lunes, 31 de enero de 2011

EL PRIMERO TE LO VENDO Y EL SEGUNDO TAMBIÉN


 EL PRIMERO TE LO VENDO Y EL SEGUNDO TAMBIÉN

"Ninguna prueba, ninguna rectificación ni desmentido puede anular el efecto de una publicidad bien hecha."
Hermann Keyserling

Yo de publicidad no sé nada. Pero nada. Pero nada de nada. Imagino, eso sí, que para hacer una campaña publicitaria deben necesitarse mucha creatividad, mucho esfuerzo y mucho trabajo. Y que por eso las hacen así como las hacen: aburridas, reiterativas, sexistas… En una palabra: deplorables.
Cierta vez, paseaba yo mi graciosa humanidad por el Barrio de Belgrano, cuando me abordaron un par de señoritas instándome a contemplar los anuncios televisivos de una campaña publicitaria de la cerveza “Quilmes”, inédita aún para el gran público, y aportar mi opinión sobre la misma. Como andaba con tiempo y, además, especulé con el chopp helado que me iban a dar de “premio”, acepté la propuesta.
Me instalé cómodamente frente a una PC e, inmediatamente, me bombardearon con mar, verano, señoritas en bikini, más mar, más verano, señoritos con cara de nabos, más mar,  más verano y, a lo último, un poco de cerveza. Todo esto aderezado con jingles insoportables.
Cuando me tocó verter mi opinión, fue bien clarita: “Los anuncios son sexistas, discriminatorios, refuerzan las falsas ideas de que los únicos lugares de la turísticos de la  Argentina están en la costa atlántica bonaerense y de que las personas que tienen más de 25 años han muerto, y está dirigida a un público con el cual  gran parte de la población, entre la que me incluyo, no se identifica. Los jingles son insufribles y el producto a promocionar aparece muy poco tiempo en pantalla.” (A jodida no me gana nadie).
Como era de suponerse, “Quilmes” ignoró olímpicamente mi constructiva crítica. Y lo bien que hizo. Los comerciales salieron al aire y fueron un éxito.
Lo más triste de toda esta historia es que de “premio”, nada de cerveza. Me dieron un “cosito” cuya utilidad aún ignoro (mi suegra dice que es para escurrir los cubiertos) y fue llenándose de minucias varias e inservibles (tapitas de gaseosa, pilas usadas, etc.).
Traigo a colación esta insignificante anécdota porque quiero que todos ustedes estén al tanto de que sé muy bien que mi disgusto por las publicidades argentinas puede no extenderse al gran público. Porque yo soy rara. E hincha pelotas.
He la aquí mi particular visión de los  engendros publicitarios de hoy en día:

PRODUCTOS DE TOCADOR

Los comerciales de los productos de tocador son decididamente pavotes. Una es una hincha pelotas, sí, pero tiene sus límites. No va a pretender que la publicidad de “Prestobarba” la protagonice una mujer (aunque es de público conocimiento que muchas veces “la mujer”, harta de quemarse con cera o de ver las estrellas gracias a esas depiladoritas  que se suponían indoloras, caza la maquinita y sanseacabó). Pero abundan en  estos anuncios una serie de lugares comunes alevosos.
Las únicas que usan shampoo son las mujeres, salvo en el caso de que el shampoo que se promociona sea para la caspa. Porque es harto sabido en el mundo de la publicidad que los hombres tienen caspa y las mujeres, no. Estas mujeres que usan el shampoo no son, como podrán imaginar, ni gordas, ni feas, ni mayores de 25 años. Pero sí son bobas: una es feliz cuando va a la  pileta y  la gente al verla  dice “Guau, que pelazo” y otra asegura, con su cara de nada (pero de nada de nada), que el sueño de toda muchacha es ser “la chica Pantene” (porque se sabe: las chicas normales no sueñan con ser espelólogas  ni con viajar a Katmandú).
Los hombres tampoco se bañan. Las únicas que se bañan son las mujeres (mujeres con el mismo perfil de las consumidoras de shampoo). ¡Y cómo les gusta enjabonarse! Sospecho que detrás de los comerciales de jabón de tocador está latente la idiotez más grande que escuché en mi vida y que a muchos les gusta repetir: “El cuerpo de la mujer es lindo; el del hombre, no” (cada vez que doy oídos a esta tremenda huevada me acuerdo de una película española, cuyo nombre ignoro, en la que Javier Bardem salía del mar despacito y con todo “al aire”). A mí, el cuerpo de “la mujer” no me mueve un pelo. Es más, si el culo de alguna señorita aparece más de dos minutos en pantalla, cambio de canal.  Pero en el mundo de la publicidad ver un torso masculino desnudo es casi imposible, salvo que se trate del de un borrego con cara de imbécil y aire de no saber qué hacer con todas las minas que se le tiran encima, en algún comercial de desodorantes.
Las bondades de las “cremas antiarrugas” son divulgadas por mujeres muy jóvenes, que no se encuentran una arruga ni con una lupa. Hombres promocionando estos cosméticos no hay, cosa que me alivia, porque a mí no hay metrosexual que me venga bien.
Los hombres sí se lavan los dientes, gracias a Dios.

