miércoles, 30 de mayo de 2012

101 TRUCOS ULTRA ARDIENTES


101 TRUCOS ULTRA ARDIENTES

“El sexo es la broma más grande que Dios ha hecho a los seres humanos.” 
Bette Davis

Hay algo que se conoce como “atracción del vacío”. O “por el vacío”, no sé. Es esa urgencia por dejarnos caer cuando nos asomamos a un precipicio. Por eso yo a muchos precipicios no me asomo. Por las dudas. Pero cada tanto me asomo a los kioscos de revistas. Y no puedo resistirme a caer de cabeza en la “Cosmopolitan”. Un asco.
La “Cosmo” es una revista que trae de todo. De todo, de todo. No, recetas de cocina no. De todo pero erótico. Ya dije muchas veces que la “Cosmopolitan” es la revista de las calenturientas. Yo la compro cada tanto por razones científicas. Calenturienta no soy, en serio.
Ustedes saben, gratos lectores, como me gusta desmenuzar y analizar los consejos que las revistas femeninas ofrecen a las mujeres para que sean más lindas, más flacas, más buenas y más hot. A la “Cosmo” único que le interesa es que una sea más hot. Mucho más hot. Que ande incinerándose por ahí sin el menor atisbo de vergüenza.
Esta vez, los Consejeros Cosmo nos traen “101 trucos ultra ardientes” para mantener la adrenalina entre las sábanas. Porque, no sé si sabrán, el placer se nutre de la novedad. Y hay que ser muy novedosa para que el señor que nos acompaña no anteponga un partido entre Sacachispa y Argentino de Merlo a nuestros reclamos lúbricos.
Estos consejos imprescindibles para vivir la vida bien, pero bien loca, están agrupados en cinco apartados: “Jugando con fuego”, “Burbujas de placer”, “Movidas de lunes a viernes”, “Fantasías y algo más” y “Trucos para delirar”.
Aviso a los lectores impresionables que este artículo puede dañar sus sensibilidades. A los pacatos, que mis elucubraciones de hoy pueden resultarles demasiado atrevidas. A mi mamá, que yo estas cosas las escribo pero no las hago.
Hecha las aclaraciones pertinentes, procedo a pasarles estos consejitos que harán que las temperaturas de las muchedumbres suban y suban como la espumita. Como no quiero atosigarlos, les tiro los primeros veinte, nomás. Y otro día la seguimos.

JUGANDO CON FUEGO

1-¡Manos arriba! Para darse placer uno al otro vale todo, menos usar los deditos. Resulta que para ser novedosa hay que hacer algo así como esa odiosa pavada de “a vos no te toco, toco el aire”. Porque para que un señor entre en ebullición no hay nada mejor que restregarse contra su humanidad como un gato ardoroso, pero sin ponerle los dedos encima. No sé, para mí un buen manotazo vale más que cien amagues. Será porque yo me relaciono con señores arcaicos, de esos que gustan ser toqueteados.

2-Conviértanse en unos vampiros sexy: recreen las escenas más hot de la peli Eclipse o de la serie True Blood. Esto de recrear las escenas de las películas de vampiros suena bastante prometedor. Pero no crean que va a ser tan fácil que los señores conservadores se calcen los colmillitos de cotillón y entren a repartir mordiscos. Los hombres, salvo que sean pajarones o afeminados, odian estas cosas. Lo más seguro es que si les acercamos esta sanguinolenta propuesta nos saquen cagando.

3-Escriban una lista de las seis poses y movidas que desean disfrutar esa noche y asígnenle un número a cada una. Lleven un dado a la cama y dejen que el azar decida en qué orden van a cumplirlas. Pervertida como soy, he especulado con llevar de todo a la cama. Menos un dado, una perinola o un Ludomatic. Mucho menos para este bochornoso asunto del azar erótico. ¿Y si tiramos y tiramos el dado y siempre nos sale el número 2 y nosotras tenemos ganas de hacer el 3 o el 4? Además, detener el trámite lujurioso para tirar el dado como que me corta el clima.

4-Organizá una búsqueda del tesoro erótica. Escondé tus sex toys, a medida que él vaya encontrándolos, prueben sus virtudes. Esta búsqueda del tesoro me parece una reverenda payasada, sepan disculparme estas gentes avivadoras de pasiones. Además, como yo soy vetusta y primitiva, gusto de los sex toys que vengan adosados a un masculino más o menos agraciado. Y sería bastante difícil esconder un señor en el ropero y otros dos en la piscina.

5- Vendale los ojos y pedile que agarre una prenda del cajón de tu ropa interior. Previamente, inventá un código de colores: el rojo sexo oral a él; el negro, sexo oral a vos; y el blanco, tu postura favorita. Yo no puedo creer que alguien piense seriamente que estas huevadas pueden impulsar las hogueras venidas a menos. Conmigo estas cosas no van. Porque yo soy tan mezquina que llenaría el cajón de bombachas negras. Y es feo hacer eso. Muy feo.

6-Esto es igual que elegir tu destino de vacaciones con un globo terráqueo: asociá una movida sexual con un determinado país (las de Francia y Turquía son las más obvia, ¿no?), y… ¡a girar! Heme aquí patitiesa, cuarentona e ignorante. ¿Cuál es la postura obvia de Francia? La de Turquía me la imagino, porque es de público conocimiento que los turcos son unos disolutos. Pero la de Francia, no sé. Además, llevar un globo terráqueo al lecho es tan desusado como llevar un dado.

