miércoles, 31 de octubre de 2012

THIS IS HALLOWEEN


THIS IS HALLOWEEN

“Chicos y chicas de todas las edades, ¿no les gustaría ver algo extraño?”
"This is Halloween",  Dany Elfman 

"Cuando se es niño, los ruidos que asustan surgen de abajo de la cama, y cuando se es adulto, de abajo de la tapa del motor del coche." 
 James Dent

Se acerca el 31 de octubre, día en que en varios lugares del mundo se celebra Halloween, y, tal como Febo en la Marcha de San Lorenzo, asoman señores y señoras que, lejos de iluminar históricos conventos, se mesan los cabellos ante esta fiesta inocentona, blandiendo distintos motivos para defenestrarla. Nacionalistas a ultranza, antiimperialistas acérrimos, fundamentalistas religiosos de todo tipo y calaña o simples pavotes de los que gustan buscarle el pelo al huevo, se dedican a patalear contra una festividad a todas luces ajena a la excelsa esencia latinoamericana. Eso sí, la mayoría de ellos lo hace sin soltar el vasito de Fernet con Coca, ni sacarse el comodísimo jean para calzarse una vernácula bombacha gauchesca, no sea cosa que se paspen. Y sin perderse, por supuesto, ningún partido de Boca, pasando convenientemente por alto que el fútbol es tan inglés como el té con scons, las ampulosas orejas del Príncipe de Gales y los flequillos de Los Beatles.
Por distintos motivos, este pintoresco festejo de origen celta y no yankee, como pregona el vulgo, le pone los pelos de punta a una buena cantidad de gente que, la verdad, podría preocuparse por alguna otra cosa un poco más edificante. Están quienes esgrimen que esta celebración poco y nada tiene que ver con nuestras raíces y se rasgan las vestiduras invocando a la Pachamama. Son los mismos que, cuando se puso de moda que todo el mundo aprendiera a bailar salsa, no patalearon porque la juventud argentina se contoneara al son de este ritmo caribeño y no al de un carnavalito o una chacarera. La salsa es aceptable, aunque no tenga nada que ver con nuestra idiosincrasia, porque es latinoamericana.Halloween es un festejo gringo, y por tal motivo, merece ser condenado y arrojado al mismo pozo fétido que Ronald McDonald y el hijo de puta de Bush.
Si de raíces hablamos, las mías y las de muchos argentinos, están más cercanas a las de los pueblos progenitores de esta tradición, que a las de cualquier pueblo latinoamericano nativo. Digamos que vuestra servidora está, irrefutablemente, más cerca de la gaita que del charango. Soy lo que soy, descendiente directa de europeos, y no me avergüenzo de mis orígenes. Así y todo, me considero muy respetuosa de las costumbres ajenas y admiro profundamente todo lo que tenga que ver con el folklore autóctono: creencias, usanzas, mitología. Hasta he llegado a tomar caña con ruda el 1º de agosto, cosa de que la Parca pase de largo por mi puerta. Conocerán ustedes, amables leedores, la máxima que postula ferozmente que “Julio los prepara y Agosto se los lleva”.
