viernes, 21 de octubre de 2011

ANIMALITOS DE DIOS



ANIMALITOS DE DIOS

“Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer.” - Groucho Marx

Cuando el perro Terranova de Lord Byron, “Boatswain” (“Contramaestre”, ¡qué bello nombre para un perro!) murió, el poeta, desolado, escribió en su epitafio:

“Aquí reposan
los restos de una criatura
que fue bella sin vanidad
fuerte sin insolencia,
valiente sin ferocidad
y tuvo todas las virtudes del hombre
y ninguno de sus defectos.”

Quizás a algunos les parezca algo exagerado este panegírico, pero los que tuvimos la dicha de compartir un tramo de nuestras vidas con un perro, un gato o cualquier otro bicho que camine (o no) sabemos cuánta verdad encierran estas palabras.
Siempre me gustaron los animales. Tienen una nobleza de la que gran parte de los seres humanos carecen. Y una paciencia infinita.
Hubo muchos de estos seres mágicos que pasaron por mi vida. Algunos todavía están. He aquí mi “Bestiario”.

 “LA COLITA”: PERRO QUE LADRA, MUERDE

En los gloriosos años ’60 había una historieta cuyo protagonista, un simpático perrito, se llamaba “Colita”. Así que “Colita” (un nombre bastante ambiguo que podría funcionar tanto para una hembra como para un macho) se llamó la primera perrita que tuve. Era chiquita y peluda y, en general, bastante tranquila. Como perro que se precie de tal, odiaba al cartero y al sodero, por lo tanto, cuando alguno de estos pobres tipos aparecía, el escándalo era apoteósico.
“La Colita” me quería, de eso estoy segura, pero un día tuvimos un pequeño “encontronazo”. Habíamos terminado de almorzar y la perra estaba gozando de las sobras (antes no existía el alimento balanceado, los perros comían lo que comían los dueños y ninguno se moría de indigestión). Yo tenía cuatro años, y en un insólito ataque de pulcritud (nunca me desviví demasiado por la limpieza) decidí que el refrigerio de “la Colita” necesitaba algo de aseo. Y ahí fui, gateando y munida de una virulana, a fregar la comida del animalito. “La Colita” reaccionó mal: me mordió el puente de la nariz (todavía tengo una pequeña cicatriz como recordatorio del funesto evento).
“La Colita” cobró y a mí me llevaron al hospital. Todavía me duele el culo de las inyecciones que me dieron.

“EL CONEJO”: ALEX FORREST, UN POROTO

“El conejo” nunca tuvo un nombre oficial. Siempre fue “el conejo”, a secas. Supongo que nos lo habría regalado mi abuela paterna, que criaba conejos en su casa. Era blanco y bonito, y tan juguetón como un perrito faldero.
Cierto día, mi vieja tuvo uno de esos ataques de locura que le daban (dan) siempre, y decidió que “el conejo” iba a estar mejor en la olla que retozando alegremente por el césped. Le retorció el pescuezo sin ningún miramiento y preparó un guiso que, por supuesto, mis hermanos y yo nos negamos a comer.
-¡Asesina! ¡Asesina! – le gritábamos llorando.
La guacha ni se inmutó. Se morfó al conejo y fin de la historia.

 “EL GATO RABIOSO”: BUEN DÍA, LEXOTANIL

Hace algunos años (unos cuantos, para ser sincera) yo tenía la costumbre de ir recogiendo por la calle cuanto bicho abandonado hubiera. Así fue como llevé a mi casa un gato que, evidentemente, estaba enfermo. A los pocos días de llegado al hogar ya tenía la cara de un personaje felino de Edgar Allan Poe, y le tiraba zarpazos y mordidas a quien pretendiera acercarse.
“El gato rabioso”, cada vez más rabioso, se atrincheró en un galpón y de ahí no lo podíamos mover, so pena de ser atacados sin piedad. Así que mamá tuvo una idea: machacó cuatro o cinco pastillas de Lexotanil (en ese tiempo el Rivotril no se usaba), las mezcló con carne picada y se las dio al pobre gato. Y, cuando lo tuvo bien dopado, lo agarró del cogote y lo ahogó en un tanque de agua (ya estaba canchera con el asunto del conejo).
-El espíritu del gato te va a perseguir dondequiera vayas.
-Dejate de joder, Raquel.

