jueves, 2 de enero de 2020

LAS VERDADERAS HISTORIAS DETRÁS LOS CUENTOS INFANTILES: RICITOS DE ORO Y LOS TRES OSOS


LAS VERDADERAS HISTORIAS DETRÁS LOS CUENTOS INFANTILES: RICITOS DE ORO Y LOS TRES OSOS

No debemos dejar de explorar. Y al final de nuestras exploraciones llegaremos al lugar del que partimos, y lo conoceremos por primera vez.”  
T. S. Eliot

Muy buenas tardes, amables lectores. Les traigo hoy una nueva entrega de la saga “Las verdaderas historias detrás de los cuentos infantiles”, esta vez dedicada a una popular historia: "Ricitos de oro y los tres osos".

RICITOS DE ORO Y LOS TRES OSOS

"Ricitos de oro y los tres osos" ("Goldilocks and the Three Bears") y el más antiguo aún "La historia de los tres osos" ("The Story of the Three Bears") son dos variaciones de un cuento de hadas del siglo XIX, probablemente escocés. Lo que originalmente era un cuento oral aterrador se convirtió en una acogedora historia familiar. El cuento ha suscitado varias interpretaciones y se ha adaptado a películas, óperas y otros medios. 


LOS TRES OSOS 

"Los tres osos" fue llevado al publicado por primera por el escritor y poeta británico Robert Southey, que lo incluyó en un volumen  llamado "The Doctors ", en el año 1837. El mismo año en que se publicó el cuento de Southey, la historia fue versificada por George Nicol. 
El antecedente escrito de "Los tres osos" es un folleto hecho a mano por Eleanor Mure para el cumpleaños de su sobrino Horace Broke, en 1813.
En el cuento de Southey, tres osos antropomórficos, "un pequeño oso, un oso de tamaño mediano y un gran oso enorme", viven juntos en una casa en el bosque. Southey los describe como muy bondadosos, confiados, inofensivos, ordenados y hospitalarios. Cada uno de estos osos solteros tiene su propio cuenco de avena, silla y cama. Un día preparan gachas para el desayuno, pero hace demasiado calor para comer, así que salen a dar un paseo por el bosque mientras se enfrían. 
Una anciana "insolente, mala, malhablada, fea y sucia" ingresa a la casa vacía.  Se sienta en sus sillas, come algunas de sus gachas  y duerme en una de sus camas. Cuando los osos regresan y la descubren, ella se pone en pie, salta desde la ventana, se cae y va a parar a una especie de correccional por allanamiento de morada.
Las historias de Southey y Mure difieren en los detalles. Los osos de Southey tienen gachas en sus cuencos;  los de Mure, leche. La anciana de Southey no tiene motivos para entrar en la casa; la anciana de Mure está irritada porque los osos rechazaron su visita de cortesía. La anciana de Southey salta por la ventana cuando la descubren cuando la descubren; la de Mure es arrojada al fuego por los osos, que luego intentan ahogarla y terminan empalándola en la aguja del campanario de la Catedral de San Pablo.  
Muchos folcloristas aseguran que en la historia que se contaba oralmente, la anciana se rompe el cuello al saltar por la ventana.


RICITOS DE ORO

Doce años después de la publicación de la historia de Southey, Joseph Cundall transformó al antagonista de una fea anciana en una niña bonita en su "Treasury of Pleasure Books for Young Children". Explicó sus razones para hacerlo en una carta dedicatoria a sus hijos, fechada en noviembre de 1849, que se insertó al comienzo del libro: "He hecho de la intrusa una niña en vez de una anciana, ya que hay muchos cuentos de viejas.”
Una vez que Ricitos de oro entró en el cuento, se quedó para siempre, dejando claro que los niños prefieren una pequeña bonita en la historia en lugar de una mujer vieja y fea. 
El destino de Ricitos de oro varía en muchos relatos: en algunas versiones, ella logra escapar corriendo hacia el bosque; en otras,  casi es devorada por los osos pero su madre la rescata y Ricitos promete ser una niña buena.  En algunas versiones, los osos incluso acompañan a Ricitos de Oro para indicarle el camino correcto para regresar a su hogar. 
Los tres osos solteros se convirtieron con el tiempo en Papa, Mamá y Bebé Oso.


SCRAPEFOOT

En 1894, "Scrapefoot", un cuento con tres osos y un zorro como antagonista que tiene sorprendentes similitudes con la historia de Southey, fue descubierto por el folclorista Joseph Jacobs.  En esta versión, los tres osos viven en un castillo en el bosque y son visitados por un zorro llamado Scrapefoot que bebe su leche, se sienta en sus sillas y descansa en sus camas.
Southey probablemente, escuchó esta historia siendo un niño de boca de su tío William Tyler. El tío Tyler pudo haber contado una versión con una zorra  (hembra) como intrusa, y  Southey pudo haber confundido y dado a la palabra zorra otro significado muy común que es el de anciana astuta.


EXPLORANDO TERRITORIO DESCONOCIDO

La especialista en literatura infantil Maria Tatar señala en su libro "Los cuentos de hadas anotados" ("The Annotated Classic Fairy Tales", 2002) señala que el cuento de Robert Southey puede verse como una historia de advertencia que imparte una lección sobre los peligros de deambular y explorar territorio desconocido. Al igual que en "Los tres cerditos" ("Three Little Pigs"), la historia utiliza fórmulas repetitivas para captar la atención del niño y reforzar el punto sobre seguridad y refugio.
Tatar señala que la historia se enmarca normalmente hoy como un descubrimiento de lo que es "lo correcto", pero para las generaciones anteriores, era una historia sobre un intruso que no podía controlarse a sí misma cuando se encontraba con las posesiones de otros. 