Siempre me resultó llamativo que, quienes basan su discurso político-filosófico en la igualdad de los hombres, hablen de los gringos, como si los aludidos no pertenecieran a esa misma humanidad igualitaria. Para mí, los gringos no son una detestable masa homogénea, sino un conjunto multitudinario de personas únicas e irrepetibles, como lo son todos los seres humanos, más allá de su nacionalidad. Muchos detractores de Halloween sostienen que, quienes adherimos a este festejo, buscamos parecernos a estos temibles gringos. Nunca pretendí parecerme a nadie, pero si puedo elegir entre parecerme a Ray Bradbury o al Che Guevara, elijo, sin dudas, parecerme a Bradbury. Si puedo elegir entre parecerme a Martin Luther King o a Hugo Chávez, tendría que estar muy loca o ser muy belicosa para preferir parecerme al verborrágico Chávez. Y, poniéndome algo frívola (me doy ese lujo de vez en cuando), si tengo que optar por parecerme a Catherine Z. Jones o a Luciana Zalazar, la Z. Jones gana por afano. Sabrán ustedes perdonar tanta traición a la Patria Grande.
Pero esta celebración tiene, además, otro tipo de detractores. Son aquellos para los que Harry Potter es diabólico, Marilyn Manson un esbirro de Lucifer, la bruja Cachavacha un engendro maligno que arrastra a los niñitos incautos a los fuegos eternos y Halloween una celebración nefasta con ribetes satánicos. Esta gente es cristiana, en la mayoría de los casos. Lejos de rebosar de amor y misericordia, están prontos a saltar fieramente sobre todo aquello ajeno a su sistema de creencias o a su modo de vida. Su mentalidad es tan estrecha que, si pudieran, seguirían quemando mujeres en la hoguera como en el Medioevo. Estos individuos siguen creyendo que el Diablo es un señor rojo con cuernos aparatosos y cola con punta de flecha, que espera, gustoso, poder pincharle el culo con su tridente a todos los celebradores de Halloween y a todos los asistentes a los conciertos de W.A.S.P. Creería que estas gentes tienen una sobredosis letal de Divina Comedia, si considerara posible que alguna vez leyeran algo más que los panfletos con los que las distintas iglesias les lavan los cerebritos a diario. Valdría preguntarle a estos soldados de Cristo, parafraseando a Aldous Huxley: "¿Cómo sabes si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?" De dañinos, nomás.
Déjenme decirles, señores, que yo soy una voluntariosa defensora de la celebración de Halloween. En realidad, soy una voluntariosa defensora de todo tipo de celebración que no ofenda ni dañe a nadie y poco me importa que haya nacido en el hemisferio norte, en el hemisferio sur o en el lado oscuro de la Luna. Me enamoré de Halloween hace muchos años, cuando me enamoré de Ray Bradbury. Me encontré con este adorable gringo por primera vez en los remotos desiertos marcianos. Y aún hoy suelo encontrarme, de vez en cuando, con este viejo amor, en un país donde siempre es octubre y siempre es otoño. Nos sentamos debajo del árbol de las brujas y discutimos acerca del sabor que tiene el vino del estío. Nos quejamos de lo herrumbradas que están las maquinarias de la alegría. Contemplamos con ojos húmedos a los fantasmas de lo nuevo. Siempre con ojos húmedos. Porque los remedios para melancólicos comienzan a fallar con el paso de los años.
Espero que, cuando muera, me entierren en un cementerio para lunáticos... junto a este gringo maravilloso, a Poe, a Lovecraft, a Tim Burton, a Stephen King, a Mary Shelley, a Ed Wood, a Bram Stoker, a Bela Lugosi... y a todos aquellos que se acercan al horror a través del amor.

