HOTEL DULCE HOTEL VII
“Yo también... ¡Sí! Yo tengo - ¿Por qué no confesarlo? - un pequeño fantasma, un duende de familia.”
Oliverio Girondo
Buenas noches, amables lectores. Aquí les traigo
una nueva entrega de la saga “Hotel, dulce hotel”, con
locaciones tan fascinantes como la Lemp Mansion, ubicada en Benton
Park, St. Louis, Missouri, EE.UU., y la escalofriante Rose Hall Great House, de Montego Bay, Jamaica. Disfruten.
-HOTEL JEROME, ASPEN, COLORADO, EE. UU.
El Hotel Jerome está
situado en East Main Street (State
Highway 82) en Aspen, Colorado, EE. UU. Se trata de una estructura de
ladrillos construida alrededor de 1889. En 1986 se empadronó en el Registro Nacional de Monumentos Históricos. Es
administrado por Auberge Resorts.
Fue construido por Jerome B. Wheeler, el mayor inversor in
Aspen en aquella época, que buscó que la
ciudad tuviera un hotel que pudiera competir con los establecimientos europeos,
en refinamiento y atención. Los actores Gary
Cooper y John Wayne lo frecuentaban
regularmente. Hunter S. Thompson, periodista y autor, fundador del periodismo bonzo, usaba el J-Bar del hotel como oficina. También pasaron por allí Bill Murray y el músico The Eagles, Glenn Frey.
Como la mayoría de los hoteles antiguos,
el elegante Hotel Jerome tiene sus historias de fantasmas y su cuota actividad paranormal. Una de esas historias gira alrededor de la
habitación 310, que da a la piscina
del hotel. Se dice que en 1936, una
familia que se alojaba en esta habitación del hotel tenía un hijo de diez años
y, por un descuido, el niño murió ahogado en la piscina. Desde entonces. Su fantasma se ha aparecido a infinidad de
clientes y empleados del mismo del
hotel, quienes lo bautizaron water boy
(niño de agua). Quienes han vivido la experiencia, comentan y coinciden en
que el water boy aparece mojado y temblando tanto en la habitación 310 y los pasillos del hotel. Y que así
como aparece, suele desaparecer repentinamente dejando sólo un tenebroso rastro
de huellas mojadas.
Otros fantasmas que
rondan el hotel son los de Katie Kerrigan y Henry O’Callister. La bella Katie Kerrigan trabajaba en el Hotel Jerome.
Era una soltera atractiva y muchos de los huéspedes del hotel solían fijarse en
ella, provocando los celos de las otras mucamas quienes, constantemente, le jugaban bromas pesadas. Una
noche le informaron que su adorada mascota, un gatito, había muerto al caer en
un estanque congelado. Ella buscó cerciorarse de que sólo se trataba de una
broma de mal gusto, pero se acercó tanto al estanque que cayó en el agua
congelada. A pesar de que fue rescatada, murió de neumonía poco después. Desde
entonces el fantasma de la joven se manifiesta en las habitaciones donde
trabajaba doblando sábanas y toallas. Las empleadas han reportado su sorpresa
al descubrir que su trabajo ya ha sido hecho por el fantasma de Katie.
Henry O’Callister era un hombre que hizo
una fortuna en la industria minera. Se trasladó a Aspen hospedándose en el Hotel Jerome y se enamoró de una heredera de Boston, Clarissa Wellington. La pareja deseaba
casarse, pero el padre de la novia se negó a dar su permiso. Ella, obediente,
volvió con su padre y él, desconsolado, permaneció en Aspen donde murió como un
hombre con el corazón destrozado. Aunque dicen que no se le puede ver, se logra
escuchar en la noche su llanto y pisadas vagando por los pasillos del hotel.
-MYSTAYS
AKASAKA, TOKIO, JAPÓN
El Hotel MyStays Akasaka es un hotel
de 2 estrellas de Tokio, Japón, antiguamente llamado Akasaka Weekly Mansion. Es considerado uno de los hoteles más embrujados de Japón. Los huéspedes han
reportado una gran cantidad apariciones fantasmales, aunque desconoce el origen
de estas entidades. Son muy frecuentes las apariciones de sombras al lado de
las camas de huéspedes en mitad de la noche. Algunos han denunciado
haber sido tocados de forma sexua,l y una mujer aseguró que fue sacada a la
fuerza de su cama por una entidad que la arrastró del cabello.
-LA LEMP MANSION, ST. LOUIS, MISSOURI, EE. UU.
La Lemp Mansion es una casa histórica
ubicada en Benton Park, St. Louis, Missouri. Fue construida por la
familia Lemp, dueña de una de las mayores fábricas de cerveza de
la época en EE. UU. (Cerveza Falstaff), alrededor de 1860. Se
destacó desde su inauguración por su gran esplendor victoriano y por contar con
una tecnología de última generación.
