miércoles, 3 de agosto de 2016

BLANCANIEVES VS LA MADRASTRA: EL ESPEJO CONTRAATACA


BLANCANIEVES VS LA MADRASTRA: EL ESPEJO CONTRAATACA

"Llévala lejos, al bosque, donde pueda cortar flores. Y ahí mi fiel sirviente... ¡la matarás!" 
La Madrastra

Hace un par de años, recién entrada en la cuarentena (de años, no  de días, que yo soy muy sanita), me quejaba amargamente por haber alcanzado la categoría de “señora” y lamentaba que, de ser actriz, ya nunca podría interpretar el deseado rol de “la chica” en ninguna película más o menos decente, salvo que prestara mi cuerpecito para una producción del tipo de “White Palace” (“Pasión sin barreras” o “Pasión otoñal”, como gusten ustedes), donde una madura Susan Sarandon se zampa a un James Spader joven pero inexpresivo. Porque es de público conocimiento que, en cine, si la mujer es mayor que su partenaire, se contará una historia que gire alrededor de la diferencia de edades, pero,  si el mayor es el hombre, la película versará sobre cualquier asunto, porque que una tontuela de 20 retoce con un cincuentón es la cosa más natural del mundo.
Muchas veces, señores, lamenté no caber ya en el primoroso vestidito de la impoluta Blancanieves. Pero hoy, después de ver como una espléndida Julia Robets humilla sin compasión a Lilly Collins en “Mirror, Mirror” (“Espejito, espejito”) y una más que regia Charlize Theron le pasa el trapo a Kristen Stewart, aletargada por tanto mordisco aunque se las quiera dar de guerrera, en “Snow White and the Hunstman” (“Blancanieves y el cazador”),  me di cuenta  que no. Que no quiero ser Blancanieves. Que quiero ser la Madrastra.
A la luz de este jubiloso descubrimiento, confeccioné una pequeña lista enumerando las razones por las cuales cualquier señor avispado en edad de merecer debe huir de Blancanieves y quedarse con  la Madrastra. Toda la vida. Aún cuando los medios de comunicación  (perversos a más no poder) pretendan convencerlo de otra cosa. Pasen y vean.

-Las Blancanieves reniegan de su cuerpo. No importa cuan perfectas sean: estas hijas de Dios siempre padecen a causa de rollos imaginarios, celulitis fantasma y narices que no son para tanto. Y tienen una convulsión si se encuentran una cana. Estas inseguridades hacen que, a la hora de los bifes, estén más pendientes de que no se les noten los rollos ficticios que de brincar alegremente sobre los masculinos que supieron conseguir.
Las Madrastras, en cambio, ya hemos aceptado todos los defectos de nuestras baqueteadas humanidades. Tantos años de “Espejito, espejito” (y de terapia, obvio) nos han reconciliado con nuestra grasa contante y sonante, nuestras piernas chuecas y nuestras cinturitas de pollo. No le tememos al “Koleston 2000”. Disfrutamos del cuerpecito que Dios nos dio (y que alimentamos esmeradamente durante años con facturas, papas fritas “Lays”  y caramelos “Cremino” de coco) porque es el único que tenemos.

-Las Blancanieves leen la “Cosmopolitan”. Esperan que el señor que las festeja tenga once erecciones diarias. Que los orgasmos les vengan solos como los estornudos. Que todo en la vida sea excitante y glamoroso. Y desprecian a un pene XS por considerarlo inútil.
Las Madrastras también leemos la “Cosmopolitan”, pero como si fuera un libro de Ray Bradbury. Sabemos lo que es la ciencia ficción.  Una sola y solita erección diaria de nuestro partenaire amerita una suelta de globos. Trabajamos alegre y concienzudamente en pos de nuestros orgasmos. Asumimos hace rato que la vida no es ni tan glamorosa ni tan excitante, pero que merece ser vivida. Y no despreciamos penes de ningún tamaño porque hasta un XS puede ser usado con pericia, y, ya se sabe, más vale maña que fuerza.

-Las Blancanieves esperan al Príncipe Azul. Pretenden que los hombres que las cortejan prendan velas, compren flores, reciten poemitas edulcorados de los que vienen en los “Dos corazones” y tengan un caballo blanco como el de San Martín.
Las Madrastras sabemos que los príncipes son feos y tienen madres inmortales que usan sombreros ridículos, y que los únicos azules son los  Pitufos.  Preferimos invertir en una botellita de vino más o menos decente el dinero dilapidado en velitas y flores. Nos gustan los “Dos corazones”, pero los versitos melosos que los acompañan nos parecen una inmundicia.  Y no queremos tener un caballo en el patio. Son animalitos muy lindos pero defecan a montones.

-Las Blancanieves se quieren casar.  “vivir en pareja”, en el mejor de los casos. Tienen una obsesión insana con esa cantinela boba que reza “Fueron felices y comieron perdices”. Quieren vestido, anillo, torta, luna de miel y todas esas cosas inútiles que ellas idealizan como si fueran las llaves del “Cofre de la Felicidad” de “Domingos para la Juventud”.
Las Madrastras ya estuvimos casadas, juntadas, adosadas y apelmazadas.  Queremos un señor que nos festeje, sí, pero lo queremos con cama afuera (lo más afuera posible).  Conocemos al dedillo la inutilidad de la Iglesia, del Registro Civil y de los trámites de todo tipo. No queremos que nos invadan y tampoco nos hace felices invadir a los demás. Y sabemos que lo único que lograríamos si nos metiéramos dentro de un vestido blanco es parecer un freezer.

