sábado, 30 de julio de 2011

LEYENDAS URBANAS DEL ROCK AND ROLL (PAVADAS QUE ALGÚN PAVOTE INVENTA Y OTROS PAVOTES REPITEN)

LEYENDAS URBANAS DEL ROCK AND ROLL (PAVADAS QUE ALGÚN PAVOTE INVENTA Y OTROS PAVOTES REPITEN)

"Este soy yo, gordo y pelado 
estoy viviendo en Carlos Paz 
no necesito estar usando este disfraz y
 ahora quiero cantar cuarteto..." 
"Elvis", Kapanga

Hay “leyendas urbanas” relacionadas con el mundo del rock que muchas personas creen a pie juntillas. Algunas son graciosas, otras bastante tétricas, otras directamente delirantes. Muchas de ellas fueron largadas al ruedo por los propios músicos que, ¡qué quieren que les diga!, para mí se cagan de risa de sus fans.

 
ELVIS NO MURIÓ

Elvis Presley, el “Rey del Rock”, falleció el 16 de agosto de 1977. Miles de fans lloraron su muerte (bastante prematura, ya que tuvo lugar cuando tenía apenas 42 años).
Y a partir de ese momento comenzó el loco rumor de que Elvis no había muerto, sino que, cansado de la vida que llevaba, fingió su deceso y se fue a la mierda.
La mierda era Argentina. Dos horas después de la muerte del “Rey”, un tal John Burrows (seudónimo que, según dicen, Elvis había utilizado alguna vez) sacó un pasaje hacia nuestro país y aquí se instaló. Más tarde, con el nombre artístico de Orion, se puso a cantar imitando a Elvis. Siempre llevó un antifaz que le cubría parte de la cara, por lo que se empezó a especular que este hombre en verdad era Presley.
¿En qué se basaron los rumores de la no-muerte de Elvis? Hasta hoy, nadie ha cobrado su seguro de vida que Elvis tenía con la compañía LLoyds de Londres. Varios testigos afirman haber visto salir un helicóptero de Graceland, su mansión, minutos antes de anunciarse la muerte del “Rey”. Su segundo nombre, Arón, está mal escrito en su tumba (esto sería para no tentar a la suerte). Y hay miles de personas que aseguran haber visto a Elvis en un supermercado, en la calle, en el subte...
Otros no-muertos famosos (además de los zombies de George Romero) son Jim Morrison, líder de “The Doors”, a quien  ciertos testigos que, seguramente, habían empinado el codo más de lo debido, vieron atendiendo una estación de servicio  en un pueblito perdido de  EEUU y, a nivel local, Luca Prodan que, supuestamente, está viviendo en Córdoba, plantando rabanitos y disfrutando del aire puro de las sierras.


LA LENGUA DE GENE SIMMONS

Gene Simmons es el bajista del famosísimo grupo de rock  “Kiss”, reconocido a nivel mundial por el pintoresco maquillaje de sus integrantes (el de Gene representa al Demonio). Pero la característica sobresaliente de este bajista no es su maquillaje, sino su lengua, gigantesca y, siempre lista para salir a saludar a sus fans.
La enorme lengua del Demonio de “Kiss”, según especularon los adictos a las leyendas locas, no podía ser natural, así que nació la delirante historia de de Gene había perdido su lengua original en un accidente (¿en qué clase de accidente uno pierde la lengua?) y que le implantaron una lengua de vaca (pero sin el escabeche).
¿Suena a delirio? ¡Claro que suena a delirio! Y de los grosos. 


CHARLES MANSON AUDICIONÓ PARA THE  MONKEES

“The Monkees” fue un grupo prefabricado de la década del ’60, una respuesta yankee “de laboratorio” al éxito alcanzado por “The Beatles”.
En 1965 se lanzó una convocatoria para encontrar a “cuatro chicos locos que tuvieran entre 17 y 21 años” para formar el grupo y protagonizar una serie de televisión.
Cuenta la leyenda que, entre los postulantes, se encontraba el perverso Charles Manson, conocido unos años después por el brutal asesinato de Sharon Tate (esposa de Roman Polansky, que estaba embarazada), las personas que la acompañaban  esa noche y un matrimonio residente en las afueras de Los Ángeles.
Era un “chico loco”, sin ninguna duda.


LA CIA MATÓ A JOHN LENNON

La CIA es una mierda y es cierto que, durante los años ’70, investigó a Lennon debido a sus ideas progresistas y a su relación con ciertos grupos considerados subversivos, como “Black Panther Party”. Pero no tuvo absolutamente nada que ver con la muerte de Lennon, aunque miles de fanáticos en todo el mundo sigan insistiendo con esta descabellada idea.
John Lennon fue asesinado por un fan desquiciado, que firmaba cualquier documento con el nombre del músico e, incluso, se había casado con una mujer oriental.
Y fin de la historia.

 
ELTON JOHN INTOXICADO CON SEMEN

Es vox populi que Elton John es gay. Muy gay. Lo que no le impide ser un tipo muy talentoso y con una carrera brillante. Ya sabemos que lo que cada uno haga con su culo es un asunto pura y exclusivamente suyo.
Existe una leyenda urbana que señala que, después de una noche de excesos, Elton colapsó y fue transportado en una ambulancia al hospital más cercano. En el mentado nosocomio, tuvieron que vaciarle el estómago, donde tenía alojados alrededor de 2 litros de semen. Considerando que, en una eyaculación normal, el pene expulsa de 2 a 6 mililitros de semen, no quiero imaginarme cuantas flautas tuvo que tocar Sir Elton esa noche para que en su estómago hubiera 2 litros (saquen la cuenta ustedes, porque yo soy pésima para las matemáticas).
Esta boludez se ha dicho también de Freddy Mercury y Andy Warhol, entre otros. ¡Qué imaginación perversa!

