martes, 2 de mayo de 2017

VERÓNICA, EL ROSTRO DEL AMOR I


VERÓNICA, EL ROSTRO DEL AMOR  I

“Es mi mujer sagrada,
 Verónica.
El milagro en tu mirada no se olvidará.”
“Verónica”, Cristian Castro 

Debido a la reconocida y exagerada fascinación que ese engendro diabólico llamado televisor genera en mi persona, es mucha la gente que se muestra sorprendida cuando comento que no miro telenovelas. Jamás. Jamás de los jamases. Jamais dans la vie. Los entuertos de las malparidas, las dueñas, los turcos y los ex compañeros de secundario alzados, me tienen muy sin cuidado.
Esta negativa a enredarme en las historias -creíbles y no tanto- que ofrecen a diario los culebrones televisivos tiene una razón bastante más sencilla que la que pudiera elucubrar cualquier erudito: no miro telenovelas porque a mí me gustan las de Verónica Castro.  Ustedes dirán que, dado que Verónica todavía anda vivita y coleando y no sabe hacer otra cosa más que actuar en telenovelas (y cantar, pero, la verdad, preferimos que actúe), alguna en curso donde ella haga uso de sus artes dramáticas debe haber. Es verdad, es verdad. Pero sucede que a mí me gustan las telenovelas de Verónica Castro de los ’80. Así que, hasta que no repongan “Los ricos también lloran” (versión original), voy a seguir dándole la espalda tajantemente a las heroínas anoréxicas, los galancetes roñosos, los turcos ininteligibles y las malparidas inexpresivas como una rodaja de pan lactal Fargo.
Dado que hoy estoy nostálgica y que Verónica es una de las estrellas favoritas de mi particular firmamento (tal es así que hace años que le he perdonado que haya parido a Cristian), voy a hacer un melancólico recorrido por mis telenovelas favoritas. Porque estoy aburrida y porque pretendo honrar a la mujer que demostró, de manera categórica, que sí,  que los corchitos también podemos ser eróticos. Va entonces la primera parte de este sentido homenaje a la Vero, ameno recorrido por sus papeles más descollantes. 

 
LOS RICOS TAMBIÉN LLORAN (O MARIANA, COMO GUSTEN) 

