jueves, 30 de agosto de 2012

SEXOSOMNIA: SONÁMBULOS DEL AMOR


SEXOSOMNIA: SONÁMBULOS DEL AMOR

“Vení a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará.”
Julio Cortázar

El que dijo que no había nada nuevo bajo el sol, le erró fiero. Bajo el sol y, sobre todo, bajo la luna, encontramos novedades todos los días y todas las noches. Porque en lo que a sexo se refiere, constantemente aparece información flamante que nos ilustra acerca de filias, fobias, y nóveles usos y costumbres. La novedad de hoy es la sexosomnia, un trastorno que, según fuentes informadas, padece el 1% de la población mundial.
Parece que hay señoras y señores que se despiertan junto a parejas felices y satisfechas porque el sexo de la noche anterior fue fabuloso, pero no recuerdan haber hecho el amor con ellos. Suponen que sus medias naranjas lo soñaron o lo inventaron vaya uno a saber con qué ladina intención. Pero no. Esa gente que tuvo sexo y no lo recuerda, o tiene una memoria de miércoles o padece sexosomnia: copula en estado de sonambulismo. Mirá vos.
La sexsonmia, señoras y señores,  no es más que una parasomnia o trastorno del sueño. Es un tipo de sonambulismo que hace que, quien lo padece, mantenga o busque mantener relaciones sexuales estando absolutamente dormido. Hay personas con sonambulismo que se levantan de la cama dormidas como lirones con intenciones más prosaicas: cocinar, limpiar o pasear al perro. Los sexosomnes (florida palabra que acabo de inventar) hacen lo mismo, pero sus intenciones son exclusivamente carnales. Mientras tienen sexo en este estado, los padecientes no tienen conciencia de nada de lo que hacen y, obviamente, no recuerdan por la mañana ninguna de sus proezas eróticas. Esto, que parece jocoso e inofensivo, puede entrañar peligros insospechados: hay constancia de asaltos sexuales y violaciones de personas que padecían sexsomnia.
Hombres y mujeres somos capaces de tener respuestas físicas frente a un sueño especialmente  excitante. Las poluciones nocturnas son frecuentes en los hombres jóvenes, lo mismo que las erecciones mientras se está dormido. A las mujeres nos sucede algo parecido: los vasos sanguíneos se dilatan y se puede producir lubricación. En ambos casos se puede llegar al orgasmo sin despegar un ojo. Pero la sexsomnia va un poco más lejos.
Es bastante poco lo que se sabe de este inquietante padecer. Fue descubierto hace unos pocos años (¿vieron que novedades siempre hay?) durante  pruebas realizadas con el fin de desentrañar y catalogar los trastornos del sueño. Afecta tanto a hombres como mujeres, y, tal como dijimos anteriormente, lo sufre aproximadamente al 1% de la población mundial. Aparece sobre todo en situaciones de estrés y viene precedido y acompañado por otros trastornos del  sueño. El insomnio es una de sus principales causas, junto a los terrores nocturnos padecidos en la infancia y la adolescencia y el sonambulismo no sexual (cocineros, limpiadores y paseadores de perros pueden degenerar en amantes desaforados). El trastorno, como todos los trastornos, se agudiza con la ingesta de alcohol, tabaco y drogas. Y, por supuesto, hay causas genéticas que predisponen a esta misteriosa dolencia.
Para enterarnos si padecemos o no sexsonmia es menester visitar a un especialista que realice un polisomnograma,  el examen más frecuentemente realizado en los centros de medicina del sueño. Con los resultados en mano, recomendará tratamientos psicológicos y médicos.
Yo, mis queridos, que me considero una dama medianamente culta, acabo de enterarme hoy de la existencia de este trastorno conmocionante. No sé ustedes.
Después de exponer todo lo que sé acerca de la sexsonmia me despido con un pensamiento de Amado Nervo: “Quienes piden lógica a la vida se olvidan de que es un sueño. Los sueños no tienen lógica. ¿vale acaso la pena haber vivido, para encontrar, después de tantas cosas que, sin duda, las horas más hermosas son las que hemos dormido? Yo he vivido porque he soñado mucho. ”

Buenos días.

domingo, 12 de agosto de 2012

ARRIVEDERCI, BABY!