“LA PUPI”: EDUCACIÓN SEXUAL EN DOS LADRIDOS

“La Pupi” no era mía, era de mi hermana Silvia, pero merece aparecer en esta crónica porque, gracias a ella, supe cómo era un preservativo. En esa época (principios de los ’80) no se hablaba del SIDA, no había campañas “Póntelo, pónselo” y a nadie, por más en pedo que estuviera, se le habría ocurrido ponerle un forro gigante al Obelisco.
El papá de mi hermana tenía un kiosquito, al que nosotras atendíamos de puro aburrimiento. Despachábamos alfajores y cigarrillos, pero la venta de preservativos nos estaba absolutamente vedada; ni siquiera sabíamos donde los tenían escondidos (de todas formas, por aquel entonces, a nadie se le hubiera ocurrido pedirle preservativos a dos pendejitas).
Nosotras no habíamos visto nunca un profiláctico y, como dije, no sabíamos dónde estaban ocultos. Pero, cierta vez que salimos de paseo, “La Pupi” los encontró. Hizo un despelote de forros de toda clase y color digno de una orgía.
Silvia y yo llegamos y, movidas por una sana curiosidad, empezamos a hurgar entre el estropicio de condones.
-¡Mirá! ¡Hay de distintos colores!
-Éste tiene como “pinchecitos”.
-Y éste tiene unos flequitos en la punta, ¿para qué carajo serán?
-¡Qué se yo!
“La Pupi” fue convenientemente castigada, pero nosotras supimos, ¡por fin! lo que era un preservativo.

“LA CAROLINA”: ¿QUÉ TE PASA, CAROLINA? ¿ESTÁS NERVIOSA?

Como ya comenté, yo solía salir por ahí a recoger a cuanto animalejo pareciera necesitar de mi auxilio.  Cierta vez encontré tres preciosas cachorritas y las llevé a mi casa.
-Acá ya tenemos perro.
-Ya sé, ma. Las voy a regalar.
A una de las tres perritas la ubiqué enseguida. Otra murió, porque estaba muy lastimada. Y a la tercera me la quedé y le puse el glamoroso nombre “Carolina”. “La Carolina” para los amigos.
“La Carolina” era chiquitita e histérica. Le tenía fobia al secador de pelo y, si uno fingía que le ataba el hocico con un hilo invisible, lloraba como una condenada. Lloraba, también si, a cierta distancia, la señalabas con un dedo. Era absolutamente malcriada: dormía en la cama, comía como una reina y se desplazaba por la casa como dueña y señora. Todo marchó bien hasta que nacieron mis hermanitos menores, los mellizos. “La Carolina” se sintió desplazada y empezó a mirar a los bebés con ojeriza. Hasta que, inevitablemente, mordió a uno (hay que decir, a favor de la perra, que el pibe la seguía gateando y ella se sintió acorralada entre el bebé y una puerta cerrada).
-¡La mato, a esa perra de mierda!- gritó mi vieja.
Pero no la mató. La llevó a un Instituto Antirrábico que era algo así como un campo de concentración canino. Y mi perrita se enfermó y se murió sola.
Fue el animal que más amé. Todas las perras que tuve después también se llamaron “Carolina”, pero ninguna pudo ocupar el lugar de mi chiquita histérica.