PRODUCTOS PARA “EL TRÁNSITO LENTO”

Adivinaron: las únicas estreñidas son las mujeres. Pero, en realidad, no están estreñidas. “Estreñimiento” es una palabra muy poco cool, así que los publicistas la desterraron de su diccionario. Estas mujeres tienen “tránsito lento”.
La mujer con “tránsito lento” pone cara, precisamente, de “tránsito lento” y se agarra una panza imaginaria. No puede hacer prácticamente nada, porque está “hinchada”, “pesada”, etc. Una no es ninguna insensible y percibe que esta pobre mina está sufriendo horrores. Pero a no preocuparse: un yogur o una pildorita bastan para que esta dama atormentada se deshaga de “lo que ya no necesita” y recupere las ganas de vivir.

PRODUCTOS  PARA  “LA MUJER”

Las mujeres que menstrúan ponen  la mismita cara que las que tienen “tránsito lento” y también se agarran una panza imaginaria. Sufren, sufren mucho, pero además se ponen  lloronas o agresivas o violentas, aunque siempre conservan su condición de hincha pelotas. Según los publicistas argentinos y su concepción absolutamente machista de la vida, menstruar hace surgir a la versión femenina de Mrs. Hyde que todas llevamos dentro. ¿Cómo detener tanta locura? Fácil, con una pastillita que la fémina tomará, siempre agarrándose la panza, y la convertirá nuevamente en una adorable Dra. Jekyll.
Las publicidades de “toallas íntimas” son bastante explícitas. Aunque no sea del todo elegante, está bien: durante mi infancia me pasé años devanándome los sesos a causa de un comercial de “Siempre Libre”, donde sólo se veía a una chica corriendo por la playa y la siguiente leyenda: “Toallas femeninas Siempre Libre”. Yo no entendía por qué las mujeres se secaban con unas toallas y los hombres con otras.

PAÑALES

Todas, todísimas las publicidades de pañales nos dejan la extraña sensación de que vivimos en Suecia o de que los bebés morochitos no hacen ni caca ni pis.  Son un derroche de hoyuelos y ojitos azules.

PRODUCTOS DE LIMPIEZA

Las publicidades de productos de limpieza son tristes. Muy tristes. Porque las únicas que limpian son las mujeres. Pobres mujeres que tienen “alas para volar”, como las criaturas soñadas por Girondo, y se desperdician fregando pisos.
Las señoras que lavan la ropa tienen hijitos malvados que se ensucian a propósito. Se revuelcan en el barro como chanchos en un chiquero. Pero ellas son un dechado de control y bondad: ninguna les da a esos mocosos infames unos buenos chirlos  en el culo.
Estos comerciales nos quieren convencer de que limpiar es bello. Limpiar es bueno. Limpiar colma todas las necesidades afectivas de una mujer. Porque el marido no le da bola pero, ¡oh milagro!, aparece un patovica animado disfrazado de superhéroe que es capaz de escucharla  y le ofrece, además,  productos para seguir limpiando. Qué lindo.
Hay, también,  publicidades de papel higiénico bastante misteriosas. La lógica más tajante nos llevaría a imaginar que la protagonista ideal de los mismos sería la “ex estreñida”. Pero no. Los únicos que van al baño son los chicos. Usar el inodoro después de los cinco años es de un deplorable mal gusto.

PRODUCTOS DIETÉTICOS

Como era de suponer, las que buscan adelgazar son las mujeres. Los hombres no son gordos: están hinchados. Así que son mujeres las que promocionan todo tipo de productos dietéticos. Contra cualquier tipo de razón, son mujeres hiperflacas, que ya adelgazaron pero que, haciendo gala de un masoquismo aterrador, siguen comiendo esas porquerías.
Lo sorprendente es que estas mujeres son felices. Exageradamente felices. Insoportablemente felices. Porque el placer señores, es saltar con la botellita de una repulsiva bebida dietética en la mano. Y la felicidad es bailar agitando un yogur  inodoro, incoloro e insípido,  al compás del engendro musical que pregona “dale a tu cuerpo alegría Macarena”.  Una piensa que si darle alegría al cuerpo se logra tragando un yogur dietético, con una porción de lemon pie se puede alcanzar tranquilamente un orgasmo.
La verdad, esa dicha tan aséptica no me convence: prefiero seguir siendo una tristísima mujer que come helado.