ARRIVEDERCI, BABY!

“Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida.” -  Mario Benedetti

Y llegó el día, nomás. El nene se nos fue a Bariloche.

Cabe destacar, antes de continuar con esta crónica, que los genes son perversos y que mi hijo ha heredado mi talante lóbrego. Y que, además, está loco. Sigue siendo, tal como lo catalogó hace unos años una compañerita de escuela con  pretensiones de cool pero bruta como un arado, un marciano de Venus. Así que, lo que en cualquier hogar normal hubieran sido saltos de alegría descontrolada, en mi casa se convirtió en una retahíla de crueles quejas y lamentaciones.
-¿Por qué tengo que ir a ese viaje de mierda? Ojalá apareciera el Hombre Polilla e hiciera pelota el micro. Que no se muera nadie, pero que el micro quede destruido.
-El Hombre Polilla  no ataca. Anuncia catástrofes, nomás. Tendría que atacarlos… a ver… Jeepers Creepers.  Pero ahí si habría muertos, porque se morfaría a unos cuantos.
-Jeepers Creepers no existe.
-Ah, claro, el Hombre Polilla, sí. ¿Sabés qué estaría bueno? Que en algún punto del viaje se dieran cuenta de que el micro lo maneja Freddy  Krueger, como en “Pesadilla 2”.
A esta altura de la conversación, intervino mi marido:
-Raquel, ¿por qué no te dejás de decir estupideces?
-¡Empezó él!
-¡Pero él tiene 17 años!

El armado de la valija suscitó, como era de esperarse, algunos inconvenientes. Después de rogarle a mi vástago durante diez días que la armara, tuve que hacerlo yo, entre gallos y madrugadas.  No fuera cosa de que el chico manoteara  tres o cuatro cosas a último momento, partiera a Bariloche con dos shorts de baño y un par de ojotas, y se me muriera de frío.
-Mirá, nene, en la valija no entra nada más. Solamente te podés llevar un par de zapatillas de gamuza para salir en el bolso de mano. Y los borcegos puestos. Porque los borcegos son muy grandes y no entran en ningún lado.
-No. Yo no me llevo los borcegos puestos. Yo me llevo las zapatillas que tengo puestas ahora. Y los borcegos van a la valija, porque en el bolso de mano voy a llevar dos pares de zapatillas de gamuza.
-¡Esas zapatillas que tenés puestas están rotas y roñosas! Y los borcegos en la valija no entran.
-Vas a ver como entran.
Llegado a este punto, el nene empezó a desarmar la valija que yo había armado con tanto amor.
-¡Ya sé por qué no entran! ¡Porque llenaste la valija de porquerías! ¿Cuándo me viste a mí usar bufanda? ¿Y guantes? ¿Y gorro?
-Nene, te vas a Bariloche en agosto, no a Cancún. Si no llevás todo lo que puse te vas a cagar de frío.  En el bolso de mano va también la cámara de fotos.
-No voy a llevar cámara de fotos.
-¿Cómo que no vas a llevar cámara de fotos? ¡Yo me compré una cámara de fotos nueva para que vos te llevaras la vieja!
-Vos te compraste una cámara de fotos nueva porque tenías ganas. Yo no saco fotos. No me interesa.
-Cuando seas viejo te vas a arrepentir. Llevá la cámara, dale.
Al final, las zapatillas de gamuza fueron a la valija, los borcegos fueron al bolso de mano y la cámara de fotos nunca salió de casa. Eso sí, cuando el pibe se distrajo, volví a meter en la valija la bufanda, los guantes y el gorro hechos un bollo informe.