“Los ricos también lloran” fue un telenovelón mexicano de 1979, protagonizado por Verónica Castro y Rogelio Guerra. En Argentina, la telenovela se rebautizó “Mariana” y tuvo un éxito impresionante. Yo, que venía resistiéndome a los culebrones, pisé el palito con esta producción de Televisa y me inicié en el vicio absurdo de seguir los pormenores de las vidas de mujeres pobres que de pronto son ricas que de pronto se vuelven locas que de pronto pierden la memoria que de pronto la recuperan que de pronto son felices y comen perdices.
Mariana Villarreal vive en un rancho en el estado de Guanajuato con su padre Don Leonardo, un hacendado moribundo que cree estar en la ruina, dedicado al trago desde la muerte de su esposa y vuelto a casar con la mala malísima Irma (que es, precisamente, quien le hace creer que está en la ruina, cuando la verdad es que su fortuna goza de muy buena salud). La chica es bruta como un arado y dada su proverbial ignorancia, a nadie sorprende que, una vez muerto el borrachín del padre, la madrastra la ponga de patitas en la calle.
Mariana llega a la Capital y la suerte quiere que, cura buena gente de por medio, consiga un trabajo como mucama en la casa del millonario Don Alberto Salvatierra. Este Don Alberto, con muchas ganas de fastidiar a su arrogante hijo Luis Alberto, decide que la muchacha “sea una más de la familia”. Su mujer, Doña Elena, una cogotuda hecha y derecha, se toma muy mal que Mariana haga gala en su sacrosanta mansión de todo su muestrario de burradas.
Como es lógico (en el ilógico universo de las telenovelas), Don Alberto se encariña con Mariana, a quien trata de educar cual mexicanísimo Henry Higgins. Luis Alberto se propone enamorar a Mariana para molestar a su padre, aunque se da por sentado que se casará con la ambiciosa Esther. Pero le sale el tiro por la culata, ya que termina enamorándose de la chica  de a de veras. Acá podría terminarse la telenovela. Pero no. Esther, que no piensa renunciar a su sueño de casarse con Luis Alberto, se muda a la casa de los Salvatierra con una mucama obsecuente, Ramona (en cualquier telenovela que se precie, llega el curioso momento en que todos los personajes principales viven en la misma casa). Esther anuncia que está embarazada de Luis Alberto, y los padres del galán lo obligan a casarse con ella. Mariana se va de la casa de su malogrado tórtolo y consigue un puesto como secretaria. Por supuesto, ya no es tan bruta, la chica se ha pulido y ha aprendido cómo debe comportarse en sociedad (en toda telenovela que se precie también llega el momento en que un animalito de Dios se convierte en la mujer más culta y refinada que uno se pueda imaginar). Se pone a noviar con un joven arquitecto y tiene la suerte de que aparezca un amigo de su padre con el testamento de Don Leonardo, que la declara única heredera de toda su fortuna (¿heredera de qué?, se preguntarán ustedes, ya que al morir el viejo suponía que estaba en la ruina). La madrastra, como era de esperarse, pone el grito en el cielo y convence a su amante para que liquide a Mariana.
Esther, que no estaba embarazada de Luis Alberto, finge un aborto. Se hace amante del tipo que quiere borrar del mapa a Mariana y se embaraza del susodicho. Es tan mala que muere en el parto. Ya venía bastante baqueteada, después de enterarse que Ramona,  la sirvienta obsecuente, era su verdadera madre. Llegado este punto, Ramona se arrepiente de todo el daño que le hizo a Mariana, le pide perdón y se hace tan chupamedias de ella como antes era de Esther. Mariana se casa, por fin, con Luis Alberto. Acá  podría terminarse la telenovela. Pero no.
Luis Alberto, que todavía tiene ganas de romper los quinotos, supone que Mariana lo engaña y que el hijo que espera no es suyo, razón por la cual le pide el divorcio. La chica enloquece y, después de parir a su hijo, se lo regala a Chole, una vendedora de billetes de lotería (en toda telenovela que se precie es menester que la heroína vaya a parir solita y sola). Cuando recupera el juicio y se da cuenta de que regaló a su hijo, dedica muuuuuuuuuuchos capítulos de la telenovela a buscarlo con desesperación. Entretanto, se amiga con Luis Alberto y adopta a una nena. Que con el tiempo, obviamente, se encuentra con el hijo perdido de Mariana y se enamora de él. Mariana descubre que el muchacho es su hijo, pero mantiene el secreto, por lo cual Luis Alberto sospecha nuevamente que su benemérita esposa lo engaña. Al final, todo sale a la luz, los jóvenes pueden concretar su amor porque no son hermanos de sangre y Mariana y Luis Alberto son felices y comen perdices (se supone).
El papel de Mariana Villarreal convirtió a Verónica Castro, una mujer diminuta pero indiscutiblemente hermosa,  en una estrella internacional. Algún atrevido osó llamarla “la Sofía Loren mexicana”. Todas las bajitas celebramos su delicado apodo: “el corchito erótico”. Cierto es que la susodicha no era una gran actriz y que cantaba horrible. Pero tenía encanto. Mucho más de lo que puede decirse de las heroínas modernas. 


