miércoles, 16 de marzo de 2011

DE LIMPIEZAS, DESBLOQUEOS, AMARRES Y PREDICCIONES


 DE LIMPIEZAS, DESBLOQUEOS, AMARRES Y PREDICCIONES

"Los más rezan con los mismos labios que usan para mentir." 
 José Ingenieros

Harto sabido es que, a falta de una  mansión victoriana donde languidecer como Dios manda, vivo en un minúsculo departamento sobre la sacrosanta residencia de mi sacrosanta madre. La posibilidad de la mudanza se contempló muchísimas veces, pero siempre fue descartada. Cortar el cordón umbilical no es lo mío.
Hete aquí que, una tarde no muy lejana, me encontraba vegetando en mi residencia cuando un olor dulzón y nauseabundo y una fastidiosa humareda invadieron mi espacio vital. Inmediatamente fui a pedirle a mi progenitora las explicaciones del caso:
-¿Me querés decir que corno es todo este humo, ma? ¿Y este olor asqueroso? ¿Qué se te está quemando?
-No se me está quemando nada. Estoy “limpiando” la casa. Para sacar la mala onda.
-¿Así es como “limpiás” vos, mamá?
-Sí, quemando esto, esto y esto. Porque Fulana me tiró las cartas y me dijo que había que “limpiar la casa”, ¿entendés?  Ya sé que vos no creés en nada, pero me dijo “todo” cuando me tiró las cartas. “Todo”. Vos tirabas bien las cartas, yo no sé por qué no las quisiste tirar más.
-Mamá, yo “jugaba” con las cartas. Mientras me divirtió. Ya no me divierte. Punto.
-Pero a mí me las podrías tirar de vez en cuando.
-No sé dónde están las cartas y no las pienso buscar.
-Yo no sé por qué sos así. No sé. 
Mamá siguió “limpiando” la casa y yo, para estar a tono con sus actividades paranormales, me puse a hojear una revista “Predicciones” que, sin ninguna duda, la hacedora de mis días le había birlado a Fulana, cartomante  que la había inducido a la quema indiscriminada de yuyos sospechosos.
La revista en cuestión ofrecía una nota de tapa bastante prometedora intitulada “Magia erótica”.   Después de una somera explicación acerca de lo que es la energía sexual y de lo jodido que es tenerla bloqueada,  la “Predicciones” tiraba unas recetas de lo más pintorescas apuntando a la liberación de tan primordial energía, aconsejando a la lectora bloqueada sentarse en posición de loto e imaginar un rescoldo de brasas calentándole la “caverna interna” (cuya puerta de entrada es más que obvia), ponerse en bolas y  abrir las piernas sobre un velón encendido en el piso, dibujando círculos con la pelvis e invocando a Afrodita e intoxicarse con un equívoco brebaje a base de apio, agua ardiente y azúcar negra. Poco espiritual e incrédula como soy, concluí que un ritual mucho más sencillo para “activar el deseo” era buscar en la web el video de Pamela Anderson y Tommy Lee y dejar a Afrodita en paz. Pero seguí leyendo, de curiosa no más.
Las recetas subsiguientes asumían que con el rescoldo en la caverna, el velón encendido y el aguardiente una ya estaba lo suficientemente caliente como para  entregarse al acto. Que hubiera resultado de lo más apoteósico si una no se hubiera topado con la malévola rutina.  Después de una somera explicación acerca de lo ladina y peligrosa que es la rutina y de lo jodido que es caer en ella,  la “Predicciones” tiraba unas recetas de lo más pintorescas apuntando romperla en mil pedacitos, aconsejando a la lectora rutinaria llenar una frutera de mimbre con frutas de estación envueltas en corazones de papel recortados en  servilletas blancas, colgarse del cuello  una nuez moscada pasada tres veces por azúcar y envuelta en tul o papel de seda y darle un masaje de lengua a la lengua del amado, lubricando ambas con licor de chocolate (muy esotérico que digamos no parece, pero bue).
Seguí hojeando la revista y me topé, luego, con una nota de “autoayuda mágica” (eso, para los que creían que ya estaba todo inventado). Hay que sobrevivir al desamor, señores, y gastar fortunas en psiquiatras y psicólogos es una huevada, sabiendo que una puede purgar rencores escribiendo todos los reproches que  tiene hacia su ex  a la luz de una vela blanca, cubriendo luego la lista de amonestaciones con dientes de ajos cortados en rodajas, triturando los ajos sobre el papel después de un par de horas y repitiendo enajenadamente: “Suciedades se limpian, con el ajo mato todo lo malo, venga en su lugar amor, luz y paz.” Para cerrar heridas se necesita una pluma liviana y pequeña, a la que hay que pegarle el nombre del ex y un corazón de papel de calcar donde una debe escribir su propio nombre. Se debe cubrir el borde del corazón con azúcar, rodearlo de velitas blancas, encender las velitas y, después de recitar una engorrosa oración, soplar la pluma por la ventana para que el puto ex desaparezca de una vez por todas. Una patada en el culo es mucho más ejecutiva, según mi belicoso punto de vista, pero la “Predicciones” no contempla tal posibilidad.
Cansada de las recetas descabelladas me embarqué en la lectura de una  nota de lo más atemorizante: “Vampiros en el Siglo XXI”. La nota en cuestión no hablaba ni de los libros de Stephenie Meyer ni de "True Blood", la serie de HBO, sino de los vampiros que andan entre nosotros y se nutren de nuestro “fluido vital”, nuestra energía psíquica.
Creo que leí una o dos notas más. Una hablaba acerca de la interpretación de los sueños. La otra, de un Oráculo de 12 Dragones que te cantaban la justa. Cuando creía que ya nada podía sorprenderme y que me había topado con la chantada en su máxima expresión, se me dio por embarcarme la lectura de los avisos que plagan la  mágica revisteja.
La primera posibilidad de solución para una vida de mierda me la acercó un grupete de ocultismo y ayuda espiritual, “Las 7 Rayas del Vudú”.   Estos señores explican que “Vudú es una fuerza superior a cualquier otra” y que es “la magia de todas las magias”. Años y años de citas con Vincent Price me llevaron a creer (erróneamente, por lo que veo) que el “vudú” tenía dos únicas utilidades: hacer cagar a algún indeseable  o “fabricar zombies” (si la película está ambientada en Haití). Pero el vudú sirve también para “tener inmediatamente al ser amado” y “obtener lo imposible”.
En la tradición haitiana, los zombies “se fabrican” para tener mano de obra gratis. Se cree que los bokor tienen la capacidad de resucitar a los muertos y hacerlos trabajar en su provecho. “Las 7 Rayas del Vudú” promete “manejar la mente, el corazón y el espíritu del ser amado” para convertirlo en una suerte de esclavo amatorio.  Y jura que el galán descarriado vuelve en 72 horas. No importa cuán lejos haya llegado huyendo de nos. El aviso, por supuesto, está graciosamente ilustrado por unas cuantas velas encendidas y una muñequita negra con cara de circunstancia.
Xaya tiene consultorios en Congreso y Recoleta. Se dedica a la magia “afro-cubana-brasilera” (“tres fuerzas en una”) y es un poco más rápida que los de “Las 7 Rayas”: el amado díscolo vuelve en 48 horas.  Se vende también como “experta en uniones de pareja” y ofrece “limpiezas todo el año, efectivas y poderosas”.
Para los que descreen de estas magias del Tercer Mundo, hay magias del Primero. Los “Pofesores” (¿“profesores” de qué?) María Cristina y Christian Ariel ofrecen consultas personales y cursos de “Magia Celta”, “Oráculo de Delfos” y “Test Europeo de los Colores”, entre otras disciplinas. Esta gente erudita no habla de retornos de amantes sediciosos. Raro.
David de Ode ofrece su ayuda para “cuando sientas que el destino te ha jugado su peor carta, cuando parezca que el sol se ha ocultado para siempre”.  Este  brujo no se anda con chiquitas: olvidate de las 72 o las 48 horas de espera desesperada, acá los resultados son “inmediatos”. Podés tener al ser amado “por más lejos que esté y difícil que sea”. David no sólo te une al susodicho: te amarra y te endulza, te corta la magia negra y te abre los caminos. En este aviso, debajo de un cartelito colorado que reza simplemente “Vudú”, también aparece una muñequita, con una pinta bastante más siniestra que la que tenía la de “Las 7 Rayas”. Hay velas encendidas y caracolitos buzios.
La Sra. Maruja y Don Cipriano no son un dúo folk.  Son una “hechicera espiritista” y un “sacerdote chamán” que unieron sus talentos para  ofrecerte “rápida y verdadera ayuda con las magias más potentes”.  Los tipos cuentan con “mil amarres amorosos” y  aseguran que prometen: “Vuelta inmediata de la persona amada, detención de divorcios, apuro de matrimonio, reconciliación de noviazgos, potenciación de los sentimientos y el deseo para que vuelva sumiso, obediente y fiel” (acá no se sabe si prometen un amante arrepentido o prometen   un perro). Creerán ustedes que la Maruja y el Cipriano no tienen nada novedoso que ofertar. Craso error. En tiempo de prejuicios erradicados y matrimonios gays, este par de pájaros promociona “amarres especiales para el mismo sexo”. 
Beatriz Fasano también es “profesora”. Ella te une definitivamente a quien quieras, sin importar las distancias espacio temporales. Te destraba, te corta el daño, te detecta y te destruye el maleficio y te libera de las energías negativas. Y todo esto sin dejar de pasear por Egipto y sacarse fotos frente a las pirámides.
Los “Profesores” Ismael y Zamira, autoproclamados “tarotistas del amor”, “unen, conquistan y recuperan”  amantes facciosos en nueve horas.  El “Profesor” Juan Antonio, “el parapsicólogo del amor”, tarda apenas siete en hacerte el mismo trabajito y te jura que si el tipo “te rechaza, no te mira, no te besa, no te toca, se aleja y te abandona”, él te lo trae de vuelta de una oreja y hace arrodillarse a tus pies.  Y, como si semejante despliegue mágico fuese poco, el profe te ofrece “diploma y salida laboral” si le pagás por un cursito.
Dominga Bravo es bruja “desde los siete años” (¿¿¿???). Carmen Fuentes Mendoza es “auténtica gitana, bruja como nadie” y está “pa’ servirle”. El “Licenciado” Jaime del Río estudia la kabalah y es integrante de la Cienciología. Estafadores variopintos que, de ser por una servidora, estarían todos en cana.
Añorando una “Cosmopolitan” que me enseñara a mimarme el punto G, tiré la “Predicciones” a la basura. Para ayudar a mamá a “limpiar” la casa, nomás.
Eran las diez de la noche cuando sonó el teléfono. Era mamá.
-Escuchame, hablé con Fulana y me dijo que vos vas a tener que limpiar tu casa también, porque toda la “mala onda” que yo saqué de acá se fue para arriba.
-¿Sí?
-Sí. ¿Te paso la lista de lo que tenés que comprar para quemar?
-No, ma, no hace falta. Vos sabés que yo en esas cosas no creo.
-Vos no creés, pero Fulana me tiró las cartas y me dijo “todo”. “Todo”. Vos tirabas bien las cartas, yo no sé por qué no las quisiste tirar más.
-¡Ay, Dios!