PRODUCTOS ALIMENTICIOS

En publicidad está sobreentendido que los hombres cocinan. Es más, cocinan mejor que las mujeres. Pero, como cualquier consumidora de detergente sabe, jamás lavan los platos. Así que, cualquier producto alimenticio se puede promocionar echando mano a un cocinero despelotado.
Los productos lácteos para chicos venden una pobre felicidad muy parecida a la de las anoréxicas saltarinas: el sumun de la diversión es comerse un flancito con una princesa de Disney o un Power Ranger estampados en el envase.  A una, la verdad, estos chicos le dan un poco de lástima, pero cuando recuerda que son los mismos delincuentes que se ensucian a propósito revolcándose en el barro en los comerciales de jabón en polvo, piensa pérfidamente: “¡Que se jodan!”
Un chocolate se vende con una melosa parejita de enamorados, lindos y tan felices que dan asco. Que se regalan chocolates mutuamente. Los publicistas ignoran, o hacen como que ignoran, que, cuando una está enamorada, no come chocolate. Una come chocolate cuando el novio le dio una reverenda patada en el culo y no tiene programa para el sábado a la noche. Esto corre también para los helados y para cualquier tipo de golosina.

GASEOSAS

Las gaseosas, a pesar de su alto contenido en azúcares, tienen algo en común con los productos dietéticos: dan felicidad. Mucha, pero mucha, felicidad. Tanta felicidad que cualquier persona con dos dedos de frente cancelaría sus citas con el psiquiatra, tiraría los antidepresivos en el inodoro y se compraría un cajón de “Coca Cola” (que, además,  va a salir más barato).
Hay algo para decir, sin embargo, a favor de las gaseosas: son democráticas. No sólo las consumen los jóvenes lindos. También toman gaseosa las mujeres gordas, los señores maduros y los jubilados. Cosa que no ocurre con la cerveza, como verán a continuación.

CERVEZAS Y OTRA BEBIDAS ALCOHÓLICAS

Creo que, entre tantas publicidades odiosas, éstas son las más odiosas de todas. En estos comerciales abundan las chicas lindas que les dan bola a  chicos que tienen una cara de nabos que no puede ser, sólo porque toman una determinada marca de cerveza. El ámbito en el que sucede este milagro cervecero varía según las estaciones del año: en invierno será una discoteca donde a las chicas se les volará la melena en cámara lenta; en verano, una playa infestada de pendejos que saltarán y bailarán y de tetonas que correrán por la playa al mejor estilo “Baywatch”.
Una se pregunta, al ver a los intérpretes de estas genialidades, dónde está la famosa “panza cervecera”. Porque chupan, chupan y chupan y nada. Siguen como el flaco Spinetta.
No todos los intérpretes masculinos de publicidades de bebidas alcohólicas tienen fisonomía de imbéciles. Sólo los que toman cerveza. Los que toman vermouth son, en general, bastante pintones, pero todos ponen una cara de James Bond  trucho que incita a la violencia.
En estos comerciales todo es elegante, glamoroso, minimalista. Un mundo paralelo que choca brutalmente con el nuestro, donde el vermouth lo toman señores panzones los domingos al mediodía, acompañándolo con papas fritas, salamincito y queso, mientras esperan que la jermu  “eche los fideos”.

TELEFONÍA CELULAR Y SERVIDORES DE INTERNET

¿Querías playa? ¡¡¡¡¡Yo te voy a dar playa!!!!! Mucha, mucha, mucha. Porque en verano está todo bien.  Y en invierno ya voy a encontrar alguna otra locación boluda para venderte lo que quiero (que podría ser, cómo no, una discoteca en la que a las chicas se les vuele el pelo en cámara lenta). Y otra cancioncita insufrible. Y otras minitas lindas. Y otros pibes con cara de nabos.

PRODUCTOS  “LLAME YA”

Bajo este imperativo slogan se intentan vender telefónicamente todo tipo de productos, en su mayoría inútiles, pero sumamente atractivos. Si fuera por mí “llamaría ya” cada cinco minutos. Por eso no tengo tarjeta de crédito.
En general, se muestra sucintamente las bondades del producto y una señorita con la sonrisa llena de dientes y un bonito castellano neutro insta a los televidentes a llamar por teléfono para adquirirlo. Sencillo.

