martes, 26 de julio de 2016

LAS MALAS DE LA PELÍCULA II


LAS MALAS DE LA PELÍCULA II

"Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes." 
Mae West

Tal como dice el saber popular, lo prometido es deuda. Así que hoy tengo el agrado de acercarles la segunda parte de mi Top Ten de malas malísimas cinematográficas. De nada.


CRUELLA DE VIL ("One Hundred and One Dalmatians")

"One Hundred and One Dalmatians"("101 Dálmatas"), película de dibujos animados basada en el relato homónimo de la escritora inglesa Dorothy Gladys "Dodie" Smith, fue estrenada por los estudios Disney en 1961. La película cuenta la historia de Pongo, un perro dálmata que forma una encantadora familia con la perrita Perdy, de su misma raza, al mismo tiempo que sus amos, Roger Anita, se enamoran y se casan. Poco después, la dupla canina trae al mundo a 15 divinos cachorritos, que se convierten en el objetivo de la malvada Cruella De Vil, obsesionada con echar mano a 99 perritos para convertirlos en glamorosos abrigos de piel.
Hay cientos de malas malísimas animadas: reinas locas, brujas aciagas, hadas resentidas, madrastras viles y hermanastras rastreras. Pero Cruella de Vil es, sin ninguna duda, la más mala de todas. Y la que más indignación provoca, seguramente porque en el mundo no abundan las madrastras envenenadoras de manzanas pero sobran los malvados y malvadas para los cuales la vida de los animales no tiene valor y se regocijan luciendo deplorables tapados de piel.
Betty Lou Gerson fue la actriz que prestó su voz a la pérfida Cruella de Vil, quien ocupa el lugar nº 39 en la lista de villanos destacados confeccionada en el año 2003 por el AFI. 

  
REGINA GIDDENS (“The Little Foxes”)

Regina Giddens
 (Bette Davis) es una esposa y madre malísima, encaprichada en que su adinerado marido invierta en una fábrica de algodón con la cual ella y sus inescrupulosos hermanos sueñan hacerse ricos. Regina comete mil y una tropelías y acaba por negarle la medicina a su esposo cuando éste sufre una crisis cardíaca, provocando su muerte, en una impactante escena copiada hasta el hartazgo.
“The Little Foxes” (“La loba”) fue dirigida en 1941 por William Wyler. La película se basó en la obra de teatro homónima escrita por Lillian Hellman. El título original de la misma, “Las pequeñas zorras”, hace referencia a un versículo bíblico del Cantar de los Cantares  que dice: “Cazadnos las zorras, las pequeñas zorras que devastan las viñas, pues nuestras viñas están en flor” (Cantar de los Cantares 2:15).
Regina Giddens ocupa el puesto nº 43 en el catálogo de malditos cinematográficos pergeñado por el American Film Institute. 


BABY JANE HUDSON (“What Ever Happened to Baby Jane?”)

Baby Jane 
(Bette Davis) es una niñita odiosa que triunfa como cantante infantil. Su hermana Blanche (Joan Crawford), la nena buena, crece a su sombra. Pero todo cambia cuando las chicas se convierten en adultas: Blanche logra ser reconocida en Hollywood y Baby Jane es despreciada por su falta de talento. Hasta que la pobre Blanche sufre un accidente que la deja inválida y en manos de su perversa hermana, quien la recluye para siempre en su sombría mansión y se dedica a torturarla.
Bette Davis y Joan Crawford, ambas excelentes actrices, se detestaban. Fueron rivales tanto en su vida personal como en las lides profesionales. La Davis era una mujer complicada que dedicó a su antagonista frases lapidarias: “No la mearía aunque estuviese ardiendo en llamas”, “Ha dormido con todas las estrellas de la MGM, menos con la perra Lassie”, e, incluso, “Uno nunca debe decir cosas malas sobre los muertos, sólo se deben decir cosas buenas... Joan Crawford está muerta, ¡qué bien!”, cuando su némesis tuvo el buen gusto de estirar la pata. La Crawford era decididamente mala: “Mommie Dearest” es una película basada en el libro de memorias de Christina Crawford, su hija adoptiva, que la muestra en todo su esplendor dañino. Faye Dunaway interpretó a Joan en la película, y, curiosamente, la madre alcohólica, promiscua y violenta a la que dio vida, ocupa el lugar nº 41 en la lista de villanos del American Film Institute. Baby Jane la sigue de cerca, en el puesto nº 44.
El rodaje de “What Ever Happened to Baby Jane?” (“¿Qué pasó con Baby Jane?”), dirigida por Robert Aldrich en 1962, fue de lo más pintoresco: en una de las escenas de la película, Bette Davis golpeó a Joan Crawford en la cabeza con tantas ganas que la dolorida estrella necesitó puntos. En las escenas en que la Davis debía arrastrar a su hermana inválida, la Crawford ocultaba pesas en sus bolsillos para que su enemiga declarada se dañara la espalda. Se dice también que, mientras se filmó la película, Bette Davis tenía una máquina dispensadora de Coca Cola instalada en el set para fastidiar a Joan Crawford, casada con un ejecutivo de Pepsi. Dos señoras jodidas.