  
JIMMY HENDRIX   Y SU PACTO CON EL DIABLO

El asunto del “pacto con el Diablo” viene de lejos. Primero se le achacó al Paganini, como explicación sobrenatural a su virtuosismo con el violín. Además de la pelotudez del pacto, se lo acusaba de ser hijo de Satanás y una monja perversa.
El segundo “pactador” famoso fue Robert Johnson, una leyenda del blues. Se decía que este guitarrista excelso había ofrendado su alma al Diablo a cambio de su irrebatible talento y el modo único de tocar su instrumento. Eso sí, Satanás le había concedido ocho años de vida para disfrutar su éxito. Jonhson alimentó este mito con canciones como “Cross Road Blues” (que supuestamente hacía alusión al cruce de caminos donde había contactado con Lucifer) y  “Me and The Devil Blues”.
Pero hablemos de Jimmy: para los mediocres su capacidad para tocar la guitarra  no podía provenir de fuentes naturales (talento, dedicación, estudio), sino que tenía ribetes demoníacos. Es así como se le acusó de pactar con Satanás, entregando su alma a cambio de ciertos dones que lo hicieran único en el manejo de la guitarra.
Curiosamente, tanto Johnson como Hendrix murieron a los 27 años.

  
KEITH RICHARDS Y LAS CENIZAS DE SU PAPÁ


Este mito fue lanzado al ruedo por el mismísimo Keith Richards, famoso integrante de “The Rolling Stones”. Muy suelto de cuerpo declaró que había aspirado las cenizas de su padre muerto mezcladas con cocaína. Más tarde se retractó, pero la noticia ya había recorrido el mundo y la leyenda  perdura hasta el día de hoy.


PAUL McCARTNEY SÍ MURIÓ

El estúpido rumor de la muerte de Paul comenzó en 1969. Alguien echó a rodar la versión de que McCartney, después de discutir acaloradamente con los otros tres Beatles, salió disparado en su Austin-Healey y se estrelló contra un camión, siendo reemplazado por un tal William Campbell, que se habría sometido a una serie de cirugías estéticas para lucir igual que Paul. ¿Cómo consiguió su mismo timbre de voz? Misterio.
Los trastornados de siempre comenzaron a buscar en las canciones de “The Beatles” mensajes ocultos que hicieran alusión al fallecimiento de McCartney. Pero el pico de locura llegó con la portada de “Abbey Road”. En la fotografía que aparece en dicho álbum, John viste de blanco (representaría a un sacerdote), Ringo, de negro (sería el responsable del servicio funerario) y George de jeans (el enterrador). Además, Paul está descalzo, como es habitual en los cadáveres que se preparan para ser velados, camina con el paso cambiado respecto a los otros tres Beatles y lleva un cigarrillo en su mano derecha (McCartney es zurdo).
En la foto también aparece un Volkswagen  estacionado, con  matrícula LMW 28IF, que se interpretó como las siglas de la frase “Linda McCartney Widowed” (viuda) y la edad que tendría Paul “si” viviera.
Muy loco todo.

  
COURTNEY LOVE MATÓ A KURT COBAIN

Todos estamos de acuerdo en que Courtney Love es una gorda antipática. Pero de ahí a achacarle un asesinato hay un largo trecho.
Kurt Cobain, líder del grupo “Nirvana”, se suicidó el 5 de abril de 1994. A partir de allí, y movidos por el franco desagrado que sus fans sentían por su esposa, Courtney Love, comenzó a tejerse la leyenda de que ella lo había mandado matar. La pareja estaba al borde del divorcio y, en el momento de su muerte, Kurt tenía una grave adicción a la heroína.
Un músico que declaró que Love le había ofrecido dinero para matar a Cobain, murió al poco tiempo en un accidente ferroviario, alimentando la leyenda de la muerte por encargo.
Kurt dejó una carta donde explicaba las razones de su suicidio (una carta terrible, donde salta a la vista la depresión que padecía el músico) pero quienes se empeñan en ver a Courtney como una asesina, sostienen que en esa carta Cobain se despedía de la industria de la música, no de la vida.

 
MARILYN MANSON Y SU AUTOABASTECIMIENTO SEXUAL

Que Marilyn Manson tiene cara de degenerado está fuera de toda discusión. Y quizás por su fisonomía y sus extravagancias, surgió esta leyenda, que es de las más locas que he podido escuchar. Supuestamente, Manson se sometió a una cirugía estética para remover sus costillas flotante con el lujurioso propósito de poder alcanzar su pene con la boca y prescindir de alguien que le hiciera sexo oral.
¡Qué pillo, el muchacho!

La lista sigue: la mujer de David Bowie lo encontró con Mick Jagger en la cama; el asesino serial Ted Bundy secuestró a Deborah  Harry, vocalista del grupo “Blondie”; la madre de Sid Vicius se cayó en el aeropuerto de Hearthrow, desparramando las cenizas del músico, cuyo fantasma aún vaga en el lugar; la letra de “California Hotel”, de “Eagles” es un recordatorio del lugar y la fecha donde Anton La Vey fundó la “Iglesia de Satanás”…
¿Habrá algo de cierto en todo esto? Supongo que no.

Pero ya saben que yo soy una incrédula.

miércoles, 20 de julio de 2011

FRIENDS TO BE FRIENDS


FRIENDS TO BE FRIENDS

“Tratarse mal sin enfadarse es una de las mayores delicadezas de la verdadera amistad. Que puede ser superada por otra delicadeza: la de tratarse siempre bien”. 
Noel Clarasó

Tengo una amiga. En realidad, tengo varias amigas, pero ésta es especial. Es una amiga de aquellas que una intitula pomposamente “mejor amiga”. Para ser absolutamente sincera, debo confesar que no sé a ciencia cierta si es mi “mejor amiga”. Pero es la que tengo más cerca. Y es la que estuvo conmigo en todos los momentos cruciales de mi vida. Los buenos y los malos.

