YOU
CAN FLY! YOU CAN FLY!
“Yo soy Peter Pan, no
quiero crecer.”
Michael Jackson
Que casi
todos los hombres son unos inmaduros es una verdad contante y sonante que está
fuera de toda discusión. Esta aseveración, que podrá fastidiar a algunos
señores sesudos, es fácilmente comprobable: cuando un hombre se enferma se
convierte en el más quisquilloso de nuestros hijos. Hay que mimarlo, atenderlo,
arroparlo y aceptar que, lo que para la dama es un simple resfrío, para el
caballero es una neumonía estafilocócica con complicaciones.
Porque los hombres -enfermos o no- siempre acarrean complicaciones.
Pero
entre todos los inmaduros hay uno que se pasó de rosca: el masculino que padece
lo que los que saben han dado en llamar el síndrome de Peter Pan.
Estos señores que se resisten a sacarse las calzas verdes y ponerse
los pantalones, son aquellos que idealizan la juventud de forma
exagerada, buscan como parejas a señoras que los contengan, los mantengan
y los entretengan, y tienen serias dificultades para comprometerse y
mantener una relación duradera.
El
término para referirse a este síndrome fue adoptado en 1983 por el psicólogo
Dan Kiley, ya que estos hombres, patológicamente inmaduros,
comparten pensamientos y aspiraciones con el personaje del cuento infantil del
escritor escocés James M. Barrie, aquel Peter Pan inmortalizado
por Disney, un niño que se niega a crecer y vive aventuras con una serie de
secuaces tan despreocupados como él, los Niños Perdidos, en el
mágico País del Nunca Jamás.
Un Peter
Pan es, casi obligatoriamente, un masculino encantador. Alegre,
seductor, simpático y siempre listo para salir de juerga y ser el alma
de la fiesta. Pero esa pátina dorada que lo hace tan atractivo
desaparece cuando una -la ilusa de siempre- intenta establecer una pareja con
tan jacarandoso señor, que resulta incapaz de asumir responsabilidades y de
generar proyectos en común y a largo plazo. Además de carecer completamente de
autocrítica.
Los Peter
Pan se niegan a dejar de ser hijos y asumir el rol de padres. Son
eternos adolescentes: rebeldes, narcisistas, dependientes y manipuladores,
sufren terribles inseguridades y no saben (ni pueden) estar solos. Cambian de
pareja como de calzones y suelen presentar alguna disfunción sexual. Sus
relaciones amorosas suelen carecer de erotismo: el leitmotiv
de sus vidas es mucha PlayStation y poco sexo. Nada
de Venus y sobredosis de Cartoon Network.
Algunos (aquellos que tienen un menor sentido del ridículo) hasta se
visten como adolescentes.
Las
necesidades del hombre Peter Pan están en primer lugar y
suelen ser satisfechas por otra persona. Su núcleo social está formado por
personas más jóvenes que él. Y necesita cataratas de afecto. Es propenso a
sufrir crisis de ansiedad, a angustiarse y a sumirse en estados depresivos
pasajeros. Según los expertos, estos hombres que no se deciden a sentar cabeza, esconden
un entramado inconsciente intrincado, de angustias, viejos temores y culpas que
les impiden asumir responsabilidades adultas.
Ya sé lo
que están pensando, mis queridos: que la culpa no es del chancho, sino
de quien le da de comer. Y quién le da de comer es, cómo no, la pavota
que vive sacándole las castañas del fuego a este impresentable y padece otro
síndrome: el de Wendy (recordarán ustedes que Wendy, la
mayor de los tres hermanos Darling, que llega al País
del Nunca Jamás fascinada con la idea de ser una madre y,
a pesar de tener doce tiernísimos años, pretende hacerse cargo de Peter
Pan y de los Niños Perdidos, y se toma este pesado trabajo
tan en serio que es capaz de soltar frases como “Dios mío, a veces
pienso que las solteras son de envidiar” o “A
veces los niños son más una maldición, que una bendición”). La mujer Wendy es
aquella que tiene una necesidad imperiosa de aceptación y aprobación.
Toma bajo su responsabilidad a un hombre inmaduro e incapaz de hacerse cargo de
sí mismo porque, al lado de un varón con estas características, tiene la
ilusión de ser imprescindible. Su comportamiento está orientado a agradar y
complacer y entiende el amor como un sacrificio. Estas conductas llevan
implícitas un complejo de inferioridad que las lleva a perdonar y a justificar
todo, aunque sufran y se sientan humilladas por su partenaire.
Dicho ya
lo que tenía que decir acerca de este tema (que no era mucho), pongo fin a este
opúsculo absolutamente prescindible y me preparo mental y físicamente para la
trascendental tarea de pelar un kilo de papas. Antes de despedirme y,
para salvaguardar un poco el honor de los varones, diré que también hay mujeres
que sufren el síndrome de Peter Pan. Lamentables señoras
de 40 que se compran borcegos en 47 Street sin un atisbo de
vergüenza.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario