Está en la Avenida Crisólogo Larralde frente al Cementerio
Municipal de Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires. Siempre lo llamaron
el Cementerio de los Impuros y es el único cementerio que existe en Argentina
exclusivo para prostitutas y rufianes. Vecinos y trabajadores del lugar
aseguran que el cementerio y los lugares cercanos son escenario de fenómenos
paranormales. Esto, lo sobrenatural, lo extraño, lo atribuyen a las almas
sufrientes de jóvenes europeas, especialmente polacas, que fueron obligadas a
prostituirse cuando llegaron al país engañadas por la entidad Zwi Migdal y murieron siendo víctimas de
la trata de personas.
A
fines del siglo XIX la Sociedad Israelita
de Socorros Mutuos Varsovia era la fachada de la mayor organización de
proxenetas judíos de Argentina. Esta institución se dedicaba a traer mujeres
jóvenes desde Europa a nuestro país para prostituirlas. Los integrantes de la
sociedad proponían a las muchachas pobres, de entre trece y dieciséis años
nacidas generalmente en Polonia, emigrar a la Argentina prometiéndoles que se
casarían con hombres de buena posición económica o que serían ubicadas en
familias pudientes como empleadas domésticas. Estas dos posibilidades las
rescatarían de las privaciones y el hambre que sufrían. La miseria era mucha en
las pequeñas aldeas europeas donde las reclutaban, por lo que sus familias
accedían a que viajaran a América en busca de un futuro mejor. Las elegían
polacas porque eran altas, rubias y delgadas, tan lindas como las francesas,
pero más “baratas” y más fáciles de
engañar. Todas las promesas que se les hacían eran falsas. Una vez en nuestro
país las adolescentes eran tasadas en un desfile obligado que debían hacer
desnudas frente a sus captores. Las más agraciadas eran derivadas a los
prostíbulos vip de la alta sociedad.
Las otras, terminaban en los turbios quilombos de los barrios bajos de
Buenos Aires y Rosario, donde eran brutalmente explotadas.
Las
condiciones de higiene impuestas en los tugurios tuvieron como consecuencia que
las enfermedades venéreas y la tuberculosis hicieran estragos entre las
jóvenes. Cuando la extrema delgadez delataba su precario estado de salud eran
abandonadas a su suerte.
La
colectividad judía, al conocer los actos delictivos que se consumaban en su
nombre, expulsó a los proxenetas de su comunidad y la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia pasó a llamarse Zwi Migdal. Por la marginación que
sufrieron tanto los proxenetas, los delincuentes, como las prostitutas, las
jóvenes engañadas, y el calificativo de impuros que les imponía su religión, la
Zwi Migdal se vio obligada a tener un
cementerio propio y en el año 1906 adquirió en Avellaneda un predio de
aproximadamente un cuarto de hectárea. Allí se instaló. Varios cientos de
mujeres explotadas y algunos rufianes fueron enterrados en su cementerio sin
demasiada ceremonia.
El
fin de la Zwi Migdal llegó en 1929,
cuando Raquel Liberman, una de las tantas inmigrantes polacas explotadas en los
prostíbulos, denunció a la organización ante la justicia. Muchos “cafishos” escaparon
a Rosario y al exterior. Otros fueron condenados. El cementerio, entonces, cayó
en el olvido.
Promediando
la década del ’60, la Municipalidad de Avellaneda llevó a cabo la ampliación de
la calle El Salvador en el tramo que va desde Arredondo a Crisólogo Larralde,
que en ese momento se llamaba Agüero. Los trabajadores de la municipalidad
arrasaron con una franja de diez metros de ancho del Cementerio de las Polacas
y quitaron lápidas y monumentos. Pero no hay constancia de que los despojos de
muchísimas mujeres explotadas hayan sido exhumados y reubicados en el predio
del cementerio, aunque en el “cementerio
de los judíos” --como le dicen en el barrio-- hay un osario común.
Los
vecinos más antiguos de la zona aseguran que los restos de muchas de las jóvenes
engañadas y prostituidas por la Zwi
Migdal quedaron sepultados bajo la media calzada y la vereda de la calle El
Salvador. A las almas de estas jóvenes atribuyen los numerosos sucesos
paranormales que se manifiestan en las inmediaciones del cementerio: corrientes
de aire frío aun en los días más cálidos de verano, ruidos extraños que rompen
con la silenciosa armonía nocturna, lamentos sofocados y alguna que otra
aparición fantasmagórica de la que dan constancia vecinos, trabajadores de los
alrededores y vendedores de las florerías de la zona. Los lamentos de las
prostitutas polacas rompen la tranquilidad de las calles de Villa Dominico,
cerca de Crisólogo Larralde. Y se escuchan, realmente se escuchan.
En
2017, el Concejo Deliberante de
Avellaneda lo declaró Patrimonio
Histórico y hoy la Municipalidad de
Avellaneda se encuentra trabajando en la restauración del cementerio, para
que el estado de abandono en el que estuvo sumergido durante muchos años deje
de ser tal. La ordenanza busca reconstruir y preservar la memoria histórica del
partido.
La provincia de Buenos Aires está llena de historias como ésta. Mientras tanto, los vecinos de Dominico seguirán escuchando los lamentos de las jóvenes polacas y un viento frío les cortará la cara, aunque sea verano y pase a la tarde, tranquilamente, el carrito de los helados de “La Perla”.