7-Escriban en papelitos los prototipos de parejas hot (la colegiala y el profesor, la deportista y su entrenador, etc.). Sorteen cuál van a personificar esa noche. ¿Pero esto qué es, un telo o un casino? En cualquier momento estos instigadores de calores nos proponen un ménage à trois que incluya a la quinielera de la esquina. Yo no sé si tanto sorteo no termina siendo perjudicial a la hora de los bifes. Me parece que el acto es una cosa más seria. Esta kermesse de los sábados le quita gravedad al asunto. Además, la obviedad de las parejas hot propuestas me parece desafortunada. Ya que el quid de la cuestión es ser novedosa, ¿por qué no abrimos nuestras mentes y concebimos nuevas parejas para nuestros escarceos mórbidos? Anteojito y Antifaz, los hermanos Pimpinela, Abbott y Costello

8-Una variante del juego de rol: elijan quién quieren que sea el otro y vístanse de acuerdo con ese deseo. ¿Algunas ideas? Traje de conejita, musculosa de obrero, delantal de mucama y jeans de rock star. Yo me imagino a mi marido disfrazado de Axl Rose y la líbido se me va a los suelos. Imagino que si él me imaginara vestida de Bugs Bunny le pasaría otro tanto. Estos disfraces son tan obvios como las parejas hot que proponen los Consejeros. El delantal de mucama que se lo metan en el culo. Yo no uso delantal ni en serio ni en joda. A ver si todavía me mandan a limpiar.

9-Usá una peluca. Tu chico va a flashear cuando le abra la puerta a una despampanante pelirroja… ¡en ropa interior! Cómo llegaste a la casa de tu chico en ropa interior sin que te ningún degenerado se te tirara encima, no sé. Pero llegaste. Y con peluca. Este recurso me parece lamentable. ¿Por qué una tiene que ponerse peluca para complacer al masculino? ¿Acaso él se pondría una peluca para nosotras? No, no, seguro que no. Pensándolo bien, mejor.

10-Jueguen al tarot erótico. Si sale primero una figura masculina, tenés que cumplir su sueño. Si es femenina, él tiene que realizar el tuyo. La verdad, ¿hay hombres que se presten a estas cosas? ¿Sí? ¿Dónde están? En mi casa, no. Seguro.

11-Ponete un poco de gel lubricante íntimo con efecto calor en el interior de tu vagina. Pero no le digas nada: dejá que él se sorprenda con el efecto. Yo no creo en los lubricantes íntimos del mismo modo que no creo en la Teoría de la Evolución de Darwin, ¿estamos?

12-Presentale a tu mejor amigo: mantené tu sex toy en su potencia mínima, colocalo en la base del pene y subí lentamente hasta el frenillo. La verdad que este asunto de los sex toys me parece lastimoso. O sea, no estoy en contra del uso de vibradores y afines. Pero juzgo patético y peligroso que se conviertan en tus mejores amigos. Estos artilugios modernos están ocupando el lugar que otrora ocupaban los amantes. ¡Yo brego por la vuelta de los amantes! Qué se yo, es lindo que alguien te diga una boludez de vez en cuando. Los amantes dicen lindas boludeces. Los adminículos a pilas, no.

13-Masajealo con una brocha de maquillaje desde los pies hasta los genitales. Vuelvo a preguntar, ¿hay hombres que se presten a estas cosas? ¿Me perdí de algo?

14-Mediante el “piedra, papel o tijera”, determinen quién de los dos será el esclavo sexual del otro esa noche. Mirá vos; yo pensé que el “piedra, papel o tijera” no se usaba más. Pero parece que se usa. Con respecto al asunto de la esclavitud sexual debo reconocer que un poquito de curiosidad me causa. Un poquito, nomás.

15-Torturalo: atale las manos con una pashmina y tocate frente a él. Yo digo que hay formas mucho, pero mucho más perversas y sutiles para torturar a un hombre. Si no me creen, pregúntenle a mi marido.

16-Durante toda la noche sólo pueden besarse. Seguro que al otro día no van a poder quitarse las manos de encima. Yo de noche duermo. A mí que no me jodan.

17-Agasajalo con un desfile de ropa interior y tacos. No puede tocar a la modelo hasta que el show haya terminado. En mi larga e improductiva vida he caído en el ridículo cientos de veces. Multitudes desalmadas se me han reído en las narices. He muerto de vergüenza, resucitado y vuelto a morir. Pero un desfile en ropa interior y tacos, no. Bajo ningún concepto. Tengo alma de bufona, pero tampoco la pavada.

18-Tené a mano una pluma, una cuchara y una fruta, y desafialo a que invente un juego erótico con cada uno de esos objetos. Ya se sabe que los hombres muy imaginativos no son, por lo que propongo que la fruta en cuestión sea una banana, para facilitarle el trámite. Lo más probable es que la cuchara siga el mismo periplo que el mentado plátano. La pluma, no sé.

19-Anímense a hacerlo a puertas cerradas. Cerradísimas. Meterse en un ropero lleno de prendas es la mejor opción para experimentar esta forma de “ahogo erótico”. Ah, no. Si me niego al desfile de ropa interior y tacos, me niego aún más rotundamente a meterme en un ropero, cualquiera sea la finalidad del depravado encierro. Al ropero no me meto ni que me prometan Narnia. Yo soy claustrofóbica, ¿capisci?

20-Juegen al espejo hot. En la cama, cada uno tiene que imitar la movida del otro. Jajajajjajajaja.