Y espero que me dejen celebrar Halloween en paz, que yo el partido de Boca no se lo jodo a nadie.

sábado, 27 de octubre de 2012

LOVELY LINDA


LOVELY LINDA

 “Tal vez estoy sorprendido por la forma en que me amas todo el tiempo.”
 “Maybe I’m Amazed”,  Paul McCartney

 Hay un famoso dicho popular que sostiene que “detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer”. Muchas veces, el dicho en cuestión no tiene demasiado que ver con la realidad, y, detrás de un gran hombre, encontramos a una tilinga a la cual deseamos retorcerle el pescuezo (cualquier parecido con Heather Mills es pura coincidencia). Pero a veces, sí. A veces hay una gran mujer detrás de un gran hombre. Y es así como se gestan historias de amor inolvidables.
Linda McCartney nació como Linda Eastman en Nueva York, 24 de septiembre de 1941. Fue intérprete musical, compositora, activista en favor de los derechos de los animales y fotógrafa. Pero, además, fue la adorada esposa de Paul McCartney.
Linda se casó en primeras nupcias con John Melvin Jr. el 18 de junio de 1962, y su hija Heather nació el 31 de diciembre de ese mismo año. El matrimonio se disolvió en junio de 1965. Linda comenzó, entonces, a trabajar como recepcionista para la revista Town & Country, y, más tarde, se desempeñó como fotógrafa. Retrató artistas importantísimos como Aretha Franklin, Jimi Hendrix, Bob Dylan, Janis Joplin, Simon and Garfunkel, The Who, The Doors y Neil Young. Una fotografía que le tomó a Eric Clapton fue portada de la revista Rolling Stone el 11 de mayo de 1968. Linda se convirtió, entonces, en la primera mujer en fotografiar al artista de la portada de dicha revista. Unos años más tarde, el 31 de enero de 1974, Linda y Paul McCartney también aparecieron en la portada de la Rolling Stone, hecho que la convirtió en la única persona que tomó una fotografía para la portada de la revista y apareció, además, como artista en esa portada.
El 15 de mayo de 1967, Linda, se encontró con Paul McCartney en un concierto de Georgie Fame, en Londres. Ella estaba en el Reino Unido en una misión para tomar fotografías de los músicos ingleses, especialmente de los integrantes de The Beatles. Iniciaron una relación y se casaron en una pequeña ceremonia civil (cuando ella estaba embarazada de cuatro meses de su hija Mary) en el Registro de Marylebone, el 12 de marzo de 1969. Linda y Paul tuvieron tres hijos: Mary, Stella y James. Después de la ruptura de The Beatles en 1970, Paul le enseñó a tocar el teclado y el piano, y le insistió mucho que formara parte de su nuevo proyecto musical, Wings. Linda se negó durante un tiempo a embarcarse en semejante aventura, argumentando que no estaba preparada, pero finalmente accedió. El grupo obtuvo varios premios Grammy, e incluso un premio Oscar por la canción Live And Let Die,convirtiéndose en una de las bandas más exitosas de la década del '70.
Linda introdujo a su marido al vegetarianismo en 1975, y promovió la dieta vegetariana a través de sus libros de cocina: Linda McCartney´s Home Cooking, Linda’s Kitchen y Simple and Inspiring Recipes for Meatless Meals. Explicó su conversión al vegetarianismo alegando que no quería "comer a un ser vivo" y que si "en los mataderos hubiese paredes de cristal, todo el mundo sería vegetariano".
Los McCartney se convirtieron en fervorosos activistas por los derechos de los animales. En 1991, Linda presentó una línea de vegetales congelados, bajo el nombre de Linda McCartney. Apareció con Paul, en forma animada, en un episodio de “The Simpsons” (Lisa la vegetariana, 1995). Lisa se convirtió en vegetariana a causa de una exigencia que pusieron los McCartney para parecer en el programa.
En 1996, en un chequeo de rutina, Linda McCartney se enteró de que tenía cáncer. Le descubrieron un tumor maligno en uno de sus pechos y hubo que operarla de inmediato. Paul sintió que el mundo se le venía abajo, ya que había perdido a su madre siendo apenas un adolescente debido a la misma terrible enfermedad. Linda se sometió gran parte del año a un tratamiento de quimioterapia. Su espíritu jamás flaqueó, y mucho menos frente a su marido, al que sabía absolutamente frágil frente a su enfermedad. Lamentablemente, la quimioterapia no fue suficiente para detener el cáncer que la aquejaba. Linda sabía que se enfrentaba a una muerte próxima, y una de sus mayores preocupaciones era la que se relacionaba con su lucha por la defensa de los animales. Buscaba asegurarse de que las drogas con las que se la trataba no hubiesen sido testeadas previamente en seres vivos. Y, más allá de su amor a Paul y a su familia y el natural temor a la muerte, la desvelaba pensar qué pasaría con los pobres animales si ella no lograba superar el cáncer. Encontró en Chrissie Hynde, líder de Pretenders, alguien a quien contarle sus preocupaciones y a quien pasarle la antorcha de su lucha, ya que hacía tiempo que ambas compartían trincheras a favor de la vida.