CATHERINE TRAMELL (“Basic Instinct”)

Catherine Tramell
 (Sharon Stone) es una villana que responde absolutamente al estereotipo de malvada ligera de cascos que el cine mudo explotó hasta el cansancio. Es una mujer sumamente atractiva, muy sexy, que se ve envuelta en una serie de asesinatos. La muchacha se deshace de sus víctimas clavándoles un picahielo.
El estreno de “Basic Instinct” (“Bajos Instintos”) causó un gran revuelo, debido a las volcánicas escenas eróticas interpretadas por Sharon Stone y Michael Douglas y, sobre todo, por la caliente secuencia en la cual la protagonista del entuerto se cruza de piernas en medio de un interrogatorio policial, revelando que no lleva ropa interior. La verdad, mucho no se vio, pero gran parte de la publicidad de la película giró alrededor de esta descarada ausencia de bombachas. La película, dirigida por Paul Verhoeven en 1992, no es gran cosa, pero Sharon Stone es una maldita de lujo.


PAMELA VOORHEES (“Friday the 13th”)

Pamela Voorhees (Betsy Palmer) es la mamá del execrable Jason Voorhees, despiadado homicida que cubre su cara con una máscara de hockey y vuelve una y otra vez del Infierno, vaya uno a saber cómo y por qué. Hay una docena de películas en las cuales Jason es el asesino. Pero en la primera, no. En la primera la asesina es su miserable mamá.
Pamela queda embarazada a los 15 años, como consecuencia de una relación con Elias Voorhees, quien opta por no desposar a la dama. Da a luz a un niño hidrocefálico a quien bautiza con el nombre de Jason. Jason tiene retraso mental, además de algunas deformidades físicas evidentes, lo que convierte a Pamela en una madre sobreprotectora, obsesionada con su hijo. La mujer consigue empleo como cocinera del campamento de verano Crystal Lake, en 1957. Su pequeño hijo Jason, a cargo de los coordinadores del campamento, quienes insisten en comportarse como si estuvieran en una porno y no en una película de terror, se ahoga en el lago, debido a la falta de vigilancia de estas gentes lujuriosas. Y Pamela decide vengarse. Asesina a los responsables del campamento, y no contenta con eso, vuelve para la reapertura de Crystal Lake, en 1980. Y sigue destripando cristianos. O decapitándolos. O partiéndoles la cara de un hachazo. No sé, no me acuerdo.
“Friday the 13th” (“Martes 13”), dirigida por Sean S. Cunningham en 1980, culmina con la muerte de Pamela. En “Friday the 13th Part 2” (1981), su hijo Jason toma la posta de los asesinatos. Se preguntarán ustedes por qué un niñito que se ahogó a los 12 años vuelve a la vida como un gigante de dos metros. No sé, no sé.
Betsy Palmer fue una bomba sexy en su momento, pero será eternamente recordada como una loca desencajada de pullover celeste y puñal en mano. 

Ya sé lo que están pensando. Que esta lista de villanas cinematográficas es por demás escueta. Faltan malparidas descollantes como Lady Van Tassel (Miranda Richardson) la maldita de “Sleepy Hollow” (“La leyenda del jinete sin cabeza”), dirigida en 1999 por el brillante Tim Burton. La señora en cuestión hizo todo el daño que pudo, mientras Christina Ricci conservó su proverbial cara de pavota y Johnny Depp, como siempre, se pasó de lindo. O como la manipuladora Evelyn Mulwray (Faye Dunaway), de “Chinatown”, obra del esplendente Roman Polanski (1974). He dejado fuera de mi lista de villanas a la jodidísima Andrea Caracortada (Victoria Abril), quien en la magistral “Kika”, dirigida por Pedro Almodóvar en 1993, saca provecho del dolor ajeno y lo convierte en un lamentable espectáculo en su sanguinolento show de televisión “Lo peor del día”. Suzanne Stone Maretto (Nicole Kidman), la bella ambiciosa que es capaz de cualquier cosa para alcanzar sus metas y seduce al adolescente Jimmy Emmett (Joaquín Phoenix) para que asesine a su marido, en la película de 1995 “To Die For”(“Todo por un sueño”), dirigida por Gus Van Sant. Y a Tiffany, la novia de Chuky, una rubia muñeca de ojos gatunos poseída por el alma de una desgraciada (“Bride of chucky”, Ronnie Yu, 1998). Pero bue, ninguna lista es completa. Tal como dije anteriormente, esta nómina consta sólo de mis diez malas de utilería favoritas.
Que quede bien clarito que no avalo el deleznable comportamiento de las señoras y señoritas citadas en este folletín. Salvo en casos específicos, obvio. Como el de Alex Forrest. Que tenía razón. Lástima que cocinó al conejo y quedó catalogada como una loca de atar para el resto de la cosecha. La verdad, una flor de injusticia.