Estos son los consejos lúdicos que la “Cosmopolitan” ofrece para calentar el ambiente, avivar la hoguera, desatar ímpetus, encontrar nuevas formas de disfrutar. En el fondo, a pesar de mis jocosidades y mis extravagancias, soy una mujer de ánimo lúgubre y pesimista. Esto trucos ultra ardientes me resultan tan vacuos como el laguito con cisnes en los cementerios privados. Explico: dado que al muerto no se le ha dado la grata posibilidad de avistar el laguito con cisnes, se supone que está ahí para que lo contemplen los acongojados deudos. Mientras a los deudos les duela el fallecido, no repararán en el laguito con cisnes. Cuando el fallecido no les duela más, dejarán de ir al cementerio. Así que el laguito con cisnes es una de las cosas que más al pedo está en la vida, ¿me explico? Cuando una esté enamorada, embalada y enardecida, no necesitará echar mano a ningún truquito erótico. Cuando se harte del masculino que tiene al lado, no habrá pase mágico lujurioso que valga. Las pasiones no resucitan. Aunque llevemos al catre “El Cerebro Mágico” y dos docenas de bananas. Es triste, ya sé.  Pero es la verdad desnuda.
Ya les dije, gentes, que los trucos ardorosos que ofrece la “Cosmopolitan” son 101. Que yo sea una incrédula no significa que prive a mis leedores de las 81 recomendaciones restantes. Así que esto también continuará.

Mientras tanto, vayan a cambiándole las pilas al sex toy.

domingo, 20 de mayo de 2012

GOT MY MIND SET ON YOU


GOT MY MIND SET ON YOU

“Creo que la gente que realmente puede entregarle su vida a la música le está diciendo al mundo "Puedes tener mi amor. Puedes tener mi sonrisa. Olvida las malas partes, no las necesitas. Sólo toma la música, lo grandioso, porque eso es lo mejor", y esa es la parte que yo doy.” 
 George Harrison

La primera canción de The Beatles que tuve la fortuna de escuchar fue "Here Comes the Sun". Yo tenía diez u once años, y estaba despatarrada en la terraza de mi casa, como tantas veces durante mi niñez y mi adolescencia. En ese entonces no había plata para salir de vacaciones, y los veranos -gloriosamente eternos-, se repartían entre la pileta de la Moni, “el fondo”, donde el tío cultivaba rosales y árboles frutales, y la terraza. Aquel día estaba escuchando la radio y entonces sucedió la maravilla. La voz de George Harrison envolvió la tarde y a mí me explotaron la cabeza y el corazón. Puedo decir, sin temor a exagerar, que ese día cambió mi vida. Para siempre. Para mejor.

George Harrison fue y será uno de los músicos de rock más adorado de todos los tiempos. Su eterna búsqueda de sonidos nuevos tuvo una influencia decisiva en la música de The Beatles. Varias de sus canciones, de una calidad fuera de toda discusión, se encuentran entre las mejores de la mítica banda: "Here Comes the Sun", “Something” (según Frank Sinatra, la mejor canción de amor de la historia), “While My Guitar Gently Weeps”…

“Here comes the sun” es, para mí, una canción mágica. Abrió la puerta de uno de los pocos milagros con los que fui favorecida a lo largo de mi vida. Un milagro intangible: una voz transformando el aire. Un milagro tangible: ellos. A partir de allí, The Beatles formaron a formar parte de mi mundo. Fueron la compañía perfecta en la dificultosa transición de la niñez a la adolescencia. Fueron uno de los dolores más grandes de mi vida, allá por diciembre de 1980. Fueron los magos que me empujaron a soñar con tal o cual pibito. Curiosamente, y aún siendo John mi beatle favorito, todos se parecían a Paul McCartney.

George, el más privado y enigmático de The Beatles, nació en Liverpool el 25 de febrero de 1943. Cuando me preguntan cuántos años tiene mamá, contesto “Nació el mismo año que George Harrison”, como si esa información escueta sirviera para que los que no fueron tocados por el milagro sacaran cuentas. Fue un niñito precoz: a los dos años ya hacía recados para su madre, Louise. Su padre era conductor de autobús, situación que convirtió a Harrison en un chico popular entre sus compañeros de juego: Harold Harrison los llevaba de paseo gratis. 
George compartía con Paul McCartney el autobús que lo llevaba a la escuela, y después de que Paul pasara a formar parte de la banda que lideraba John Lennon, The Quarrymen, fue aceptado, debido a la insistencia de McCartney, como otro de sus integrantes. George tuvo que demostrarle su virtuosismo con la guitarra a un Lennon escéptico que no quería mocosos en su banda. Y pasó la prueba.
En su adolescencia, George Harrison admiraba a John Lennon de una manera casi enfermiza. Seguía a todas partes a John y a su novia de entonces, Cynthia, que tenían que hacer malabares para escapar del pequeño George y conseguir un poco de intimidad. Cuentan que cuando Cyn fue operada de apendicitis, Harrison fue el primero en apersonarse en el hospital, lo que casi provocó un ataque de nervios en la chica, ya que George estuvo ahí antes que su novio, John. Cynthia se quejaba de la persecución de George y argumentaba que lo que más la molestaba del púber guitarrista eran sus dientes de caballo.
The Quarrymen mutó hasta convertirse en The Beatles. Las primeras presentaciones de la banda (que aún no había dado con el nombre definitivo) fuera de Inglaterra, acontecieron en Hamburgo. Allí, un George Harrison aún adolescente, se perfeccionó como guitarrista y perdió su virginidad: “Mi primer polvo fue en Hamburgo, con John, Paul y Pete mirándome”, recordó George risueñamente años después. “Estábamos en unas literas, pero en verdad no pudieron ver nada porque yo estaba debajo de las sábanas. Pero cuando terminé los tres aplaudieron y gritaron. Al menos, se habían quedado en silencio cuando lo hacía.” A partir de Hamburgo, la historia es más que conocida. George Harrison alcanzó, junto a sus compañeros, el éxito más absoluto.