miércoles, 2 de marzo de 2011

YO ALUMNA


YO ALUMNA

“El estudiante al que nunca se le pide que haga lo que no puede, nunca hace lo que puede.” 
 Stuart Mill

De grande se me antojó ser maestra jardinera. A la vejez, viruela. Confieso que cuando se me antoja algo no hay, ni en el cielo ni en la tierra, alguien que me quite la idea de la cabeza. Así que me inscribí en un Instituto de Formación Docente. Y allí me encaminé, pletórica de ilusiones, apenas despuntado marzo. 
Lo primero que noté, porque lamentablemente saltaba a la vista, fue la escandalosa cantidad de años que les llevaba a mis condiscípulas. Si bien había entre el alumnado algunas chicas de veintipico, la mayoría no pasaba de los dieciocho. Recién salidas del secundario estaban. Recién, recién. Lo segundo que advertí fue que estas chicas eran, en su gran mayoría, tan burras como el entrañable Platero de Juan Ramón Gimenez. Habían pasado por la escuela secundaria como quien pasa por un desfile de Giordano.
La muestra inaugural de su pasmosa ignorancia la tuve en la clase de Geografía. La profesora, vaya uno a saber con qué fin rastrero, desplegó en el pizarrón un bonito planisferio. Y nos convocó, una por una,  para ubicar en el mismo diferentes países.
Esta actividad insulsa desembocó en errores descomunales. Las alumnas más audaces se lanzaban a ubicar a Bélice en África. Las que aún conservaban algún resto de vergüenza simplemente se taraban.
En determinadas ocasiones puedo llegar a ser bastante intolerante. Acepto, cómo no, que una fémina de dieciocho años no sea capaz de señalar en un mapa la ubicación de Kirguistán. Pero no la de Italia. Tenía ya las uñas rotas de tanto arañar el banco cuando, sumamente molesta,  le solté a la mocosa extraviada en Europa:
-Italia es “la bota”, mamita. Eso lo sabe hasta mi hijo, que tiene seis años.

Las chicas no sólo ignoraban la ubicación de Australia: no tenían ni la más pálida idea de cuáles eran los antecedentes de la Revolución de Mayo y desconocían redondamente la existencia de las glándulas suprarrenales. Bah, no sabían ni dónde estaban paradas.
Dado que mis conocimientos sobrepasaban ampliamente a los del resto del alumnado y que yo suelo resultar sumamente odiosa cuando pierdo la paciencia, podría haberme convertido, fácilmente, en un elemento repudiado. Pero no. Las chicas me adoptaron como a una especie de  madre sustituta y acudían a mí para evacuar todo tipo de dudas, desde cuál era la moraleja de “Caperucita Roja” hasta qué clase de anticonceptivos les convenía usar.
 -Che, Raquel, ¿es cierto que hubo un pintor que se cortó una oreja?
-Sí, es cierto. Se llamaba Vincent Van Gogh. Era maravilloso. ¿Nunca viste una reproducción de “Los girasoles”? En una época convivió con Gauguin, otro pintor. Se llevaban muy mal. Dicen que discutieron y que por eso Van Gogh se cortó parte de la oreja. Pero no se sabe a ciencia cierta por qué lo hizo.  También dicen que después de cortarse el pedazo de oreja, el tipo lo envolvió en un paño y se lo regaló a una puta que se llamaba Raquel. Aclaro que no era yo.
-Ah, entonces la propaganda de “Tokke” tenía razón..
-Hay un libro hermoso que se llama “Cartas a Théo”…
-Dejá, dejá, lo único que quería saber era lo de la oreja.
Un tiempito después la misma perfecta ignorante se me acercó con otra inquietud:
-¿No es cierto que San Patricio era irlandés?
Debo confesar que, al igual que mi PC, almaceno una cantidad asombrosa de información inútil, así que tenía bien clarito que San Patricio había nacido en lo que hoy es Escocia. (Mi marido sostiene que deberían darme un  “Doctorado en Pavadas”). Pero ese día me había saltado la térmica, vaya uno a saber por qué, así que le largué a la preguntona:
-Sí, nació en Irlanda. Y además era alcohólico. Mal. Por eso el 17 de marzo todo el mundo se pone en pedo.

