martes, 2 de febrero de 2016

YOU CAN FLY! YOU CAN FLY!


YOU CAN FLY! YOU CAN FLY!

“Yo soy Peter Pan, no quiero crecer.” 
Michael Jackson

Que casi todos los hombres son unos inmaduros es una verdad contante y sonante que está fuera de toda discusión.  Esta aseveración, que podrá fastidiar a algunos señores sesudos, es fácilmente comprobable: cuando un hombre se enferma se convierte en el más quisquilloso de nuestros hijos. Hay que mimarlo, atenderlo, arroparlo y aceptar que, lo que para la dama es un simple resfrío, para el caballero es una neumonía estafilocócica con complicaciones. Porque los hombres -enfermos o no- siempre acarrean complicaciones.
Pero entre todos los inmaduros hay uno que se pasó de rosca: el masculino que padece lo que los que saben han dado en llamar el síndrome de Peter Pan.  Estos señores que se resisten a sacarse las calzas verdes y ponerse los pantalones, son aquellos que idealizan la juventud de forma exagerada,  buscan como parejas a señoras que los contengan, los mantengan y los entretengan,  y tienen serias dificultades para comprometerse y mantener una relación duradera.
El término para referirse a este síndrome fue adoptado en 1983 por el psicólogo Dan Kiley, ya que estos hombres, patológicamente inmaduros,  comparten pensamientos y aspiraciones con el personaje del cuento infantil del escritor escocés James M. Barrie, aquel Peter Pan inmortalizado por Disney, un niño que se niega a crecer y vive aventuras con una serie de secuaces tan despreocupados como él, los Niños Perdidos, en el mágico País del Nunca Jamás. 
Un Peter Pan es, casi obligatoriamente, un masculino encantador. Alegre, seductor, simpático y siempre listo para salir de juerga y ser el alma de la fiesta.  Pero esa pátina dorada que lo hace tan atractivo desaparece cuando una -la ilusa de siempre- intenta establecer una pareja con tan jacarandoso señor, que resulta incapaz de asumir responsabilidades y de generar proyectos en común y a largo plazo. Además de carecer completamente de autocrítica.
Los Peter Pan  se niegan a dejar de ser hijos y asumir el rol de padres. Son eternos adolescentes: rebeldes, narcisistas, dependientes y manipuladores, sufren terribles inseguridades y no saben (ni pueden) estar solos. Cambian de pareja como de calzones y suelen presentar alguna disfunción sexual. Sus relaciones amorosas suelen carecer de erotismo: el leitmotiv  de sus vidas es mucha PlayStation y poco sexo.  Nada de Venus y sobredosis de Cartoon Network.  Algunos (aquellos que tienen un menor sentido del ridículo) hasta se visten como adolescentes.
Las necesidades del hombre Peter Pan están en primer lugar y suelen ser satisfechas por otra persona. Su núcleo social está formado por personas más jóvenes que él. Y necesita cataratas de afecto. Es propenso a sufrir crisis de ansiedad, a angustiarse y a sumirse en estados depresivos pasajeros. Según los expertos, estos hombres que no se deciden a sentar cabeza, esconden un entramado inconsciente intrincado, de angustias, viejos temores y culpas que les impiden asumir responsabilidades adultas.
Ya sé lo que están pensando, mis queridos: que la culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer. Y quién le da de comer es, cómo no, la pavota que vive sacándole las castañas del fuego a este impresentable y padece otro síndrome: el de Wendy (recordarán ustedes que Wendy, la mayor de los tres hermanos Darling, que llega al País del Nunca Jamás fascinada con la idea de ser una madre y, a pesar de tener doce tiernísimos años, pretende hacerse cargo de Peter Pan y de los Niños Perdidos, y se toma este pesado trabajo tan en serio que es capaz de soltar frases como “Dios mío, a veces pienso que las solteras son de envidiar” o “A veces los niños son más una maldición, que una bendición”). La mujer Wendy es aquella que tiene una necesidad imperiosa de  aceptación y aprobación. Toma bajo su responsabilidad a un hombre inmaduro e incapaz de hacerse cargo de sí mismo porque, al lado de un varón con estas características, tiene la ilusión de ser imprescindible. Su comportamiento está orientado a agradar y complacer y entiende el amor como un sacrificio. Estas conductas llevan implícitas un complejo de inferioridad que las lleva a perdonar y a justificar todo, aunque sufran y se sientan humilladas por su partenaire.
Dicho ya lo que tenía que decir acerca de este tema (que no era mucho), pongo fin a este opúsculo absolutamente prescindible y me preparo mental y físicamente para la trascendental tarea de pelar un kilo de papas.  Antes de despedirme y, para salvaguardar un poco el honor de los varones, diré que también hay mujeres que sufren el síndrome de Peter Pan. Lamentables  señoras de 40 que se compran borcegos en 47 Street sin un atisbo de vergüenza.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.  

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