La terraza donde escuché por primera vez a The Beatles también mutó. Sobre ella edifiqué mi casa. Todavía me provoca emoción estar aquí y pensar: "Wow, éste es el lugar donde aconteció el milagro. Estoy viviendo en el lugar donde sucedió la magia."

El 24 de enero de 1966, George se casó con la modelo inglesa Pattie Boyd, a quien conoció durante la filmación de la primera película de The Beatles"A Hard Day's Night". “No sé si puede llamárselo amor a primera vista”, declaró George. “Pero antes de que pasara una semana yo ya había conocido a su mamá, y tres semanas más tarde ya estábamos buscando casa.” El matrimonio llegó a su fin en la década del ’70, y no de la mejor manera. Poco tiempo después, Pattie se casó con Eric Clapton, amigo íntimo de Harrison. El 2 de septiembre de 1978, George Harrison contrajo matrimonio por segunda vez, esta vez con Olivia Trinidad Arias, una belleza morena poseedora de un fuerte costado espiritual. Ella fue la madre de su único hijo, Dhani, cuyo nombre en sánscrito significa "rico". En cuanto el bebé llegó al mundo, George corrió a comprar un Rolls Royce, obviamente celeste, para que su mujer y su hijo no padecieran el traqueteo del camino de la clínica a su casa. 
A fines de los ’90, George fue diagnosticado con cáncer de garganta. Estaba trabajando en el jardín de su casa, cuando se descubrió un bulto en el cuello. Para colmo de males, el 31 de diciembre de 1999, fue atacado en su propia casa de Friar Park por un demente que lo apuñaló reiteradamente. George sobrevivió al ataque, pero la experiencia fue sumamente traumática. 
George Harrison luchó valientemente contra su enfermedad, hasta que en los primeros días de noviembre de 2001, su salud empeoró de forma alarmante. Murió en paz, rodeado de su familia y algunos amigos íntimos, el 29 de noviembre del 2001. Había abrazado la religión hinduista en la década del ’60, y jamás se apartó de ella. Una de sus últimas frases fue: “Todo lo demás puede esperar, pero la búsqueda de Dios no puede demorarse ni un segundo.” 
Siguiendo los usos y costumbre del hinduismo, su cuerpo fue incinerado pocas horas después de su muerte, en E.E.U.U. Olivia y Dhani regresaron a Londres con las cenizas de George, y allí se celebró una ceremonia religiosa privada. Más tarde, madre e hijo viajaron a la India, y en un ritual llevado a cabo al amanecer, esparcieron sus cenizas en el río Ganges. Según la religión hindú, este último acto permitió que el alma de George Harrison se separara del mundo material, para evitar así el ciclo de la reencarnación e ir directo al Paraíso.
Mientras sus cenizas se disolvían en las aguas sagradas del río hindú, el mundo supo que George Harrison había vuelto a casa y finalmente descansaba en paz.

“Here comes the sun” fue la primera canción que le canté a mi hijo recién nacido. A mi vida había llegado el sol. Tal como George lo había anunciado. Hoy mi hijo tiene una guitarra colgada al hombro. Está fascinado con Kurt Cobain y todavía se resiste a reconocer a The Beatles como la mejor banda de la historia. Yo sé que es sólo una cuestión de tiempo. Y suelo recordarle las palabras de Kurt rememorando su niñez: “Estaba tan enamorado de Los Beatles, vestía como John Lennon y fingía tocar la guitarra y tener mini-conciertos de los Beatles para mi familia.”

Hubo muchas palabras emotivas para recordar a George Harrison. Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones fue, quizás, el que eligió las más conmovedoras: “Cumplíamos un rol similar en nuestras respectivas bandas –declaró a la revista Rolling Stone-. Era un tipo muy tranquilo y enigmático pero con un pícaro sentido del humor. Existía un lazo no hablado entre nosotros. Una persona adorable. Creo que George hubiera derrotado el cáncer de no haber sido por ese tipo que lo apuñaló. Gente tan agradable que ha hecho una música tan hermosa y que nunca ha dañado a nadie no debería pasar por esa clase de violencia. Sabemos que no murió por las heridas, pero creo que el ataque minó sus fuerzas como para enfrentar su enfermedad. Esto no debería sucederle a una persona como George. Si me hubieran apuñalado a mí, nadie se hubiera sorprendido, y de hecho me apuñalaron varias veces y mis heridas de bala cicatrizan bien. Pero no a George. Él era un caballero, un título que yo le otorgo a muy pocas personas, y que jamás se lo daría a alguien como yo. Si hay algo como el cielo, espero que esté zapando con John.”

Cuando falleció George Harrison, yo estaba estudiando en un profesorado bastante politizado, aunque las futuras maestras jardineras éramos las que menos nos ocupábamos de esos asuntos. Ya se sabe que las jardineras vivimos en un estado de pureza casi catatónico. Las paredes del profesorado estaban llenas de carteles puteando a los yankees y celebrando el atentado a la Torres Gemelas. Yo fabriqué un cartel que desentonaba con el clima violento y oscuro que vomitaban las paredes: tenía una foto de The Beatles, la letra de “Within You Without You”. Y decía, además, “Gracias, George”.
Mi hermano, inspector de colectivos, subió a hacer su trabajo y me encontró instalada en el bondi, camino al Profesorado:
-¿Dónde vas con ese cartel, loca?
-Voy a colgarlo en la pared del Instituto, como homenaje a George. Espero que dure.
Por supuesto, no duró. Tuve que aceptar una realidad triste en la que festejar la muerte era más importante que honrar al artista. Bienvenida al siglo XXI. 

