lunes, 30 de septiembre de 2013

MISTERIOSA BUENOS AIRES IV


MISTERIOSA BUENOS AIRES IV

"Buenos Aires, cual a una querida
si estás lejos mejor hay que amarte,
y decir toda la vida
antes morir que olvidarte."
Manuel Romero

Buenos Aires, la Reina del Plata. Maravillosa ciudad llena de rincones secretos y misteriosos. Pasen y vean.


-Palacio Noel (Suipacha 1422, Retiro)

El Museo Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco se encuentra ubicado en el antiguo Palacio Noel, en Suipacha 1422, barrio de Retiro. Su colección está basada en objetos artísticos y decorativos provenientes de Sudamérica desde el período de dominación colonial hasta la era independiente.
El museo inició su actividad en 1910 gracias al patrimonio formado por una colección privada de Isaac Fernández Blanco, que luego se amplió con las donaciones de varias familias de la aristocracia porteña. En 1922, Fernández Blanco cedió el museo a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, aunque siguió donando objetos hasta su muerte en 1928.
En 1947 la colección fue mudada al Palacio Noel, sumándose a la del Museo Colonial que ya funcionaba en el lugar. Muchos de los trabajadores del museo aseguran haberse cruzado con espectros, aunque las autoridades del lugar niegan rotundamente esta posibilidad.
El arquitecto e historiador del arte hispanoamericano Martín Noel, que diseñó el edificio neocolonial hispanoamericano que hoy alberga al museo, era hermano de Carlos Noel, el intendente de Buenos Aires entre 1922 y 1927, durante el gobierno de Marcelo Torcuato de Alvear. Por entonces, ambos hermanos vivían en el Palacio Noel. Martín vivía en la parte delantera del edificio, donde hoy se encuentran la boletería, la capilla y las oficinas. Carlos, en el edificio principal con su esposa Mónica de Tezanos Pinto Lloveras y sus hijos Soledad, Carlos y Francisco Noel Tezanos Pinto.
La hija de Carlos Noel, Soledad, murió a los 17 años de tuberculosis, suceso que consta en los antiguos registros parroquiales. Se dice que su espíritu quedó vagando en el Palacio Noel. Vecinos afirmaron haber escuchado lamentos y sollozos durante la noche y ver algunas veces a  una muchacha vestida de blanco caminando por los jardines, cerca del aljibe.
El presidente de los Estados Unidos Herbert Hoober, visitó Buenos Aires en 1928 y fue alojado en el Palacio Noel. Algunos integrantes de su comitiva denunciaron haber visto una figura que se paseaba por los jardines y el presidente se quejó por no poder dormir debido a los lamentos y ruidos de puertas que se escuchaban a la noche.
El poeta Oliverio Girondo y su esposa vivieron en la casa contigua al museo alrededor de 1940 y aseguraron haber visto la presencia de una figura femenina vestida de blanco en los jardines del Palacio Noel.
Otras versiones aseguran que el Palacio Noel estaría embrujado porque allí, en tiempos de la colonia, estaban los terrenos donde una compañía esclavista mantenía a los esclavos que, desesperados, invocaban a sus antepasados. Los fantasmas de estos infelices serían quienes visitan el museo. O, quizás, los de un viejo cementerio que estaba en Juncal entre Carlos Pellegrini y Cerrito (el de los Ingleses Disidentes): cuando mudaron el camposanto, sólo se llevaron las cruces y lápidas, dejando los cuerpos. Las almas, desorientadas, vagarían por el Palacio Noel.
Su directora, Sarita Viña, dice que si hay fantasmas son muy amables, porque jamás la molestaron a ella ni a su personal. 


-El fantasma de Evita (Agüero 2502, Recoleta)

El Palacio Unzué, también conocido como Quinta Unzué, fue la Residencia Presidencial de la República Argentina durante la presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1955).  El palacio estaba rodeado por la Avenida Alvear (hoy Del Libertador), Agüero, Las Heras y Austria, el lugar que actualmente ocupa la Biblioteca Nacional. En una habitación del primer piso del Palacio Unzué falleció Eva Perón, el 26 de julio de 1952.
La residencia fue demolida en 1956 con un solo objetivo: impedir que el edificio y sus jardines, que abarcaban un terreno de casi tres manzanas, se convirtieran en un memorial de procesión y veneración para la figura de Evita y la su marido, Juan Perón, derrocado un año antes, por la llamada Revolución Libertadora.
Uno de los mitos porteños más resonantes asegura que en el predio de la Biblioteca Nacional deambula el fantasma de Eva Perón. Los empleados del depósito de libros suelen asegurar que, algunas veces, se escuchan pasos en los corredores, mientras un delicado perfume femenino flota en el aire.