Mi amiga fue mi vecina durante muchísimos años. Vivía “a la vuelta”. Pero nunca hubo entre nosotras más que un “chau” anémico. Hasta que empezamos a trabajar juntas. En un supermercado.
La chica es cuestión era la encargada de la fiambrería. Y yo me encargaba de la caja. Estaba feliz con ese arreglo: después de haber roto un par de cartones de huevos y pulverizado el tubo de luz de una heladera golpeándolo con un salame “214” (de los grandes), no quería saber más nada con la fiambrería. La caja era otra cosa. Me podía pintar las uñas y todo.
Obviamente, dada la cercanía de nuestros hogares, el itinerario para arribar a nuestro lugar de trabajo era el mismo para las dos. Pero mi amiga (en ese entonces “mi futura amiga”) no quería saber nada conmigo y caminaba veinte cuadras de más para no encontrarme en el camino. La muchacha me detestaba. Y yo era tan tontita que no me daba cuenta.
Afortunadamente, la convivencia diaria hizo que mi amiga se diese cuenta de la maravillosa persona que soy. Y se acostumbró, también, a pasarme a buscar para ir juntas al supermercado.
Por una tara genética yo TENGO que llegar tarde. A donde sea. Al trabajo también. Así que cuando mi amiga llegaba a mi casa con los minutos contados para llegar al super a la hora estipulada, yo me ponía a hojear una revista o a limarme las uñas de los pies (en ese entonces yo estaba obsesionada con mis uñas). Mi amiga es tan buena que siempre esperó pacientemente a que terminara tan urgentes menesteres. Así que al trabajo llegábamos tarde las dos. Aunque algunas veces llegaba ella sola.
-Mirá, no voy a ir a trabajar porque me manché el vestido con vino.(Cómo me manché el vestido con vino a las 5 de la tarde es un misterio tan inexpugnable como el Triángulo de las Bermudas).
-Cambiátelo. Ponete otro.
-¿Sabés qué pasa? Yo me mentalicé para usar hoy ESTE vestido. Otro no me voy a poner. Andá vos sola.
-Bueno, Raquel. Y digo que vos estabas descompuesta.

Hoy en día, todavía le echo en cara a mi amiga que ella no quería ser mi amiga.
-Bueno, nena, no te conocía…-se defiende ella- Y vos te juntabas con “la perrita”. (“La perrita” es la Barbie del barrio: el nickname original con el cual mi amiga honró a la susodicha es “la perrita en celo”, aludiendo a la marcada inclinación de la tipa al contoneo de caderas y las caídas de ojos, pero es demasiado largo; el que le conferí yo es más musical: la llamo “la rubia tarada”.)
-¿Y que querés? ¿Qué me juntara con vos? ¡Si eras un aparato! ¡Cada vez que terminaba “Cristal” salías a la vereda peinada como Jeannette Rodriguez y con más pintura en la cara que “Piñón Fijo”!
-¡Qué estúpida que sos!
-Seeeeeeeeeee.

Mi amiga y yo somos amigas desde hace veinte años. Jamás hubo entre nosotras ni un sí ni un no. Hubo, sí, algunas puteadas.
Ya he hablado alguna vez del conflicto que generan los atuendos con los que vamos a asistir a una hipotética fiesta de disfraces. Las dos pretendemos ataviarnos como la “Mujer Maravilla”.
-Está bien, la fiesta la hacemos, pero de “Mujer Maravilla” voy yo.
-¡Ah, no! ¡No seas guacha! ¡Yo voy de “Mujer Maravilla”!
-Nena, yo te saco dos cabezas. ¡Vos vas de “Drusila”! (recordarán ustedes, si son tan adictos a la TV como yo, que en la serie de los ’70, Debra Winger interpretaba a “Drusila”, la hermanita de Diana Prince.)
-No, Ro, yo no quiero ser “Drusila”.
-El tamaño no te da para más.
-¡Morite, nena!

Hubo otras ocasiones en las cuales mi amiga y yo hicimos gala de nuestra belicosidad, pero, gracias a Dios, jamás llegamos a las manos.
Cierta vez, hojeábamos juntas una revista de moda y yo quedé prendada de un vestido. Largo. Larguísimo. Hasta los pies.
-¡Ay, ese vestido lo quiero yo!
-Para que te quede bien un vestido largo, y encima entubado, tenés que ser alta.
-¿Qué, me estás llamando petisa?
-………………………
-Mirá, yo no sé por qué vos usás minifaldas. Para que una minifalda te quede bien tenés que tener lindas piernas y no dos macetas de geranios como las tuyas.
-Andate al carajo, nena.
-Vos primero.

Otro intercambio de piropos que pasó a la historia (bah, esta vez piropeé yo sola) se dio en una ocasión muy particular: una amiga en común, a la que veíamos casi a diario, nos confesó que hacía tres meses que estaba casada.
Cuando la mentada amiguita se fue, mi amiga dijo, revoleando los ojitos:
-¡Qué romántico! ¡Un casamiento en secreto!
-¿No ves que sos una boluda? Boluda por donde se te mire. Boluda por los cuatro costados. ¡Qué romántico ni romántico! Esta mina es una turra. Se supone que es nuestra amiga y nos oculta durante tres meses que está casada. ¿Qué clase de amiga es?
-Bueno, pero no sabía nadie.
-La fea fue testigo, así que la fea sabía. ¿Qué, la fea es más amiga que nosotras?
-Ay, Ra, tenés razón.
-Siempre tengo razón.

Mi amiga es esotérica. Bueno, no sé si la palabra exacta para describirla es esotérica: ella cree ciegamente en las brujas y en las brujerías, tiene contactos con algún que otro espíritu del más allá y está convencida de que tiene ciertos poderes.
En una ocasión, cuando rumbeábamos para el supermercado, una dulce ancianita abrió la puerta de su casa y, sin mediar palabra, nos estampó una regia escupida.
-¿Sabés por qué nos escupió esa mujer? –preguntó mi amiga.
-¡Porque es una vieja de mierda y además tiene arterioesclerosis!
-No, no. Nos escupió porque es una bruja. Bruja de las malas. Y se dio cuenta de que yo tengo poderes. Poderes para el bien.
-¿Entonces la escupida no fue para mí?
-No.
-¡Ah, bue! Me quedo más tranquila.