A medida que pasaba el tiempo fui intimando cada vez más con mis compañeras de estudio. Y fui recabando información perturbadora. Yo idealizaba la docencia y estaba convencida de que la vocación y el amor por los niñitos eran fundamentales para convertirse en Profesora de Nivel Inicial (título mucho más rimbombante que el escueto maestra jardinera). Así que, dejando de lado ciertos escrúpulos y haciendo gala de una alcahuetería que me avergüenza, decidí encarar a la Profesora de Psicología.
-Profesora, ¿a usted no le parece que para ser admitida en el profesorado una tendría que pasar por algún test psicológico?
-Para inscribirte te piden un certificado de salud.
-Sí, pero la mayoría de esos certificados son truchos. Ser maestra es una responsabilidad muy grande. Vamos a trabajar con personas. Con personas en formación. No todo el mundo está en condiciones de hacerlo.
-¿A quién te referís, específicamente?
-Específicamente me refiero a Fulana, que baila medio desnuda en un boliche, adentro de una jaula. Que quede bien clarito que yo no tengo nada contra las mujeres que bailan en jaulas. Pero me parece que no da el perfil. Y me refiero a Mengana, que odia a los chicos pero está acá porque el novio se ratonea con el guardapolvo. Y me refiero a Zutana, que tiene veintidós años y fue a llorarle a la madre porque la amiga la dejó de lado. La madre vino a hacer un escándalo a la puerta del Instituto y casi agarra a la amiga de los pelos.
-Quedate tranquila, Raquel, que las más locas se quedan en el camino.
-¿Seguro?
-Seguro.
Al final, no era tan seguro. Porque en una residencia una maestra en ciernes, desbordada por el comportamiento deplorable de un alumnito que trastornaba “la hora del cuento”, trabó la cabeza del pequeñín entre sus rodillas hasta que los personajes de la historia que estaba contando “fueron felices y comieron perdices”.
Y yo me recibí.

Los profesorados en general, al igual que las universidades, están muy politizados. Las jardineras nos caracterizamos por vivir en una nube de gases rosados, pero compartíamos edificio con futuros profesores de Geografía e Historia. El “Centro de Estudiantes” era un ente extraño que iba desde las puteadas sindicales hasta el capricho de remover de su cargo a la mejor profesora que tuve en mi vida.
-¡Ustedes están en pedo!  –salté yo ante la maligna propuesta- En pedo mal. La profesora es excelente.
-Con ella ningún alumno aprueba. ¡Hay que sacarla!
-Mirá, querida: no aprueban porque no estudian. Yo aprobé los dos trimestres con 10.
-¡Hay que sacarla!
-¡A ustedes hay que sacarlos, que no hacen más que romper las pelotas!
Mención especial merece lo sucedido frente al atentado a las Torres Gemelas. El “Centro de Estudiantes” empapeló el edificio con beligerantes carteles aprobando lo sucedido. Yo cavilaba:
-Me asusta que estos tipos vayan a trabajar con pibes. A los pibes hay que enseñarles respeto por la vida.
Hay que reconocer que, en estas lides, el “Centro de Estudiantes” era cebado por algunas autoridades de talante belicoso. Un día después del atentado, la Secretaria de la institución fue, aula por aula, a dar un pequeño discurso.
En el Instituto sonaba música a un volumen considerable, porque se estaba organizando el acto del “Día del Maestro”.
-Bueno, chicas, -dijo la tipa- ustedes saben que pasó ayer: el atentado. Nosotros vamos a seguir con la música, porque eso no nos afecta en lo más mínimo. Es más, ustedes saben que, dada la política exterior de Estados Unidos, imperialista y malvada, se merecían que les sucediera algo así.
Mis condiscípulas ignoraban cuál era la política exterior de Estados Unidos pero asentían en silencio.
-Disculpe la impertinencia, –dije yo, que a educadita no me gana nadie- pero disiento con usted. No por el asunto de la música, porque pasar o no pasar música me parece intrascendente. Tampoco en lo que atañe a la política exterior de Estados Unidos, que es un asco. Pero decir que se lo merecían me parece una barrabasada.  Usted está confundiendo pueblo con gobierno.  A lo largo de nuestra historia nosotros también tuvimos gobiernos deplorables. ¿Merecíamos por eso que nos asesinaran?
La Secretaria me miró con curiosidad, como si yo fuera un oso panda nacido en cautiverio, se dio media vuelta y se fue. Pero siempre me tuvo entre ceja y ceja. Cuando me vio abanderada se quería morir.