George Harrison era un jardinero aficionado. A mediados de los ’90 declaró: “Paso el tiempo plantando árboles. Tengo grandes amigos y buenas relaciones con mucha gente. Lo paso bien. Las pequeñas cosas hacen que mi vida sea interesante”. También creía que el mundo era el gran jardín de Dios. Desde hace algunos años, ese jardín tiene una flor menos. Una de las más raras. Una de las más bellas. Una de esas flores que no nacen todos los días.

Qué lástima.

martes, 15 de mayo de 2012

MUJER CONTRA MUJER



MUJER CONTRA MUJER
   
“Un amor por ocultar 
y aunque en cueros no hay donde esconderlo 
lo disfrazan de amistad 
cuando sale a pasear por la ciudad.” 
 “Mujer contra mujer”, Mecano

“En mi espíritu soy gay, podría ser homosexual, pero no lo soy.” 
Kurt Cobain 

En un mundo donde todo funcionara como debe funcionar, los hombres se interesarían por llamar la atención de las mujeres y las mujeres por llamar la de los hombres. Hombre y mujer son la mitad de una misma naranja y lo natural es que tiendan a complementarse y formar una naranja entera. Algo machucada, algo desgarbada, algo raquítica, pero entera. Cierto es que hay parejas homosexuales muy bien avenidas y felices como perdices. Pero ese no es el asunto que nos ocupa hoy. El asunto que nos ocupa es, tal como lo postularía Maitena Burundarena, la insoportable lesbiandad de ser mujer.
Nadie imaginaría jamás a un pavo real desplegando su espectacular cola con el fin infructuoso de refregársela a otro pavo por el pico. Los pavos, como es de público conocimiento, buscan impresionar a las pavas. Del mismo modo que los leones pretenden conmover a las leonas sacudiendo sus suntuosas melenas y las ranas macho intentan subyugar a las hembras con sus rítmicos croares. Así funciona la naturaleza, que es de lo más sabia. Macho y hembra se abocan a conquistarse. Pero parece que los seres humanos vinimos con alguna falla de fábrica. Por lo menos, los de sexo femenino. Porque, lejos de pretender impresionar a los masculinos que se cruzan en nuestro camino, las señoras y señoritas vivimos pendientes de las otras mujeres. Nadie sabe cual es el origen de este fenómeno. Pero que existe, existe. ¿O nunca se descubrieron mirándole el culo a una tipa con el improductivo fin de compararlo con el propio?

LA INSOPORTABLE LESBIANDAD DE SER MUJER

1) VESTIRSE PARA LAS OTRAS: Cuando una mujer se compra una pilcha, cualquiera que sea, lo hace pensando en impresionar a la amiga, la vecina, la prima o a la hermana. Incluso cuando se compra una bombacha, actitud incomprensible a todas luces, porque ninguna de esta señoras va a notar lo bien que le queda. A lo sumo la verán recién adquirida y sin uso, o en la soga de colgar la ropa después de estrenada. Pero no importa. La mujer que adquiere ropa interior vistosa lo hace pensando en otras mujeres. Ya les comenté, queridos lectores, que un hombre no distingue una tanga de encaje de Bruselas de una bombacha de goma. Y siempre está apurado en hacer desaparecer la prenda en cuestión.
Una mujer no tolera asistir a un evento de cualquier característica con ropa que ya le vieron.  Sabe que los hombres no notarán que repite vestido, pero las mujeres sí. Y eso la hace sentir incómoda. Prefiere quedarse en casa a ir al casamiento de Fulana con la misma pilcha que al de Mengana, si el presupuesto sólo le dio para un vestido de fiesta. Y si, por casualidad, asiste al casamiento de Mengana y ve que Zutana está ataviada como ella, morirá de vergüenza y de dolor, además de ser el hazmerreír y el blanco de los chismes y críticas de todas las señoras y señoritas presentes.
¿Y los hombres? Los hombres morfan y chupan y le miran el culo a las damas que pasan sin notar jamás que pasaron dos culos distintos embutidos en vestidos bochornosamente iguales.

2) ADELGAZAR PARA LAS OTRAS: A los hombres en general (salvo a los que la posmodernidad les sorbió el seso hasta convencerlos de que una mujer normal tiene las medidas de un filete de anchoa), les gustan las mujeres que tengan curvas y carne de dónde agarrarse si se les cruza por la vida el huracán Katrina. Para ellos, es mejor que sobre a que falte, y así se lo hacen saber a sus novias y esposas.
Lejos de conservar las sinuosidades carnales que sus masculinos prefieren, las mujeres se matan de hambre buscando adelgazar, sólo para que las otras mujeres noten lo flacas que están. Mastican una lechuga desabrida pensando en lo que van a decir las amigas cuando las vean flaquísimas. Y esa lechuga de mierda les sabe a gloria.
Se supone que una mujer con las hormonas bien puestas, en pleno verano y desparramada en la arena, direccionará sus ojitos ávidos a la zunga de algún chongo bien dotado. Pero no. En la playa las señoras y señoritas se fijan si las otras mujeres están gordas o tienen celulitis, aunque la celulitis sea un invento femenino del cual los hombres ni se enteraron. Y siempre quieren ser las más flacas de todas, renegando de aquellas comedoras compulsivas de lechuga que dan más lástima que ellas. Un hueso al aire es terriblemente sexy para cualquier hembra que se precie.
¿Y los hombres? Los hombres miran los culos más grandes y las tetas más orondas y ni se percatan de los dos o tres kilitos de más que tienen las portadoras de semejantes frondosidades.

