BLANCANIEVES VS LA
MADRASTRA: EL ESPEJO CONTRAATACA
"Llévala lejos, al
bosque, donde pueda cortar flores. Y ahí mi fiel sirviente... ¡la
matarás!"
La Madrastra
Hace un
par de años, recién entrada en la cuarentena (de años, no de días, que yo
soy muy sanita), me quejaba amargamente por haber alcanzado la categoría de “señora”
y lamentaba que, de ser actriz, ya nunca podría interpretar el deseado rol de “la
chica” en ninguna película más o menos decente, salvo que prestara mi
cuerpecito para una producción del tipo de “White Palace” (“Pasión
sin barreras” o “Pasión otoñal”, como gusten ustedes), donde una
madura Susan Sarandon se zampa a un James Spader joven pero inexpresivo. Porque
es de público conocimiento que, en cine, si la mujer es mayor que su
partenaire, se contará una historia que gire alrededor de la diferencia de
edades, pero, si el mayor es el hombre, la película versará sobre
cualquier asunto, porque que una tontuela de 20 retoce con un cincuentón es la
cosa más natural del mundo.
Muchas
veces, señores, lamenté no caber ya en el primoroso vestidito de la impoluta
Blancanieves. Pero hoy, después de ver como una espléndida Julia Robets humilla
sin compasión a Lilly Collins en “Mirror, Mirror” (“Espejito,
espejito”) y una más que regia Charlize Theron le pasa el
trapo a Kristen Stewart, aletargada por tanto mordisco aunque se las quiera dar
de guerrera, en “Snow White and the Hunstman” (“Blancanieves y el cazador”), me
di cuenta que no. Que no quiero ser Blancanieves. Que quiero ser la
Madrastra.
A la luz
de este jubiloso descubrimiento, confeccioné una pequeña lista enumerando las
razones por las cuales cualquier señor avispado en edad de merecer debe huir de
Blancanieves y quedarse con la Madrastra. Toda la vida. Aún cuando los
medios de comunicación (perversos a más no poder) pretendan convencerlo
de otra cosa. Pasen y vean.
-Las Blancanieves reniegan de su cuerpo. No importa cuan perfectas sean: estas hijas de Dios siempre
padecen a causa de rollos imaginarios, celulitis fantasma y narices que no son
para tanto. Y tienen una convulsión si se encuentran una cana. Estas
inseguridades hacen que, a la hora de los bifes, estén más pendientes de que no
se les noten los rollos ficticios que de brincar alegremente sobre los
masculinos que supieron conseguir.
Las Madrastras, en cambio, ya hemos aceptado todos los defectos de
nuestras baqueteadas humanidades. Tantos años de “Espejito,
espejito” (y de terapia, obvio) nos han reconciliado con nuestra grasa
contante y sonante, nuestras piernas chuecas y nuestras cinturitas de pollo. No
le tememos al “Koleston 2000”. Disfrutamos del cuerpecito que
Dios nos dio (y que alimentamos esmeradamente durante años con facturas, papas
fritas “Lays” y caramelos “Cremino” de coco)
porque es el único que tenemos.
-Las Blancanieves leen la “Cosmopolitan”. Esperan que el señor que las festeja tenga once erecciones
diarias. Que los orgasmos les vengan solos como los estornudos. Que todo en la
vida sea excitante y glamoroso. Y desprecian a un pene XS por considerarlo
inútil.
Las Madrastras también leemos la “Cosmopolitan”, pero
como si fuera un libro de Ray Bradbury. Sabemos lo que es la ciencia ficción. Una sola y solita erección
diaria de nuestro partenaire amerita una suelta de globos. Trabajamos alegre y
concienzudamente en pos de nuestros orgasmos. Asumimos hace rato que la vida no
es ni tan glamorosa ni tan excitante, pero que merece ser vivida. Y no
despreciamos penes de ningún tamaño porque hasta un XS puede ser usado con
pericia, y, ya se sabe, más vale maña que fuerza.
-Las Blancanieves esperan al Príncipe Azul. Pretenden que los hombres que las cortejan prendan velas, compren
flores, reciten poemitas edulcorados de los que vienen en los “Dos
corazones” y tengan un caballo blanco como el de San Martín.
Las Madrastras sabemos que los príncipes son feos y tienen madres
inmortales que usan sombreros ridículos, y que los únicos azules son los
Pitufos. Preferimos invertir en una
botellita de vino más o menos decente el dinero dilapidado en velitas y flores.
Nos gustan los “Dos corazones”, pero los versitos melosos que
los acompañan nos parecen una inmundicia. Y no queremos tener un caballo
en el patio. Son animalitos muy lindos pero defecan a montones.
-Las Blancanieves se quieren casar. O “vivir en pareja”, en el mejor de los casos.
Tienen una obsesión insana con esa cantinela boba que reza “Fueron
felices y comieron perdices”. Quieren vestido, anillo, torta, luna de miel
y todas esas cosas inútiles que ellas idealizan como si fueran las llaves del “Cofre
de la Felicidad” de “Domingos para la Juventud”.
Las Madrastras ya estuvimos casadas, juntadas, adosadas y
apelmazadas. Queremos un señor que nos
festeje, sí, pero lo queremos con cama afuera (lo más afuera posible).