 “JOHN LENNON”: EL GATO SOÑADO

A mi familia no le gustan los gatos. Sostienen que los perros son mucho más dignos de convertirse en la mascota de la casa, que son más fieles y cariñosos y que, además (algunos) obedecen a sus amos. Teófilo Gautier fue quien dijo, acertadamente:"Es una labor muy difícil ganar el afecto de un gato; será tu amigo si siente que eres digno de su amistad, pero no tu esclavo." Quizás por eso amo a los gatos, porque nos están poniendo a prueba todo el tiempo para ver si estamos a la altura de las circunstancias.
Me costó mucho tener “mi” gato. Tuve que insistir considerablemente en mi casa para que me permitieran tener una mascota que no fuera un perrito juguetón. Pero, como soy muy perseverante, lo conseguí. Y adopté a un gatito amarillo, precioso, al que bauticé con el poco ortodoxo nombre de “John Lennon” (John Lennon –el músico- amaba a los gatos; se había criado en una casa donde tenían unos cuantos y siempre fueron su mascota ideal).
“John Lennon” era el gato soñado. Bello, inteligente, cariñoso, cuando yo salía con alguien me esperaba sentadito en la puerta de mi casa y entraba siempre detrás de mí. Amé a ese animalito y sé que él también me amó. A su manera de gato, claro.

 “LENNON” Y “McCARTNEY”: NADA QUE ENVIDIARLE A SEBASTIÁN

Cierta vez, mi hermano apareció con dos cangrejos hermosos y nos los obsequió. Mi hijo y yo estábamos contentos como perro con dos colas (para seguir con el tenor de esta crónica), y bautizamos a los bonitos artrópodos “Lennon” y “McCartney”.
Los cangrejos son criaturas sorprendentes. Tienen unos ojos que parecen verlo todo y, cuando comen, se llevan el alimento a la boca con las pinzas y las manejan como si fueran manitos. Me encantaba mirarlos.
Pero los cangrejos duraron poco, vaya uno a saber por qué. Una mañana desperté a mi hijo y le dije, compungida: “Murió Lennon.” Una noticia que, de ser lanzada en otro contexto, tenía veinte años de atraso.
Al otro día murió McCartney. Fin de la banda.

“LAS TORTUGAS”: BIENVENIDO, BIENVENIDO AMOR

Cuando yo iba al Profesorado, una compañera tucumana que fue de visita a sus pagos, me trajo como regalo un tortugo. Yo ya tenía una tortuga hembra, y dado lo inexpresivos que suelen ser estos animalitos, no me hice demasiado problema por sí congeniarían o no. El asunto es que congeniaron demasiado. En cuanto el macho vio a la hembra se le montó lujuriosamente y empezó a hacer torpes movimientos eróticos de tortugo. Yo, que siempre pensé que estos bichos eran absolutamente silenciosos, me llevé la sorpresa de mi vida: el tortugo gemía como el actor de una porno.
Así estuvieron, amándose un largo rato, hasta que mi marido llegó del trabajo y me dijo, no bien entró a casa:
-¡Abro la puerta y me encuentro dos tortugas culeando en el patio!
-Dejalas, pobrecitas.
El tortugo es un amante insistente. Durante la primavera le da a la matraca todos los días, con el consiguiente escándalo. Así que en mi casa no  nos hace falta ver florcitas ni escuchar pajaritos para saber que llegó “la estación del amor”: las tortugas nos avisan.

“EL BEBO”: HABÍA UN SAPO, SAPO, SAPO, QUE NADABA EN EL RÍO…

“El Bebo” era un sapo. Un sapito. Lo encontramos con mi hijo un día en el que fuimos a pescar y, por supuesto, lo trajimos para casa.
-No pueden tener un sapo de mascota.
-¿Por qué no podemos?
-Porque no.
Al final, mi marido aflojó y le hizo al “Bebo” una casita con paredes de vidrio y piso de madera (donde le armamos un pequeño bosquecito y hasta pergeñamos una laguna artificial) y ahí fue a parar nuestra insólita mascota. Cazábamos moscas y bichitos de toda laya para que “el Bebo” comiera, y él esperaba quietito y atento, parapetado en el lugar por donde introducíamos el alimento en la casita.
Jugábamos mucho con “el Bebo”. Lo sacábamos de su caja de vidrio y lo acariciábamos. Y él se dejaba, y hasta buscaba esas caricias como si fuera un cachorrito (confirmando mi teoría de que cualquier animal reacciona positivamente al amor que uno puede darle).
Pero mi hijo y yo nos enviciamos. Empezamos a llenar la casa de “el Bebo” con ranitas de todo tipo. Hasta que se nos ocurrió meter una rana criolla. Y ese fue el principio del fin.
La mentada rana era muy agresiva y mordía a las otras (claro, era la única que tenía dientes). Así que decidimos soltar a todos los animalejos en el jardín, para que vivieran su vida como Dios manda. Todavía hay algunos de estos bichos dando vueltas por ahí.