3) MIRAR MÁS A LAS MUJERES QUE A LOS HOMBRES: Tal como se desprende de lo antedicho, las mujeres miran a las mujeres mucho más que a los hombres. Las miran para saber si son más o menos apetecibles que ellas, si la ropa que tienen puesta la compraron en Recoleta o en la feria de La Salada, si se les nota algún rollo, si se les corrió el maquillaje o se les agujereó una media. Les miran el culo y lo comparan con el propio. Y tienen conductas tan suicidas como comparar un culo de 40 con un turgente culito de 16.
Aunque ningún hombre pueda creerlo, las mujeres no sólo miran a las otras mujeres en fiestas, bares y discotecas. Las miran en la calle. Lo juro por Dios.
¿Y los hombres? Los hombres no tienen ni puta idea de cómo se visten, caminan y se paran sus amigos de toda la vida. Y, la verdad, les importa un carajo. Los hombres miran a las mujeres, y más de una pavota no se da cuenta de que un tipo la está mirando, ocupada como está en estudiar el escote de alguna señorita para saber si tiene siliconas o nació con esas lolas tremebundas.

4) INTERESARSE EN UN TIPO SÓLO PORQUE LE GUSTA A FULANITA: Es un clásico: basta que una mujer comente que se siente atraída por un compañero de trabajo para que el tipo, que hasta ahí llamaba la misma atención que un potus, se convierta en el nuevo sex symbol de la oficina. Todas las mujeres, aún las amigas más íntimas de la enamorada, intentarán llamar su atención, aunque el señor valga menos que una moneda de goma. Y la bocona que pregonó su interés por el susodicho, se querrá cortar las venas con una Rhodesia al ver como su pretendido es deseado, acosado y babeado por mujeres mucho más lindas que ella. Y que podrían aspirar a algo harto mejor. Pero, ¿algo harto mejor tendría el plus extra de ser suspirado por Fulanita? No, por supuesto que no. Lo que hace atractivo a un hombre, después de todo, es que otras mujeres lo encuentren atractivo.
¿Y los hombres? Los hombres tienen códigos y jamás osarían mirar a una mujer que con la que se ratonean un amigo o un simple compañero de oficina. Y jamás encontrarían más o menos atractiva a una mujer según la cantidad de señores que se desvivan por ella. Son más sanos. Mucho más sanos.

5) INTERESARSE POR UN TIPO SÓLO PORQUE ES EL EX DE FULANITA: Acá la cosa funciona de manera similar que en el ítem anterior: un señor de lo más ordinario suele ver incrementado su atractivo sólo porque es el ex de alguna mujer que conocemos. Engancharlo es una hazaña casi orgásmica. Pasear de la mano de ese simio inútil que eructa en la mesa y es enemigo declarado del agua es maravilloso. Sobre todo si paseamos por delante de los ojitos de la ex del tipo. Que puede ser nuestra vecina, nuestra mejor amiga, nuestra prima, nuestra hermana y hasta nuestra mismísima madre. ¿O acaso no vieron “Tacones Lejanos”?
¿Y los hombres? Los hombres tienen códigos, ya les dije.

6) CELAR A LAS AMIGAS PATOLÓGICAMENTE: No hace falta que su novio, marido o concubino le meta los cuernos a una mujer para que ella experimente el dolor y los sinsabores que le deparan la existencia de “la otra”. Los enemigos de sus enemigos pueden ser sus amigos, pero la amiga de su amiga es una rival a la que aborrece profundamente. Cuando aparece esta dama, cualquier mujer la vivencia como un elemento perturbador que le está quitando algo que le pertenece. La odia instintivamente, sin enterarse de que la pobre chica es la mejor mina del mundo. Le buscará y le encontrará miles de defectos, aún cuando no los tenga. Y hasta será capaz de hacer berrinches apoteósicos, sólo porque su amiga y “la otra” se fueron al cine sin invitarla o planean irse juntas de vacaciones.Tradicionalmente, las mujeres celan más a sus amigas que a sus parejas. Es un comportamiento enfermizo e inexplicable. Pero real.
¿Y los hombres? Los hombres juntan a sus amigos, a los amigos de sus amigos y a los amigos de los amigos de sus amigos y juegan un picadito.

7) CUIDAR MÁS A LAS AMIGAS QUE A LA PAREJA: Casi todas las mujeres le prestan más atención a las necesidades de sus amigas que a las de sus novios, maridos o concubinos. Suelen quedarse hablando por teléfono hasta las 5 de la mañana con una pobre tipa a la que algún pavote le colgó la galleta, mientras el señor de la casa bufa y putea en una cama semivacía. Si una amiga está pasando por un momento desesperante o simplemente desagradable, cualquier mujer postergará unas mini vacaciones con su media naranja para socorrer como corresponde a la femenina damnificada.
¿Y los hombres? Los hombres tienen las partes por el suelo y no quieren ver a la amiga desvalida ni en figuritas. Y no andan todo el día encima de los tipos con el que juegan al fútbol todos los miércoles.

8) ADORAR QUE LOS HOMBRES TENGAN RASGOS FEMENINOS: Hace algún tiempo, lo que las mujeres buscaban en los hombres eran rasgos típicamente masculinos. El hombre debía ser viril. Machote, como los de las telenovelas mexicanas (de antes). Y no tener rasgos femeninos, porque para sensibleras e histéricas ya estaban ellas. Pero con el arribo de los metrosexuales, esos hombres que gustan de sí mismos de manera escandalosa y gastan en cosméticos más que cualquier vedetonga, el prototipo de hombre apetecible dio un giro de 180º. Muchas mujeres prefieren a los señores de cuerpos lampiños o directamente afeitados. Y no vomitan de horror cuando sus medias naranjas cancelan una cita con ellas para ir a hacerse la manicure. Atrás quedó el feliz señor que se zampaba sin culpa un sánguche de chorizo: las chicas prefieren a aquellos infelices que mastican lechuga en pos de una figura intachable. Tal como hacen ellas.
Parece que, estimulado por las señoras que gustan de los muchachos blanditos como el algodón, el varón del siglo XXI cocina, arregla el jardín, hace labores domésticas, atiende a sus hijos, llora en público, reconoce sus miedos, expresa emociones y tiene conciencia ecológica. Qué se yo, para mí es mucho. A ver si después termina pretendiendo que una lo mantenga.
¿Y los hombres? Los hombres de pelo en pecho no entienden nada. Y le siguen dando al sánguche de chorizo sin culpa. Alguna milonguerita linda, papusa y breva, con ojos picarescos de pippermint, de parla afranchutada, pinta maleva y boca pecadora color carmín debe quedar.