Conocemos al dedillo la inutilidad de la Iglesia, del Registro Civil y de
los trámites de todo tipo. No queremos que nos invadan y tampoco nos hace
felices invadir a los demás. Y sabemos que lo único que lograríamos si nos
metiéramos dentro de un vestido blanco es parecer un freezer.
-Las Blancanieves quieren tener hijos. Babean con cuanto crío se cruza por su camino. Tienen
la peregrina idea de que un bebé la hará “mujeres completas”, como
si antes de ser madres carecieran de un brazo, de una pierna o del hemisferio
izquierdo del cerebro.
Las Madrastras ya tenemos hijos más o menos grandecitos. Y si no los tenemos, ya hemos adoptado a nuestros
sobrinos, a los hijos de las vecinas o a un perrito querendón. El
universo de las mamaderas, los pañales y los llantos a las 3 de la mañana nos
tienta tanto como una temporada en cualquier Infierno que no sea el de Rimbaud.
Y no queremos convertir forzosamente en progenitores a señores que
ya tienen hijos también grandecitos o han decidido que la paternidad es una
responsabilidad que no quieren para sus vidas.
-Las Blancanieves
pretenden que sus hombres coman porquerías. En pos de un ideal
estético basado en la delgadez extrema y en las ojeras del Tío Lucas, estas
chicas reducen drásticamente al consumo de cualquier alimento medianamente
apetitoso o lo suprimen totalmente, en el más dramático de los casos. Ellas
quieren lucir como si estuvieran muertas (y embalsamadas), así que un galán
hambriento sólo encontrará en sus desnutridas heladeras una solitaria
zanahoria, un apio desconsolado o una botella de insípida agua “Ser”. Ir
a un restaurante con alguna de estas niñas es, prácticamente, un Vía
Crucis. No pan, no papas, no pasta, no postre. Ni hablar de un vasito
de vino. Cenar con una masticadora compulsiva de lechuga es deprimente.
Las Madrastras hacemos acopio de delicatessens. Lo último que deseamos para nos es lucir como si estuviéramos
muertas. Somos de una época gloriosa en la que las mujeres de bien usaban corrector
de ojeras. Y le hacemos honor a una buena comida, a una buena botella
de vino y a un buen apple crumble (porque eso de que usamos
las manzanas para envenenar chitrulas es una mentira inmunda: las usamos para
cosas mucho más provechosas).
-Las Blancanieves son burras. Ni con toda la buena voluntad del mundo una puede pasar por alto
la abrumadora ignorancia del 90% de estas chicas que gustan de ir por la vida
dando lástima a cazadores y enanos. No saben nada o casi nada, salvo los
días en los que hay que ayunar porque así lo exige la oscurantista Dieta de la
Luna y el lastimoso asunto de los penes XS (y eso porque se enteraron en
la “Cosmopolitan”).
Las Madrastras, en cambio, hemos leído mucho. Y si no hemos leído hemos vivido, que para el caso es lo mismo. Si
bien es mucho más difícil engatusarnos tenemos una ventaja más que evidente: no
condenamos a nuestros hombres a escuchar todo el día boludeces sin ton ni
son (porque nuestras boludeces, señores, vienen muy bien fundamentadas).
-Las Blancanieves son celosas. Las inseguridades de estas muchachas hacen que vivan con un temor
enfermizo a ser abandonadas por sus pretendientes. Son capaces de hacer
escenas de celos apoteósicas si su partenaire osa poner los ojos durante 15
segundos sobre la humanidad de otra señorita. Entre hipos, llantos, desmayos y
grititos histéricos acusan a sus hombres de canallas e infieles. Tienen
conductas invasoras y cuasi delictivas: revisan bolsillos, agendas, teléfonos y
computadoras buscando pruebas que les permitan redoblar sus hipos, llantos,
desmayos y grititos histéricos. Los celos de las Blancanieves no dejan títere
con cabeza: desconfían de las vecinas, las compañeras de trabajo, las primas y
las amigas de Facebook.
Las Madrastras nos hemos deshecho del pesado lastre de los celos
cuando cruzamos el umbral de los 30. No nos
mueve un pelo que nuestros novios, concubinos, amantes o esposos le den una
miradita a otra dama. Ya se sabe: estar a dieta no implica no poder
echarle un vistazo al menú. No andamos hurgando en teléfonos y
computadoras ajenos porque no nos gusta ni medio que hurguen en los nuestros.
Las vecinas, primas y compañeras de trabajo de nuestros tórtolos nos tienen muy
sin cuidado. Y nos reímos de sus amigas de Facebook. Sabemos,
por experiencia, que la foto de perfil donde nuestra
antagonista se parece a Jaclyn Smith poco tiene que ver con la caripela más
bien anodina que la susodicha porta en la vida real.
Hasta
aquí las razones -irrefutables- para que un caballero que sabe lo que hace opte
por quedarse con la Madrastra y por mandar a Blancanieves a la casa de los
enanos con una estampilla en el culo. Espero que sean de utilidad para
señores desinformados que creen que retozar con una veinteañera es mucho más
gratificante que hacerlo con una regia cuarentona.
Au revoir.
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