Como dije anteriormente, mi amiga cree ciegamente en las brujas y en las brujerías. Y está convencida de que la bruja mayor es su suegra.
-Mi suegra, la muy guacha, me hizo un trabajo. Para que me muera.
-¡Dejate de joder! Todos sabemos que tu suegra no es ninguna joyita, pero, ¿para tanto?
-Sí. Mirá lo que me pasó: era de noche y salí al patio. Y vi como un rayo que venía directo hacia mí. No sé de dónde salió, pero venía. Entonces “algo” lo desvió. Y el rayó le pegó al perro.
-¿Y qué pasó con el perro?
-Se murió.
-¿Y cómo sabés que fue tu suegra la que te mandó el rayo?
-Resulta que, cuando era chica, mi suegra tenía una hermana enferma, inválida, y la tenían aislada y escondida porque les daba vergüenza que la gente la viera.
-¿Vos estás segura de lo que me estás diciendo? Porque a mí eso me suena a “Cementerio de animales”. ¿Viste “Cementerio de animales”?
-Sí. No. Bueno, esta piba se murió. Para mí que la mató mi suegra…
-Eso no está en la película.
-…Y la chica se me apareció, ¿entendés? Porque busca venganza. Y fue ella la que desvió el rayo.
-Ah…

Hace algunos meses mi amiga cumplió los cuarenta. Dadas los sospechosos movimientos de su marido, para nada discreto, la chica conjeturó que su consorte le estaba preparando una sorpresa.
Cabe acotar que, con el correr de los años, mi amiga perdió el romanticismo empalagoso que la caracterizaba (¡hasta tenía un álbum todo llenito con fotos de ella y el novio besándose!) y se convirtió en una mujer de lo más prosaica:
-Este pelotudo no me traerá mariachis, ¿no? ¡Que no se le ocurra!
-¿Por qué? ¡Son lindos los mariachis! ¡A mí me gustan!
-Los mariachis son una boludez, Raquel. Es gastar plata al pedo. Además, si te cantan en la puerta de tu casa se enteran todos los vecinos. Un papelón. Si me trae mariachis me voy al carajo.
-A mí me gustan los mariachis…
La sorpresa, al final, no se trató de mariachis, si no de una festichola con salón y todo.
En cuanto llegué a la joda, una de las parientas más cercanas de mi amiga me espetó:
-Las amigas de mi hermana (“las otras”, obvio) eligieron para cuando ella entre al salón el tema de Arjona, “Señora de las cuatro décadas”. ¿A vos qué te parece?
-Un asco, me parece. ¡Qué mal gusto! ¿Cómo le van a poner esa canción? Es un bajón.
-¿Y ahora qué hacemos?
-Le vamos a decir al pibe que pasa la música que ponga otra. Una de Depeche o de Queen, que a ella le gustan. Pero la de Arjona, no. La de Arjona es patética. Si me la ponen a mí me doy media vuelta y me voy.
Fuimos, entonces, a encarar al disc jockey:
-Mirá, pibe: si a mí me ponés una canción que habla de “la grasa abdominal que los aerobics no pueden borrar” te rompo el equipo. Ni se te ocurra poner esa canción, es un asco. No me importa quién la eligió, no la ponés. Ponés “Una especie de magia”, de Queen. Y sanseacabó.
El fulano, sopesando el riesgo que corrían los aparatejos con los cuales se ganaba el pan, me hizo caso. Y mi amiga entró al salón con “Una especie de magia”. ¡Qué placer cuando empezó a sonar Queen y “las otras” se miraron desconcertadas!
La fiesta estuvo linda. Lástima que yo no bailo.
Ahora que lo pienso, mi amiga  es mi mejor amiga. Decididamente.

Con nadie me divertí tanto.
  

martes, 19 de julio de 2011

SER FLACA


SER FLACA

“La grasa frita no puede mentir, su verdad esta escrita en tus piernas.” 
 Una descolgada que no sabe lo que es bueno

La primera vez que me abordó una empleada de SLIM, yo estaba embarazada. A pesar de que siempre fui culona como una araña pollito, llegué a los 27 años con una figurita más o menos respetable, considerando que siempre me gustó comer porquerías y que aborrezco cualquier tipo de actividad física. Es cierto que, dado mis bajadas y subidas emocionales, alternaba grandes comilonas con días de ayuno deprimido, y eso, más allá de minarme la salud, me ayudaba a no cruzar jamás el umbral de los 55 kilos. Pero con el embarazo me desbandé. Y llegué a los 70.
Durante los tres primeros meses de embarazo, vomitaba todas las mañanas. Lo que no impedía que, cumplido el engorroso trámite, me lavara la cara, me acomodara más o menos el pelo, saliera corriendo hasta la panadería más cercana, comprara una docena de facturas (con dulce de leche) y me las zampara sin ninguna culpa. Una docena de facturas por día durante tres meses es más de lo que un fisiquito de 1,54 puede tolerar, con embarazo de por medio o no. Así que, cuando andaba por el quinto mes, ya era una pequeña aberdeen angus. “Piñata”, me llamaba mi hermanito cariñosamente. Y el médico que me atendía, cansado de sugerencias y ruegos, llegó a amenazarme para que cerrara la boca.
Tal como les decía, embarazadísima estaba cuando una de las señoritas SLIM me paró en la calle para ofrecerme un tratamiento para desinflarme.
-¿No te parece que tendría que parir primero? –le ladré a la pobre piba que, después de todo, se estaba ganando el mango.
-Ah, discúlpeme. No me di cuenta de que estaba embarazada.
-¿Qué pensaste, que me había tragado un ternero entero? (Cabe destacar que, por lo general soy una persona educadísima y sumamente paciente. Cierta vez estuve dos horas escuchando, con una sonrisa en los labios, a una Testigo de Jehová que intentaba convencerme de que el rock era satánico, y hasta me quedé con un par de números de “La Atalaya”. Pero las empleadas de SLIM sacan afuera lo peor de mí).
Seguí mi camino INDIGNADA y seguí mi embarazo tragando cuanto se me ponía a tiro, cual glamorosa avestruz. Tuve un bello niñito que pesó bastante menos de lo que podía esperarse dadas mis dimensiones de “futura mamá” y ahí comenzó la lucha para volver a mi peso normal (lucha que, hasta el día de hoy continúa y en la que –no nos engañemos- llevo todas las de perder).