Como podrán ver, la publicidad me tiene un poco harta. No incluí en esta lista a los comerciales de automóviles porque, en general, zafan. También zafan las publicidades de perfumes importados que se ven sólo en los canales de cable: son estéticamente impecables y esa perfección encaja con el producto que quieren vender. Cierto es que el mensaje que ofrecen todas es que el perfume sirve “para enamorar”. Pero, para ser absolutamente sinceros, si el perfume no sirve “para enamorar”, ¿para qué corno sirve?
Cada tanto hay, en el ámbito publicitario, un pantallazo de genialidad. Debo reconocer que hubo alguna campaña de “Quilmes” bastante piola y que hubo una publicidad de “Coca Cola Ligth” que me encantó: la que pregonaba que necesitamos “menos críticos” y “más poetas malos”. Supongo que en un futuro lejano “el pájaro de Twistos” será tan recordado como “el rubio de Camel”. El que aparecía promocionando cigarrillos cuando aún se podía promocionar cigarrillos en televisión. Ahora no se puede porque, ya se sabe, los jóvenes no deben fumar.

Con que se pongan en pedo todos los días es más que suficiente.

martes, 25 de enero de 2011

VIEJOS SON LOS TRAPOS



VIEJOS SON LOS TRAPOS

“…cada noche me invento, 
todavía me emborracho; 
tan joven y tan viejo, 
like a Rolling Stone…” 
"Tan joven y tan viejo", Joaquín Sabina

Hay un momento crucial y aterrador en la existencia de toda mujer: el momento en que un desubicado/a se acerca a ella y la llama, por primera vez en su perra vida, “señora”.
En ese maligno instante, una desea morir. Nuestro mundo se viene abajo cual inconsistente castillo de naipes. Sabemos, aunque nos cueste aceptarlo, que somos –oh, perniciosa realidad- una lunita tucumana que comienza a menguar.
En nuestro sacrificado camino, antes de desembocar en ese día de mierda, hay, cómo no, algunas señales de alarma:
*Llega el Carnaval y no nos moja, ni siquiera, un anémico pomo.
*Los tarjeteros de los boliches nos ignoran olímpicamente.
*Caminamos por la calle y nadie nos regala flores, aunque usemos “Impulse”.
*La ley de gravedad principia su lento pero certero ajusticiamiento.
Pero nosotras ignoramos estas claras señales. Y cuando nos queremos acordar, tenemos un pavoroso rótulo en la frente y somos “señoras” pa’ toda la vida.

“Señora” es un epíteto desagradable. Sólo hay en el mundo uno que lo supera en horror: “doña”. Si “señora” nos mueve a tirarnos en la cama y llorar desconsoladamente, “doña” nos obliga, casi, a cortarnos las venas con una torta frita (para mi frondosa imaginación, una “doña” es una matrona con delantal desteñido que amasa, obviamente, tortas fritas).
Detesto profundamente que me llamen “señora”. A mí que no me falten el respeto: que me digan  “muchacha”, “señorita”, “bostera”, “culona” o “tarada”. Pero “señora”, no. “Señora” es malsano. Corrosivo. Apocalíptico.

Hubo una época lejana en la que yo era joven. Escandalosamente joven. Tan joven que cualquier sujeto que superara los 30 era, para mí, una pieza de museo. Tan joven que llamaba “Los Beatles Viejos” a “Los Beatles” de 1969 (los tipos tenían, en ese momento, entre 26 y 29 años; eso sí: se habían dejado crecer las mechas). Tan joven que no me importaba agregarme uno o dos añitos para que me dejaran entrar al cine a ver “La naranja mecánica”. Tan joven que aborrecía ese magro cuerpito de 17, ignorando que era el que iba a anhelar desesperadamente a los 40.
Pensar “cuando tenga 64” era, para mí, tan surrealista como pensar “cuando lluevan calditos Knorr Suiza” o “cuando una vaca resuelva el Teorema de Tales”.

Soy una “señora”. Si me ofrecen un papel en una telenovela no interpretaré a  la protagonista: me meteré, a regañadientes,  en la piel de la madre de la chica que sufre y se enamora. Jamás seré “Miss” nada. Nadie me dedicará una canción. Salvo  Ricardo Arjona, el pavote que escribió una pérfida balada donde nos recuerda a las de más de 40, con la inútil excusa de estar enamorado, que tenemos canas, que tenemos panza y que morimos por regresar a los 30. No tengo nada personal contra Arjona (no me provoca atarlo con alambre y tirarlo al Río de la Plata, como Ignacio Copani). Pero con esta canción meó fuera del tarro. Hasta la palabra “amalgama” me suena mal en este engendro musical: me suena a dentadura estropeada por el tiempo.