9) ADORAR A LOS GAYS (Y, EN EL PEOR DE LOS CASOS, ENAMORARSE DE ALGUNO): Las mujeres en general adoran a los gays. Son tan talentosos, tan creativos, tan fascinadores, tan brillantes. Y, además, son todo un desafío. Más de una ilusa se encajetó con un señor de orientación sexual dudosa y se abocó a la quijotesca tarea de que un gay declarado cambie de bando. Con los sufrimientos, las angustias y los desencantos que esta conducta inmoladora implica. ¿A qué se debe este comportamiento irracional? No se sabe. Pero existe.
Es común también que las mujeres se meen por tipos que, aunque sean muy buenos mozos, son irrebatiblemente gays (o ambidiestros, como diría mi ex suegra): Ricky Martin, Miguel Bosé, Robbie Williams, Daniel Craig, Alejandro Sanz… Ni yo me salvé de esta misteriosa tendencia: es harto sabido que de pequeñuela me bebía los vientos por Federico Moura.
¿Y los hombres? Los hombres le miran el culo a Lindsey Lohan, pero todavía no se enteraron de que es lesbiana porque están en otra cosa. Aunque ese detalle no les importaría demasiado.

10) ACOSTARSE CON EL NOVIO/MARIDO DE AMIGAS, VECINAS, PRIMAS Y HERMANAS: La infidelidad femenina es como la manzana: nunca cae lejos del árbol. Las mujeres buscan a sus amantes en su entorno más íntimo y algunas suelen terminar enredándose con su cuñado, el novio de su mejor amiga o el marido de la vecina de al lado. Es que estos caballeros son atractivos a los ojos femeninos precisamente porque son los masculinos de señoras y señoritas que las muchachas conocen y tratan. Lo orgásmico del asunto no pasa por tener un amante: pasa por tener en el catre al hombre de la otra. Y refocilarse pensando: “¡Ja! Está conmigo y no con la turra de mi hermana”. En estos casos de amantazgo cuasi endogámico, el hombre es apenas un detalle. La que realmente tiene un papel preponderante en el asunto es la mujer de ese hombre. Es extraño, ya sé. Pero más raro fue aquel verano que no paró de nevar.
¿Y los hombres? Los hombres no le hacen asco a nada y si los avanzan le dan pa’lante. Pero jamás eligen a sus amantes en función de sus novios o maridos. No son tan retorcidos.

Hasta aquí los comportamientos, gestos y actitudes que ponen en escandalosa evidencia la ya mentada lesbiandad de ser mujer. Negarla sería como negar la teoría de la relatividad. Para una es chino básico, pero tampoco la va a andar refutando porque no la entiende.
Espero, sinceramente, que ninguna de mis lectoras se haya sentido tocada en sus fibras más íntimas por este opúsculo incómodo pero irrebatible. Las mujeres tenemos rasgos que, analizados correctamente, resultan harto sospechosos. Testear concienzudamente el culo de una señorita, sean cuales sean los fines de este riguroso examen, es, por lo menos, raro.

Sobre todo habiendo tantos culos masculinos mendigando, aunque sea, una miradita de lástima.

miércoles, 2 de mayo de 2012

DE CHIQUILINA TE MIRABA DE AFUERA


DE CHIQUILINA TE MIRABA DE AFUERA

“¡Fuerza, canejo! 
¡Sufra y no llore, que un hombre macho no debe llorar!”  
“Tomo y obligo”, Manuel Romero

“Si llorás...¡dicen que es el champán!”
 “Milonguita”, Samuel Linnig

“En tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas, 
yo aprendí filosofía, dados, timba 
y la poesía cruel 
de no pensar más en mí…” 
,“Cafetín de Buenos Aires”, Enrique Santos Discépolo

“Tango, tango, 
vos que estás en todas partes, 
esta noche es la ocasión, 
de que llegue hasta su reja 
el eco de una queja 
de un triste bandoneón.” 
“Lo han visto con otra”, Horacio Pettorossi