“TÉ CON LECHE”: ESTOY HECHO UN DEMONIO

“Té con Leche” era un hámster hiperkinético. Cuando lo fuimos a comprar, estaba en una jaula con otros hámsters que dormían plácidamente. Él, en cambio, daba vueltas y vueltas y no se quedaba quieto un segundo. A mí me gustó porque era el más “despabilado”. Pero era demasiado despabilado.
Nunca estaba inactivo. No dormía, ni de noche ni de día.
-Ma, el hámster no me deja dormir.
-Bueno, sacale la ruedita.
Otra vez:
-Ma, el hámster no me deja dormir.
-Bueno, sacale el entrepiso de la jaulita y la escalerita.
Y otra vez:
-Ma, el hámster no me deja dormir.
-Bueno, sacale los tarritos para el agua y la comida.
Al final, el bicho quedó en una jaula vacía. Pero igual se las ingeniaba para rebotar contra los barrotes y seguir haciendo quilombo.
Un día, cuando yo volvía de Gaiman, donde había ido a participar de la Feria del Libro local, llamo a mi hijo desde Aeroparque.
-Ma, se murió el hámster.
-¿Cómo que se murió?
-Se murió.
Después supe que el bicho se había quedado seco de golpe. Mi hermano Leandro le aplicó los primeros auxilios y hasta le hizo masaje cardíaco con un magiclick. Pero no se pudo hacer nada. Mi teoría es que a “Té con leche” le falló el corazón. Tanto zarandeo tuvo sus nefastas consecuencias.

“LA DELFINA”: LA SUCEDÁNEA DE FLIPPER

“La Delfina” es un bagrecito (que puede ser macho o hembra, pero yo decidí que era hembra, así como decidí que “el Bebo” era macho) que vive en una pecera donde nosotros, cada vez que pasábamos, dejábamos caer una bolita de vidrio, de esas que los pibes usan para jugar.
Un día empezó a empujar las bolitas, cual si fuera un delfín jugando con una pelota (de ahí el nombre “Delfina”)
-¿Viste cómo juega el bagrecito? –le comenté a mi marido.
-Raquel, los peces no juegan.
-Esta juega.
-Los peces no pueden jugar. Son animales muy poco desarrollados. Tienen un cerebro así chiquitito.
- Juega.
-No juega.
-Juega.
-No juega.
-Juega.
-Está bien, rompe pelotas, juega.

 “REINA”: NADA DE DAMA

“Reina” es mi perra. No sé por qué a ésta le suprimimos el “la”. Lleva ese nombre en honor a la perrita de “La Dama y el Vagabundo”. En realidad, y a la vista de los acontecimientos, se tendría que haber llamado “Golfa”.
Cuando llegó a casa yo pensé: “Ahora somos una familia”. Por supuesto, ya éramos una familia (papá, mamá, nene), pero, no sé, el perro es como la frutillita de la torta.
“Reina” es desobediente, no sabe hacer absolutamente nada (ni si quiera dar la pata) y no da besos (lengüetazos, bah). Un día entró por la ventana y se comió una torta que yo había dejado arriba de la mesa. Porque lo único que le interesa es comer y dormir.
Uno no tiene idea de sus estados de ánimo, porque es inexpresiva como una ameba.
Pero es mi perra

Hubo más. Claro que hubo más. Tuve más perros, un pato, un jerbo, una docena de peces de colores, un geko, un axolote, unos cuantos loritos y unas cuantas ranitas mono también. Siempre estuve rodeada de animales. Por eso sé de lo que hablaba Byron cuando escribió el epitafio de “Boatswain”.
“Desde que el hombre existe ha habido música. Pero también los animales, los átomos y las estrellas hacen música”, dijo Karlheinz Stockhause, un compositor alemán que sabía de lo que hablaba cuando hablaba de arte.