 ¿Y AHORA QUÉ PASA, EH? – PASA QUE NO ME ENTRA NI UNA SOLA PILCHA

Los dos o tres primeros meses después del feliz acontecimiento estaba tan obnubilada con mi bebé que no me di cuenta de que seguía tan gorda como antes de pasar por la sala de partos. Me vestía con remerones gigantescos y calzas, o con los vestiditos que había usado durante el embarazo. Pero un día decidí que ya era hora de volver a usar la ropa que siempre había usado: jeans más o menos ajustados, minifaldas y vestidos entubados. Un salchichón primavera hubiera lucido mejor que yo dentro de tales prendas (y seguro que al salchichón le cerraban los pantalones). Cualquier mujer en sus cabales se hubiera tomado las cosas con calma y hubiera encarado una dieta que le permitiera recuperar su peso normal y volver a usar sus pilchas de siempre. Yo no: tuve un ataque de nervios más o menos violento y decidí regalar toda la ropa que tenía. Literalmente, me quedé en bolas. Y salí a comprar pantalones tres talles más grandes de los que solía usar, vestidos sueltos y discretas polleras por debajo de las rodillas. Y decidí conformarme con mi destino de “gorda”.

¡Y DALE CON SLIM! - ¿POR QUÉ NO TE METÉS EL GEL EN ALGÚN LUGAR DONDE NO TE DE EL SOL?

A mí marido nunca le importó demasiado que estuviera algo entrada en carnes. Soy quince años más joven que él, así que, si se quejara, sería un ingrato. La verdad, a mí tampoco me importaba demasiado cuando estaba dentro de casa. Casi no tengo espejos y aprendí a esquivar los pocos que tengo, cosa de no hacerme mala sangre. Pero salir de casa ya era otra cosa.
La familia –la familia, como el Sol, cuanto más lejos, mejor- dejaba caer cada tanto algún comentario insidioso sobre mi volumen. Dejé  de ser la simpática “Piñata” para convertirme en la “Osa Menor” (la “Osa Mayor”, obviamente, es mi mamá).
Las vecinas también aportaban su cuota de veneno:
-¡Qué gorda que estás!
-Sí, cierto. Igual, no me hago drama. A lo sumo, cuando me muera me tendrán que hacer un cajón a medida y contratara un par de patovicas para que lleven las manijas.
-Tampoco es para tanto…
Pero lo peor no eran ni los familiares ni las vecinas. Lo peor eran las empleadas de SLIM. A algún pelotudo se le ocurrió insertar un local de SLIM en mitad del “Patio de Comidas” del “Alto Avellaneda”. Así que, cuando una le está hincando el diente a un “Big Mac” tiene alrededor una molesta bandada de señoritas vestidas de azul que insisten con las virtudes del gel no-sé-cuánto y otros productos sospechosos.
-En el SLIM tenemos un nuevo producto, el “Geltimax Miracle”, que te ayuda a bajar 7 kilos en 20 sesiones sin sacrificios.
-¿Vos me estás diciendo que estoy gorda?
- …
-Mirá, querida. Vos tenés una nariz espantosa y yo no te estoy acosando para que vayas a ver a un cirujano plástico.
- …
Esta escena espinosa se repitió unas cuantas veces, con alguna que otra variante, hasta que decidí no pisar más el Shopping y comerme las hamburguesas en mi casa.
  
EL GIMNASIO – EL SUPLICIO DE LA RUEDA, UN POROTO

Llegó un momento en que las presiones familiares, la maledicencia de las vecinas y el pérfido trabajo de las empleadas de SLIM hicieron mella en mi orgullo de gorda. “Tengo que adelgazar”, pensé. Y empecé a buscar la forma de adelgazar sin dejar de comer (porque dejar de comer era lo último que quería hacer en la vida). Así que, casi sin darme cuenta, terminé anotada en un gimnasio.
Los gimnasios me dan asco. Son antros decadentes donde todo el mundo transpira como testigo falso. Tanto sudor me da cosita, qué se yo.
Al gimnasio habré ido cinco o seis veces (gracias a Dios, no pagué clases por adelantado). La profesora era un clisé: oxigenadamente rubia, bronceada, con calzas rosa fluo y tetas de plástico. Yo no me quería acercar demasiado a la mina porque, aunque en general no soy una mujer prejuiciosa, tengo una idea fija e irracional: para mí todas las profesoras de gimnasia son lesbianas. Así que me acercaba –un poco, nomás- a mis compañeras de suplicio. Estaban las “perfectitas” de panza chata y culo parado que hacían que una se sintiera una bolsa de grasa miserable, las separadas recientes que daban grititos de adolescentes histéricas para llamar la atención de los muchachotes que hacían pesas y las forniditas acomplejadas que ocultaban sus redondeces con prendas cinco talles más grandes de lo necesario.
Me cansé enseguida. Yo no nací para Jane Fonda. Soy más bien una Elizabeth Taylor tercermundista: “Prefiero que me digan que soy amplia, no gorda.”

 INTERNET – CONSEJOS PARA SER FLACA

Internet sirve para todo. Así que, después de mi fallida aventura en el gimnasio, me dediqué a buscar “tips y trucos” para estar flaca (hubiera sido mucho más productivo salir a mover el culo que quedarse atornillada en la silla frente a la computadora, pero en fin…)
Tomar dos litros de agua por día, anotar las calorías que se pretenden consumir para no zafarse, hacer listas de comidas “permitidas” y “prohibidas”, etc., etc.
Algunos “consejos” me desconcertaron bastante:
*Mantente ocupada, busca una afición, cualquier cosa para no pensar en comida. (¿Cómo se hace esto, por Dios? Yo escribo y como, miro la tele y como, lavo la ropa y como, leo y como).
*Sal a la calle con el dinero justo, así no podrás gastarlo en comida. (Siempre salgo a la calle con el dinero justo; es más, vivo con el dinero justo, pero si se me antoja comprarme un alfajor no me para nadie: sacrifico la plata para el bondi y me vuelvo a casa caminando, pero el “Capitán del Espacio” me lo embucho como sea).
*Trata de tener lo mínimo indispensable de comida en tu casa, así, cuando tengas mucha hambre, no encontrarás nada que te apetezca. (Lamentablemente, vivo arriba de la casa de mi mamá, y en el fondo vive mi tío. Cuando no encuentro en mi heladera “nada que me apetezca”, hago un tour por las heladeras ajenas).
*Pon fotos de chicas delgadas en la cocina, así cada vez que tengas hambre recordarás que ellas no comerían. (Mi nivel de locura nunca llegó a tanto; no voy a convertir mi cocina en el dormitorio de un adolescente masturbador ).
*Compra alguna prenda de una talla menor a la tuya, que sea muy cara: así te motivarás para caber en ella. (Esto me lo tendrían que haber “aconsejado” antes de que regalara toda mi ropa de flaca).
Internet sirve para todo y no sirve para nada.

