martes, 9 de mayo de 2017

VERÓNICA, EL ROSTRO DEL AMOR II


VERÓNICA, EL ROSTRO DEL AMOR  II

"La ociosidad es la madre de todos los vicios; las telenovelas, el vicio de todas las madres."


Tal como lo he prometido, hoy les traigo la segunda y última parte por las telenovelas de Verónica Castro que marcaron mi adolescencia y pusieron su granito de arena para convertirme en lo que soy: una llorona irremediable.
 


CARA A CARA 

“Cara a cara” fue la segunda telenovela que Verónica Castro filmó en Argentina, en 1983. El galán que le tocó en suerte esa vez fue Pablo Alarcón.  En esta historia la chaparrita es Laura, una muchacha que llega a Buenos Aires desde los Estados Unidos para enterarse de que su familia está en la ruina y piensa salvarse casándola con Tonio (Pablo Alarcón), el hijo de un tano forrado en guita y acreedor, además, del padre de la muchacha. Después de mucho pataleo, Laura se casa con Tonio y en un arranque de incontinencia verbal, le cuenta que se ha casado con él por conveniencia y le informa que jamás podrá ser su mujer. En la mismísima noche de bodas (que pintaba para embole mal) el padre del novio es asesinado y el pobre muchacho es timado por el padre de Laura y un malvado secuaz, Frank, que lo dejan en Pampa y la vía. El matrimonio de Laura y Tonio se anula, y el galán venido a menos se emplea como barman en una moderna discoteca muy frecuentada por Laura, que termina noviando con un millonario pero perdidamente enamorada de su ex, haciendo gala de un gataflorismo escandaloso.
A esta altura de los acontecimientos, llega a la Argentina una acaudalada alemana buscando  a su hijo perdido. Que puede ser Tonio o puede ser Frank, no se sabe. Frank se enamora de ella, pero la alemana lo rechaza, no sea cosa de andar repitiendo la historia de Edipo. Tonio se va a Italia y Laura se ennovia con Frank. Finalmente, se descubre que el padre de la chica es un desgraciado, que asesinó al padre de Tonio y a su propia esposa, crímenes por los cuales termina en gayolaLaura pierde toda su fortuna, su hermano enloquece, su tía se muere, etc. (este etc. incluye todo tipo de calamidades). La alemana descubre que su hijo perdido es Tonio y parte hacia Italia para buscarlo. Frank la va a despedir y se besan apasionadamente. Laura los pesca con las manos en la masa y, al verse sola y engañada, va a su departamento y se suicida. Una novela que termina para el culo, al mejor estilo “Piel naranja”.


YOLANDA LUJÁN

1984 fue el año de “Yolanda Luján”. En esta nueva telenovela filmada en Argentina, Verónica Castro fue Yolanda, una joven y humilde muchacha viviendo con su padre enfermo, situación que la lleva a conocer al Dr. Juan Carlos Hidalgo Del Castillo (Víctor Laplace). Cuando el padre de Yolanda muere, la chica entra a trabajar como mucama en la casa de Juan Carlos. Ambos se enamoran, situación que provoca el repudio de toda la familia Hidalgo del Castillo. Sólo el padre de Juan Carlos aprecia a Yolanda; los demás, especialmente la abuela del galeno, no la pueden  ver ni en figuritas.
Juan Carlos tiene un hermanastro malo malísimo que también se enamora de Yolanda y le complica la vida a los tórtolos de todas las formas imaginables (y no). Pero nada puede contra el amor, y el romance sigue hasta que Yolanda queda embarazada.
Embarazada y todo, la pobre Yolanda es acusada de un asesinato que no cometió. La pobre chica termina encarcelada, padeciendo dolores e injusticias, hasta que conoce a otro joven médico que también se enamora de ella. A pesar de que su amada está en prisión, Juan Carlos decide casarse con ella. Poco después Yolanda da a luz a su hijo, se descubre el nombre de la verdadera asesina, la chica sale de la cárcel con la frente en alto y todos son felices y comen perdices. Una pavada.