Nada más dulce que la música de estos seres extraordinarios, que aparecen en nuestro camino para hacernos la vida más fácil.

jueves, 6 de octubre de 2011

LAS BRUJAS NO EXISTEN, PERO QUE LAS HAY, LAS HAY


LAS BRUJAS NO EXISTEN, PERO QUE LAS HAY, LAS HAY

“Realmente, el mundo está poblado de brujas; unas más benignas, otras más implacables; pero el reino no solo de la fantasía, sino el de la realidad evidente pertenece a las brujas.” 
Reinaldo Arenas

La mujer que asegura que nunca visitó a una bruja, vidente o tarotista, miente descaradamente. Ante una situación desesperada, las féminas echamos mano a cualquier cosa, y entre esas cosas se encuentran, cómo no, estas arribistas con diploma trucho que te juran y perjuran que lo que te pasa es cuestión de envidia, malas vibraciones o “trabajos” pérfidos realizados por otras mujeres, con bruja de cabecera y menos escrúpulos que nosotras, que no matamos ni a una mosca.
Yo, por supuesto, he incursionado en las lides mágicas. Pero tengo mis límites: no hago daños, sólo me defiendo, y ni drogada atento contra la vida de ningún ser vivo, que andar degollando gallinas no es lo mío.
Todas las brujas, sin excepción, te dicen que “él te ama”, como si fueran una versión femenina y tercermundista de “Los Beatles”. Y todas cobran en efectivo, no vaya a ser que les reboten algún cheque.
He aquí una pequeña reseña de mis escarceos con el  fantástico mundo de los hechizos y los contrahechizos.

LA GITANA CALLEJERA: MAL FIN TENGA TU CUERPO, PERMITA DIOS QUE TE VEAS EN LAS MANOS DEL VERDUGO Y ARRASTRADO COMO LAS CULEBRAS…

Esta fue la que me despuntó el vicio. Caminaba yo muy tranquilamente por la plaza de Luján, después de haber visitado la Basílica, cuando se me acerca una mujer vestida de manera bastante extravagante, con faldas y sobrefaldas de colores vivos, y me ofrece, con un acento bastante pintoresco, leerme las líneas de la mano. Como siempre fui una mujer curiosa, accedí encantada. Previo pago de la suma acordada (que nada es gratis en esta vida), la gitana procedió a la lectura: “Tendrás muchas lágrimas y muchos amores, viajarás por el mundo y vivirás muchos años”. ¿Nada más? ¿Tantas líneas al pedo tengo en la mano?
Aunque me acusen de xenofóbica o racista, vale señalar que, cuando la gitana desapareció entre el gentío que llenaba la plaza, me di cuenta de que me faltaba el anillo de oro que mi novio me había regalado.
La curiosidad mató al gato.

LA TAROTISTA DE LA ESQUINA: A VOS TE COBRO MENOS PORQUE SOS VECINA

No contenta con los escuetos pronósticos de la gitana, me decidí a ir de la bruja que vive en la esquina de mi casa, para que me tirara las cartas. Tarotista y peluquera, el “consultorio” era un quilombo de tijeras, ruleros (en esa época todavía se usaban) y  estampitas variopintas de santos oficiales y pseudo santos sospechosos.
La vecina me tiró el Tarot Egipcio y me dijo que iba a tener una vida larga y feliz, y una situación económica esplendorosa. Volví a mi casa contenta como perro con dos colas y me decidí esperar a que la fortuna llamara a mi puerta.
Todavía sigo esperando.