Porque, sí, fui abanderada. Me recibí con un promedio de 9,70. Y eso por culpa del imbécil que oficiaba como profesor de dibujo.
El mentado profesor nos encargó un trabajo práctico que consistía en ir a un museo o a una galería de arte y hacer una especie de monografía acerca de la visita. En equipo.
El equipo era yo. Con esto quiero decir que yo trabajaba y mis compañeras estampaban sus firmas al pie de la tarea.
En ese entonces había en La Rural una exposición maravillosa dedicada a The Beatles. No sólo se exhibían objetos personales de los Fab Four y todo tipo de memorabilia, sino que se exponían, como novedad, obras de artistas argentinos (Pérez Celis, Vito Campanella, Marta Minujin, entre otros) inspiradas en el grupo.
Decidí que mi trabajo iba a versar acerca de esa muestra. E hice una tarea impecable a la que adosé fotografías de las obras y ameritó un 10 y una calurosa felicitación (por escrito) de parte del profesor.
Cuando el susodicho entregó las notas finales comprobé, azorada, que, mientras las otras trabajadoras de mi equipo tenían 9 o 10, a mí me había quedado un miserable 8.
-A mí me parece que usted está confundido. No me puede poner 8.
-¿Por qué?
-Porque tengo un 10 en el trabajo práctico y mi carpeta, linda y completita, no merece un 6.
El tipo, ante mi irrefutable argumento, no tuvo mejor idea que poner en duda la autoría del trabajo.
-La carpeta no se condice con el trabajo.
-¿¿¿¿¿Qué????? ¡Usted sigue confundido! El trabajo era sobre The Beatles, ¿no? ¡¡¡¡¡Mire mi carpeta!!!!! Acá tiene un John Lennon cubista. Y acá tiene un Lennon y un Harrison parados en una nube. ¡¡¡¡¡Y acá tiene un submarino amarillo!!!!! Salta a la vista que el trabajo lo hice YO. A mí me parece que usted no chequeó las carpetas y puso las notas arbitrariamente.
-¿Vos me estás peleando por un 8? –me increpó el tipo que, equivocado y todo, ya tenía las bolas por el suelo.
-¡Sí! ¡Porque me arruinó el promedio! ¡9,70 me queda! ¡9,70!

Los tres años de profesorado se pasaron volando. Fueron hermosos. Fueron inolvidables.
Cuando faltaban muy pocos días para la graduación, la Secretaria volvió al ataque:
-La entrega de diplomas se va a hacer en el Salón de Actos del Instituto. Es amplio, es lindo. Pero hace mucho que no se usa, así que está un poco sucio. Les pido su colaboración. Para limpiarlo y acomodarlo.
-¡¡¡¡¡No!!!!! –salté como leche hervida- Yo no limpió en mi casa, no voy a venir a limpiar acá. Además, nosotras somos las agasajadas. Si tienen que limpiar las alumnas que limpien las de 1º año.
Al final, nunca se supo quién limpió el salón.