Ya en la puerta de la escuela, esperando al micro que llevaría a mi pequeño a Bariloche, tuve que insistir (pero mucho) para que el susodicho se dejara sacar alguna mísera foto, cosa de que quedara un testimonio de que sí, de que había ido a su viaje de egresados y de que, milagrosamente, no le había exigido a la policía un cerco perimetral que prohibiera mi acercamiento con respecto a su persona, en un radio de 200 metros.
-Sacate una foto con mamá.
-Sacate una foto con papá.
-Sacate una foto con los chicos.
-Sacate una foto con el micro de fondo.
Ante cada una de mis sugerencias fotográficas, el nene me echaba unas miradas de odio dignas del Anticristo.
-¡Raquel, dejá al chico en paz!
-¡Pero los otros pibes se sacan!
En cuanto el nene se distrajo, me acerqué sigilosamente a uno de sus amigos y le pregunté entre susurros:
-Che, ¿vos llevás cámara de fotos?
-Sí.
-Bueno, haceme un favor. Si se deja sacale dos o tres fotos a mi hijo. Para tener un recuerdo, ¿viste?

Cada vez que quiero llamar la atención de mi marido sobre algo o alguien, lo pellizco sin piedad, vaya uno a saber por qué. Si con decirle “Mirá” es más que suficiente. En medio del tumulto de chicos que querían huir y padres que no los dejaban, el primer pellizcón del día no tardó en llegar.
-Mirá esa mina. Tiene botas de sadomasoquista.
-¿Qué?
-Botas de sadomasoquista. Botas ajustadas hasta la rodilla, con tajo aguja y ojales de metal a lo largo. Son botas de sadomasoquista. ¡A las nueve de la mañana!
-Ay, Raquel, por ahí después se va a trabajar.
-¿Y dónde trabaja con botas de dominatrix? ¿En un prostíbulo?
Otro pellizcón.
-Mirá la linda (la linda es una que se parece a Graciela Alfano o a Adriana Aguirre o a Zulema Yoma  o a cualquiera que esté lo suficientemente tuneada como para que sus rasgos faciales originales hayan desaparecido por completo). Minifalda y botitas de piel. ¡A las nueve de la mañana! El marido debe ser un cornudo. Eso sí, ¡el pelo lo tiene hecho un desaste!
Nuevo pellizcón:
-¿Y esta tipa qué se puso? Esas vinchas en la frente tipo “Un día de paseo en Santa Fe” se dejaron de usar a fines de los ’70. Le faltan los pantalones anchos y la camisa bordada color té. No los habrá encontrado. ¿Ésta también se va a trabajar? ¿A qué se dedica? ¿A bailar en “Música en libertad”?
Mientras yo criticaba los looks desafortunados de las madres de los condiscípulos del nene, uno de los coordinadores del viaje prevenía a los pibes acerca de la portación de drogas y alcohol, argumentando que la policía paraba a los micros y que si llegaba a encontrar alguna sustancia non sancta entre sus pertenencias, los devolvía a Avellaneda con una estampilla en el culo. Fue a mitad de la arenga cuando una madre con aspecto de “Yo me visto en 47 Street, ¿y qué?”, que no paraba de dar saltitos histéricos, empezó a gritar (feliz o drogada, no sé): “¡La falopa está en el bolsillo! ¡La falopa está en el bolsillo!” Mi indignación ante semejante corso a contramano no tenía límites.
-¿A vos te parece? ¡Mirá lo que son estas minas y este hijo de puta se avergüenza de mí porque soy poeta!

Al final, los chicos se fueron y los padres nos quedamos en la vereda con caras de “Los vamos a extrañar”. La madre de Fulana lloraba. Ahí le tocó criticar a mi marido.
-¿Y ésta dónde la mandó a la piba? ¿A África?
-Callate, ¿querés? Vos no sabés lo que siente una madre. Yo no lloro porque el pibe me tiene harta, ¡pero vos no sabés lo que siente una madre!

Recién al otro día, cuando mi hijo ya estaba instalado en Bariloche harto de recibir mensajitos que decían: “Llamame, llamame, llamame”,  pude hablar con él.
-¡Hola, mi amor! ¿Cómo estás?, pregunté ansiosa
-Para el orto, contestó el nene con su proverbial alegría.
-¡Ah, bueno, si estás para el orto estás bien!