LA QUE TE HACE VOMITAR HASTA EL PRIMER BIBERÓN: ENTRE LA ERA DE ACUARIO,  LAS FLORES DE BACH Y EL TAROT DE MARSELLA

La siguiente bruja de la lista era una gordita simpaticona con aires de “new age”. Yo estaba en una relación que se había complicado mucho y me agarraba de los pelos con mi novio día por medio. Necesitaba una solución urgente para atemperar tanta riña.
Lo primero que hizo esta hechicera de la Era de Acuario fue indicarme que tomara unas Flores de Bach (que me vendió ella, obvio). Después, procedió a  tirarme las cartas. Usó un precioso Tarot de Marsella y frunció el ceño más de una vez, mientras yo me preguntaba, con terror, cuáles serían las catástrofes que los arcanos estaban augurando.
-La soledad está muy marcada en tu vida –dijo la gordi con cara compungida (vale acotar que tengo varios hermanos, una madre sobreprotectora, un tío soltero que vive en mi casa, marido, hijo, perro, pececito y dos tortugas, así que únicamente estoy sola cuando me baño) – Además, a vos te hicieron un “daño”, por eso te peleás tanto con tu novio.
-¿Un “daño”? –balbuceé con el corazón estrujado y las manos temblorosas.
-Sí, te lo hizo tu suegra (la verdad es que mi suegra de aquel entonces no era una santa, pero tampoco era Lucrecia Borgia).
La gordita siguió con su perorata:
-¿Vos comiste empanadas en la casa de tu suegra? Porque el “daño” estaba en una empanada.
Yo me devanaba los sesos pensando cuándo había sido la última vez que mi suegra me había dado una empanada, y la gordita siguió:
-Vos tenés un “bicho” adentro.
-¿Un “bicho”?- pregunté yo, que ya me sentía como Sigourney Weaver en “Alien”.
-Sí, pero yo te lo voy a sacar. Te voy a dar algo para que tomes y lo vomites.
En síntesis, me hizo tomar cinco litros de té frío y vomité hasta decir basta. Eso sí, del “bicho” ni noticias.
Mejor me vuelvo a la Era de Piscis.

LA VIEJA MISTERIOSA: SAN MARCOS DE LEÓN, TÚ QUE DESARMASTE A LA FIERA MÁS GRANDE DEL MUNDO…

A esta altura, y después de una agarrada de pelos un poco más fuerte que las otras, mi novio había decidido que no iba más. Así que, cabeza dura como soy, decidí visitar a otra bruja.  Esta era una vieja misteriosa que atendía en el comedor de su casa, que siempre tenía las persianas cerradas y una humedad que reíte de Mar del Plata.
La vieja me tiró las cartas españolas, y me dijo a grandes rasgos, lo mismo que la “new age”, que me habían hecho un “daño”. Pero esta vez, la autora de tal perjuicio no había sido mi suegra, que quedó libre de toda culpa y cargo, sino una ex-novia despechada.
-Prendele estas velas (que te cobro, obviamente) a San Jorge y, todas las noches, antes de acostarte, rezale 20 veces esta oración a San Marcos de León (la mina tenía su veta católica).
Y ahí fui yo, a prender velitas y a repetir como una letanía: “San Marcos de León, tú que desarmaste a la fiera más grande del mundo, desármale el corazón a Fulanito, para que venga, que venga, que nada lo detenga, que corra, que corra, que nadie lo socorra…”
De más está decir que el tipo no vino, ni corriendo ni trotando. Se ve que lo socorrieron por el camino.

LA DULCE ANCIANITA RESENTIDA: TODOS LOS HOMBRES SON UNA MIERDA

Mi siguiente incursión con las artes mágicas tuvo su costado científico. Un día me desperté con culebrilla. Para los que desconocen el tema, la culebrilla es una enfermedad que provoca una erupción en la piel siguiendo una línea. Se cree que cuando la línea (culebra) une sus dos puntas (la cabeza se junta con la cola) tiene consecuencias fatales para el portador.
Una vecina me recomendó a una “curandera” que me embadurnó con tinta china la zona afectada, porque frotármela con un sapo, ni en pedo.
Tuve que ir siete días seguidos a la casa de la “curandera”, lo que me permitió ser testigo de un puñado de delicias de la vida conyugal. La vieja tenía un marido por lo menos veinte años menor que ella, que no laburaba, y al que se pasaba todo el día puteando a los gritos.
-¿Sabés qué pasa, nena? ¡Todos los hombres son una mierda!
Si vuelvo a tener mal de amores, pensé yo, mejor rumbeo para otro lado.