Hay  oportunidades en las cuales el peso de los años se me hace más pesado que nunca:.
*Cuando el domingo por la noche, atormentada por “esa grasa abdominal que los aerobics no pueden quitar” (aunque es de público conocimiento que yo no hago aerobics ni en pedo), decreto solemnemente que el lunes empiezo la dieta y mi hijo me clava su aguijón adolescente:
-Para qué te vas a gastar en adelgazar si te queda poco hilo en el carretel.
*Cuando, ante el mínimo error cometido, mi santa madre me sermonea:
-¡44 años y seguís haciendo boludeces!
-43, mamá, 43.
*Cuando me prendo de una vidriera de “47 Street” y mi marido me espeta, fingiendo una inocencia que no tiene:
-¿Para que mirás esa ropa de pendeja? Si vos hijas mujeres no tenés…
En estas ocasiones me deprimo.
Me deprimo mucho.
Entonces me acuerdo de mi abuela. La Reina Madre. La que regía nuestros destinos cómodamente instalada en su sillón. La que tenía la cabeza completamente blanca y las piernas flojas. Y, además, no veía un carajo. Pero que ante la más mínima provocación retrucaba altivamente: “Viejos son los trapos”.

¿Estamos?

 

lunes, 10 de enero de 2011

CHAU, MAGA


CHAU, MAGA

“Por dónde andará -Manubrio Azul-
color de un triciclo del ayer.
Un juguete de pura nostalgia
que a su infancia lo lleve otra vez,
que se ponga a rodar para atrás
hasta mil novecientos tres.”
  “Manubrio azul”, María Elena Walsh


Hoy es un día triste. Se nos murió María Elena Walsh. A todos.
Hace muchos años (tantos, que no quiero contarlos) escuché por primera vez una canción de María Elena, “Canción para tomar el té”. Me la cantó mamá, algún tiempo antes de que lo hiciera mi Señorita del Jardín de Infantes, que también se llamaba María Elena y usaba unos peinados setentosos que me dejaban boquiabierta. Debo reconocer que, por aquel entonces, el té no me gustaba demasiado. La leche con Toddy estaba, indiscutiblemente, a la cabeza de mis preferencias en materia de desayunos y meriendas. Pero la canción me fascinó. Porque la tetera era de porcelana y no se veía. Y porque, tomando el té, una corría el riesgo de que la nariz se le cayera dentro de la taza. Cosa extraña y maravillosa, que me daba un poquito de miedo. Cuando tenemos tres años las metáforas son mariposas que se nos escapan.
A los cuatro, instalada ya felizmente en el Jardín de Infantes, fui “La Reina Batata”. Mamá me hizo un enterito de tafeta violeta y me lucí corriendo por el escenario del club del barrio con cara de espanto, mientras Jorgito, un compañerito vestido de cocinero, con gorro de chef y bigotes pintados, me perseguía con un cuchillo de cotillón. Al final, “la nena menor de la casa”, Sandra, me encontraba acurrucada en un rincón y me instalaba en un “trono de lata”, tal como correspondía a mi rancio abolengo. Y todos contentos.
Era apenas un poco más grande cuando volví a subirme al tablado para dramatizar “Canción de títeres” y avistar, vestida de payaso, a “la reina y el rey, un oso de miga y otro de papel”. Esta vez había menos plata para el vestuario y mamá se las ingenió para confeccionarme un disfraz de papel crepé (pero papel crepé del de antes, armado, durito, no esa baba inmunda que venden ahora).
Poco tiempo antes de dejarme para siempre, papá encontró a una tortuga cruzando la Avenida Cadorna, en Wilde. Una tortuga cruzando una avenida era una cosa tan extraña como una tetera invisible, una flor adentro de un raviol y un sol llamado José. Por supuesto, la recogió y la trajo a casa. Y, por supuesto, la tortuga fue bautizada “Manuelita”, como tantas y tantas tortugas argentinas a lo largo de décadas.
Ya en la adolescencia, descubrí a la María Elena que escribía para adultos. “Otoño imperdonable”, “Hecho a mano” y “Novios de antaño”, fueron libros que alimentaron mi pasión por la palabra. Corrían los años ’80, y las canciones de la Walsh orientadas al público maduro eran interpretadas por artistas de la talla del Cuarteto Zupay, Mercedes Sosa y Jairo. A los diecisiete, yo creía que me habían matado muchas veces y que, sin embargo, era una cigarra que seguía cantando. Siempre fui una mujercita impaciente. Me estaba adelantando a la historia.
Mi hijo nació en 1995. Todo lo que María Elena me dio en mi infancia y en mi adolescencia, volvió a dármelo generosamente cuando fui mamá. Y volvió a dármelo cuando me recibí de maestra. Una maestra algo vieja que, haciendo gala de su proverbial espíritu de contradicción, siempre se resistió a los ignotos enanitos del bosque preparados para desayunar/merendar e insistió con la “Canción para tomar el té”. ¡A ver si los chicos, además de jugar, aprenden algo!