 LA DIETA DE LA LUNA – PANZA CRECIENTE, PANZA MENGUANTE

A esta altura, ya me había convencido de que para adelgazar no bastaba con hacer ejercicio esporádicamente ni con seguir consejos más o menos locos: había que dejar de comer. Así que mi mejor amiga me aconsejó que siguiera la infalible y milagrosa “Dieta de la Luna”. Esta dieta está basada en la teoría de que los líquidos del cuerpo tienden a seguir los ritmos de las mareas,  provocadas  por la influencia del mentado satélite. Por eso hay que realizar un ayuno durante 26 horas a partir del cambio de fase de la Luna, es decir, un día completo más 2 horas. Durante este periodo se debe ayunar y beber abundante líquido.
La cosa, dicha así, parece bastante sencilla. Pero no lo es. Vaya a saber por qué, pero cuando llegaba el momento de la bendita abstinencia, tenía ataques de hambre desesperados. Rompía el ayuno a las dos horas de comenzado, con un caramelito, porque “me había bajado la presión”, y a las seis horas ya me estaba comiendo un sándwich de mortadela. Me proponía que para el próximo cambio de fase lunar me iba a comportar como era debido, pero mis buenas intenciones se iban por la borda en cuanto me empezaba a picar el bagre.
La “Dieta de la Luna” fracasó estrepitosamente y decidí que no iba a martirizarme con ninguna dieta más.

 REDONDITA Y DE RICOTA - ¿QUÉ TIENE DE MALO SER GORDITA?

¿Qué problema hay con ser gordita? Es cierto que la obesidad es una enfermedad, pero no estoy hablando de obesidad, estoy hablando de 4 o 5 kilitos ganados a base de picaditas y vermouth. Y, además, ¿no son enfermas también las mujeres con el cuerpo sin formas, las mejillas hundidas y una palidez cadavérica que nos imponen como modelos absolutos de belleza? A veces me entretengo haciendo zapping (típico en una personalidad ansiosa) y cuando caigo en “Fashion TV” no sé si estoy viendo un desfile de modas o una película de zombies de George Romero.
En tiempos remotos, cuando el hombre aún vivía en las cavernas, el ideal de belleza femenino era la obesidad, que prometía una descendencia numerosa y unas reservas físicas suficientes para aguantar la durísima vida de nuestros ancestros. Era un ideal de belleza que tenía, como verán, sus razones bastante prácticas. ¿Cuáles son las razones del ideal de belleza del siglo XXI? Yo tengo mi teoría, descabellada como todas mis teorías, por supuesto: el mundo de la moda está manejado por gays. Diseñadores, maquilladores, estilistas, todos son gays. Sospecho que, íntimamente, los gays (por lo menos los que se dedican a estas lides) odian a las mujeres. Por eso tienden a suprimir todo lo femenino y promocionan un modelo de hembra andrógina que, sin maquillaje, pasaría tranquilamente por el chico que hace los repartos en Coto.
Para terminar con este tema (porque ya me dio hambre), les dejo unas palabras de Woody Allen, extraídas de su genial artículo “Reflexiones de un sobrealimentado”: “…cuando perdemos diez kilos, querido lector (y supongo que no tienes mis dimensiones), ¡quizás estemos perdiendo los mejores diez kilos que tenemos! Quizás estemos perdiendo los kilos que contienen nuestro genio, nuestra humanidad, nuestro amor y nuestra honradez.”

Seguro que no lo habían pensado.

viernes, 15 de julio de 2011

F.R.I.E.N.D.S


 F.R.I.E.N.D.S

"¡Qué raro y maravilloso es ese fugaz instante en el que nos damos cuenta de que hemos descubierto un amigo."
William Rotsler

A lo largo de cuarenta años de vida improductiva, me he amigado y desamigado con todo tipo de féminas. Cuando me encuentro por la calle con algunas de ellas, me emociono y las abrazo. Cuando me encuentro con las otras, pongo los pies en Polvorosa y huyo precipitadamente, no vaya a ser que quieran reanudar el amigazgo.
Sin dar sus nombres (porque tampoco quiero que me caiga una carta documento) iré desgranando poco a poco este racimo de mujeres con las que tuve el placer de cruzarme y tomarme unos mates, si ustedes me lo permiten.

LA DEPRIMIDA: NI EL TIRO DEL FINAL TE VA A SALIR

Como yo no soy lo que se dice una castañuela, suelo prestar mi hombro para que otras damas desesperadas lo llenen de lágrimas y mocos. Pero todo tiene un límite. La deprimida no veía el vaso medio lleno ni medio vacío: directamente no veía el vaso. Todo era una tragedia griega. Se instalaba en mi casa con su bolsito y unas pocas pilchas para “quedarse a dormir”, pero no pegaba un ojo en toda la noche: lloraba hasta las seis de la mañana. En ese entonces mi hijo era un bebé y en cuanto el pibe se callaba, quería entregarme a los brazos de Morfeo cual si fuera un efebo dorado por el sol de la Polinesia. Pero la deprimida no me dejaba.
-No puedo superar que mi novio me haya dejado -decía entre hipos y gemidos.
-¡Pero tu novio te dejó hace quince años! -contestaba yo, con los ojos entrecerrados y las bolas por el suelo.
-Sí, pero yo lo quiero.
Bueno, yo también quiero a Johnny Depp y no ando rompiéndole las pelotas a nadie porque no lo tengo.
-¿Por qué no vas a bailar? Por ahí enganchás algo –proponía yo, a ver si me la sacaba de encima.
la deprimida iba a bailar, con su cara de bragueta trabada y sus proverbiales ojeras, sólo para volver a instalarse en mi casa con otro puñado de desdichas, porque enganchar, enganchaba (la mina no era fea), pero después de la primera cita los tipos huían despavoridos.
A ésta le di salida por teléfono:
-Mirá, no me llamés más, porque yo tengo muchos problemas (mentira, el único problema que tenía era ella).
Que Dios y la Patria me lo demanden.