AMOR PROHIBIDO

A esta altura del partido (1986), Verónica Castro tenía algo podridos los argentinos, pero eso no evitó que filmara una última novela en nuestro país y que las gansas como yo la viéramos, más por inercia que por otra cosa. En “Amor Prohibido”, Verónica es Nora, una mujer joven y atractiva obligada por su madre a casarse con Francisco, un hombre mayor, viudo, rico, dueño de una tienda de ropa y con dos hijos en edad de merecer.  Nora y Francisco van rumbo a su luna de miel y sufren un terrible accidente, que deja al viejo más maltrecho de lo que estaba y, además, impotente. Como Nora era la que manejaba el auto accidentado, siente una enorme culpa ante la virilidad perdida de su esposo, y permanece a su lado, soportando sus celos enfermizos.
Cierto día, la hija de Francisco conoce a Miguel Ángel (Jean Carlo Simancas), un joven dueño de un supermercado, y por intermedio de ella, Miguel Ángel conoce a Nora (y esto me suena a “Piel naranja”). Miguel Ángel y Nora se enamoran perdidamente, con las complicaciones que semejante pasión aportan a la historia.
Cuando Francisco se entera de la relación sentimental que une a Nora y Miguel Ángel, intenta asesinar al muchacho y lo hiere gravemente. Luego intenta hacer lo mismo con Nora, pero ella lo enfrenta y él no consigue lastimarla. Miguel Ángel se repone y decide irse con Nora, para vivir su amor libremente. Francisco  los persigue con la ladina intención de asesinarlos a ambos, pero, justicia divina de por medio, sufre un infarto y revienta como un sapo. Nora y Miguel Ángel se quedan juntitos y felices. Ya se sabe: muerto el perro se acabó la rabia. (Y era “Piel naranja”, nomás, con el final cambiado, eso sí, porque en la original los tórtolos mueren, ¡y el pobre Alberto Migré se comió cada puteada!).


ROSA SALVAJE

Nuevamente instalada en su México natal, Verónica Castro filmó “Rosa Salvaje”, con Guillermo Capetillo como galán. La novela narra la historia de Rosa García, una chica humilde, bruta y machona. Cierto día, Rosa se da una vuelta por un barrio de ricos y tiene la feliz idea de robar ciruelas del jardín de una mansión. Es sorprendida por Dulcina Linares, una mujer ambiciosa y vanidosa, y su sirvienta Leopoldina, quienes la  amenazan con llamar a la policía. Para fortuna de Rosa, en medio de tan desagradable altercado, llega el hermano de la dueña de casa, Ricardo, quien intercede por ella y, además, le regala unas ciruelas. La chica se enamora de su benefactor, quien es presionado constantemente por sus hermanas, Dulcina y Cándida,  para que se case con una mujer rica. Decidido a fastidiarlas, opta por casarse con Rosa. En el medio se mete Leonela Villarreal, una ricachona malvada que le había echado el ojo a Ricardo. Si bien el muchacho termina enamorándose de Rosa, no puede evitar que ella se entere de que su boda sólo se había celebrado para joderle la vida a sus cuñadas y no puede perdonarlo.
Mientras Rosa y Ricardo van y vienen, Federico Robles, el ambicioso abogado de los Linares, embaraza a Cándida provocando la furia de Dulcina, con quien mantenía una relación oculta. Cierta noche, la despechada hace rodar por las escaleras a su desprevenida hermana, quien pierde su embarazo. Leonela, para evitar que Rosa y Ricardo se reconcilien, trama un plan para acostarse con Ricardo y conseguir que Rosa los vea en pleno idilio. Cosa que sucede. Ricardo se compromete con esta malvada mujer y Rosa queda como bola sin manija.
Posteriormente, Rosa, que está embarazada,  se reencuentra con su madre, Paulette Mendizábal, quien la había entregado al nacer, ya que era soltera. Por supuesto, Paulette es una mujer con mucho dinero (ninguna madre reencontrada en una telenovela es pobre). Paulette consigue que Rosa se convierta en una muchacha fina y distinguida (clásico) y la chica se dispone a parir sola (clásico), sin poder perdonar a Ricardo por su desliz, a pesar de que éste jura amarla. Ricardo abandona a Leonela para irse de viaje, y la muy dañina decide matar a Rosa, atropellándola con su automóvil. Pero le sale el tiro por la culata, porque al huir de la escena del crimen es arrollada por un tren.
A esta altura de los acontecimientos, hay un quilombo familiar que no involucra a Rosa, que termina con la mitad del clan Linares muerto y la otra mitad,  en cana. Rosa casi se muere al parir. Pero no se muere. Y vuelve con Ricardo, el único Linares que zafó de los cuetazos, el ácido muriático y los barrotes.

Después de “Rosa Salvaje”, la Castro siguió filmando telenovelas, pero yo me puse de novia y comencé a vivir mis propias peripecias románticas, que poco tuvieron que envidiarle a las de Verónica. Así que es aquí donde termina el cuento.
Me despido de ustedes, mis queridos, con más nostalgia que la que cargaba cuando empecé a escribir este artículo telenovelesco. Habiéndome instalado por un rato en los '80, me cuesta horrores volver a dejarlos. Caigo, cómo no, en la tentación de creer que todo tiempo pasado fue mejor.  Pero, por suerte, lo tengo a Quevedo para reubicarme en el Siglo XXI: “Cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, condenamos el futuro sin conocerlo.” Será así, nomás.

Buenas tardes.




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