jueves, 9 de enero de 2020

SPLOSH: CON LA COMIDA SÍ SE JUEGA


SPLOSH: CON LA COMIDA  SE JUEGA

“Toda la historia humana atestigua que, desde el bocado de Eva, la dicha del hombre depende de la comida.” 
Lord Byron

Parece, señores, que los ingleses no son gente tan seria como nos hicieron creer durante todos estos años. Esta afirmación que a muchos dejará indiferentes tiene su fundamento en un “invento”  que se le adjudica a los británicos y que es, nada más y nada menos, que el “splosh”, la puerca y jacarandosa costumbre de llevar comida a la cama para utilizarla durante los juegos eróticos. Según afirman los expertos, esta práctica surgió en Londres a finales de los ’80, aunque, para ser más exactos, lo que surgió fue el nombre del saleroso vicio, porque la práctica en sí ya estaba instalada entre las parejas cachondas (a no olvidar que, según cuenta la leyenda, Mick Jagger y Keith Richards compartían bombones en la vagina de la bella y desprejuiciada Marianne Faithfull).
Una nota publicada por el Diario Clarín cuenta que el término “splosh” fue acuñado en 1989 por una revista erótica británica dedicada a este fetichismo y proviene de la onomatopeya que aparecía en las antiguas caricaturas cuando se estampaba un pastel de crema en la cara de algún personaje. En las portadas de esta revista especializada en mezclar sexo y comida, las señoritas posan cubiertas de chocolate o pinturas saborizadas y los señoritos brillan por su ausencia. Una lástima.
Pero a no equivocarse: chocolates y pinturas con sabores varios no son los únicos ingredientes que utilizan los “sploshers” en sus aventuras erótico culinarias. También echan mano a  cremas varias,  miel, helado, champagne, spaghetti y guisos. A mí, lo de la cremita y el champangcito me parecía simpático y hasta estimulante. Pero con el guiso se fueron a la miércoles. Nada menos erótico que una lenteja, con el perdón de las legumbres.
La Licenciada Yamina Cotarelo, sexóloga, y psicóloga comenta: “El placer está en enchastrarse, más que en el mismo acto sexual. De hecho, a veces se ensucian con la ropa puesta y el sexo no necesariamente está incluido.” Esta declaración, caros lectores, a mí me deja perpleja, no sé a ustedes.  Poco sentido le encuentro al asunto de enchastrarse  con la ropa puesta sabiendo de antemano que esa ropa voy a lavarla yo.
Parece que hay “sploshers” que son tan expansivos que no pueden reservar este hábito puerco para la intimidad y organizan “sploshing parties”, desopilantes guerras de comida donde los asistentes se arrojan todo tipo de sustancias. Cosa que a mí (si, ya sé, hoy estoy aguafiestas) además de estúpida me parece inmoral. Tanta gente con hambre y estos pelotudos tirándose  soufflé de queso por la cabeza.
A esta altura del opúsculo, muchos de ustedes estarán elucubrando acerca de qué tiene de excitante embadurnarse con comida. Según la Cotarelo, al hacerlo alcanzamos el mismo tipo de placer que obteníamos de bebés, cuando revoleábamos la cuchara llena de puré de zapallo contra el piso o metíamos nuestras manitos en el plato para decorar nuestra humanidad y la de la pobre cristiana que nos alimentaba, con fideos y salsa de tomate. La Licenciada explica que detrás de cada fetichismo hay una prohibición. Y  detrás de cada prohibición, decenas de personas que se excitan traspasando límites. Ejércitos de gentes extravagantes que tienen orgasmos pisando el césped sólo porque hay un cartelito que lo prohíbe terminantemente. “A veces, si el niño fue demasiado pulcro, el placer por enchastrarse surge por compensación”, señala la especialista. Y una comprende por qué estas cosas no la calientan demasiado: siempre fue una roñosa.
En el marco de una pareja bien avenida, el “splosh” es un juego más para exaltar los ánimos. “Vos querés jugar con tu pareja, tiene que ver con el erotismo. Sexo y comida son dos grandes placeres”, explica la Cotarelo.  Y como sexo y comida son dos grandes placeres y de vivillos está el mundo lleno, ya hay restaurantes donde las señoritas se acuestan y varios hombres degustan sushi de sus cuerpecitos siliconados. Ustedes, apreciadas leyentes, se preguntarán tal como me lo pregunto yo cuándo llegará el día en que nosotras tengamos potestad para acostar a un señor y comerle una grande de muzzarella encima. Porque de señoritas en bolas y sushi estamos hasta la coronilla (bueno, de sushi no; sólo de señoritas en bolas).
Any Krieger es otra Licenciada que sabe de estas truculencias erótico culinarias. Para ella, los jugueteos previos al encuentro sexual que involucran comida están relacionados con la estimulación de los olores y los sabores.  Y  cuando la travesura además de estropicio incluye lamidas, lo que estamos buscando es, de forma inconsciente, retrotraernos a la idílica relación que de bebés entablamos con la teta. Mirá vos.
Los aderezos más comunes en la práctica del “splosh” son ciertas bebidas, como el vino y el champagne, el helado, el dulce de leche, las cremas y el chocolate. Ingredientes bastante más civilizados que las lentejas o el mondongo, según mi criterioso punto de vista.
Para dar por concluido el tema, la Cotarelo aporta algunos tips para que aquellos que estén interesados en incursionar en esta variante de juego erótico  sepan qué elegir y qué no en pos de que la festichola salga a pedir de boca: “Nada ni muy dulce, ni muy picante, ni muy empalagoso. Y si es líquido, conviene que sea en una bañadera o en algún lugar donde no nos importe manchar. Se trata de buscar con imaginación y tener en cuenta estas cosas. Que sean sabores no neutros, pero equilibrados. Y si se puede apoyar la comida en el cuerpo, ¡mejor!”
Informados ya mis lectores de esta práctica cochina y agradeciendo al Diario Clarín por tan esclarecedor artículo y a las Licenciadas Cotarelo y Krieger por su sapiencia en el tema, pongo fin a  este vergonzoso escrito cuya finalidad es que ustedes, caros lectores, tengan algún truquito más para caldear el ambiente cuando la inclemencia de la sucia rutina congele sus corazones y sus partes pudendas. Y me retiro a mis aposentos, no sin antes manotear un frasco de mermelada de frutilla, como quien no quiere la cosa. Porque me dio hambre, che.

No sean malpensados.

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