Yo no fui.

martes, 1 de marzo de 2011

LA RUBIA TARADA


LA RUBIA TARADA

“La rubia tarada,
bronceada, aburrida,
me dice: ‘¿Por qué te pelaste?’…"
"La rubia tarada", Sumo

Yo era la morochita de pelo envidiable y bonitos rasgos árabes, pero quería ser la rubia tarada.
El despertador incrustaba en mi cerebro, cada día a las seis de la mañana, su aguijón de insecto bullanguero e inoportuno, y ahí va yo, con los pies todavía enredados en las sábanas, a desempeñar el devaluado rol de Cenicienta obrera.
La rubia tarada no trabajaba -a ella no le hacía falta-, tenía papá y mamá y un dormitorio color rosa chicle que hubiera hecho que Barbie se revolcara de envidia. No usaba ninguna pilcha que no fuera “de marca” y estaba bronceada todo el año. Alta y flaca, había obtenido el
codiciado papel de “dama antigua” en todos los actos del 25 de Mayo. Yo siempre me había tenido que conformar con ser “la negrita” que vendía empanadas y pastelitos, víctima de esa distorsión histórica que padecemos en general las maestras argentinas: Sarmiento no faltó nunca al cole, San Martín cruzó los Andes en un caballo blanco como el del Llanero Solitario y las “damas antiguas” eran todas polacas.
La rubia tarada tenía una fila interminable de “pretendientes”, rubios y tarados como ella. Tenía las uñas siempre perfectas, porque no había nacido para lavar platos, ni limpiar vidrios, ni hacer ninguna de esas tareas fastidiosas que me agobiaban hace veinte años y, aún hoy, me siguen agobiando. Nunca había leído otra cosa que no fuera la etiqueta del jean de moda, pero iba tres veces por semana al gimnasio y cuidaba su cuerpo como si se tratara de una escultura de Rodin. Lechuguita, yogur, agua mineral, pero nada de chocolates, ni papas fritas, ni Tía María con crema.
La rubia tarada tenía un perro, obviamente un perro de raza (mis pichichos siempre dieron lástima), y vacacionaba todos los veranos. Y me miraba con un desprecio insultante, a pesar de que, en apariencia, teníamos una relación bastante cordial, y ella me confesaba, siempre
con la naricita perfecta apuntando al cielo, que no pernoctaba en los hoteles alojamiento porque sus padres “no se lo permitían” y que jamás, jamás, jamás, se le ocurriría “juntarse” con las chicas de la verdulería.
Cuando hablo de “mis” pecados capitales, suelo citar la lujuria, la gula y la pereza, y me olvido de la envidia. Pero yo envidiaba a la rubia tarada. Ella era todo lo que yo no era y no llegaría a ser nunca. 
Mientras yo trabajaba, estudiaba, cortaba cartulinas de colores y hacía rotafolios, educaba niñitos que se peleaban por ser el primero de la fila para entrar al aula dándome la mano, me enamoraba y me desenamoraba, cambiaba pañales y calentaba mamaderas, escribía poemas
y me los creía, la rubia tarada seguía comiendo lechuga, tomando agua mineral, yendo al gimnasio tres veces por semana y bronceándose como si le hiciera un favor al sol. Y así fueron pasando los años.
La rubia tarada no tuvo hijos, para no arruinar su preciosa figura de top-model. Yo volví a la escuela con unos kilitos de más y un hijo irónicamente rubio, que jamás vendió velas ni encendió faroles los 25 de mayo, pero cada 20 de junio es, invariablemente, Manuel Belgrano.
Hay cosas que no cambian nunca. Las maestras argentinas nos incluimos dentro de esas cosas.
Hace unos días me la encontré en la calle. Sigue alta, rubia y bronceada, y tiene el aire satisfecho de las féminas que nunca tuvieron un “tête à tête” con la balanza. Pero al verla, me acordé de la Bardot, y de su fabulosa sentencia de mujer hermosa y lúcida: “Las beldades bronceadas de hoy son las pasas arrugadas del mañana”.

Gracias, Brigitte.