Hasta aquí, mis queridos, todo lo que tenía para decir acerca de "Ricitos  de oro y los tres osos". Me despido de ustedes con una divertida reescritura del cuento tradicional en verso hecha por Roald Dahl, y publicada en el libro "Cuentos en verso para niños perversos" ("Revolting Rhymes"):


RIZOS DE ORO Y LOS TRES OSOS

¡Jamás debió ponerse en un estante
una bellaquería semejante!
¿Cómo una madre amante y responsable
puede dejar la historia detestable
de esta malvada niña entre las manos
de unos retoños cándidos y sanos?
Si de mí dependiera, Rizos de oro
estaría entre rejas como un loro…
Imagínense ustedes qué gracioso
resulta hacer potaje para oso,
café y bollitos con su mermelada
y, con la mesa puesta y preparada,
que diga Papá Oso: «¡Mil cornejas!
¡La sopa está que quema las orejas!
Vamos a darnos un paseo juntos
hasta que este potaje esté en su punto.
Además, caminar un buen ratito
nos abrirá el apetito».
Ninguna ama de casa se opondría
a propuesta de tal sabiduría
y menos con el genio singular
de un oso cuando es hora de almorzar.


Pues bien, en cuanto dejan la mansión
se cuela Rizos de oro en el salón
y, cual reptil sinuoso y repelente,
lo curiosea todo soezmente.
Al punto ve el potaje apetitoso
que puso en los tres platos Mamá Oso
y, en menos tiempo del que aquí se cuenta,
sobre ellos se abalanza violenta.
Imagínense, insisto, qué faena,
después de preparar cosa tan buena,
que acabe en el estómago incivil
de alguna delincuente juvenil.
¡Y no acaba ahí la cosa!, lo mejor
viene a continuación de lo anterior.
Como mujer de hogar que usted se siente,
ha ido con todo amor, pacientemente,
coleccionando muchos trastos viejos:
un angelote manco, dos espejos,
tres sillas y un armario estilo imperio
comprados en subasta y, lo más serio,
una silla de niño isabelina
que un día heredó usted de su madrina.
Es esa silla orgullo, prez y gloria
de su querida casa y no hay historia
que usted no cuente de ella y se derrita
cuando la enseña ufana a las visitas.
Pues, como iba diciendo, Rizos de oro,
sin el menor recato ni decoro
coloca su trasero gordinflón
sobre la silla histórica en cuestión
y, como no le importa tres pepinos
el mobiliario estilo isabelino,
se carga en un segundo malhadado
de su salón el mueble más preciado.
Cualquier niña diría: «¡Qué desgracia!
¡Merezco un buen castigo por mi audacia!».
Pero no Rizos de oro que, al contrario,
exhibe su peor vocabulario:
«¡Maldito cachivache!» y otras cosas
que, de tan malsonantes y espantosas,
no puedo ni me atrevo a transcribir
ni creo que se deban imprimir.


Ustedes pensarán que aquí termina
su expedición fatal nuestra heroína…
Pues yo lo siento mucho, amigos míos,
pero no acaba aquí todo este lío.
La miserable quiere echar la siesta,
así que va a mirar dónde se acuesta.
Sube a los dormitorios de los osos,
compara qué edredón es más lanoso,
los prueba del derecho y del revés,
y se echa en el más blando de los tres.
Como sabéis, la gente de provecho
se suele descalzar cuando va al lecho,
pero con Rizos de oro no hay enmienda
ni se le ocurre cosa que no ofenda.
Podéis imaginaros los muy guarros
que estaban sus zapatos, cuánto barro
pestífero llevaban en las suelas.
Hasta algo que hizo un perro y, por que huela
tan solo a tinta el libro, uno se calla…
Y, digo una vez más: ¿Es que no estalla
cualquiera a quien un monstruo dormilón
le ponga hecho una cuadra su edredón?


¿Os dais cuenta cabal de la cadena
de crímenes tramados por la nena?
Crimen número uno: la acusada
comete allanamiento de morada.
Crimen número dos: el personaje
se queda con tres platos de potaje.
Crimen número tres: la muy cochina
destroza una sillita isabelina.
Crimen número cuatro: va la dama
y se limpia los zapatos en la cama…
Un juez no dudaría ni un instante:
«¡Diez años de presidio a esa tunante!».
Pero en la historia, tal como se cuenta,
la miserable escapa tan contenta
mientras los niños gritan, encantados:
«¡Qué bien; Ricitos de oro se ha salvado!».
Yo, en cambio, le daría otro final
a un cuento tan infame y criminal:
«¡Papá!», grita el Osito, «estoy furioso.
No tengo sopa». «¡Vaya!», dice el Oso.
«Pues sube al dormitorio: está en la cama,
metida en la barriga de una dama,
así que no tendrás más solución
que dar cuenta del caldo y del tazón».

Buenas tardes.



Ilustración 1: Katharine Pyle
Ilustración 2: Krista Huot
Ilustración 3: Anónimo
Ilustración 4: Gianni de Conno
Ilustración 5: Stephen Maquignon 
Ilustración 6: Jan Brett


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