede a los caballeros, quienes sólo advierten los peligros físicos. En cuanto al sexo, el hombre piensa más en el intercambio carnal por la cantidad de testosterona que posee su cerebro. Cantidad que decrece, considerablemente, en el cerebro femenino.
Gracias a los estudios de Louann Brizendine  y a lidiar todos los días con un primo lejano de aquel Bernardo que servía al mítico Zorro, una está en condiciones de aseverar que los hombres son poco dados a la charla. Los motivos pueden tener origen cerebral, cómo no, pero también responden a una serie de premisas que paso a enumerar, haciendo gala, como siempre, de mi proverbial espíritu de servicio y de mi consumada manía de hablar (o escribir) al divino botón.

¿POR QUÉ LOS HOMBRES NO HABLAN?

-Porque dan todo por sentado. Muchos señores no articulan palabra cuando están con sus parejas porque dan todo por sentado. Para ellos es innecesario  cualquier intercambio verbal con las féminas con las que comparten colchón, ya que consideran que sus idilios marchan viento en popa y no es menester agregarles nada. Ni un punto ni una coma. Ni un miserable monosílabo. El señor que da todo por sentado no sólo es mezquino en vocablos: también escatimará arrumacos y abrazos reconfortantes en situaciones calamitosas.

-Porque no tienen nada que decir.  El hombre que va del hogar al trabajo y del trabajo a la PlayStation, poco tiene para compartir con su media naranja. Sus vivencias son tan anodinas que verbalizarlas carece de sentido. El hombre que no tiene nada que decir ignora todo acerca de su pareja y acerca de sí mismo. No tiene la menor idea del rumbo de la relación, en el mejor de los casos, y, en el peor, no sabe que tiene una relación.

-Porque creen que es mejor el silencio. Estos señores, acérrimos ejecutores del proverbio hindú que reza “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio”, están convencidos de que los silencios son venerables y elocuentes, y de que, si están cómodos con sus parejas, no es necesario arruinar la magia de la perfecta comunión profanándola con palabras vanas. Otra variante del hombre que cree que es mejor el silencio es aquel sátrapa con cola de paja que sabe que todo lo que diga puede ser utilizado en su contra.

-Porque no están acostumbrados a decir lo que les pasa. Los hombres están criados para ser fuertes, no llorar, no verbalizar sus necesidades y no dar señales que nos permitan deducir que tienen sentimientos. Ya lo dijo Manuel Romero, allá por 1931, cuando compuso la letra del tango “Tomo y obligo”: “Fuerza, canejo, sufra y no llore que un hombre macho no debe llorar…” El hombre macho no se permite hablar de lo que le pasa. Y tampoco sabe cómo hacerlo. No olviden que, según los estudios de Louann Brizendine, los caminos del cerebro masculino que les permiten desentrañar emociones son rústicos y ripiosos.

-Porque no les resulta agradable que las damas los atosiguen con estupideces. Retomemos otra vez la investigación de la doctora Brizendine: lo que para las damas son catástrofes, para los caballeros son simples inconvenientes fáciles de sortear, que no merecen ni un grito, ni una lágrima, ni una mesada de cabellos.  No pretendamos obtener una respuesta masculina a nuestras lamentaciones cuando las mismas tienen como origen la rotura de una uña o la mala fe de la vecina que osó comprarse el mismo par de zapatos que nosotras. Será en vano.

-Porque temen que reaccionemos mal ante sus palabras. Muchas veces, ante preguntas tan sencillas como “¿A vos te parece que engordé?” o “¿Cómo me queda este vestido?”, la respuesta masculina es un silencio sepulcral.  Ningún hombre quiere arriesgarse a decirle a su tortolita que engordó, que embutida en ese vestido recién adquirido le faltan las aceitunas para convertirse en un salchichón primavera o que su nuevo corte de pelo es un desastre universal. Ante preguntas cuya respuesta ponga en riesgo su pellejo, el hombre callará. Y lo bien que hace.

-Porque no nos entienden. Damas y damitas sabemos de sobra que no hace falta hablar del gato de Schrödinger para que un hombre no nos entienda. El hombre no sabe nada del universo femenino. Pero nada de nada, ¿eh? No comprende ninguna de nuestras reacciones, se queda atónito ante nuestras lágrimas y no sabe qué corno hacer cuándo le planteamos lo que nos pasa. Porque lo que nos pasa es algo demasiado grande como para que el cerebro masculino lo pueda procesar.

-Porque no le importa en lo más mínimo lo que tenemos para decir. Asumámoslo de una vez: a ningún hombre heterosexual le importa que Kristen Stewart le haya puesto los cuernos a Robert Pattinson. Pretender que un hombre se interese en chimentos de la farándula, boludeces que dice la “Cosmopolitan” y cotorreríos varios es ser una desubicada.

-Porque quiere evitar una discusión. Ante situaciones tensas, conflictos en la pareja, desavenencias sexuales, nubarrones y chubascos, el hombre prefiera callar porque es consciente de que una mujer es capaz de retorcer dos o tres palabras hasta convertirlas en una feroz declaración de guerra. Si bien el hombre, en un mundo ideal, debería haber nacido con la sacrosanta misión de morir en plena refriega y alcanzar el Walhalla, en un mundo no ideal (el nuestro), es bastante reacio a pelear, sobre todo con su mujer.  Si callar evita una discusión o un simple intercambio de palabras algo acaloradas, cerrará la boca con graciosa presteza.

-Porque es callado. Y sí.  Hay hombres que tienen mucho que decir, no sobrevaloran el silencio, tienen real conciencia de lo que les pasa,  no nos temen, saben un montón de física cuántica y no hablan porque son callados.

Hasta aquí, señores, este opúsculo que pretende desentrañar los motivos del silencio masculino y alzarse, además, como queja ante tanto desconsiderado mutismo. A las damas nos gusta que nos hablen. Que nos respondan cuando hacemos un comentario al pasar o una pregunta concreta. Que los hombres dediquen a nosotras, por lo menos, un 50% de la magra cantidad de vocablos que articulan por día. 3500 palabras, nomás. Para vernos contentas.

Una ganga.




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