En marzo de 1998, se supo que el cáncer de Linda afectaba su hígado y que poco más se podía hacer por salvarle la vida. Lejos de mostrarse abatida, se dedicó a planificar y dejar instrucciones para todos los que iban a encargarse de sus proyectos cuando ya no estuviese. Murió a las cinco de la mañana del 17 de abril, a los 56 años, en el rancho de la familia McCartney en Tucson, Arizona. Cuando Paul comprendió que había llegado el momento de decir adiós, pronunció las palabras que había elegido para conducir a su adorable Linda hacia el otro mundo: “Vas montada en tu hermoso caballo Appaloosa. Es un hermoso día de primavera. Cabalgamos por el bosque. Las azucenas están en flor y el cielo es azul cristalino”. Linda emitió entonces su último suspiro y Paul anunció a sus hijos, presentes en este trascendental momento, “Se ha ido”.
Linda fue incinerada en Tucson, y sus cenizas fueron esparcidas en la finca de los McCartney, en Sussex, Inglaterra. Paul McCartney quedó devastado tras la muerte de su esposa. Habían estado casados por casi treinta años y las únicas noches que pasaron separados fueron aquellas que Paul estuvo arrestado en Japón, por tenencia de marihuana. James, el hijo varón de los McCartney, fue quien pasó incontables noches en la cama paterna, procurando que Paul pudiera descansar y que extrañara lo menos posible a su esposa. McCartney sugirió a los fans que, en memoria de Linda, donaran dinero a la investigación sobre el cáncer de mama "o el mejor homenaje, conviértanse en vegetarianos".
Yoko Ono escribió una emotiva carta publicada por la revista Rolling Stone, donde recordó a Linda y contó que, al saber de su enfermedad, le había dedicado una canción en un concierto en Londres, pero manteniendo su nombre en el anonimato. “Así éramos, amigas sin nombre”, escribió Yoko. Resaltó, también, su lucha a favor de los animales, pero acotó que “sus contribuciones más importantes fueron hechas en privado. Como tantas otras mujeres, ella hizo la diferencia en silencio. Fue bueno conocerte, Linda.”
El episodio de “The Simpsons” de 1998, “Basura de titanes”, fue dedicado a la memoria de Linda McCartney. En vida, Linda prestó su apoyo a muchas organizaciones como PETA (People for the Ethical Treatment of Animals), The Council for the Protection of Rural England y Friends of the Earth, y fue patrona de la League Against Cruel Sports. Después de su muerte, PETA creó el Premio Linda McCartney.
El 10 de abril de 1999, Paul McCartney actuó en el homenaje "Concierto para Linda" en el Royal Albert Hall, de Londres, junto a numerosos artistas como George Michael, The Pretenders, Elvis Costello, Eric Clapton, Phil Collins Tom Jones. En enero de 2000, McCartney anunció importantísimas donaciones para la investigación del cáncer en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York y el Centro del Cáncer de Arizona, en Tucson, donde su esposa siguió su tratamiento. Los centros recibieron $ 1 millón de dólares cada uno. Ese mismo año, el Centro Linda McCartney, una clínica para pacientes con cáncer, se inauguró en el Royal Hospital de la Universidad de Liverpool.
En noviembre de 2002, el Kintyre Linda McCartney Memorial Trust, abrió un jardín conmemorativo en Campbeltown -la principal ciudad de Mull of Kintyre-, con una estatua de Linda donada por Paul.
Linda McCartney fue una mujer excepcional. Una gran mujer detrás de un gran hombre.Ella se fue, pero quedó su compromiso con la vida y su lucha a favor de los animales. Quedaron, además, las canciones de amor que le escribió su esposo a lo largo de 30 años, aquellas que todavía tarareamos y aún nos emocionan. Y, aunque menos populares que las canciones, quedaron los poemas que Paul le escribió. De lo que se deduce, por supuesto, que  esta nota, además de ser un homenaje a Linda, es una excusa para compartir con ustedes algunos de esos poemas.
En algún lugar mejor, ella pasea montada en su hermoso caballo Appaloosa. Siempre es primavera. Siempre hay azucenas en flor. El cielo siempre es azul y hace juego con sus ojos. Nosotras la envidiamos un poco. Como la envidiamos siempre. Pero también la extrañamos. Amigas sin nombre, eso fuimos. Eso somos.
Fue bueno conocerte, Linda. 