Palabra de moi, que soy una santa. 

domingo, 17 de julio de 2016

LAS MALAS DE LA PELÍCULA I



LAS MALAS DE LA PELÍCULA I

"Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor." 
Mae West

Si bien es sabido que en materia de villanía femenina la ficción no tiene absolutamente nada que envidiarle a la realidad, hay malparidas de utilería tan perfectamente infames que se han ganado el reconocimiento del gran público y han pasado a formar parte del nutrido imaginario popular. Desde sus inicios, el cine nos ha regalado montones de malas malísimas para regodearnos en sus perversidades. Las primeras villanas del celuloide fueron concebidas a partir del mito de la vagina dentata. Todas ellas eran bellas hembras y amadoras insaciables, pero representaban una amenaza para el audaz que osara poner los ojos en sus agraciados cuerpecillos. Hace cien años, el cine no había descubierto aún a la maldita reprimida sexual y todas las renegadas Made in Hollywood eran atorrantas hechas y derechas. Estas mujeres fatales, denominadas inequívocamente vampiresas (chupadoras de sangre, consumidoras de vida), fueron encarnadas por actrices cuyos nombres aún son sinónimo de erotismo y glamour. Theda Bara, la primera reina del sexo de la gran pantalla (adorada por mi abuelo y reverenciada por mí), nacida como Theodosia Burr Goodman (Theda Bara es un anagrama de Arab Death, Muerte Árabe en inglés), dio vida a una serie de señoras y señoritas que no eran, precisamente, Carmelitas DescalzasSalomé, Carmen, Madame du Barry y Cleopatra. Pola Negri, la primera actriz europea que triunfó en Hollywood, también alimentó con sus interpretaciones el mito de la femme fatale. Su vida personal, bastante menos privada que la de la retraída Theda, aportó lo suyo: tuvo un sonado romance con Charles Chaplin (conocido en la Meca del Cine no sólo por su enorme talento, sino por su amor a las jovencitas y por ser uno de los actores mejores dotados sexualmente) e hizo tremendo escándalo en el velorio de Rodolfo Valentino, gritando, hipando, desmayándose y jurando que ella y el malogrado galán tenían planes de casamiento. Clara Bow y Louise Brooks fueron otras actrices célebres que contribuyeron con sus andanzas al mito de la malvada pecadora. Clara, incandescente pelirroja, “la más ardiente hija del jazz”, fue famosa tanto por su desempeño en la pantalla como por sus desvergonzados amoríos: Gary Cooper, John Gilbert, John Wayne e, incluso, Béla Lugosi, fueron algunos de sus amantes. En 1930, la secretaria privada de Clara vendió todos los entretelones de la impetuosa vida de la actriz a la prensa y ventiló sus picarescas aventuras, entre las que se contaba una bonita orgía con un equipo completo de fútbol americano. Este escándalo marcó el principio del fin de la carrera de la “chica it” original. Lousie fue reconocida por su belleza e interpretó una serie de películas que fueron blanco de la censura de la época, debido a su alto contenido erótico. También loqueó cuanto pudo. Bien por ella.
Durante décadas, ser mala fue para Hollywood ser sexualmente activa. Muchas vampiresas  contribuyeron con su cuota de lujuria y descaro a la historia del 7º Arte, pero fue una rubia grandota y descarada la que, sin duda, le puso su cara y sus curvas al arquetipo de hembra peligrosamente atorranta: Mae West. Mae era una verdadera mujer fatal: había sido dotada con una inteligencia feroz. Supo sacar provecho del escándalo que rodeó a su persona e hizo gala de una lengua por demás afilada: “Un orgasmo al día mantiene lejos al médico”, repetía la sexy sacando pecho. Antes de Mae hubo putones grandes y chicos, pero ella les pasó el trapo a todos. Después de Mae, siguió habiendo putones de todos los tamaños, pero ninguno le pudo pasar el trapo a la blonda diosa de Brooklyn.
Gracias a Dios, todo este asunto de las vampiresas ha sido más o menos superado y hemos ingresado al Siglo XXI con una lección bien aprendida: ser atorranta no es ser mala. Es ser atorranta, nomás. Miren, si no, a la Cicciolina: no sólo es una vegetariana estricta y una firme defensora de los derechos de los animales, sino que, en su momento, se ofreció a Bin Laden para que el tipo se dejara de hacer daño: “Estoy dispuesta a hacer un trato. Él puede tenerme a cambio de terminar con su tiranía. Mis pechos sólo ayudaron a la gente, mientras Bin Laden mató a miles de personas inocentes.”
Cómo ustedes podrán imaginar, caros leedores, entre tantas y tantas villanas cinematográficas como existen, yo tengo mis favoritas. Que son perversas más allá de la ligereza de sus bombachas. He aquí, entonces, la primera y jugosa parte de Top Ten de malas malísimas ficticias.


