SPLOSH: CON LA COMIDA SÍ SE JUEGA
“Toda la historia humana
atestigua que, desde el bocado de Eva, la dicha del hombre depende de la
comida.”
Lord Byron
Parece,
señores, que los ingleses no son gente tan seria como nos hicieron creer
durante todos estos años. Esta afirmación que a muchos dejará indiferentes
tiene su fundamento en un “invento” que se le adjudica a los
británicos y que es, nada más y nada menos, que el “splosh”, la
puerca y jacarandosa costumbre de llevar comida a la cama para utilizarla
durante los juegos eróticos. Según afirman los expertos, esta práctica surgió
en Londres a finales de los ’80, aunque, para ser más exactos, lo que surgió
fue el nombre del saleroso vicio, porque la práctica en sí ya estaba instalada
entre las parejas cachondas (a no olvidar que, según cuenta la leyenda, Mick
Jagger y Keith Richards compartían bombones en la vagina de la bella y
desprejuiciada Marianne Faithfull).
Una nota
publicada por el Diario Clarín cuenta que el término “splosh” fue
acuñado en 1989 por una revista erótica británica dedicada a este fetichismo y
proviene de la onomatopeya que aparecía en las antiguas caricaturas cuando se
estampaba un pastel de crema en la cara de algún personaje. En las portadas de
esta revista especializada en mezclar sexo y comida, las señoritas posan
cubiertas de chocolate o pinturas saborizadas y los señoritos brillan por su
ausencia. Una lástima.
Pero a no
equivocarse: chocolates y pinturas con sabores varios no son los únicos
ingredientes que utilizan los “sploshers” en sus aventuras
erótico culinarias. También echan mano a cremas varias, miel,
helado, champagne, spaghetti y guisos. A mí, lo de la cremita y el champangcito
me parecía simpático y hasta estimulante. Pero con el guiso se fueron a la
miércoles. Nada menos erótico que una lenteja, con el perdón de las legumbres.
La
Licenciada Yamina Cotarelo, sexóloga, y psicóloga comenta: “El
placer está en enchastrarse, más que en el mismo acto sexual. De hecho, a veces
se ensucian con la ropa puesta y el sexo no necesariamente está incluido.” Esta
declaración, caros lectores, a mí me deja perpleja, no sé a ustedes. Poco
sentido le encuentro al asunto de enchastrarse con la ropa puesta
sabiendo de antemano que esa ropa voy a lavarla yo.
Parece
que hay “sploshers” que son tan expansivos que no pueden
reservar este hábito puerco para la intimidad y organizan “sploshing
parties”, desopilantes guerras de comida donde los asistentes se
arrojan todo tipo de sustancias. Cosa que a mí (si, ya sé, hoy estoy
aguafiestas) además de estúpida me parece inmoral. Tanta gente con hambre y
estos pelotudos tirándose soufflé de queso por la cabeza.
A esta
altura del opúsculo, muchos de ustedes estarán elucubrando acerca de qué tiene
de excitante embadurnarse con comida. Según la Cotarelo, al hacerlo alcanzamos
el mismo tipo de placer que obteníamos de bebés, cuando revoleábamos la cuchara
llena de puré de zapallo contra el piso o metíamos nuestras manitos en el plato
para decorar nuestra humanidad y la de la pobre cristiana que nos alimentaba,
con fideos y salsa de tomate. La Licenciada explica que detrás de cada
fetichismo hay una prohibición. Y detrás de cada prohibición, decenas de
personas que se excitan traspasando límites. Ejércitos de gentes extravagantes
que tienen orgasmos pisando el césped sólo porque hay un cartelito que lo
prohíbe terminantemente. “A veces, si el niño fue demasiado pulcro, el
placer por enchastrarse surge por compensación”, señala la
especialista. Y una comprende por qué estas cosas no la calientan demasiado:
siempre fue una roñosa.
En el
marco de una pareja bien avenida, el “splosh” es un juego más
para exaltar los ánimos. “Vos querés jugar con tu pareja, tiene que ver
con el erotismo. Sexo y comida son dos grandes placeres”, explica la
Cotarelo. Y como sexo y comida son dos grandes placeres y de vivillos
está el mundo lleno, ya hay restaurantes donde las señoritas se acuestan y
varios hombres degustan sushi de sus cuerpecitos siliconados. Ustedes,
apreciadas leyentes, se preguntarán tal como me lo pregunto yo cuándo llegará
el día en que nosotras tengamos potestad para acostar a un señor y comerle una
grande de muzzarella encima. Porque de señoritas en bolas y sushi estamos hasta
la coronilla (bueno, de sushi no; sólo de señoritas en bolas).
Any
Krieger es otra Licenciada que sabe de estas truculencias erótico culinarias.
Para ella, los jugueteos previos al encuentro sexual que involucran comida
están relacionados con la estimulación de los olores y los sabores.
Y cuando la travesura además de estropicio incluye lamidas, lo que
estamos buscando es, de forma inconsciente, retrotraernos a la idílica relación
que de bebés entablamos con la teta. Mirá vos.
Los
aderezos más comunes en la práctica del “splosh” son ciertas
bebidas, como el vino y el champagne, el helado, el dulce de leche, las cremas
y el chocolate. Ingredientes bastante más civilizados que las lentejas o el mondongo,
según mi criterioso punto de vista.
Para dar
por concluido el tema, la Cotarelo aporta algunos tips para
que aquellos que estén interesados en incursionar en esta variante de juego
erótico sepan qué elegir y qué no en pos de que la festichola salga a
pedir de boca: “Nada ni muy dulce, ni muy picante, ni muy empalagoso. Y
si es líquido, conviene que sea en una bañadera o en algún lugar donde no nos
importe manchar. Se trata de buscar con imaginación y tener en cuenta estas
cosas. Que sean sabores no neutros, pero equilibrados. Y si se puede apoyar la
comida en el cuerpo, ¡mejor!”
Informados
ya mis lectores de esta práctica cochina y agradeciendo al Diario
Clarín por tan esclarecedor artículo y a las Licenciadas Cotarelo y
Krieger por su sapiencia en el tema, pongo fin a este vergonzoso escrito
cuya finalidad es que ustedes, caros lectores, tengan algún truquito más para
caldear el ambiente cuando la inclemencia de la sucia rutina congele sus
corazones y sus partes pudendas. Y me retiro a mis aposentos, no sin antes
manotear un frasco de mermelada de frutilla, como quien no quiere la cosa.
Porque me dio hambre, che.
No sean malpensados.
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