-Los piratas del Riachuelo (Ribera, La Boca)

En 1537, el marino y comerciante genovés León Pancaldo pretendía llegar a Perú con su valiosa carga, vía el Estrecho de Magallanes, pero  una de sus embarcaciones encalló frente a la desembocadura del Riachuelo y se vio obligado a desembarcar en el Puerto de Buenos Aires, en lo que hoy es el barrio porteño de La Boca. Con la excusa de haberle encontrado dos esclavos entre la tripulación, las autoridades decomisaron la mercadería de Pancaldo  y se lo obligó a venderla allí mismo, aunque nunca cobró por ella. La leyenda cuenta que el hombre pudo rescatar lo más preciado de su cargamento y lo enterró en la zona, sin llegar a desenterrarlo jamás. Esta historia del tesoro enterrado derivó en otra  leyenda que sostiene que en cierta ocasión, hace mucho tiempo, pudo verse un barco pirata navegando por las aguas del Riachuelo, e incluso anclando en su antiguo puerto. Y que fueron estos piratas quienes enterraron un magnífico tesoro cuyos espíritus aún custodian. 


-Los niños fantasmas del Barrio Chino (Arribeños 2100, Belgrano)

A inicios de la década del ‘80, muchos inmigrantes taiwaneses comenzaron a llegar al país y a instalarse en el lugar que más tarde se conocería como Barrio Chino. A finales de enero de 1980, llegó de Taiwán un inmigrante aparentemente solo, huyendo de su país, donde era acosado por las deudas. En realidad, el hombre era viudo y padre de unos mellizos de 8 años, varón y mujer, y pensaba viajar con sus hijos a Argentina, aunque sólo tenía dinero para un pasaje de avión.  Por ello, durmió a los mellizos con sedantes y los ocultó en una enorme valija que fue a parar a la bodega del avión. Pero al llegar a destino los niños estaban muertos. Las pequeñas ranuras de ventilación no habían sido suficientes para que respiraran libremente.
El padre de los mellizos no quiso deshacerse de los cadáveres de sus pequeños hijos y durante casi diez años, según consta en algunas actas policiales de fines de los ‘’80, los mantuvo escondidos en una heladera.
En el Barrio Chino nadie quiere salir a la calle después de las 10 PM. La leyenda cuenta que los mellizos suelen recorrer el lugar y que a su paso, los llamadores de ángeles de todos los locales suenan el unísono. Algunos transeúntes desprevenidos, conductores trasnochados o pasajeros de tren los han visto jugando en la zona. 


-El secuestro del cadáver de Doña Inés de Dorrego 
 (Junín 1760, Cementerio de la Recoleta)

La Constitución Argentina dice que para que un hecho sea delito debe existir una ley anterior que así lo establezca. Esta regla fundamental  tambaleó por primera vez cuando la noche del miércoles 24 de agosto de 1881, secuestraron de un lujoso mausoleo de la Recoleta el ataúd de Doña Inés de Dorrego.
El jueves 25 a la mañana, Felisa Dorrego de Miró, la hija de Doña Inés, recibió una carta que la informaba acerca del inusual secuestro y le exigía a la familia un pago de 2.000.000 de pesos por su devolución. A pesar de que se le indicó no involucrar a la policía, Felisa informó a la misma del robo.
Saltaba a la vista que era imposible sacar del cementerio un ataúd grande y voluminoso sin que nadie lo notara, por lo que la policía dedujo que debía estar escondido en algún lugar dentro del cementerio. Efectivamente, una tumba cercana con una cadena rota tenía el féretro de la Sra. Dorrego dentro.
Nueve de los diez secuestradores cayeron presos. Formaban una asociación llamada "Los Caballeros de la Noche", cuya madriguera estaba en el barrio de Belgrano, y era liderada por un tal Alfonso Kerchowen de Peñarada.
Después de varias idas y venidas, la Justicia determinó, dos años después del hecho, que "Los Caballeros de la Noche" no habían cometido delito para la ley argentina. Fueron liberados.
Poco después de este caso se sancionó el Código Penal de 1886, que impuso de dos a seis años de cárcel al que sustrajere un cadáver para hacerse pagar su devolución. Incluyó el delito entre los que dañan la propiedad. Sin embargo, en 1891 se lo consideró entre las extorsiones porque, se dijo, el autor no tiene intención de ser el dueño del cadáver, como pasa con otras agresiones a la propiedad, como el robo, sino que busca servirse de la ocultación o sustracción como un medio de violencia moral para obtener una ventaja económica.
Algo para destacar de la tumba de Doña Inés de Dorrego es la escultura que la remata. Copiada del Cimetière du Père-Lachaise, de París, la estatua presenta al único demonio en el Cementerio de Recoleta. En la escultura, un ángel lleva un alma al cielo mientras pisa fuerte sobre un diablo alado, de cola rizada y tridente.