Hace muchos años (tantos, que no quiero contarlos) escuché por primera vez una canción de María Elena. Amarla fue sencillo. Llorarla es inevitable. Llorarla hoy, cuando sigo queriendo todo lo que guardan los espejos, pero no sé si las pocas monedas que me quedan me alcanzan para comprarlo.
Chau, María Elena. Chau, maga. Hasta siempre. Y gracias.


Ilustración: Julio Ibarra

lunes, 3 de enero de 2011

LAS INQUIETUDES DE LA CHICA COSMO



LAS INQUIETUDES DE LA CHICA COSMO

 “Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano.” 
 Johann Christoph Friedrich Von Schiller

Existe un tipo de mujer  que, además de desconcertarme, me pone bastante nerviosa: la chica Cosmo. A favor de esta reverenda pavota tengo para decir que no se intitula mujer, sino chica, lo que nos da la vaga esperanza de que cuando crezca un poco descienda su nivel de boludez en sangre. Aunque, no sé, sospecho que la que nace para Cosmo nunca llega a National Geographic. 
La chica Cosmo es una mujer como todas y tiene sus inquietudes.
¿Quién soy yo?
¿Qué soy yo?
¿Por qué existo?
¿Qué son el Bien y el Mal?
No, no. La chica Cosmo se pregunta otras cosas. Pasen y vean.

1-¿NO SERÉ MUY GRANDE AHÍ ABAJO?

Sí. La chica Cosmo teme que las dimensiones de su vagina sean elefantinas. Teme que el uso indiscriminado de la misma la haya ampliado hasta convertirla en una bonita palangana (la chica Cosmo no tiene hijos, por lo tanto, las monstruosas anchuras de sus partes íntimas no se deben jamás  a la parición de un par de vástagos).
¿Por qué la chica Cosmo es atormentada por esta posibilidad?  Porque teme que los atributos de su chico se pierdan en semejantes inmensidades. Y por lo tanto el chico calcule (si es que a un chico Cosmo le fue dado el preciado don de  calcular)  las horas de uso que tiene el tesorito de la muchacha.
Los profesionales Cosmo tranquilizan a la chica preocupada: “La vagina promedio mide siete centímetros de circunferencia y, como el pene promedio mide cerca de quince, digamos que siempre la va a sentir pequeña.” Pero ya se sabe como son los profesionales Cosmo: tienen la idea fija. Así que le aconsejan a la pavota atormentada una pose para resaltar la estrechez de su bendito recinto: “Acostada de lado y con las piernas juntas, pedile a él que te penetre desde atrás: te aseguramos que se sentirá un gigante dentro de un dedal.”

 2-¿ES NORMAL QUE ME DIGA PERRA MIENTRAS LO HACEMOS?

Parece que el chico Cosmo es algo lengua larga. Cosa que la chica Cosmo agradecería si el muchacho usara su apéndice bucal para algún menester más gratificante que gritarle perra. 
Es sabido que, durante el acto, cualquier señor se va de boca y la amada deja de ser una princesa impoluta para convertirse en  un león de la Metro, un puma de Bengala o un yacaré mesopotámico (los hombres no se caracterizan por ser muy imaginativos; tienden a repetir las boludeces que escuchan por ahí).
Una es lo suficientemente avispada como para no preocuparse por esta metamorfosis. Concluye el acto y concluyen los atisbos de bestialismo de nuestro amante. Y todos tan contentos.
Claro, una tiene la conciencia tranquila: sabe que es una santa y que el tipo se fue de boca de caliente que estaba, nomás. Pero la chica Cosmo tiene, evidentemente, la cola de paja. Es consciente de que si el chico Cosmo notó lo grande que tenía el tesorito e hizo algunos cálculos, se enteró, inevitablemente, de que por ahí pasó medio Buenos Aires.
Los profesionales Cosmo tranquilizan a la muchachuela: “Las palabras pierden su valor habitual y ganan una dimensión erótica: se dicen pura y exclusivamente para excitar”, lo que en criollo quiere decir, más o menos: “Quedate tranquila que el tipo no se dio cuenta de que no le hiciste asco a nada, te dijo perra de pedo.” Y, haciendo gala de su perversión, incitan a la chica no sólo a disfrutar de las palabras hot de su partenaire, sino a usarlas ella también. ¡Qué poca vergüenza!

3-¿POR QUÉ A VECES PIENSO EN MI EX CUANDO TENGO SEXO CON MI ACTUAL NOVIO?

Si será pavota la chica Cosmo.  Yo no me ando torturando porque cuando tengo sexo con mi partenaire pienso en Simon Baker. Es normal, ¿no? ¿NO?
Los profesionales Cosmo le explican a la chica acongojada: “No siempre podemos estimularnos con quien tenemos a nuestro lado y por eso mentalmente aparecen desconocidos, famosos o bien gente que nos es familiar, como un ex. Un episodio como ése es ‘normal’, sólo que los hombres lo tienen más incorporado que las mujeres.”
¿Vieron que era normal?