Después de la muerte de Adán Lemp en
agosto de 1862, su hijo William J. Lemp se hizo cargo de la
empresa familiar, que estaba en pleno auge. En diciembre de 1901, Frederick, uno
de los herederos de la fortuna de los Lemp, murió
repentinamente de un ataque cardíaco, a los 28 años de edad. Esta inesperada
desgracia y la muerte de su gran amigo Frederick Pabst, hicieron
que William J. Lemp cayera en una profunda depresión y
decidiera acabar con su vida de un disparo en febrero de 1904, en la mansión. La
familia Lemp fue golpeada nuevamente por la tragedia
cuando Elsa Lemp, la hija menor de William Lemp, se
suicidó en 1920 después de un matrimonio inestable con Thomas
Wright, el presidente de una compañía metalúrgica.
El negocio de la familia, por su parte, estaba en
decadencia debido a la ley seca. William "Billy" Lemp Jr., quien
se convirtió en presidente de la fábrica tras la muerte de su padre, se vio
obligado a vender la cervecería familiar en 1919, muy por debajo de su valor
real.
La vida personal de William Jr. fue
caótica y, después de un divorcio complicado, perdió la custodia de su único
hijo, William III. Incapaz de sobrellevar la situación, Billy se
disparó en su oficina dentro de la Lemp Mansion en diciembre,
1922.
El último residente en la mansión perteneciente a la
familia Lemp fue Charles, tercer hijo de varón de William Lemp, que
abandonó el negocio de la cerveza en 1917 para dedicarse a asuntos bancarios,
pero se trasladó de nuevo en la mansión en 1929. Allí vivió hasta su muerte con
su perro y dos criados. Charles se volvió cada vez más solitario y, en 1949, se suicidó
en la mansión. En primer lugar le disparó a su perro luego a sí mismo en la
cabeza, dejando una nota que decía: "En caso de que se me
encuentre muerto, soy yo el único culpable".
Hoy la Lemp Mansion es una casa-hotel. Muchos
de sus huéspedes aseguran haber escuchado voces de personas e incluso de
ladridos de perro en el lugar, además de percibir presencias espectrales y ver
objetos que se mueven solos, situación que asocian con el
fantasma de Charles Lemp debido a tenía
síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo y, en ocasiones, se
han encontrado objetos cambiados de lugar pero prolijamente alineados.
Actualmente, en
la Lemp Mansion se puede pernoctar, comer en su restaurante,
celebrar un banquete o pasar una noche buscando fantasmas, ya
que el lugar ofrece un paquete de Ghost Hunting para que los
huéspedes puedan “pasar la noche buscando experiencias
paranormales y encuentros de medianoche con los espíritus inquietos de la
familia de Lemp”.
-ROSE
HALL, MONTEGO BAY, JAMAICA: "Y el inmenso cortejo de brujas surcó los
aires como un río de fuego dirigiéndose hacia el corazón de la
tormenta..." - Philip Pullman
La Rose
Hall Great House es una mansión de estilo
georgiano ubicada a unos 12 kilómetros de Montego Bay, la segunda ciudad
más grande de Jamaica, después de su capital, Kingston. Seerige en lo alto de
una colina con vistas al mar y, además de ser visualmente impresionante,
es famosa por la leyenda de la Bruja
Blanca de Rose Hall.
La historia de Rose Hall se remonta
al siglo XVIII, cuando Jamaica estaba poblada por esclavos traídos de
África para que trabajaran en las plantaciones de azúcar. Muchos terratenientes
ingleses –Jamaica fue colonia inglesa hasta su independencia, en 1962–
utilizaban dicha mano de obra. Entre las 700 fincas que había dedicadas a esta
actividad se destacaba Rose Hall, llamada así por el hacendado
inglés George Ash en honor a su flamante esposa. George construyó
para vivir allí junto a su amada Rose, pero falleció dos años
después de la boda.
Rose volvió a casarse tres veces más. Su último
esposo, John Palmer, fue quien reformó y amplió la mansión
entre 1770 y 1780 y la convirtió en lo que es hoy: una imponente construcción
con 365 ventanas (una por cada día del año), 52 puertas (una por cada semana
del año) y 12 habitaciones (una por cada mes del año).
Rose falleció a los 72 años. Su viudo había adoptado a un
sobrino nieto llamado también John Palmer, quien luego de
heredar la propiedad decidió casarse con una joven inglesa, muy hermosa, recién
llegada de Haití, llamada Annie Mae Patterson, la que con el
tiempo sería conocida por sus propios esclavos como la White Witch of
Rose Hall (la Bruja Blanca de Rose Hall).