Hasta aquí, amables lectores, esta nueva entrega de la saga "Misteriosa Buenos Aires". Me despido de ustedes con un pensamiento de Anibal Troilo: "De Buenos Aires tendría que decir muchas cosas... Que es mi vida, que es el tango, que es Gardel, que es la noche... Que es la mujer, el amigo... Tendría que decir muchas cosas y muchas no sabría cómo decirlas... Pero anote esto: agradezco haber nacido en Buenos Aires."

Buenos días.

martes, 24 de septiembre de 2013

REMEMBER THIS MONSTER?


REMEMBER THIS MONSTER? 

 “Todo en la tierra se aleja alguna vez. La luna y el paisaje. El amor y la vida.”
 Jorge Debravo 
"Las despedidas siempre duelen, aun cuando haga tiempo que se ansían." 
Arthur Schnitzler

 Ya lo decía Vox Dei allá por los ’70: “Todo concluye al fin, nada puede escapar. Todo tiene un final, todo termina…” Deprimente, cierto. Pero no por eso menos real. Lo que en estos días ha llegado a su fin, después de ocho temporadas (intensas y no tanto), fue “Dexter”, la serie de Showtime que nos enamoró a muchos y nos enfureció a otros tantos.
El personaje de Dexter Morgan fue creado por el novelista norteamericano Jeff Lindsay, quien publicó la primera aventura de nuestro psicópata favorito, “Darkly Dreaming Dexter”,  en el año 2004. En el 2006, y tomando como inspiración esta primera obra de Lindsay,  la cadena Showtime puso en el aire una serie que provocó sentimientos encontrados, polémicas varias y un desbande feroz de hormonas femeninas: las que estábamos acostumbradas a ver a Michael C. hall como el dulce e irremediablemente gay David Fisher de “Six feet under” lo redescubrimos más estilizado y con cuchillo en mano y morimos de amor.
Dexter, hermano solícito, novio y marido convincente, padrastro encantador y buen compañero de trabajo, forense especializado en el análisis de salpicaduras de sangre en el Departamento de Policía de Miami, fue, en realidad, un muy bien camuflado asesino en serie cuyos instintos criminales fueron educados y direccionados a la eliminación limpia y eficaz de tipos malos. Durante ocho años se dedicó a limpiar Miami de lacras varias. Los primeros cuatro, de forma brillante. Los últimos dos (con la irrupción de Hannah, un personaje a todas luces odioso e innecesario, que vino a regenerar a  un psicópata al que adorábamos precisamente por ser un psicópata y, para colmo, por medio del romance, tan fuera de lugar en “Dexter” como un artículo sobre la teoría de la relatividad en la “Cosmopolitan”), bastante más tristemente. Y terminó solito y solo, reconvertido en leñador hipster, luego de despedir a su hermana, asesinada por el último y deslucido villano que le tocó enfrentar, y renunciar a su hijo y a la mujer que amaba (todavía me estoy preguntando a quién se le ocurrió semejante estupidez), con los que pensaba huir hacia nuestras vapuleadas pampas.
Lejos de la brillante conclusión de “Six feet under”  o el emotivo corolario  de “F.R.I.E.N.D.S.”, el final de “Dexter” ha dejado disconformes a muchos de sus seguidores. A algunos, la muerte de su hermana Deb (a la que a esta altura de los acontecimientos queríamos más que al protagonista de la serie, dado que él se había convertido en algo tan insufrible como un vampiro enamorado de “Crepúsculo”), nos pareció injusta e innecesaria. Otros se quedaron con las ganas de que el Departamento de Policía de Miami en pleno se enterara de que el bueno de Dexter era, en realidad, el sanguinario Carnicero de la Bahía. Muchos patalearon porque la conclusión de la serie dejó muchos interrogantes abiertos: ¿desapareció para siempre el instinto asesino de Dexter Morgan, mitigado en los últimos tiempos  por su relación con Hannah?, ¿siguió matando?, ¿transmitió su locura asesina al pequeño Harrison? Y los menos se quejaron porque la historia no tuvo un happy end digno de una película de Disney, con Dexter, Hannah y Harrison devorando hamburguesas en el McDonalds de Corrientes y Carlos Pellegrini.
A pesar de la calidad argumental que la serie fue perdiendo en las últimas temporadas, despedirnos de “Dexter” nos cuesta. Cierto es que aún nos quedan las novelas de Jeff Lindsay, que nos ofrecen una realidad paralela a la del show televisivo donde Brian Moser, el hermano de sangre de Dexter, y Rita, la esposa de nuestro amable monstruo, están vivitos y coleando, Astor y Cody, sus hijastros, presentan inquietantes rasgos de psicopatía, y Harrison no existe: Rita da a luz a una nena y no a un varón. Pero no es lo mismo.
Termino esta pequeña crónica con lágrimas en los ojos (ya se sabe que yo lloro por cualquier nimiedad) y deseando fervientemente que Michael C. Hall encuentre pronto otro papel que le permita lucirse como se lució con Dexter, a quien vamos a extrañar. Mucho. Y con uno de los pequeños monólogos de la voz interior de nuestro sospechoso héroe, quizás el más representativo del depredador que amamos y que ningún guionista fumado consiguió que dejáramos de amar, ni siquiera colgándole una rubia idiota del brazo: “El FBI estima que hay al menos 50 asesinos en serie activos en los Estados Unidos… No nos reunimos en convenciones, no intercambiamos secretos, ni tarjetas de Navidad… Pero a veces me pregunto cómo será para los demás….. El único sonido que escucho, el único en todo el mundo… es el latido de mi corazón.”