El tango, esa música entrañablemente nuestra, apareció en los suburbios bonaerenses a fines del siglo XIX. Al principio, las canciones eran instrumentales y se ejecutaban con guitarra, violín y flauta. Más tarde se incorporó el acordeón, importado de Alemania, que terminó de darle a este género musical su sello tan particular. En sus inicios, el tango se tocaba y se bailaba en los prostíbulos, así que cuando aparecieron las primeras letras versaban sobre temas picarescos. Hasta que a fines de la década del ’10, Pascual Contursi se despachó con “Mi noche triste” y dio origen al tango canción. A partir de “Mi noche triste” cambió la temática de las letras de tango. Según Horacio Salas, Contursi “sensibilizó al tango, lo despojó de máscaras, lo humanizó.” Para eso están los poetas: para subvertir, para cambiar el rumbo de las cosas, para revolucionar mediante la palabra.
Hace algunos años, cuando conducía un programa de radio, llamado “En mi vida” (sé que suena bastante egocéntrico, pero fue un homenaje a The Beatles), tenía un compañero bastante mayor que hacía uno de tango, el Gardeliano, a quien le encantaba mi nombre. Me decía siempre que Raquel era la mujer que volvía loco (que le cagaba la vida, bah) a Carlos Gardel en la película “Cuesta abajo”, de 1934. En el mentado film había dos chicas, una buena y una mala. La buena era Rosa, la modesta muchachita de barrio. La mala era Raquel, la vampiresa que le chupaba la sangre al pobre Carlitos y yiraba con él por Europa y Nueva York. Hasta que el tipo se daba cuenta de que lo turra que era la mina, comprendía que había perdido el tiempo de una forma escandalosa y cantaba “Mi Buenos Aires querido”, con la esperanza de volver a su terruño y, por supuesto, reencontrarse con Rosa, que, por lo visto, era más buena que Lassie con dos cajas de Rivotril encima. Ya se sabe, siempre se vuelve al primer amor.
A mí me parecía simpático eso de ser la mala de la película. Mi nombre me había traído más de un dolor de cabeza cuando a Los Auténticos Decadentes se les ocurrió la feliz idea de grabar “Vení, Raquel”, una canción que me persiguió durante años. La Raquel de los Decadentes era una gorda culona (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia). La Raquel de “Cuesta abajo”, mala y todo, era otra cosa.
Para ese entonces, yo escuchaba muy poco tango. Había sido mortificada en mi niñez con algunos de los más terribles y no quería saber nada de malevos, papusas, percantas y ranas. A los cuatro años, vuestra servidora entonaba de punta a punta “Sus ojos se cerraron” y se daba la cabeza contra la pared tratando de comprender cómo a un señor al que se le moría la novia se le ocurría ponerse a cantar. Además, ese tango me asustaba un poco: cuando Gardel cantaba yo sé que ahora vendrán caras extrañas, conjeturaba caras realmente extrañas o decididamente monstruosas. Caras gigantes. Con el tiempo comprendí de qué caras hablaba Carlitos (a los cuatro años era viva, pero no tanto). Y supe que eran más indeseables que las que yo imaginaba.
El tío escuchaba mucho tango. Mamá también. Y, además, cantaba. Así que yo, que lloro cuando piso a una hormiga por accidente, me la pasaba largando el trapo. La solterona que se había quedado sin ilusión y sin fe y la fea que iba procurando que el mundo no la viera, me partían el corazón. Ni hablar de la cieguita o del último organito y la vecina muerta. Mi familia es buena gente, no me torturó a sabiendas. Pero me torturó. Me pasé media niñez llorando por Madame Ivonne, Malena, María, Grisel, la rubia Mireya, Estercita y la pobre Estrella, la muchacha de la que hablaba todo el barrio y se tuvo que morir para que el chusmerío se dejara de joder. Eso no se hace.
Recuerdo que mamá cantaba insistentemente qué ganas de llorar en esta tarde gris y yo estaba convencida de que se lo cantaba a papá, que había muerto cuando éramos muy chiquitos. Ese tango también me ponía triste. Igual que el de la pobre viejita de canas muy blancas que se ha quedado sola con cinco medallas que por cinco héroes le entregó la Patria (debo confesar que éste en particular todavía me hace gemir). Otro de los tangos favoritos de mi vieja era “Nieve”, con lobos aullando de hambre, caravanas que parten a Siberia y Olga que no viene. Los rusos que vivían al lado de casa se asomaban por la medianera para pedirle educadamente que cantara algo más alegre.
Para ser justa, debo declarar también que las letras de tango ayudaron a estimular mi imaginación y me permitieron sacar conclusiones impensables para una mocosa, por muy precoz que fuera: había una evidente putona entre la gente de mi entorno y yo no tenía ninguna duda acerca de que el almita que habían arrastrado por el fango era la suya. Además, no todo era llanto. Había cosas que me parecían divertidas: me regocijaba con “Justo el 31” y el mono loco que el cantor chicato había encontrado en un árbol. También me gustaban “Chorra”, “A media luz”, “Que vachaché” y “Garufa”. Eso, hasta que descubrí a The Beatles y Madame Ivonne fue tristemente desplazada por Lady Madonna.
En la adolescencia, obviamente, huí del tango. Me parecía un bajón. A mis pocos años no entendía la nostalgia y los señores que lloraban por viejitas santas y novias muertas me ponían los pelos de punta. El complejo de Edipo tanguero me resultaba insoportable. Ni hablar de los chitrulos que querían con el alma a una mujer y un negro día la abandonban. De los muchachos de antes no me interesaba ni medio. Estaba demasiado ocupada con los muchachos de ahora.
Después de que el Gardeliano celebrara cada semana que me llamara Raquel, aflojé un poquito. Descubrí tangos cuyas letras no tenían nada que envidiarle al verso más exquisito. Así que, cada tanto, me agasajaba con alguno. Había conocido a demasiados pavotes engrupidos hacedores de poemas ininteligibles y estaba harta de las palabras grandilocuentes. La sencilla y profunda poesía del tango me sedujo sin remedio.
Ahora, señores, derrapé y escucho tango a mansalva. Será porque me estoy poniendo vieja y, según mi mamá, a todos los viejos les gusta el tango. Será porque ahora sí comprendo la nostalgia y porque de cada amor que tuve tengo heridas. Será porque uno busca lleno de esperanzas y nunca encuentra demasiado. No sé. La cosa es que, para mi grata sorpresa, descubrí que Madame Ivonne y Lady Madonna son capaces de convivir armoniosamente. De eso se trata la vida, después de todo. La Biblia y el calefón.
Si esto es un cambalache.


Obra Pictórica: Tango en el patio II, Sigfredo Pastor