 Me quedo más tranquila.

sábado, 11 de agosto de 2012

MARTES SÍ, MIÉRCOLES NO, JUEVES QUIÉN SABE…


MARTES SÍ, MIÉRCOLES NO, JUEVES QUIÉN SABE…

"¿Con que frecuencia practicáis sexo? O, ¿con qué frecuencia hacéis dibujos? Bueno, yo nunca me canso de pintar...dibujaría todo el día, todos los días si pudiera...y usaría todos los colores de mi caja. ¡Me encanta colorear! Hasta llegar a... ¿correrme? Lo siento, no hay equivalencia en colores... "
Samantha ("Sex and The City: The Movie")

"El amor nunca muere de hambre; con frecuencia, de indigestión."  
Friedrich Wilhelm Nietzsche

Parece, mis queridos, que no hace falta ser una chica Cosmo para preguntarnos  todo del tiempo si nuestra vida  sexual es más o menos decorosa o estamos más cerca del bochorno que del orgasmo. Si bien las inquietudes de estas muchachas glamorosas difieren bastante de las nuestras (a las cuarentonas jamás se nos ocurriría preguntar si es correcto que nuestro chico nos pida que le practiquemos sexo oral arrodilladas, porque esa es la posición que utilizan para tan impúdico menester las estrellas porno), las mujeres hechas y derechas también queremos saber. Queremos saber, sobre todo, si la frecuencia con la que tenemos sexo es normal.  Porque estas cosas nos preocupan, lo admitamos o no. A los señores, sépanlo, también les preocupa este asunto. Y bastante más que a nosotras. Según los especialistas, los varones creen, en general,  que su vida sexual es escasa y las damas, por el contrario, opinamos que nuestros hombres están todo el día calientes como una pava. Esta divergencia de miradas genera en las parejas (aun en aquellas que juran que sus vidas son más  rosadas que una bombacha de Reese Witherspoon en “Legalmente rubia”) más de un cortocircuito. ¿A qué se debe este desacuerdo entre damas y caballeros? Los hombres han tenido históricamente más permiso para disfrutar del sexo que las mujeres y han aprendido a disociar entre lo físico y lo emocional. Nosotras, en cambio, no podemos hacer el amor a las diez de la noche con un señor al que puteamos con frenesí a las diez de la mañana. Para las féminas, todo lo que sucede en el día repercute en la cama (pero, ¡ojo!, todo lo que sucede en la cama también repercute en el día, aunque esta segunda verdad no esté tan desperdigada como la primera).
Según la sexóloga de las estrellas, la adelgazada Alessandra Rampolla, no existe una cifra ideal de encuentros sexuales semanales que sea aplicable a todas las personas. En el gran país del Norte, por ejemplo, se calcula que la frecuencia sexual de una pareja promedio es de 3,5 veces por semana, pero es sabido que estas estimaciones son sólo promedios y no cifras ideales. La cantidad de encuentros sexuales semanales varía de pareja en pareja y tiene que ver con el tipo de relación que mantienen, su estilo de vida, el nivel de libido compartido y las expectativas de ambos sobre la intimidad sexual y lo que ésta debe y puede ofrecer.
Según el Informe Durex sobre Bienestar Sexual 2012, que analiza testimonios reunidos en 26 países, los datos más confiables sobre este tema son los siguientes:

-El promedio es de 103 encuentros sexuales por año.

-Hay una mínima diferencia entre la frecuencia masculina,  de 104 rounds al año, y la femenina, de 101.

-El 5% de los adultos tiene sexo todos los días.

-Uno de cada cinco adultos lo hace entre 3 y 4 veces a la semana.

-La franja de edad con más relaciones es entre los 35 y los 44 años: reconocen mantener unos 112 encuentros sexuales al año.