Buenas tardes.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

MISTERIOSA BUENOS AIRES III


MISTERIOSA BUENOS AIRES III

"Cuando en el mundo ya no quede nada,
en Buenos Aires, la imaginación."
Joaquín Sabina/Fito Páez 
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Buenas noches, mis queridos. Aquí estoy nuevamente para ofrecerles la tercera parte de “Misteriosa Buenos Aires”, para que sigamos descubriendo esos rincones de la ciudad que nos maravillan y nos desafían.


-Pozo de las Ánimas (Bartolomé Mitre 326, Plaza de Mayo)

El monumental edificio donde funciona hoy la Sede Central del Banco Nación ocupa toda una manzana y es una espléndida obra realizada por el arquitecto y pintor argentino Alejandro Bustillo Madero, nacido en Buenos Aires en 1889. Fue construido entre 1940 y 1945.
El edificio donde se levanta el banco en la manzana de Rivadavia, Reconquista, Bartolomé Mitre y 25 de Mayo fue, en épocas de la colonia, un pequeño cementerio. Algunos historiadores reconocen que el solar era conocido como el Pozo de las Ánimas en los siglos XVIII y XIV, y que hay registros de hechos inexplicables atribuidos a fantasmas y aparecidos que pululaban por el predio, que era evitado por los transeúntes, sobre todo de noche. La leyenda cuenta que los espectros siguen en el lugar. Se ha reportado, varias veces, la presencia de una niña que se pasea llevando un farol encendido que brilla por las ventanas en la oscuridad de la noche. También se cuenta la historia de un policía de la Federal que detuvo a un hombre vestido de negro que se evadió desvaneciéndose en el aire. 
Una versión, negada por las autoridades del Banco, asegura que uno de estos espectros quedó registrado en la cámara Nº 4  del circuito cerrado de seguridad. Aparentemente, dicha cámara filmó a una niña de aspecto fantasmal, con una muñeca en sus manos, caminando en un sector del segundo piso del edificio.
Los empleados de limpieza y vigilancia del Banco aseguran que por las noches oyen y ven fantasmas en los largos y oscuros pasillos del edificio.