LA ANTEOJUDA DESPISTADA: EL POZO Y EL PÉNDULO

“Las cartas no me están dando resultado”, pensé. “¿Y si pruebo con otra cosa?” Recomendada, como siempre, por otra mujer desesperada, fui a ver a una bruja que te adivinaba el futuro por medio del péndulo. Esta era una anteojuda que no sabía muy bien dónde estaba parada y  se olvidaba mi nombre cada cinco minutos.
-No soy Mabel, ni Grisel, ni Adabel. Soy RAQUEL.
La radiestesista desorientada sostuvo el hilo del famoso péndulo con los dedos índice y pulgar y lo suspendió sobre la palma de mi mano Con cara de concentración me dijo lo que ya me venían diciendo las otras: “A vos te hicieron un daño”.
Otro daño y van…
Agradecí (en efectivo, claro) los servicios de la dama pendular y decidí, en un rapto de lucidez que aún hoy me sorprende, que esta vez no iba a prender velitas, ni a rezar oraciones sacrílegas, ni a tomar té frío hasta reventar.
Vos guardate el péndulo, que yo salgo del pozo sola.

LA VIEJA CABEZA DE FÓSFORO: LLAMARADA MOE

Pero no pude salir sola. Como una adicta sin control, volví a caer en las garras de otra adivinadora. Esta era una vieja con el pelo teñido de un rojo rabioso y que, a diferencia de sus colegas, te atendía parada. En las paredes del consultorio había un enorme cuadro de un Cristo despistado que no sabía muy bien qué estaba haciendo en ese antro de herejes. Por entonces yo salía con un hombre legalmente casado (con otra) y quería saber cómo iba a terminar el asunto. La cabeza de fósforo me pidió una foto del susodicho y después de manosearla como si se tratara de una bola de plastilina, me dijo que el tipo me quería, pero que por el momento no iba a dejar a la mujer porque ésta, enterada del amantazgo, me había hecho un “daño”.
-El mes que viene viajo a Brasil –dijo la bruja- Si vos querés (y pagás) yo te puedo hacer un “trabajo” allá, para que sea más potente, así contrarrestamos el “trabajo” que te hizo ella.
-¿Y cuánto me va a salir?
-¡Nena, eso es un detalle menor, la felicidad no tiene precio!
La felicidad no tiene precio pero es bastante cara. La vieja viajó a Brasil y, si te he visto no me acuerdo.
Ojalá que se intoxique con caipirinha.

EL PAI QUE SE PASÓ DE VIVO: EL MANOSANTA ESTÁ CARGADO

Viendo que el sexo femenino no pegaba una y, siguiendo los consejos de una amiga que estaba más loca que yo, rumbeé para el “consultorio” de un “pai”, que, según la promotora del encuentro, “te adivinaba todo”.
Este “consultorio” era bastante sobrio, cosa que me llamó la atención, porque pensaba encontrarme con figuras de Iemanjá, la Pomba Gira y un desubicado San Jorge por los cuatro costados.
-A vos te hicieron un “trabajo”, me dijo el tipo en cuanto me vio- Estás cargada de energías negativas. Pero yo te voy a ayudar.
Enseguida comenzó una tarea de “descarga” que consistía en pasarme las manos por todo el cuerpo y murmurar palabras ininteligibles pero, de todos modos, inquietantes.
Hasta yo, que soy una chitrula, me di cuenta de que la ceremonia había tomado el rumbo de los tomates (“¿Éste tipo me está “descargando” o me está tocando el culo?”).
Huí despavorida del “consultorio”, jurando no volver a permitir que ningún loco me pusiera la mano encima.
El manosanta estaba cargadísimo.

SANTA GILDA: “Y ENTRE UN TE QUIERO Y TE QUIERO VAMOS REMONTANDO AL CIELO….”

“Nunca más me “atiendo” con un hombre”, me dije. Así que busqué otra bruja y la encontré. El “consultorio” de la susodicha no tenía ningún Cristo, pero sí una foto enorme de Gilda, rodeada de flores  y velas de colores (siempre sostuve que si Lennon hubiera muerto en Argentina, tendríamos un santo de anteojitos redondos y guitarra al hombro).
Nueva tirada de cartas. Otra vez con el Tarot Egipcio.
-Este hombre te quiere, pero hay que darle un empujoncito para que se quede con vos, porque está indeciso.
Y bueno, dale, lo empujamos.
El empujón salió unos buenos mangos. Y el empujado ni se enteró.
No me arrepiento de este amor.