Una, que es lo suficientemente joven como para tener una vida erótica ajetreada y lo suficientemente mayor como para comprender que calidad es mejor que cantidad, se da por cumplida con 2 o 3 batallas carnales por semana, pero sabe, por experiencia, que los ardores sexuales (sobre todo en las parejas que llevan muchos años de martirio) van y vienen. Hay épocas en las que los esposos, concubinos, novios y amantes son grandes hogueras de pasión y otras en que andan con los fósforos húmedos. Nada más normal que la fluctuación del deseo en una pareja entrada en años.
El sitio web Entre Mujeres hizo su propia encuesta acerca de este tema, en la que participaron más de 9000 mujeres, y los resultados han sido expuestos en una nota firmada por Vanesa López. Ante la concreta pregunta “¿Con qué frecuencia tenés sexo?”, las asiduas visitantes del mentado espacio dieron las siguientes respuestas:

-Algunas veces por semana. El 48% de las participantes optó por esta respuesta algo vaga pero que puede inscribirse en lo que yo llamaría la línea Sor Juana Inés de la Cruz (no por poner en duda la virginidad de Sor Juana, que soy hereje pero no tanto, sino por su rotunda afirmación de que el amor es como la sal, dañan su falta y su sobra).

-Los sábados “me toca”. Nada más deplorable que saber de antemano cuándo nos toca y cuándo no (bueno, sí: que no nos toque nunca). El 18% de las féminas encuestadas por Entre Mujeres confesó que, para ser bendecidas (o maldecidas) con un round erótico deben esperar al fin de semana. Algunas, porque durante la semana, tanto ellas como sus medias naranjas, tienen puestas sus energías en ir a trabajar, viajar como ganado, carajear a Macri por el puto Metrobús, etc. Otras, porque están solitas y solas y aprovechan los días no laborables para ir a un boliche y ver si enganchan algo más o menos potable, aunque sea para desfogarse el fin de semana.

-Ya ni me acuerdo. Esta es la tristísima respuesta que el 17% de las damas interrogadas acerca de la frecuencia de sus relaciones sexuales. Parece que son muchas las señoras y señoritas que, voluntariamente o no (yo creo que no, pero bue, ya se sabe que yo soy una depravada) han olvidado cómo es eso de manotear lo que se tiene cerca y encontrar algo interesante.

-Todos los días, es como dormir y comer. Esta réplica, que me dejó algo pasmada (nada, nada, NADA, es como comer), vino de boca de damas y damitas que presumen de estar muy bien atendidas.  Si bien el sexo tiene mucho que ver con nuestra salud psicofísica, nadie se murió de celibato, que yo sepa. Y si no comemos o no dormimos (o no meamos o no evacuamos),  nos morimos, capisci? Además, estas mujeres afortunadas no aclararon si,  para tener sexo 7 veces por semana, cuentan con uno o varios señores a su disposición. Porque con varios señores es más fácil.  “¿Fanáticas del placer o adictas al sexo?”, se pregunta Entre Mujeres sobre estas hembras insaciables. Ni una cosa ni la otra: fanfarronas, nomás.

-Cada tanto, cuando conozco a alguien. El 7% de las mujeres encuestadas dio esta respuesta que también suena bastante tristona.  No son tan atrevidas como las que concretan el sábado sí o sí aunque no tengan ni marido, ni concubino, ni novio, ni amanta, ni sodero, y, para degustar las mieles del sexo esperan a que aparezca alguien especial  (chicas, esperen sentadas y duerman sin frazada, como decía nuestro querido Carlitos Balá… o hagan justicia por mano propia… o, acepten de una vez por todas que los príncipes son feos y tienen madres desagradables y eternas, y que los únicos azules son los Pitufos).

Hasta aquí, mis queridas, todo lo que tenía para decir acerca del peliagudo asunto de la frecuencia con la que damas y damitas tenemos sexo. Vuelvo a repetir que no importa tanto la cantidad como la calidad y que cada pareja es un mundo. Lo que para unos es mucho para otros es poco. Y viceversa. Lo fundamental es que cada yunta amatoria encuentre su propio ritmo y  no se sienta frustrada cuando aparecen esos amantes maratónicos que juran que tienen sexo 2 o 3 veces al día. La mayor parte de las veces son mitómanos que no ven un calzoncillo o un corpiño con algo adentro desde tiempos inmemoriales y suplen su falta de sexo real inventando pelotudeces. Otra cosa sustancial es no creer que el buen sexo tiene que ver con un culito parado y una cinturita de avispa (fíjense que la chica Cosmo, que no pasa de los 25, tiene más problemas que los Pérez García). La cosa pasa por otro lado. Pasa por querer y quererse. Y dejarse de romper los kinotos con tanta obsesión con la perfección porque la perfección, caras lectoras, no existe.
Me despido de ustedes con una frase de Hunter S. Thompson, con la que pueden estar de acuerdo o no, pero que resume  de modo magistral mi modo de pensar en lo que a relaciones entre hombres y mujeres se refiere: "El sexo sin amor es tan hueco y ridículo como el amor sin sexo".