4- ¿Y SI MI TÉCNICA ORAL LE PARECE MALA?

¡Esta chica Cosmo! ¡Es de lo que no hay! ¿A quién carajo se le puede ocurrir preguntarse semejante cosa?
Los profesionales Cosmo, en lugar de decirle bien clarito “dejate de joder” le siguen la corriente: “…si él antes se mostraba entusiasmadísimo con la idea de que vos bajaras y de repente parece que no le hace ni fu ni fa, quizá te hayas vuelto un tanto ‘robótica’...” Es sabido para que cualquier actividad sexual resulte medianamente exitosa una tiene que tratar de parecerse a Sharon Stone en “Bajos instintos” y no a Robin Williams en “El hombre bicentenario”, pero estos profesionales son unos desalmados. ¡Tratar a la chica Cosmo de Robotina! Como para que no se acompleje, pobre.
Al final, los profesionales no son tan malos porque le aconsejan que, para que el chico Cosmo no se desinfle, basta “con una actitud sexy y provocativa, más una buena dosis de auténtico entusiasmo.”

5- ME GUSTA QUE EL ME TIRE DEL PELO Y ME PEGUE CHIRLOS. ¿SOY UNA FREAK?

La chica Cosmo resultó ser un tanto ambigua: se espanta cuando el chico Cosmo la llama perra pero quiere que le de un par de chirlos. Y teme ser un aparato por esta singular apetencia.
Aquí, los profesionales Cosmo echan mano al recurso más trillado de las revistas femeninas: la encuesta. Según una encuesta, el 70 % de las chicas Cosmo quieren que les den un par de golpes. Para acomodarles las ideas, digo yo.
Los profesionales tranquilizan a la muchacha: “Los modos de excitación de cada quien son totalmente únicos y personales, y si el compañero sexual acepta y también logra estimularse con ese juego, no hay por qué censurarse”. Y le aconsejan como actuar en el caso de que no se anime a decirle de frente manteca al chico Cosmo que le propine  un par de bifes: “Dale una muestra gratis del asunto, por ejemplo, pegándole en la cola o tirándole un poco del pelo mientras lo besás apasionadamente. Va a captar la ‘indirecta’…” 
¿Cuántas posibilidades hay de que un chico Cosmo cuente con las suficientes neuronas como para captar una indirecta? Los profesionales no echan ningún tipo de luz sobre este tema.

 6- ADORO TENER SEXO CON MI HOMBRE, PERO TUVE UN SUEÑO HOT CON UNA CHICA

La chica Cosmo está asustada: soñó que se revolcaba con otra chica Cosmo. ¿Y ahora?
Ahora los profesionales la tranquilizan: “…eso no significa que seas gay. Además, se trata de una fantasía que excita tanto a los varones como a las mujeres: algunos de ellos les piden a sus parejas ‘jugar’ con esa imagen.” 
A la chica Cosmo, quizás porque es más psicótica de lo que cree o quizás porque es redondamente boluda, le cuesta un huevo distinguir entre fantasía y realidad. ¡Y se hace problema por cada idiotez!

 7- SIENTO QUE ME HAGO PIS CUANDO ACABO. ¿PUEDE SER?

A la chica Cosmo, como a cualquier chica Cosmo que se precie, la avergüenza mearse en público.  Se tortura al creerse dueña de una vejiga incontinente, sin saber que ha sido bendecida por la Madre Natura: :“Lo más probable es que no se trate de pis, sino de un líquido que segrega el famoso Punto G cuando es estimulado. Como esa zona tiene tejidos similares a los del pene, es capaz de producir esta clase de emisiones de líquido que, sin ser semen, se le aproxima bastante”, aclaran los “profesionales Cosmo”. E instan a la chica a sentirse sumamente orgullosa de esta eyaculación femenina.
En este caso puntual, desconfío de la chica Cosmo y desconfío de los profesionales. Cristina Wargon, en su impecable disertación acerca del orgasmo femenino, se muestra perpleja ante los ardientes chorros que las mujeres lanzan en el momento del éxtasis según la tradición literaria (que va desde las “Memorias de una Princesa Rusa” hasta las obras de Henry Miller). Ella nunca vio el chorro. Jamás de los jamases. Les confieso, caros lectores, que yo tampoco lo vi. Ni mi amiga. Ni la amiga de mi amiga.  Ni siquiera la amiga de la amiga de la amiga de mi amiga. Y eso que ésa ve de todo.
En síntesis: la chica Cosmo se mea. A mí que no me jodan.

8- ¿ME PUEDO VOLVER ADICTA AL VIBRADOR?