ENFERMERA RATCHED (“One Flew Over the Cuckoo's Nest”)

He aquí una mala malísima con la que no podrían haber soñado jamás los hacedores de vampiresas de los años ’20. La enfermera Ratched (Louise Fletcher), siniestra y asexuada, tiene a su cargo un grupo de pacientes en un hospital psiquiátrico, al cual va a dar con sus huesos Randle Patrick McMurphy (Jack Nicholson), un pícaro acusado de estupro que se hace el loquito para evadir la cárcel, en la imperdible película “One Flew Over the Cuckoo's Nest” (“Atrapado sin salida”). La Ratched es cruel, severa y absolutamente impasible ante el dolor humano. Una tipa repugnante.
El creador de la malísima enfermera Ratched fue Ken Kesey, autor de la novela también llamada “One Flew Over the Cuckoo's Nest”, en la cual está basada la película. Kesey volcó en la historia sus experiencias como enfermero en el turno nocturno de un hospital psiquiátrico en Menlo Park (California).
Louise Fletcher ganó un Oscar a la Mejor Actriz por su interpretación de Mildred Ratched. La maldita enfermera es considerada por el American Film Institute como la 5º villana más dañina en la historia del cine, sólo aventajada por entes de la calaña del caníbal Hannibal Lecter, el psicópata Norman Bates y el intergaláctico Darth Vader Hay que tener en cuenta que esta nómina de villanos no hace distinción de sexos. Si hablamos exclusivamente de hembras, la Ratched es la 1º más mala en la historia del 7º arte.
“One Flew Over the Cuckoo's Nest” fue dirigida por Miloš Forman, en 1975. Una joyita del cine.


ANNIE WILKES (“Misery”)

Annie Wilkes (Kathy Bates) también tiene un papel destacado en la nómina de villanos del AFI. Ocupa el 17º lugar de la misma y, la verdad, mete miedo. Curiosamente, Annie también es enfermera, como la maldita Ratched. Por lo que una deduce que más vale mantenerse sanita. Wilkes rescata al escritor de best sellers Paul Sheldon (James Caan), después de que el pobre tipo se rompe las dos piernas en un accidente automovilístico, y lo lleva a su casa para que se recupere. La loquísima Annie somete al escritor a una serie de refinadas torturas  físicas y psicológicas, enfurecida porque Sheldon osó asesinar a Misery, la protagonista de una serie de novelas románticas, en la última entrega de la saga.
Annie Wilkes fue creada por el Rey de Reyes, Stephen King (chapeaux). Es la protagonista femenina de su novela de 1987 “Misery”. King afirmó haber concebido “Misery” a partir de la idea del “fan número uno”. Ese fanático absoluto puede tener una cara verdaderamente funesta, tal como podrían atestiguar el beatle John Lennon, la actriz Rebecca Schaeffer y la cantante Selena, de no haber sido silenciados ad eternum por sus desquiciados admiradores.
Annie no es ni sexy ni glamorosa, pero Kathy Bates es estupenda. También ganó un Oscar a la Mejor Actriz por su interpretación de la jodidísima Wilkes. “Misery” fue dirigida por Rob Reiner, en 1990. 


ALEX FORREST (“Fatal Attraction”)

La obsesionada Alex Forrest (Glen Close) es, según el American Film Institute, la 8º villana más dañina del cine. Alex recoge el guante de las viejas infames de Hollywood: es una mujer seductora y sexualmente activa. Pero, además, está loca. Bueno, eso dicen, no sé. Yo tengo mis dudas. Esta mala malísima es la protagonista femenina de la película “Fatal Attraction”  (“Atracción fatal”), dirigida en 1987 por Adrian Lyne.
Dan Gallagher (Michael Douglas) es un exitoso hombre de negocios, felizmente casado, que se queda un fin de semana solito en Manhattan. El señor aprovecha para tener una aventura con la Forrest, que parece una princesa moderna y termina siendo la bruja mala del cuento. Alex persigue implacablemente a Gallagher y a su familia, y hasta pone hervir a la mascota de su pequeña hija Ellen. Desde entonces, cualquier mujer con pinta de obsesiva es catalogada como “una que es capaz de cocinarte al conejo”. Al final, la legítima esposa de Dan Gallagher, Beth, cornuda de vocación, es quien pone fin a la dañina vida de Alex. Que antes había sido cuasi ahogada por el sinvergüenza que la uso como si la pobre mujer fuera un pañuelo descartable y terminó la película de la manito con su genuina consorte. Un asco.
Debo confesar, amable público leedor, que no recuerdo cuándo vi por primera vez “Misery” o “Atrapado sin salida”. Pero jamás de los jamases olvidaré el día en que conocí a Alex Forrest. Estaba en un viejo cine de la calle Lavalle y, cuando terminó la película, el gentío presente en la sala suspiró aliviado porque la mala había sido convenientemente eliminda. Mi indignación no conoció límites. Ok., ok. El conejo era inocente. Alex tendría que haber hervido al turro de Dan Gallagher. Pero no entraba en la olla.
Si bien “Atracción fatal” es una película deplorable debido a su alto contenido de moralina barata e hipocresía, Alex Forrest es genial.