Gracias. 


POEMAS PARA LINDA - PAUL McCARTNEY


VÍSPERA DE LUNA LLENA

En una víspera de luna llena,
un tigre se abalanzó
y empezó a roer
al hombre que fui.

Una pálida calina alumbra la mirada del zorro.
Y…
después de cerciorarse,
se marcha por un agujero en el seto.

Los antiguos amores vuelven
para besar los labios,
no vaya a ser que la galería vacía
se llene de desconocidos que susurran
como un diluvio.


SIN RIMA

Ni rima, ni razón,
ni barco, ni forma.
Nos tendemos en la cama
para huir.
  

BENDECIDO

Regresaba de un paseo
con algunos versos que recitarle.
Y después de escucharme, ella me decía:
“¡Cuánto talento!”

Doblaba mis palabras en su mente,
y aunque mis versos no hubieran sido
soberbios, ella no intentaba ser sólo amable.
Decía lo que sentía.

Y yo me siento bendecido
porque ella dijo: “¡Cuánto talento!”
 

LUCERO DEL ALBA

Tú eres
el lucero más brillante
en el azul del alba.

Venus
sobre nuestras cabezas,
entre nosotros.

Miramos fascinados
como Júpiter.


ELLA ES…

Ella es…
el Yin de mi Yang,
el I de mi Ching,
el ir de mi venir,
la cara de mi cruz,
el lirio de mi valle.


 PÉRDIDA

Perdí a mi mujer,
ella perdió su vida.

Hasta entonces
el lujo
de no tener responsabilidades.

La guadaña no
cayó esa noche
mientras, apretujados dentro de un guante,
aspirábamos
el uno la energía del otro.



QUE DECIR

Tanto que decir,
nada que decir.

Mi amor está vivo,
mi amor está muerto.

Oigo su voz
en mi cabeza.

Tanto que decir,
nada que decir.

Tanto que recordar,
tanto que olvidar.

Mi amor está caliente,
mi amor está húmedo
como si fuera
la noche que nos conocimos.

Tanto que recordar,
tanto que olvidar.

Tanto que decir,
nada que decir.


SU ALMA

Su alma agita las campanillas
cuando el aire está en calma
e inunda las habitaciones
con aroma de azucenas.

Sus ojos azul verdosos
se muestran
llenos de alegría
con nada.

Su alma hace que
hasta las tuberías canten:
Dale más fuerza a tu ritmo, hermano.

Su alma me habla
a través de los animales,
preciosa criatura,
acuéstate conmigo.

El pájaro que dice mi nombre
insiste en que ella está aquí,
y nada más
hay que temer.

Una blanca ardilla
al pie de un árbol
clava en mí
su mirada inocente.

Su alma me habla.
  