Buenas tardes.

sábado, 4 de agosto de 2012

LET’S SPEND THE NIGHT TOGETHER


LET’S SPEND THE NIGHT TOGETHER 

"Algo vino sobre mí en la presencia de los ídolos del rock, algo vil y despreciable, algo maravilloso y santo." 
Pamela Des Barres
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Cuando Pamela Des Barres –una “groupie” de las más famosas y de las más afortunadas, ya que logró casarse con Michael Des Barres, vocalista de Silverhead, que no sería Mick Jagger pero tenía lo suyo- publicó su libro "Let's Spend the Night Together: Backstage Secrets of Rock Muses and Supergroupies", las feministas norteamericanas se rasgaron las vestiduras. Era escandaloso que una mujer reconociera su rol de objeto erótico y, además, se jactara de él. Pamela, que además de famosa y afortunada, es una mujer con respuestas para todo, se encogió de hombros y disparó: “Yo era una mujer que hacía lo que quería. ¿Acaso el feminismo no se trata de eso?”
Para las mujeres como Pamela –denominadas “groupies”, palabra que hoy en día tiene un dejo despectivo pero que alguna vez, allá por los dorados ’70, sirvió para nombrar a las chicas que “acompañaban” a las bandas y se enorgullecían de eso- “hacer lo que querían” era coleccionar amantes entre las estrellas de rock. Que suena mucho más divertido que incendiar corpiños o patalear contra el avasallamiento del típico macho de clase media. Sabrán ustedes disculpar que con esta impúdica afirmación ponga en evidencia mi irrefranable alma de bataclana.
Todo aquel que pretende descifrar el mundo de las “groupies” especula con que estas chicas indecentes mostraron la hilacha a principios de la década del ’50, con el explosivo nacimiento del rock and roll. Discrepo con esta apreciación. Sabido es de sobra que grandes músicos como Mozart o Beethoven tuvieron más de un amorío con melómanas burguesas y, en muchos casos, comprometidas. Las “groupies” existen desde que el mundo es mundo o, por lo menos, desde que a alguien se le ocurrió prolongar y elevar los sonidos del lenguaje para producir ese prodigio que llamamos música.
Pero volvamos a los ’50. Dicen los que saben que fue en esa década cuando surgieron las primeras fans desquiciadas. Pero no fue hasta los ’60, con el arribo de The Beatles, que las chicas enloquecieron del todo. Cada vez que el público de los Fab Four abandonaba la sala donde se había celebrado uno de sus conciertos, había un charquito delator debajo de las butacas que ocupaban las fanáticas más ardorosas. Literalmente, las chicas se hacían pis por The Beatles.
Cuando los muchachuelos de Liverpool hacían sus pinitos en The Cavern ya tenían seguidoras dispuestas a todo. Chicas “de cuchillo en liga” atacaron más de una vez a Cynthia Powell o Maureen Cox, las novias oficiales de John y Ringo. Pero cuando The Beatles se catapultaron vertiginosamente al estrellato, la cosa tomó un cariz alarmante. Grupos de chicas comenzaron a hacer guardia día y noche en las puertas de sus casas. Los músicos se mudaron a locaciones que se mantenían en secreto. Eso no evitó que unas cuantas fanáticas se colaran en el domicilio de Paul y se llevaran algunas cositas a modo de souvenirs. Diane Ashley se metió en la casa del músico “por la ventana del baño” y, una vez adentro, abrió las puertas para que entraran las otras chicas. Semejante osadía fue inmortalizada por McCartney en su canción "She Came In Through the Bathroom Window".
Las chicas que montaban guardia frente a la casa de Paul (el beatle más cordial con las fanáticas), en los alrededores de los los estudios “Abbey Road” y en las puertas de las oficinas de “Apple” fueron bautizadas despectivamente por George Harrison como Apple Scruffs, lo que no impidió que Georgie escribiera para una de ellas una canción románticamente sospechosa. Para perpetuar la leyenda rosa que envuelve a The Beatles se dice que estas niñas sólo pretendían de los músicos un autógrafo o una palabra amable. Pero yo, la verdad, no pongo las manos en el fuego por nadie.