EVE HARRINGTON (“All About Eve”)

Eve Harrington (Anne Baxter) es una mala malísima emparentada, de algún modo, con Annie Wilkes: es otra “fan número uno”. Pero esta ambiciosa criatura no pretende influir en el trabajo de su admirada Margo Channing (Bette Davis), una estrella de Brodway cuya luz comienza a extinguirse. Pretende suplantarla. Usurpar su posición artística y apoderarse de sus relaciones personales. Y lo logra. La película en la cual Eve despliega sus malas artes es “All About Eve” (“La malvada”). Fue dirigida en 1950 por Joseph L. Mankiewicz.
Eve Harrington es falsa, manipuladora y carece de escrúpulos. Una verdadera yegua. Esta perfecta malparida fue ideada por Mary Orr, quien presentó a la infame en un cuento corto de 1946, “The Wisdom of Eve” (“La sabiduría de Eva”). El cuento fue publicado en la“Cosmopolitan”, en una época remota en la cual la mentada revisteja se ocupaba, aparentemente, de algo más que la ubicación del esquivo punto G.
Eve es considerada la 23º villana más malparida del cine por el AFI. 


MARQUESA DE MERTEUIL (“Dangerous Liaisons”)

La Marquesa de Merteuil (Glenn Close) y el Vizconde de Valmont (John Malkovich), quienes fueron amantes en tiempos mejores, son dos pérfidos miembros de la nobleza francesa de finales del siglo XVIII. Los dos son duchos en las lides amatorias, pero, mientras en Vizconde puede hacer alarde de su jubiloso libertinaje, la Marquesa se ve obligada a llevar una doble vida para no dañar su reputación. Estas gentes nocivas están obsesionadas con corromper a la Presidenta de Tourvel (Michelle Pfeiffer), la más pura de las puras.
La Marquesa es artera, maquiavélica y dañina. Pero al final, todo le sale para el traste: elVizconde de Valmont y la Presidenta de Tourvel terminan enamorándose locamente. El noble sucumbe en un duelo con una amante de la Marquesa y sale a la luz la correspondencia de este depravado par de pájaros, por lo que todo el mundo se entera de lo malparida que es la tipa. Y, como colmo de los colmos, la viruela le desfigura la cara. Justicia divina.
"Les Liaisons dangereuses" es una novela epistolar publicada por Pierre Choderlos de Laclos en 1872. Si bien el final de la historia tiene un feo tufillo a moraleja, no deja de ser una obra maestra de la literatura francesa y una lectura ágil y entretenida. Hubo varias adaptaciones cinematográficas de la novela de Choderlos de Laclos, pero fue la Stephen Frears, “Dangerous Liaisons” (1988), la que hizo historia en el cine.

Hasta aquí, mis muy queridos, la primera parte de mi Top Ten de las malas del cine. No se hará esperar demasiado la conclusión de este entretenido opúsculo. Mientras tanto, pueden deleitarse con otra de las frases explosivas de la gran Mae: “He escrito mi biografía. Va sobre una chica que perdió su reputación y nunca la echó de menos.”

Buenas noches.

martes, 5 de julio de 2016

CÓMO PERDER A UN HOMBRE Y NO VOLVER A ENCONTRARLO JAMÁS DE LOS JAMASES


CÓMO PERDER A UN HOMBRE Y NO VOLVER A ENCONTRARLO JAMÁS DE LOS JAMASES

“Amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel.”
 Susan Sontag

Todas las mujeres sabemos que hay hombres a los cuales es mejor perderlos que encontrarlos. Es un conocimiento que llevamos en nuestros genes y fue transmitido de generación en generación por damas que tuvieron la mala estrella de cruzarse con un idiota. O con varios. Pero también existen los hombres a los que las féminas no debemos perder jamás. Bajo ningún concepto. Para que no acontezca esa tragedia griega que podría convertirnos en mujeres solas para toda la vida, Internet nos pone al tanto de aquellas cosas que jamás debemos hacer si no queremos extraviar al masculino que supimos conseguir.
Yo, con la sapiencia que me caracteriza y que me ha dado la lectura ininterrumpida de boludeces, he dividido la graficación de estas cosillas en “Situaciones Light” y “Situaciones Hot”. Porque un hombre se puede perder de muchas maneras y en distintos ámbitos. Y parece que se pierde para siempre. Esto es, por lo menos, lo que insinúan los sabios Consejeros que elaboraron estos útiles decálogos.