EL DERECHO DE NACER

“El derecho de nacer” nació como radionovela y fue escrita a fines de los cuarenta por Félix B. Caignet. Tuvo infinidad de versiones, en radio, cine y televisión, pero la que hoy nos ocupa es, por supuesto, la versión protagonizada por Verónica Castro y Humberto Zurita allá por 1981.
El culebrón comienza cuando una joven desesperada va a ver al doctor Alberto Limonta para que le practique un aborto. El doctor, entonces, comienza a relatarle su historia, con la esperanza de que la muchacha cambie de opinión con respecto a su embarazo.
La familia Del Junco es una de las más ricas y tradicionales de Veracruz. La componen Don Rafael, un patriarca estricto y despótico, su esposa Clemencia, que no corta ni pincha, y las dos hijas del matrimonio, María Elena y Matilde, ambas al cuidado de una negra buenaza, María Dolores. María Elena mantiene un romance secreto con Alfredo Martínez y tiene la mala suerte de quedar embarazada (otra premisa de la telenovela pura es que las mujeres queden embarazadas la primera y única vez que tiran la chancleta). Alfredo la abandona y la pobre chica tiene que hacer frente sola a su padre, quien al enterarse de la escandalosa novedad, reacciona con furia y destierra a su hija a una propiedad alejada de la ciudad, con la única compañía de su nana. Don Rafael le ordena a un capataz, un tal Bruno,  que se deshaga del bebé en cuanto nazca. María Elena tiene a su hijo (ya les dije que las heroínas de telenovela siempre paren solas) y el pobre bebé  es secuestrado por Bruno, que pretende  asesinarlo. Pero María Dolores lo evita y, en una escena con indiscutibles reminiscencias de “Blancanieves y los siete enanitos”, el capataz asesina a un animal para mostrarle a su patrón  el machete ensangrentado, prueba irrefutable de que había hecho picadillo al nieto no deseado.
María Dolores huye con el bebé. Bruno pone al tanto a María Elena de la noticia, y la muchacha le toma un enorme rencor a su padre, a quien culpa por estar alejada de su hijo. Muchos años después, María Elena conoce a Jorge Luis Armenteros, un señor bueno y rico que se enamora de ella. La chica le confiesa su secreto, pero rechaza sus lances amatorios y decide internarse en un convento. Mientras tanto, Alberto, el hijo de María Elena, crece feliz junto a la nana María Dolores y se convierte en un médico de éxito. Una noche llegan al hospital donde trabaja varios heridos de gravedad a causa de un accidente. Alberto decide  donar su sangre a uno de ellos que es, nada más y nada menos, que su malvado abuelo. Este es el puntapié inicial para que se destape la olla: después de varias idas y venidas, María Elena se reencuentra con su hijo y colorín colorado, el cuento se ha terminado (por supuesto, Alberto convence a la embarazada del primer capítulo para que tenga a su bebé).

VERÓNICA, EL ROSTRO DEL AMOR 

Dado el enorme éxito que “Mariana” y “El derecho de nacer” tuvieron en Argentina, la chaparrita Verónica Castro decidió mudarse a nuestras pampas. La primera telenovela que filmó en Buenos Aires fue “Verónica, el rostro del amor”, en 1982. Hizo pareja con Jorge Martínez, con quien mantuvo además un fogoso y breve romance. Germán Krauss también tuvo un papel destacado en el culebrón.
Verónica, una humilde muchacha mexicana llega a la Argentina junto a un grupo de artistas trashumantes  que recorren el mundo en vistosos carromatos  (como si de una “Carnivàle” tercermundista se tratara). La premisa era rarísima, porque Buenos Aires no es Macondo, y acá no llegan artistas trashumantes en  carromatos desde hace siglos, pero bue. En realidad, la chica no tenía nada de artista: huía de México escapando de la venganza del padre de un ex novio que la culpaba de la muerte de su hijo, sin que la pobre tuviera nada que ver. Instalada en Argentina, Verónica conoce a dos amigos ricos, buenos mozos y bien dispuestos, Fabio y Renato. Fabio (Jorge Martínez) es soltero y tiene novia. Renato (German Krauss) es viudo, con un hijo pequeño. Ambos se enamoran de Verónica y se disputan su amor. Verónica consigue trabajo en la casa de Renato. Como mucama, of course. Hasta que Fabio la convierte en el rostro de su empresa de cosméticos. De mucama a modelo sin escalas (toda protagonista de telenovela es, a no olvidarlo, un diamante en bruto). Verónica no sabe con cuál de los dos galanes quedarse, lo que provoca muchas idas y venidas en la historia, hasta que el padre del ex novio muerto aparece y acelera el trámite. El viejo rencoroso secuestra a Verónica, y los dos amigos, antes enfrentados por su amor, se unen en una heroica cruzada para rescatarla de las fauces del mal. En medio de la refriega, Renato sufre heridas que lo llevan a un coma irreversible (fíjense ustedes, queridos lectores, que la única resolución posible en un triángulo amoroso donde todos son buenos es la muerte oportuna de uno de los involucrados).
Al final, Verónica y Fabio se casan. Milagrosamente, antes de que ella quedara embarazada y fuera a parir a un bar.

Hasta aquí, mis queridos, la primera parte de este nostálgico recorrido por las telenovelas ochentosas de Verónica Castro. Espero que haya despertado en ustedes gratísimos recuerdos y que, si no tuvieron el gusto de verlas en su momento, corran a la web a buscarlas. Seguro que están. Me despido de ustedes emocionada, conmovida y ansiosa por completar esta gira mágica y misteriosa por la obra de la chaparrita.

Nos vemos pronto.






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