-Las Blancanieves quieren tener hijos. Babean con cuanto crío se  cruza por su camino.  Tienen la peregrina idea de que un bebé la hará “mujeres completas”, como si antes de ser madres carecieran de un brazo, de una pierna o del hemisferio izquierdo del cerebro.
Las Madrastras ya tenemos hijos más o menos grandecitos. Y si no los tenemos, ya hemos adoptado a nuestros sobrinos, a los hijos de las vecinas o a un perrito querendón.  El universo de las mamaderas, los pañales y los llantos a las 3 de la mañana nos tienta tanto como una temporada en cualquier Infierno que no sea el de Rimbaud. Y no queremos convertir  forzosamente en  progenitores a señores que ya tienen hijos también grandecitos o han decidido que la paternidad es una responsabilidad que no quieren para sus vidas.

-Las Blancanieves pretenden que sus hombres coman porquerías. En pos de un ideal estético basado en la delgadez extrema y en las ojeras del Tío Lucas, estas chicas reducen drásticamente al consumo de cualquier alimento medianamente apetitoso o lo suprimen totalmente, en el más dramático de los casos. Ellas quieren lucir como si estuvieran muertas (y embalsamadas), así que un galán hambriento sólo encontrará en sus desnutridas heladeras una solitaria zanahoria, un apio desconsolado o una botella de insípida agua “Ser”. Ir a un restaurante con alguna de estas niñas es, prácticamente, un Vía Crucis. No pan, no papas, no pasta, no postre. Ni hablar de un vasito de vino. Cenar con una masticadora compulsiva de lechuga es deprimente.
Las Madrastras hacemos acopio de delicatessens. Lo último que deseamos para nos es lucir como si estuviéramos muertas.  Somos de una época gloriosa en la que las mujeres de bien usaban corrector de ojeras.  Y le hacemos honor a una buena comida, a una buena botella de vino y a un buen apple crumble (porque eso de que usamos las manzanas para envenenar chitrulas es una mentira inmunda: las usamos para cosas mucho más provechosas).

-Las Blancanieves son burras. Ni con toda la buena voluntad del mundo una puede pasar por alto la abrumadora ignorancia del 90% de estas chicas que gustan de ir por la vida dando lástima a cazadores y enanos.  No saben nada o casi nada, salvo los días en los que hay que ayunar porque así lo exige la oscurantista Dieta de la Luna y el lastimoso asunto de los penes XS (y eso porque se enteraron  en la “Cosmopolitan”).
Las Madrastras, en cambio, hemos leído mucho. Y si no hemos leído hemos vivido, que para el caso es lo mismo. Si bien es mucho más difícil engatusarnos tenemos una ventaja más que evidente: no condenamos a nuestros hombres  a escuchar todo el día boludeces sin ton ni son (porque nuestras boludeces, señores, vienen muy bien fundamentadas).

-Las Blancanieves son celosas. Las inseguridades de estas muchachas hacen que vivan con un temor enfermizo a ser abandonadas por sus pretendientes.  Son capaces de hacer escenas de celos apoteósicas si su partenaire osa poner los ojos durante 15 segundos sobre la humanidad de otra señorita. Entre hipos, llantos, desmayos y grititos histéricos acusan a sus hombres de canallas e infieles. Tienen conductas invasoras y cuasi delictivas: revisan bolsillos, agendas, teléfonos y computadoras buscando pruebas que les permitan redoblar sus hipos, llantos, desmayos y grititos histéricos. Los celos de las Blancanieves no dejan títere con cabeza: desconfían de las vecinas, las compañeras de trabajo, las primas y las amigas de Facebook.
Las Madrastras nos hemos deshecho del pesado lastre de los celos cuando cruzamos el umbral de los 30. No nos mueve un pelo que nuestros novios, concubinos, amantes o esposos le den una miradita a otra dama. Ya se sabe: estar a dieta no implica no poder echarle un vistazo al menú. No andamos hurgando en teléfonos y computadoras ajenos porque no nos gusta ni medio que hurguen en los nuestros. Las vecinas, primas y compañeras de trabajo de nuestros tórtolos nos tienen muy sin cuidado. Y nos reímos de sus amigas de Facebook. Sabemos, por experiencia, que la foto de perfil donde nuestra antagonista se parece a Jaclyn Smith poco tiene que ver con la caripela más bien anodina que la susodicha porta en la vida real.

Hasta aquí las razones -irrefutables- para que un caballero que sabe lo que hace opte por quedarse con la Madrastra y por mandar a Blancanieves a la casa de los enanos con una estampilla en el culo.  Espero que sean de utilidad para señores desinformados que creen que retozar con una veinteañera es mucho más gratificante que hacerlo con una regia cuarentona.

Au revoir.



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