CÓMO PERDER A UN HOMBRE EN 15 DÍAS (SITUACIONES LIGHT)

Si ustedes, queridas amigas, tienen la fortuna de tener a su lado un hombre que es más o menos limpito y va a trabajar todos los días (menos los fines de semana y los feriados, obvio), tienen que tener mucho miedo a perderlo. Mucho. Estos hombres se pierden enseguida. Y ya se los dije: el que se pierde se pierde para siempre, aunque llenemos las paredes del barrio con desesperados carteles que ostenten la foto del extraviado y, debajo, la urgente palabra “Wanted”. De nada nos servirá ofrecer jugosas recompensas: el señor perdido no es un perro y nadie lo va a devolver. Así que hay cosas que las damas y damiselas debemos evitar.

1. Irrespetar al hombre. El primer desatino que cometemos las mujeres es molestar al señor que nos acompaña. Hincharle las pelotas. Mandarle mensajitos todo el tiempo. Hostigarlo y acosarlo. El hombre, señoras, debe ser libre como una mariposa libre. Volar de aquí para allá sin sentir que lo perseguimos luciendo pantalones cortos color caqui y con una ladina red en la mano. Las abuelas, las bisabuelas, las tatarabuelas y el Potro Rodrigo hablan del hombre que “voló, voló”. Por lo que yo razono que este consejo puede ser contraproducente. Porque si el hombre vuela mucho también se pierde. Es un hecho.

2. Usar las herramientas de Internet para acosarlo. No hay que llenar al hombre de mails obsequiosos, ni aparecerse a cada rato en el Messenger ni invadir sus espacios en Facebook Twitter. Parece que estas acciones son un claro índice de locura. El hombre huirá ante nuestras muestras de desesperación tecnológica. No demos señales de vida y dejemos que el hombre se comunique con otras mujeres utilizando estos artilugios modernos. Comprendamos de una vez por todas que el hombre debe ser libre como una mariposa libre.

3. Llamarlo por teléfono de línea. Es vergonzoso y desacertado llamar al hombre tanto por teléfono de línea como por teléfono celular. Al hombre no hay que llamarlo. Mucho menos a horas desatinadas. El hombre debe ser libre como una mariposa libre. Sepan disculpar que sea reiterativa.

4. Dramatizar. Al hombre no le gusta el drama. Prefiere la comedia o la ciencia ficción. Por eso se queda dormido con “Los puentes de Madison” o con “Orgullo y prejuicio”. A las mujeres, en cambio, el drama nos fascina. Optamos por un Leonardo DiCaprio ahogado antes que por cincuenta Adam Sandlers muertos de risa. A falta de un rubio ahogado (a todas nos encantaría tener un rubio ahogado), llenamos nuestra existencia de pequeños dramas domésticos. Eso al hombre le colma la paciencia. Se siente atrapado en nuestro repugnante tejido de lágrimas y reprimendas. Una entramado horrible que lo forzará a huir lejos de nos. Porque el hombre debe ser libre como una mariposa libre. No les corresponde a nuestros melodramas mezquinos cortarle las alas.

5. Celarlo. Que quede bien clarito que celar al hombre es lo peor que una damisela puede hacer. Los celos son una muestra de inseguridad dicen por ahí. Para mí son otra cosa, que me perdonen los psicólogos de todos los tiempos. Mi profesor de Biología de 1º año tenía un dicho bastante pintoresco que, según mi criterio, siempre desarreglado, puede aprovecharse en este caso: “La Vacca de Provenza como las hace las piensa”. Yo no sé quién es la Vacca de Provenza. Ni siquiera sé si en Provenza hay Vaccas. Pero la máxima es aplicable a este asunto de los celos: celoso es el infiel o el infiel en potencia. A mí que no me jodan. Sea como sea, nuestros celos son una prisión que atormenta al hombre. Y eso no puede ser. ¿Ya les dije que el hombre debe ser libre como una mariposa libre?

6. Insultarlo. Al hombre no hay que decirle cosas feas. Los Consejeros Light se zarpan un poco y nos avisan que jamás debemos catalogarlo de “eyaculador precoz” “pene fláccido”. Porque el hombre no perdona. Yo no sé si habrá mujeres tan atrevidas como para endilgarle semejantes epítetos al masculino con quien comparten penas y alegrías. En mi larga e improductiva vida me he peleado ferozmente con el hombre cientos de veces. Lo he tildado de hijo de puta, psicópata, mentiroso, maldito, descerebrado y maricón. Pero jamás de los jamases eché mano a los refinados insultos que los Consejeros Light nos recomiendan evitar. Y eso que imaginación no me falta. Pero tengo mis límites.

7. Llorar, rogar y jurarle que cambiaremos. Las lágrimas son al hombre lo que el crucifijo es al vampiro. Lo que la bala de plata es al licántropo. Lo que el Raid es al mosquito. No hay que llorarle al hombre jamás. Nos considerará unas desequilibradas a las que les falta su dosis diaria de Rivotril. Rogar tampoco. Rogarle al hombre es el paso previo a su espanto y a su posterior huida. Lástima no haberlo sabido antes. En mi pueril e infructífera vida le he rogado al hombre cientos de veces, como si fuera un émulo terrenal de San Expedito. Una vergüenza. Hay que andar con mucho cuidado porque, en cuanto el hombre se harte de nuestras boludeces, volará a locaciones más venturosas. Al hombre le gusta volar. Ya les dije, creo, que el hombre debe ser libre como una mariposa libre.

