LA DAMA DE BLANCO
"Un fantasma. Siempre hay un maldito
fantasma."
Christopher Moore
Es sabido que el ser humano es supersticioso por
naturaleza y, por lo tanto, en todos los momentos de la historia y en todos los
lugares del mundo, se habló y se habla de muertos que no están tan convencidos
de estar muertos y cada tanto se dan una vueltita por el mundo de los vivos,
provocando sobresaltos varios, desmayos y soponcios. También es sabido, amables
leedores, que algunos fantasmas son más taquilleros que otros: no hay ciudad
con cementerio en la que no se haya hablado alguna vez de la aparición de una
dama joven, bella, etérea, que se deja ver por las noches en las inmediaciones
de los camposantos. Una dama vestida de blanco de pies a cabeza, que no se
resigna a quedarse en su tumba.
La de la Dama de blanco es una de las
leyendas urbanas más conocidas y aparece con ligeras variaciones en todos los
lugares de la Argentina y varios países americanos y europeos. La historia, que
se transmite de boca en boca, habla de un chico joven que, caminando cerca del
cementerio, encuentra a una muchacha que lleva puesto un deslumbrante vestido
de fiesta blanco. Se le acerca, charlan, la invita a salir y se entabla entre
ellos una relación agradable. En medio de la velada el muchacho (un torpe de
aquellos) derrama café accidentalmente sobre el vestido de la chica. Cuando la
velada concluye, la joven se va llevándose el abrigo del muchacho, ya que había
refrescado, y dejándole su dirección para que él pueda ir a recogerlo.
Al día siguiente, el chico va a la casa que le
indicó la muchacha y es recibido por sus padres que, sumamente afligidos, le
cuentan que su hija había fallecido tres años atrás. La historia puede concluir
aquí o no, según sea el pueblo o ciudad donde se la cuente: en muchos casos se
dice que el muchacho reconoció a la joven muerta en un retrato que había en la
casa o que se acercó hasta la tumba donde la chica estaba enterrada y sobre la
lápida encontró su abrigo, o, en algunos casos más extremos, que se exhumó el
cadáver de la joven y que en el vestido blanco que llevaba puesto cuando fue
enterrada había una mancha de café fresca.
En la década del '30, en el paquetísimo barrio
de Recoleta, circulaba esta historia: un joven perteneciente a una
reconocidísima familia porteña sorprende a una chica vestida de blanco cerca
del famoso cementerio. El muchacho se acerca a consolarla, y, cuando lo
consigue, la invita a una fiesta. Al pasar frente al camposanto, ella se cuela
entre las rejas y se pierde en la oscuridad de la noche. El muchacho la sigue,
intenta localizarla, diciéndole, algo enojado, que ese no es un lugar para
jugar a las escondidas. Llega hasta una tumba donde, sobre la lápida, está el
abrigo blanco que llevaba la chica. Cuando lo levanta, la reconoce en la
fotografía de la muerta que ocupa esa triste parcela.
Precisamente en el Cementerio de la Recoleta, famoso
por su belleza escultórica, descansan tres posibles Damas de
blanco. Rufina Cambacérès, hija de Eugenio Cambacérès, autor
de "Sin rumbo", y de Luisa Bacichi, "amante
y madre de un hijo de Hipólito Irigoyen", falleció, sin causa concreta,
en el año 1903, la noche en que celebraba sus 19 años. Aparentemente
fue enterrada cuando sufría un ataque de catalepsia, situación que se advirtió
cuando los guardianes del cementerio avisaron, luego de algunos días,
que su ataúd se había desplazado. Su familia eligió a Richard
Aigner para la realización de la escultura art déco,
coronada con abundantes detalles florales, que pretende guiar a Rufina hacia
las puertas celestiales, dejando atrás sus terribles últimos
momentos. Liliana Crociati era hija de un conocido peinador, poeta y
pintor italiano. Murió en 1970 en a los 25 años en unas vacaciones en
Innsbruck, Austria. Un alud de nieve la sepultó en su cuarto de hotel. Sus
padres erigieron un sepulcro cuyo diseño evoca el dormitorio de la joven. Una
escultura realizada en bronce por el artista Wilfredo Villarich la representa
vestida de novia, con su pelo largo y suelto, secundada por su fiel mascota
Sabú. En la bóveda, similar a una catacumba romana, llena de fotografías, un sari rojo,
comprado por ella en la India, cubre su ataúd. Luz María García Velloso,
hija del escritor Enrique García Velloso falleció a los 15
años de leucemia, en el año 1925. El desconsuelo de su madre la llevó a pedir
una anuencia especial para que se le permitiera dormir todas las noches al lado
del sepulcro de su hija. Aferrada al túmulo, esculpido en mármol como un lecho
de rosas sobre el que reposa la niña, obra atribuida a Pietro Di Calvi,
la madre pasó noches enteras llorando a su hija muerta.
En los años '40 otra variante de la historia de la Dama
de blanco circuló con insistencia en Buenos Aires. Se decía (e incluso
se publicaba en revistas de espectáculos), que el actor Arturo García Buhr,
todo un galán en aquella época, había tenido un romance con la misteriosa
aparición. El actor, interrogado sobre el hecho, reconoció haberse cruzado con
la Dama y agregó: "Le guiñé un ojo y me fui a mi
casa: me estaba esperando mi mujer."
Otra versión de la difundida leyenda de la Dama
de blanco hace referencia al autostop de fantasmas.
En muchos relatos, la misteriosa mujer aparece, siempre de noche, a la vera de
algún camino o ruta, esperando ser auxiliada por algún conductor. En Francia
(sí, sí, también en el dorado primer mundo se cuentan estas
cosas), no es un hombre solitario quien recoge al fantasma con su auto, sino
dos parejas jóvenes. La Dama sube al automóvil y se sienta junto a
las chicas en el asiento trasero. En una curva cerrada se oye un grito y la
extraña mujer desaparece. Es allí donde el conductor se topa con un accidente
automovilístico en el que, supuestamente, había fallecido una mujer con
las características de la esfumada autostopista.
Los expertos en folklore consideran a la Dama
de blanco uno de los fantasmas más famosos de Europa. Incluso en EEUU,
en la década del '70, los viajeros temían a una Dama de blanco con
aire hippie que hacía anuncios proféticos a sus ocasionales
compañeros de viaje y luego desaparecía misteriosamente. En España se cuenta la
historia de una Dama de negro que un caballero conoció en los
Carnavales de Madrid en el 1800 y que, por supuesto, resultó estar muerta.
Yo, que nací a tres cuadras del Cementerio de
Avellaneda, vengo escuchando la historia del vestido blanco y la
mancha de café desde hace cuarenta años. Durante un tiempo la creí a pie
juntillas. Como a la historia de la novia que se casó con un postizo y en el
altar fue picada mortalmente por una infame araña escondida en la peluca. O la
de la chica enterrada viva, cuyo ataúd, que los empleados del cementerio
abrieron vaya uno a saber por qué, estaba lleno de arañazos (esta historia me
afectaba especialmente, porque uno de mis grandes temores cuando era chica era
que me enterraran viva, cortesía de Edgard Allan Poe, Roger
Cornan y Ray Milland).
¿Qué significado tiene este cuentito de la Dama
de blanco, que aparece recurrentemente en todas las épocas y
culturas? Probablemente se trate de la necesidad infinitamente humana de negar
algo tan definitivo como la muerte.
Doy por terminada este folletín, no sin antes
compartir con ustedes una microficción de Juan José Arreola titulada "Cuento
de horror", que me parece fascinate: "La mujer que amé se
ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones."
Buenas noches.
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