Annie no había tenido una infancia muy
feliz. Inglesa de nacimiento, se trasladó con sus padres a Haití y
vivió con ellos hasta que murieron de fiebre amarilla, cuando la niña tenía 11
años. La internaron en un orfanato y luego fue adoptada. Su cuidadora era una
sacerdotisa vudú, una Mambo, quien le enseñó la magia negra, entre
otras artes macabras. Cuando esta mujer murió, en 1820, Annie se
trasladó a Jamaica y enseguida contrajo enlace con John Palmer.
Muy pronto Annie empezó a manifestar
su lado más oscuro, que incluía habilidades para la refinada tortura
y deleite en la sangre. Sentía satisfacción con el sufrimiento de sus esclavos,
a los que utilizaba también como eventuales amantes. Enseguida se aburrió de su
marido y lo envenenó. La versión oficial que dio de la muerte de su esposo es
que había contraído la fiebre amarilla. Annie Palmer volvió a
casarse dos veces más y dos veces más se deshizo de sus maridos.
Dentro de su plantación Annie tenía
poder absoluto y lo utilizaba de modo arbitrario, cruel y sangriento. Torturaba
a los esclavos en la mazmorra situada en el sótano de la mansión.
Solía tomar amantes entre sus esclavos y, cuando se cansaba de ellos, los
ejecutaba sin contemplaciones. Pocos incautos intentaban escapar de la
hacienda, ya que la cruel mujer había ordenado sembrar cepos
escondidos por todo el perímetro de la plantación y eso era suficiente para
disuadir a posibles prófugos. Los esclavos que no cumplían el toque de queda,
eran perseguidos por la propia Annie, quien se lanzaba de
cacería humana a lomos de su caballo acechando a los desertores. Luego, las
presas eran encadenadas y eran marcadas a fuego para ser devueltas al barracón.
En 1831 se produjeron cambios importantes en
la sociedad colonial de Jamaica, ya que el parlamento inglés decidió abolir la
esclavitud. Los potentados jamaicanos aplazaron la nueva legislación todo lo
que pudieron, lo que provocó una gran tensión entre la población negra, que
finalmente se tradujo en agitadas revueltas por todo el país. La revolución también
alcanzó la hacienda de Rose Hall. La ira fue más fuerte que el
miedo, y un grupo de insurgentes se adentró en la finca, ascendió por las
grandes escalinatas y asaltó los aposentos de Annie. La
asesinaron y desfiguraron sus restos para luego lanzar los despojos por la
ventana.
La casa fue restaurada en la década del ’70. Se dice
que mientras estaban realizando las tareas de restauración, comenzaron a
manifestarse ciertos fenómenos paranormales en la mansión, como la aparición de
manchas de sangre en las paredes de una de las habitaciones, precisamente en la
que Annie asesinó a su primer marido.
Actualmente, la hacienda de Rose Hall es
un glamoroso hotel, permite visitas de turistas y es un legado
histórico en cuyo interior se conservan objetos de gran valor y muebles de
caoba jamaicana de una exquisita elegancia. Muchas personas que han
visitado la mansión de la Bruja Blanca, declararon haber escuchado
sonidos muy extraños, como risas diabólicas o gemidos lastimeros.
-CASA MONICA HOTEL, ST. AUGUSTINE, FLORIDA, EE. UU.
El Casa Monica Hotel es un hotel histórico situado en St.
Augustine, Florida, EE. UU. Es uno de los establecimientos más antiguos del
país, miembro de los "Historic Hotels
of America". Abrió sus puertas en el año 1888, de la mano del arquitecto Franklin
W. Smith.
El Casa Monica tiene fama de estar embrujado. Se dice que en
sus dependencias los artefactos eléctricos se encienden y se apagas solos, y
que en la habitación 511, donde se ahorcó uno de sus huéspedes, todavía puede
verse su fantasma. Algunos miembros del personal no ingresan solos a
determinadas suites por miedo a esta y otras apariciones.
Hasta aquí, mis queridos, todo lo que tenía para ofrecerles hoy. Me despido de ustedes con un cuento de Ricardo Piglia:
HOTEL ALMAGRO
Cuando me vine a vivir a Buenos Aires alquilé una pieza en el Hotel Almagro, en Rivadavia y Castro Barros. Estaba terminando de escribir los relatos de mi primer libro y Jorge Álvarez me ofreció un contrato para publicarlo y me dio trabajo en la editorial. Le preparé una antología de la prosa norteamericana que iba de Poe a Purdy y con lo que me pagó y con lo que yo ganaba en la Universidad me alcanzó para instalarme y vivir en Buenos Aires. En ese tiempo trabajaba en la cátedra de Introducción a la Historia en la Facultad de Humanidades y viajaba todas las semanas a La Plata. Había alquilado una pieza en una pensión cerca de la terminal de ómnibus y me quedaba tres días por semana en La Plata dictando clases. Tenía la vida dividida, vivía dos vidas en dos ciudades como si fueran dos personas diferentes, con otros amigos y otras circulaciones en cada lugar.