8. Reprocharle cosas. No hay que echarle en cara al hombre las cosas que hizo mal o que, directamente, no hizo. Y tampoco hay que recordarle lo mucho que hicimos por él. Al hombre, perdonen mi sinceridad brutal, le importa un carajo lo mucho que hicimos por él. Aunque lo hayamos rescatado del alcohol, de la droga, de los piojos o de las chinches. El hombre es naturalmente ingrato y si se siente reprochado se tomará el buque sin ningún remordimiento. Los sermones, las reprimendas y las amonestaciones lo alejarán de nos. El hombre volará y así es como debe ser. Porque es de público conocimiento que el hombre debe ser libre como una mariposa libre.

9. Hacerlo quedar mal. No hay que andar hablando por ahí del hombre cuando estamos rabiosas con su persona. Ni difamarlo, ni calumniarlo, ni hacerlo pedazos. Que no se nos ocurra publicar en “La Voz del Interior” que es un maricón o un hijo de puta. No nos absolverá nunca. De nada servirá arrodillarnos sobre maíz, usar cilicio hasta el fin de nuestros días o arrastrarnos panza abajo para expiar culpas. El hombre no perdona. Da un portazo y se va. Para siempre.

10. Matar la confianza que depositó en nosotras. Si el hombre confió, no hay que defraudarlo. Defraudarlo implica quedarse con los vueltos, revisarle los bolsillos para ver si encontramos, por lo menos, un billete de $2, y esas cosas. Si el hombre nos pesca en estos entuertos económicos, cagamos. Porque ya se sabe, el hombre no perdona.
Los Consejeros Light cierran este apartado recalcando que el masculino perdido se pierde para siempre, que por mucho que rindamos sexualmente nuestro escurridizo amante huirá en cuanto demos un paso en falso, que nadie valora lo que tiene hasta que no lo tiene más, que el hombre debe ser libre como una mariposa libre (es una comparación un poco afeminada, ya sé) y que, además, el guacho es como Sweeney Todd (pero más feo): ni olvida ni perdona.

COMO PERDER A UN HOMBRE EN 15 DÍAS (SITUACIONES HOT)

Con anterioridad he señalado que el hombre se pierde de muchas maneras y en varios ámbitos. El terreno sexual puede ser pantanoso y provocar la huida del susodicho. Ojo.

1. Criticar su contextura física. Decirle al hombre que largue los ravioles es una bochornosa falta de sensibilidad. Ya sabemos que el hombre no es gordo, está hinchado. Las gordas somos nosotras. Así que no debemos hacer observaciones sobre su panza o su papada. El hombre es un dios, y está más allá de la balanza.

2. Criticar su pene. Parece que el hombre no mide su virilidad con un centímetro sino con su pene. Por eso jamás debemos hacer observaciones ofensivas acerca de sus atributos viriles. También es una ignominiosa ausencia de delicadeza decirle al hombre que su pene es corto, delgado, curvo pavote. Hay que ser muy turra para criticarle el pene en su propia cara. Una puede comentar magnitudes lastimosas o desempeños precarios con el cura, el psicólogo, las amigas o las vecinas. Pero jamás menospreciar el pene del hombre cuando él está presente. Con estas consideraciones malsanas asestaremos un golpe fatal a su ego. Recordemos, por favor, que el hombre es un dios, y está más allá de un pene catatónico.

3. Dudar de nuestra persona si el hombre no tiene una buena erección. Las mujeres tendemos a dudar de nuestras capacidades de seducción y calentamiento cuando el hombre no tiene una erección como la gente o, en el peor de los casos, no tiene una erección. El hombre reforzará esta idea extravagante diciéndonos que es la primera vez que le pasa, para que quede bien clarito que sólo le pasa con nosotras. No permitamos que ningún señor nos culpe del desgano de sus intimidades. El hombre es un dios, pero tampoco es para tanto.

4. Compararlo con nuestras ex parejas. Ya he dicho millones de veces que si hay algo que le rompe las pelotas al hombre es la comparación con otros hombres que retozaron en nuestro lecho. La comparación siempre resulta odiosa, sobre todo si conlleva hacer aspavientos del rendimiento erótico de los señores con los que tuvimos encuentros cercanos de cualquier tipo. La dignidad del hombre debe ser resguardada a toda costa. Si comparamos, el hombre se escapará en busca de una virgen lo suficientemente gansa como para no sospechar, siquiera, que hay otros hombres que la tienen más grande. Para mí que no la encuentra, pero bue. A no olvidarlo: el hombre es un dios, y los dioses no admiten comparaciones.