 

lunes, 15 de octubre de 2012

REY DE REYES


REY DE REYES

"Soy el equivalente literario de un Big Mac con patatas fritas." 
Stephen King

Cuando era más joven (y más insegura) solía codearme con gente que se codeaba con Rimabaud, Artaud y Pizarnik. Gente encantadora, sin duda, a la que podría haberle confesado, entre poema y poema, que tenía un amante, que no me bañaba los domingos o que me desayunaba con cucarachas, cual una femenina y glamorosa versión de Beetlejuice. Pero a la que jamás hubiera revelado que era una Lectora Constante (y fanática) de Stephen King. Temía que me consideraran una tilinga devoradora de best-sellers y que, por ende, no tomaran en serio mi pretensión de hacer poesía.
Los años pasaron, inevitablemente, y, además de unas cuantas canas y unos kilos que insisten en localizarse, cual lípida patota, en mis posaderas, me trajeron la maravillosa facultad de (perdón por el exabrupto) cagarme en lo que los demás piensen de mí. Así que hoy en día suelo vociferar a los cuatro vientos mi apasionado romance con Mr. King. Y si suponen que soy una tilinga devoradora de best-sellers están en lo cierto. Me encanta el sushi, pero un Big Mac de vez en vez no viene nada mal.
Stephen Edwin King nació en Portland, Maine (el escenario de la mayoría de sus historias) el 21 de setiembre de 1947. Desde el vamos su vida tuvo ribetes novelescos: cuando tenía 2 años, su padre salió de la casa con la prosaica excusa de comprar un paquete de cigarrillos y jamás regresó, por lo que su madre, Nellie Ruth, debió hacerse cargo sola de sus dos hijos, Stephen y David, a quien el matrimonio King había adoptado dos años antes de que Donald King decidiera hacer mutis por el foro. Esto implicó una serie de mudanzas y estrecheces económicas, que fueron una constante en la infancia del escritor.
Stephen empezó a escribir desde que era muy pequeño, influenciado por Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Richard Matheson y los comics y películas de terror tan en boga en los años ’50. La primera película que recuerda haber visto en cine es “Creature from the Black Lagoon” (Jack Arnold, 1954).
Como esto no pretende ser una biografía de King, sólo agregaré que siguió escribiendo (especialmente relatos cortos que, algunas veces, lograba publicar en revistas como “Cavalier”y “Adam”). Y que en 1974 vio la luz su primera novela, “Carrie”, la versión King del “patito feo” (con un final muy particular: el “patito feo” se carga a  los “patitos lindos”, para regocijo de todos aquellos que fueron poco afortunados en su adolescencia y se convirtieron en el blanco de las burlas de sus condiscípulos).
Cuando King terminó de escribir “Carrie” se sintió desalentado (las estrecheces económicas continuaban y Stephen tenía una esposa y dos pequeños niños a los que mantener).Tiró el original a la basura. De la basura fue rescatado por Tabitha, su mujer, quien lo instó a  publicarlo. Y lo publicó. En 1976, Brian de Palma filmó su estupenda versión de la historia, y, a partir de ese momento, la carrera de King fue en ascenso y logró convertirse en lo que es hoy: El Rey de lo Oscuro (a pesar de que su prolífica producción incluye relatos cortos y novelas que poco tienen que ver con el género del terror).
La primera novela de Stephen King que leí fue “The Dead Zone” (1979). El protagonista de la historia, Johnny Smith es un maestro que resulta herido en un accidente automovilístico y queda en coma durante casi cinco años. Cuando despierta, lo hace con una flamante capacidad de precognición. La historia es estupenda y me impresionó vivamente. Más tarde vi el film basado en la novela (“The Dead Zone”, 1983, dirigida por David Cronenberg y protagonizada por Christopher Walken y Martin Sheen). A esta altura de los acontecimientos, yo ya estaba absolutamente enamorada de King. Amor que ha perdurado a lo largo de los años y que (estoy segura) seguirá perdurando por los siglos de los siglos, amén.