Hubo “guopies beatle” realmente afortunadas: Lizzie Bravo y Gayleen Pease grabaron los coros de "Across The Universe" junto al grupo.Y la australiana Jenny Kee, de ascendencia cantonesa, asegura en sus memorias (a las “groupies” les encanta escribir memorias) que fue “la primera chica asiática de John Lennon”.
Pero las fans de The Beatles resultaron niñitas de pecho cuando, en los años ’70, las “groupies” más enloquecidas alcanzaron el estrellato. Algunas, como las chicas stone Anita Pallenberg y Marianne Faithfull, además de querer divertirse, eran bellas, talentosas, marcaban tendencia en el mundo de la moda y tenían relaciones más o menos estables con los músicos (lo que no impedía, como ustedes comprenderán, los revolcones por otros lares). Anita fue, en un principio, novia de Brian Jones, de cuyo maltrato fue rescatada por Keith Richards (y todo queda en familia). Marianne era amante de Mick Jagger y de Richards, quienes, según cuenta la leyenda, compartían bombones en la vagina de la alocada  niña (y todo vuelve a quedar en familia). Faithfull , que fue la primera persona en pronunciar la palabra “fuck” en una película (I'll Never Forget What's 'Isname), declaró, para disgusto de Mick, que Keith lo aventajaba notablemente en las lides amorosas. En sus memorias, obvio.
La ya citada Pamela Des Barres se dio el lujo de hacer el amor con unos cuantos músicos, entre ellos nada más y nada menos que Jim Morrison. Y de llegar a los 60 y pico hecha una reina. Eso para los que dicen que el puterío avejenta. Pamela formó parte del grupo musical The Girls Together Outrageously (GTO), bancado por Frank Zappa, y escribió unos cuantos libros donde relata sus experiencias amatorias y foguea a otras “groupies” para que relaten las suyas, abundando en detalles pintorescos sobre poses, caprichos y tamaños. Y si hablamos de tamaños no podemos ignorar a Cynthia Plaster Caster que tenía (y aún tiene) una inquietud artística de lo más pintoresca: hacer moldes de yeso de los penes en erección de las estrellas de rock. Cuando en el año 2008 la productora pornográfica Vivid Entertainment lanzó un video porno casero presuntamente protagonizado por Jimi Hendrix, contó los ojos avizores de estas dos damas para verificar que el pene que aparecía en la película en cuestión era, efectivamente, el del célebre Jimi.
Lori Madoxx, una preciosa morocha que perdió su virginidad a los 13 años, en un ménage à trois con David y Angie Bowie, conoció a Jimmy Page a los 14 (después de haber “conocido” a otros muchos señores rockeros). Tuvieron un romance volcánico que acabó cuando Page la dejó por Bebe Buell (la bella madre de Liv Tyler que, como quien dice, no dejó títere con cabeza). Lori salía de parranda con Sable Starr, Queenie Glam, Karen Umphrey y Shray Mecham. Todas pibitas que no pasaban de los 15 años pero que darían vuelta como un guante a una pavota de 44 como yo (que sólo tuve un novio bajista a los 20 que, encima, tocaba mal). Los Led Zeppelin las preferían jovencísimas. Y no las trataban muy bien que digamos. Nada que ver David Bowie, que les pintaba las uñas. Josette Caruso, otra locuela notoria, contó que Robert Plant se dirigía a ella como si fuera la peor de las prostitutas. La chica lo aceptaba como algo natural: “Bueno, ¡seguía siendo Robert Plant! Tú sabes, no era el chico de una estación de servicio.”
Sable Starr, una rubita que se teñía el vello púbico de verde e iba a los conciertos prácticamente desnuda, era idealizada por Nancy Spungen (“groupie” que terminó apuñalada por su partenaire, Sid Vicious) y odiada por Pamela Des Barres, que la defenestró en su libro "I’m With the Band", donde puso en duda su condición de musa y la catalogó como una simple putita.