5. Hacer alarde de nuestra experiencia sexual. Parece que al hombre no hay experiencia que le venga bien. Si es mucha, se asustará. Si es poca, se intranquilizará. En esta espinosa cuestión lo mejor es cerrar la boca. El hombre es un dios y nosotras no tenemos ningún derecho a asustarlo o a intranquilizarlo.

6. Ser 100 % pasiva. ¿Recuerdan la vieja canción que rezaba “Movete, movete, chiquita movete”? Este bodrio setentoso debe convertirse en nuestro himno si queremos que el hombre no se pierda. Hay que zarandearse. El hombre quiere que seamos activas, así trabaja menos. Una mujer pasiva provocará su enojo. Y un hombre enojado está siempre predispuesto a la fuga. Durante el acto amoroso no vale bostezar, dormirse o desmayarse. No vale quedarse tirada como el perejil. No vale que nuestros únicos movimientos estén orientados a alcanzar el control remoto de la TV para ver si en el cable dan una película decente. Ni hacerse la muertita. El hombre quiere que llevemos el ritmo en la piel. Hay que sacudirse, agitarse y enrollarse. Porque el hombre es un dios y merece que movamos ese culo pesado que tenemos.

7. Divulgar su desempeño sexual con nuestras amigas. Hay mujeres que no dicen ni mu acerca de su vida erótica. Pero hay otras que gustan de contar intimidades. Parece. No sé. Mi experiencia en el tema me indica: A) que mis amigas son sumamente discretas; B) que mis amigas tienen una vida sexual nula; C) que no son tan amigas como yo creía porque no me cuentan nada. Parece que no hay que dar detalles de nuestras actividades carnales, porque al hombre le molesta que seamos unas buchonas. El hombre no quiere que sus peripecias sexuales sean la comidilla de las muchedumbres degeneradas que disfrutan de andar hurgando en las camas ajenas. Debemos callar, porque el hombre es un dios y nuestras lenguas desatadas podrían mancillarlo.

8. No pedirle lo que nos gusta. Como imaginarán, estos Consejeros Hot no hablan de pedir un helado o de pedir gancho, el que me toca es un chancho. Hablan de pedir cosas en el momento del acto lúbrico. Ya saben, más abajo, más arriba, más rápido o más despacio, bestia. De estas cosas sensibles ya hemos hablado. Los Consejeros Hot sostienen que hay que requerirle al hombre alguna que otra pirueta, pero tampoco hay que abusar. Porque el hombre no es nuestro esclavo. Hay que ser, además, dulce y amable en nuestros reclamos. Rebobinemos, entonces: hay que solicitar más abajo, más arriba, más rápido o más despacio, papito. Bestia, no. Hay que dirigirse con respeto al susodicho, porque el hombre es un dios y nosotras somos simples mortales que no encontramos nuestro punto G.

9. Insistir en hacer cosas que al hombre le molestan. Si al hombre no le gusta hacerlo en la playa, con o sin lonita, porque lo jode la arena, no debemos insistir. Si el hombre no quiere desplegar sus atributos masculinos en la planta alta de un McDonalds, no debemos forzarlo a que lo haga, porque el señor no tiene por qué hacerse cargo si nosotras somos unas viciosas perdidas. Si al hombre no le agrada nada de lo que a una la hace relamerse vergonzosamente, hay que embromarse. Porque el hombre es un dios y en la cama manda él. ¿O ustedes se creyeron la boludez esa de la igualdad de los sexos?

10. Descuidar nuestro aspecto. Que el hombre sea gordo, desarrapado y ande con unos calzones desteñidos y sin elástico, no significa que las mujeres podamos ser/hacer lo mismo. El hombre es un dios y es una estupidez pretender medirlo con la misma vara con la que él nos mide a nosotras, que de diosas no tenemos nada. Nosotras no podemos ser obesas y harapientas, y nuestras bombachas deben tener puntillas y encajes. Además, debemos depilarnos. Ya se sabe que depilarse es odiarse. Pero qué se le va hacer, prescindir de los vellos femeninos es una de las Leyes de la Vida.

Los Consejeros Hot cierran este apartado diciendo que próximamente nos informarán acerca de otras situaciones comprometidas que nos hacen perder hombres como agua pierde una manguera pinchada. Y machacándonos con eso de que el hombre es un dios. Por si esta verdad irrefutable nos entró por un oído y nos salió por el otro.
Hay hombres que no deben perderse. Es menester que trabajemos mucho para que esto no suceda. Por suerte tenemos a estos Consejeros de Internet que nos ponen al tanto de las cosas que no debemos hacer si no queremos fomentar la evasión del masculino. Como comprenderán, las situaciones graficadas serán de utilidad para las mujeres que no quieren perder al hombre y para las mujeres que están hartas del susodicho y buscan desesperadamente olvidárselo en el colectivo. Porque hay hombres a los cuales es mejor perderlos que encontrarlos. Y justamente ésos son los más difíciles de perder.

Hace rato que estoy tratando de perder al mío y no hay caso.