LA ABUSADORA: ¡DEVOLVEME LOS DÓLARES QUE TE PRESTÉ!

La abusadora tenía cara de ameba en coma, pero a no engañarse, fornicaba como un conejo (una coneja, bah). Tenía un ramillete de hijos de diferentes padres a los que no les daba demasiada bola, pero que siempre venían detrás de ella cual vagones de un trencito destartalado. Los pibes comían poco, aunque la mina jugaba a la quiniela y fumaba como una chimenea, así que yo, que tengo mi corazoncito, rejuntaba todas las sobras  que podía encontrar en mi casa y en la de mi vieja, las ponía en un tapercito y las guardaba en el freezer para cuando la susodicha apareciera.
Y la mina aparecía a cada rato. A la hora del almuerzo, justamente. Los pibes comían y miraban “Cartoon Network” y la tipa fumaba y hablaba boludeces.
Los designios de Dios son inescrutables, como bien dice el dicho. Un día, la abusadora consiguió a un trasnochado y ¡se casó! Con un bombo de cinco meses, pero se casó (con un vestido futura mamá precioso que era de mi hermana y nunca me devolvió, porque la abusadora no devolvía nunca nada de lo que te pedía prestado).
El marido, la verdad, no era ninguna joyita. Cada tanto le daba algún golpe.
Un día apareció por mi casa y me dijo, muy suelta de cuerpo:
-Mi marido quiere que me devuelvas los dólares que te presté.
-¡Pero vos no me prestaste ningunos dólares!
-No, ya sé. Lo que pasa es que él los tenía ahorrados, yo los encontré y los gasté y, como se dio cuenta de que faltaban, le dije que te los había prestado a vos.
-¡Pero vos estás en pedo! –grité, blanca como un papel y temiendo que el tipo viniera a cagarme a palos a mí por un crimen que no había cometido –Vas y arreglás este quilombo ya. Le decís la verdad a tu marido y por acá no aparecés más.
Pero siguió apareciendo. Y, como yo soy una boluda, siguió sacándome todo lo que pudo.
Un día me cansé y, cuando llamó por teléfono para ver si estaba en casa, obligué a mi vieja, bajo coerción y amenaza, a decirle que nos habíamos peleado y yo me había mudado sin dejar noticias de mi paradero.
¿Quieren creer que todavía sigue llamando a mi mamá para las Fiestas? Qué se yo, será para ver si la invitan y se liga una copa de sidra.

LA  LIGERITA DE CASCOS: MÁS VALE QUE LA USEN LOS CRISTIANOS

La ligerita de cascos me doblaba en edad. Era la mujer de uno de mis empleadores. Para esa época, yo rondaba los 18 y ella, los 40. El marido era un bombonazo, pero al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen. Tenía amantes a montones y siempre estaba tratando de enganchar alguno nuevo, no vaya a ser que se quedara sin stock.
La mina estaba caliente con un camionero que (era vox populi) salía con una vecina mía, también casada. Hacía las mil y una para que el tipo le diera bola, pero nada.
Un día vino contenta como cleptómana en “Harrods” y me dijo:
-Me parece que Susana se peleó con el camionero. Pero no estoy segura. ¿Por qué no me lo averiguás vos? Vas a la casa de Fulana (que era la esposa del patrón del macho en cuestión) y le preguntás si todavía siguen siendo amantes.
Y ahí fui yo, que era Heidi después de una lobotomía, a hacer averiguaciones sobre alcobas ajenas.
De más está decir que la mentada Susana, que también era ligera de cascos pero se arreglaba sus entuertos sola, se enteró de todo y vino a la puerta de mi casa a hacerme un quilombo de aquellos (100 % justificado, lo reconozco).
Si hoy en día alguna pendeja quiere meter la nariz en mi cama, otra que quilombo, la cago a patadas en el culo.

LA HURGADORA: ¿LA TIENE GRANDE O LA TIENE CHICA?

La hurgadora quería saberlo todo. Pero TODO. Tenía una obsesión con el sexo. Yo, puteadota y todo, soy bastante pudorosa y  reacia a dar detalles de mi vida íntima. Pero esta mina era imparable.
Buena chica, no lo niego, pero carecía de ese atributo natural que llaman vergüenza. En cuanto aparecía un hombre nuevo en el horizonte, comenzaba el exhaustivo interrogatorio sexual: “¿La tiene grande o la tiene chica?” “¿Lo hacés parada o acostada?” “¿Te dejás por atrás o no te dejás?”, y otras preguntitas por el estilo.
-Dejate de joder, nena –le decía yo, roja como un tomate.
Pero ella seguía y seguía.
Psicoanalizando a la hurgadora (sin que ella se enterara, claro) llegué a la conclusión que detrás de tantas inquisiciones eróticas, había un almita ávida de aprendizaje. Para muestra basta un botón:
Cierta noche la hurgadora se quedó a dormir en casa (sí, mi casa en una época fue un enorme pijama party). Antes de cenar fuimos al videoclub del barrio, del cual yo era asidua visitante, y elegimos algunas películas para ver cómodamente instaladas en mi hogar, dulce hogar.
-A ver –le dijo al pibe del video- yo quiero una de ésas de allá arriba.
A mí casi me da un soponcio. “Las de allá arriba” eran las porno. “Este pibe va a creer que soy trola”, pensé angustiada.
La cosa terminó así: yo cebando mate a las tres de la mañana, casi dormida sobre la pava, y la hurgadora felizmente prendida a la bombilla, deleitándose con una porno ridícula que era la parodia de “Los Picapiedras” y no calentaba ni a un esquimal.