La chica Cosmo teme enviciarse con el aparatito jaranero.  Comprensible.
Los profesionales Cosmo  son bastante lógicos: una vez por día, todos los días, convertirá a la chica Cosmo en una fuente inagotable de sonrisas. Pero hay que cuidarse de alternar el aparato a pilas con el aparato de algún chico Cosmo dispuesto: “Muchas mujeres se vuelven aficionadas al ritmo constante y perfecto del vibrador y sienten que no pueden llegar al clímax sin él.” 
O sea que sí, piba, te podés volver adicta al vibrador.  Y eso sin siquiera considerar que el vibrador es huérfano, no ronca y no ve fútbol.

9- ¿UNA MUJER REALMENTE PUEDE DISFRUTAR DEL SEXO ANAL?

Me importa un carajo lo que digan los profesionales Cosmo No les creo. Sospecho que la chica tampoco.

 10- ¿SE PUEDE USAR CUALQUIER COSA COMO SEX-TOY?

La chica Cosmo es más insaciable de lo que uno pensaba. No le alcanza con el chico Cosmo y el vibrador. Entonces pretende echar mano a cuanta fruta o verdura encuentre en la heladera. "¿Qué tal esta berenjena? ¿Éste pepino? ¿Ésta zanahoria?"
Si es imaginativa y audaz se preguntará, relamiéndose: “¿Qué tal este envase de ‘Impulse’?” 
Los profesionales Cosmo son muy claritos al respecto: “Habiendo semejante variedad de juguetes sexuales diseñados para oficiar como tales, conviene dejar las verduras para el momento del almuerzo o la cena.”

 12- ¿CÓMO LE CUENTO UNA FANTASÍA A MI CHICO SIN QUE SE HORRORICE O SE PONGA MAL?

A la chica Cosmo, sin ninguna duda, le falta calle. Lo que se puede contar se cuenta y hasta puede servir para condimentar el acto. Lo que no se puede contar no se cuenta, que echarse un polvo cada tanto no implica que el otro deba conocer hasta nuestro ADN. Salvo que una sea exacerbadamente pavota, sabe con qué bueyes ara.  Si el chico Cosmo es exageradamente celoso contarle que nos ratoneamos con su mejor amigo sería una pelotudez hecha y derecha.
Los profesionales aseguran: “En muchos casos, la que suele asustarse es una misma, que no avala sus propias fantasías,  y no, nuestra pareja.” No sé, no sé.

13- ¿A ÉL PUEDEN DESEROTIZARLO LOS ‘RUIDOS MOLESTOS’ QUE HAGO DURANTE EL SEXO?
 La chica Cosmo es ruidosa. La verdad, esta piba las tiene todas. Parece que cada tanto, en medio del revuelque, aparece lo que la Rampolla denomina una cornetita vaginal. Seguro que el chico Cosmo ni se entera. Pero la chica Cosmo se quiere morir, ¿viste?
Los profesionales Cosmo sugieren: “Desdramatizar. Un ruidito inesperado puede, por caso, ponerle carcajadas al sexo, volverlo menos ceremonioso y más divertido.”

14- ¿QUÉ PIENSA EL DE MI CARA DE ORGASMO?

La chica Cosmo teme que, en el momento crucial, su cara se vea desfigurada por el éxtasis y deje de ser una chica Cosmo para convertirse en una chica cualquiera.
Para los profesionales Cosmo los chicos aman las mejillas rojas, los ojos en blanco (¡o bizcos!), los músculos contraídos y los labios tensos (o muy relajados)”. Para alimentar el ego del chico Cosmo no bastan los gemidos, los gritos, ni las palabras hot que la chica pueda susurrar.  Según un estudio de la Universidad de Indiana (es un misterio absoluto porque las universidades estudian estas boludeces) cuando ellos miran a la mujer con quien están teniendo sexo, se fijan en sus facciones antes que en cualquier otra parte del cuerpo.
Así que, dormí tranquila, querida chica Cosmo. El adora tu cara de éxtasis. Así que los profesionales Cosmo aconsejan “no inhibirse o tener algún prejuicio contra la cara de orgasmo.”
La chica Cosmo vive, sin duda, en un universo paralelo. Un universo donde lo único que cuenta es ser linda, estar flaca, peinarse bien y darle a la matraca como los conejos. Estas pibas ni siquiera tejen o cocinan, como hacían las marmotas de antaño, azuzadas por las perversas revistas femeninas. Sólo se preocupan por su cara de orgasmo.  Y necesitan estar convenientemente informadas acerca del tema.
No es por hacerme la viva, pero yo a la chica Cosmo la doy vuelta como un guante.

Jamás necesité que nadie disertara sobre mi cara de pocos amigos.