LA MINA DE LOS GATOS: ¿ESTO ES UN “CONSULTORIO” O EL JARDÍN BOTÁNICO?

Pasaron algunos años y lo mío había dejado de ser mala suerte en el amor para convertirse en un meadero de dinosaurios. Otro hombre, otro final anunciado, y la necesidad imperiosa de echar mano a cualquier recurso para sentirme mejor.
Fui a comprar puchos al kiosquito de la esquina y me encontré con un rudimentario cartelito que anunciaba: “Tarot – Videncia”, y tenía, además, un número telefónico.
Como no había escarmentado con mi frustrado  periplo mágico, llamé y concerté una cita con la tarotista.
Esta bruja también atendía en el comedor de la casa, que estaba repleto de gatos. Gatos sobre las sillas, sobre las mesas, sobre la heladera y sobre el alfeizar de la ventana.
La mina me tiró las cartas, mientras un gato irrespetuoso, pisoteaba sin ningún miramiento a La Sacerdotisa y al Carro de la Fortuna (que me salió patas para arriba, obviamente).
-Quedate tranquila, nena, que este hombre te quiere y te va a llamar –me dijo la bruja acariciando a una gata con cara de pocos amigos –eso sí, tenés que prender unas velitas blancas con forma de paloma que te voy a dar (a vender, bah).
A pesar de las palomitas blancas, el tipo no llamó más.
Y voló, voló…

LA BRUJA DE BELGRANO: ¡DEVOLVEME EL “SUMMER BY KENZO”!

Paseaba yo por la Avenida Cabildo y un flaquito con cara de aburrido me acercó un volante. “Tarotista – Vidente natural”, y otro número de teléfono. Y ahí voy yo, que si abren el pan me meto sola, a ser el jamón del sándwich.
Coqueto departamento y bruja descalza y con muchas pulseras y collares. La consabida tirada de cartas y el consabido pronóstico:
-A vos te hicieron un “trabajo”. Hay que limpiarte. Porque este hombre te quiere, pero no vuelve por el “trabajo”.
Será cuestión de aseo, entonces.
-Bueno, límpieme. ¿Cuánto me sale?
-Te sale tanto y tanto, pero los “materiales” se cobran aparte.
La mina me limpió, pero del tipo, ni noticias. La volví loca por teléfono: “No me llama, no me llama, no me llama” y caí por el “consultorio” un par de veces con la misma cantinela.
-No te llama porque reforzaron el “trabajo”. Tenemos que hacer esto, y esto, y esto.
De más está decir que “esto, y esto, y esto” no era gratis.
-Mirá, vos me tenés que traer un perfume para que yo te lo “prepare”. Te lo ponés todos los días después de bañarte y es una fija que este hombre vuelve. Eso sí, el perfume tiene que ser bueno, porque los otros tienen mucho alcohol, tiene que ser importado.
Con todo el dolor del ama, eché mano a medio frasco de “Summer by Kenzo” que me había quedado como fragante recuerdo del 1 a 1. Se lo llevé a la bruja, ella lo “preparó” y me devolvió un frasquito de plástico con un líquido sospechoso que no olía a “Summer by Kenzo”, sino a colonia “Polyana” del año del pedo.
El mejunje tampoco dio resultado. El tipo seguía sin llamar.
Volví al “consultorio” con mis reclamos y la bruja, muy suelta de cuerpo, me dijo que otra vez habían reforzado el “trabajo” y que lo que había que hacer era encender un velón rosado que salía $50 y era infalible.
A esta altura, el tipo que había motivado la consulta, había dejado de interesarme, y lo único que quería era meterle a la tipa el velón en el culo.
La próxima vez, llevo un perfume de Avon.

Aunque, la verdad, no creo que haya próxima vez. Me curé de espanto. Ahora ni siquiera leo el horóscopo del diario.
Así que ya saben, chicas, antes de invertir un centavo en una “bruja”, cómprense pilchas, que es mucho más reconfortante.

O hagan un tour por Hogwarts.