Leí absolutamente todo lo que Stephen escribió. Vi todas las películas basadas en sus historias. Y, de verdad, considero que es un gran escritor, vapuleado injustamente por esa raza de soberbios inútiles llamados “críticos”, quienes, obnubilados por su snobismo, pretenden hacernos creer que aquello que es popular necesariamente tiene que ser malo y que ganar dinero con lo que uno hace es obsceno.
Además de los críticos ( esa “raza maldita de caimanes hambrientos”, con perdón de los caimanes), están los “intelectuales” o “pseudointelectuales”. Aquellos que jamás en su vida leyeron una línea de lo que King escribió, pero lo defenestran porque eso de chapa de culto e inteligente. Stephen King puede gustarte o no, pero considero que para opinar sobre el trabajo de cualquier artista hay que conocerlo. No se puede criticar lo que no se conoce. Es absurdo.
Suelo comparar a King con Charles Dickens. Esta comparación no se basa, en absoluto, en la similitud de estilos; se basa en el trato que sus contemporáneos dieron a este maravilloso novelista inglés. Dickens tuvo la suerte que no tuvieron escritores talentosísimos como Poe o Lovecraft: sus novelas y relatos fueron aclamados por el público mientras el escritor vivía. Fue exitoso en su tiempo. Dickens escribió novelas por entregas por la simple razón de que no todo el mundo tenía los recursos económicos necesarios para comprar un libro, y cada nueva entrega de sus historias era esperada con gran entusiasmo por sus lectores, nacionales e internacionales. Esa popularidad obtenida en vida le costó cierto rechazo por parte de los críticos de la época. El éxito no se perdona fácilmente: los seres humanos tenemos esas miserias.
Con Stephen King sucede, además, algo realmente extraño. Personas que se arrancarían los ojos antes de leer cualquiera de sus novelas comentan sin ningún pudor lo buenas que son películas como “The Shawshank Redemption”  (1994, Frank Darabont), “Stand by me” (1986, Rob Reiner), “Apt pupil”  (1998, Bryan Singer) o “Dolores Clairbone” (1995, Taylor Hackford)Me provoca un orgasmo mental poder señalarle a estos caídos del catre que el film que suscita sus alabanzas está basado en una historia de King. Ya sé: soy dañina.
Stephen King me deleita, me entretiene y me conmueve. En estos días tuve el placer de leer una de sus últimos cuentos publicados: “Las cosas que dejaron atrás”, donde toca el tema del 11-S con una ternura y una sensibilidad sorprendentes. Y sin hacer a un lado el toque sobrenatural que caracteriza a sus historias. Leer “Las cosas que dejaron atrás” fue muy significativo para mí. Con citas como “los políticos hablan de conmemoraciones y coraje, guerras para acabar con el terrorismo, pero una cabeza ardiendo es apolítica”  o “¿Cuántos de esos críos habían perdido aquel día a una madre protectora o a un padre lanzador de frisbees? Ese es un problema de matemáticas que no quiero resolver.”  Una joya.
Cualquiera de ustedes pensará, con justa razón, que soy una fanática. Lo soy. A Stephen King le leo hasta la lista del mercado. He contribuido felizmente a aumentar su fortuna. Y aplaudo que la tenga. Se la ganó en buenísima ley.

Sólo me resta decir que anoche vi por enésima vez “Pet Sematary” (1989, Mary Lambert). Me la banqué doblada al castellano y todo (total, me sé los diálogos de memoria). En la escena del funeral de Missy,  cuando el Rey aparece en uno de sus acostumbrados cameos  como el sacerdote encargado de dar el responso, no pude con mi genio:
-¡Te amamos, te amamos, te amamos!, le grité a King, como si el tipo pudiera escucharme.
-Nosotros no lo amamos, acotó mi hijo, que para llevarme la contra es una fiera.
-Bueno, pero nosotros sí. (Tengo la esquizofrénica costumbre de hablar en plural cuando hago referencia a mi persona, una onda “nuestro nombre es Legión, porque somos muchos.”)
Cuando terminó la película me fui a la cama, contenta como perro con dos colas.
Y ahora, contenta como perro con dos colas, me voy a McDonald’s a devorarme un Big Mac. 

Deséenme buen provecho.