-Cementerio de la peste (Av. Caseros, entre Matheu y Pasco, Parque Patricios)

El Parque Florentino Ameghino también llamado Plaza Florentino Ameghino, está ubicado en el barrio de Parque Patricios. Se encuentra limitado por las calles Monasterio, Santa Cruz, Caseros y Uspallata.
Este predio perteneció a José Antonio Escalada y a Carlos Escalada.  Allí falleció a muy temprana edad la esposa de José de San Martín, la señora Remedios de Escalada, el 3 de agosto de 1823.
El 20 de diciembre de 1867, el solar fue comprado por la Municipalidad de Buenos Aires a Claudio Mejía y se inauguró allí el Cementerio Público del Sud, que se vio desbordado a causa de la epidemia de fiebre amarilla de 1871. El 10 de mayo de 1872 se aprobó la creación de un monumento en el lugar en recuerdo a los fallecidos por la fiebre amarilla de 1871. Su autor fue el escultor uruguayo Juan Manuel Ferrari.
El Cementerio fue clausurado definitivamente el 24 de agosto de 1882. Posteriormente muchos cuerpos inhumados en el predio fueron trasladados a otros cementerios, tal como sucedió con los cadáveres del escritor José Mármol y del médico Francisco Muñiz,  pero algunas tumbas permanecieron debajo de la superficie del actual parque, como la de la esposa del general Gregorio Aráoz de Lamadrid.  Una leve ondulación en el parque, paralela a la calle Santa Cruz, recuerda el sitio exacto donde se encontraban las fosas comunes.
Existe una leyenda que dice que si alguien se para frente al monumento en honor a los fallecidos por la fiebre amarilla a la mañana muy temprano, cuando apenas sale el sol, y en absoluto silencio, podrá escuchar los llantos y lamentos de quienes aún se encuentran enterrados en la plaza.


 -Casona de Cuitiño (Avenida Independencia 3549, Boedo)

Ciriaco Cuitiño  fue un oficial de policía de la Confederación Argentina, líder del grupo parapolicial conocido como La Mazorca, una fuerza de policía política que actuó en la ciudad de Buenos Aires durante el largo gobierno de Juan Manuel de Rosas.
Cuitiño, de origen mendocino, estableció relación con Rosas en el año 1834. John Lynch, en su trabajo sobre Rosas, lo definió como el más despiadado de los carceleros y verdugos de Rosas. Luego de la derrota de Caseros, que determinó la caída del gobierno rosista, Cuitiño fue juzgado por los crímenes que se le atribuían, condenado a muerte y ejecutado  el 29 de octubre de 1853 en la Plaza de Mayo.
Ciriaco Cuitiño fue el primer habitante del barrio de Boedo. Su morada, una vieja casona que se conservó en pie hasta el año 1925, estaba ubicada en lo que hoy es Avenida Independencia 3549, en la intersección Avenida Boedo.  Tenía un amplio jardín al frente de la casa, al cual se accedía por una puerta enrejada flanqueada por dos grandes pilotes. El sendero principal permitía acceder a una típica galería criolla que culminaba en la parte de arriba con un estupendo balcón.
Los vecinos del lugar aseguran que el espíritu de Cuitiño aún deambula por la zona.


-La niña del puente Uriburu (Av. Sáenz 1500, Nueva Pompeya)

El popularmente llamado Puente Alsina, cuyo nombre oficial fue José Félix Uriburu hasta 2015 en que se le dio el nombre de Ezequiel Demonty, es un puente que cruza el Riachuelo, uniendo la Avenida Sáenz del barrio Nueva Pompeya de la Ciudad de Buenos Aires, con la localidad de Valentín AlsinaPartido de Lanús, provincia de Buenos Aires.
El primer puente en la zona data de 1885.  El puente actual, que corresponde al estilo neocolonial, fue inaugurado el 26 de noviembre de 1938. El ingeniero que se encargó del diseño fue José Calixto Álvarez.
Varias personas han reportado haber visto en el puente el espectro de una niña. Los vecinos cuentan que, a mediados de los años ’90, vivía sobre sobre la calle Tilcara (a pocos metros de Perito Moreno) una familia muy numerosa,  compuesta por una mujer y sus cinco hijos, cuatro varones y una mujer. El padre los había abandonado y la familia vivía como podía. Dos de los hijos mayores pedían ayuda en los colectivos aduciendo tener una grave enfermedad. Los otros dos estudiaban, aunque casi siempre estaban en la calle. Rebeca, la  menor de los hermanos, no iba a la escuela y ayudaba a su madre en la casa. La niña era maltratada por su familia, y sólo comía dos o tres veces por semana, porque los alimentos escaseaban y los varones estaban primero.
Cuando Rebeca cumplió los doce años, intentó escaparse de su casa, pero no tuvo éxito. La paliza que se ganó por esa osadía fue el principio del final. Una noche de invierno, luego de un día agotador de maltratos e indiferencia, Rebeca preparó sopa de pollo. La sirvió y se quedó sin comer, como casi siempre. Y, ante la mirada atónita de su familia, bebió unas gotas de arsénico que había conseguido y murió casi instantáneamente.
La noticia de la muerte de Rebeca conmovió al barrio. Dicen que fue noticia en una pequeña columna del diario Crónica.
En la zona dan por sentado que la niña que aparece algunas veces en el puente es Rebeca. En las madrugadas frías de julio, puede vérsela cruzando la calle o caminando por el depósito de chatarra que se encuentra en la zona.