Hasta aquí, mis queridos, todo lo que tenía para ofrecerles hoy. Me despido de ustedes con un cuento de Ricardo Piglia:
HOTEL ALMAGRO
Cuando me vine a vivir a Buenos Aires alquilé una pieza en el Hotel Almagro, en Rivadavia y Castro Barros. Estaba terminando de escribir los relatos de mi primer libro y Jorge Álvarez me ofreció un contrato para publicarlo y me dio trabajo en la editorial. Le preparé una antología de la prosa norteamericana que iba de Poe a Purdy y con lo que me pagó y con lo que yo ganaba en la Universidad me alcanzó para instalarme y vivir en Buenos Aires. En ese tiempo trabajaba en la cátedra de Introducción a la Historia en la Facultad de Humanidades y viajaba todas las semanas a La Plata. Había alquilado una pieza en una pensión cerca de la terminal de ómnibus y me quedaba tres días por semana en La Plata dictando clases. Tenía la vida dividida, vivía dos vidas en dos ciudades como si fueran dos personas diferentes, con otros amigos y otras circulaciones en cada lugar.
Lo que era
igual, sin embargo, era la vida en la pieza de hotel. Los pasillos vacíos, los
cuartos transitorios, el clima anónimo de esos lugares donde se está siempre de
paso. Vivir en un hotel es el mejor modo de no caer en la ilusión de “tener”
una vida personal, de no tener quiero decir nada personal para contar, salvo
los rastros que dejan los otros. La pensión en La Plata era una casona
interminable convertida en una especie de hotel berreta manejado por un
estudiante crónico que vivía de subalquilar cuartos. La dueña de la casa estaba
internada y el tipo le giraba todos los meses un poco de plata a una casilla de
correo en el hospicio de Las Mercedes.
La pieza
que yo alquilaba era cómoda, con un balcón que se abría sobre la calle y un
techo altísimo. También la pieza del Hotel Almagro tenía un techo altísimo y un
ventanal que daba sobre los fondos de la Federación de Box. Las dos piezas
tenían un ropero muy parecido, con dos puertas y estantes forrados con papel de
diario. Una tarde, en La Plata, encontré en un rincón del ropero las cartas de
una mujer. Siempre se encuentran rastros de los que han estado antes cuando se
vive en una pieza de hotel. Las cartas estaban disimuladas en un hueco como si
alguien hubiera escondido un paquete con drogas. Estaban escritas con letra
nerviosa y no se entendía casi nada; como siempre sucede cuando se lee la carta
de un desconocido, las alusiones y sobreentendidos son tantos que se descifran
las palabras pero no el sentido o la emoción de lo que está pasando. La mujer
se llamaba Angelita y no estaba dispuesta a que la llevaran a vivir a
Trenque-Lauquen. Se había escapado de la casa y parecía desesperada y me dio la
sensación de que se estaba despidiendo. En la última página, con otra letra,
alguien había escrito un número de teléfono. Cuando llamé me atendieron en la
guardia del hospital de City Bell. Nadie conocía a ninguna Angelita.
Por supuesto me olvidé del asunto pero un tiempo después,
en Buenos Aires, tendido en la cama de la pieza del hotel se me ocurrió
levantarme a inspeccionar el ropero. Sobre un costado, en un hueco, había dos
cartas: eran la respuesta de un hombre a las cartas de la mujer de La Plata.
Explicaciones
no tengo. La única explicación posible es pensar que yo estaba metido en un
mundo escindido y que había otros dos que también estaban metidos en un mundo
escindido y pasaban de un lado a otro igual que yo y, por esas extrañas
combinaciones que produce el azar, las cartas habían coincidido conmigo. No es
raro encontrarse con un desconocido dos veces en dos ciudades, parece más raro
encontrar en dos lugares distintos, dos cartas de dos personas que están
conectadas y que uno no conoce.
La casa de la pensión en La Plata todavía está, y todavía
sigue ahí el estudiante crónico, que ahora es un viejo tranquilo que sigue
subalquilando las piezas a estudiantes y a viajantes de comercio, que pasan por
La Plata siguiendo la ruta del sur de la provincia de Buenos Aires. También el
Hotel Almagro sigue igual y cuando voy por Rivadavia hacia la Facultad de
Filosofía y Letras de la calle Puan paso siempre por la puerta y me acuerdo de
aquel tiempo. Enfrente está la confitería Las Violetas. Por supuesto hay que tener
un bar tranquilo y bien iluminado cerca si uno vive en una pieza de hotel.
Buenas
tardes.
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