Bueno es saber que Cynthia Plaster Caster no era la única “groupie” con costumbres exóticas: Barbara “The Butter Queen” alcanzó la celebridad cubriendo con manteca los miembros amatorios de sus célebres parejas sexuales. Que fueron muchas. Hasta se dio el lujo de untar a mi adorado David Cassidy, la muy yegua. Jenny Fabian, la "groupie"psicodélica británica, estaba siempre fumada pero era honesta: cada vez que se llevaba a la cama a un músico le avisaba que en el futuro lo iba a escarchar en un libro.
Jo Jo Laine, que perdió su virginidad con Jimi Hendrix en el festival de Woodstock, no le hizo asco a nada y terminó casándose con Denny Laine, guitarrista de Wings. A Linda McCartney se le ponían los pelos de punta cada vez que la alegre Jo Jo acompañaba al grupo a una gira. Temía que la desprejuiciada muchacha pusiera sus libidinosos ojitos en Paul (temor bastante justificado, considerando que, cuando era adolescente, Jo Jo Laine estaba enamorada de McCartney, le escribía extensas cartas y juraba que se iba a casar con él).
Sweet Connie y Dee Dee Keel, ambas expertas en sexo oral, tenían algo que las diferenciaba de las otras “groupies”: su espíritu democrático. Estas lenguas entusiastas atendían a músicos y a roadies por igual. Aunque fueron sus nombres los que pasaron a la historia, muchas chicas hicieron favores a la periferia para llegar a los músicos. Alice Cooper, que es loco pero no tanto, declaró una vez: “Muchas de estas chicas son vírgenes, se comportan decentemente en su vida personal, tiene novios a los que no han dado acceso a su intimidad. Y, sin embargo, con un músico, en la cama se comportan como expertas prostitutas y son capaces de dejarse sodomizar, de participar de una orgía o de mamarles el pene a todos los integrantes de la banda. Conocí a una chica de quince años, virgen, que para llegar al camarín a saludarnos tuvo sexo con el chofer que transportaba los equipos. Tuvimos que darle una paliza inolvidable al sujeto y luego indemnizar a la chica”.
Los nombres siguen: Star Stowe (chica Playboy enredada con Gene Simmons y estrangulada cuando apenas tenía cuarenta años por uno de sus sórdidos acompañantes), Patti D'Arbanville (el gran amor de Cat Stevens), Margaret Moser (que hacía estragos entre los músicos con su lujurioso grupete The Texas Blondes), Cyrinda Foxe (con un aire a Marilyn Monroe y una hija de Steve Tyler: Mia, modelo XXL), Morgana Welch (que también tenía su grupo, las L.A. Queens), Pennie Lane (destacada miembro de The Flying Garter Girls, un conjunto de cinco "groupies" que giraba con muchas bandas de rock a principio de los ’70, e inspiración de la película Almost Famous, de Cameron Crowe), Devon Wilson ( la “Dolly Dagger” de Jimi Hendrix), Christine Boris (considerada la principal atracción de las bandas de rock en EEUU)... y más. Muchas más. Bautizadas por la historia como "supergroupies".
Algunos dicen que este jubiloso gremio de "supergroupies" no se extinguió , como podría suponerse, con los últimos estertores de los ’70 y que, además, goza de buena salud. Citan como presuntas "supergroupies" a Pamela Anderson, Carmen Electra y Kate Moss. Pero no, no, no. “Supergroupies” eran las de antes.
Se preguntarán ustedes cómo es que sé tanto de estas ilustres atorrantas. Ya les dije: tengo alma de bataclana. Y reivindico a las bailarinas de burlesque, a las rubias tetonas de los años ’50 y a las encantadoras pin ups que pintó Alberto Vargas. Y a las “groupies”, obvio.

Porque si el feminismo no se trata de hacer lo que una quiere, aunque lo que una quiera es saltar alegremente de cama en cama, ¿me quieren decir de qué corno se trata?