-Salvador María del Carril y Tiburcia Domínguez (Junín 1760, Cementerio de la Recoleta)

Salvador María del Carril fue una importante figura de los primeros tiempos de la historia argentina. Nació en San Juan en 1789 y estudió leyes. Fue gobernador de su provincia en 1823, cuando tenía en 24 años, y removido de su cargo en 1825 cuando propuso implantar una Constitución laica, inspirada en el modelo británico. Del Carril se mudó  a Buenos Aires para participar en la política nacional. Apoyó firmemente al Presidente Rivadavia y animó al General Juan Lavalle para que fusile a su amigo de la infancia, Manuel Dorrego, pensando que esto contribuiría a prevenir la guerra civil.
Del Carril vivió exiliado en Uruguay durante el gobierno de Rosas. Allí conoció a su esposa Tiburcia Domínguez,  25 años más joven que él. Salvador María y Tiburcia contrajeron matrimonio el 28 de septiembre de 1831 en la iglesia Nuestra Señora de Mercedes, en la Banda Oriental. Los primeros años del matrimonio fueron difíciles  y con grandes penurias económicas.  En ese tiempo llegaron sus siete hijos.
Cuando el matrimonio pudo regresar al país, Salvador María volvió a brillar: fue legislador, constituyente, vicepresidente y miembro de la Corte Suprema. Influyente y poderoso era además socio de Urquiza en varios negocios, y poseía grandes extensiones de campo.
Del Carril fue muy conocido por sus problemas maritales. Aparentemente, Tiburcia era muy gastadora y su marido llegó a publicar una carta en los principales diarios porteños, afirmando que ya no sería responsable por las deudas de su esposa. Ella se sintió tan humillada que juró no volver a dirigirle la palabra. Y cumplió: durante los siguientes 21 años  jamás habló delante de su marido y ni siquiera se dirigía a sus hijos delante de él.
Tiburcia vivió la vida al modo de Salvador María hasta que él falleció de pulmonía, en 1883. Entonces, encargó un imponente mausoleo para su marido en el Cementerio de la Recoleta donde él se observa muy cómodo sentado en un sillón mirando al horizonte. Y luego contrató al arquitecto francés Alberto Fabré para que construyera, en Lobos, el hermoso palacio “La Porteña”, inaugurado cuando ella cumplió 89 años. Tenía tres plantas, salones, biblioteca, capilla, y numerosas habitaciones para invitados. Hermosos tapices, espejos y escalinatas de ensueño fueron adornados con objetos preciosos. El parque fue diseñado por el paisajista Carlos Thays. Poseía 240 especies de árboles y hacia allí se dirigía toda la alta sociedad bonaerense para participar de fiestas y reuniones.
Tiburcia murió en 1898, quince años después que su marido. En su testamento pidió que su busto fuera colocado de espaldas al monumento de Salvador María. Esa posición es la muestra del rencor acumulado durante los años de matrimonio. Sus palabras fueron: “No quiero mirar en la misma dirección que mi marido por toda la eternidad…”.

Hasta aquí, amables lectores, todo lo que tenía para ofrecerles hoy. Me despido de ustedes con un pensamiento de Jorge Luis Borges: "Buenos Aires es la otra calle, la que no pisé nunca, es el centro secreto de las manzanas, los patios últimos, es lo que las fachadas ocultan, es mi enemigo, si lo tengo, es la persona a quien le desagradan mis versos (a mí me desagradan también), es la modesta librería en que acaso entramos y que hemos olvidado, es esa racha de milonga silbada que no reconocemos y que nos toca, es lo que se ha perdido y lo que será, es lo ulterior, lo ajeno, lo lateral, el barrio que no es tuyo ni mío, lo que ignoramos y queremos". 

Buenas noches.