LA POETA  ULTRACATÓLICA: EL CURA ME DIJO QUE NO

Ésta también me doblaba en edad, tanto es así que, cuando se la presenté a mi vieja, se reconocieron enseguida, porque habían cursado juntas la escuela primaria. Nos conocimos por casualidad y congeniamos muy pronto, dado nuestro compartido amor por la poesía.
Un día, después de mostrarme unos poemas que había escrito, me dijo en tono de confesión:
-Hay un pendejo de 25 años que me tiene loca (ella ya rondaba los 50).
-¿Y…? –pregunté yo, que me prendo en todas las historias de amores y desamores como una garrapata.
-Y, nada. El pibe me da bola –era  una rubia preciosa- pero yo estoy casada.
-¡Pero con tu marido te llevás para el culo!
-Sí, ya sé, pero yo soy católica. Vos sabés que yo soy católica.
-Animate a una cana al aire y dejate de joder –insistía yo cada vez que el tema salía a colación.
Pero no se animó. Se conformó con seguir escribiendo poemas que rondaban siempre sobre sus frustraciones, amorosas y de las otras.

LA SUCIA SIMPÁTICA: USÁ EL CENICERO GRANDE

Esta chica era genial. Simpática, divertida y, lo digo sin temer que ustedes piensen lo mismo que el pibe del videoclub del barrio, muy bonita. Pero tenía una pequeña alergia al jabón y a sus derivados. Y era más desordenada que yo, lo que ya es mucho decir.
La primera vez que fui a la casa, me llevó a su dormitorio, que era un quilombo de ropa sucia y porquerías varias, y yo, fumadora compulsiva como soy, le pedí un cenicero.
-Usá el cenicero grande –me dijo ella alegremente.
-No sé, no lo veo, ¿dónde está el cenicero grande?
-El piso, boluda. Tirá las cenizas en el piso.
Bajé la vista y sí, el piso, además de ser un vertedero, era un cenicero enorme. Había colillas por todos lados.
Cierta noche fuimos a bailar juntas y después del boliche rumbeamos para su hogar.
-Mirá, vamos a dormir un rato –me dijo- Pero fijate por donde pisás, porque la gata tuvo cría debajo de la cama. Y mi abuela, que vino de San Nicolás, puso la jaula con el loro en mi pieza, para que el bicho no tenga frío.
-No, dejá, no tengo sueño. Hago tiempo hasta que sea de día y me voy para mi casa.
En realidad, me moría de sueño. Pero renuncié a la almohada amedrentada por la ropa sucia,  los puchos pisoteados, el loro, la gata y  los gatitos.
La sucia simpática se casó (que siempre hay un roto para un descosido) y nos dejamos de ver. Pero a ésta, si me la encuentro por la calle, la abrazo con mugre y todo.

LA CONCHETA: ¿¿¿¿¿¿VOS USÁS PANTALONES “BY DEEP”??????

La concheta era alta, rubia y tenía un lomo bárbaro. Yo, que no soy un hobbit únicamente porque calzo 36, la miraba con una mezcla de admiración y envidia. Éramos amigas hasta ahí, con algún cafecito de por medio (ésta, gracias a Dios, nunca vino a dormir a mi casa).
Para esa época yo trabajaba en el supermercado y mi sueldo era poco más que lastimoso. Así que me vestía como podía, sin echar mano a las grandes marcas, porque no me daba el cuero. Me había comprado unos pantalones “By Deep” (los de calce perfecto y la publicidad de la mina que mostraba el culo en el ascensor) y andaba muy contenta con ellos, porque, en esa época, yo también tenía lo mío (y lo tenía del tamaño justo, no como ahora que acusa docenas de facturas y toneladas de sándwiches de miga).
Cuando la concheta me vio con el pantaloncito nuevo, no pudo disimular las arcadas.
-¿¿¿¿¿¿¿Vos usás pantalones “By Deep”???????? –me espetó a medio minuto del vómito.
-Y… sí… -dije yo, avergonzada, porque en esa época era más boluda que ahora (con decirles que, cuando llegué a mi casa le arranqué todas las etiquetas al pantalón, para no poner en evidencia su falta de alcurnia).
A partir de ese momento, la relación se enfrió. Yo no daba el target.

LA  PIRADA: HAY UN MUERTO EN EL ROPERO Y OTROS DOS EN LA PISCINA

Mi amiga era una mina buenísima. Pero cada tanto tenía un brote serio de locura. Prendía velas todo el tiempo y aseguraba, sin ningún pudor, que un muerto la perseguía.
-A mí me persiguen varios muertos, -decía yo, haciéndome la cancherita- la mitad de los tipos son unos muertos.
-Vos no me entendés, éste está muerto de verdad. Y me persigue. No sé por qué me persigue. Y por eso todo me sale mal. Por el muerto.
Un día apareció más pálida y nerviosa que de costumbre y me dijo con horror:
-Tengo el muerto en el ropero.
Ah, bueno, esta mina está drogada o fue en la casa de ella donde “Los Abuelos de la Nada” escribieron la letra de “Cosas Mías”.
-¿Cómo sabés que el muerto está en el ropero?
-¡Porque lo vi! Me miró y largó una carcajada. ¿Vos te creés que yo estoy loca? ¡El muerto está ahí!
- Bueno, calmate, vamos a ver qué podemos hacer.
No pudimos hacer nada, porque yo chaleco de fuerza no tenía.
Y la mina siguió viendo muertos hasta que se perdió, vaya a saber uno en qué cementerio.

LA INCONDICIONAL: LLUEVA O TRUENE, CAIGAN RAYOS O CENTELLAS

Ella está. Siempre está. Tiene más quilombos que el barrio de Constitución, pero igual se hace tiempo para que nos tomemos unos mates y nos riamos de casi todas las amigas y ex – amigas que integran esta lista y de todos los pelotudos que se nos cruzaron en el camino a lo largo de 20 bellos años de amistad sincera. La quiero con locura. Y la abrazo cada vez que puedo.

Termino de escribir esto riéndome y llorando. Y citando, cómo no, a Jorge Santayana: "Los amigos son esa parte de la raza humana con la que uno puede ser humano."  

Buenas tardes.